7

—¡Leo! —Silver sujetó con una mano la puerta del ala donde estaban los dormitorios de los ingenieros y con las otras tres la empujó con cuidado—. ¡Leo, rápido! ¡Despiértese! ¡Ayúdeme! —Apoyó la mejilla en el plástico frío, amortiguó su grito—: ¿Leo? —No se atrevía a chillar más fuerte, por si la oía alguien más.

La puerta finalmente se abrió. Leo llevaba una camiseta y shorts rojos. Iba descalzo. Su saco de dormir colgaba en la pared del fondo, como un capullo abierto. Estaba completamente despeinado.

—Silver, ¿qué diablos…?

Tenía una expresión somnolienta.

—Venga rápido. ¡Vamos, de prisa! —dijo Silver, cogiéndolo de la mano—. Es Claire. Ha intentado salir por una esclusa de aire. Yo trabé los controles. No puede abrir la puerta externa, pero tampoco puede abrir la interna y está atrapada allí. Nuestro supervisor volverá pronto y entonces no sé lo que nos harán…

—Hijo de… —dijo mientras Silver lo conducía por el pasillo. Regresó a su cabina para coger las herramientas—. Bien, vamos, adelante.

Se apresuraron por los laberintos del Hábitat, mientras saludaban a los cuadrúmanos y terrestres que pasaban junto a ellos por el pasillo. Finalmente la puerta familiar de Hidroponía D se cerró tras ellos.

—¿Qué ha sucedido? ¿Cómo ha pasado? —le preguntó Leo, cuando pasaban junto a los tubos de cultivo, hacia el otro extremo del módulo.

—Anteayer no me permitieron ir a ver a Claire, cuando regresó con usted en la nave, a pesar de que las dos estábamos en la enfermería. Ayer nos habían puesto en dos grupos de trabajo diferentes. Pienso que lo hacen a propósito. Hoy he llegado a un acuerdo con Teddie. —La voz de Silver estaba colmada de desesperación—. Claire dijo que ni siquiera le habían permitido ir a la guardería a ver a Andy en su turno libre. Yo fui a buscar fertilizantes a almacenes para los tubos de cultivo con los que estamos trabajando y cuando regresé, la cerradura se estaba moviendo…

Si no la hubiera dejado sola. Si ya no hubiera permitido que la nave los sacara del Hábitat. Si no los hubiera traicionado bajo la presión de la doctora Yei. Si tan sólo hubieran nacido como todos los demás… o no hubieran nacido.

La esclusa de aire al final del módulo de Hidroponía no se usaba casi nunca y estaba allí para transformarse en una puerta que condujera al próximo módulo, cuando una futura expansión así lo exigiera. Silver presionó su rostro contra la ventana de observación. Para su inmenso alivio, Claire todavía estaba allí.

Pero se balanceaba hacia adelante y hacia atrás, entre una puerta y la otra. Tenía los ojos llenos de lágrimas, el rostro lastimado y los dedos enrojecidos. Silver no podía determinar si luchaba por respirar o si sólo estaba sollozando, ya que la puerta acallaba todo sonido. Silver tenía el pecho tan comprimido que apenas podía respirar.

Leo miró en el interior. Apretó los labios, en señal de esfuerzo, cuando intentó hacer girar el mecanismo de la cerradura, con la ayuda de sus herramientas.

—La ajustaste demasiado bien, Silver…

—Tenía que hacer algo rápido. Si la ajustaba así, impedía que sonara la alarma en Sistemas Centrales…

—Oh… —las manos de Leo dudaron un momento—. Entonces no fue un acto al azar…

—¿Al azar? ¿En una caja de control de esclusas de aire? —dijo Silver y lo miró sorprendida y un tanto indignada—. No soy una niña de cinco años.

—Ya lo veo. —Una sonrisa iluminó por un instante su rostro tenso—. Cualquier cuadrúmano de seis años se daría cuenta. Mis disculpas, Silver. Entonces el problema ahora no es cómo abrir la puerta, sino cómo hacerlo sin que suene la alarma.

—Sí, exacto —respondió con ansiedad.

Leo contempló el mecanismo por encima y un poco más en detalle la puerta, que vibraba por los golpes en su interior.

—¿Estás segura de que Claire no necesita más ayuda?

—Tal vez la necesite —replicó Silver—, pero lo que le van a ofrecer es a la doctora Yei.

—Muy bien… —Su sonrisa desapareció. Ajustó un par de cables delgados y los reacomodó. Después de volver a mirar la puerta con cierta desconfianza, presionó en una placa de control dentro del mecanismo.

La puerta interna se abrió y Claire salió tambaleándose.

—Dejadme ir, dejadme ir —suplicaba entre dientes—. ¿Por qué no me habéis dejado ir? No puedo soportar todo esto…

Se hizo un ovillo en el aire y escondió el rostro.

Silver se lanzó sobre ella y la abrigó con sus brazos.

—Vamos, Claire. No vuelvas a hacer estas cosas. Piensa… piensa en cómo se sentiría Tony, en ese hospital allí abajo, cuando le dijeran…

—¿Qué importancia tiene? —preguntó Claire, apoyada en la camiseta azul de Silver—. Nunca me permitirán volver a. verlo. Sería lo mismo si estuviera muerta. Nunca me dejarán ver a Andy…

—Sí —dijo Leo—. Piensa en Andy. ¿Quién va a protegerlo si tú no estás aquí? No hoy, sino la semana próxima, el año próximo…

Claire se separó de Silver y le gritó con furia:

—¡Ni siquiera me van a permitir verlo! Me sacaron de la guardería…

Leo la asió por las manos superiores.

—¿Quién? ¿Quién te sacó?

—El señor Van Atta…

—Claro, debería haberlo sabido. Claire, escúchame. La respuesta adecuada para Bruce no es el suicidio, sino el asesinato.

—¿De veras? —dijo Silver, con marcado interés. Incluso Claire salió de su estado profundo de desdicha para mirar a Leo directamente a los ojos por primera vez.

—Bueno… Tal vez no literalmente. Pero no puedes permitir que ese maldito bastardo te destruya. Mirad, todos nosotros somos inteligentes, ¿no es así? Vosotras sois inteligentes. Yo también, en mi época, supe resolver un problema o dos. Tenemos que encontrar una manera de salir de todo este embrollo, si lo intentamos. No estás sola, Claire. Vamos a colaborar. Yo voy a ayudarte.

—Pero usted es un hombre de la compañía, un terrestre. ¿Cómo podría…?

—Galac-Tech no es Dios, Claire. No tienes por qué sacrificar a tu primogénito por la compañía. Galac-Tech, como cualquier otra compañía, es sólo una manera para que la gente se organice para hacer un trabajo que es demasiado grande para una sola persona. No es Dios, ni siquiera una persona, por suerte. No tiene una voluntad libre de la que responder. Es sólo un grupo de gente que trabaja. Bruce es sólo Bruce. Tiene que haber una manera de no pasar por él.

—¿Se refiere a pasar por encima de él? —preguntó Silver, pensativa—. ¿Tal vez hablarle a esa vicepresidente que estuvo aquí la semana pasada?

Leo hizo una pausa.

—Bueno… Tal vez no a Apmad. Pero he estado pensando… Durante tres días, no he pensado en otra cosa que en cómo hacer explotar toda esta maldita organización. Pero tenéis que esperar, hasta que tenga tiempo de trabajar… Claire, ¿podrás aguantar? ¿Puedes hacerlo? —Le sujetó las manos con más firmeza.

Ella meneó la cabeza, como si dudara.

—Duele tanto…

—Tienes que hacerlo. Mira, escucha. No hay nada que pueda hacer aquí en Rodeo, en esta burbuja con reglamentaciones tan particulares. Si fuera un gobierno planetario regular, juro que me empeñaría hasta las pestañas y os compraría a cada uno de vosotros un billete para salir de aquí. Pero si se tratara de un gobierno regular, eso no sería necesario. Galac-Tech tiene el monopolio sobre las plazas en las naves de Salto, se viaje en una nave de la compañía o no. De manera que tendremos que esperar una oportunidad.

»Pero dentro de poco tiempo, apenas unos meses, los primeros cuadrúmanos saldrán de Rodeo en la primera asignación real de trabajo. Trabajarán y pasarán por jurisdicciones verdaderamente planetarias. Gobiernos demasiado grandes y poderosos, con los que ni compañías como Galac-Tech se meterían. Estoy seguro… muy seguro de que si tomo los caminos apropiados —no el planeta de Apmad, por supuesto, pero digamos la Tierra—. La Tierra, de lejos, es la mejor opción. Yo allí soy un ciudadano. Podría iniciar una acción legal y declararos personas legales. Probablemente pierda mi empleo y los costos van a consumirme, pero es posible. No es exactamente el trabajo que tenía en mente… pero, con el transcurso del tiempo, podréis liberaros de Galac-Tech.

—Es demasiado tiempo… —suspiró Claire.

—No, no, el retraso es nuestro aliado. Los pequeños crecen día a día. Para cuando comience el proceso legal, todos estaréis listos. Iréis como un grupo, encontraréis un empleo… Incluso Galac-Tech no sería un patrón tan malo, si fuerais ciudadanos y empleados regulares, con todas las protecciones legales. Tal vez, incluso el Sindicato Espacial os adoptaría, aunque eso restringiría… Bueno, no estoy seguro. Si no creen que representáis una amenaza, se puede pensar en algo. Pero tenéis que esperar. Ser pacientes. ¿Me lo prometéis?

Silver volvió a respirar cuando Claire asintió. Llevó a Claire hasta el botiquín de primeros auxilios fijado en la pared, para aplicar antisépticos y vendajes plásticos en los dedos cortados y sacarla sangre de su rostro lastimado.

—Muy bien, muy bien. Así está mejor.

Mientras tanto, Leo volvió a colocar el control en su posición original y luego se acercó a las dos muchachas.

—¿Ahora te sientes mejor? —Se dirigió a Silver—. ¿Estará bien?

Silver no pudo evitar fruncir el ceño.

—Estará bien como todos nosotros… ¡No es justo! —exclamó—. Éste es mi hogar, pero empiezo a sentir que es una botella de oxígeno a punto de estallar. Todo el mundo está alterado, todos los cuadrúmanos, por lo que les sucedió a Claire y a Tony. Nunca había vuelto a pasar nada desde que Jamie murió en ese accidente terrible de una de las naves de propulsión. Pero esto… esto ha sido deliberado. Si fueron capaces de hacerle eso a Tony, que es tan bueno, ¿qué pasa… conmigo, por ejemplo? ¿Con cualquiera de nosotros? ¿Qué es lo que va a pasar ahora?

—No lo sé —dijo Leo, apesadumbrado—. Pero estoy seguro que el idilio ha terminado. Esto es sólo el comienzo.

—Pero, ¿qué haremos? ¿Qué podemos hacer?

—Bueno… en principio no tener miedo. Y no desesperarse. Sobre todo eso, no desesperarse…

Las puertas en el otro extremo del módulo se abrieron y se oyó la voz del supervisor de Hidroponía.

—¿Chicas? Por fin recibimos la remesa de semillas. ¿Está ya listo ese tubo de cultivo?

Leo se dio media vuelta por última vez antes de escabullirse a toda velocidad. Le estrechó la mano a cada una de las muchachas.

—Es un dicho muy antiguo, pero sé que es cierto, a partir de mi experiencia personal. La suerte favorece a las mentes preparadas. Así que sed fuertes… ya hablaremos…

Pasó junto al supervisor de Hidroponía, con un elaborado bostezo que parecía casual, como si sólo se hubiera detenido un momento para ver el trabajo que se estaba realizando.

A Silver se le contrajo el estómago cuando miró a Claire. Claire lloriqueó y se puso a trabajar de inmediato en el tubo de cultivo, escondiendo su rostro del supervisor. Silver se estremeció de alivio. Por ahora todo andaba bien.

Esa tensión fue lentamente reemplazada por algo que no era familiar, que quemaba, que la llenaba de miedo. ¿Cómo se atreven a hacerle esto a Claire, a ella, a todos nosotros"? No tienen derecho. Ningún derecho. Ninguno.

La furia le hacía estallar la cabeza, pero eso era mejor que el miedo creciente. Había casi una especie de regocijo en esa furia. Silver inclinó la cabeza para esconder su expresión ceñuda del supervisor.

La asistente de alimentación, una chica cuadrúmana de unos trece años, entregó a Leo la bandeja del almuerzo a través de la ventana de servicio, sin su sonrisa de costumbre. Cuando Leo sonrió y dijo «Gracias», la muchacha respondió con un gesto mecánico y se alejó rápidamente. Leo se preguntaba de qué manera distorsionada habría llegado a sus oídos la historia del desastre de Tony y Claire de la semana anterior. No era porque los hechos reales no fueran penosos de por sí. Todo el Hábitat parecía estar sumergido en una atmósfera de desesperación.

Leo se sentía un poco hastiado de los cuadrúmanos y de sus eternos problemas. Se alejó de un grupo de alumnos, que estaban almorzando cerca de la ventana, aunque ellos le hicieran señas para que se acercara. En cambio, flotó por el módulo hasta que vio un espacio vacío y puso su bandeja junto a las piernas de alguien. Cuando Leo se dio cuenta de que esas piernas pertenecían al capitán de k nave, Durrance, era demasiado tarde para retirarse.

Pero el saludo de Durrance no tuvo ninguna animosidad. Evidentemente, a diferencia de muchos otros que Leo podía nombrar, no consideraba que el ingeniero fuera el responsable del fiasco espectacular de su alumno Tony. Leo enganchó los pies en las trabas y así le quedaron las manos libres para atacar la comida. Le devolvió el saludo y bebió el café caliente. No había café suficiente en todo el universo que pudiera solucionar sus dilemas.

Durrance, aparentemente, estaba de humor para una conversación amable.

—¿Va a tomar pronto su permiso?

—Pronto… —En una semana, aproximadamente, pensó Leo. El tiempo se le iba de las manos, como todas las cosas que lo circundaban allí.

—¿Cómo es Rodeo?

—Pesado. —Durrance se metió en la boca una especie de pastel de verdura.

—Ah. —Leo miró a su alrededor—. ¿Ti está con usted?

Durrance soltó una carcajada.

—No es probable. Está abajo, en el hielo. Está apelando. —Hizo un gesto y levantó las cejas, como para que el segundo sentido de su frase fuera evidente—. No es lo correcto, desde mi punto de vista. Yo tuve una sanción en mi registro por culpa de ese maldito estúpido. Si hubiera sido la primera vez que se metía en problemas, tal vez podría haber evitado ser sancionado. Pero ahora no creo que tenga posibilidades. Su Van Atta quiere cubrir las puertas del Hábitat con su pellejo.

—En primer lugar, no es mi Van Atta protestó Leo vigorosamente—. Si lo fuera, lo cambiaría por un perro…

—… Y mataría al perro —concluyó Durrance. Su boca esbozó una sonrisa—. Van Atta. Eso estaría bien. Si el rumor que oí es cierto, tal vez no le quede mucho tiempo para pavonearse.

—¿Cómo? —Leo agudizó los oídos, esperanzado.

—Ayer estuve hablando con el piloto de la nave de Salto que hace el transporte semanal de personal de Orient IV. Acababa de terminar su permiso mensual allí. Escuche esto. Asegura que la embajada Betan está probando un mecanismo de gravedad artificial.

—¿Qué? ¿Cómo…?

—Por lo que yo sé, lo traen desde el espacio de un agujero de gusano. Apuesto a que Beta Colony está detrás de todo esto, esperando dar el golpe inicial en el mercado y recuperar sus costos de I + D. Aparentemente, sus militares hace un par de años que lo mantienen en secreto. Pronto empezarán a ponerlo en práctica. Galac-Tech y todos los demás tendrán que hacer grandes esfuerzos por alcanzarlos. Cualquier otro proyecto I + D en la compañía tendrá que despedirse de sus presupuestos durante un par de años. Ya verá.

—Dios mío —dijo Leo, mientras echaba una mirada a todo el módulo de la cafetería, llena de cuadrúmanos—. Dios…

Durrance se rascó el mentón.

—Si fuera cierto, ¿tiene alguna idea de lo que va a pasarle a la industria de transportes espaciales? Los pilotos de Salto arguyen que los betanos recibirán el maldito mecanismo dentro de dos meses, procedente de la Colonia Beta. No habrá límite de aceleración, sólo costos de combustible. Probablemente no afectará los bultos de carga, por la misma razón, pero revolucionará el mercado de los transportes de pasajeros. Se corre la noticia que afectará el índice de intercambio entre corrientes planetarias y el transporte militar, donde no importa lo que se gaste en combustible. Puede apostar a que va a afectar la política interplanetaria. Será un juego nuevo para todos.

Durrance terminó de comer lo que quedaba en su bandeja.

—Malditos sean los colonos. La vieja y noble Galac-Tech, con base en la Tierra, otra vez tambaleándose. Ya sabe, hay veces en las que emigraría al otro extremo del nexo del agujero de gusano. Pero mi esposa tiene familia en la Tierra, así que supongo que nunca podremos…

Leo seguía sujetándose a las bandas, mientras Durrance continuaba. Después de un momento, tragó el pedazo de concentrado que tenía en la boca. No encontró una manera mejor de deshacerse de él.

—¿Tiene noción de lo que esto significará para los cuadrúmanos?

Durrance pestañeó.

—No mucho, seguramente. Seguirá habiendo muchos trabajos para hacer en caída libre.

—Acabará con sus condiciones de superioridad respecto a los trabajadores ordinarios. Eso es lo que pasará. Eran las licencias médicas en los planetas lo que encarecía los costos de personal. Elimínelas y no habrá otra elección. ¿Esa cosa puede producir gravedad artificial en una estación espacial?

—Si la pudieron montar a una nave, la pueden poner en una estación — opinó Durrance—. Sin embargo, no se trata del movimiento perpetuo —previno—. Consume energía como una loca —dijo el piloto de Salto—. Va a costar bastante.

—No tanto, y seguramente, con el transcurso del tiempo, irán encontrando mejoras en el diseño que lo harán más eficaz. Oh, Dios.

Esta posibilidad no iba a beneficiar a los cuadrúmanos. Esta posibilidad no favorecía a nadie. Maldito, maldito tiempo. Dentro de diez años, por qué no dentro de un año, podría haber sido su salvación. Aquí, ahora, podría ser… ¿una sentencia de muerte? Leo desenganchó los pies de las trabas y se apresuró a salir por las puertas del módulo.

—¿Va a dejar su bandeja aquí? —preguntó Durrance—. ¿Puedo comerme su postre?

Leo asintió con impaciencia, sacudiendo una mano mientras se alejaba.

Una mirada al rostro afligido y hostil de Van Atta, cuando Leo entró en la oficina, sirvió para confirmar la historia de Durrance.

—¿Has oído esos rumores sobre la gravedad artificial? —preguntó, de todas maneras. Todavía tenía esperanzas de que Van Atta lo negara, que le dijera que era un fraude…

Pero éste lo miró con profunda irritación.

—¿Cómo diablos te has enterado?

—No es asunto tuyo. ¿Es cierto?

—Oh, sí que es asunto mío. Quiero que se mantenga en secreto el mayor tiempo posible.

Entonces, era cierto. A Leo se le contrajo el corazón.

—¿Por qué? ¿Cuánto tiempo hace que lo sabes?

Van Atta tocó los bordes de un montón de hojas de plástico, impresos de ordenador y comunicados, magnetizados a su escritorio.

—Tres días.

—Entonces, es oficial.

—Sí, muy oficial. —Van Atta hizo un gesto de disgusto—. Recibí la comunicación de las Oficinas Centrales de Distrito de Galac-Tech en Orient IV. Apmad aparentemente se enteró de las noticias camino de su casa y tomó una de sus famosas decisiones.

Volvió a tocar los papeles y frunció el ceño.

—No hay nada más que hacer. ¿Sabes lo que llegó ayer a continuación de esta noticia? La Estación Kline ha cancelado el contrato con Galac-Tech. Era la primera estación a donde íbamos a enviar a los cuadrúmanos. Pagaron la multa sin decir una palabra. La Estación Kline fue hacia Beta Colony y deben de haberlo averiguado hace varias semanas o meses. Llegaron a un acuerdo con un contratista betano que, según suponemos, está trabajando a precios inferiores a los nuestros. El Proyecto Cay está arruinado. No podemos hacer nada, salvo ocultar todo esto e irnos de aquí lo más rápidamente posible. Cuanto antes, mejor. ¡Maldición! De manera que ahora estoy asociado a un proyecto perdedor. Voy a terminar oliendo a pérdida.

—¿Ocultarlo? Pero, ¿cómo? ¿Qué quieres decir con ocultarlo?

—Es lo que prefiere esa perra de Apmad. Apuesto a que estaba satisfecha cuando dio esas órdenes. Los cuadrúmanos le daban palpitaciones nerviosas. Serán esterilizados y distribuidos en los planetas. Todos los embarazos en curso serán abortados. ¡Mierda! Y tenemos quince. ¡Qué fiasco! Un año de mi carrera que se va por la borda.

—Dios, Bruce. No vas a llevar a cabo esas órdenes, ¿o sí?

—¿No? Mírame. —Van Atta miró con fijeza a Leo, mientras se mordía los labios. Leo también sintió la tensión y empalideció por la furia contenida—. ¿Qué quieres que haga, Leo? Apmad podría haber ordenado que los exterminaran. Recibirán una pena más liviana. Podría haber sido peor.

—¿Y si lo hubiera sido? ¿Si ella hubiera ordenado que los mataran? ¿Habrías llevado a cabo su orden? —preguntó Leo, con engañosa calma.

—No lo hizo. Vamos, Leo. No soy inhumano. Es verdad, lo lamento por los pequeños. Estaba haciendo lo imposible para que fueran rentables. Pero no hay forma de luchar contra esto. Todo lo que puedo hacer es que sea lo más rápido, limpio y menos doloroso posible. Tal vez alguien en la compañía lo aprecie.

—¿Menos doloroso para quién?

—Para todos. —Van Atta se puso más serio y se inclinó hacia Leo—. Eso significa que no necesito que se desparramen los rumores y el pánico por doquier. ¿Me oyes? Quiero que se siga con las operaciones hasta el último minuto. Tú y todos los demás instructores continuaréis con las clases, como si los cuadrúmanos fueran realmente a salir en sus asignaciones, hasta que las instalaciones planetarias estén listas y podamos comenzar a enviarlos. Tal vez enviemos primero a los más pequeños. Supuestamente, las partes salvables del Hábitat serán trasladadas en órbita a la Estación de Transferencia. Podríamos reducir costos si usásemos a los cuadrúmanos para esta última tarea.

—Para después encarcelarlos…

—Vamos, deja de dramatizar. Los pondrán en unos barracones perfectamente normales, que pertenecieron a los trabajadores de perforación y que abandonaron hace seis meses, cuando se secó el campo. —El rostro de Van Atta se iluminó, como si se autofelicitara—. Yo mismo lo descubrí, cuando estaba buscando posibles lugares para ellos. No costará casi nada reacondicionarlos, si se tienen en cuenta los costos de una construcción nueva.

Leo se lo imaginaba. Se estremeció.

—¿Y qué pasará dentro de catorce años, cuando Orient IV expropie Rodeo?

Van Atta agitó las manos en el aire, exasperado.

—¿Cómo diablos quieres que lo sepa? A esas alturas, ya será un problema de Orient IV. Esto es todo lo que puede hacer un ser humano, Leo.

Leo esbozó una sonrisa y con una macabra insensibilidad añadió:

—No estoy seguro… de todo lo que puede hacer un ser humano. Nunca había llegado hasta el límite. Pensaba que sí lo había hecho, pero ahora me doy cuenta de que no. Mis pruebas sobre mi persona nunca fueron destructivas.

Esta prueba tenía un orden de magnitud mucho mayor. Tal vez en este caso, el Probador rechazaba lo que pudiera ser humano. Leo intentó recordar cuánto tiempo había pasado desde que había rezado e inclusive creído. Llegó a la conclusión que nunca como ahora. Nunca antes había necesitado tanto…

Van Atta frunció el ceño, sospechoso.

—Eres extraño, Leo. —Enderezó la columna vertebral, como si buscara una postura de mando—. En caso de que no hayas comprendido mi mensaje, déjame que te lo repita en voz alta y clara. No debes mencionar esta historia de la gravedad artificial a nadie, en especial a los cuadrúmanos. Igualmente, guarda el secreto sobre su destino planetario. Dejaré que Yei busque la manera de que lo acepten sin patalear. Es hora de que Yei se gane su sustancioso salario. Ni rumores, ni pánico, ni revueltas de los trabajadores. Y si algo de esto ocurre, sabré a quién clavar en la pared. ¿Entendiste?

La sonrisa de Leo era canina, encubridora… todo.

—Comprendido.

Se retiró sin darse la vuelta, sin decir palabra.

En general, era muy difícil encontrar a la doctora Yei. Se había acostumbrado a circular entre los cuadrúmanos, observar su comportamiento, tomar notas, hacer sugerencias. Pero esta vez, Leo la encontró de inmediato, en su oficina. Había papeles desparramados por todas partes y su escritorio estaba iluminado por un árbol de Navidad. ¿Celebraban Navidad en el Hábitat?, se preguntó Leo. Sin saber por qué, pensó que no.

—¿Ha oído hablar de…?

Su rostro afligido respondió a la pregunta de Leo, aunque su palidez y su respiración entrecortada habían terminado de formularla.

—Sí —dijo con cansancio, mientras levantaba la vista—. Bruce acaba de inundar mi escritorio con la logística de evacuación del personal de todo el Hábitat para que la organice. Como él es ingeniero, me dice, se dedicará al desmantelamiento de las instalaciones y a la recuperación de los equipos. Tan pronto corno yo le saque los chimpancés del medio. Discúlpeme, los malditos chimpancés.

Leo sacudió la cabeza, desesperado.

—¿Va a hacerlo?

La doctora se encogió de hombros y frunció los labios.

—¿Cómo puedo dejar de hacerlo? ¿Yéndome furiosa? No cambiaría nada. Este asunto no será menos brutal si yo me voy. Podría ser mucho peor.

—No veo por qué —insistió Leo.

—¿No? No, creo que no lo entiende. Nunca ha apreciado en qué situación tan peligrosa estaban los cuadrúmanos aquí. Pero yo sí. Un paso equivocado y… al diablo con todo. Yo sabía que Apmad necesitaba un tratamiento cuidadoso. Todo se me escapó de las manos. Aunque supongo que esta cuestión de la gravedad artificial habría matado el proyecto, fuera quien fuese la persona que estuviera al cargo. Somos muy afortunados de que Apmad no haya ordenado que eliminaran a los cuadrúmanos. Tiene que entenderlo, tuvo algo así como cuatro o cinco abortos por defectos genéticos cuando era joven. No había manera de cambiar la situación. Finalmente, se dio por vencida, se divorció, aceptó un empleo fuera del planeta con Galac-Tech y fue escalando posiciones. Tiene un profundo interés emocional en sus prejuicios contra la manipulación genética. Yo lo sabía. Todavía puede ordenar que maten a los cuadrúmanos, ¿me entiende? Cualquier informe de problemas o de disturbios, magnificado por sus paranoias genéticas, y… —dijo, con los ojos cerrados, mientras se masajeaba la frente con las yemas de los dedos.

—Ella puede ordenarlo. Pero, ¿quién dice que usted tiene que llevarlo a cabo? Usted dijo que se preocupaba por los cuadrúmanos. Tenemos que hacer algo —dijo Leo.

—¿Qué? —Yei abrió sus puños cerrados—. ¿Qué, qué, qué? Uno o dos, hasta yo podría adoptar uno o dos y nevarlos conmigo, sacarlos de contrabando por algún medio. ¿Quién sabe? ¿Y después qué? Si vivieran en un planeta conmigo, socialmente relegados como lisiados, anormales, imitantes… Tarde o temprano, llegarían a la madurez y entonces, ¿qué? ¿Y qué pasaría con los otros? ¡Son un millar, Leo!

—Y si Apmad realmente ordenara que los exterminaran, ¿qué excusa encontraría entonces para no hacer nada?

—Oh, váyase —protestó—. Usted no llega a apreciar las complicaciones de la situación. Ninguna. ¿Qué cree que puede hacer una persona? Yo tenía mi propia vida, antes de que este empleo la devorara. Di seis años, cinco años y nueve meses más que usted. Di todo lo que pude. Estoy agotada. Cuando salga de este agujero, no querré volver a oír hablar de cuadrúmanos en toda mi vida. No son mis hijos. Yo no tuve tiempo de tener hijos.

Se frotó los ojos con enojo y respiró profundamente. ¿Lágrimas? ¿O sólo bilis? Leo no lo sabía. Tampoco le importaba.

—No son los hijos de nadie —dijo Leo—. Ese es el problema. Son una especie de… huérfanos genéticos o algo así.

—Si no va a decir nada útil, por favor váyase —repitió Yei. Con una mano señaló el montón de papeles—. Tengo mucho trabajo por hacer.

Leo nunca le había pegado a una mujer desde que tenía cinco años. Se retiró, temblando.

Recorrió los pasillos en dirección a su dormitorio, mientras intentaba calmarse. ¿Qué era lo que esperaba obtener de Yei, de todas maneras? ¿Alivio de responsabilidades? ¿Iba a poner su conciencia sobre su escritorio, como había hecho Bruce, y decir «Cuídela»?

Y sin embargo, sin embargo, sin embargo… Tendría que haber una solución en alguna parte. Podía sentirlo, como si le apretaran las entrañas, una frustración creciente. El problema que se negaba a desintegrarse, la solución evasiva… Había solucionado problemas de ingeniería que, al principio, se presentaban como paredes sólidas, imposibles de trepar. No sabía de dónde venían los saltos más allá de la lógica que los habían resuelto. Lo único que sabía era que no era un proceso consciente, no importaba el esmero que pusiera para esquematizarlo post facto. No podía solucionarlo y no podía deshacerse de él. Por el contrario, insistía en atraparlo, al igual que uno intenta atrapar un cangrejo, en una locura compulsiva. Las ruedas giraban, sin impartir ningún movimiento.

—Está aquí —murmuró, mientras se tocaba la cabeza—. Puedo sentirlo. Sólo que… no puedo… verlo…

Tenían que salir del espacio local de Rodeo como fuera. Hasta ahí, todo estaba claro. Todos los cuadrúmanos. Aquí no había ningún futuro. Era una organización legal muy peculiar. ¿Qué podía hacer? ¿Secuestrar una nave de Salto? Pero las naves de transporte de personal no llevaban más de trescientos pasajeros. También se imaginaba llevando un… ¿Un qué? ¿Un arma? No tenía una pistola. Lo único que podía encontrar en su bolsillo era un destornillador… Eso es, apuntar con el destornillador a la cabeza del piloto y gritar: «Llévenos hasta Orient IV». Allí lo arrestarían de inmediato y lo pondrían en prisión durante los próximos veinte años, por piratería. Y los cuadrúmanos quedarían solos para hacer… ¿Para hacer qué? Ni en sueños podría secuestrar tres naves al mismo tiempo y ése era el número mínimo necesario.

Sacudió la cabeza.

—Alguna posibilidad —murmuró Leo—. Alguna posibilidad… alguna posibilidad…

Orient IV no querría a los cuadrumanos. Nadie iba a quererlos. ¿Cuál sería su futuro aun si lograran liberarse de Galac-Tech? Huérfanos gitanos, alternativamente ignorados, explotados o maltratados, por su dependencia del estrecho medio de instalaciones espaciales en la cadena de la humanidad. Hablemos de las trampas de la tecnología. Se imaginaba a Silver… No le costaba mucho imaginarse a qué tipo de explotación sería sometida, con esa cara tan bonita y ese cuerpo hermoso. No habría lugar para ella allí afuera…

¡No! Leo negó en silencio. El universo era tan enorme. Tenía que haber un lugar. Un lugar que les fuera propio, lejos, lejos de las trampas de la llamada civilización humana. Las historias de otros experimentos sociales utópicos anteriores no eran alentadoras, pero lo cuadrúmanos eran excepcionales, en todo sentido.

En una fracción de segundo, tuvo una idea. No surgió como una cadena de razonamiento, más palabras, palabras, palabras, sino como una imagen, completa desde el primer momento, inherente, coherente, holística, gestaltiana, inspirada. Todas las horas de vida que le quedaban serían una exploración lineal de su plenitud.

Un sistema estelar con una estrella M, G o K, suave, estable. A su alrededor, un gigante gaseoso joviano con un anillo de metano e hielo, de donde extraer oxígeno, agua, nitrógeno e hidrógeno. Y, lo más importante de todo, un cinturón de asteroides.

Y otras tantas carencias igualmente importantes. Ningún planeta similar a la Tierra orbitando allí, que atrajera la competencia. Ninguna ruta de naves de importancia estratégica para cualquier conquistador potencial. La humanidad pasó por cientos de sistemas similares, en la incesante búsqueda de nuevas Tierras. Desaparecieron, junto con sus mapas.

Una cultura cuadrúmana que se expandiera por el cinturón desde su base inicial. Una sociedad de cuadrúmanos, por los cuadrúmanos, para los cuadrúmanos. Se harían excavaciones en la roca, para protegerse de la radiación y para encerrar el precioso aire. Excavaciones que se expandirían, a salto de rana, de una roca a la otra, en donde se construirían nuevos hogares. Habría minerales alrededor, muchos más de los que llegarían a necesitar. Todas las granjas de Hidroponía para Silver. Un nuevo mundo a construir. Un mundo espacial que hiciera que la Estación Morita pareciera un juguete.

—¡Bien! —los ojos de Leo se abrieron de placer—. Después de todo, es un problema de ingeniería.

Quedó suspendido en el aire, pensativo. Afortunadamente, no había nadie en el pasillo en ese momento. Si no habrían pensado que estaba loco o drogado.

La solución había estado ante sus ojos todo el tiempo, invisible, hasta que él había cambiado. Se rió con demencia, poseído. Se entregó a su proyecto sin reservas. Por completo. No había límites para lo que podía hacer un hombre, si se entregaba por completo y no cedía en nada.

No retroceder, no mirar hacia atrás, ya que no habría manera de volver atrás. Desde un punto de vista literal y médico, ésa era la clave de la cuestión. Los hombres se adaptaban a la caída libre. Era justamente volver hacia atrás lo que los convertía en lisiados.

—Yo soy un cuadrúmano —murmuró Leo, con sorpresa. Se miró las manos. Apretó y aflojó los dedos—. No soy más que un cuadrúmano con piernas.

No iba a retroceder.

En cuanto a la base inicial, ya estaba volando en ella en ese preciso instante. Sólo era necesaria una reconfiguración. La cadena de pensamientos se abocó a las posibilidades, con demasiada velocidad como para analizarlas. No necesitaba secuestrar una nave espacial. Ya estaba en una. Todo lo que necesitaba era un poco de energía.

Y la energía estaba al alcance de la mano en la órbita de Rodeo. En este momento la estaban desperdiciando gratuitamente para sacar productos petroquímicos de la órbita. ¿Qué podía representar una masa petroquímica, comparada con una parte del Hábitat Cay? Leo no lo sabía, pero sí podía averiguarlo. Los números estarían de su parte, de todos modos, más allá de cuales fueran las magnitudes precisas.

Los propulsores de carga podrían trasladar el Hábitat, si fuera reconfigurado apropiadamente, y cualquier cosa que pudieran trasladar los propulsores también podría trasladar una de las monstruosas naves de Salto. Todo estaba allí. Todo lo necesario para la conquista.

Para la conquista… 84

Загрузка...