9

Leo se estiró para echar una mirada a la Estación de Transferencia desde el puesto de observación de la nave remolcadora de carga. La nave de pasajeros que provenía semanalmente de Orient IV ya estaba estacionada en el eje de la rueda. Seguramente, como acababa de llegar, todavía estaba en la fase de desembarco. Pero Leo pensó que para un piloto o ex piloto como Ti, nada sería más seductor que la idea de ir a bordo de inmediato, para echar un vistazo.

La nave de Salto desapareció de su vista cuando se desplazaban en espiral alrededor de la estación, en dirección a la escotilla de lanzadera que les había sido asignada. El cuadrúmano que pilotaba la nave remolcadora, una muchacha de cabello oscuro y piel color cobre, llamada Zara, llevaba la camiseta y los shorts azules, propios de la tripulación de los remolcadores. La muchacha alineó con precisión la nave y la colocó en la rampa de aterrizaje. Leo se inclinó a pensar que Zara sería uno de los mejores pilotos de la tripulación, después de todo, a pesar de sus prejuicios por la edad: apenas quince años.

El suave vector de aceleración de la rotación de la estación en este radio tironeó a Leo y su asiento mullido giró sobre sus soportes para ponerse en posición erguida. Zara sonrió a Leo por encima del hombro. Obviamente, estaba excitada por la sensación. Silver, en el asiento junto a Zara, parecía más dudosa.

Zara completó la letanía formal de verificaciones con el control de tráfico de la Estación de Transferencia y apagó los sistemas. Leo suspiró, con un alivio lógico, ya que el control de tráfico no había hecho ninguna pregunta sobre el propósito de su plan de vuelo, «Recoger materiales para el Hábitat Cay». Tampoco había una razón para que tuvieran que hacerlo. Leo no tenía ninguna intención de excederse en sus poderes de autorización. Todavía.

—Mira, Silver —dijo Zara y dejó caer un lápiz de sus dedos. Cayó con suavidad sobre el piso mullido que ahora era pared y rebotó haciendo un arco. Zara lo volvió a tomar con su mano inferior.

Leo esperó con resignación a que también Silver lo intentara.

—Vamos. Tenemos que alcanzar a Ti —dijo luego.

—Bien. —Silver se incorporó con las manos superiores sobre el reposacabezas, soltó las inferiores y dudó. Leo extrajo el par de pantalones grises que había traído para la ocasión y la ayudó a ponérselos por los brazos inferiores, hasta la cintura. Silver sacudió las manos y los pantalones le cubrieron los brazos. Hizo una mueca. No estaba acostumbrada a esa ropa ajustada que le dificultaba los movimientos.

—Muy bien, Silver —dijo Leo—, ahora los zapatos que le pediste a esa muchacha a cargo de Hidroponía.

—Se los di a Zara para que los guardara.

—Oh —dijo Zara. Se tapó la boca con una de las manos.

—¿Qué?

—Los dejé en el compartimento de carga. —¡Zara! —Lo siento…

Silver suspiró detrás de la nuca de Leo. —Tal vez sus zapatos, Leo —sugirió. —No sé… —Leo se sacó los zapatos y Zara ayudó a Silver a ponérselos en las manos inferiores.

—¿Qué tal? —dijo Silver con ansiedad. Zara frunció la nariz.

—Se ven un tanto grandes. Leo se detuvo junto a ella para ver el efecto en la oscuridad. Parecían bastante absurdos. Leo se miró los pies como si nunca los hubiera visto antes. Cuando los llevaba puestos él, ¿se verían igual de ridículos? Sus calcetines, de repente, parecían gigantescos gusanos. Los pies eran apéndices insanos.

—Olvídate de los zapatos. Devuélvemelos. Dejemos que las perneras de los pantalones te cubran las manos.

—¿Y qué pasa si alguien me pregunta por mis pies? —preguntó Silver, preocupada.

—Te los amputaron —sugirió Leo—, debido a un caso terrible de entumecimiento durante tus últimas vacaciones en el continente antártico.

—¿Eso queda en la Tierra? ¿Qué pasa si empiezan a hacerme preguntas sobre la Tierra?

—Entonces… entonces yo los criticaré por su falta de cortesía. Pero la mayoría de la gente se inhibe ante este tipo de preguntas. Inclusive podemos usar la historia original de que la silla de ruedas está en Equipajes Extraviados y que vamos allí para recuperarla. Lo creerán. Vamos. Todos a bordo.

Silver se aferró con los brazos superiores al cuello de Leo, mientras que los inferiores abrazaban su cintura, haciendo una leve presión, ya que de repente había tomado conciencia de su nuevo peso. Su respiración era cálida.

Pasaron por el tubo flexible y entraron a la Estación de Transferencia en sí. Leo se dirigió al elevador que subía o bajaba a lo largo de la rampa, hasta el borde donde deberían encontrar los cubículos de descanso de pasajeros.

Leo esperaba un elevador vacío. Pero volvió "a detenerse y otros subieron. De repente, Leo sufrió un espasmo de terror ante la sola idea de que a Silver se le ocurriera entablar una conversación amistosa. Tendría que haberle dicho explícitamente que no hablara con extraños. Sin embargo, mantuvo una tímida reserva. El personal de la Estación de Transferencia lo miraba con ojos furtivos, pero Leo fijó la mirada en la pared y nadie intentó romper el silencio.

Leo se tambaleó cuando salió del elevador en el borde externo, donde las fuerzas de gravedad estaban maximizadas. Tenía que admitir que tres meses en condiciones de ingravidez habían causado los efectos inevitables. Pero, en una gravedad intermedia, su peso y el de Silver no llegaban a su peso normal en la Tierra. Leo se escabulló tan pronto como pudo del concurrido vestíbulo.

Golpeó la puerta numerada del cubículo. Se abrió. Una voz masculina dijo: «Sí, ¿qué?» Habían encontrado al piloto de Salto. Leo esbozó una sonrisa atractiva y entraron.

Ti estaba recostado en la cama. Llevaba pantalones, camiseta y calcetines oscuros. Estaba escrutando un visor manual. Miró a Leo con cierta irritación, hasta ahora desconocida. Luego abrió los ojos cuando vio a Silver. Leo la depositó con la misma ceremonia con lo que se pone un gato a los pies de la cama. Ninguna. Luego se dejó caer en la única silla del cubículo, para recuperar el aliento.

—Ti Gulik. Tengo que hablar con usted. Ti se había reclinado sobre el respaldo de la cama, las rodillas recogidas y el visor a un lado, olvidado. —¡Silver! ¿Qué diablos estás haciendo aquí? ¿Quién es este tipo? —señaló a Leo con el pulgar.

—Es el profesor de soldadura de Tony. Leo Graf —respondió Silver. Con mucha habilidad, se dio la vuelta y se incorporó con sus manos superiores—.¡Qué rara me siento!

Levantó las manos superiores, como si estuviera haciendo equilibrio, pensó Leo. Parecía una foca apoya da en el trípode que formaban sus brazos inferiores. Puso de nuevo las manos superiores en la cama, para apoyarse y adoptar una postura de perro. La gravedad le había robado toda su gracia. No había duda. Los cuadrúmanos pertenecían a la ingravidez.

—Necesitamos su ayuda, teniente Gulik —comenzó a decir Leo, tan pronto como pudo—. Desesperadamente.

—¿A quién se refiere con nosotros? —preguntó Ti, en un tono sospechoso.

—Los cuadrúmanos.

—Ah —dijo Ti—. Bueno, en primer lugar, me gustaría señalar que ya no soy el teniente Gulik. Soy simplemente Ti Gulik. Estoy desempleado y es muy posible que no vuelva a tener un empleo. Gracias a los cuadrúmanos. O, en el último de los casos, a un cuadrúmano en especial. —Frunció el ceño y dirigió la mirada a Silver.

—Les dije que no era tu culpa —dijo Silver—. No quisieron escucharme.

—Por lo menos podrías haberme encubierto —dijo Ti, en un tono petulante —. Al menos, me debías eso.

Por la expresión en su rostro, bien podría haberle pegado.

—Un momento, Gulik —gruñó Leo—. Silver fue drogada y torturada para poder extraerle una confesión. Me da la impresión que las deudas aquí pasan por otro lado.

Ti se ruborizó. Leo calmó su disgusto. No podían permitirse el lujo de perder al piloto de la nave de Salto. Lo necesitaban demasiado. Por otra parte, ésta no era la conversación que Leo había ensayado. Ti debería volverse loco con esos ojos de Silver, la psicología de la recompensa y todo eso. Seguramente, él debía responder a su bondad. Si el joven no la apreciaba, no merecía tenerla… Leo hizo que sus pensamientos volvieran al asunto en cuestión.

—¿Ha oído hablar de esa nueva tecnología de gravedad artificial? —comenzó Leo, una vez más.

—Algo —admitió Ti.

—Bueno, ha echado por los suelos el Proyecto Cay. Galac-Tech se va a desentender del problema de los cuadrúmanos.

—Sí. Bueno, eso tiene sentido.

Leo esperó un momento a que hiciera su próxima pregunta lógica, pero nunca vino. Ti no era idiota. Estaba siendo deliberadamente duro de mollera. Leo siguió avanzando.

—Planean llevar a los cuadrúmanos a Rodeo, a unos barracones de trabajadores abandonados… —repitió la situación de «olvidados hasta la muerte» que le había descrito a Pramod una semana antes y levantó la vista para ver qué efecto producía.

La expresión del piloto se mantenía imperturbable y neutra.

—Bueno, lo siento mucho por ellos —dijo Ti sin mirar a Silver—, pero no llego a ver qué se supone que puedo hacer al respecto. Me voy de Rodeo dentro de seis horas, para no volver jamás… Lo cual por otra parte me parece muy bien. Este lugar es una fosa.

—Y a Silver y al resto de los cuadrúmanos los van a arrojar a esa fosa y les van a poner la tapa encima. Y el único crimen que han cometido es que se han vuelto tecnológicamente obsoletos. ¿Eso no le importa? —gritó Leo, acaloradamente.

Ti se incorporó, indignado.

—¿Usted quiere hablar de tecnología obsoleta? Le mostraré tecnología obsoleta. ¡Esto! —Se tocó con la mano las placas de implante en la frente y las sienes y la cánula en la nuca—. ¡Esto! Me entrené durante dos años y esperé en fila durante un años más para poder ser operado y que me implantaran esto. Es una versión codificada en bits de un tensor, porque es el sistema de Saltos que utiliza Galac-Tech, y ellos corrieron con parte de los gastos. Trans-Stellar Transport y otras pocas compañías independientes también lo utilizan. El resto del universo utiliza el sistema Necklin. ¿Sabe cuáles son mis posibilidades de ser contratado por TST, después de que me despidan en Galac-Tech? Ninguna. Cero. Nada. Si quiero tener un empleo como piloto de Salto, necesito que me operen y que me hagan un nuevo implante. Sin un empleo, no puedo afrontar el implante. Sin implante, no puedo conseguir un empleo. ¡Jódete, Ti Gulik!

Leo se inclinó hacia adelante.

—Le daré un empleo como piloto, Gulik —dijo Leo con claridad—. En la nave de Salto más grande que jamás haya visto. —Rápidamente, antes de que el piloto pudiera interrumpirlo, detalló su visión del Hábitat convertido en una nave colonia —. Todo está aquí. Lo único que necesitamos es un piloto. Un piloto que pueda trabajar en el sistema de Galac-Tech; Todo lo que necesitamos… es a usted.

Ti estaba completamente apabullado.

—¡No está hablando de locura! ¡Está hablando de robo! ¿Tiene noción de cuál sería el costo de la remo delación total? No le dejarían salir de la cárcel hasta el próximo milenio.

—No voy a ir a la cárcel. Voy a las estrellas con los: cuadrúmanos.

—Su celda estará acolchada.

—Esto no es un crimen. Es… una guerra o algo así. Girar la espalda e irse es un crimen. —No para ningún código penal que yo conozca.

—Muy bien. Entonces, un pecado.

—Oh hermano —dijo Ti, con los ojos mirando al cielo—. Ahora entiendo. Eres un enviado de Dios. ¿no es así? Déjame bajarme en la próxima parada; por favor.

Dios no está aquí. Alguien tiene que ocupar su lugar. Leo se alejó de esa línea de pensamiento. Celdas acolchadas, por cierto.

—Pensé que estaba enamorado de Silver. ¿Cómo puede abandonarla a una muerte lenta?

—Ti no está enamorado de mí —interrumpió Silver, con sorpresa—. ¿Qué le hizo pensar en eso, Leo.

—No, por supuesto que no —acordó débilmente—. Tú… tú siempre lo supiste, ¿no es verdad? Solí teníamos un acuerdo de beneficio mutuo. Eso todo.

—Así es —confirmó Silver—. Yo obtengo libros y grabados, Ti obtiene un alivio de su tensión psicológica, hombres de los planetas necesitan el sexo para sentirse bien. No pueden tolerar la tensión. No les permite coordinar. Genes salvajes, supongo.

—¿De dónde sacaste toda esa mierda…? —comenzó a decir Leo y se detuvo —. No importa. —Podía suponerlo. Cerró los ojos, los presionó con las yemas de los dedos e intentó recobrar su argumento perdido. Muy bien. Entonces para usted, Silver es… eliminable. Como un pañuelo de papel. Se suena la nariz en ella y luego la tira. Ti parecía molesto.

—¡Basta ya, Graf! No soy peor que cualquier otro. —Pero le estoy dando la oportunidad de ser mejor, ¿no entiende?

—Leo —volvió a interrumpir Silver. Ahora estaba recostada sobre su estómago, con el mentón apoyado una de sus manos superiores—. Después de que leguemos a nuestro asteroide, aparte de cómo sea, qué vamos a hacer con la gigantesca nave de Salto?

—¿Gigantesca nave de Salto?

—La separaremos del Hábitat y con seguridad, la nave quedará allí, en órbita. ¿No se la podemos dar?

—¿Qué? —preguntaron Leo y Ti al unísono.

—En forma de pago. Nos lleva a nuestro destino. Luego se queda con la nave de Salto. Entonces puede irse y ser piloto y propietario de su propia nave, establecer su propia compañía de transporte o lo que le guste.

—¿Con una nave robada? —dijo Ti.

—Si estamos lo suficientemente lejos para que Galac-Tech no pueda alcanzarnos, también estamos lo suficientemente lejos para que Galac-Tech no te pueda alcanzar a ti —dijo Silver, con un razonamiento lógico—. Entonces tendrás una nave que se adecué a tu implante neurológico y nadie podrá volver a despedirte, porque estarás trabajando para ti mismo.

Leo se mordió la lengua. Había traído a Silver expresamente para que lo ayudara a persuadir a Ti. ¿Qué pasaba si no se trataba de la ayuda que había imaginado? Por la mirada confusa del piloto, habían logrado movilizarlo finalmente. Leo pestañeó y sonrió a Silver, alentándola.

—Además —continuó ella—, si tenemos éxito y podemos salir de aquí, del Hábitat y de todo esto, el señor Van Atta va a quedar como un verdadero estúpido. —Silver apoyó la cabeza de nuevo en la cama y le sonrió de costado a Ti.

—Oh —dijo Ti, con un tono esclarecedor—. Ah…

—¿Tiene hechas las maletas? —preguntó Leo.

—Ahí están —dijo Ti, señalando un montón de equipaje en el rincón—. Pero… pero… maldición. Si todo esto sale mal, van a crucificarme.

—Ah —dijo Leo—. Mire aquí… —abrió su uniforme colorado en el cuello y sacó el soldador láser, escondido en un bolsillo interno—. Trabé el seguro de esta cosa. Ahora disparará un rayo extremadamente intenso a una distancia bastante grande,"hasta que la atmósfera lo disipe. Mucho más que la anchura de esta habitación, por cierto. —Lo sacudió con negligencia. Ti se encogió y abrió los ojos—. Si terminamos arrestados, puede atestiguar que fue secuestrado a punta de arma por un ingeniero loco y por su asistenta mutante tan loca como él y que le hicieron cooperar bajo presión. Tal vez, un día u otro, sea un héroe.

La asistenta mutante loca sonrió a Ti. Los ojos le brillaban como estrellas.

—Usted… nunca dispararía esa cosa, ¿no es así? —dijo Ti, con precaución.

—Por supuesto que no —dijo Leo, mostrando sus dientes. Puso el soldador a un lado.

—Ah —respondió Ti, a la vez que hacía un gesto con la boca. Pero volvió a mirar varias veces el bulto en el uniforme de Leo.

Cuando regresaron a la escotilla de la nave donde estaba aparcada la nave remolcadora, Zara ya se había ido.

«Oh, Dios», murmuró Leo. ¿Se habría escapado? ¿Perdido? ¿La habrían llevado de allí por la fuerza? Después de una búsqueda frenética, no encontró ningún mensaje en el comunicador ni ninguna nota en ninguna parte.

—Piloto, ella es un piloto —razonó Leo en voz alta—. ¿Hay algo que fuera necesario que hiciera? Tenemos suficiente combustible, la comunicación con control de tráfico la hicimos desde aquí… —Entonces se dio cuenta, con un escalofrío, que en ningún momento le había prohibido que abandonara la nave. Era tan evidente que tenía que permanecer fuera de vista y alerta. Pero Leo comprendió que era evidente para él. ¿Quién podía decir que también era evidente para un cuadrúmano?

—Yo podría hacer volar este cacharro, si fuera necesario —dijo Ti, en un tono no forzado, mientras le echaba una mirada al tablero de controles—. Todo es manual.

—No se trata de eso —dijo Leo—. No podemos irnos sin ella. Se supone que los cuadrúmanos no tienen que estar aquí para nada. Si la atrapan las autoridades de la estación y comienzan a hacerle preguntas… Siempre suponiendo que no la hayan atrapado por algo peor…

—¿Qué cosa peor?

—No lo sé, ése es el problema.

Mientras tanto, Silver se había bajado del sillón de aceleración. Después de un momento de experimentación pensativa, se lanzó hacia adelante con las cuatro manos y pasó junto a las rodillas de Leo. Los pantalones le arrastraban.

—¿Dónde vas?

—Voy tras Zara.

—Silver, quédate en la nave. No necesitamos que sean dos de vosotras las que estéis perdidas, por el amor de Dios —le ordenó Leo, con firmeza—. Ti. y yo podemos movernos mucho más rápido. Nosotros la encontraremos.

—No creo —murmuró Silver, ausente. Llegó al tubo flexible y miró el pasillo, que giraba a izquierda y derecha—. Venid, no creo que haya llegado muy lejos.

—Si subió al elevador, ahora podría estar prácticamente en cualquier lugar de la estación —dijo Ti.

Silver se apoyó sobre sus brazos inferiores, levantó los superiores por sobré la cabeza y echó un vistazo dentro del elevador a su izquierda.

—A un cuadrúmano le costaría mucho trabajo llegar a los controles. Por otra parte, Zara sabe que tendría muchas más posibilidades de cruzarse con un extraño. Creo que se fue hacia este lado. —Levantó el mentón y se alejó a toda velocidad hacia la derecha, con las cuatro manos. Después de un momento, alcanzó mayor velocidad cuando logró un andar similar al de una gacela. Leo y Ti se vieron obligados a lanzarse tras ella. Leo se sentía absurdo. Parecía un hombre corriendo desesperadamente detrás de su cachorro. Era la ilusión óptica que le producía la locomoción de Silver. Los cuadrúmanos parecían más humanos en caída libre.

Un ruido extraño, un ruido sordo, provenía de la curva del pasillo. Silver gritó y se apoyó rápidamente contra la pared externa.

—Lo siento —gritó Zara, que. pasaba junto a ellos, con el mentón levantado y el torso apoyado en una tabla con ruedas. Las cuatro manos parecían ruedas que la ayudaban a deslizarse por la cubierta. Frenar le resultaba más difícil que cobrar velocidad y Zara se detuvo finalmente cuando se estrelló junto a Silver.

Leo, horrorizado, se acercó a ellas, pero Zara ya se estaba incorporando y sentándose. La tabla con ruedas estaba intacta.

—Mira, Silver —dijo Zara, cuando dio la vuelta a la tabla—. ¡Ruedas! Me pregunto cómo aguantarán la fricción, dentro de esas cubiertas. Toca, ni siquiera están calientes.

—Zara —gritó Leo—, ¿por qué has abandonado la nave?

—Quería ver cómo era un baño en los planetas —dijo Zara—. Pero no he encontrado ninguno en este nivel. Lo único que he visto es un armario lleno de artículos de limpieza y esas cosas —dijo, mientras tocaba la tabla—. ¿Puedo desarmar las ruedas y ver qué hay adentro?

—¡No! —exclamó Leo.

Parecía desorientada.

—Pero quiero saberlo.

—Tráetela —sugirió Silver—, y la desarmas más? tarde. —Silver miró hacia un lado y otro del pasillo. Leo se sentía reconfortado al ver que por lo menos un cuadrúmano compartía su sentido de la urgencia.

—Sí, más tarde —acordó Leo, con tal de terminar con este tema—. Ahora, en marcha.

Leo cogió la tabla con ruedas debajo de su brazo para evitar todo tipo de nueva experimentación. Había llegado a la conclusión de que los cuadrúmanos parecían no tener una idea muy clara sobre la propiedad privada. Tal vez, se debía a que habían pasado toda la vida en un Hábitat espacial comunal, con una ecología ajustada. Los planetas eran comunales de la misma manera, excepto que en algunos casos, esa igualdad estaba verdaderamente disimulada.

Por cierto, se trataba de hábitos de pensamiento. Aquí estaba preocupado por el robo de una tabla con ruedas, al mismo tiempo que estaba planeando el robo espacial más grande de la historia humana. Ti casi echó chispas cuando se enteró del resto de la misión que habían planeado para él. Leo, con prudencia, no completó estos detalles sino cuando la nave ya había salido de la Estación de Transferencia y estaba a mitad de camino entre la estación y el Hábitat.

—¿Pretendéis que sea yo quien robe la nave? —exclamó Ti.

—No, no —Leo le tranquilizó—. Solamente vas a ir como asesor. Los cuadrúmanos tomarán la nave.

—Pero mi culo va a depender de si pueden o no…

—Entonces sugiero que les aconsejes bien.

—Ya lo creo.

—Tu problema —Leo lo aleccionó con amabilidad—, es que careces de experiencia en la enseñanza. Si la tuvieras, tendrías fe en que la gente que uno menos puede imaginar aprende las cosas más sorprendentes. Después de todo, no naciste sabiendo cómo pilotar una nave de Salto. Y sin embargo, muchas vidas dependían de que lo hicieras bien la primera vez y todas las siguientes. Ahora podrás darte cuenta de cómo se sentían tus instructores. Eso es todo.

—¿Cómo se sentían los instructores?

Leo bajó el tono de voz y sonrió.

—Aterrados. Absolutamente aterrados.

Una segunda nave remolcadora, llena de combustible y suministros para su larga excursión, esperaba en lía entrada próxima a la de ellos, cuando llegaron al «Hábitat. Leo tuvo que reprimir la intensa necesidad de llevar a Ti a un lado y llenarle los oídos de consejos y sugerencias para su misión. Desafortunadamente, sus experiencias en el robo criminal no eran mucho mejores. Cero igual a cero, sin tener en cuenta el número desigual de años por los que se multiplicara.

Flotaron a través de la escotilla, dentro del módulo desembarque, y se encontraron con varios cuadrúmanos que les esperaban con ansiedad.

—Ya he modificado más soldadores, Leo —comenzó a decir Pramod sin necesidad, ya que con tres «manos sujetaba todo el arsenal improvisado contra su cuerpo—. Hay soldadores para cinco personas.

Claire, que se asomaba por detrás de su hombro, y miraba las armas con una extraña fascinación.

—Bien. Dáselas a Silver. Ella se hará cargo hasta la nave ya esté lejos —dijo Leo.

Siguieron avanzando, tomándose de los distintos pasamanos, hasta la próxima escotilla. Zara se introdujo allí para comenzar a realizar sus comprobaciones previas al viaje.

Ti se asomó detrás de ella. Parecía nervio.

—¿Vamos a partir de inmediato?

—El tiempo es crítico —dijo Leo—. No tenemos mas de cuatro horas antes de que comiencen a buscarte en la Estación de Transferencia.

—¿No tendría que haber… instrucciones o algo por el estilo?

Leo apreció que también Ti estaba teniendo problemas para comprometerse con la liberación. Bien era él el que empujaba o lo empujaban a él. Después del impulso inicial, no habría prácticamente ninguna diferencia.

—Con un impulso a un g hasta el punto medio si luego vais volando y frenando el resto del camino tendréis casi veinticuatro horas para trabajar en el plan de ataque. Silver dependerá de tu conocimiento de las naves de Salto. Ya discutimos varios métodos para lograr un efecto sorpresa. Ella te informará —Oh, ¿Silver también va? —Silver está al mando —informó Leo El rostro de Ti dejó traslucir una serie de expresiones hasta llegar a la consternación.

—¡Al diablo con todo! Todavía estoy a tiempo de volver y de alcanzar mi nave…

—Y ésa —interrumpió Leo— es precisamente la razón por la que Silver está al mando. La captura de una nave descarga es la señal para un levantamiento de los cuadrumanos aquí en el Hábitat. Y ese levantamiento es su garantía de muerte. Cuando Galac-Tech descubra que no puede controlar a los cuadrúmanos es casi seguro que su miedo hará que intenten exterminarlos violentamente. La huida debe estar asegurada pintes de que nos alcemos. La nave que debes capturar está en esa dirección. —Leo señaló hacia la nave—. Puedo confiar en Silver. Ella lo recordará. Tú no eres peor que cualquier otro —Leo sonrió entre dientes. Ante esto, Ti se dio por vencido, aunque no parecía feliz de hacerlo.

Silver, Zara, Siggy, un cuadrúmano particularmente robusto de la tripulación de las naves llamado Jon y Ti. Cinco, todos en una nave para un tripulación de dos personas y de ningún modo diseñada para un refugio nocturno. Leo suspiró. Estas naves llevaban un piloto y un ingeniero. Cinco a dos no era un número muy desfavorable. Sin embargo, Leo pensó que le hubiera gustado que las cosas estuvieran más a favor de los cuadrúmanos.

Pasaron por el tubo flexible y entraron en la nave. Silver, al final, se detuvo para abrazar a Pramod y a Claire, que se habían acercado para despedirles. — Vamos a recuperar a Andy —murmuró Silver a Claire—. Ya verás. Claire asintió y la abrazó con fuerza. En último lugar, Silver se dirigió a Leo, que contemplaba, con ciertas dudas, el tubo flexible por donde había desaparecido el resto de la tripulación. —Pensé que los cuadrúmanos iban a ser el eslabón f débil en esta operación de rapto —comentó Leo—. Ahora no estoy tan seguro. No permitas que Ti te derrumbe, Silver. No dejes que te deprima. Tenéis que salir de ésta con éxito.

—Lo sé. Lo intentaré. Leo… ¿por qué pensaste que Ti estaba enamorado de mí?

—No sé… Teníais una relación muy íntima. Tal vez el poder de la sugestión. Todas esas novelas románticas.

—Ti no lee novelas románticas. Lee Ninfa de lar Estrellas Gemelas.

—¿Tú no estabas enamorada de él? ¿Por lo menos al principio?

Ella frunció el ceño.

—Me resultaba emocionante quebrar las reglas con él. Pero Ti es… bueno, Ti es Ti. El amor, tal como aparece en los libros… yo siempre supe que no era real. Cuando me pongo a mirar a mi alrededor, a los propios terrestres que trabajan con nosotros, nadie es así. Creo que fui una estúpida por haberme gustado todas esas historias.

—Supongo que no son verídicas. Tampoco he leído ninguna, para decirte la verdad. Pero no es estúpido querer algo más, Silver.

—¿Algo más que qué?

Algo más que ser explotada por una serie de malditos egocéntricos con piernas, eso es todo. Todos nosotros no somos iguales… ¿o sí? ¿Por qué, después de todo, se sentía motivado a poner sobre las espaldas de la muchacha un peso que le era propio, justo en este momento en que necesitaba toda su concentración para llevar a cabo la tarea? Leo sacudió la cabeza.

—De todas maneras, tampoco dejes que Ti te confunda entre sus historias de Ninjas y lo que tú intentas hacer.

—Creo que ni siquiera Ti confundiría una nave de Salto de la compañía con la Liga Negra de Eridani —dijo Silver.

Leo hubiera esperado más certeza en su tono.

—Bueno… —carraspeó—. Cuídate. No dejes que te lastimen.

—Tú también ten cuidado.

No le abrazó, como había abrazado a Pramod y a Claire.

—Lo haré.

Y nunca pienses que nadie puede amarte, Silver, K gritó su mente cuando ella desaparecía en el tubo flexible. Pero era demasiado tarde para decir esas palabras en voz alta. Las compuertas se cerraron con un suspiro, casi un lamento. 102

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