El crepúsculo se dilataba sobre el lecho seco del lago. La luminosidad del cielo se oscurecía gradualmente, pasando de un turquesa profundo a un añil enmarcado de estrellas. Silver distraía su atención constantemente de la imagen del horizonte en él monitor y se concentraba en los colores cambiantes de la atmósfera planetaria que veía por las mirillas de observación. ¡Qué variedad tan sutil podía disfrutar la gente de los planetas! Franjas de púrpura, anaranjado, limón, verde, azul, con vetas de vapor de agua que se esfumaba en el cielo occidental. No fue sin lamentarlo que Silver cambió la pantalla a infrarrojo. Los colores del ordenador le daban claridad a la visión, pero parecían crudos y exagerados después de haber visto las coloraciones reales.
Finalmente apareció la visión que su corazón estaba esperando: un Land Rover que rebotaba en un paso montañoso distante y se deslizaba por las últimas pendientes rocosas, para derrapar en el lecho del lago a una aceleración máxima. La señora Minchenko se apresuró a salir del compartimento del piloto para bajar las escaleras de la escotilla cuando el Land Rover finalmente se detuvo junto a la nave.
Silver juntó todas las manos de felicidad cuando vio a Ti aparecer en la rampa, con Tony en sus brazos, de la misma manera que Leo la había llevado a ella en la Estación de Transferencia. ¡Lo han encontrado! ¡Lo han encontrado! El doctor Minchenko venía inmediatamente detrás de ellos.
Hubo una corta discusión en la puerta de acceso. Se escuchaban las voces del doctor Minchenko y su esposa. Posteriormente, el doctor Minchenko bajó rápidamente las escaleras y colocó una luz de bengala en el techo del Land Rover. Tenía un reflejo verde brillante. Bien, los guardias de Seguridad no tendrían problemas para ver esa baliza, decidió Silver con cierto alivio.
Silver se volvió a acomodar en el asiento del copiloto cuando Ti entró en la cabina, colocó a Tony en el asiento del ingeniero y se instaló en el asiento de mando. Se arrancó de un tirón la máscara de oxígeno de alrededor del cuello con una mano, mientras que con la otra encendía los controles.
—¡Hey! ¿Quién ha estado toqueteando mi lanzadera?
Silver se dio la vuelta y se levantó para mirar a Tony por encima del respaldo. Tony, que también se había quitado su propia máscara de oxígeno, estaba intentando ajustarse el cinturón de seguridad del asiento.
—¡Lo lograste!—le dijo Silver con una sonrisa.
Tony le devolvió la sonrisa.
—Venían justo detrás nuestro.
Silver percibió que sus ojos azules traslucían tanto dolor como excitación. Tenía los labios hinchados.
—¿Qué ha pasado? —Silver se dirigió a Ti—. ¿Qué le ha sucedido a Tony?
—Ese hijo de puta de Van Atta le quemó la boca con su maldita varilla, o cómo se llamara esa maldita cosa que tenía —dijo Ti, en un tono grave. No dejaba de mover las manos sobre los controles. Los motores se encendieron, las luces parpadearon y la lanzadera comenzó a deslizarse. Ti golpeó su intercomunicador—. ¿Doctor Minchenko? ¿Ya se han ajustado los cinturones de seguridad allí atrás?
—Espera un momento… —respondió el doctor Minchenko—. Ya está. Adelante.
—¿Habéis tenido algún problema? —le preguntó Silver, que volvió a acomodarse en el asiento y se ajustó el cinturón de seguridad mientras la lanzadera se desplazaba.
—Al principio, no. Llegamos al hospital perfectamente y entramos sin ningún problema. Estaba seguro de que las enfermeras iban a impedir que nos lleváramos a Tony, pero evidentemente todas allí piensan que Minchenko es un dios. Hicimos todo con rapidez y estábamos a punto de salir… Yo siempre haciendo el papel de burro, porque en definitiva eso es lo que soy. Siempre burro de carga… Estábamos saliendo cuando nos encontramos… ¿A que no sabes con quién? Con ese hijo de puta de Van Atta, que entraba justo en ese momento.
Silver estaba boquiabierta.
—Nos tropezamos con él. El doctor Minchenko quería detenerse y golpearle hasta matarlo, en nombre de la boca de Tony, pero tendría que haber dejado en mis manos gran parte de la pelea. Él es un hombre mayor, aunque no quiere admitirlo. Lo tuve que sacar arrastrando hasta el Land Rover. La última vez que oí a Van Atta corría y pedía a gritos un helicóptero de Seguridad. A esta altura ya debe haber encontrado alguno… —Ti verificó los monitores con nerviosismo—. Sí. Maldición. Ahí viene —señaló. Una luz brillaba sobre las montañas y señalaba la posición del helicóptero en el monitor—. Bueno, ya no pueden alcanzarnos.
La lanzadera se meció en un círculo amplio y luego se detuvo. El ruido de los motores comenzó siendo un ronroneo y luego se transformó en un lamento y finalmente en un rugido. Las luces blancas de aterrizaje iluminaban la oscuridad frente a ellos. Ti soltó los frenos y la lanzadera se abalanzó hacia adelante, siguiendo la luz, con un rugido aterrador que cesó abruptamente cuando giraron en el aire. La aceleración los echó hacia atrás en sus asientos.
—¿Qué diablos piensa que está haciendo ese idiota? —murmuró Ti entre dientes, cuando el helicóptero de propulsión a chorro apareció de repente en el monitor de rastreo—. ¿Piensa jugar a policías y ladrones conmigo?
Aparentemente ésa era exactamente la intención del helicóptero. Se desplazaba a toda velocidad hacia ellos. Se sumergía cuando ellos subían, evidentemente con la idea de obligarlos a bajar. La boca de Ti no era más que un línea blanca en su rostro. Los ojos le brillaban con intensidad. Aceleró aún más la lanzadera hacia arriba. Silver apretó los dientes, pero mantuvo los ojos abiertos.
Pasaron lo suficientemente cerca para ver, por las mirillas de observación, cómo el helicóptero pasaba como un latigazo frente a sus luces. En un abrir y cerrar de ojos, Silver pudo ver los rostros por la burbuja de la carlinga. Rostros blancos congelados con agujeros redondos —los ojos y la boca—, excepto un individuo, posiblemente el piloto, que se tapaba los ojos con las manos.
Después, nada se interpuso entre ellos y las estrellas plateadas.
Fuego y hielo.
Leo volvió a revisar cada una de las abrazaderas personalmente. Luego se retiró unos metros para inspeccionar por última vez el trabajo realizado. Estaban suspendidos en el espacio a una distancia segura, un kilómetro, de la remodelación del Hábitat D-620, que pendía, grande y completa sobre el arco del Rodeo. De todas maneras, parecía completa si se la miraba desde fuera, siempre y cuando uno no supiera demasiado sobre los arreglos histéricos de último momento que todavía se sucedían en el interior.
La matriz de hielo, una vez terminada, alcanzaba más de tres metros de ancho y casi dos metros de espesor. La superficie exterior era irregular. Podría haber sido una porción de desechos espaciales provenientes del anillo de hielo de algún gigante gaseoso. Su secreto lado interno duplicaba con precisión la curva suave del espejo vórtice que había moldeado.
La cámara interna evacuada estaba dividida por capas. En primer lugar, la capa de titanio. A continuación, una capa de gasolina pura para un separador. Leo había descubierto un segundo uso para esa capa: a diferencia de otros líquidos posibles, éste no se congelaría a la temperatura actual del hielo. Luego el círculo divisor de plástico delgado. Después su precioso explosivo de gasolina y tetranitrometano. Luego una capa metálica de la cubierta del Hábitat. Luego las abrazaderas… Con todas esas capas, parecía una verdadera tarta de cumpleaños. Era hora de encender la velita y pedir que los deseos se hicieran realidad, antes de que el hielo comenzara a derretirse por la luz del sol.
Se dio la vuelta para ordenar a sus asistentes cuadrúmanos que se colocaran detrás de la barrera protectora de uno de los módulos abandonados del Hábitat que flotaban muy cerca. Otro cuadrúmano, según lo que pudo ver, salía de la remodelación de la D-620 y del Hábitat. Leo esperó un momento, para darle tiempo a que se acercara y se colocara detrás de la protección. No era un mensajero, seguro. Tenía intercomunicador en el traje…
—Hola, Leo —dijo Tony, en un tono de voz más grave por efecto del intercomunicador—. Lamento llegar tarde para trabajar. ¿Me has dejado algo?
—¡Tony!
Intentar abrazar a alguien con un traje de trabajo no era tarea fácil, pero Leo hizo todo lo que pudo.
—¡Hey, hey! Llegas justo a tiempo para lo mejor muchacho —dijo Leo excitado—. Vi la lanzadera que entraba en el desembarcadero hace apenas unos instantes. —Sí, y qué asustado estuvo durante un momento, pensando que tal vez se trataba finalmente de la temible fuerza de Seguridad de Van Atta, hasta que terminó identificándola como una de las suyas—. No pensé que el doctor Minchenko te permitiera ir a otra parte que no fuera la enfermería. Y Silver, ¿está bien? ¿No deberías estar descansando?
—Ella está muy bien. El doctor Minchenko tenía muchas cosas por hacer y Claire y Andy están durmiendo. Miré al interior, pero no quise despertar al bebé.
—¿Estás seguro de que te sientes bien, hijo? Tu voz suena muy graciosa.
—Me lastimaron la boca. Ahora está bien.
—Ah. —En pocas palabras, Leo explicó la tarea en curso—. Has llegado a tiempo justo para la gran final.
Leo se desplazó con su traje de trabajo hasta que pudo ver por encima del módulo abandonado.
—Lo que tenemos ahí fuera, en esa caja allí arriba es un condensador de carga que almacena un par de miles de voltios. Conduce hacia un filamento de bombilla incandescente sin la cubierta. Eso que está allí es un ojo eléctrico extraído del control de una puerta. Cuando lo tocamos con este láser óptico, cierra el contacto…
—¿Y la electricidad activa el explosivo?
—No exactamente. El alto voltaje que sale del filamento hace explotar literalmente el cable y es la onda expansiva del cable que explota lo que activa el TNM y la gasolina. Lo cual hace estallar la masa de titanio hasta que toca la matriz de hielo y le transfiere su cantidad de movimiento, entonces el titanio se detiene y el hielo absorbe esa cantidad de movimiento. Es algo bastante espectacular. Es por eso que estamos detrás de este módulo… —se giró para controlar la posición del grupo de cuadrúmanos—. ¿Estáis listos?
—Si puedes asomar la cabeza y mirar, ¿por qué no podemos, hacerlo nosotros? —protestó Pramod.
—Yo necesito tener una línea de visión para el láser —dijo Leo.
Apuntó el láser óptico con sumo cuidado y se detuvo un instante, ante un arrebato de ansiedad. Tantas cosas podían salir mal… Había verificado y vuelto a verificar… pero siempre hay un momento en el que hay que dejar que las dudas se vayan y entregarse a la acción. Se puso en las manos de Dios y apretó el botón.
Un destello brillante e insonoro, una nube de va por hirviente y la explosión de la matriz de hielo. Volaban fragmentos por todas partes. El efecto era completamente fascinante. Con toda dificultad, Leo desvió la mirada y se refugió rápidamente detrás del módulo. La última imagen seguía danzando en su retina. Verde y magenta. La mano que tenía apoyada sobre la cubierta del módulo transmitía vibraciones intensas, mientras que unos cuantos cubos de hielo se estrellaban a toda velocidad contra el otro lado y rebotaban en el espacio.
Leo permaneció agachado durante un instante, con la vista más bien perdida en Rodeo.
—Ahora tengo miedo de mirar.
Pramod se abalanzó por el módulo.
—Está todo en una pieza. Se está tambaleando. Cuesta ver cuál es la forma exacta.
Leo tomó aire.
—Vayamos a atraparlo, chicos. Y veamos qué es lo que tenemos.
Tardaron varios minutos en capturar la pieza. Leo se negaba a llamarla «el espejo vórtice» todavía… Todavía podía resultar ser un pedazo de metal. Los cuadrúmanos recorrieron con sus visores la superficie gris.
—No encuentro ninguna fisura, Leo —dijo Pramod, sin aliento—. En algunos lugares tiene unos milímetros de espesor de más, pero en ningún lado es más delgado.
—Nos podemos encargar del exceso de espesor durante el último retoque con el láser. Si era demasiado delgado, no podíamos solucionarlo. Prefiero que esté demasiado espeso —dijo Leo.
Bobbi sacudía su láser óptico de un lado a otro de la superficie curvada. Varios números aparecían en el lector digital.
—¡Son los números correctos, Leo! ¡Lo logramos!.
Leo parecía derretirse por dentro. Respiró profundamente y exhaló un cansado suspiro de felicidad.
—Muy bien, chicos, llevémoslo al interior. De vuelta al… ¡Maldición! No podemos seguir llamándola «Remodelación de la D-620 y el Hábitat».
—Claro que no —acordó Tony.
—Así que, ¿cómo vamos a llamarla? —Una serie de posibilidades revolotearon por la mente de Leo. El arca. Estrella de Libertad. La Locura de Graf…
—Hogar —dijo Tony, con toda sencillez, después de un momento—. Vayamos a nuestro hogar, Leo.
—Hogar… —Leo saboreó el nombre en la boca. Sabía bien. Sabía muy bien.
Pramod asintió y una de las manos superiores de Bobbi tocó su casco en señal de aprobación de la elección.
Leo pestañeó. Algún vapor irritante en el aire de su traje le estaba haciendo llorar los ojos, sin ninguna duda, y le comprimía el pecho.
—Sí. Llevemos nuestro espejo vórtice a casa, compañeros.
Bruce van Atta se detuvo en el corredor, fuera de la oficina de Chalopin en la Estación de Lanzaderas número Tres, para recuperar el aliento y controlar su temblor. También sentía una punzada en un costado. No estaría en absoluto sorprendido si terminaba con una úlcera después de todo esto. El fracaso en el lecho seco del lago había sido exasperante. Preparar el terreno para que después unos torpes subordinados le fueran completamente desleales era algo verdaderamente exasperante.
Había sido pura casualidad que, después de regresar a casa para tomar una ansiada ducha y dormir un poco, se hubiera despertado para orinar y hubiera llamado a la Estación número Tres para averiguar si había alguna novedad. De otra manera, ni siquiera le habrían informado sobre el aterrizaje de la nave. Anticipándose a la próxima maniobra de Graf, se vistió con toda rapidez y salió para el hospital. Si hubiera llegado unos segundos antes, habría atrapado a Minchenko en el interior.
Ya había hecho despedir al piloto del helicóptero por su cobardía al no conseguir hacer descender la nave y por no haber llegado al lecho del lago mucho antes. El piloto de tez colorada había apretado la mandíbula y los puños y sin decir nada. Sin ninguna duda, avergonzado de sí mismo. Pero el verdadero fracaso estaba mucho más arriba, al otro lado de esas puertas de oficina. Operó el control y las puertas se abrieron.
Chalopin, su capitán de seguridad Bannerji y la doctora Yei estaban congregados alrededor de la pantalla del ordenador de Chalopin. El capitán Bannerji tenía un dedo apoyado en la pantalla y le estaba diciendo a Yei:
—Podemos entrar aquí. Pero, ¿cuánta resistencia cree usted que encontraremos?
—Seguramente los asustará mucho —dijo Yei.
—Hum. No estoy tan loco como para pedirle a mis hombres que vayan allí arriba con armas de perdigones, a luchar contra gente desesperada con armas mucho más mortales. ¿Cual es la situación real de esas personas llamadas rehenes?
—Gracias a usted —irrumpió Van Atta—, la proporción de rehenes es de cinco a cero. Se llevaron a Tony, maldita sea. ¿Por qué no puso una guardia de veintisiete horas que vigilara a ese cuadrúmano como le dije? También tendríamos que haber puesto una guardia que vigilara a la señora Minchenko.
Chalopin levantó la cabeza. Su mirada era completamente inexpresiva.
—Señor Van Atta, usted parece estar trabajando sobre algunos cálculos erróneos respecto del tamaño de mis fuerzas de seguridad. Sólo tengo diez hombres para cubrir tres turnos, los siete días de la semana.
—Además de diez de cada una de las otros dos Estaciones de Lanzadera. Eso suma treinta. Adecuadamente armados, serían una fuerza de ataque sustancial.
—Ya solicité prestados seis hombres de las otras dos estaciones para cubrir nuestra propia rutina, mientras que toda mi fuerza está dedicada a esta emergencia.
—¿Por qué no los solicitó a todos?
—Señor Van Atta, Operaciones en Rodeo es una compañía grande, pero un ciudad muy pequeña. En total, los empleados no llegan a sumar diez mil, además de un número igual de dependientes no empleados por Galac-Tech. Mi seguridad es una fuerza policial, no una fuerza militar. Tienen que desempeñar sus propias funciones, duplicar sus esfuerzos en caso de búsqueda y rescate y estar listos para ayudar a Control de Incendios.
—¡Maldita sea! Les di una solución cuando les propuse lo de Tony. ¿Por qué no siguieron mi consejo de inmediato y atacaron el Hábitat?
—Yo tenía una fuerza de ochenta hombre listos para subir en órbita —dijo Chalopin ásperamente—, bajo palabra de que sus cuadrúmanos iban a cooperar. Sin embargo, no pudimos conseguir ninguna confirmación de esa cooperación por parte del Hábitat. Lo primero que hicieron fue mantener un silencio absoluto en las comunicaciones. Luego percibimos que nuestra lanzadera de carga regresaba, así que desviamos las fuerzas para capturarla. En primer lugar, un vehículo terrestre, y luego, cuando usted mismo apareció aquí, hace dos horas exigiéndolo a gritos, un helicóptero de propulsión a chorro.
—Muy bien. Reúna sus fuerzas nuevamente y póngalas en órbita. Maldita sea.
—En primer lugar, usted dejó a tres de ellos en el lecho del lago —señaló el capitán Bannerji—. El sargento Fors acaba de informar que su vehículo estaba inutilizado. Regresan en el Land Rover que abandonó el doctor Minchenko. No pasará menos de una hora antes de que lleguen. En segundo lugar, como ya ha señalado varias veces la doctora Yei, aún no hemos recibido autorización para usar ningún tipo de fuerza mortal.
—Seguro que tienen algún tipo de cláusula de emergencia —argumentó Van Atta—. Eso —dijo, mientras señalaba hacia arriba y refiriéndose a los acontecimientos que se estaban desarrollando en la órbita de Rodeo— es un robo a gran escala. Y no se olvide de que ya le han disparado a un empleado de Galac-Tech.
—No lo he olvidado —murmuró Bannerji.
—Sin embargo —interrumpió la doctora Yei—, al haber pedido autorización a las oficinas centrales para usar esa fuerza, nos vemos obligados a esperar su respuesta. Después de todo, ¿qué pasa si rechazan nuestra petición?
Van Atta frunció el ceño y cerró los ojos.
—Ya sabía que nunca teníamos que haber solicitado autorización. Usted fue la que nos indujo a todo eso, maldita sea. Siempre aceptaron todo hecho consumado que les presentamos y siempre estuvieron satisfechos. Ahora… — sacudió la cabeza con frustración—. De todas maneras, no están teniendo en cuenta otras fuentes de personal. Se podría utilizar al personal del Hábitat para respaldar la entrada de las fuerzas de Seguridad en el Hábitat.
—A esta altura, ya están desparramados por todo Rodeo —comentó la doctora Yei—. La mayoría de ellos ha regresado a sus lugares de permiso en los planetas. —¿Y tiene usted una idea del tipo de situación legal que esos acontecimientos le presentarían a Seguridad? —Bannerji se encogió visiblemente.
La consola del escritorio de Chalopin interrumpió la conversación. El rostro de un técnico de comunicaciones apareció en la pantalla.
—¿Administradora Chalopin? Aquí Centro de Comunicaciones. Usted solicitó que la mantuviéramos informada sobre cualquier cambio en la situación del Hábitat o de la nave D-620. Ellos… aparentemente se están preparando para salir de su órbita. —Transmítelo por aquí —ordenó Chalopin. El técnico de comunicaciones les proporcionó una visión plana del satélite. Aumentó la toma y la remodelación del Hábitat y de la nave D-620 ocupó la mitad de la pantalla. Los dos brazos propulsadores de la D-620 se habían multiplicado, al haberles sido incorporadas las grandes unidades de propulsión que los cuadrúmanos utilizaban para desplazar bultos de carga en órbita. Van Atta observaba la pantalla, horrorizado. Los motores parecían cobrar vida. El enorme vehículo comenzaba a desplazarse.
La doctora Yei miraba la pantalla, boquiabierta. Tenía las manos juntas sobre el pecho y un brillo extraño en los ojos. Van Atta sentía ganas de llorar de furia.
—Observen… —señaló la pantalla; su voz se resquebrajaba—. ¿Ven cuál es el resultado de todas esas vacilaciones? ¡Se están escapando!
—Oh, no. Todavía no —exclamó la doctora Yei—. Pasarán por lo menos un par de días antes de que puedan llegar al agujero de gusano. No hay razón para desesperarse. —Miró a Van Atta, pestañeó y continuó con un tono de voz casi de hastío—. Usted está extremadamente fatigado, por supuesto, como todos nosotros. La fatiga conduce a cometer errores de apreciación. Debería descansar… dormir un poco…
A Van Atta le temblaban las manos. Sentía una necesidad profunda de estrangularla en ese preciso instante. La administradora de la Estación y ese idiota de Bannerji estaban de acuerdo con ella y asentían. La garganta de Van Atta emitió un gruñido entrecortado.
—Cada minuto que esperen va a complicar nuestra logística, aumentar la distancia, incrementar el riesgo…
Todos tenían la misma expresión imperturbable en sus rostros. Van Atta no necesitaba ahondar demasiado. Podía reconocer la falta de cooperación concertada apenas la olía. ¡Maldición, maldición, maldición! Miró con cólera a Yei. Pero tenía las manos atadas. Su autoridad estaba socavada por el amable razonamiento de la mujer. Si Yei y todos los de su especie se salían con la suya, nunca nadie dispararía a nadie y el caos regiría el universo.
Protestó en silencio, giró sobre sus talones y se marchó.
Claire se despertó, pero no abrió los ojos de inmediato. Estaba abrigada en su saco de dormir. El cansancio que la había agotado al finalizar su último turno no desaparecía en sus extremidades. Todavía no podía sentir a Andy moverse. Bien, un respiro antes del cambio de pañales. Dentro de diez minutos lo despertaría e intercambiarían servicios. El le aliviaría el pecho absorbiendo la leche. Las mamas necesitan a los bebés, pensó en medio de su somnolencia, tanto como los bebés necesitan a sus mamas. Un diseño entrelazado, dos individuos que comparten un mismo sistema biológico… De la misma manera que los cuadrúmanos compartían el sistema tecnológico del Hábitat, siendo cada uno dependiente de los otros…
Dependiente de su trabajo, también. ¿Qué debía hacer a continuación? Las cajas de germinación, los tubos de cultivo… No, no podía trabajar con los tubos de cultivo hoy. Hoy era el Día de la Aceleración. Sus ojos se abrieron de repente. Aún más por la emoción.
—¡Tony! —exclamó—. ¿Cuánto tiempo hace que estás aquí?
—Te he estado mirando durante quince minutos. Dormías tan bien… ¿Puedo entrar? —Permaneció suspendido en el aire, vestido otra vez con la camiseta y los shorts rojos tan familiares y la observaba en la penumbra de la cámara—. Tenemos que sujetarnos de inmediato. La aceleración está a punto de comenzar.
—¿Ya? —Se apartó a un lado para hacerle sitio a Tony. Se entrelazaron los brazos, le tocó la cara y el vendaje que seguía cubriéndole el torso—. ¿Estás bien?
—Ahora sí —suspiró con felicidad—. Allí abajo, en ese hospital… Bueno, no esperaba que nadie viniera a por mí. Para vosotros era un riesgo terrible. No valía la pena.
—Lo discutimos. Hablamos del riesgo. Pero no podíamos abandonarte. Nosotros, los cuadrúmanos, tenemos que permanecer siempre unidos. —Ahora estaba despierta por completo. Disfrutaba la realidad física de Tony, sus manos musculosas, sus ojos brillantes, sus cejas rubias y tupidas—. Leo dijo que perderte nos habría disminuido, y no sólo genéticamente. Ahora tenemos que ser un pueblo, no sólo Claire y Tony y Silver y Siggy y Andy. Creo que es lo que Leo llama «sinergia». De alguna manera somos sinergísticos.
Una vibración extraña estremeció las paredes de la cámara. Extendió los brazos para desatar a Andy, que estaba junto a ella sujeto a los aparejos para dormir, y lo acurrucó con sus manos superiores, mientras que con las inferiores sostenía a Tony, debajo de la cobertura del saco de dormir. Andy protestó y volvió a quedarse dormido. Lentamente, suavemente, sus omoplatos comenzaron a presionar contra la pared.
—Estamos en camino —murmuró Claire—. Está comenzando…
—Estamos juntos —observó Tony maravillado. Se aferraban el uno al otro—. Quería estar contigo en ese momento…
Ella dejó que la aceleración la dominara. Apoyó la cabeza contra la pared y colocó a Andy sobre su pecho. Algo había sonado en el armario. Lo verificaría más tarde.
—Esta es la manera de viajar —suspiró Tony—. Los latidos viajan de polizón.
—Será extraño, sin Galac-Tech —dijo Claire después de un instante—. Sólo nosotros los cuadrúmanos… ¿Cómo será el mundo de Andy?
—Eso dependerá de nosotros, me imagino —dijo Tony—. Creo que eso me da más miedo que las armas. Libertad. —Meneó la cabeza—. No era como me la había imaginado.
La sugerencia de Yei de que se fuera a dormir era impracticable. Van Atta no regresó a su dormitorio, sino a su propia oficina en el planeta. Hacía un par de semanas que no pasaba por ahí. En ese momento era casi medianoche, según la hora de la Estación número Tres. Su secretaria había terminado su turno. Pero lo que necesitaba su espíritu en este momento era estar solo.
Después de pasar unos veinte minutos hablando consigo mismo en la penumbra, decidió ver la correspondencia electrónica acumulada. La rutina usual de su oficina se había perdido por completo en las últimas semanas y, por supuesto, los acontecimientos de los últimos dos días la habían destrozado. Tal vez una dosis de tediosa rutina le calmaría lo suficiente y podría considerar la idea de dormir.
Notificaciones obsoletas, solicitudes de instrucciones pasadas de fecha, informes sobre progresos irrelevantes… Había un anuncio de que las barracas de los cuadrúmanos en el planeta estaban listas para ser ocupadas, un quince por ciento por encima del presupuesto… Si pudiera recuperar algún cuadrúmano para ponerlo allí. Instrucciones de las oficinas centrales respecto al Proyecto Cay. Consejo no pedido sobre el salvamento y la disposición de sus varias partes…
Van Atta se detuvo abruptamente y retrocedió dos imágenes en su video. ¿Qué decía?
ítem: Cultivos de tejidos experimentales posfetales.
Cantidad: mil. Disposición: incineración según las Reglamentaciones de Incineración del Biolaboratorio IGS.
Van Atta comprobó la fuente de la orden. No, no había llegado de la oficina de Apmad, como había supuesto en un principio. Venía de Contabilidad General y Control de Inventario y era parte de una larga lista generada por ordenador que incluía una variedad de laboratorios. La orden estaba firmada por un humano, algún gerente medio desconocido en la GA IC en la Tierra.
—¡Maldición! —protestó Van Atta con suavidad—. No creo que este tarado ni siquiera sepa qué son los cuadrúmanos. —La orden había sido firmada unas semanas antes.
Volvió a leer el párrafo de apertura.
El Jefe del Proyecto supervisará la finalización de éste cuanto antes. La rápida liberación del personal para otras asignaciones es particularmente deseable. Está autorizado para hacer cualquier pedido temporal de materiales o de personal de alguna división adyacente que usted requiera para terminar cuanto antes.
Después de otro minuto, sus labios esbozaron una sonrisa furiosa. Con cuidado, extrajo el precioso mensaje de la máquina, lo guardó en un bolsillo y partió para reunirse con Chalopin. Esperaba poder sacarla de la cama.