A REY MUERTO, REY PUESTO
Abogado sustituye al colega asesinado.
Primer caso: el juicio de la década.
Por Jack McEvoy, de la redacción del Times
La dificultad no residía en los 31 casos que le habían dejado en el regazo, sino en el caso más sonado con el cliente más poderoso y las apuestas más altas. El abogado defensor Michael Haller se puso en la piel del asesinado Jerry Vincent hace dos semanas y ahora se encuentra en medio del que este año se llama juicio de la década.
Hoy está programado el inicio de los testimonios en el juicio de Walter Elliot, el director de 54 años de Archway Studios acusado de asesinar a su esposa y a su supuesto amante hace seis meses en Malibú. Haller entró en el caso después de que Vincent, de 45 años, fuera hallado muerto en su coche en el centro de Los Ángeles.
Vincent había dejado disposiciones legales que permitían a Haller ocuparse de sus clientes en la eventualidad de su muerte. Haller, que estaba al final de un año sabático en el ejercicio del derecho, se fue a dormir sin ningún caso y se despertó al día siguiente con 31 nuevos clientes.
«Estaba entusiasmado con volver a ejercer, pero no esperaba nada semejante -declaró Haller, el hijo de 42 años del difunto Michael Haller Sénior, uno de los abogados legendarios del Los Ángeles de las décadas de 1950 y 1960-. Jerry Vincent era amigo y colega y, por supuesto, me encantaría volver a no tener casos y que él estuviera vivo hoy.»
La investigación del homicidio de Vincent está en curso. No se han efectuado detenciones y los detectives manifiestan que no hay sospechosos. Vincent recibió dos disparos en la cabeza cuando se hallaba en su coche, en el garaje contiguo al edificio donde mantenía su oficina, en la manzana del 200 de Broadway.
Tras la muerte de Vincent, todas las causas del abogado fallecido se entregaron a Haller. Su deber era cooperar con los investigadores dentro de los límites que establecen las protecciones abogado-cliente, inventariar casos y contactar con todos los clientes activos. Hubo una sorpresa inmediata: uno de los clientes de Vincent tenía que presentarse ante el juez al día siguiente del asesinato.
«Mi equipo y yo estábamos empezando a recopilar los casos cuando vimos que Jerry (y por supuesto ahora yo) tenía una audiencia de lectura de sentencia con un cliente -declaró Haller-. Tuve que dejarlo todo y correr hasta el edificio del tribunal penal para estar allí con él.»
Eso era uno menos y otros 30 casos activos con los que trabajar. Había que contactar rápidamente con todos los clientes de esa lista, informarles de la muerte de Vincent y darles la oportunidad de contratar un nuevo abogado o continuar con Haller ocupándose del caso.
Un puñado de ellos decidieron buscar otra representación, pero Haller conservó la inmensa mayoría de los casos. De lejos el más sonado de todos es el caso del asesinato en Malibú. Ha atraído mucha atención del público. Está previsto que Cortes TV ofrezca en directo fragmentos de la vista del juicio a escala nacional. Dominick Dunne, el principal cronista de tribunales y crímenes para Vanity Fair, está entre los miembros de los medios que han solicitado un puesto en la sala del tribunal.
El caso le llegó a Haller con una gran condición: Elliot sólo accedería a mantener a Haller como abogado si éste accedía a no aplazar el caso.
«Walter es inocente y ha insistido en su inocencia desde el primer día -manifestó Haller al Times en su primera entrevista desde que se hizo cargo de la defensa-. Hubo retrasos al principio del proceso y ha esperado seis meses hasta el día de hoy para tener la oportunidad de limpiar su nombre en el tribunal. No estaba interesado en otro retraso de la justicia y yo estuve de acuerdo con él. Si eres inocente, ¿por qué esperar? Hemos estado trabajando prácticamente sin descanso para estar preparados y creo que lo estamos.»
No era fácil estar preparado. Quien mató a Vincent también se llevó su maletín del coche. Contenía el portátil de Vincent y su calendario.
«No fue difícil reconstruir el calendario, pero el portátil fue una gran pérdida -explicó Haller-. Era ciertamente el punto de almacenaje central de la información y la estrategia del caso. Los archivos en papel que encontramos en la oficina estaban incompletos. Necesitábamos el portátil y al principio pensé que estábamos completamente perdidos.»
Sin embargo, entonces Haller encontró algo que el asesino no se había llevado. Vincent hizo una copia de seguridad del disco de su ordenador en una tarjeta de memoria que llevaba en el llavero. Entre los megabytes de datos, Haller empezó a encontrar elementos de estrategia para el juicio de Elliot. La selección del jurado se realizó la semana pasada y Haller asegura que estará perfectamente preparado cuando se inicien los testimonios hoy.
«No creo que Elliot vaya a tener ningún menoscabo en su defensa -manifestó Haller-. Estamos con las pilas puestas y preparados para empezar.»
Elliot no ha respondido a las llamadas para que comentara su caso y ha evitado hablar con los medios; con excepción de la conferencia de prensa celebrada tras su detención, en la cual negó vehementemente su implicación en los asesinatos y lamentó la pérdida de su esposa.
Fiscales e investigadores del departamento del sheriff del condado de Los Ángeles señalaron que Elliot mató a su esposa, Mitzi, de 39 años, y a Johan Rilz, de 35, en un rapto de ira después de encontrarlos juntos en la casa de fin de semana propiedad de los Elliot en la playa de Malibú. Una llamada de Elliot propició la llegada de los agentes, y el productor fue detenido tras la investigación de la escena del crimen. Aunque el arma homicida nunca se encontró, las pruebas científicas determinaron que Elliot había disparado recientemente un arma. Los investigadores manifestaron que el acusado también hizo afirmaciones inconsistentes al ser interrogado inicialmente en la escena del crimen y con posterioridad. Se espera que en el juicio se revelen otras pruebas contra el magnate cinematográfico.
Elliot permanece en libertad bajo fianza de 20 millones de dólares, la cifra más alta impuesta a un sospechoso de un crimen en la historia del condado de Los Ángeles.
Los expertos legales y observadores judiciales dicen que se espera que la defensa cuestione el manejo de las pruebas en la investigación y los procedimientos de test que determinaron que Elliot había disparado un arma.
El ayudante del fiscal del distrito, Jeffrey Golantz, que está a cargo de la acusación, declinó hacer comentarios para este artículo. Golantz nunca ha perdido un juicio como fiscal y éste será su undécimo caso de homicidio.
El jurado salió en fila india como los Lakers al entrar en la pista de baloncesto. No llevaban todos el mismo uniforme, pero en el aire flotaba la misma sensación de anticipación: el partido estaba a punto de empezar. Se separaron en dos filas y ocuparon las dos hileras de asientos de la tribuna del jurado. Llevaban blocs de notas y bolis. Ocuparon los mismos asientos que el viernes cuando el jurado se completó y prestó juramento.
Eran casi las diez de la mañana del lunes y la sesión se iniciaba con retraso. Antes, el juez Stanton había estado con los letrados y el acusado en su despacho durante casi cuarenta minutos, repasando las reglas de última hora y aprovechando la ocasión para mirarme con ceño y expresar su desagrado por el artículo que el Los Ángeles Times había publicado esa mañana en primera página. Su principal preocupación era que el artículo se decantaba claramente del lado de la defensa y me pintaba a mí como un desamparado simpático. Aunque el viernes por la tarde había advertido al nuevo jurado de que no leyera ni mirara ninguna noticia sobre el caso o juicio, al magistrado le preocupaba que el artículo pudiera haberse filtrado.
En mi propia defensa, le expliqué al juez que había concedido la entrevista hacía diez días, para un artículo del que me habían dicho que se publicaría al menos una semana antes de que empezara el juicio. Golantz esbozó una sonrisita y dijo que mi explicación sugería que estaba tratando de afectar la selección del jurado dando la entrevista antes, pero que ahora trataba de mancillar el juicio. Contraataqué señalado que el artículo afirmaba claramente que se había contactado con la fiscalía, pero que ésta había rechazado hacer comentarios. Si el artículo era imparcial, ésa era la causa.
Stanton pareció aceptar mi explicación a regañadientes, pero nos advirtió de que no habláramos con los medios. Supe entonces que tenía que cancelar mi acuerdo con Cortes TV para hacer comentarios al final de cada jornada judicial. La publicidad me habría venido bien, pero no quería ganarme la antipatía del juez.
Pasamos a otras cuestiones. Stanton estaba muy interesado en administrar la duración del juicio. Como cualquier juez, tenía que mantener las cosas en movimiento. Contaba con un lastre de causas atrasadas y un juicio largo las retrasaría aún más. Quería saber cuánto tiempo esperaba dedicar cada parte a su exposición. Golantz manifestó que tardaría un mínimo de una semana y yo dije que necesitaba lo mismo, aunque, siendo realista, sabía que probablemente usaría mucho menos tiempo. La mayor parte de las tesis de la defensa se establecerían, o al menos se organizarían, durante la fase de acusación.
Stanton torció el gesto por los cálculos de tiempo y sugirió que tanto la fiscalía como la defensa se esforzaran en no extenderse innecesariamente. Insistió en que quería llevar el caso al jurado mientras la atención de los doce seguía siendo alta.
Examiné a los miembros del jurado al ocupar sus asientos y busqué indicaciones de imparcialidad o de cualquier otra cosa. Todavía estaba contento con los componentes del jurado, sobre todo con el número tres, el abogado. Otros eran más discutibles, pero había decidido durante el fin de semana que presentaría mi caso para el abogado, y esperaba que éste pudiera tirar del resto cuando votaran por la absolución.
Los jurados se miraban entre ellos o miraban al juez, el perro alfa de la sala. Por cuanto yo pude ver, ningún miembro del jurado levantó la mirada a las mesas de la acusación o la defensa.
Me volví y miré de nuevo a la galería. La sala estaba una vez más repleta de periodistas y público, así como de aquellos con vínculos de sangre con el caso.
Directamente detrás de la mesa de la defensa estaba sentada la madre de Mitzi Elliot, que había viajado desde Nueva York. A su lado se sentaba el padre y dos hermanos de Johan Rilz, que habían viajado desde Berlín. Me fijé en que Golantz había colocado a la madre apenada al lado del pasillo, donde el jurado pudiera ver su constante flujo de lágrimas.
La defensa contaba con cinco asientos reservados en primera fila, detrás de mí. Sentados allí estaban Lorna, Cisco, Patrick y Julie Favreau, la última a mano porque había contratado sus servicios para que observara al jurado para mí durante todo el juicio. Yo no podía mirar a los miembros del jurado en todo momento, y en ocasiones ellos se delataban cuando creían que ninguno de los letrados los estaba mirando.
El quinto asiento libre había estado reservado para mi hija. Durante el fin de semana había tenido la esperanza de convencer a mi ex mujer para que permitiera que Hay ley se tomara un día de fiesta en la escuela para estar conmigo en la sala. Ella nunca me había visto trabajando y pensaba que las declaraciones de apertura serían el momento perfecto. Estaba muy confiado en mi caso. Me sentía a prueba de balas y quería que mi hija me viera así. El plan era que se sentara con Lorna, a la que conocía y apreciaba, y que me viera actuar delante del jurado. En mi argumento incluso había citado a Margaret Mead diciendo que quería sacar a mi hija de la escuela para que pudiera tener una educación. Pero fue un caso que en última instancia no gané: mi ex mujer se negó a permitirlo. Mi hija fue a la escuela y el asiento reservado quedó vacante.
Walter Elliot no tenía a nadie en la tribuna. No tenía hijos ni familiares con los que mantuviera relación. Nina Albrecht me había pedido sentarse en la galería para mostrar apoyo, pero como figuraba en las listas de testigos de la fiscalía y la defensa, no podía asistir al juicio hasta que se completara su testimonio. Por lo demás, mi cliente no tenía a nadie, y esto era por decisión suya. Tenía muchos asociados, simpatizantes y parásitos que deseaban estar allí; incluso tenía una lista de actores de cine dispuestos a sentarse allí por él y mostrar su apoyo. Pero le dije que si tenía una cohorte de Hollywood o a sus abogados corporativos en los asientos de detrás de él, estaría emitiendo el mensaje y la imagen equivocados al jurado. Le expliqué que todo se basaba en el jurado. Cada movimiento que se hacía -desde la elección de la corbata a los testigos que ponías en el estrado- se hacía en deferencia al jurado. Nuestro jurado anónimo.
Después de que los jurados se sentaran y se pusieran cómodos, el juez Stanton abrió la sesión preguntando si algún jurado había leído el artículo de esa mañana del Times. Nadie levantó la mano y Stanton respondió con otro recordatorio de no leer el periódico ni ver noticias del juicio en los medios.
A continuación, anunció a los miembros del jurado que el juicio empezaría con las declaraciones de apertura de los abogados de las dos partes.
– Damas y caballeros, recuerden que son declaraciones. No son pruebas. A cada parte le corresponde presentar las pruebas que respalden estas declaraciones. Y ustedes serán quienes al final del juicio decidan si lo han hecho.
Dicho esto, hizo un gesto a Golantz y anunció que la acusación empezaría. Como se había subrayado en una consulta previa al juicio, cada parte disponía de una hora para su declaración de apertura. No sabía qué haría Golantz, pero yo no me acercaría a ese tiempo.
Golantz, atractivo y de aspecto imponente con su traje negro, camisa blanca y corbata granate, se levantó y se dirigió al jurado desde la mesa de la acusación. Para el juicio tenía una ayudante, una joven y agraciada abogada llamada Denise Dabney Estaba sentada junto a él y mantuvo la mirada en el jurado durante todo el tiempo que habló el fiscal. Era una especie de defensa de cobertura: dos pares de ojos examinando constantemente las caras de los jurados, recalcando doblemente la seriedad y gravedad del asunto que nos ocupaba.
Después de presentarse a sí mismo y a su segunda, Golantz fue al grano.
– Damas y caballeros del jurado, estamos aquí hoy por la codicia y la rabia sin control, llana y simplemente. El acusado, Walter Elliot, es un hombre de gran poder, dinero y posición en nuestra comunidad. Pero eso no le bastó. No quería repartir su dinero y poder, no quiso poner la otra mejilla ante la traición y desató su ira de la forma más extrema posible. No sólo eliminó una vida, sino dos. En un momento de gran rabia y humillación, levantó el arma y mató a su esposa, Mitzi Elliot, y a Johan Rilz. Creía que su dinero y poder lo situaban por encima de la ley y que le salvarían del castigo por estos crímenes abyectos. Pero no será así. El estado probará más allá de toda duda razonable que Walter Elliot apretó el gatillo y es responsable de las muertes de dos seres humanos inocentes.
Yo me había vuelto en mi asiento, en parte para escudar a mi cliente del escrutinio del jurado y en parte para mantener una visión de Golantz y de las filas de la tribuna que había tras él. Antes de que Golantz completara el primer párrafo de su declaración, las lágrimas estaban resbalando por las mejillas de la madre de Mitzi Elliot, y eso era algo que tendría que sacar a relucir con el juez sin que lo oyera el jurado. La teatralidad era perjudicial y le pediría al juez que trasladara a la madre de la víctima a un asiento que estuviera lejos del punto focal del jurado.
Miré más allá de la mujer que lloraba y vi muecas duras en los rostros de los hombres de Alemania. Estaba muy interesado en ellos y en cómo aparecerían ante el jurado. Quería ver cómo manejaban la emoción y el ambiente de un tribunal estadounidense. Quería ver cuán amenazador podía resultar su aspecto; cuanto más nefasto y más amenazador pareciera, mejor funcionaría la estrategia de la defensa cuando me concentrara en Johan Rilz. Al mirarlos en ese momento, supe que había empezado con buen pie. Parecían enfadados y amenazadores.
Golantz presentó su caso a los componentes del jurado, contándoles los testimonios y pruebas que iba a presentar y lo que creía que significaban. No había sorpresas. En un momento recibí un mensaje de texto de una línea de Favreau, que leí por debajo de la mesa.
Favreau: Se están tragando esto. Será mejor que lo hagas bien.
«Bien -pensé-. Dime algo que no sepa.»
Era una ventaja injusta para la acusación implícita en cada juicio. La fiscalía tiene la fuerza y el poder de su lado. Es una fuerza que surge de la presunción de honestidad, integridad y justicia. La idea preconcebida en la mente de cada jurado y de cada espectador de que el acusado no estaría allí si el humo no llevara a un fuego.
Es una presunción que la defensa ha de superar. En teoría, a la persona a la que se juzga se la presume inocente. Sin embargo, cualquiera que haya pisado un tribunal como abogado o acusado sabe que la presunción de inocencia es sólo una de las nociones idealistas que te enseñan en la facultad de derecho. Ni a mí ni a nadie le cabía duda de que empezábamos este juicio con un acusado al que se presumía culpable. Tenía que encontrar una forma o bien de demostrar su inocencia o de probar que el estado había sido culpable de mala praxis, ineptitud o corrupción en su preparación del caso.
Golantz ocupó toda su hora asignada, aparentemente sin dejar secretos del caso ocultos. Mostró la arrogancia típica de la fiscalía; exponerlo todo y retar a la defensa a tratar de contradecirlo. El fiscal siempre era el gorila de trescientos kilos, tan grande y fuerte que no tenía que preocuparse de la finura. Cuando pintaba su cuadro, usaba un pincel de quince centímetros y lo colgaba de la pared con una almádena y un pico.
El juez nos había contado en la sesión previa al juicio que se nos exigiría permanecer en nuestra correspondiente mesa o usar el atril situado entre ambas mientras nos dirigíamos a los testigos durante el testimonio, pero las declaraciones de apertura y los alegatos finales eran una excepción a esta regla. Durante estos momentos de encuadre del juicio, contábamos con libertad de usar el espacio situado delante de la tribuna del jurado: un lugar que los veteranos de la abogacía llamaban el «campo de pruebas», porque es la única vez durante un juicio en que los abogados hablan directamente al jurado y o exponen convincentemente sus argumentos o fracasan.
Golantz finalmente pasó de la mesa de la acusación al campo de pruebas cuando llegó el momento de su gran final. Se situó justo delante del punto medio de la tribuna y extendió las manos, como un predicador delante de sus feligreses.
– Me he pasado de mi tiempo, amigos. Así que para cerrar, les insto a que presten mucha atención cuando escuchen las pruebas y los testimonios. El sentido común les guiará. Les insto a que no se confundan ni se desvíen por las barreras a la justicia que la defensa les presentará. Mantengan los ojos en la presa. Recuerden que a dos personas les arrebataron la vida; les privaron del futuro. Por eso estamos aquí hoy, por ellos. Muchas gracias.
El viejo comienzo de mantengan los ojos en la presa. Lo había visto utilizar en el tribunal desde que yo era abogado de oficio. Sin embargo, era un inicio sólido para Golantz. No ganaría ningún trofeo de orador del año, pero había dejado claras sus tesis. También se había dirigido a los jurados como «amigos» al menos cuatro veces según mis cuentas, y ésa era una palabra que yo nunca usaría con un jurado.
Favreau me había enviado otros dos mensajes de texto durante la última media hora de la exposición de Golantz informando de un declive en el interés del jurado. Podrían habérselo estado tragando al principio, pero ya estaban aparentemente hartos. En ocasiones no puedes extenderte demasiado. Golantz había aguantado quince asaltos como un boxeador de peso pesado. Yo iba a ser un peso wélter, y estaba interesado en golpes rápidos. Iba a entrar y salir, ganar unos pocos puntos, sembrar unas pocas semillas y plantear unas pocas preguntas. Iba a caerles bien. Eso era lo principal. Si les gustaba yo, les gustaría mi caso.
Una vez que el juez me hizo la señal, me levanté e inmediatamente pasé al campo de pruebas. No quería nada entre el jurado y yo. También era consciente de que eso me ponía delante y en foco de la cámara de Cortes TV montada en la pared por encima de la tribuna del jurado.
Me enfrenté al jurado sin hacer ningún gesto físico salvo por un leve asentimiento con la cabeza.
– Damas y caballeros, sé que el juez ya me ha presentado, pero me gustaría presentarme a mí mismo y a mi cliente. Soy Michael Haller, el abogado que representa a Walter Elliot, a quien ven aquí sentado a la mesa a mi lado.
Señalé a Elliot y, por acuerdo previo, él asintió sombríamente, sin ofrecer ninguna forma de sonrisa que se vería tan falsamente halagadora como llamar a los jurados amigos.
– Bueno, no voy a extenderme demasiado, porque quiero llegar a los testimonios y las pruebas, las pocas que hay, y ponerme manos a la obra. Basta de charla; es el momento de demostrar o callar. El señor Golantz les ha tejido una imagen grande y complicada. Ha tardado sólo una hora en perfilarla. En cambio, yo estoy aquí para decirles que este caso no es tan complicado. El caso de la fiscalía se reduce a un laberinto de humo y espejos, y cuando apartemos el humo y salgamos del laberinto, lo entenderán. Descubrirán que no hay fuego, que no hay caso contra Walter Elliot. Que hay más que duda razonable aquí, que es un ultraje que se acusara a Walter Elliot.
Una vez más me volví y señalé a mi cliente. Éste estaba sentado con la mirada baja en el bloc de papel en el que estaba escribiendo notas; una vez más por convenio previo, describiendo a mi cliente como ocupado, implicado activamente en su propia defensa, con la barbilla alta y sin preocuparse por las cosas terribles que el fiscal había dicho de él. Tenía la razón de su lado, y la razón era el poder.
Me volví hacia el jurado y continué.
– He contado que el señor Golantz ha mencionado seis veces la palabra «pistola». Seis veces ha dicho que Walter sacó una pistola y disparó a la mujer a la que amaba y a un segundo inocente que estaba allí. Seis veces. Lo que no les ha dicho seis veces es que no hay pistola. No tiene pistola. El departamento del sheriff no tiene pistola. No tienen pistola ni vínculo entre Walter y una pistola, porque él nunca ha poseído un arma.
»El señor Golantz les ha dicho que presentará pruebas irrefutables de que Walter disparó una pistola, pero déjenme que les diga que tengan paciencia. Guárdense esa promesa en el bolsillo de atrás y al final del juicio ya veremos si las llamadas pruebas son irrefutables. Veremos si simplemente se sostienen.
Al hablar, mis ojos barrieron los rostros de los miembros del jurado como los focos barren el cielo de Hollywood por la noche. Permanecí en constante pero calmado movimiento. Sentía un ritmo seguro en mis pensamientos y cadencia e instintivamente sabía que estaba atrapando al jurado. Cada uno de ellos iba conmigo.
– Sé que en nuestra sociedad queremos que nuestros agentes de la ley sean profesionales y concienzudos y que sean los mejores. Vemos crimen en las noticias y en las calles y sabemos que estos hombres y mujeres son la delgada línea entre orden y desorden. O sea, lo quiero tanto como ustedes. Yo mismo he sido víctima de un delito violento; sé lo que es. Y queremos que nuestra policía intervenga y nos saque del apuro. Al fin y al cabo, para eso están. -Me detuve y examiné toda la tribuna del jurado, sosteniendo la mirada de cada uno de sus componentes durante un instante antes de continuar-. Pero eso no es lo que ocurrió aquí. Las pruebas (y estoy hablando de las pruebas y testimonios de la propia fiscalía) nos mostrarán que desde el principio los investigadores se centraron en un sospechoso, Walter Elliot. Las pruebas mostrarán que una vez que Walter se convirtió en ese centro, todo lo demás se dejó de lado. Todas las otras vías de investigación se pararon o ni siquiera se emprendieron. Tenían un sospechoso y lo que creían que era un móvil y nunca miraron atrás. Nunca miraron hacia ningún otro sitio.
Por primera vez me moví de mi posición. Avancé hacia la barandilla situada delante del jurado número uno. Lentamente caminé por delante de la tribuna, paseando la mano por la barandilla.
– Damas y caballeros, éste es un caso de lo que se conoce como visión de túnel: concentrarse en un sospechoso y olvidarse de todo lo demás. Y les prometo que cuando salgan del túnel de la fiscalía se estarán mirando el uno al otro entrecerrando los ojos contra la luz brillante. Y se van a preguntar dónde demonios está el caso. Muchas gracias.
Solté la barandilla y me dirigí de nuevo a mi asiento. Antes de sentarme, el juez decretó una pausa para almorzar.
Una vez más mi cliente se abstuvo de comer conmigo para poder volver al estudio y seguir con su apariencia de normalidad en las oficinas ejecutivas. Estaba empezando a pensar que veía el juicio como un molesto inconveniente en su programa. O bien tenía más confianza que yo en el caso de la defensa, o el juicio simplemente no era una prioridad.
Fuera cual fuese la razón, eso me dejó con mi séquito de la primera fila. Fuimos al Traxx de Union Station porque sentía que estaba lo bastante lejos del tribunal para evitar terminar en el mismo sitio que algunos de los miembros del jurado. Patrick condujo y yo le dije que le entregara el Lincoln al aparcacoches y se nos uniera, porque quería que se sintiera parte del equipo.
Nos dieron una mesa en un reservado tranquilo junto a una ventana que daba a la enorme y maravillosa sala de espera de la estación de tren. Lorna había distribuido los asientos y terminé al lado de Julie Favreau. Desde que Lorna había empezado su relación con Cisco, había decidido que yo necesitaba estar con alguien y se había consagrado a ser una especie de casamentera. Este empeño procedente de una ex mujer (una ex mujer por la que todavía me preocupaba en muchos aspectos) era decididamente incómodo y me sentí torpe cuando Lorna me señaló abiertamente la silla contigua a mi asesora de jurado. Yo estaba enfrascado en el primer día de un juicio y la posibilidad de romance era lo último en lo que estaba pensando. Además de eso, era incapaz de mantener una relación. Mi adicción me había dejado emocionalmente distanciado de personas y cosas a las que sólo ahora empezaba a acercarme. Mi prioridad en ese momento era reconectar con mi hija. Después de eso, me preocuparía de encontrar una mujer y conocerla.
Romance aparte, Julie Favreau era una persona con la que era maravilloso trabajar. Era una mujer menuda y atractiva, con delicados rasgos faciales y cabello negro que le caía en rizos sobre la cara. Unas cuantas pecas juveniles en la nariz la hacían parecer más joven de lo que era. Sabía que tenía treinta y dos años. Una vez me había contado su historia: había llegado a Los Ángeles vía Londres para actuar en una película y había estudiado con un profesor que creía que los pensamientos internos de un personaje podían mostrarse externamente en delatores faciales, tics y movimientos corporales. Su trabajo de actriz consistía en sacar a la superficie esos delatores sin que resultara obvio. Sus ejercicios de estudiante eran la observación, identificación e interpretación de estos delatores en otros. Sus tareas la llevaron a cualquier parte, desde las salas de póquer en el sur del condado, donde aprendió a leer las caras de gente que trataba de no revelar nada, a los tribunales del edificio del tribunal penal, donde siempre había montones de caras y delatores que leer.
Después de verla en la tribuna del público durante tres días seguidos en un juicio en el cual yo estaba defendiendo a un acusado de violación múltiple, me acerqué a ella y le pregunté quién era. Esperando descubrir que era una víctima previamente desconocida del hombre sentada tras la mesa de la defensa, me sorprendió oír su historia y enterarme de que estaba allí simplemente para practicar en la interpretación de rostros y expresiones. La lleve a comer, le pedí el número y la siguiente vez que elegí un jurado le pedí que me ayudara. Había acertado de pleno en sus observaciones y la había usado varias veces desde entonces.
– Bueno -dije al extender una servilleta negra en mi regazo-. ¿Cómo va mi jurado?
Pensaba que era obvio que la pregunta estaba dirigida a Julie, pero Patrick habló antes.
– Creo que querían echarle la caballería a su hombre -dijo-. Me parece que creían que es un tipo rico y estirado que cree que puede salirse con la suya con el asesinato.
Asentí. Su percepción probablemente no iba muy descaminada.
– Bueno, gracias por las palabras de ánimo -dije-. Me aseguraré de contarle a Walter que no sea tan estirado y rico de ahora en adelante.
Patrick bajó la mirada a la mesa y pareció avergonzado.
– Sólo era un comentario, nada más.
– No, Patrick. Te lo agradezco. Todas las opiniones son bienvenidas y todas cuentan. Pero algunas cosas no se pueden cambiar. Mi cliente es rico más allá de lo que cualquiera de nosotros pueda imaginar y eso le da cierto estilo e imagen, un semblante desagradable con el que no creo que pueda hacer nada. Julie, ¿qué opinas del jurado hasta ahora?
Antes de que ella pudiera responder, el camarero se acercó y tomó nota de las bebidas. Yo me limité a agua y lima, mientras que los demás pedían té helado y Lorna un vaso de Mad Housewife Chardonnay. Le eché una mirada y ella protestó inmediatamente.
– ¿Qué? No estoy trabajando. Sólo estoy observando. Además, estoy de celebración. Estás otra vez en un juicio y hemos vuelto al negocio.
Asentí de mala gana.
– Hablando de eso, necesito que vayas al banco.
Saqué un sobre del bolsillo de mi chaqueta y se lo pasé por encima de la mesa. Ella sonrió porque sabía lo que había dentro: un cheque de Elliot por 150.000 dólares, el resto de la tarifa acordada por mis servicios.
Lorna apartó el sobre y yo volví a centrar mi atención en Julie.
– Entonces ¿qué estás viendo?
– Creo que es un buen jurado -respondió-. En general, veo muchas caras francas. Están dispuestos a escuchar tu caso, al menos ahora mismo. Todos sabemos que están predispuestos a creer a la acusación, pero no han cerrado la puerta a nada.
– ¿Ves algún cambio entre lo que hablamos el viernes? ¿Sigo presentando para el número tres?
– ¿Quién es el número tres? -preguntó Lorna antes de que Julie pudiera responder.
– El desliz de Golantz. Es abogado, y la fiscalía nunca debería haber permitido que se quedara en la tribuna.
– Todavía creo que es un buen candidato -dijo Julie-, pero hay otros. También me gustan el once y el doce, los dos jubilados y sentados uno al lado del otro. Tengo la sensación de que van a establecer un vínculo y casi trabajan como un equipo cuando se trata de deliberaciones. Te ganas a uno y te ganas a los dos.
Me encantaba su acento inglés. No era en absoluto de la flor y nata. Tenía una pillería de calle en el tono que le daba validez a lo que ella decía. Hasta el momento, Julie Favreau no había tenido mucho éxito como actriz, y una vez me había dicho que la llamaban para muchas audiciones para películas de épocas que requerían un acento inglés delicado que ella no controlaba demasiado. Sus ingresos los ganaba principalmente en las salas de póquer, donde ahora jugaba en serio, y de interpretar al jurado para mí y unos cuantos abogados más a los que yo les había presentado.
– ¿Y el jurado número siete? -pregunté-. Durante la selección era todo ojos. Ahora no me mira.
Julie asintió con la cabeza.
– ¿Te has fijado en eso? El contacto visual se ha perdido por completo. Es como si algo hubiera cambiado entre el viernes y hoy. Tendría que decir en este punto que es una señal de que está en el campo de la fiscalía. Mientras que tú estabas presentando para el número tres, puedes apostar a que el Señor Invicto va a por el número siete.
– Me lo tengo merecido por escuchar a mi cliente -dije entre dientes.
Pedimos la comida y le dije al camarero que se diera prisa, porque teníamos que volver al tribunal. Mientras esperábamos, me puse al día de los testigos de descargo con Cisco y él me informó de que estábamos preparados en ese aspecto. Le pedí que esperara hasta que se levantara la sesión y viera si podía seguir a los alemanes cuando salieran del tribunal y hasta que llegaran al hotel. Quería saber dónde se alojaban, sólo por precaución. Antes de que terminara el juicio, no iban a estar muy contentos conmigo y era una buena estrategia saber dónde estaban tus enemigos.
Estaba a mitad de mi ensalada de pollo asado cuando miré por la ventana hacia la sala de espera de Union Station. Era una gran mezcla de diseños arquitectónicos, pero fundamentalmente tenía una vibración art decó. Había filas y más filas de butacas para que esperaran los viajeros y enormes candelabros colgados del techo. Vi a gente durmiendo en sillas y otros sentados con sus maletas y pertenencias reunidas cerca de ellos.
Y entonces vi a Bosch. Estaba sentado solo en la tercera fila contando desde mi ventana. Tenía los auriculares puestos. Nuestras miradas se encontraron por un momento y entonces él apartó la suya. Yo dejé el tenedor y busqué dinero en mi bolsillo. No tenía ni idea de cuánto costaba una copa de Mad House-wife, pero Lorna ya iba por la segunda. Dejé cinco billetes de veinte sobre la mesa y les dije a los demás que terminaran de comer mientras yo salía a hacer una llamada.
Salí del restaurante y llamé al móvil de Bosch. Él se quitó los auriculares y respondió mientras yo me acercaba a la tercera fila de asientos.
– ¿Qué? -dijo a modo de saludo.
– ¿Frank Morgan otra vez?
– No, Ron Cárter. ¿Por qué me llama?
– ¿Qué opina del artículo?
Me senté en el asiento libre que había frente a él, lo miré pero actué como si estuviera hablando con alguien alejado.
– Esto es bastante estúpido -dijo Bosch.
– Bueno, no sabía si quería ir de incógnito o…
– Cuelgue.
Cerramos los teléfonos y nos miramos el uno al otro.
– Bueno -espeté-. ¿Estamos en juego?
– No lo sabremos hasta que lo sepamos.
– ¿Qué significa eso?
– El artículo está ahí. Creo que hizo lo que queríamos que hiciera. Ahora esperamos y vemos. Si ocurre algo, entonces sí, estamos en juego. No sabremos si vamos a estar en juego hasta que lo estemos.
Asentí con la cabeza, aunque lo que había dicho no tenía sentido para mí.
– ¿Quién es la mujer de negro? -preguntó-. No me dijo que tuviera novia. Probablemente también deberíamos vigilarla.
– Es mi lectora de jurados, nada más.
– Ah, ¿le ayuda a elegir a gente que odia a la policía y va contra el establishment?
– Algo así. ¿Solamente está usted? ¿Me está vigilando solo?
– ¿Sabe?, una vez tuve una novia que siempre me hacía las preguntas a tandas. Nunca de una en una.
– ¿Alguna vez respondió a alguna de sus preguntas? ¿O simplemente las desvió inteligentemente como está haciendo ahora?
– No estoy solo, abogado. No se preocupe. Tiene gente alrededor a la que no verá nunca. Tengo gente en su oficina tanto si está allí como si no.
Y cámaras. Las habían instalado diez días antes, cuando pensábamos que el artículo del Times era inminente.
– Sí, bueno, no estaremos allí mucho tiempo.
– Me he fijado. ¿Adónde se muda?
– A ningún sitio. Trabajo desde mi coche.
– Parece divertido.
Lo estudié un momento. Había sido sarcástico en su tono, como de costumbre. Era un tipo molesto, pero en cierto modo me había convencido de que le confiara mi seguridad.
– Bueno, he de ir al tribunal. ¿Hay algo que deba hacer? ¿Cualquier forma particular en que quiera que actúe o algún sitio al que quiera que vaya?
– Sólo haga lo mismo de siempre. Pero hay una cosa: mantenerle vigilado en movimiento requiere mucha gente. Así que, al final del día, cuando esté en casa por la noche, llámeme y dígamelo para que pueda enviar a gente a descansar.
– Vale. Pero aun así tendrá a alguien vigilando, ¿no?
– No se preocupe, estará cubierto en todo momento. Ah, y otra cosa.
– ¿Qué?
– No se me vuelva a acercar así.
Asentí. Me estaba echando.
– Entendido.
Me levanté y miré hacia el restaurante. Vi a Lorna contando los billetes de veinte que había dejado y poniéndolos sobre la cuenta. Al parecer los estaba usando todos. Patrick se había levantado de la mesa y estaba yendo a buscar el coche.
– Hasta luego, detective -dije sin mirarlo.
No respondió. Me alejé y alcancé a mi grupo cuando estaban saliendo del restaurante.
– ¿Era el detective Bosch con quien estabas? -preguntó Lorna.
– Sí, lo vi ahí fuera.
– ¿Qué estaba haciendo?
– Dijo que le gusta venir aquí a comer, sentarse en esas butacas cómodas a pensar.
– Es una coincidencia que nosotros también estuviéramos aquí.
Julie Favreau negó con la cabeza.
– Las coincidencias no existen -dijo.
Después de comer, Golantz empezó a presentar su caso. Empezó con lo que yo llamaba la presentación de «casilla uno». Comenzó por el principio -la llamada al 911 que llevó a la luz pública el doble homicidio- y procedió de un modo lineal a partir de ahí. El primer testigo era una operadora de emergencias del centro de comunicaciones del condado, a la que usaron para presentar las cintas de las grabaciones de petición de ayuda de Walter Elliot. En una moción previa al juicio intenté frustrar la reproducción de las dos cintas, argumentando que las transcripciones impresas serían más claras y más útiles para los jurados, pero el juez había fallado a favor de la acusación. Ordenó a Golantz que proporcionara a los miembros del jurado transcripciones para que pudieran leer junto con el audio cuando las cintas se reprodujeran en la sala.
Había intentado impedir la reproducción de las cintas porque sabía que eran perjudiciales para mi cliente. Elliot había hablado con calma a la operadora en la primera llamada, informando de que su mujer y otra persona habían sido asesinados. En ese comportamiento calmado había espacio para que el jurado hiciera una interpretación de frialdad calculada que yo no deseaba que hiciera. La segunda cinta era peor desde el punto de vista de la defensa. Elliot sonaba molesto y también dejaba patente su desagrado por el hombre al que habían matado con su esposa.
Cinta 1. 02-05-2007. 13.05 h
OPERADORA: Nueve uno uno. ¿Tiene una emergencia?
WALTER ELLIOT: Sí…, bueno, creo que están muertos. No creo que nadie pueda ayudarlos.
OPERADORA: Disculpe, señor, ¿con quién estoy hablando?
WALTER ELLIOT: Soy Walter Elliot. Estoy en mi casa.
OPERADORA: Sí, señor. ¿Y ha dicho que alguien ha muerto?
WALTER ELLIOT: He encontrado a mi mujer. Le han disparado. Y también hay un hombre. También le han disparado.
OPERADORA: Espere un momento, señor. Deje que informe de esto y envíe ayuda.
pausa
OPERADORA: Muy bien, señor Elliot, la ambulancia y los agentes están en camino.
WALTER ELLIOT: Es tarde para ellos. Para los médicos, digo.
OPERADORA: He de mandarlos, señor. ¿Dice que les han disparado? ¿Está usted en peligro?
WALTER ELLIOT: No lo sé. Acabo de llegar. Yo no lo he hecho. ¿Está grabando esto?
OPERADORA: Sí, señor. Todo se graba. ¿Está en la casa ahora 280 mismo?
WALTER ELLIOT: En el dormitorio. Yo no lo hice.
OPERADORA: ¿Hay alguien más en la casa además de usted y las dos personas a la que dispararon?
WALTER ELLIOT: No lo creo.
OPERADORA: Muy bien, quiero que salga a la calle para que los agentes lo vean cuando lleguen. Manténgase donde puedan verlo.
WALTER ELLIOT: De acuerdo, voy a salir.
final
En la segunda cinta aparecía otra operadora, pero dejé que Golantz la reprodujera. Había pedido la gran discusión respecto a si las cintas debían reproducirse, y no veía el sentido en hacer perder el tiempo al tribunal haciendo que el fiscal trajera a la segunda operadora para presentar la segunda cinta.
Esta llamada se hizo desde el teléfono móvil de Elliot. Estaba fuera y se distinguía de fondo el rumor de las olas del océano.
Cinta 2. 05-02-2007. 13.24 h
OPERADORA: Nueve uno uno, ¿cuál es su emergencia?
WALTER ELLIOT: Sí, he llamado antes. ¿Dónde están todos?
OPERADORA: ¿Ha llamado al nueve uno uno?
WALTER ELLIOT: Sí, han disparado a mi mujer. Y también al alemán. ¿Dónde está todo el mundo?
OPERADORA: ¿Es por la llamada de Malibú en Crescent Cove Road?
WALTER ELLIOT: Sí, soy yo. Llamé hace al menos quince minutos y no ha llegado nadie.
OPERADORA: Señor, mi pantalla muestra que nuestra unidad alfa tiene un tiempo estimado de llegada de menos de un minuto. Cuelgue el teléfono y quédese en la puerta para que puedan verle cuando lleguen. ¿Lo hará, señor?
WALTER ELLIOT: Ya estoy fuera.
OPERADORA: Entonces espere ahí, señor.
WALTER ELLIOT: Lo que usted diga. Adiós.
final
En la segunda llamada, Elliot no sólo sonaba enfadado por el retraso, sino que decía la palabra «alemán» casi con desdén. No importaba si la culpabilidad podía extrapolarse de sus tonos verbales, las cintas contribuían a establecer la tesis de la fiscalía de que Walter Elliot era un arrogante que se creía por encima de la ley. Era un buen comienzo para Golantz.
Decliné interrogar a la operadora telefónica porque sabía que no podía obtener nada para la defensa. El siguiente testigo de cargo era el agente del sheriff Brendan Murray, que conducía el coche alfa que respondió en primer lugar a la llamada al 911. En media hora de testimonio, Golantz guio con minucioso detalle las explicaciones del agente sobre su llegada y hallazgo de los cadáveres. Prestó especial atención a los recuerdos de Murray de la conducta, actitud y afirmaciones de Elliot. Según Murray, el acusado no mostró emoción alguna cuando los condujo por la escalera al dormitorio donde habían disparado a su esposa, que yacía muerta y desnuda en la cama. Pasó con calma por encima de las piernas del hombre asesinado en el umbral y señaló al cadáver que había en la cama.
– Dijo: «Es mi esposa. Y estoy casi seguro de que está muerta» -testificó Murray.
Según Murray, Elliot manifestó asimismo en al menos tres ocasiones que él no había matado a las dos personas del dormitorio.
– Veamos, ¿eso es inusual? -preguntó Golantz.
– Bueno, no estamos formados para participar en investigaciones de homicidios -dijo Murray-. Se supone que no hemos de hacerlo. Así que yo nunca le pregunté a Elliot si lo había hecho. Él simplemente nos lo decía.
Tampoco tenía preguntas para Murray. Él estaba en mi lista de testigos y podría volver a llamarlo durante la fase de la defensa del juicio si me hacía falta. Pero quería esperar al siguiente testigo de la acusación, Christopher Harber, que era el compañero de Murray y un novato en el departamento del sheriff. Pensaba que si alguno de los agentes podía cometer un error que pudiera ayudar a la defensa, sería el novato. El testimonio de Harber fue más breve que el de Murray y básicamente se utilizó para confirmar el testimonio de su compañero. Oyó las mismas cosas que había oído Murray y también vio las mismas cosas.
– Sólo unas pocas preguntas, señoría -dije cuando Stanton me preguntó por un contrainterrogatorio.
Mientras que Golantz había realizado su interrogatorio directo desde el atril, yo me quedé en la mesa de la defensa para la réplica. Era una treta. Quería que el jurado, el testigo y el fiscal creyeran que sólo estaba siguiendo el protocolo y haciendo unas cuantas preguntas en el contrainterrogatorio. La verdad era que estaba a punto de plantar lo que sería un elemento clave en la estrategia de la defensa.
– Veamos, agente Harber, es usted novato, ¿verdad?
– Así es.
– ¿Ha testificado antes ante un tribunal?
– No en un caso de homicidio.
– Bueno, no se ponga nervioso. Pese a lo que pueda haberle dicho el señor Golantz, no muerdo.
Hubo un educado murmullo de risas en la sala. El rostro de Harber se puso un poco colorado. Era un hombre grande con el pelo rubio rojizo cortado al estilo militar, como les gusta en el departamento del sheriff.
– Veamos, cuando usted y su compañero llegaron a la casa de Elliot, dijo que vio a mi cliente de pie en la rotonda. ¿Es correcto?
– Es correcto.
– Muy bien, ¿qué estaba haciendo?
– Sólo estaba allí de pie. Le habían dicho que nos esperara.
– Muy bien, veamos, ¿ qué sabía usted de la situación cuando el coche alfa aparcó allí?
– Sólo sabíamos lo que nos había dicho la operadora: que un hombre llamado Walter Elliot había llamado desde la casa y había dicho que había dos personas muertas en el interior. Que les habían disparado.
– ¿Había recibido alguna llamada similar antes?
– No.
– ¿Estaba asustado, nervioso, excitado? ¿Qué?
– Diría que la adrenalina fluía, pero estaba bastante tranquilo.
– ¿Sacó su arma al salir del coche?
– Sí, lo hice.
– ¿Apuntó al señor Elliot?
– No, la llevé a mi costado.
– ¿Su compañero sacó el arma?
– Eso creo.
– ¿Apuntó al señor Elliot?
Harber vaciló. Siempre me gustaba que los testigos de la fiscalía vacilaran.
– No lo recuerdo. En realidad no lo estaba mirando, miraba al acusado.
Asentí con la cabeza, como si eso tuviera sentido para mí.
– Tenía que mantener la seguridad, ¿no? No conocía a este hombre. Sólo sabía que supuestamente había dos personas muertas en el interior.
– Eso es.
– Entonces ¿sería correcto decir que se acercó al señor Elliot con cautela?
– Sí.
– ¿Cuándo se guardó el arma?
– Después de que registráramos la casa.
– ¿Se refiere a que fue después de que entraran y confirmaran las muertes y que no había nadie más dentro? -Correcto.
– Bien, así pues, cuando estaban haciendo esto, ¿el señor Elliot permaneció todo el tiempo con ustedes?
– Sí, necesitábamos mantenerlo con nosotros para que nos mostrara dónde estaban los cadáveres.
– ¿Estaba detenido?
– No. Nos los mostró voluntariamente.
– Pero lo habían esposado, ¿no?
A la pregunta siguió la segunda vacilación de Harber. Estaba en aguas revueltas y probablemente recordando las frases que había practicado con Golantz o su ayudante.
– Había accedido voluntariamente a ser esposado. Le explicamos que no lo estábamos deteniendo, pero que teníamos una situación volátil en la casa y que sería preferible para su seguridad y la nuestra que estuviera esposado mientras registrábamos la casa.
– Y accedió.
– Sí, accedió.
En mi visión periférica vi a Elliot negar con la cabeza. Esperaba que el jurado también lo hubiera visto.
– ¿Llevaba las manos esposadas a la espalda o por delante?
– A la espalda, según la normativa. No estamos autorizados a esposar a un sujeto por delante.
– ¿Un sujeto? ¿Qué significa eso?
– Un sujeto puede ser cualquier persona envuelta en una investigación.
– ¿Alguien que está detenido?
– Eso también, sí. Pero Elliot no estaba detenido.
– Sé que es nuevo en el trabajo, pero ¿con cuánta frecuencia ha esposado a alguien que no estuviera detenido?
– Ha ocurrido en alguna ocasión, pero no puedo recordar cuántas veces.
Asentí, pero esperaba que quedara claro que no estaba asintiendo porque lo creyera.
– Veamos, su compañero y usted han testificado que el señor Elliot les dijo a los dos en tres ocasiones que no era responsable de los crímenes ocurridos en esa casa. ¿Es así?
– Sí.
– Oyó esas afirmaciones.
– Sí.
– ¿Fue cuando estaban dentro o fuera de la casa?
– Fue dentro, cuando estábamos en el dormitorio.
– Así que eso significa que hizo esas supuestamente no incitadas declaraciones de su inocencia mientras estaba esposado con los brazos a su espalda y usted y su compañero llevaban las armas desenfundadas, ¿es eso correcto?
La tercera vacilación.
– Sí, creo que así es.
– ¿Y está diciendo que no estaba detenido en este momento?
– No estaba detenido.
– Muy bien, ¿qué ocurrió después de que Elliot les llevara a la casa y al dormitorio donde estaban los cadáveres y usted y su compañero determinaran que no había nadie más en la casa?
– Volvimos a sacar al señor Elliot, precintamos la casa y avisamos al servicio de detectives por un caso de homicidio.
– ¿Todo eso está de acuerdo con la normativa del departamento del sheriff?
– Sí.
– Bien. Dígame, agente Harber, ¿le retiró las esposas entonces al señor Elliot, puesto que no estaba detenido?
– No señor, no lo hicimos. Colocamos al señor Elliot en la parte trasera del coche, y va contra el procedimiento colocar a un sujeto en un coche del sheriff sin esposas.
– Una vez más, tenemos la palabra «sujeto». ¿Está seguro de que Elliot no estaba detenido?
– Estoy seguro. No lo detuvimos.
– Muy bien, ¿cuánto tiempo estuvo en el asiento trasero de ese coche?
– Aproximadamente media hora mientras esperábamos al equipo de homicidios.
– ¿Y qué ocurrió cuando llegó ese equipo?
– Cuando llegaron los investigadores, primero miraron en la casa. Después salieron y tomaron la custodia del señor Elliot. Quiero decir que lo sacaron del coche.
Hubo un desliz que aproveché.
– ¿Estaba bajo custodia en ese momento?
– No, me he equivocado. Voluntariamente accedió a esperar en el coche y luego llegaron y lo sacaron.
– ¿Está diciendo que accedió voluntariamente a permanecer esposado en la parte trasera de un coche patrulla?
– Sí.
– Si hubiera querido, podría haber abierto la puerta y salido.
– No lo creo. Las puertas traseras tienen cierres de seguridad. No se pueden abrir desde dentro.
– Pero estaba allí voluntariamente.
– Sí.
Ni siquiera Harber tenía aspecto de creer lo que estaba diciendo. Se había ruborizado todavía más.
– Agente Harber, ¿cuándo le quitaron finalmente las esposas al señor Elliot?
– Cuando los detectives lo sacaron del coche, le quitaron las esposas y se las devolvieron a mi compañero.
– Muy bien.
Asentí como si hubiera terminado y pasé unas páginas en mi bloc para revisar las preguntas que se me habían pasado. Mantuve la mirada fija en el bloc cuando hablé.
– Ah, agente, una última cosa. La primera llamada al 911 se recibió a las 13.05 según el registro. El señor Elliot tuvo que llamar diecinueve minutos más tarde para asegurarse de que no se habían olvidado, y entonces usted y su compañero llegaron finalmente cuatro minutos después de eso. Un total de veintitrés minutos de tiempo de respuesta. -Ahora levanté la mirada a Harber-. Agente, ¿por qué tardaron tanto en responder a lo que debería haber sido una llamada prioritaria?
– El distrito de Malibú es el más grande geográficamente. Tuvimos que venir desde otra llamada en el otro lado de la montaña.
– ¿No había otro coche patrulla disponible más cerca?
– Mi compañero y yo íbamos en el coche alfa. Es un vehículo nómada. Nos ocupamos de las llamadas prioritarias y las aceptamos cuando las recibimos de central.
– Muy bien, agente, no tengo nada más.
En la contrarréplica, Golantz siguió el señuelo que yo le había mostrado. Planteó a Harber varias preguntas relacionadas con el hecho de si Elliot estaba detenido o no. El fiscal trató de difuminar esta idea, que jugaría a favor de la teoría de la visión de túnel de la defensa. Eso era lo que quería que pensara que estaba haciendo y funcionó. Golantz pasó otros quince minutos sacando testimonios de Harber que subrayaban que el hombre al que él y su compañero habían esposado fuera de la escena del crimen de un doble homicidio no estaba detenido. Desafiaba al sentido común, pero la acusación insistía en ello.
Cuando el fiscal hubo terminado, el juez dictó la pausa de la tarde. En cuanto el jurado hubo abandonado la sala, oí que susurraban mi nombre. Me volví y vi a Lorna, que señaló con el dedo la parte de atrás de la sala. Me volví aún más para mirar y allí estaban mi hija y su madre, apretadas al fondo de la tribuna del público. Mi hija me saludó subrepticiamente y yo le devolví la sonrisa.
Me reuní con ellos fuera de la sala, lejos del coágulo de periodistas que rodeaban al resto de protagonistas del juicio al salir. Hayley me abrazó y yo me sentí abrumado por el hecho de que hubiera venido. Vi un banco de madera vacío y nos sentamos en él.
– ¿Cuánto tiempo lleváis aquí? -pregunté-. No os había visto.
– Lamentablemente, no mucho -respondió Maggie-. Su última asignatura hoy era educación física, así que decidí tomarme la tarde libre, recogerla temprano y venir. Hemos visto la mayor parte del contrainterrogatorio del agente.
Miré de Maggie a nuestra hija, que estaba sentada entre nosotros. Tenía el mismo aspecto que su madre: pelo y ojos oscuros, piel que mantenía el bronceado hasta entrado el invierno.
– ¿Qué te ha parecido, Hay?
– Hum, creo que era muy interesante. Le has hecho un montón de preguntas. Parecía que se estaba enfadando.
– No te preocupes, lo superará.
Miré por encima de su cabeza y le hice un guiño a Maggie.
– ¿Mickey?
Me volví y vi que era McEvoy del Times. Se había acercado con bloc y bolígrafo preparados.
– Ahora no -dije.
– Sólo tengo unas preguntas rápi…
– He dicho que ahora no. Déjeme solo.
McEvoy se volvió y se dirigió a uno de los grupos que rodeaban a Golantz.
– ¿Quién era? -preguntó Hayley.
– Un periodista. Hablaré con él después.
– Mamá dice que hoy salía un gran artículo sobre ti.
– En realidad no era sobre mí, era sobre el caso. Por eso esperaba que vinieras a verme un rato.
Miré a mi ex mujer y le di las gracias con la cabeza. Ella había dejado de lado cualquier resquemor que tuviera conmigo y había puesto a nuestra hija por delante. Al menos siempre podía contar con ella para eso.
– ¿Vas a volver a entrar? -preguntó Hayley.
– Sí, es sólo un pequeño descanso para que la gente pueda beber o ir al lavabo. Tenemos otra sesión más y luego nos iremos a casa hasta mañana.
Ella asintió y miró por el pasillo hacia la puerta de la sala. Yo seguí su mirada y vi que la gente estaba empezando a entrar de nuevo.
– Papá, ¿ese hombre mató a alguien?
Miré a Maggie y ella se encogió de hombros como diciendo: «Yo no le he dicho que te lo pregunte».
– Bueno, cielo, no lo sabemos. Está acusado de eso, sí, y mucha gente cree que lo hizo. Pero todavía no se ha probado nada y vamos a usar este juicio para decidirlo. Para eso es el juicio. ¿Recuerdas que te lo expliqué?
– Sí, me acuerdo.
– Mick, ¿es su familia?
Miré por encima del hombro y me quedé helado al encontrarme cara a cara con Walter Elliot. Estaba sonriendo afectuosamente, esperando una presentación. Poco sabía quién era Maggie McFiera.
– Eh, ah, Walter. Ésta es mi hija, Hayley, y su madre, Maggie McPherson.
– Hola -dijo Hayley, tímidamente.
Maggie saludó con la cabeza y pareció incómoda.
Walter cometió el error de tenderle la mano a Maggie. Si ella podía actuar con más rigidez, yo no podía imaginarlo. Estrechó la mano de Walter Elliot una vez y luego la retiró rápidamente. Cuando la mano del acusado se movió hacia Hayley, Maggie literalmente dio un salto, puso las manos en los hombros de nuestra hija y la separó del banco.
– Hayley, vamos deprisa al lavabo antes de que vuelva a empezar la sesión.
Se llevó a Hayley hacia el lavabo. Walter los observó irse y luego me miró, todavía con el brazo estirado. Me levanté.
– Lo siento, Walter, mi ex mujer es fiscal. Trabaja para la fiscalía del distrito.
Levantó mucho las cejas.
– Entonces, supongo que entiendo por qué es ex mujer.
Asentí sólo para que se sintiera mejor. Le dije que volviera a entrar en la sala y que yo le acompañaría enseguida.
Caminé hacia los lavabos y me encontré con Maggie y Hayley cuando salían.
– Creo que nos vamos a casa -dijo Maggie.
– ¿En serio?
– Tiene muchos deberes y creo que ya ha visto bastante por hoy.
Podría haber protestado el último punto, pero lo dejé estar.
– Muy bien -dije-. Hayley, gracias por venir. Significa mucho para mí.
– Vale.
Me agaché y la besé en la cabeza, luego la atraje para abrazarla. Sólo era en momentos como ése con mi hija cuando la brecha que había abierto en mi vida se cerraba. Me sentía conectado a algo que importaba. Miré a Maggie.
– Gracias por traerla.
Ella asintió.
– Por si sirve de algo, lo estás haciendo muy bien.
– Sirve de mucho. Gracias.
Maggie se encogió de hombros y dejó escapar una pequeña sonrisa. Eso también fue bonito.
Las observé caminar hacia la zona de ascensores, sabiendo que iban a la que había sido mi casa y preguntándome por qué había estropeado tanto mi vida.
– ¡Hayley! -dije en voz alta a su espalda.
Mi hija se volvió a mirarme.
– Hasta el miércoles. ¡ Crepés!
Ella estaba sonriendo cuando se unieron a la multitud que esperaba un ascensor.
Me fijé en que mi ex mujer también estaba sonriendo. La señalé mientras volvía hacia la sala.
– Tú también puedes venir.
Ella asintió.
– Ya veremos -dijo.
Un ascensor se abrió y avanzaron hacia allí.
– Ya veremos.
Esas dos palabras lo representaban todo para mí.
En cualquier juicio por homicidio, el principal testigo para la acusación es siempre el investigador jefe. Como no hay víctimas vivas para contarle al jurado lo que les había ocurrido, recaía en el detective la responsabilidad de explicar la investigación, así como de hablar por los muertos. El detective convence; lo reúne todo para el jurado, lo deja claro y bien dispuesto. El trabajo del detective es vender el caso al jurado y, como en cualquier intercambio o transacción, con frecuencia la clave está en el vendedor tanto como en el producto que se vende. Los mejores detectives de homicidios son los mejores vendedores. He visto hombres tan duros como Harry Bosch dejando caer una lágrima en el estrado al describir los últimos momentos pasados en este mundo por una víctima de homicidio.
Golantz llamó al detective del caso al estrado después del receso de la tarde. Fue un golpe de genio y planificación magistral. John Kinder ocuparía el centro del estrado hasta que se levantara la sesión, y los jurados se irían a casa con sus palabras para considerar durante la cena y la noche. Y no había nada que yo pudiera hacer salvo mirar.
Kinder era un hombre negro, grande y afable que hablaba con una voz de barítono paternal. Llevaba gafas de lectura caídas hasta la punta de la nariz cuando consultaba la gruesa carpeta que se había llevado consigo al estrado. Entre pregunta y pregunta miraba por encima de los cristales a Golantz o al jurado. Sus ojos parecían cómodos, amables, alertas y prudentes. Era la clase de testigo para el que no tenía respuesta.
Con las preguntas precisas de Golantz y una serie de primeros planos de las fotos de la escena del crimen -cuya exposición no había podido evitar bajo el argumento de que eran tendenciosas- Kinder llevó al jurado a dar una vuelta por la escena del crimen para exponerles lo que las pruebas contaban al equipo de investigación. Era puramente clínico y metódico, pero a la vez sumamente interesante. Con su voz profunda y autorizada, Kinder casi daba la impresión de un profesor que explicaba el abecé de la investigación de homicidios a todos los presentes en la sala.
Protesté ocasionalmente cuando pude, en un esfuerzo por romper el ritmo Golantz-Kinder, pero había poco que pudiera hacer salvo despejar de cabeza y esperar. En un momento recibí un mensaje de texto en mi teléfono desde la tribuna y éste no me ayudó a calmar mis preocupaciones.
Favreau: ¡Les encanta este tipo! ¿No puedes hacer nada?
Sin volverme a mirar a Favreau, me limité a negar con la cabeza mientras miraba la pantalla del móvil por debajo de la mesa de la defensa.
Entonces miré a mi cliente y me pareció que apenas estaba prestando atención al testimonio de Kinder. Estaba tomando notas en un bloc, pero no eran sobre el juicio o el caso. Vi un montón de números y el encabezamiento Distribución Exterior subrayado en la página. Me acerqué y le susurré.
– Ese tipo nos está matando -le dije-. Por si no se ha dado cuenta.
Una sonrisa sin humor apareció en los labios de Elliot, que me respondió con otro susurro.
– Creo que lo estamos haciendo bien. Ha tenido un buen día.
Negué con la cabeza y volví a observar el testimonio. Tenía un cliente que no estaba preocupado con la realidad de su situación. Estaba al corriente de mi estrategia en el juicio y de que tenía la bala mágica en mi revólver, pero nada es seguro cuando se trata de un juicio. Por eso el noventa por ciento de los casos se solventan con una resolución antes del juicio. Nadie quiere jugársela. Las apuestas son demasiado altas. Y en un proceso por homicidio las apuestas son las más altas de todas. Pero desde el primer día Walter Elliot no daba la sensación de entenderlo. Seguía con su negocio de hacer películas y ocuparse de la distribución en el extranjero y aparentemente creía que estaba fuera de toda duda que lo declararían inocente al final del juicio. Yo sentía que mi caso era a prueba de balas, pero ni siquiera yo mismo poseía esa seguridad.
Después de cubrir a conciencia con Kinder los aspectos fundamentales de la investigación de la escena del crimen, Golantz pasó al testimonio sobre Elliot y la interacción del investigador con él.
– Veamos, ha testificado que el acusado permaneció en el coche patrulla del agente Murray mientras ustedes examinaban inicialmente la escena del crimen y veían qué terreno pisaban, ¿correcto?
– Sí, es correcto.
– ¿Cuándo habló por primera vez con Walter Elliot?
Kinder se refirió a un documento que tenía en la carpeta abierta en el estante delante del estrado de los testigos.
– Aproximadamente a las 14.30 salí de la casa después de completar mi examen inicial de la escena del crimen y les pedí a los agentes que sacaran del coche al señor Elliot.
– ¿Y qué hizo entonces?
– Le pedí a uno de los agentes que le quitara las esposas, porque consideraba que ya no eran necesarias. Había varios agentes e investigadores en la escena en ese momento y el lugar estaba muy seguro.
– ¿Estaba el señor Elliot bajo arresto en ese momento?
– No, no lo estaba y se lo expliqué a él. Le dije que los agentes habían estado tomando todas las precauciones hasta que supieron lo que tenían. El señor Elliot dijo que lo comprendía. Le pregunté si quería continuar cooperando y mostrar el interior de la casa a los miembros de mi equipo y dijo que sí.
– ¿Entonces volvió a llevarlos al interior de la casa?
– Sí. Primero le pedimos que se pusiera botines para no contaminar nada y luego volvimos a entrar. Le pedí a Elliot que volviera a trazar exactamente los pasos que dijo que había dado cuando entró y encontró los cadáveres.
Tomé nota respecto a que era un poco tarde para los botines, porque Elliot ya había mostrado el interior a los primeros agentes. Dispararía a Kinder con eso en el contrainterrogatorio.
– ¿Había algo inusual en los pasos que dijo que había dado o algo inconsistente en lo que le contó?
Protesté a la pregunta, argumentando que era demasiado vaga. El juez la aceptó. Un punto de inconsistencia para la defensa. Golantz simplemente la reformuló de un modo más específico.
– ¿Adonde lo llevó el señor Elliot en la casa, detective Kinder?
– Nos hizo pasar y subimos directamente por la escalera al dormitorio. Nos dijo que era eso lo que había hecho al entrar. Explicó que entonces encontró los cadáveres y llamó al 911 desde el teléfono contiguo a la cama. Dijo que la operadora le pidió que saliera de la casa y esperara en la puerta y que eso es lo que hizo. Le pregunté específicamente si había estado en algún otro lugar de la casa y dijo que no.
– ¿Parecía inusual o inconsistente?
– Bueno, para empezar, pensé que de ser cierto era extraño que hubiera entrado y hubiera subido directamente al dormitorio sin mirar inicialmente en la planta baja de la casa. Tampoco cuadraba con lo que nos dijo al salir de la casa. Señaló el coche de su mujer, que estaba aparcado en la rotonda, y dijo que era así como supo que había alguien con ella en la casa. Le pregunté qué significaba y dijo que había aparcado delante para que Johan Rilz, la otra víctima, pudiera usar la plaza de garaje. Habían almacenado muebles y cosas allí y sólo quedaba un espacio libre. Dijo que el alemán había escondido su Porsche allí y que su mujer tuvo que aparcar fuera.
– ¿Y cuál fue el significado para usted?
– Bueno, mostraba engaño. Había dicho que no había estado en ninguna parte de la casa salvo el dormitorio de arriba, pero estaba muy claro que había mirado en el garaje y había visto el Porsche de la segunda víctima.
Golantz asintió enfáticamente desde el estrado, recalcando el punto de que Elliot engañaba. Sabía que podría manejar esa cuestión en el contrainterrogatorio, pero no tendría ocasión de hacerlo hasta el día siguiente, después de que la idea hubiera empapado los cerebros del jurado durante casi veinticuatro horas.
– ¿Qué ocurrió después de eso? -preguntó Golantz.
– Bueno, todavía había mucho que hacer dentro de la casa, así que pedí a un par de miembros de mi equipo que llevaran al señor Elliot a la comisaría de Malibú para que pudiera esperar allí y estar cómodo.
– ¿Estaba detenido en ese momento?
– No, una vez más le expliqué que necesitábamos hablar con él y que, si todavía estaba dispuesto a cooperar, íbamos a llevarlo a una sala de entrevistas en la comisaría. Le dije que llegaría allí lo antes posible. Una vez más estuvo de acuerdo.
– ¿Quién lo transportó?
– Los investigadores Joshua y Toles lo metieron en el coche.
– ¿Por qué no continuaron y lo interrogaron al llegar a la comisaría de Malibú?
– Porque quería saber más de él y la escena del crimen antes de que habláramos con él. En ocasiones sólo tienes una oportunidad, incluso con un testigo cooperador.
– Ha usado la palabra «testigo». ¿El señor Elliot no era un sospechoso en ese momento?
Era un juego del gato y el ratón con la verdad. No importaba cómo respondiera Kinder, todo el mundo en la sala sabía que había puesto el punto de mira en Elliot.
– Bueno, hasta cierto punto nadie y todos son sospechosos -respondió Kinder-. En una situación como ésa, se sospecha de todos. Pero en ese punto, no sabía mucho de las víctimas, no sabía mucho del señor Elliot y no sabía exactamente lo que tenía, así que en ese momento lo estaba viendo más como un testigo muy importante. Había encontrado los cadáveres y conocía a las víctimas. Podía ayudarnos.
– Muy bien, entonces lo dejó en la comisaría de Malibú mientras se ponía a trabajar en la escena del crimen. ¿Qué estuvo haciendo?
– Mi trabajo consistió en supervisar la documentación de la escena del crimen y la recopilación de cualquier prueba en la casa. También estábamos trabajando en los teléfonos y ordenadores, confirmando las identidades y buscando el historial de las partes implicadas.
– ¿Qué averiguó?
– Averiguamos que ninguno de los Elliot tenía antecedentes ni ningún arma registrada legalmente. Averiguamos que la otra víctima, Johan Rilz, era de nacionalidad alemana y al parecer no tenía antecedentes ni poseía armas. Averiguamos que el señor Elliot era director de un estudio y tenía mucho éxito en la industria del cine, cosas así.
– ¿En algún momento algún miembro de su equipo redactó órdenes de registro en el caso?
– Sí, lo hicimos. Procedimos con suma precaución. Redactamos y un juez firmó una serie de órdenes de registro para que contáramos con la autoridad para continuar la investigación y seguirla allí donde nos llevara.
– ¿Es inusual dar tales pasos?
– Quizá. Los tribunales han concedido a las fuerzas del orden mucha libertad de acción para recoger pruebas, pero determinamos que por las partes implicadas en este caso daríamos un paso extra. Solicitamos las órdenes de registro aunque podríamos no necesitarlas.
– ¿Para qué eran concretamente las órdenes de registro?
– Teníamos órdenes para la casa de Elliot y para los tres coches: el del señor Elliot, el de su esposa y el Porsche del garaje. También teníamos órdenes que nos daban permiso para llevar a cabo tests al señor Elliot y su ropa para determinar si había disparado algún arma en las últimas horas.
El fiscal continuó guiando a Kinder a través de la investigación hasta que terminó con la escena del crimen e interrogó a Elliot en la comisaría de Malibú. Esto preparó la presentación de una cinta de vídeo de la primera entrevista con Elliot. Era una cinta que había visto varias veces durante la preparación del juicio. Sabía que no era destacable en términos de contenido de lo que Elliot le dijo a Kinder y a su compañero, Roland Ericsson. Lo que era más importante para la fiscalía en la cinta era la actitud de Elliot: no parecía alguien que acababa de descubrir el cuerpo desnudo de su mujer muerta con un agujero de bala en el centro de la cara y otros dos en el pecho. Parecía tan calmado como un atardecer de verano, y eso hacía que pareciera un asesino a sangre fría.
Se colocó una pantalla de vídeo delante de la tribuna del jurado y Golantz reprodujo la cinta, deteniéndola con frecuencia para formular a Kinder alguna pregunta y luego empezando de nuevo. La entrevista grabada duraba diez minutos y no era inquisitiva; era un simple ejercicio en el cual los investigadores cerraban la versión de Elliot. No había preguntas duras. A Elliot le preguntaban ampliamente sobre lo que hizo y cuándo. Terminaba con Kinder presentando una orden judicial a Elliot y explicando que ésta autorizaba al departamento del sheriff a testar sus manos, brazos y ropa en busca de residuos de disparo.
Elliot sonrió ligeramente al responder.
«Adelante, caballeros -dijo-. Hagan lo que tengan que hacer.»
Golantz miró el reloj situado en la pared de atrás de la sala y a continuación usó el mando a distancia para congelar la imagen de la media sonrisa de Elliot en la pantalla de vídeo. Ésa era la imagen que quería que los jurados se llevaran consigo. Quería que pensaran en la sonrisa de «píllame si puedes» mientras se dirigían a sus casas en medio del tráfico de las cinñî en punto.
– Señoría -dijo-. Creo que ahora sería un buen momento para levantar la sesión. Voy a seguir una nueva dirección con el agente Kinder a partir de aquí y quizá deberíamos empezar mañana por la mañana.
El juez accedió, levantando la sesión hasta el día siguiente y advirtiendo una vez más a los jurados que evitaran los informes de los medios sobre el juicio.
Me puse de pie junto a la mesa de la defensa y observé a los jurados dirigiéndose a la sala de deliberación. Estaba convencido de que la fiscalía había ganado el primer día, pero eso era de esperar. Todavía teníamos armas. Miré a mi cliente.
– Walter, ¿qué tiene en marcha esta noche? -pregunté.
– Una pequeña cena-fiesta con amigos. Han invitado a Dominick Dunne. Luego voy a ver el primer corte de una película que mi estudio está produciendo con Johnny Depp haciendo de detective.
– Bueno, llame a sus amigos y a Johnny y cancélelo. Va a cenar conmigo. Tenemos trabajo.
– No lo entiendo.
– Sí, sí que lo entiende. Se ha estado escabullendo desde que empezó el juicio. Eso estaba bien, porque no quería saber lo que no necesitaba saber. Ahora es diferente. Estamos en pleno juicio, hemos pasado la fase revelación de pruebas, y he de saberlo todo, Walter. Así que esta noche vamos a hablar, o mañana por la mañana tendrá que buscarse otro abogado.
Vi que su cara enrojecía con furia contenida. En ese momento supe que podía ser un asesino, o al menos alguien que podía ordenar un crimen.
– No se atreverá -dijo.
– Póngame a prueba.
Nos miramos un momento y vi que su rostro se relajaba.
– Haga sus llamadas -dije finalmente-. Iremos en mi coche.
Puesto que yo había insistido en la reunión, Elliot insistió en el lugar. Con una llamada de treinta segundos nos consiguió un reservado en el Water Grill, al lado del hotel Biltmore, y tenía un martini esperándolo en la mesa cuando llegamos allí. Al sentarnos, pedí una botella de agua sin gas y unos limones en rodajas.
Me senté frente a mi cliente y lo observé estudiando el menú de pescado fresco. Durante mucho tiempo había querido estar en la inopia respecto a Walter Elliot. Normalmente, cuanto menos sabes de tu cliente, más capacitado estás para defenderlo. Pero ya habíamos pasado ese momento.
– Lo ha llamado una reunión-cena -dijo Elliot sin levantar la mirada del menú-. ¿No va a mirar el menú?
– Tomaré lo mismo que usted, Walter.
Dejó el menú a un lado y me miró.
– Filete de lenguado.
– Perfecto.
Hizo una seña al camarero. Este se había quedado cerca, pero estaba demasiado intimidado para aproximarse a la mesa. Elliot pidió por los dos, añadiendo una botella de chardonnay con el pescado, y le dijo al camarero que no olvidara mi agua sin gas y limón. Juntó las manos sobre la mesa y me miró con expectación.
– Podría estar cenando con Dominick Dunne -comenzó-. Será mejor que esto valga la pena.
– Walter, esto va a valer la pena. Va a ser el momento en que deja de esconderse de mí. Es el momento en que me cuenta toda la historia; la verdadera historia. ¿Se da cuenta? Si yo sé lo que usted sabe no me embaucará la acusación. Sabré qué movimientos va a hacer Golantz antes de que los haga.
Elliot asintió con la cabeza, como si estuviera de acuerdo en que era el momento de entregar la mercancía.
– Yo no maté a mi mujer ni a su amiguito nazi -dijo-. Se lo he dicho desde el primer día.
Negué con la cabeza.
– No me basta. He dicho que quiero la historia, quiero saber lo que ocurrió realmente, Walter. Quiero saber lo que está pasando o voy a dejarlo.
– No sea ridículo, ningún juez va a dejarle abandonar en medio de un juicio.
– ¿Quiere apostar su libertad a eso, Walter? Si quiero salir de este juicio, encontraré una forma de salir.
Vaciló y me estudió antes de responder.
– Debería tener cuidado con lo que pregunta. El conocimiento doloso es un peligro.
– Me arriesgaré.
– Pero yo no estoy seguro de poder hacerlo.
Me incliné sobre la mesa hacia él.
– ¿Qué significa eso, Walter? ¿Qué está pasando? Soy su abogado. Puede decirme lo que ha hecho y no va a salir de aquí.
Antes de que pudiera hablar, el camarero trajo una botella de agua europea a la mesa y un plato lleno de limones cortados suficientes para todos los clientes del restaurante. Elliot esperó hasta que el camarero llenó mi vaso y se alejó lo suficiente para que no pudiera oírnos antes de responder.
– Lo que está pasando es que ha sido contratado para presentar mi defensa al jurado. Según mi estimación, ha hecho un trabajo excelente hasta el momento y su preparación para la fase de la defensa está en el nivel más alto. Todo ello en dos semanas. ¡Asombroso!
– ¡Ahórrese las chorradas!
Lo dije demasiado alto. Elliot echó un vistazo fuera del reservado y clavó la mirada en una mujer sentada a la mesa de al lado que había oído mi expletivo.
– Tendrá que mantener la voz baja -murmuró-. La confidencialidad abogado-cliente termina en esta mesa.
Lo miré. Estaba sonriendo, pero también sabía que me estaba recordando lo que yo ya le había asegurado: que lo que se dijera ahí se quedaría ahí. ¿Era una señal de que finalmente estaba dispuesto a hablar? Jugué el único as que tenía.
– Hábleme del soborno que pagó Jerry Vincent -dije.
Al principio, detecté un momentáneo asombro en sus ojos. Luego vino una expresión de complicidad cuando los engranajes giraron en su cerebro y llegó a una conclusión. Creí ver un rápido destello de arrepentimiento. Lamenté que Julie Favreau no estuviera sentada a mi lado; ella podría haberlo interpretado mejor que yo.
– Es un elemento de información muy peligroso de poseer -contestó-. ¿Cómo lo obtuvo?
Obviamente no podía decirle a mi cliente que lo había obtenido de un detective de policía con el que estaba colaborando.
– Supongo que se puede decir que venía con el caso, Walter. Tengo todos los registros de Vincent, incluidos los financieros. No fue difícil adivinar que canalizó cien mil dólares del anticipo a una parte desconocida. ¿Fue el soborno lo que le costó la vida?
Elliot levantó su martini sujetando con dos dedos el delicado pie de la copa y bebió lo que le quedaba. Luego hizo una señal a alguien a quien no veía por encima de mi hombro. Quería otro. Por fin, me miró.
– Creo que se puede decir sin temor a equivocarse que una confluencia de sucesos provocó la muerte de Jerry Vincent.
– Walter, no estoy para bromas. He de saberlo, no sólo para defenderle, sino también para protegerme yo.
Dejó la copa vacía a un lado de la mesa y alguien se la llevó en dos segundos. Asintió como para mostrar su acuerdo conmigo y entonces habló.
– Creo que podría haber encontrado la razón de su muerte -dijo-. Estaba en el expediente. Incluso me la mencionó.
– No entiendo. ¿Qué mencioné?
Elliot respondió con tono impaciente.
– Planeaba aplazar el juicio. Usted encontró la moción. Lo mataron antes de que pudiera presentarla.
Traté de comprenderlo, pero me faltaban elementos.
– No lo entiendo, Walter. ¿Quería aplazar el juicio y por eso lo mataron? ¿Por qué?
Elliot se inclinó sobre la mesa hacia mí. Habló en un tono que era poco más que un susurro.
– Muy bien, me lo ha preguntado y se lo voy a contestar. Pero no me culpe cuando lamente saber lo que sabe. Sí, hubo un soborno. Él lo pagó y todo estaba en orden. El juicio estaba programado y lo único que teníamos que hacer era estar preparados. Teníamos que mantenernos en la fecha. Sin atrasos, sin aplazamientos. Pero a última hora cambió de opinión y quiso aplazarlo.
– ¿ Por qué?
– No lo sé. Creo que pensaba que podía ganar el caso sin ayuda.
Al parecer, Elliot no sabía nada de las llamadas del FBI y de su aparente interés en Vincent. Si lo sabía, habría sido el momento de mencionarlo. La presión del FBI sobre Vincent habría sido una razón tan buena como cualquier otra para aplazar un juicio con un soborno.
– ¿Así que retrasar el juicio le costó la vida?
– Creo que sí, sí.
– ¿Usted lo mató, Walter?
– Yo no mato a gente.
– Lo mandó matar.
Elliot negó con la cabeza, cansinamente.
– Tampoco mando matar a gente.
Un camarero llegó al reservado con una bandeja y una me-sita auxiliar y los dos nos recostamos para dejarlo trabajar. Quitó las espinas del pescado, lo emplató y lo puso en la mesa junto con dos pequeñas salseras con salsa beurre blanc. Luego colocó el nuevo martini de Elliot junto con dos copas de vino. Descorchó la botella que Elliot le había pedido y le preguntó si quería probar el vino ya. Elliot negó con la cabeza y pidió al camarero que se retirara.
– Muy bien -retomé cuando nos dejaron solos-. Volvamos al soborno. ¿A quién sobornaron?
Elliot se bebió medio martini de un trago.
– Eso debería ser obvio si lo pensara.
– Entonces soy estúpido. Ayúdeme.
– Un juicio que no puede aplazarse. ¿Por qué?
Mis ojos permanecieron fijos en él, pero ya no lo estaba mirando. Me puse a reflexionar sobre el acertijo hasta que di con la solución. Descarté las posibilidades: juez, fiscal, policías, testigos, jurado… Me di cuenta de que sólo había un lugar donde se cruzaban un soborno y un juicio inamovible. Sólo había un aspecto que podría cambiar si el juicio se retrasaba y reprogramaba. El juez, el fiscal y todos los testigos seguirían siendo los mismos sin que importara cuándo se reprogramara, pero la reserva de jurados cambia de semana en semana.
– Hay un durmiente en el jurado -dije-. Contactó con alguien.
Elliot no reaccionó. Me dejó seguir adelante y yo lo hice. Mi mente repasó las caras de los jurados de la tribuna; dos filas de seis. Me detuve en el jurado número siete.
– El número siete. Lo quería en la tribuna. Lo sabía, es el durmiente. ¿Quién es?
Elliot asintió ligeramente y esbozó esa media sonrisa. Dio su primer bocado de pescado antes de responder a mi pregunta con la misma calma que si estuviéramos hablando de las posibilidades de los Lakers en el play off y no de un fraude en un juicio de homicidio.
– No tengo ni idea de quién es ni me importa, pero es nuestro. Nos dijeron que el número siete sería nuestro. Y no es un durmiente, es un persuasor. Cuando llegue a las deliberaciones, estará allí e inclinará la balanza hacia la defensa. Con el caso que Vincent construyó y que usted está presentando, probablemente sólo hará falta un empujoncito. Yo apuesto a que conseguiremos nuestro veredicto. Pero como mínimo, él se aferrará a la absolución y tendremos un jurado sin veredicto. Si eso ocurre, empezaremos de nuevo. Nunca me condenarán, Mickey. Nunca.
Aparté mi plato. No podía comer.
– Walter, basta de adivinanzas. Dígame cómo funcionó esto. Cuéntemelo desde el principio.
– ¿Desde el principio?
– Desde el principio.
Elliot chascó la lengua al pensarlo y se sirvió una copa de vino sin probarlo antes. Un camarero se acercó para hacerse cargo de la operación, pero Elliot le hizo una seña con la botella para que se alejara.
– Es una larga historia, Mickey. ¿Quiere una copa de vino para acompañarla?
Mantuvo la boca de la botella sobre mi copa vacía. Estuve tentado, pero negué con la cabeza.
– No, Walter, no bebo.
– No estoy seguro de poder confiar en alguien que no se toma una copa de vez en cuando.
– Soy su abogado. Puede confiar en mí.
– Confié en el último, y mire lo que le pasó.
– No me amenace, Walter. Sólo cuénteme la historia.
Bebió un buen trago y luego dejó la copa de vino sobre la mesa con fuerza. Miró a su alrededor para ver si alguien del restaurante se había dado cuenta y tuve la sensación de que era todo una actuación. En realidad estaba observando para ver si nos estaban vigilando. Yo examiné los ángulos sin ser obvio. No vi a Bosch ni a nadie al que calara como poli en el restaurante.
Elliot empezó su historia.
– Cuando llegas a Hollywood, no importa quién eres ni de dónde vienes, siempre y cuando tengas una cosa en el bolsillo. -Dinero.
– Exacto. Yo llegué aquí hace veinticinco años y tenía dinero. Lo invertí en un par de películas primero y luego en un estudio cutre por el que nadie daba una mierda. Y lo convertí en un aspirante. Dentro de cinco años ya no hablarán de los Cuatro Grandes, sino de los Cinco Grandes. Archway estará allí arriba con Paramount, Warner y el resto.
No esperaba que se remontara veinticinco años atrás cuando le había pedido que empezara desde el principio.
– Vale, Walter, ya sé todo eso del éxito. ¿Qué está diciendo?
– Estoy diciendo que no era mi dinero. Cuando llegué aquí, no era mi dinero.
– Pensaba que la historia era que procedía de una familia que poseía una mina de fosfatos en Florida.
Asintió enfáticamente.
– Todo es cierto, pero depende de la definición de familia.
Lentamente, lo comprendí.
– ¿Está hablando de la mafia, Walter?
– Estoy hablando de una organización de Florida con un tremendo flujo de efectivo que necesitaba negocios legítimos para moverlo y testaferros legales para que dirigieran sus negocios. Yo era un contable. Era uno de esos hombres.
Era fácil de comprender. Florida hace veinticinco años: la cúspide del flujo desbordante de cocaína y dinero.
– Me enviaron al oeste -continuó Elliot-. Yo tenía una historia y maletas llenas de dinero. Y me encantaba el cine. Sabía cómo elegir películas y cómo hacerlas. Cogí Archway y lo convertí en una empresa de mil millones de dólares. Y entonces mi mujer…
Una expresión de pena apareció en su rostro.
– ¿Qué, Walter?
Negó con la cabeza.
– En la mañana de nuestro duodécimo aniversario, después de que venciera nuestro contrato prematrimonial, me dijo que iba a dejarme. Quería el divorcio.
Lo comprendí. Con el acuerdo prematrimonial vencido, Mitzi Elliot tenía derecho a la mitad de las acciones de Walter en Archway Studios, pero él era únicamente un testaferro. Sus acciones en realidad pertenecían a la organización y no era la clase de organización que permitía que unas faldas se llevaran la mitad de su inversión.
– Traté de convencerla -dijo Elliot-. No me escuchó. Estaba enamorada de ese cabrón nazi y creía que él podría protegerla.
– La organización la mató.
Sonó muy extraño decir esas palabras en voz alta. Me hizo mirar a mi alrededor y barrer el restaurante con la mirada.
– Se suponía que yo no tenía que estar allí ese día -dijo Elliot-. Me dijeron que me mantuviera alejado para que tuviera una coartada sólida.
– ¿Entonces por qué fue?
Sus ojos me sostuvieron un momento la mirada antes de responder.
– Todavía la amaba en cierto modo. En cierto modo la quería y aún la quiero. Quería luchar por ella. Fui para tratar de impedirlo, quizá para ser el héroe, sacarla del apuro y recuperarla. No lo sé, no tenía un plan. Pero no quería que ocurriera. Así que fui allí…, pero era demasiado tarde. Los dos estaban muertos cuando llegué. Fue terrible…
Elliot estaba contemplando el recuerdo, quizá la escena en el dormitorio de Malibú. Yo bajé la mirada al mantel blanco que tenía ante mí. Un abogado defensor nunca espera que un cliente le cuente toda la verdad. Partes de la verdad, sí, pero no la fría, dura y completa verdad. Tenía que pensar que había cosas que Elliot había omitido. Sin embargo, lo que me había dicho me bastaba por el momento. Era la hora de hablar del soborno.
– Y entonces llegó Jerry Vincent -le animé.
Sus ojos volvieron a enfocarse y me miró.
– Sí.
– Hábleme del soborno.
– No tengo mucho que contar. Mi abogado corporativo me presentó a Jerry y me pareció bien. Acordamos una tarifa y luego él me abordó (eso fue al principio, al menos hace cinco meses) y me dijo que se le había acercado alguien que podía untar al jurado. O sea, poner a alguien en el jurado que estaría por nosotros. No importara lo que ocurriera, él defendería la absolución, pero también trabajaría para la defensa desde dentro, durante las deliberaciones. Sería un hablador, un persuasor con talento, un estafador. La pega era que cuando estuviera en marcha, el juicio tendría que celebrarse según el calendario para que ese tipo terminara en mi jurado.
– Y le dijo a Jerry que aceptara la oferta.
– La aceptamos. Eso fue hace cinco meses. Entonces no tenía una gran defensa. Yo no maté a mi mujer, pero parecía que todo apuntaba contra mí. No teníamos bala mágica… y estaba asustado. Era inocente y aun así me daba cuenta de que me iban a condenar. Así que aceptamos la oferta.
– ¿ Cuánto?
– Cien mil de entrada. Como descubrió, Jerry lo pagó de su minuta. Infló su tarifa, yo le pagué y él pagó al jurado. Luego serían otros cien mil por un jurado sin veredicto y doscientos cincuenta por una absolución. Jerry me dijo que esa gente lo había hecho antes.
– ¿Se refiere a trampear un jurado?
– Sí, eso es lo que dijo.
Pensé que quizá el FBI se había enterado de anteriores trampas y por eso habían ido a por Vincent.
– ¿Eran juicios de Jerry los que amañaron antes? -pregunté.
– No me lo dijo, y yo no le pregunté. -¿Alguna vez mencionó algo del FBI husmeando en su caso?
Elliot se recostó, como si acabara de decir algo repulsivo.
– No. ¿Es eso lo que está pasando?
Pareció muy preocupado.
– No lo sé, Walter. Sólo estoy haciendo preguntas. Pero Jerry le dijo que iba a aplazar el juicio, ¿no?
Elliot asintió.
– Sí, el lunes. Dijo que no necesitábamos la trampa, que tenía la bala mágica e iba a ganar el juicio sin el durmiente en el jurado.
– Y eso le costó la vida.
– Tuvo que ser eso. No creo que esta clase de gente simplemente te deje cambiar de idea y retirarte de algo así.
– ¿Qué clase de gente? ¿La organización?
– No lo sé. Esa clase de gente, quien haga esta clase de cosas.
– ¿Le dijo a alguien que Jerry iba a aplazar el caso?
– No.
– ¿Está seguro?
– Claro que estoy seguro.
– Entonces, ¿a quién se lo contó Jerry?
– No lo sé.
– Bueno, ¿con quién hizo el trato Jerry? ¿A quién sobornó?
– Eso tampoco lo sé, no me lo dijo. Sí insistió en que era mejor que no conociera nombres. Lo mismo que le digo a usted.
Era un poco tarde para eso. Tenía que terminar la conversación y quedarme solo para pensar. Miré mi plato de pescado sin tocar y me pregunté si podía llevármelo para Patrick o si alguien se lo comería en la cocina.
– Mire -dijo Elliot-, no es por ponerle más presión, pero si me condenan estoy muerto.
Lo miré.
– ¿ La organización? Asintió con la cabeza.
– Si detienen a alguien se convierte en un lastre, y normalmente lo eliminan antes de que llegue a juicio. No se arriesgan a que intente llegar a un acuerdo. Pero yo todavía controlo su dinero. Si me eliminan, lo pierden todo. Archway, las propiedades inmobiliarias, todo. Así que esperan y observan. Si salgo libre, entonces volvemos a la normalidad y aquí no ha pasado nada. Si me condenan, soy demasiado lastre y no duraré ni dos noches en prisión. Llegaran a mí allí.
Siempre es bueno saber cuáles son las apuestas, pero posiblemente habría pasado sin el recordatorio.
– Estamos tratando con una autoridad mayor aquí -continuó Elliot-. Va más allá de cuestiones como la confidencialidad abogado-cliente. Es un pequeño cambio, Mick. Las cosas que le he contado esta noche no pueden ir más allá de esta mesa; ni al tribunal ni a ninguna otra parte. Lo que le he contado aquí podría matarle en un santiamén. Como a Jerry. Recuérdelo.
Elliot había hablado como si tal cosa y concluyó la afirmación vaciando tranquilamente el vino de su copa. Pero la amenaza estaba implícita en cada palabra que había pronunciado. No tendría problemas en recordarlo.
Llamó al camarero y pidió la cuenta.
Estaba agradecido de que a mi cliente le gustara el martini antes de cenar y el chardonnay durante la cena. No estaba seguro de que hubiese obtenido lo que obtuve de Elliot sin el alcohol suavizando el camino y soltándole la lengua. No obstante, después no quería correr el riesgo de que lo detuvieran por conducir ebrio en medio de un juicio de homicidio, e insistí en que no condujera hasta su casa. Pero Elliot insistió en que no iba a dejar su Maybach de 400.000 dólares toda la noche en un garaje del centro, así que le pedí a Patrick que nos llevara al coche y luego yo llevé a Elliot mientras Patrick nos seguía.
– ¿Este coche le costó cuatrocientos mil? -le pregunté-. Me da miedo conducirlo.
– Un poco menos, a decir verdad.
– Sí, bueno, ¿no tiene ningún otro coche? Cuando le dije que no cogiera la limusina no esperaba que viniera a su juicio por homicidio en uno de éstos. Piense en la impresión que deja en el jurado, Walter. Esto no pinta bien. ¿Recuerda lo que me dijo el día que nos conocimos? ¿Lo de ganar también fuera del tribunal? Un coche así no le va a ayudar en eso.
– Mi otro coche es un Carrera GT.
– Genial. ¿Cuánto cuesta?
– Más que éste.
– Mire, ¿por qué no usa uno de mis Lincoln? Tengo uno que incluso lleva una matrícula que dice INCNT. Puede usarlo.
– No hace falta. Tengo acceso a un modesto Mercedes. ¿Está bien?
– Perfecto. Walter, a pesar de lo que me ha dicho esta noche, voy a hacerlo lo mejor posible por usted. Creo que tenemos una buena oportunidad.
– Entonces, cree que soy inocente.
Vacilé.
– Creo que no le disparó a su mujer y a Rilz. No estoy seguro de que eso lo convierta en inocente, pero digámoslo de esta forma: no creo que sea culpable de los cargos que se le imputan. Y eso es lo único que necesito.
Elliot asintió con la cabeza.
– Quizás es lo máximo que puedo pedir. Gracias, Mickey.
Después de eso no hablamos mucho mientras yo me concentraba en no romper el coche, que valía más que las casas de la mayoría de la gente.
Elliot vivía en Beverly Hills, en una propiedad vallada en los llanos del sur de Sunset. Pulsó un botón del techo del coche que abría la verja de acero y entramos, con Patrick justo detrás de mí en el Lincoln. Salimos y le di a Elliot sus llaves. Me preguntó si quería entrar a tomar otra copa y yo le recordé que no bebía. El me dio la mano y yo me sentí extraño al estrechársela, como si estuviéramos sellando algún tipo de pacto sobre lo que me había revelado antes. Le di las buenas noches y entré en la parte trasera de mi Lincoln.
La caja de cambios de mi cerebro estuvo trabajando durante todo el trayecto hasta mi casa. Patrick había hecho un rápido estudio de mis matices y parecía saber que no era el momento de interrumpir con charla banal. Me dejó trabajar.
Me senté apoyado contra la puerta, mirando por la ventanilla pero sin ver el mundo de neón que pasaba. Estaba pensando en Jerry Vincent y en el trato que había hecho con una parte desconocida. No era difícil adivinar cómo lo habían hecho. La cuestión de quién era otra historia.
Sabía que el sistema de jurados se basaba en una selección aleatoria en múltiples niveles. Esto ayudaba a asegurar la integridad y la composición social transversal de los mismos. La reserva inicial de cientos de ciudadanos convocados a cumplir con el deber de jurados se sacaba cada semana de los registros de votantes, así como de registros de servicios públicos. Los jurados escogidos de este grupo más grande para el proceso de selección del jurado en un juicio específico se realizaban una vez más de manera aleatoria: esta vez por parte de un ordenador del tribunal. La lista de esos potenciales jurados se entregaba al juez que presidía el juicio, y los doce primeros nombres o códigos numéricos de la lista eran llamados para ocupar los asientos en la tribuna en la ronda inicial de voir diré. Una vez más, el orden de nombres o números en la lista estaba determinado por selección aleatoria generada por ordenador.
Elliot me había dicho que después de que se fijara una fecha para el juicio en su caso, una parte desconocida se acercó a Jerry Vincent y le dijo que habían colocado un durmiente en el jurado. La pega era que no podía haber aplazamientos. Si el juicio se aplazaba, el durmiente no podría moverse con él. Todo ello me decía que su parte desconocida tenía acceso completo a todos los niveles de los procesos aleatorios del sistema judicial: las convocatorias iniciales para presentarse a cumplir con el deber como jurado en un tribunal específico en una semana específica; la selección aleatoria del venire del juicio; y la selección aleatoria de los primeros doce jurados que iban a la tribuna.
Una vez que el durmiente estaba en la tribuna, dependía de él mantenerse allí. La defensa sabría no eliminarlo con una recusación perentoria, y por aparecer como favorable a la acusación evitaría ser recusado por la fiscalía. Era lo bastante simple, siempre y cuando la fecha del juicio no cambiara.
Mostrarlo de este modo me dio una mejor comprensión de la manipulación implicada y de quién podría haberla ingeniado. También me proporcionó una mejor comprensión del aprieto ético en el que me hallaba. Elliot me había reconocido varios delitos durante la cena, pero yo era su abogado y mantendría la confidencialidad de estas admisiones según los vínculos de la relación abogado-cliente. La excepción a esta regla era que yo estuviera en peligro por mi conocimiento o tuviera conocimiento de un delito que se había planeado, pero aún no había ocurrido. Sabía que Vincent había sobornado a alguien. Ese delito ya había ocurrido, pero el de la manipulación del jurado aún no se había producido. Éste no tendría lugar hasta que empezaran las deliberaciones, así que estaba obligado a informar de él. Elliot aparentemente no conocía esta excepción de las reglas de confidencialidad con el cliente o estaba convencido de que la amenaza de encontrarme con el mismo fin que Jerry Vincent me mantendría bajo control.
Pensé en todo esto y me di cuenta de que había otra excepción a considerar. No tendría que informar de la pretendida manipulación del jurado si podía impedir que ese delito se produjera.
Me enderecé y miré a mi alrededor. Estábamos en Sunset, llegando a West Hollywood. Miré adelante y vi un cartel familiar.
– Patrick, aparca delante del Book Soup. Quiero entrar un momento.
Patrick aparcó el Lincoln junto al bordillo delante de la librería. Le dije que esperara allí y salté a la acera. Entré por la puerta delantera de la tienda y fui hacia las estanterías. Aunque me encantaba la librería, no estaba allí para comprar. Necesitaba hacer una llamada y no quería que Patrick la oyera.
El pasillo de misterio estaba demasiado lleno de clientes. Fui más al fondo y encontré una rincón vacío donde había libros ilustrados de gran formato apilados pesadamente en estantes y mesas. Saqué el móvil y llamé a mi investigador.
– Cisco, soy yo. ¿Dónde estás?
– En casa. ¿Qué pasa?
– ¿Está Loma ahí?
– No, ha ido al cine con su hermana. Volverá dentro de…
– Está bien. Quería hablar contigo. Quiero que hagas algo y puede que no quieras hacerlo. Si es así, lo entiendo. En cualquier caso, no quiero que hables de esto con nadie, ni siquiera con Lorna.
Hubo una vacilación antes de que respondiera.
– ¿A quién mato?
Los dos nos echamos a reír y eso alivió parte de la tensión que se había ido incrementando durante la noche.
– Podemos hablar de eso después, pero esto podría ser igual de arriesgado. Quiero que sigas de cerca a alguien por mí y que descubras todo lo que puedas sobre él. El problema es que si te pillan probablemente nos retirarán las licencias a los dos.
– ¿Quién es?
– El jurado número siete.
En cuanto volví a la parte trasera del Lincoln, empecé a lamentar lo que estaba haciendo. Estaba caminando por una fina línea gris que podía conducirme a grandes problemas. Por un lado, es perfectamente razonable para un abogado investigar un informe de mala conducta o manipulación del jurado. Pero por otro, esa investigación sería vista como manipulación en sí misma. El juez Stanton había tomado medidas para asegurar el anonimato del jurado; yo acababa de pedir a mi investigador que las trastocara. Si nos estallaba en la cara, Stanton estaría más que ofendido y haría algo más que mirarme con ceño. No era una infracción que se saldase con una donación a Make-A-Wish. Stanton se quejaría al Colegio de Abogados, a la presidenta del Tribunal Superior y hasta al Tribunal Supremo si conseguía que lo escucharan. Haría lo que estuviera en su mano para que el juicio de Elliot fuera mi último juicio.
Patrick subió por Fareholm y metió el coche en el garaje de debajo de mi casa. Salimos y subimos por la escalera hasta la terraza delantera. Eran casi las diez en punto y estaba agotado después de una jornada de catorce horas, pero mi adrenalina se disparó cuando vi a un hombre sentado en una de las sillas de la terraza, con el rostro silueteado por las luces de la ciudad que tenía a mi espalda. Estiré un brazo para impedir que Patrick avanzara, como un padre impide que su hija cruce la calle sin mirar.
– Hola, abogado.
Bosch. Reconocí la voz en el saludo. Me relajé y dejé que Patrick continuara. Entramos en el porche y abrí la puerta para dejar pasar a Patrick. Volví a cerrarla y me acerqué al detective.
– Bonita vista -dijo-. ¿Defendiendo a escoria sacó para esta casa?
Estaba demasiado cansado para el baile con él.
– ¿Qué está haciendo aquí, detective?
– Supuse que se dirigiría a casa después de la librería -contestó-. Así que me adelanté y lo esperé aquí.
– Bueno, he terminado por hoy. Puede pasar la voz a su equipo si es que de verdad hay un equipo.
– ¿Qué le hace pensar lo contrario?
– No lo sé. No he visto a nadie. Espero que no me esté embaucando, Bosch. Me juego el cuello con esto.
– Después del juicio ha cenado con su cliente en el Water Grill. Los dos pidieron filete de lenguado y los dos levantaron la voz en ocasiones. Su cliente bebió abundantemente, lo que provocó que usted lo llevara a casa en su coche. En su camino de vuelta desde allí entró en el Book Soup e hizo una llamada que obviamente no quería que oyera su chófer.
Me quedé impresionado.
– Muy bien, pues, no importa. Entendido: están ahí fuera. ¿Qué quiere, Bosch? ¿Qué está pasando?
Bosch se levantó y se me acercó.
– Iba a preguntarle lo mismo -dijo-. ¿Por qué estaba Walter Elliot tan sulfurado y molesto esta noche en la cena? ¿Y a quién ha llamado usted desde la parte de atrás de la librería?
– Para empezar, Elliot es mi cliente y no voy a decirle de qué hemos hablado. No voy a cruzar esa línea con usted. Y por lo que respecta a la llamada en la librería, estaba pidiendo piz-za porque, como usted y sus colegas pueden haber visto, no he cenado esta noche. Quédese si quiere una porción.
Bosch me miró con esa media sonrisa suya y una expresión de complicidad en sus ojos oscuros.
– Entonces, ¿así es como quiere hacerlo, abogado?
– Por ahora.
No hablamos durante unos segundos. Sólo nos quedamos allí de pie, esperando la siguiente pulla ingeniosa. No se nos ocurrió y decidí que realmente estaba cansado y hambriento.
– Buenas noches, detective Bosch.
Entré y cerré la puerta, dejando a Bosch en la terraza.
El martes, mi turno con el detective Kinder no llegó hasta tarde, después de que el fiscal pasara varias horas más extrayendo los detalles de la investigación en el interrogatorio directo. Este hecho jugaba a mi favor. Pensé que el jurado -y Julie Favreau me lo confirmó mediante un mensaje de texto- se estaba aburriendo con las minucias del testimonio y recibiría de buen grado una nueva línea de preguntas.
El testimonio directo se había referido principalmente a las labores de investigación que se produjeron después de la detención de Walter Elliot. Kinder describió en extenso cómo había hurgado en el matrimonio del acusado, el hallazgo de que el contrato prematrimonial había vencido recientemente y los esfuerzos que hizo Elliot en las semanas anteriores a los crímenes para determinar cuánto dinero y control de Archway Studios perdería en un divorcio. Mediante un cronograma, Kinder pudo establecer a través de las afirmaciones de Elliot y los movimientos documentados que el acusado no tenía coartada creíble para la hora estimada en que se cometieron los crímenes.
Golantz también se tomó su tiempo para preguntar a Kinder sobre cabos sueltos y ramas de la investigación que resultaron ser secundarias. Kinder describió las numerosas pistas infundadas que se examinaron diligentemente, la investigación de Johan Rilz en un intento por determinar si había sido el principal objetivo del asesino y la comparación del doble homicidio con otros casos similares y no descubiertos.
En general, Golantz y Kinder parecían haber hecho un trabajo concienzudo para colgarle a mi cliente los crímenes de Malibú, y a media tarde el joven fiscal estaba lo suficientemente satisfecho para decir:
– No hay más preguntas, señoría.
Por fin era mi turno, y había decidido ir a por Kinder en un contrainterrogatorio que se concentraría en sólo tres áreas de su testimonio directo para finalmente sorprenderlo con un inesperado puñetazo en el estómago. Me acerqué al atril para llevar a cabo mi interrogatorio.
– Detective Kinder, sé que lo oiremos del forense en un momento posterior del juicio, pero ha testificado que le informaron después de la autopsia de que la hora de la muerte de la señora Elliot y el señor Rilz se calculaba entre las once y el mediodía del día de los crímenes.
– Exacto.
– ¿ Era más cerca de las once o más cerca del mediodía?
– Es imposible decirlo a ciencia cierta. Es el margen de tiempo en que ocurrió.
– Muy bien, y una vez que tenía este marco, procedió a asegurarse de que el hombre al que ya habían detenido no tenía coartada, ¿correcto?
– Yo tampoco lo expresaría de este modo.
– Entonces, ¿cómo lo expresaría?
– Diría que era mi obligación continuar investigando el caso y prepararlo para el juicio. Parte de esa diligencia debida sería mantener una actitud abierta a la posibilidad de que el sospechoso tuviera una coartada para los crímenes. Al cumplir con esta obligación, determiné, según múltiples entrevistas, así como a partir de los registros en la verja de Archway Studios, que el señor Elliot salió del estudio, conduciendo él mismo, a las 10.40 de esa mañana. Eso le dio tiempo de sobra para…
– Gracias, detective. Ha respondido la pregunta.
– No he terminado mi respuesta.
Golantz se levantó y preguntó al juez si el testigo podía terminar su respuesta, y Stanton lo permitió. Kinder continuó con su tono de abecé de homicidios.
– Como estaba diciendo, esto dio al señor Elliot mucho tiempo para llegar a la casa de Malibú dentro de los parámetros de la hora estimada de la muerte.
– ¿Ha dicho mucho tiempo para llegar allí?
– Tiempo suficiente.
– Antes describió que había hecho el trayecto en varias ocasiones. ¿Cuándo fue eso?
– La primera vez fue exactamente una semana después de los crímenes. Salí de la verja de Archway a las 10.40 de la mañana y me dirigí a la casa de Malibú. Llegué a las 11.42, dentro de la horquilla temporal del crimen.
– ¿Cómo sabía que estaba tomando la misma ruta que el señor Elliot?
– No lo sabía, así que tomé la que consideraba la ruta más obvia y rápida que alguien podía tomar. La mayoría de la gente no coge la ruta larga, sino la corta: la menor cantidad de tiempo de su destino. Desde Archway me dirigí por Melrose a La Brea y luego de La Brea a la Diez. En se punto me dirigí hacia el oeste por la autovía del Pacífico.
– ¿Cómo supo que el tráfico que encontró sería el mismo que encontró el señor Elliot?
– No lo sabía.
– El tráfico en Los Ángeles puede ser muy impredecible, ¿no?
– Sí.
– ¿Por eso hizo la ruta varias veces?
– Es una razón, sí.
– Bueno, detective Kinder, testificó que recorrió la ruta un total de cinco veces y llegó a la casa de Malibú cada vez antes de que la horquilla temporal se cerrara, ¿correcto?
– Correcto.
– En relación con esas cinco pruebas de recorrido, ¿cuándo fue la vez que llegó antes a la casa de Malibú? Kinder consultó sus notas.
– Eso sería la primera vez, cuando llegué a las 11.42.
– ¿Y cuál fue el peor tiempo?
– ¿El peor?
– ¿ Cuál fue el trayecto más lento que registró en sus cinco viajes?
Kinder volvió a mirar sus notas.
– Lo más tarde que llegué fue a las 11.51.
– Muy bien, así que su mejor tiempo fue en el último terció de la horquilla temporal establecida por el forense para la comisión de los asesinatos, y su peor tiempo dejaría al señor Elliot menos de diez minutos para entrar en la casa y matar a dos personas. ¿Correcto?
– Sí, pero podría haberse hecho.
– ¿Podría? No suena muy convencido, detective.
– Estoy convencido de que el acusado tuvo tiempo para cometer estos homicidios.
– Pero sólo si los homicidios se cometieron al menos cuarenta y dos minutos después de que se abriera la horquilla temporal, ¿correcto?
– Si quiere mirarlo así.
– No se trata de cómo yo lo miro, detective. Estoy trabajando con lo que nos ha dado el forense. Así pues, para resumírselo al jurado, está diciendo que el señor Elliot salió de su estudio a las 10.40 y fue hasta Malibú, se coló en su casa, sorprendió a su mujer y su amante en el dormitorio del piso superior y los mató a los dos, todo antes de que se cerrara esa horquilla a mediodía. ¿Es todo eso correcto?
– Esencialmente, sí.
Negué con la cabeza como si hubiera mucho que tragar.
– Vale, detective, avancemos. Por favor, dígale al jurado cuántas veces empezó la ruta de Malibú pero la interrumpió cuando supo que no iba a llegar antes de que la horquilla se cerrara a mediodía.
– Eso no ocurrió nunca.
Hubo una ligera vacilación en la respuesta de Kinder. Estaba seguro de que el jurado la había captado.
– Detective, responda sí o no: si presentara registros e incluso un vídeo que lo muestra empezando en la verja de Archway a las 10.40 de la mañana en siete ocasiones y no en cinco, ¿esos registros serían falsos?
La mirada de Kinder buscó los ojos de Golantz y luego otra vez se fijó en mí.
– Lo que está sugiriendo que ocurrió, no ocurrió -respondió.
– No está respondiendo la pregunta, detective. Una vez más, sí o no: si presento registros que muestran que llevó a cabo sus estudios de tiempo de trayecto al menos siete veces, pero ha testificado que sólo lo hizo cinco veces, ¿esos registros serían falsos?
– No, pero yo no…
– Gracias, detective. Sólo había pedido una respuesta de sí o no.
Golantz se levantó y pidió al juez que permitiera al testigo dar una respuesta completa; sin embargo, Stanton le dijo que podía pedírsela en la contrarréplica. En ese momento vacilé. Sabiendo que Golantz iría tras la explicación de Kinder en la contrarréplica, tenía la oportunidad de obtenerla en ese momento y posiblemente todavía controlarla y sacar ventaja. Era una apuesta, porque en ese momento sentía que lo había magullado bastante, y si continuaba con él hasta que la sesión concluyera, entonces los jurados se irían a casa con la sospecha de la policía infiltrándose en sus cerebros. Eso nunca estaba mal.
Decidí arriesgarme y tratar de controlarlo.
– Detective, díganos cuántos de estos tests interrumpió antes de llegar a la casa de Malibú.
– Dos.
– ¿ Cuáles?
– El segundo y el último, el séptimo.
Asentí.
– Y los interrumpió porque sabía que nunca llegaría a la casa de Malibú en la horquilla temporal del crimen, ¿correcto?
– No, es muy incorrecto.
– Entonces, ¿cuál fue la razón de que terminara con los tests de conducción?
– Una vez me llamaron de la oficina para llevar a cabo un interrogatorio de alguien que me esperaba allí, y la otra, estaba escuchando la radio y oí que un agente pedía refuerzos. Mí desvié para ayudarle.
– ¿Por qué no los documentó en su informe sobre la investigación de tiempo de trayecto?
– No creía que fueran significativos, porque eran tests incompletos.
– ¿Así que estos incompletos no están documentados en ningún punto de ese grueso archivo suyo?
– No.
– ¿Y entonces sólo tenemos su palabra sobre lo que causó que los interrumpiera antes de llegar a la casa de Elliot en Malibú?
– Eso sería correcto.
Asentí y decidí que ya lo había azotado bastante. Sabía que Golantz podría rehabilitar a Kinder en la contrarréplica, quizás incluso presentar documentación de las llamadas que habían apartado a Kinder de la ruta de Malibú. Pero esperaba haber planteado al menos una sombra de desconfianza en las mentes de los jurados. Me llevé mi pequeña victoria y seguí adelante.
Después martilleé a Kinder sobre el hecho de que no había recuperado el arma homicida y que su investigación de seis meses de Walter Elliot nunca lo había relacionado con arma de ningún tipo. Lo golpeé desde varios ángulos para que Kinder se viera obligado a reconocer que una parte clave de la investigación y acusación nunca se había localizado, aunque si Elliot era el asesino había tenido muy poco tiempo para esconder el arma.
Finalmente, frustrado, Kinder dijo:
– Hay un océano muy grande ahí.
Era un pie que había estado esperando.
– ¿Un gran océano, detective? ¿Está insinuando que el señor Elliot tenía un barco y arrojó el arma en medio del Pacífico?
– No, nada de eso.
– ¿Entonces?
– Sólo estoy diciendo que la pistola podría haber terminado en el agua y que la corriente podría habérsela llevado antes de que nuestros buzos llegaran allí.
– ¿ «Podría haber terminado» allí? ¿Quiere arrebatar la vida y el sustento del señor Elliot por un «podría haber», detective Kinder?
– No, no es lo que estoy diciendo.
– Lo que está diciendo es que no tiene una pistola y no puede conectar una pistola con el señor Elliot, pero nunca ha vacilado creyendo que es su hombre, ¿correcto?
– Tenemos un examen de residuos de disparo que dio positivo. En mi opinión, eso relaciona al señor Elliot con un arma.
– ¿Qué arma era ésa?
– No la tenemos.
– Aja, ¿y puede sentarse ahí y decir con certeza científica que el señor Elliot disparó un arma el día que su mujer y Johan Rilz fueron asesinados?
– Bueno, no una certeza científica, pero el test…
– Gracias, detective Kinder. Creo que eso responde la pregunta. Sigamos.
Pasé la página de mi bloc y estudié el siguiente grupo de preguntas que había escrito la noche anterior.
– Detective Kinder, en el curso de su investigación, ¿determinó cuándo se conocieron Johan Rilz y Mitzi Elliot?
– Determiné que ella lo contrató para sus servicios de decoración de interiores en otoño de 2005. Si lo conocía de antes, no lo sé.
– ¿Y cuándo se hicieron amantes?
– Eso nos resultó imposible de determinar. Sí sé que la agenda del señor Rilz mostraba citas regulares con la señora Elliot en una u otra casa. La frecuencia se incrementaba unos seis meses antes de su muerte.
– ¿Le pagaron por alguna de estas citas?
– El señor Rilz mantenía libros muy incompletos. Fue difícil determinar si le pagaron por citas específicas, pero en general los pagos de la señora Elliot al señor Rilz se incrementaron cuando se incrementó la frecuencia de las citas.
Asentí como si esta respuesta encajara con una imagen más amplia que estaba viendo.
– De acuerdo, y también ha testificado que averiguó que los homicidios ocurrieron sólo treinta y dos días después de que venciera el contrato prematrimonial entre Walter y Mitzi Elliot, dando por lo tanto a la señora Elliot una opción plena a las posesiones financieras de la pareja en el caso de un divorcio.
– Exacto.
– Y ése es su móvil para estos asesinatos.
– En parte, sí. Lo llamaría factor agravante.
– ¿Ve alguna inconsistencia en su teoría del crimen, detective Kinder?
– No.
– ¿No era obvio para usted a partir de los registros financieros y la frecuencia de citas que había algún tipo de relación romántica o al menos una relación sexual entre el señor Rilz y la señora Elliot?
– No diría que era obvio.
– ¿Ah, no?
Lo dije con sorpresa. Lo tenía acorralado. Si decía que la relación era obvia, me estaría dando la respuesta que sabía que quería. Si decía que no lo era, aparecería como un bobo porque el resto de los presentes en la sala pensaban que era obvia.
– En retrospectiva podría parecer obvio, pero en ese momento pensé que no era aparente.
– ¿Entonces cómo lo descubrió Walter Elliot?
– No lo sé.
– ¿El hecho de que usted fuera incapaz de encontrar un arma homicida indica que Walter Elliot planeó estos asesinatos?
– No necesariamente.
– Entonces, ¿es fácil esconder un arma de todo el departamento del sheriff?
– No, pero como le he dicho, podría simplemente haberla tirado al océano desde la terraza trasera y las corrientes se la habrían llevado desde allí. Eso no requeriría demasiada planificación.
Kinder sabía lo que yo quería y adonde estaba tratando de ir. No podía llevarlo allí, así que decidí darle un empujoncito.
– Detective, ¿no se le ha ocurrido que si Walter Elliot conocía la aventura de su esposa tendría más sentido simplemente divorciarse de ella antes de que venciera el contrato prematrimonial?
– No había ninguna indicación de cuándo se enteró de la aventura. Y su pregunta no tiene en cuenta cosas como las emociones y la rabia. Es posible que el dinero no tuviera nada que ver como factor motivador, podría haberse tratado simplemente de traición y rabia, pura y simplemente.
No había obtenido lo que quería. Estaba enfadado conmigo mismo y lo achaqué a que estaba un poco oxidado. Me había preparado para el contrainterrogatorio, pero era la primera vez que iba a cara a cara con un testigo con experiencia y cauteloso en un año. Decidí retroceder y golpear a Kinder con el puñetazo que no vería venir.
Le pedí un momento al juez y fui a la mesa de la defensa. Me incliné hacia el oído de mi cliente.
– Sólo diga que sí con la cabeza como si le estuviera diciendo algo importante -susurré.
Elliot hizo lo que le pedí y entonces cogí una carpeta y volví al atril. Abrí la carpeta y luego miré al testigo en el estrado.
– Detective Kinder, ¿ en qué punto de su investigación determinó que Johan Rilz era el principal objetivo de este doble homicidio?
Kinder abrió la boca para responder de inmediato, luego la cerró y se recostó un momento a pensar. Era exactamente la clase de lenguaje corporal en la que esperaba que se fijara el jurado.
– En ningún punto determiné eso -respondió finalmente Kinder.
– ¿En ningún momento estuvo Johan Rilz en el centro y en primer plano de su investigación?
– Bueno, era la víctima de un homicidio. Eso lo situaba todo el tiempo en el centro y en primer plano, en mi opinión.
Kinder parecía muy orgulloso de la respuesta, pero no le di mucho tiempo para saborearla.
– Entonces el hecho de que estuviera en el centro y en primer plano explica por qué fue a Alemania a investigar su historial, ¿correcto?
– No fui a Alemania.
– ¿Y a Francia? Su pasaporte indica que vivió allí antes de venir a Estados Unidos.
– No fui allí.
– Entonces ¿quién de su equipo lo hizo?
– Nadie. No creíamos que fuera necesario.
– ¿Por qué no era necesario?
– Le habíamos pedido a la Interpol una comprobación del historial de Johan Rilz y volvió limpia.
– ¿Qué es la Interpol?
– Es una organización que relaciona cuerpos policiales de más de cien países y proporciona cooperación transnacional Tiene numerosas oficinas en toda Europa y disfruta de acceso total y cooperación de sus países asociados.
– Está muy bien, pero significa que no acudieron directamente a la policía en Berlín, de donde era Rilz.
– No, no lo hicimos.
– ¿Verificó directamente con la policía de París, donde Rilz vivió hace cinco años?
– No, confiamos en nuestros contactos de la Interpol para el historial del señor Rilz.
– El historial de la Interpol era básicamente la comprobación de los antecedentes penales, ¿correcto?
– Eso estaba incluido, sí.
– ¿Qué más incluía?
– No estoy seguro de qué más. No trabajo para la Interpol.
– Si el señor Rilz hubiera trabajado para la policía en París como informante confidencial en un caso de drogas, ¿ la Interpol le habría dado esa información?
Los ojos de Kinder se abrieron durante una fracción de segundo antes de que respondiera. Estaba claro que no se esperaba la pregunta, pero no logré interpretar si sabía hacia dónde me dirigía o era todo nuevo para él.
– No sé si nos habrían dado esa información o no.
– Las agencias del orden normalmente no proporcionan los nombres de sus informantes confidenciales entre ellas como si tal cosa, ¿verdad?
– No.
– ¿Por qué?
– Porque podría poner en peligro a los informantes.
– Entonces ¿ ser un informante en un caso criminal puede ser peligroso?
– En ocasiones sí.
– Detective, ¿ha investigado alguna vez el asesinato de un informante confidencial?
Golantz se levantó antes de que Kinder pudiera responder y pidió al juez un aparte. El juez nos hizo una seña para que subiéramos. Yo cogí la carpeta del atril y seguí a Golantz. La estenógrafa se colocó al lado del estrado con su máquina. El juez acercó su silla y nos agachamos.
– ¿Señor Golantz? -instó el juez.
– Señoría, me gustaría saber adónde va esto, porque siento que me han engañado aquí. No había nada en ninguno de los documentos de revelación de la defensa que insinuara siquiera lo que el señor Haller está preguntando al testigo.
El juez hizo girar su silla y me miró.
– ¿Señor Haller?
– Señoría, si alguien está siendo engañado es mi cliente. Esto ha sido una investigación chapucera que…
– Guárdese eso para el jurado, señor Haller. ¿Qué tiene?
Abrí la carpeta y puse delante del juez una hoja impresa, situada cabeza abajo para Golantz.
– Lo que tengo es un artículo que se publicó en Le Parisién hace cuatro años y medio. Nombra a Johan Rilz como testigo de la acusación en un gran caso de drogas. Lo utilizó la Direction de la Police Judiciaire para hacer compras y conseguir información interna de la red de narcotráfico. Era un confidente, señoría y estos tipos de aquí ni siquiera lo miraron. Esto fue visión de túnel desde el…
– Señor Haller, una vez más guárdese sus argumentos para el jurado. Esto está en francés. ¿Tiene la traducción?
– Disculpe, señoría.
Saqué la segunda de tres hojas de la carpeta y la puse sobre la primera, otra vez en dirección al juez. Golantz estaba girando el cuello de un modo extraño al tratar de leerla.
– ¿Cómo sabemos que se trata del mismo Johan Rilz? -preguntó Golantz-. Es un nombre común allí.
– Puede que en Alemania, pero no en Francia.
– Entonces ¿cómo sabemos que es él? -inquirió esta vez el juez-. Es un artículo de periódico traducido. No es ningún tipo de documento oficial.
Saqué la última hoja de la carpeta y la coloqué encima.
– Esto es una fotocopia de un pasaporte de Rilz. Lo saqué del expediente de revelación de pruebas de la fiscalía. Muestra que Rilz salió de Francia hacia Estados Unidos en marzo de 2003, un mes después de que se publicara este artículo. Además, tenemos la edad. El artículo tiene su edad correcta y dice que estaba haciendo compras de drogas para la policía desde su negocio como decorador de interiores. Obviamente es él, señoría. Traicionó a mucha gente allí y los puso en prisión, luego vino aquí y empezó de nuevo.
Golantz empezó a negar con la cabeza de un modo desesperado.
– Sigue sin estar bien -dijo-. Esto es una infracción de las reglas de revelación y es inadmisible. No puede reservarse esto y luego dar un golpe bajo a la fiscalía.
El juez giró en su silla hacia mí y esta vez también me fulminó con la mirada.
– Señoría, si alguien se ha reservado algo es la fiscalía. Esto es material que la acusación tendría que haber encontrado y habérmelo entregado a mí. De hecho, creo que el testigo lo conocía y se lo reservó.
– Eso es una acusación grave, señor Haller -entonó el juez-. ¿Tiene pruebas de eso?
– Señoría, la razón de que sepa todo esto es por accidente. El domingo estaba revisando el trabajo de preparación de mi investigador y me fijé en que había examinado todos los nombres asociados con este caso en un motor de búsqueda Lexis-Nexis. Había usado el ordenador y la cuenta que heredé con el bufete de Jerry Vincent. Comprobé la cuenta y me fijé en que la búsqueda por defecto era sólo para idioma inglés. Después de ver la fotocopia del pasaporte de Rilz en el archivo de revelación, y conociendo su historial en Europa, volví a realizar la búsqueda, esta vez incluyendo el francés y el alemán. Encontré este artículo de periódico en francés en dos minutos y me cuesta creer que hallara con tanta facilidad algo que todo el departamento del sheriff, la fiscalía y la Interpol desconocían. Así que, señoría, no sé si es prueba de nada, pero la defensa ciertamente se siente la parte agraviada aquí.
No podía creerlo. El juez hizo girar la silla hacia Golantz y lo fulminó con la mirada a él. Por primera vez. Yo moví el peso del cuerpo a mi derecha para que buena parte del jurado pudiera verlo.
– ¿Qué me dice de eso, señor Golantz? -preguntó el juez.
– Es absurdo, señoría. No nos hemos reservado nada, todo lo que hemos encontrado está en la carpeta de revelación. Y me gustaría preguntar por qué el señor Haller no nos alertó de esto ayer cuando acaba de admitir que lo descubrió el domingo y la impresión también lleva esa fecha.
Miré con cara de póquer a Golantz cuando respondí.
– Si hubiera sabido que hablaba francés se lo habría dado a usted, Jeff, y quizá podría habernos ayudado. Pero no tengo fluidez en francés y no supe lo que decía hasta que lo tradujeron. Me han dado la traducción diez minutos antes de empezar el contrainterrogatorio.
– Muy bien -terció el juez, rompiendo el duelo de miradas-. Sigue siendo una impresión de un artículo periodístico. ¿Qué va a hacer respecto a verificar la información que contiene, señor Haller?
– Bueno, en cuanto terminemos la sesión, pondré a mi investigador en ello para ver si puede contactar con alguien en la Police Judiciaire. Vamos a hacer el trabajo que el departamento del sheriff debería haber hecho hace seis meses.
– Obviamente nosotros también vamos a verificarlo -dijo Golantz.
– El padre de Rilz y dos hermanos están sentados en la tribuna. Quizá podría empezar por ahí.
El juez levantó la mano en un gesto para pedir calma, como si fuera un padre zanjando una disputa entre dos hermanos.
– Muy bien -dijo-. Voy a parar esta línea de contrainterrogatorio. Señor Haller, le permitiré que presente la fundación para ello durante la fase de la defensa. Entonces podrá volver a llamar al testigo, y si puede verificar el informe y la identidad le daré libertad para seguir este camino.
– Señoría, eso sitúa a la defensa en desventaja -protesté.
– ¿Cómo es eso?
– Porque ahora que el estado ha tenido conocimiento de esta información, puede tomar medidas para entorpecer mi verificación.
– Eso es absurdo -dijo Golantz.
Pero el juez hizo un gesto de asentimiento.
– Entiendo su preocupación y pongo sobre aviso al señor Golantz de que si hay cualquier indicación de eso, entonces me voy a… digamos que eso me inquietará bastante. Creo que hemos terminado aquí, caballeros.
El juez volvió a hacer rodar la silla a la posición original y los abogados regresaron a las suyas. En mi camino de regreso, miré el reloj situado en la parte posterior de la sala. Faltaban diez minutos para las cinco. Supuse que si podía entretenerme unos minutos más, el juez levantaría la sesión y los jurados tendrían la conexión francesa para cavilar durante la noche.
Me puse de pie junto al atril y pedí unos momentos al juez. Entonces actué como si estuviera estudiando mi bloc, tratando de decidir si había algo más que quisiera preguntarle a Kinder.
– Señor Haller, ¿cómo estamos? -preguntó finalmente el juez.
– Estamos bien. Y esperaré a explorar más concienzudamente las actividades en Francia del señor Rilz durante la fase de la defensa del juicio. Hasta entonces, no tengo más preguntas para el detective Kinder.
Regresé a la mesa de la defensa y me senté. El juez anunció entonces que la sesión se reanudaría al día siguiente.
Observé al jurado abandonando la sala y no pude interpretar la expresión de ninguno de sus miembros. Miré a la espalda de Golantz. Los tres hombres de la familia Rilz me estaban observando con mirada acerada desde la galería del público.
Cisco me llamó a casa a las diez en punto. Dijo que estaba cerca, en Hollywood, y que podía pasar enseguida. Me anticipó que ya tenía noticias sobre el jurado número siete.
Después de colgar, le dije a Patrick que iba a salir a la terraza para reunirme en privado con Cisco. Me puse un jersey porque el aire era frío, cogí la carpeta que había usado en el tribunal antes y salí a esperar a mi investigador.
Sunset Strip brillaba como el fuego de un horno sobre el lomo de las colinas. Había comprado la casa en un año de bienes por la terraza y la vista de la ciudad que ofrecía. Nunca dejaba de embelesarme, ni de día ni de noche. Nunca dejaba de cargarme de energía y decirme la verdad; la verdad de que cualquier cosa era posible y cualquier cosa podía ocurrir, buena o mala.
– Eh, jefe.
Salté y me volví. Cisco había subido por la escalera y había aparecido detrás de mí sin que yo lo oyera siquiera. Debía de haber subido la colina por Fairfax y luego había apagado el motor para bajar en punto muerto hasta mi casa. Sabía que me enfadaría si despertaba al vecindario con sus tubos de escape.
– No me asustes así, tío.
– ¿Por qué estás tan nervioso?
– Simplemente no me gusta que la gente me salga desde atrás. Siéntate aquí.
Le señalé la pequeña mesa y sillas situadas bajo el alero del tejado y enfrente de la ventana del salón. Eran muebles de exterior incómodos que casi nunca usaba. Me gustaba contemplar la ciudad desde la terraza y enchufarme, y la única manera de hacerlo era de pie.
La carpeta que yo había traído estaba sobre la mesa. Cisco acercó una silla y estaba a punto de sentarse cuando se detuvo y limpió con la mano la capa de polvo de contaminación que había en la silla.
– Tío, ¿no limpias nunca esto?
– Llevas téjanos y camiseta, Cisco. Siéntate y listo.
Él lo hizo y yo también, y vi que miraba por la ventana la sombra traslúcida en el salón. La televisión estaba encendida y Patrick estaba mirando un canal por cable de deportes extremos. La gente iba dando volteretas en el aire en motos de nieve.
– ¿Eso es un deporte? -preguntó Cisco.
– Para Patrick supongo.
– ¿Cómo te va con él?
– Va. Sólo va a quedarse un par de semanas. Habíame del número siete.
– Al grano. Muy bien.
Metió la mano en el bolsillo trasero y sacó un pequeño diario.
– ¿Tienes alguna luz aquí?
Me levanté, fui a la puerta delantera y metí la mano en el interior para encender la luz de la terraza. Miré la tele y vi al personal médico atendiendo a un conductor de moto de nieve que aparentemente no había logrado completar su giro en el aire y tenía un trineo de ciento y pico kilos encima.
Cerré la puerta y me senté frente a Cisco, que estaba estudiando algo en su libreta.
– Bien -dijo-. El jurado número siete. No he tenido mucho tiempo con esto, pero tengo unas cuantas cosas que quería traerte de inmediato. Se llama David McSweeney y creo que casi todo lo que puso en su hoja de testigo es falso.
La hoja de testigo era el formulario de una página que cada jurado cumplimenta como parte del proceso voir dire. Las hojas llevan el nombre, profesión y zona de residencia por código postal del potencial jurado, así como una lista de preguntas básicas diseñadas para ayudar a los abogados a formarse opiniones respecto a si quieren a ese individuo. En este caso el nombre había sido eliminado, pero el resto de la información figuraba en la hoja que le había dado a Cisco como punto de partida.
– Dame algunos ejemplos.
– Bueno, según el código postal que aparece en la hoja, vive en Palos Verdes, pero eso no es cierto. Lo seguí desde el tribunal y fue directamente a un apartamento cerca de Beverly detrás de la CBS.
Cisco señaló al sur en la dirección general de Beverly Boulevard y Fairfax Avenue, donde se hallaba el estudio de la cadena de televisión CBS.
– Pedí a un amigo que investigara la matrícula de la furgoneta que llevó a casa desde el tribunal y correspondía a David McSweeney, de Beverly, la misma dirección a la que lo vi llegar. Luego pedí a mi hombre que comprobara su carné de conducir y me mandara una foto. La miré en mi teléfono y McSweeney es nuestro tipo.
La información era intrigante, pero estaba más preocupado por la forma en que Cisco estaba llevando a cabo su investigación del jurado número siete. Ya habíamos quemado una fuente en la investigación de Vincent.
– Cisco, joder, tus huellas van a quedar en todo esto. Te dije que no quería retrocesos con esta historia.
– Tranquilo, tío. No hay huellas. Mi contacto no va a ir voluntariamente a decir que hizo una búsqueda para mí. Es ilegal que un poli haga una búsqueda externa, perdería su empleo. Y si alguien va a mirarlo, aún no tenemos que preocuparnos porque no usa su terminal ni su identificación cuando hace esto para mí. Gorrea la contraseña de un antiguo teniente. Así que no hay huellas, ¿vale? No hay pistas. Estamos seguros con esto.
Asentí a regañadientes. Polis robando a otros polis. ¿Por qué no me sorprendía?
– Muy bien -dije-. ¿Qué más?
– Bueno, para empezar tiene antecedentes y marcó la casilla del formulario en la que dice que nunca lo habían detenido.
– ¿Por qué lo detuvieron?
– Dos detenciones. Agresión con arma letal en el noventa y siete y conspiración para cometer fraude en el noventa y nueve. Sin condenas, pero eso es lo que sé por ahora. Cuando abra el tribunal puedo conseguir más, si quieres.
Quería saber más, sobre todo por qué las detenciones por fraude y asalto con arma letal podían no resultar en condenas, pero si Cisco sacaba los registros del caso, entonces tendría que mostrar su identificación y eso dejaría un rastro.
– No si has de firmar la retirada de archivos. Déjalo por el momento. ¿Tienes algo más?
– Sí, te estoy diciendo que creo que es todo falso. En la hoja dice que es ingeniero de Lockheed. Por lo que puedo decir, no es verdad. Llamé a Lockheed y no hay ningún David McSweeney en el directorio telefónico. Así que a no ser que el tipo tenga un trabajo sin teléfono…
Levantó las palmas de las manos como para decir que no había otra explicación que el engaño.
– Sólo he estado en esto esta noche, pero todo aparece como falso y eso probablemente incluye el nombre del tipo.
– ¿Qué quieres decir?
– Bueno, no conocemos oficialmente su nombre, ¿no? Estaba tachado en el formulario.
– Sí.
– Así que seguí al jurado número siete y lo identifiqué como David McSweeney, pero ¿quién dice que es el mismo nombre que tacharon en la hoja? ¿Me entiendes?
Pensé un momento y asentí.
– Estás diciendo que McSweeney podría haber pirateado el nombre de un jurado legítimo y quizás incluso sus citaciones judiciales y se presenta como esa persona en el tribunal.
– Exactamente. Cuando recibes una citación y apareces en el control de jurados de ventanilla, lo único que hacen es comprobar tu carné de conducir con la lista. Son oficinistas que cobran poco, Mick. No sería difícil pasarles un carné de conducir falso, y los dos sabemos lo fácil que es conseguirlo.
Asentí. La mayoría de la gente quiere librarse del deber de jurado. Aquél era un plan para cumplir con él: conciencia cívica llevada al extremo.
Cisco dijo:
– Si de algún modo pudieras conseguirme el nombre que tiene el tribunal para el número siete, lo comprobaría, y apuesto a que hay un tipo en Lockheed que se llama así.
Negué con la cabeza.
– No hay forma de que pueda conseguir eso sin dejar rastro.
Cisco se encogió de hombros.
– Entonces, ¿qué está pasando con esto, Mick? No me digas que ese fiscal cabrón puso un durmiente en el jurado.
Sopesé un momento decírselo, pero no lo hice.
– En este momento es mejor que no te lo diga.
– Abajo el periscopio.
Significaba que estábamos tomando el submarino, compartimentando para que si alguno de nosotros provocaba un agujero no se hundiera toda la embarcación.
– Es mejor así. ¿Has visto a este tipo con alguien? ¿Algún asociado conocido de interés?
– Lo seguí al Grove esta noche y se reunió con alguien para tomar un café en Marmalade, uno de los restaurantes que hay allí. Era una mujer. Parecía una cosa casual, como si se encontraran el uno con la otra de un modo no planeado y se sentaran a ponerse al día. Aparte de eso, no tengo de momento asociados conocidos. Sólo llevo con este tipo desde las cinco, cuando el juez soltó al jurado.
Asentí. Me había conseguido mucho en poco tiempo. Más de lo que preveía.
– ¿Cómo de cerca estuviste de él y la mujer?
– No muy cerca. Me dijiste que tomara precauciones.
– Entonces, ¿no puedes describirla?
– Sólo he dicho que no me acerqué, Mick. Puedo describirla. Incluso tengo una foto suya en mi cámara.
Tuvo que levantarse para meter su manaza en uno de los bolsillos delanteros de sus téjanos. Sacó una cámara pequeña y negra de las que no llaman la atención y volvió a sentarse. La encendió y miró la pantallita de atrás. Clicó algunos botones en la parte superior y me la pasó por encima de la mesa.
– Empiezan aquí y puedes ir pasando hasta que veas a la mujer.
Manipulé la cámara y pasé una serie de fotos digitales que mostraban al jurado número siete en varios momentos de la tarde. En las últimas tres fotos estaba con una mujer en Marmalade. Ella tenía el cabello negro azabache suelto y le ensombrecía la cara. Los fotos también eran muy malas porque se habían tomado desde larga distancia y sin flash.
No reconocí a la mujer. Le pasé la cámara a Cisco.
– Vale, Cisco, lo has hecho bien. Ahora puedes dejarlo.
– ¿Dejarlo sin más?
– Sí, y vuelve a esto.
Le pasé la carpeta por encima de la mesa. Él asintió y sonrió malévolamente al cogerla.
– ¿Qué le has dicho al juez en el aparte?
Había olvidado que Cisco se encontraba en la sala, esperando a iniciar su seguimiento del jurado número siete.
– Le dije que me había dado cuenta de que habías investigado su historial con una búsqueda en inglés, así que la rehíce incluyendo francés y alemán. Incluso volví a imprimir el artículo el domingo para tener una fecha nueva.
– Genial. Pero quedo como un tarado.
– Tenía que decir algo. Si le hubiera dicho que lo encontraste hace una semana y que me lo había guardado desde entonces, no estaríamos teniendo esta conversación. Probablemente estaría en el calabozo por desacato. Además, el juez cree que el tarado es Golantz por no encontrarlo antes que la defensa.
Eso pareció aplacar a Cisco. Levantó la carpeta.
– Bueno, ¿qué quieres que haga con esto? -preguntó.
– ¿Dónde está el traductor que usaste con la impresión?
– Probablemente en su residencia en Westwood. Es una estudiante de intercambio que encontré en Internet.
– Bueno, llámala y recógela porque vas a necesitarla esta noche.
– Me da la sensación de que a Lorna no le va a gustar. Es una francesa de veinte años.
– Lorna no habla francés, así que lo entenderá. ¿Cuántas horas de diferencia hay con París, nueve?
– Sí, nueve o diez, no recuerdo.
– Vale, entonces quiero que vayas a buscar a la traductora y que a medianoche te pongas con los teléfonos. Llama a los gendarmes o como se llamen que trabajaron ese caso de drogas y consíguele a uno de ellos un pasaje de avión aquí. Al menos nombra a tres de ellos en el artículo. Puedes empezar con eso.
– ¿Así? ¿Crees que uno de esos tipos va a querer subirse a un avión por nosotros?
– Probablemente se acuchillarán por la espalda para conseguir el puesto. Diles que volarán en primera clase y que los pondremos en el hotel donde se hospeda Mickey Rourke.
– Sí, ¿qué hotel es ése?
– No lo sé, pero me han dicho que Rourke es famoso allí. Creen que es un genio o algo así. Da igual, mira, lo que te estoy diciendo es que les digas lo que quieran oír. Gasta lo que tengas que gastar. Si quieren venir dos, traes a dos, y los probaremos y pondremos al mejor en el estrado. Tú trae a alguien aquí. Esto es Los Angeles, Cisco. Todos los polis del mundo quieren ver este sitio y luego volver y contarle a todo el mundo qué y a quién vieron.
– Vale, meteré a alguien en un avión. Pero ¿y si no puede venir ahora mismo?
– Entonces que venga lo antes posible y házmelo saber. Puedo alargar las cosas en el tribunal. El juez quiere acelerarlo todo, pero puedo frenar si hace falta. Probablemente lo más que puedo alargarme es hasta el martes o el miércoles. Trae a alguien aquí para entonces.
– ¿Quieres que te llame esta noche cuando lo tenga organizado?
– No. Necesito mi bendito descanso. No estoy acostumbrado a pasar el día alerta en el tribunal y estoy agotado. Me voy a acostar. Llámame por la mañana.
– Vale, Mick.
Se levantó y lo mismo hice yo. Me dio un golpecito en el hombro con la carpeta y se la guardó en la parte de atrás de la cintura del pantalón. Bajó los escalones y yo me acerqué hasta el borde de la terraza para mirarlo mientras se subía a su montura junto al bordillo, ponía punto muerto y empezaba a deslizarse silenciosamente por Fareholm hacia Laurel Canyon Boulevard.
Entonces levanté la mirada a la ciudad y pensé en los movimientos que estaba haciendo, en mi situación personal y mi engaño profesional delante del juez en el tribunal. No lo ponderé demasiado tiempo y no me sentí culpable de nada. Estaba defendiendo a un hombre al que creía inocente de los crímenes de los que se le acusaba, aunque cómplice en la razón de que hubieran ocurrido. Tenía un durmiente en el jurado cuya situación estaba directamente relacionada con el asesinato de mi predecesor. Y tenía a un detective observándome al que le ocultaba cosas y de quien no podía estar seguro de que considerara mi seguridad por encima de su propio deseo de resolver el caso.
Tenía todo eso y no me sentía culpable ni temeroso de nada. Me sentía como un tipo dando una vuelta en el aire con un trineo de ciento y pico kilos. Podría no ser un deporte, pero era endemoniadamente peligroso e hizo lo que yo no había podido hacer en más de un año. Me sacudió el óxido y puso la adrenalina en la sangre.
Me dio un impulso imparable.
Por fin oí el sonido de los tubos de escape de la Harley de Cisco. Había llegado hasta Laurel Canyon antes de encender el motor. El motor rugió profundamente y Cisco se adentró en la noche.