LUKE llegó a casa a medianoche del lunes. A casa…
Entró con el coche en el patio y se quedó mirando la casa a oscuras, sintiendo una alegría que no había sentido desde su niñez. Aquel, realmente, era su hogar. Y hasta ese momento no se había dado cuenta de lo mucho que lo echaba de menos.
El lugar tenía un aspecto distinto, incluso en penumbra. A la luz de la una, observó que los viejos rosales que rodeaban la entrada principal habían sido podados. Había cristales en todas las ventanas, y cortinas tras cada cristal. La casa parecía limpia y acogedora, y en la terraza había un par de sillas antiguas en las que uno podía sentarse y contemplar el mar. ¡Era fantástico!
Luke salió muy despacio del coche y estiró las piernas. Un vuelo de veinticuatro horas, seguido de una ración de compras urgentes y de un largo viaje en coche, era demasiado para cualquiera. Debía haber pasado la noche en la ciudad, y lo sabía, pero tenía tantas ganas de volver… Y, además, estaba Bruce.
Las chicas estarían durmiendo, pensó. Así que, no las molestaría. Se quitó los zapatos y cruzó sigilosamente la terraza y el cuarto de estar y entró a la cocina.
– Las visitas deben llamar a la puerta -dijo Wendy detrás de él, y Luke dio un respingo.
Por alguna razón, se quedó sin habla al darse la vuela y verla. Wendy llevaba su desgastado camisón y los rizos le caían sueltos sobre los hombros. Estaba en la puerta entre el cuarto de estar y la cocina, con la pequeña Grace en brazos. A la luz de la luna que entraba por la ventana, su cara parecía dulce y, de alguna forma, vulnerable.
– Aunque supongo que tú no eres realmente una visita -ella sonrió mientras acunaba a la niña-. No enciendas la luz. Grace acaba de quedarse dormida.
– ¿Está…? -Luke se inclinó sobre su hermana. La niña parecía profundamente dormida y sonreía con tal expresión de felicidad que le dio un vuelco el corazón-. ¿Está bien?
– ¿Tú qué crees? -Wendy se rio suavemente-. No debería tomar un biberón a medianoche, pero ¿crees que he podido convencerla? Esta jovencita tiene ideas propias… como su hermano, diría yo.
– Ya veo -pero no era cierto. Por alguna razón, tenía el cerebro bloqueado. Afortunadamente, Wendy no parecía haberlo notado.
– Es hora de irse a la cama, señorita -le dijo Wendy a Grace-. ¡Para toda la noche! -dirigió a la niña una mirada de advertencia que la ternura de sus ojos desmentía.
Luke sintió un nudo en el estómago. Aquel sentimiento que estaba experimentando, no se debía solo a su hermanita.
Pero Wendy no le prestaba atención. Estaba concentrada en llevar a la cama a Grace sin despertarla.
– Espera -le dijo suavemente a Luke-. Volveré enseguida -sin más, Wendy se dio la vuelta y se llevó a la niña a su dormitorio.
Luke esperó en silencio. Se quedó allí, completamente quieto, empapándose de la atmósfera de su antigua casa hasta que ella volvió, caminando descalza. Wendy encendió una lámpara de mesa, y él se sintió aún más confundido al ver la cocina transformada.
– ¿Qué demonios has hecho con este sitio?
– Lo he limpiado -dijo ella con orgullo-. Y he pintado las paredes. No quiero jactarme, pero está muy bien, ¿verdad?
Desde luego que sí. Wendy había transformado completamente la cocina. El fogón relucía, y la mesa y los antiguos bancos de madera habían sido fregados a conciencia. Las paredes habían sido pintadas de un bonito color azul y había cortinas nuevas en la ventana. Todo estaba… maravilloso.
– ¿Lo has hecho todo tú sola?
– Con la ayuda de tu tarjeta de crédito -Wendy sonrió, burlona-. Trabajo y dinero. ¡Una buena combinación! -su sonrisa se desvaneció-. _¿Has conseguido lo que necesitábamos de Lindy?
El asintió, y sacó los papeles del bolsillo de su chaqueta. Pero no pensaba en los papeles. Le costaba pensar en otra cosa que no fuera Wendy. Estaba tan increíblemente guapa. Tan deseable… ¡Tan Wendy!
– Lindy ha firmado los papeles de la preadopción -dijo, con esfuerzo-. Lo hizo en Londres, en presencia de dos abogados y de un testigo de la embajada. Si no cambia de opinión en los próximos tres meses, y me sorprendería que lo hiciera, Grace será nuestra -observó la mirada extrañada de Wendy, y sintió que le fallaba el suelo bajo los pies-. Quiero decir que…
– Que será tuya -dijo Wendy amablemente-. Recuerda que yo solo soy la niñera.
– Sí… claro -Luke estaba aturdido. Trataba de concentrarse en la adopción de Grace, pero solo veía a Wendy. Estaba tan atractiva, tan sexy, que casi no podía reprimir el deseo de rodear la mesa y tomarla en sus brazos.
– Tu cama está hecha en el dormitorio de tus abuelos -dijo ella plácidamente, ajena al torbellino de emociones que se agitaba en la habitación-. Al menos, he supuesto que sería el de tus abuelos. El grande, con la cama de matrimonio.
– Sí.
– Allí estarás bien -dijo ella-. Hay sábanas y toallas limpias. Lo malo es que… -Wendy sonrió-, hay dos hoyos. Y me imagino que tú eres mucho más grande que tu abuelo.
Luke se quedó atónito. No tenía ni idea de lo que estaba hablando.
– ¿Dos hoyos?
– Supongo que tus abuelos usaron la misma cama durante toda su vida de casados -dijo ella alegremente-. Gabbie y yo la hicimos ayer, y se ve perfectamente dónde dormían. Hay dos hondonadas donde durmieron pegados el uno al otro durante años -la ternura retornó a su expresión-. Creo que no te resultará muy cómodo, pero no sé. Esos huecos son… muy agradables.
Debían de serlo, pensó Luke, asombrado. Sus abuelos… Dos amantes tumbados uno junto al otro, dejando su impronta en el colchón noche tras noche… ¿Por qué pensar en ello lo hacía estremecerse?
– Está bien -dijo, en tono más brusco de lo que había pretendido, y ella lo miró un instante, percibiendo su confusión.
Luego, Wendy también pareció estremecerse. Quizás había empezado a sentir la emoción que zumbaba en la habitación como una corriente eléctrica. 0 quizá solo pensaba que Luke era un imbécil.
– ¿Quieres que te haga una taza de té? ¿0 puedes arreglártelas solo? -ella quería irse, era evidente. Quería volver a la cama, a dormir, sola, como era correcto y conveniente. El era su jefe. Ella era su niñera. Pero Luke deseaba prolongar aquel momento. Lo deseaba desesperadamente.
– ¿Qué… qué tal está Gabbie? -preguntó.
La expresión de Wendy se dulcificó.
– Muy bien. Estupendamente -dijo-. Le encanta este lugar. Igual que a mí -levantó la vista hacia él, sonriendo con gratitud, y Luke volvió a sentir el impulso de besarla.
– Le he traído un regalo -dijo él, bruscamente.
– ¿Un regalo?
– Yo… -farfullaba como un colegial. Así era como lo hacía sentirse Wendy. Como si tuviera trece años y se hubiera enamorado por primera vez-. Está en el coche. Tengo que traerlo ahora mismo.
– ¿No puede esperar hasta mañana? -ella parecía confundida-. Gabbie está dormida.
– He venido en un coche de alquiler -dijo él con firmeza-, pero no quiero ni imaginarme cómo estaría mañana si lo dejo allí. No, señorita Maher… -de alguna forma, Luke consiguió sonreír-. No quiero una taza de té, pero te agradecería mucho que calentaras un poco de leche. Yo traeré a Bruce.
– ¿Bruce?
– He vuelto a las andadas -dijo él, en tono de disculpa-. Parece que no puedo evitarlo. Lo siento, Wendy, pero te he traído otro bebé.
– ¿Qué? -Wendy dio un respingo. Luke sonrió al ver su reacción.
– Espera y verás.
Luke ignoraba qué había esperado que ocurriera. En el avión, de camino a Inglaterra, se le había ocurrido una idea maravillosa. En Londres, había llamado a su secretaria en Australia y ella se había encargado de todo mientras él negociaba con Lindy. De vuelta en Australia, solo tuvo que ir a recoger a Bruce y pagar una insignificante cantidad de dinero.
Al verlo por primera vez, le había parecido que Bruce era una idea brillante. Bruce era… bueno, era simplemente Bruce. Aunque no solía enamorarse a primera vista, Luke había sucumbido ante Bruce nada más conocerlo.
Pero, esa noche, mientras llevaba al cachorro dormido a la cocina, le entraron dudas. ¿Y si a Wendy no le gustaban los perros? ¿Y si odiaba a los animales? ¿Y si…?
Y, entonces, sus temores se vieron confirmados. Entró en la cocina y puso al pequeño y soñoliento cachorro de basset-hound en el suelo. Bruce miró a su alrededor, asombrado, todo ojos y orejas. Wendy miró el cachorro y se quedó muda. El perrito la observó un momento y luego, olfateando la leche tibia, se acercó lentamente a ella, mirándola con sus ojos inmensos. Su cuerpecito a manchas blancas y marrones temblaba de ansiedad. Lentamente, el perro comenzó a mover la cola. Pero Wendy se agachó sin decir una palabra. Acarició ligeramente sus orejas aterciopeladas… y rompió a llorar.
¡Demonios! Aquello era espantoso. ¿Qué iba a hacer Luke ahora? La había hecho llorar…
– No hace falta que te lo quedes. Yo no quería,… Puedo llevármelo -se inclinó hacia delante y se detuvo al ver que el cachorro se arrojaba en brazos de Wendy Y que esta lo acogía como si fuera una gallina protegiendo a sus pollitos.
– ¿Llevártelo? -dijo ella, emocionada, con lágrimas en las mejillas-. ¿Llevártelo? ¡No te atreverás!
– Pero… ¿No te gusta? ¿He hecho mal? -inconscientemente, Luke se agachó también, de modo que sus ojos quedaron a la altura de los de Wendy.
Tomó su pañuelo y le secó las lágrimas. Wendy se había sentado en el suelo y sollozaba desconsoladamente, con Bruce en brazos. Pero también parecía sonreír. ¿Estaba riendo y llorando al mismo tiempo?
– ¿No quieres que me lo lleve? -preguntó él con cautela, y vio que ella se echaba a reír. Le sonreía a través de las lágrimas y sus ojos brillaban. Abrazaba al cachorro y sonreía y sonreía… y el corazón de Luke bombeaba como nunca antes lo había hecho.
– Luke, si supieras cuánto he deseado regalarle un cachorro a Gabbie… -murmuró ella-. En el hogar había perros entrenados para tratar con niños, y a Gabbie le encantaban. Pero no eran suyos y, cada vez que se mudaba, eran perros diferentes. Pero este pequeñín… Gabbie necesita tanto querer a alguien…
– Igual que tú -dijo él, pensativo, observando su cara. Empezaba a sentirse realmente bien. ¡Había acertado! Había hecho feliz a Wendy. ¡La había hecho feliz!
– Y yo también -dijo ella tímidamente-. Lo admito. Siempre he querido tener un perro. Ahora tengo a Gabbie y a Grace y a Bruce -se volvió para mirarlo con la misma expresión con que había mirado al perro-. Oh, Luke, gracias. No sé qué decir…
– No hace falta que digas nada -él le enjugó una última lágrima con el dedo.
Y, de pronto, estaba tan cerca de ella… Y era tan bonita… Uno tenía que ser inhumano para resistirse a una visión como aquella. Y él no lo era.
Se acercó a Wendy casi imperceptiblemente. Y la besó.
Y aquel beso tuvo el poder de cambiar el mundo. 0, al menos, el mundo de las dos personas cuyos labios se tocaron.
Wendy era fantástica. Sus labios, cálidos, suaves y carnosos, sabían ligeramente a las lágrimas que había derramado. Era maravillosa. Era parte de la magia de la noche, pensó Luke. Parte del descubrimiento de su regreso a casa. A casa…
Aquel era su hogar. Wendy era su hogar.
Esa dulce certeza que se abrió pasó suavemente a través de su conciencia. En ese momento descubrió que en su vida faltaba un vínculo que no había conocido hasta entonces.
¿Pero y Wendy?
La certeza que acababa de sentir Luke también la había tocado a ella. Era como un sortilegio que nublaba su cerebro, dejándola ajena a todo salvo al sabor de aquel hombre, a la fuera de sus manos que la sujetaban por los hombros, a la tibieza de su boca… Qué dolorosamente vacía estaba su vida sin… ¿Sin qué? ¿Sin un hombre? Aquella idea sacudió su cerebro como una descarga de un millón de voltios, dejándola rígida de miedo.
Luke todavía la estaba besando, pero, de pronto, todo pareció cambiar. La neblina se disipó. Ella había cometido antes aquel mismo error. Se había dejado llevar…
– ¡No! -de alguna forma, Wendy consiguió apartarse, con los ojos llenos de temor.
– Cariño, ¿qué ocurre?
¿Qué la había llamado? ¿«Cariño»? Debía de estar bromeando.
– ¿Qué diablos crees que estás haciendo? -Wendy apretó al cachorro contra sí.
Luke contestó con voz algo temblorosa.
– Pensaba que te estaba besando -esbozó una leve sonrisa-. Y que tú me besabas a mí.
– Debe de haber sido por el cachorro -balbuceó ella, poniéndose en pie-. Yo no quería…
– ¿No querías besarme? ¡Embustera!
– ¡Luke! -en su voz había auténtico disgusto. Luke lo notó y la miró con preocupación.
– Wendy, ¿qué te ocurre? -Esto es… ridículo.
– ¿Que nos besemos es ridículo?
– Sí -ella respiró hondo, intentando calmarse-. Tú eres mi jefe. Tenemos una relación laboral, nada más -cerró los ojos y abrazó a Bruce-. Nada más. Lo otro… sería un desastre.
Él asintió, observándola. Sabía que, si daba un paso hacia delante, ella huiría. Y él que no quería que eso ocurriera. «Tranquilízate», se dijo. La había asustado. Ninguna mujer a la que hubiera besado había reaccionado así. Pero Wendy, sí, y él deseaba desesperadamente que ella se quedara.
– Siempre beso a las mujeres cuando lloran -dijo con ligereza-. Es muy eficaz para parar el llanto.
– Yo no estaba llorando. Solo… me he emocionado un poquito al ver al cachorro -ella también procuró parecer sonreír-. ¿De veras es para Gabbie?
– Sí -él sonrió animosamente-. Pero será mejor dárselo mañana. Esta noche, puede dormir en mi cuarto -ella lo miró con asombro y él esbozó una sonrisa burlona-. Bueno, ¿qué te sorprende tanto?
– Supongo que eras el tipo de hombre que hace dormir al perro en la terraza.
– Sí, claro -Luke casi había conseguido controlar su voz-. Ya lo intenté. Más o menos.
– ¿Qué quieres decir?
– Lo metí en un caja de cartón cuando lo recogí en la tienda. Lo puse en el asiento de atrás del coche y allí duró exactamente cinco minutos. Al principio, gimió tanto que parecía que me perseguía un coche de policía con la alarma puesta. Luego, empezó a comerse la caja.
Una vez se la hubo comido, salió de ella y siguió gimiendo.
– ¡Oh, Luke! -los momentos de tensión habían pasado. Casi. Luke la había hecho reír-. ¿Qué hiciste?
– Lo que haría cualquier persona sensata -dijo él, suspirando-. Pasó el resto del viaje en mis rodillas, lo cual es ilegal y peligroso, pero también una forma razonablemente tranquila de llevar a un perro. Al caboo de una hora se quedó tan profundamente dormido que se deslizó al asiento de al lado. Pero incluso entonces siguió vigilándome. Así que, si lo dejamos en la terraza, ¿crees que tenemos alguna oportunidad de dormir esta noche?
– Ninguna, diría yo -dijo Wendy, sonriendo, y Luke asintió.
– Bueno, entonces, vamos. Tú pasarás la noche con tu bebé y yo con el mío. Espero que a ninguno de los dos les entre hambre. Y espero que el mío no ronque.
Pero roncaba.
Bruce durmió de un tirón, resoplando plácidamente en una cesta justo debajo de Luke. Sus ronquidos bastaban para volver loco a un hombre, pero, a decir verdad, no eran lo que mantenía despierto a Luke.
Tumbado en la cama de sus abuelos, Luke permaneció despierto en la oscuridad, buscando respuestas donde no las había. Ignoraba por qué se sentía así. Ni siquiera estaba seguro de lo que sentía. Solo sabía que, cada vez que veía a Wendy, su mundo parecía salirse de su eje.
La deseaba tanto que aquello no podía ser solo algo físico. ¿Pero por qué? Ella no era su tipo de mujer, se decía una y otra vez. ¿Cómo podía encajar en su vida?
No, podía. Luke no la veía entreteniendo a sus sofisticados amigos de la ciudad… Pero, de pronto, la idea de entretener a sus sofisticados amigos ya no le parecía apetecible, comparada con la idea de estar en la granja. De estar con Wendy.
Aquello era pasajero, se dijo, desesperado, dando vueltas en la cama y golpeando la almohada como si tuviera la culpa de algo. Lo que ocurría es que nunca había conocido a nadie como Wendy, y ella era una novedad. Se le pasaría. Si pasaba un poco más de tiempo allí…
Hmm. Un poco más de tiempo allí… La idea le gustó.
Bueno, ¿y por qué no? ¿Qué prisa tenía por volver a la ciudad, después de todo? Había llevado consigo su ordenador portátil. Tenía su teléfono móvil. Podía arreglar una de las habitaciones como despacho, hacerse instalar una conexión a Internet, y dedicarse a redescubrir de nuevo aquel lugar. Conocer a Gabbie y a Grace. Jugar con Bruce… Y dejar de obsesionarse con Wendy.
Sí, eso sería lo mejor. Al menos, tenía que intentarlo.
Wendy tampoco podía dormir. Mientras Luke daba vueltas en su cama, ella hacía lo mismo en la suya y hablaba con Grace.
– Es peligroso tu hermano -le dijo a la niña, que dormía profundamente-. Ha sido una tontería dejar que me besara… -inconscientemente, se llevó los dedos a los labios, buscando la impronta del beso de Luke. Había sido maravilloso-. ¡Qué estupidez! -dijo, con rabia-. A mí no me interesan los hombres. Y, sobre todo, no me interesa un ligue pasajero, y estoy segura de que él solo busca eso, un ligue pasajero.
Suspiró y se quedó pensando. Cuando volvió a hablar, la amargura había desaparecido y solo quedaba desolación en su voz.
– Luke no puede ofrecerme nada más -dijo, en la oscuridad-. Es un hombre que toma lo que desea, cuando lo desea. Cualquiera puede verlo. Es rico, viaja y está aquí una noche y a la otra se va. Así que, Wendy Maher, ya puedes ir olvidándote de estas estúpidas emociones. Contrólate, mujer.
Todo aquello estaba muy bien, se dijo una hora después, y a la siguiente. Pero aquellas advertencias eran completamente vanas, porque solo podía pensar en aquel beso.
Finalmente, se levantó y se acercó a la ventana para ver el mar. El magnífico coche de Luke estaba aparcado justo debajo de la terraza. Al verlo, su resolución se fortaleció.
– Es igual que Adam -murmuró-. Son todos iguales. ¡Hombres! Si le permites que se acerque… tendrás que dejar este, sitio maravilloso que tanto le gusta a Gabbie, y ya no podrás ocuparte de Grace…
«Es verdad».
– Así que, compórtate con sensatez.
«Sí, señora» -le respondió su corazón.
Wendy suspiró y volvió a la cama. Pero no consiguió dormir.