8

Leo tuvo que merodear durante una hora por el Hábitat hasta que pudo ver que Silver estaba sola, en una pantalla de monitor, en un pasillo que venía del gimnasio de caída libre.

—¿Hay algún lugar en el que podamos hablar en privado? —le preguntó—. Quiero decir, con absoluta intimidad.

Su mirada cautelosa a su alrededor confirmó que le había comprendido perfectamente. Sin embargo, parecía dudar.

—¿Es muy importante?

—Vital. Una cuestión de vida o muerte para los cuadrúmanos. Así de importante.

—Bien… Espere uno o dos minutos y luego sígame.

La siguió lenta y disimuladamente por el Hábitat. En una u otra esquina, se dejaba llevar por un destello de cabello brillante y camiseta azul. De repente, en un pasillo, la perdió.

—¿Silver?

—¡Shhh! —le dijo al oído. Había un recoveco en la pared y una de sus manos fuertes tiró de él, como un pez en el sedal.

El espacio estuvo oscuro sólo por un momento, hasta que, con un silbido, se abrieron unas compuertas y entraron en una cámara de forma extraña, de unos tres metros de ancho. Flotaron hacia ella.

—¿Qué es esto? —preguntó Leo, sorprendido.

—El Clubhouse. Bueno, nosotros lo llamamos así. Lo construimos en este lugar escondido. No se puede ver desde fuera, a menos que uno mire desde el ángulo correcto. Tony y Pramod construyeron las paredes externas. Siggy hizo el trabajo de las tuberías; otros, el de los cables… Construimos las puertas con repuestos.

—¿Y no faltaron en los inventarios?

Su sonrisa no era en absoluto inocente.

—Los cuadrúmanos también hacemos la entrada a los registros del ordenador. Los repuestos dejaron de existir en los inventarios. Éramos un grupo grande trabajando en esto. Lo terminamos hace apenas dos meses. Siempre pensé que la doctora Yei y el señor Van Atta habían averiguado lo de este sitio cuando me interrogaron —su sonrisa desapareció al recordar—, pero nunca me hicieron ninguna pregunta. Ahora los únicos vídeos que tenemos son los que estaban guardados aquí y Darla todavía no ha terminado el sistema de proyección.

Leo miró hacia una consola de holovídeo vacía, obviamente en proceso de reparación, adosada a la pared. Había otras comodidades: iluminación, un gabinete en la pared, lleno de botellitas pequeñas de aumentos disecados extraídos de Nutrición, uvas, cacahuetes y cosas por el estilo. Leo recorrió lentamente la habitación, mientras examinaba minuciosamente el trabajo de mano de obra. Era muy bueno.

—¿Este lugar fue idea tuya?

—Algo así. No podría haberlo hecho yo sola. Ya me entiende, está estrictamente prohibido que yo lo haya traído aquí —agregó Silver—. Así que es mejor que lo que me tiene que decir sea importante.

—Silver —dijo Leo—, es tu respeto tan pragmático de las reglas lo que te convierte en la cuadrúmana más valiosa de todo el Hábitat en este momento. Te necesito. Necesito tu valentía y todas esas otras cualidades que la doctora Yei llamaría antisociales. Tengo que hacer un trabajo que tampoco puedo hacer yo solo. —Respiró profundamente—. ¿Cómo verían los cuadrúmanos la idea de tener su propio asteroide?

—¿Qué? —exclamó Silver, con los ojos bien abiertos.

—Brucie-Baby intenta que esto sea un secreto, pero se ha programado la finalización del Proyecto Cay. Y quiero que entiendas el sentido más siniestro de la palabra finalización.

Le contó en detalle el rumor de la antigravedad y todo lo que ya había oído. Inclusive, los planes secretos de Van Atta para la eliminación de los cuadrúmanos. Con creciente pasión, describió su visión de la huida. No fue necesario que repitiera nada.

—¿Cuánto tiempo nos queda? —preguntó Silver, cuando terminó.

—No mucho. Como máximo, unas semanas. Me quedas seis días antes de que me vea obligado a tomarme mi permiso de gravedad. Tengo que encontrar una manera de escapar a ese permiso. Me temo que si me voy, no me permitirán volver aquí. Nosotros. … vosotros los cuadrúmanos tenéis que elegir ahora. Yo no puedo hacerlo por vosotros. Yo sólo puedo colaborar en algunas cosas. Si no podéis salvaros a vosotros mismos, estaréis perdidos. Os lo garantizo.

Silver suspiró con un silbido silencioso. Se veía bastante perturbada.

—Pensaba… cuando veía a Tony y a Claire, que estaban haciendo las cosas de la manera equivocada. Tony hablaba de encontrar trabajo, pero no pensó en llevarse un traje de trabajo consigo. Yo no quería cometer los mismos errores. No estamos hechos para viajar solos, Leo. Tal vez sea algo que nos pusieron adentro.

—¿Puedes traer a los otros? —le preguntó Leo con ansiedad—. ¿En secreto? Déjame que te diga algo. Si hay algo que terminaría rápido con esta pequeña revolución sería que algún cuadrúmano tuviera miedo y hablara, tratando de colaborar. Ésta es una verdadera conspiración. Todas las reglas quedan excluidas. Yo sacrifico mi empleo, me arriesgo a un proceso legal, pero vosotros arriesgáis mucho más.

—Hay algunos a los que habría que decírselo en el último momento —dijo Silver, pensativa—. Pero puedo convencer a los más importantes. Tenemos nuestras propias maneras para que los de los planetas no se enteren de nuestros secretos.

Leo observó la habitación, más tranquilizado.

—Leo… —lo miró fijamente, con esos ojos azules—, ¿cómo vamos a deshacernos de la gente de los planetas?

—Bueno, no podremos meterlos en una nave y enviarlos a Rodeo. Seguro que no. Desde el momento en que esto se sepa, puedes estar segura de que no enviarán más suministros al Hábitat. —Sitiados era la palabra que la mente de Leo había sugerido, pero que evitó cuidadosamente—. Lo que he pensado es que los podemos llevar a todos a un módulo, introducir oxígeno de emergencia, desprender ese módulo del Hábitat y utilizar los propulsores para llevarlo en órbita hasta la Estación de Transferencia. A esa altura, pasarán a ser problema de Galac-Tech, no nuestro.

—Con suerte, eso también revolucionará las cosas en la Estación de Transferencia y nos dará un poco más de tiempo.

—¿Cómo planea llevarlos a todos a un módulo?

Leo se movió, incómodo.

—Bueno, ése es el punto donde no hay retorno, Silver. Hay muchas armas a nuestro alrededor aquí, sólo que no las reconocemos porque las llamamos herramientas. Un soldador láser sin el pestillo de seguridad es tan efectivo como un arma. Hay varias docenas en los talleres. Habría que apuntarlos y decirles «Moveos»… y se moverán.

—¿Qué pasa si no lo hacen?

—Entonces disparáis. O elegís no hacerlo y os llevarán abajo, a una muerte lenta y estéril. Y elegís por todos, no sólo por vosotros mismos.

Silver sacudió la cabeza.

—No creo que sea un buena idea, Leo. ¿Qué pasa si alguien tiene miedo y dispara de verdad? Alguien resultaría gravemente herido.

—Bueno… sí. Ésa es la idea.

Su rostro traslucía desesperación.

—Si tengo que dispararle a Mama Nula, prefiero que me lleven abajo y morir.

Mama Nilla era una de las encargadas de la guardería preferida de los cuadrúmanos. Leo la recordaba vagamente. Una mujer un tanto mayor… No había tenido oportunidad de conocerla bien, porque sus clases no incluían a los cuadrúmanos más pequeños.

—Yo pensaba más en términos de dispararle a Bruce —confesó Leo.

—Tampoco estoy segura de poder hacerle eso al señor Van Atta —dijo Silver —. ¿Alguna vez ha visto una quemadura de láser, Leo?

—Sí.

—Yo también.

Hubo un breve silencio.

—No podemos desobedecer a nuestros maestros —dijo Silver finalmente—. Todo lo que tendría que decir Mama Nilla sería «Dame eso, Siggy», con esa voz que tiene, y él se lo daría. No es… no es una buena idea, Leo.

Leo juntó las manos, con desesperación.

—Pero tenemos que sacar a esta gente de los planetas del Hábitat o no podremos hacer nada. Y si no hacemos nada, volverán a tomarlo y estaréis mucho peor que cuando comenzasteis.

—¡Muy bien, muy bien! Tenemos que deshacernos de ellos. Pero ésa no es la manera. —Hizo una pausa y lo miró—. ¿Sería capaz de dispararle a Mama Nilla? ¿Piensa que… Pramod podría dispararle a usted?

Leo suspiró.

—Probablemente no. No a sangre fría. Incluso los soldados en batalla tienen que llegar a un estado especial de excitación mental para disparar a personas completamente extrañas.

Silver parecía aliviada.

—Muy bien. Entonces, ¿qué otra cosa tendríamos que hacer? Suponiendo que tomáramos el Hábitat.

—Se puede remodelar el Hábitat con herramientas y suministros que ya están a bordo, aunque todo tendrá que ser racionado cuidadosamente. Tendremos que defender el Hábitat de cualquier intento por parte de Galac-Tech de recapturarlo mientras todo esto sigue su curso. Los soldadores láser de alta densidad y energía podrían ser efectivos para disuadir a las naves que intenten abordarnos… si alguien se animara a dispararnos —agregó Leo en un tono seco—. Afortunadamente el inventario de la compañía no incluye naves de ataque armadas. Una verdadera fuerza militar pondría un rápido fin a esta pequeña revolución. —Su imaginación seguía proporcionando detalles—. Nuestra única defensa real es irnos antes de que Galac-Tech produzca una. Esta operación requerirá de un piloto de Salto.

Leo la estudió nuevamente.

—Ahí es donde entras tú en juego, Silver. Conozco un piloto que pasará por la Estación de Transferencia muy pronto, que podría ser secuestrado con mayor facilidad que la mayoría. Especialmente, si tú aplicas tu persuasión personal.

—Ti.

—Ti —confirmó Leo.

—Puede ser.

Leo sentía náuseas. Ti y Silver mantenían una relación desde antes de su llegada. En realidad, no estaba utilizando a Silver. La lógica lo dictaba. De repente se dio cuenta de que lo que en realidad quería era alejarla lo más posible del piloto de Salto. ¿Para qué? ¿Para conservarla para él? Ponte serio, pensó. Eres demasiado viejo para ella. Ti tenía… ¿veinticinco años, tal vez? Quizá fuera violentamente celoso. Ella debía preferirlo a él. Leo intentó sentirse viejo. No le costó mucho. La mayoría de los cuadrúmanos le hacían sentir de ochenta años. Volvió a concentrarse en la tarea por delante.

—La tercera cosa que tendremos que hacer —Leo eligió las palabras y llegó a la conclusión de que no había muchas maneras de decirlo, porque se trataba de algo demasiado preciso— es conseguir una nave de Salto de carga. Si esperamos a poder llevar el Hábitat hasta el agujero de gusano, Galac-Tech tendrá tiempo de sobra para pensar en cómo defenderse. Eso significa —reflexionó sobre el próximo paso a seguir con cierta angustia— que tenemos que enviar una fuerza para secuestrar una nave. Y yo no puedo ir allí y a la vez quedarme aquí para defender y remodelar el Hábitat… Tendrá que ser una fuerza de cuadrúmanos. No sé… —Leo prosiguió—, tal vez ésta no sea una gran idea, después de todo.

—Envía a Ti con ellos —sugirió Silver—. Él sabe más de esas naves de carga que nosotros.

—Uhmm —dijo Leo, con cierto optimismo. Si iba a prestar atención a todas las contrariedades de esta huida, era mejor que abandonara todo ahora y así evitaría todos esos inconvenientes. Al diablo con las contrariedades. Confiaría en Ti. Si fuera necesario, creería en duendes, en ángeles y hasta en hadas. —Eso significa que sobornar a Ti es el paso número uno en los planes —razonó Leo en voz alta—. Desde el momento en que él falte, nuestro plan estará al descubierto, en una carrera contra reloj. Eso significa que es mejor que hagamos los planes del traslado del Hábitat con anticipación. Y… ¡Oh, Dios! —los ojos de Leo se iluminaron. —¿Qué sucede?

—Se me acaba de ocurrir una idea brillante para tener un buen inicio…

Leo calculó su entrada meticulosamente. Esperó a que Van Atta hubiera estado encerrado en su oficina en el Hábitat, durante las primeras dos horas del turno. Para entonces, el jefe del proyecto comenzaría a pensar en tomar café y en cómo superar la frustración que siempre se siente cuando hay que atacar un problema nuevo. En este caso, desmantelar el Hábitat I Leo podía imaginar casi con precisión el estado de desorden en que estarían sus planes. Él mismo ya había pasado por esto unas ocho horas antes, encerrado en su dormitorio, inspirándose en el ordenador para hacer que sus programas fueran inaccesibles a los curiosos. Los planes de seguridad militar que habían sido utilizados en el proyecto del crucero Argus funcionaban de maravilla. Leo estaba seguro de que nadie en Hábitat, ni siquiera Van Atta y mucho menos Yei poseía una clave mejor.

Van Atta frunció el ceño, detrás de una pila de papeles, cuando la pantalla del terminal centelleó con una serie de esquemas coloreados de todo el Hábitat — ¿Ahora qué quieres, Leo? Estoy ocupado. Los que pueden, trabajan. Los que no pueden, enseñan Y los que no pueden enseñar, terminó Leo en silencio, van a parar ala administración. Conservó su sonrisa habitual, sin dejar que sus pensamientos se vieran reflejados en la más mínima reflexión.

—He estado pensando, Bruce —dijo Leo—. Me gustaría ofrecerme como voluntario para el trabajo de desmantelación del Hábitat.

—¿Lo harías? —Van Atta levantó las cejas sorprendido y las volvió a bajar con sospecha—. ¿Por qué? A Van Atta le costaba creer que fuera producto de la bondad de su corazón. Leo estaba preparado.

—Porque, si bien me cuesta muchísimo admitirlo, tenías razón, como siempre. He pensado en lo qué voy a sacar en limpio de esta asignación. Contando el tiempo de viaje, he desperdiciado cuatro meses de mi vida y muchos más, antes de que todo esto termine y no he sacado nada en limpio, salvo unas manchas negras en mi curriculum.

—Tú mismo fuiste el responsable —le recordó Van Atta, mientras se frotaba el mentón, en donde el hematoma ya estaba tomando un color verdoso.

—Perdí la perspectiva durante un tiempo, es verdad —admitió Leo—. Ya la he recuperado.

—Un poco tarde —comentó Van Atta.

—Pero podría hacer un buen trabajo —argumentó Leo, a la vez que se preguntaba cómo uno podía lograr el efecto de un tipo avergonzado en caída libre. Pero era mejor no exagerar—. Realmente necesito una recomendación, algo que contrarreste aquellas reprimendas. Se me han ocurrido algunas ideas que podrían resultar en un porcentaje de recuperación bastante elevado y así se reducirían los costos. Eso te sacaría todo el trabajo minucioso de las manos y estarías libre para administrar.

—Uhmm —gruñó Van Atta, claramente entusiasmado por la visión de una oficina que vuelve a su serenidad primitiva. Estudió a Leo, con mirada punzante—. Muy bien. Hazlo. Aquí tienes mis apuntes, son todos tuyos. Ah, envía todos los planes e informes a mi oficina. Yo me encargaré de que sigan su curso. Después de todo, ése es mi trabajo, la administración.

—Con mucho gusto. —Leo recogió el montículo de papeles. Sí, te los enviaré, así podrás reemplazar mi nombre por el tuyo. Leo podía ver cómo se acentuaba el brillo en los ojos de Van Atta. Deja que Leo haga el trabajo y Van Atta se lleve todo el mérito. Oh, recibirás el mérito de cómo va a terminar este proyecto, Brucie Baby. Todo el mérito. Necesito algunas otras cosas —pidió Leo humildemente—. Quiero que todos los equipos de cuadrúmanos que puedan abandonar sus tareas regulares se incorporen a mis clases. Estos chicos inútiles van a aprender a trabajar como nunca trabajaron antes. Suministros, equipos, autorización para obtener propulsores y combustible. Tengo que realizar alguna supervisión in situ. y necesito poder ordenar a otros cuadrúmanos cualquier tarea que sea necesaria. ¿Estás de acuerdo?

—¿También te estás ofreciendo de voluntario para comunicar el proyecto? — La ambición de venganza se vio reflejada en el rostro de Van Atta. Luego vino la duda—. ¿Qué te parece si mantenemos todo esto en secreto hasta el último momento?

—Al principio, puedo presentar los planes preliminares como un ejercicio teórico en clase. Ganar una semana o dos. Pero a la larga, tendrán que enterarse.

—No tan pronto. Te hago responsable de que los chimpancés estén bajo control. ¿Te has enterado?

—De acuerdo. ¿Tengo la autorización? Ah… además voy a necesitar un aplazamiento a mi permiso en Tierra.

—A las Oficinas Centrales no les va a gustar. Es un riesgo.

—Eres tú o yo, Bruce.

—Cierto… —Van Atta sacudió una mano en el aire y se reclinó. Pasó de un tono molesto a un tono lánguido—. Muy bien. Cuenta con ello.

Un cheque en blanco. Leo reprimió una risa rapaz detrás de una sonrisa servil.

—Recordarás esto más adelante. ¿Verdad, Bruce?

Van Atta apenas abrió la boca.

—Lo garantizo, Leo. Lo recordaré todo.

Leo se inclinó para saludar y salió, irradiando gratitud.

Silver asomó la cabeza por la puerta del cubículo privado de la nodriza de la guardería.

—¿Mama Nilla?

—¡Shh! —Mama Nilla se llevó un dedo a los labios y movió la cabeza, en dirección a Andy, que dormía en un saco contra la pared. La cabeza le asomaba. Ella suspiró—: Por amor de Dios, no despiertes al bebé. Ha estado tan molesto… Creo que la fórmula no se lleva bien con él. Ojalá el doctor Minchenko estuviera de vuelta. Ten, saldré al pasillo.

Las puertas se cerraron detrás de ella. Lista para irse a dormir, Mama Nilla se había cambiado el uniforme de trabajo rosado por un pijama floreado, ajustado en su amplia cintura. Silver tuvo que contener sus ganas de abrazar ese cuerpo suave, como lo había hecho en momentos de desesperación cuando era pequeña. Ahora era demasiado grande como para acurrucarse allí, pensó en tono severo.

—¿Cómo está Andy? —preguntó, mientras señaló las puertas cerradas.

—Muy bien —respondió Mama Nilla—. Aunque espero solucionar este problema de la fórmula pronto. Y… bueno… No estoy segura de que se pueda llamar depresión, exactamente, pero su período de atención parece más corto y se pone inquieto. Pero no le digas esto a Claire. Pobrecita, ya tiene suficientes problemas. Dile que está bien.

Silver asintió.

—Comprendo.

Mama Nilla continuó:

—Envié una protesta, pero mi supervisora la interceptó. «Mal momento», me dijo. Me parece que fue porque el señor Van Atta la asustó. Yo podría haber… De todas maneras, estuve trabajando horas extra como loca y pedí una asistente para la guardería, a mi cargo. Tal vez cuando se den cuenta de que esta tontería les está costando mucho dinero, terminarán aceptando. Creo que puedes decírselo a Claire.

—Sí —dijo Silver—, podrá tener un poco de esperanza.

Mama Milla suspiró.

—Me siento tan mal por todo esto. ¿Qué idea tuvieron esos chicos para intentar escapar? Yo castigaría a Tony. Y en cuanto a ese estúpido guardia de Seguridad, juro que… bueno… —sacudió la cabeza…

—¿Ha tenido alguna otra noticia sobre Tony que pueda comunicarle a Claire?

—Ah, sí. —Mama Nula miró a uno y otro lados del pasillo, para asegurarse de su intimidad—. El doctor Minchenko me llamó anoche por el canal personal. Me asegura que Tony ya está fuera de peligro, que tienen la infección bajo control. Pero todavía está muy débil. El doctor Minchenko tiene intención de traerlo aquí al Hábitat cuando finalice su permiso. Piensa que Tony completará su recuperación con mayor rapidez aquí arriba. Así que son buenas noticias que puedes comunicar a Claire.

Silver calculó con los dedos inferiores, sin que Mama Nilla pudiera verla, y respiró con alivio. Era un problema importante que Leo ya podía considerar resuelto. Tony estaría de regreso antes de que la revuelta se manifestara abiertamente. Tal vez, inclusive su regreso a salvo podría ser la señal inicial. Una sonrisa iluminó su rostro.

—Gracias, Mama Nilla. Son muy buenas noticias.

Revolución 101 para los Asombrados. Leo decidió que ése podría ser el título de su curso. O aún peor: 050: Revolución Terapéutica El grupo de cuadrúmanos, que lo esperaban ansiosamente en el módulo de conferencias, había aumentado oficialmente por la incorporación de los dos equipos encargados de los propulsores y por todos los cuadrúmanos en horas libres con quien Silver había podido contactar en secreto. Todos juntos, sumaban sesenta o setenta. El módulo de conferencias estaba tan colmado que Leo pensó que tendría que ocuparse de los planes de consumo y regeneración de oxígeno para el Hábitat remodelado. Había tensión en el aire, y también anhídrido carbónico. Leo llegó a la conclusión de que ya se habían expandido los rumores, vaya a saber Dios de qué manera. Era el momento de reemplazar los rumores por hechos.

Silver hizo una señal con las manos desde la puerta: todo estaba despejado. Levantó los pulgares y sonrió a Leo, en el momento en que entraba el último cuadrúmano. La puerta se cerró y Silver quedó fuera, montando guardia en el corredor.

Leo ocupó su lugar de conferencia en el centro. El centro, el eje del timón, donde se concentraba la mayor tensión. Después de un murmullo inicial, de cabezas que espiaban, hicieron silencio, con una atención que resultaba atemorizadora. Podía sentirlos respirar. Lo necesitaríamos aunque no fuera un ingeniero, Leo, había dicho Silver. Estamos demasiado acostumbrados a recibir órdenes de personas con piernas.

¿Estás diciendo que necesitas alguien que dé la cara?, le había preguntado Leo divertido.

¿Es así como lo dicen?

Se estaba volviendo demasiado viejo. Su cerebro hacía cortocircuito con alguna melodía de rock lejana, allá por esos años ruidosos de su adolescencia. Déjame ser tú hombre, nena. Llámame Leo, Llámame en cualquier momento, día o noche. Déjame ayudarte. Echó un vistazo a las compuertas cerradas. ¿El hombre que sacudía el bastón al frente del desfile podía dominarlo o el bastón lo dominaba a él? Tenía una extraña premonición de que pronto sabría la respuesta. Respiró profundamente y volvió a concentrarse en la sala de conferencias.

—Como algunos ya sabéis —comenzó Leo; sus palabras caían como piedras en un mar de silencio—, una nueva tecnología de gravedad ha llegado de los planetas. Aparentemente, se basa en una variación de las ecuaciones Necklin de tensores de campo, las mismas matemáticas que constituyen la base de la tecnología que utilizamos para introducirnos en esos orificios del espacio-tiempo que llamamos agujeros de gusano. No he podido obtener las especificaciones técnicas, pero al parecer, ya se ha desarrollado para su comercialización. La posibilidad teórica, hablando sinceramente, no es del todo innovadora, pero nunca sospeché que vería su uso en la práctica en toda mi vida. Evidentemente, tampoco lo sospecharon las personas que os crearon a vosotros, los cuadrúmanos.

»Hay una especie de simetría en todo esto. El avance en la bioingeniería genética que ha hecho posible vuestra existencia se basó en la perfección de una nueva tecnología, la réplica uterina, de Beta Colony. Ahora, apenas una generación después, la nueva tecnología que os hace obsoletos proviene de la. misma fuente. Porque en eso os habéis convertido, inclusive antes de entrar en pleno funcionamiento. Tecnológicamente obsoletos. Por lo menos, desde el punto de vista de Galac-Tech.

Leo hizo una pausa para tomar aire y ver cuáles eran sus reacciones.

—Ahora bien, cuando una máquina se vuelve obsoleta, la tiramos. Cuando la capacitación de un hombre se vuelve anticuada, lo hacemos volver al colegio. Pero vosotros lleváis la obsolescencia en los huesos. Puede ser un error cruel o… —hizo una pausa para poner más énfasis en sus palabras—, la mejor oportunidad que tendréis para convertiros en personas libres.

—No… no toméis notas —dijo Leo, cuando vio que todos inclinaban la cabeza sobre sus anotadores y resaltaban sus palabras más importantes con sus lápices ópticos a medida que la autotranscripción iba apareciendo en sus pantallas —. Esto no es una clase. Es la vida real.

Tuvo que detenerse un minuto para recuperar el equilibrio. Estaba seguro de que algún chico en el fondo estaba resaltando las palabras «notas… vida real».

Pramod, suspendido junto a él, levantó la cabeza. Tenía la mirada agitada.

—¿Leo? Había un rumor rondando por ahí que decía que la compañía nos iba a llevar a todos abajo y que nos iban a disparar. Como a Tony.

Leo sonrió.

—Ésa es la posibilidad menos probable. Os llevarán abajo, es cierto, a una especie de campo de concentración. Pero es así como se maneja el genocidio libre de culpa. Pasaréis de las manos de un administrador a las de otro, y luego a las de otro y así interminablemente. Os convertiréis en un gasto de rutina en el inventario. Los gastos aumentan, como siempre sucede. En respuesta, los empleados de la compañía que están para ayudaros empiezan a desaparecer gradualmente, ya que la compañía determina que sois «autosuficientes». Los equipos de soporte vital se deterioran con el tiempo. Cada vez hay más rupturas y el mantenimiento y el reabastecimiento son cada vez más erráticos.

»Luego, una noche —sin que nadie dé una orden ni apriete el gatillo—, ocurre alguna ruptura crítica. Solicitáis ayuda. Nadie os conoce. Nadie sabe qué hacer. Los que os pusieron allí ya no están. Ningún héroe toma la iniciativa, ya que la burocracia de la administración se encargó de que desapareciera toda iniciativa. El inspector encargado de la investigación, después de contar los cadáveres, descubre con alivio que no erais más que un elemento en el inventario. Los libros sobre el Proyecto Cay están cerrados hace tiempo. Terminado. Oculto. Puede tardar veinte años, tal vez sólo cinco o diez. En una palabra, se olvidan de vosotros hasta que muráis.

Pramod se llevó una mano a la garganta, como si ya hubiera empezado a sentir la atmósfera tóxica de Rodeo.

—Creo que prefiero que me maten —murmuró.

—Si no —Leo subió el tono de su voz—, podéis tomar vuestras vidas en vuestras propias manos. Venid conmigo y arriesgad todo lo que tenéis. Juego grande para ganancia grande. Dejadme decir algo —tragó para cobrar valor, ya que sólo un maníaco podría lograr que todo esto tuviera éxito—, dejadme que os cuente algo sobre la Tierra Prometida…

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