LO HAS echado!
– El se ha ido. Yo no lo he echado. Si hubiera querido, habría podido quedarse. Esta casa es suya, después de todo.
– Pero tú querías que se fuera -exclamó Shanni, indignada-. ¡Tú estás loca! Qué cosa tan absurda y estúpida… Wendy Maher, ese hombre está verdaderamente enamorado de ti.
– Sí.
Shanni se quedó atónita ante aquella llana respuesta.
– ¿Quieres decir que lo sabías? -casi no tenía palabras-. Wendy, ¿a ti qué te pasa? Es guapo, rico, encantador… Tiene una hermanita preciosa. A Gabbie le encanta. Tiene su propia casa. Y te quiere…
– No confío en él.
Shanni se quedó paralizada. Había ido a ver a Wendy el día después de que Luke se marchara y se la había encontrado en la playa, mirando tristemente a Gabbie jugar en la arena mientras Grace balbucía en una mamita junto a ella. Nunca había visto aquella mirada en los ojos de su amiga, pensó Shanni. Parecía desolada.
– ¿Y qué ha hecho para que desconfíes de él?
– Sigue conduciendo ese coche.
– Oh, fantástico. El hombre tiene un coche caro.
– No es solo por eso -Wendy suspiró, cansada-. ¿Cómo puedo explicarlo? No es solo el coche. 0 el hecho de que sea rico. Es… es la forma en que me hace sentir. Como si no pudiera controlarme.
– Porque estás enamorada de él.
– Sí. ¡No! No lo sé.
– Lo estás -dijo Shanni, satisfecha-. Y no te gusta perder el control. No te gusta poner tu confianza… tu corazón… en manos de otra persona.
– No tengo derecho a poner en peligro a las niñas…
– Eso es una tontería -dijo Shanni llanamente-. Tú eres mi mejor amiga y odio decir esto, pero echar a Luke ha sido una cobardía.
Wendy la miró con preocupación.
– Eso mismo piensa él.
– Así que, ¿sabe que estás enamorada de él?
Wendy recordó la noche en que habían hecho el amor en la playa y esbozó una sonrisa.
– Supongo que sí.
– Ya sabía yo que aquella cena no sería en vano -Shanni se recostó en la silla y se abrazó las rodillas-. Así es que, Luke quiere a Wendy y Wendy quiere a Luke. Ahora, lo que tenemos que hacer es reunir otra vez a estos dos cabezas de chorlito y enseñarles un poco de sensatez.
– Shanni, no voy a volver a casarme -Grace se estiró en su mantita y Wendy se interrumpió para tomarla en brazos. Fue casi un gesto defensivo. Parecía querer decir: «Mírame, tengo a mis niñas. ¿Qué más puedo pedir?»-. Ya cometí ese error -dijo, abrazando a Grace-. Y no voy a volver a caer en otro.
– ¿Te ha pedido que te cases con él? -chilló Shanni-. ¿Tan enamorado está?
– Ya te he dicho que…
– No me has dicho nada que tenga sentido -Shanni se levantó y la miró con indignación-. Tuviste mala suerte con Adam, pero ahora estamos hablando de Luke. Dale al menos el beneficio de la duda, Wendy.
– Shanni, déjalo.
– Le habrás hecho muy infeliz…
– Lo superará.
– ¿Ah, sí? -Shanni achicó los ojos-. Si está tan enamorado como creo, puede que no lo supere.
Dos meses después, Luke no lo había superado.
Había tratado de retomar su antigua vida, pero ya no era el mismo. Pensaba sin cesar en lo que estaría ocurriendo en la granja. En lo que le estaría ocurriendo a Wendy.
Llamaba una vez a la semana, desde cualquier parte del mundo donde estuviera. Y procuraba irse lo más lejos posible. Imaginaba que le resultaba más fácil soportar aquella situación si estaba en Nueva York, porque así sabía que no podía tomar el coche y plantarse en la granja en un par de horas. La tentación le resultaba a veces casi irresistible. Así que, prefería estar en Nueva York, en Londres o en París. También se había sumergido en el trabajo con más ímpetu que en toda su vida.
Al otro lado del mundo, Wendy y las niñas parecían seguir igual. En sus llamadas semanales, Wendy, con el tono formal, le ponía al corriente de las incidencias. La casa había sido pintada completamente, por dentro y por fuera. Gabbie había empezado a ir al colegio, y le encantaba. A Grace le había salido el primer diente…
Gabbie le contaba todas aquellas cosas con un tono mucho más cariñoso y alegre cuando Wendy le pasaba el teléfono con un suspiro de alivio que a Luke le ponía enfermo. Tenía que hacer un gran esfuerzo para responder a Gabbie. Pero la niña empezaba a contarle cosas y Luke iba progresivamente prestándole atención. Una vaca había tenido un ternero y Gabbie lo había visto. Bruce ya se sentaba cuando se lo pedía, y Grace le había agarrado la cola a Bruce y al cachorro le había gustado tanto que se sentaba junto a la niña moviendo la cola para que volviera a tomarla entre sus manitas.
Todo aquello le hacía sentir tanta nostalgia que le daban ganas de colgar el teléfono, pero seguía escuchando, alargando la conversación todo lo que podía. Y luego desfogaba su mal humor en la bolsa, y su fortuna crecía cada vez más, porque estaba tan furioso que tenía que sacar toda aquella energía de algún modo.
Su secretaria se movía de puntillas a su alrededor y lo observaba con preocupación. Aquella mujer de mediana edad le tenía afecto a su jefe, y no era tonta. Adivinaba lo que le ocurría, pero no podía hacer nada al respecto. Así que, procuraba protegerlo cuanto podía y se preocupaba de él en privado hasta que, un día…
La llamada se produjo a media mañana, hora de Nueva York, y no era la clase de llamada que solía recibir Luke. La mujer al otro lado de la línea parecía joven y nerviosa y quizás un poco… ¿desesperada?
– ¿Es la oficina de Luke Grey?
– Sí, señorita, aquí es -contestó María amablemente.
– Soy Shanni Daniels. Soy una amiga de un… amigo de Luke. Nuestro… amigo común tiene problemas y necesito hablar con Luke urgentemente.
María pensó en su jefe, sepultado hasta las orejas entre papeles, y en las instrucciones que le había dado: «No me pases a nadie hasta después de la comida. A nadie, María. ¿Está claro?»
Estaba perfectamente claro. Pero…
– ¿Llama desde Australia? -preguntó, sin poder reprimir un cierto tono de esperanza.
– Sí -dijo Shanni-. Espero que allí no sea mala hora para llamar. Nick dice que no es asunto mío, pero, por favor, es muy importante.
– ¿Es ese amigo suyo una mujer?
Silencio. Y luego:
– Sí -respondió Shanni-. Sí, es una mujer.
– La paso enseguida, señorita -dijo María tranquilamente, y apretó el botón.
Diablos, aquella columna no tenía sentido. Había metido las cifras tres veces en la hoja de cálculo, pero no le salía. «Eres un imbécil», se dijo Luke. «Cálmate, Grey».
En ese momento, sonó el teléfono. Luke lo miró como si fuese su enemigo personal. Le había dicho a María que no quería que lo molestaran.
– ¡María! -rugió. No hubo respuesta.
Furioso, se lanzó hacia la puerta y la abrió de golpe. María no estaba en su mesa. Debía de haber ido al servicio y haber desviado el teléfono a su despacho. Aunque eso no era propio de ella.
¡Pues que siguiera sonando! Las cifras seguían sin encajar… El teléfono seguía sonando.
Por fin, Luke tomó el auricular y gritó, como si le gritara a María:
– ¿Qué?
– ¿Luke? -la voz al otro lado de la línea era tan débil que no la reconoció.
– ¿Sí? -bajó la voz un poco.
– Soy Shanni. Ya sabes, la amiga de Wendy.
– Oh, Dios -al otro lado del mundo, el corazón de Luke pareció hincharse y estallar-. ¿Qué ocurre?
– Es Gabbie -dijo ella-. Luke, creo que debes saberlo. La madre de Gabbie va a llevársela otra vez.
Luke se quedó con la mente en blanco, sin poder asumir lo que acababa de oír. ¡No!
No podría soportarlo, pensó, y sus pensamientos se dirigieron a Gabbie, antes que a Wendy. Después de lo que Wendy le había contado sobre su madre, permitir que se la llevara…
¿Y cómo se sentiría Wendy cuando viera que se llevaban a su querida niña…?
– ¿Puede hacerse algo al respecto?
– Tom dice que no -dijo Shanni, tan angustiada como él-. Tom es el jefe de la red de hogares infantiles de esta zona, y lo preocupa esto tanto como a nosotras, pero ella tiene permiso legal. Nuestros trabajadores podrán vigilarla, pero en el pasado ha sido siempre tan cruel con Gabbie… -la angustia de Shanni lo alcanzó al otro lado del teléfono y Luke pensó que, si ella se sentía mal, ¿cómo se sentiría Wendy?
– ¿De verdad quiere a Gabbie? -preguntó.
– Wendy piensa que es una cuestión de poder -contestó Shanni-. Sonia nunca intenta ponerse en contacto con la niña, pero de vez en cuando se aburre, o se enfurece, y entonces va en busca de su hija. Si supiera que Gabbie vive en la granja con Wendy…
– ¿Es que no lo sabe?
– No, y no debe saberlo. Wendy llevará a Gabbie a las oficinas del hogar el miércoles por la mañana, para que Sonia crea que la niña todavía vive en el orfanato. Si no, Wendy nunca la recuperará. Sonia se encargará de ello. Oh, Luke…
Había todavía algo peor. Luke lo notó en su voz.
– ¿Sí?
– Sonia habla de llevarse a Gabbie a Perth, a Australia Occidental.
– ¿Qué significa eso?
– Significa que, si vuelve a entregarla a los servicios sociales, la niña quedará en manos de las autoridades de Australia Occidental. Y Wendy no podrá recuperarla.
Un nuevo silencio. La mente de Luke, que parecía haberse quedado paralizada, empezó de pronto a trabajar a toda velocidad.
– ¿El miércoles por la mañana, dices?
– Eso es.
En Australia, era lunes por la noche en ese momento. Eso le daba treinta y seis horas.
– ¿Puedes conseguirme el número de ese tal Tom? Imagino que Erin lo tendrá. No se lo digas a Wendy, pero voy a ver si puedo poner en marcha algunos engranajes. Quizá no pueda hacer nada, pero…
– ¿Lo intentarás?
– Con todas mis fuerzas -dijo él, con firmeza.
Era una triste ceremonia. ¿Y cómo no iba a serlo?, se preguntó Wendy. Para la mayoría de los niños a los que había cuidado, el que sus padres fueran a buscarlos era un momento de felicidad. Pero Gabbie se ponía pálida, sus ojos se quedaban sin expresión y se aferraba a Wendy como si temiera ahogarse. Junto a su maleta, miraba a su madre a través de la mesa de la oficina de administración del hogar infantil, y sus dedos crispados parecían suplicarle a Wendy que se quedara con ella.
Pero Wendy tenía que dejarla marchar.
– ¿Piensa en esto como en una solución a largo plazo? -estaba preguntándole Tom a Sonia Rolands. Tom Burrows, el jefe de los Servicios Sociales del distrito, tenía unos sesenta años y llevaba mucho, mucho tiempo en aquel trabajo, pero incluso a él lo acongojaba la cara de tristeza de Gabbie.
– Podría ser -dijo Sonia en tono petulante-. He conocido a un tipo de Perth. Vamos a, ya sabe, a empezar una nueva vida. La niña puede pasar con nosotros un tiempo. Ya veremos si la cosa funciona.
«Quieres decir que no te importa destrozar la vida de tu hija», pensó Wendy, furiosa. La mujer apenas parecía haber notado la presencia de Gabbie.
– ¿No sería mejor que primero se estableciera en Perth? -sugirió Wendy con calma-. ¿Que encontrara un sitio donde vivir y que luego le mandáramos a Gabbie? -respiró hondo-. Yo le pagaría el billete de avión.
– ¿Nueva York? ¿Quién demonios es usted?
– Soy Luke Grey -podían haber estado solos en la habitación, Sonia y él. Luke estaba mostrando su lado más profesional. No pensaba dejar que nada se interpusiera en su camino-. Soy el jefe de la señorita Maher, aquí presente -señaló hacia Wendy, pero evitó mirarla a los ojos. No debía mostrarse personalmente implicado en el asunto-. La he contratado para que cuide de mi hermana. Yo hago negocios en todo el mundo y no tengo tiempo de dedicarme a la niña. La presión del trabajo, ya me entiende -lanzó a Sonia una sonrisa breve, pero no exenta de simpatía. Su sonrisa de seductor-. Estoy seguro de que, como madre soltera, debe ocurrirle algo parecido.
– Yo… sí -Sonia estaba desconcertada.
– El caso es que mi hermanita quiere mucho a su Gabbie -no mencionó que Grace tenía solo siete meses y que le gustaba todo el mundo-. Como sabrá, en su papel de madre de acogida, la señorita Maher también ha estado cuidando de su hija. Estoy aquí para ver si podemos llegar a un acuerdo que permita que las cosas sigan como hasta ahora. Es decir, que las niñas puedan seguir juntas.
Sonia achicó los ojos, desconfiada.
– La niña se viene conmigo.
Luke asintió.
– Entiendo que, como madre, no quiera usted dejar definitivamente a su hija. Pero el señor Burrows -señaló a Tom- me ha dicho que ya ha pensado usted otras veces en la adopción y que ha firmado los papeles de la preadopción, aunque luego se haya arrepentido en el último momento…
– Pues sí -contestó ella-. ¿Y qué? Estoy en mi derecho de cambiar de opinión.
– Pero, en vistas de que ya ha dejado usted a su hija varias veces en situación de acogida en los meses previos a la adopción definitiva, me preguntaba -dijo Luke suavemente-, si habría alguna posibilidad de que pudiéramos facilitar su decisión.
– ¿Cómo?
– Con dinero, por ejemplo…
– Nosotros no nos dedicamos a vender niños -dijo Tom rápidamente, y Luke asintió.
– Lo entiendo -señaló hacia los hombres que había detrás de él-. Estos señores son abogados muy cualificados. Nick es el juez local de Bay Beach. Charles es mi abogado personal. Y David está especializado en asuntos familiares. Ellos me han explicado que no puede aceptarse ningún pago en el periodo de la preadopción. Pero Gabbie ya ha pasado por eso en repetidas ocasiones. Si la señorita Rolands renunciara a ella ahora, una oferta que le facilitara las cosas en el futuro sería consideraba razonable. Sería una cuestión personal entre dos particulares que no interferiría en la adopción.
– ¿Cuánto? -la mujer miraba a Luke como si este sostuviera el Santo Grial.
– Digamos… ¿doscientos mil dólares? -sin dudarlo, Luke sacó un cheque del bolsillo de su chaqueta y lo dejó sobre la mesa. La mujer miró aquel pedazo de papel con la boca abierta.
– Esto debe de ser una broma. Doscientos de los grandes…
– No estoy bromeando, señora Rolands -dijo Luke amablemente-. Mi hermanita necesita compañía y quiero que esté con Gabbie.
– Usted está loco.
– Tal vez. Pero solo se le presentará una oportunidad así. Si se lleva a Gabbie ahora, mi hermana se encariñará con otra niña y le haré esta oferta otra persona. Mis abogados pueden arreglar los papeles inmediatamente. Una vez le haya entregado la custodia a We… a la señorita Maher…
Pero había cometido un error. Había estado a punto de decir el nombre de Wendy. Sonia alzó la vista del cheque, miró a Luke y luego su mirada se posó en Wendy. Y esta no fue capaz de ocultar su expresión de esperanza lo bastante rápido. Oh, cielos…
Y Sonia lo entendió todo.
– Hace esto por ella -exclamó la mujer-. Para que ella se quede con la niña. Es ella quien la quiere -su deseo de venganza era terrible de contemplar. ¿Qué le había ocurrido a aquella mujer en el pasado para que albergara tanto odio? Wendy no lo sabía, pero el odio estaba allí, era real-. ¡No! ¿Doscientos mil? Me los gastaría y, entonces, ¿qué? No podría recuperar a la niña -se dio la vuelta y miró por la ventana-. Y miren lo que tenemos ahí -señaló el coche de Luke, que resplandecía frente al edificio; su codicia parecía aumentar a cada segundo-. Siempre he querido tener un coche como ese. Doscientos de los grandes… Creo que con eso no podría comprármelo. Usted debe de estar forrado. Seguro que no significaría mucho para usted, y la niña…
– Puede quedarse también con el coche, si quiere…
Siguió un tenso silencio. Todos contuvieron el aliento.
– Usted… bromea -a diferencia del cheque, el coche era una cosa tangible y, por la expresión de Sonia, todos comprendieron que sabía cuánto valía.
– No bromeo -Luke se encogió de hombros, como si estuviera perdiendo interés en la conversación-. El cheque y el coche pueden ser suyos. Ahora mismo. Los papeles están en la guantera. Estoy seguro de que, con mis abogados presentes, la transferencia podría arreglarse inmediatamente. Esa es mi última oferta. Tómela o déjela.
La mujer se dio la vuelta para mirarlo. Luego bajó la vista hacia su hija, con la indecisión pintada en el rostro. Pero no por una cuestión de sentimientos. Solo por deseo de hacer daño.
Sin embargo… un coche tan caro… Un cheque como aquel…
– ¿Si firmo…?
– Quiero que quede clara una cosa -la interrumpió Tom, con cautela-. El dinero y el coche no tienen nada que ver con la adopción. Si firma ahora, su hija será apartada de usted legalmente. Podrá solicitar visitas supervisadas, pero perderá la custodia de la niña.
– ¿Pero, si firmo ahora, puedo llevarme el coche?
– Sí. Pero se irá sola.
La mujer cerró los ojos un momento y en su expresión se dibujó un destello de triunfo. Después, puso una mano en la espalda de Gabbie y la empujó hacia Wendy. La decisión había sido tomada.
– Quédese con ella -dijo con aspereza-. Yo nunca la he querido. Odiaba a su padre y la odio a ella. Díganme dónde tengo que firmar y nunca volverán a verme.
Wendy dejó que los hombres se encargaran del resto.
Mientras Sonia firmaba documento tras documento, y Luke rubricaba la transferencia de su preciado coche, ella tomó a Gabbie en sus brazos, se la llevó al pasillo y la abrazó con todas sus fuerzas.
– Vamos a olvidarnos de todo lo que ha dicho tu madre ahí dentro -dijo con firmeza-. Tu papá y tu mamá se pelearon y ella ahora ella quiere pagarlo contigo. Pero ha hecho lo mejor que podía hacer por ti. Ahora eres mía. ¿Has oído bien? Te ha dado en adopción, Gabbie, y ahora serás mi hijita para siempre. Para siempre, para siempre, para siempre…
– ¿Y puedo quedarme contigo y con Grace y con Bruce?
– Sí.
– ¿Y… -Gabbie se echó hacia atrás y miró fijamente a Wendy con unos ojos enormes y brillantes-… y Luke le ha dado su coche a mi madre para que yo pudiera quedarme contigo?
La niña lo había entendido todo. Wendy sonrió con los ojos llenos de lágrimas.
– Sí, se lo ha dado.
– ¿Tú crees…? -preguntó Gabbie muy seria-. ¿Tú crees que Luke nos quiere?
– Creo que sí -dijo Wendy con voz trémula-. Creo que nos quiere mucho, mucho, mucho…