Capítulo 13

El fino collar tenía brillos rosados y un pequeño cascabel rosa, y cuando Maddie fue hasta la carretera a buscar el correo a eso de las tres, se lo encontró en el buzón. Sin ninguna nota, sin tarjeta alguna, solo el collar.

Mick era la única persona que sabía lo de Bola de nieve. Maddie no se lo había contado a sus amigas por temor a que se murieran del susto. ¿Maddie Jones propietaria de un gato? Imposible. Había pasado la mayor parte de su vida odiando a los gatos, pero allí estaba, con el collar rosa en la mano, mirando una bolita de pelo blanco acurrucada en la silla de su despacho.

Cogió a la gatita con las dos manos y la levantó hasta tenerla cara a cara.

– Esta es mi silla. Te haré una cama.

Llevó a la gatita hasta el lavadero y la dejó sobre una toalla doblada dentro de una caja de Amazon.

– Regla número uno: yo soy la jefa. Regla número dos: no te puedes subir a los muebles y dejarlos llenos de pelos.

Se arrodilló y le puso el collar.

– Miau.

Maddie la miró con el ceño fruncido.

– Miau.

– Muy bien. Estás monísima. -Se levantó y señaló a la gatita-. Regla número tres: te dejaré entrar y te daré comida. Y hasta aquí llego. No me gustan los gatos.

Giró sobre sus talones y salió del lavadero. El tintineo del cascabel la siguió hasta la cocina y miró hacia abajo. Suspiró y sacó una guía telefónica de un cajón. Hojeó las páginas amarillas, buscó el teléfono móvil y marcó los siete números.

– Mort -respondió un hombre que no era Mick.

– ¿Se puede poner Mick?

– No suele llegar hasta las ocho.

– ¿Podría darle un mensaje de mi parte?

– Deje que busque un bolígrafo. -Hubo una pausa y luego-: Vale.

– Mick, gracias por el collar rosa. Bola de nieve.

– ¿Ha dicho «Bola de nieve»?

– Sí. Firmado «Bola de nieve».

– De acuerdo.

– Gracias.

Maddie colgó y cerró la guía telefónica. A las ocho y diez, mientras Maddie estaba hojeando una revista de crímenes, sonó el teléfono.

– Hola.

– Tu gata me ha llamado.

El mero sonido de la voz de Mick la hacía sonreír, lo cual era muy mala señal.

– ¿Qué quería?

– Darte las gracias por el collar.

Maddie miró a Bola de nieve tumbada en el sillón rojo, lamiéndose una pata y saltándose a la torera la regla número dos.

– Tiene buenos modales.

– ¿Qué vas a hacer esta noche?

– Enseñar a Bola de nieve qué tenedor tiene que usar.

Mick se rió.

– ¿Cuándo se va a la cama?

Hojeó las páginas de la revista y su vista fue a parar a un artículo sobre un hombre que había asesinado a sus tres bellas esposas.

– ¿Por qué?

– Quiero verte.

Maddie también quería verlo a él. ¡Aquello era fatal! Y ese era el problema. No quería sentirse feliz solo con oír su voz por el teléfono. No quería verlo en el aparcamiento y recordar el contacto de sus manos y de su boca. Cuanto más lo veía, más pensaba en él y más lo deseaba, más se liaban sus vidas.

– Sabes que no puedo -dijo pasando unas páginas.

– Ven conmigo a Hennessy y por favor tráete la cámara.

Detuvo la mano.

– ¿Me estás ofreciendo la posibilidad de hacer fotos dentro de tu bar?

– Sí.

Normalmente no solía tomar fotos para sus libros, pero no sería ningún problema si lo hacía.

– Quiero verte.

– ¿Me estás sobornando?

Hubo un silencio en la línea.

– ¿Es eso un problema? -preguntó Mick.

¿Lo era?

– Solo si crees que voy a acostarme contigo por unas cuantas fotos.

– Cielo -dijo a través de lo que parecía un suspiro de exasperación-, me gustaría que desnudarte fuera tan fácil, pero no.

Solo porque fuera a Hennessy y sacara algunas fotos no significaba que nadie tuviera que acabar quitándose la ropa. Había vivido sin sexo durante cuatro años. Era evidente que tenía bastante autocontrol.

Si aceptaba e iba, estaría utilizando la innegable atracción que existía entre ambos para conseguir sus propósitos. Tal como él estaba usando el deseo de ella de fotografiar el interior del bar para conseguir los suyos. Se preguntó si su conciencia se rebelaría y declinaría la tentadora oferta, pero tal como ocurría de vez en cuando en su vida, en lo referente a su trabajo y sus escrúpulos, su conciencia guardó silencio.

– Ahí estaré.

Después de colgar el teléfono respiró hondo y contuvo la respiración. Entrar en ese bar no iba a ser lo mismo que entrar en cualquier otra escena del crimen que había pisado y explorado. Entrañaba una cuestión personal.

Suspiró. Había visto fotos de la escena del crimen y leído los informes. Veintinueve años después no sería un problema. Se había sentado, separada por una mampara, en frente de asesinos que le contaban exactamente lo que harían con su cuerpo si alguna vez tenían la oportunidad. Comparado con esa pesadilla, entrar en Hennessy iba a ser coser y cantar. Ningún problema.


Hennessy estaba pintado de un indescriptible color gris y era más grande de lo que parecía desde fuera. En el interior había dos mesas de billar y una pista de baile a ambos lados de la larga barra. En medio, tres escalones conducían al nivel inferior, que estaba rodeado de una barandilla blanca y donde había diez mesas redondas. Hennessy nunca había tenido la reputación de acoger chicas malas e indomables que tenía Mort. Era más tranquilo y era famoso por las buenas copas y la buena música. Y durante un tiempo, por el asesinato. Hennessy había sobrevivido a esto último, hasta que cierta escritora sobre crímenes reales aterrizó en la ciudad.

Mick estaba detrás de la barra y echaba ginebra South en una coctelera. Levantó la mirada hacia Maddie y hacia su resplandeciente cabello, distinguiendo mechas cobrizas en la cola en que se había recogido el pelo, luego volvió a mirar la botella que tenía en las manos.

– Mi bisabuelo construyó este bar en mil novecientos veinticinco.

Maddie dejó la cámara en la barra y miró a su alrededor.

– ¿Durante la prohibición?

– Sí. -Señaló el nivel inferior-. Esa parte era un comedor. Hacía y vendía alcohol etílico en la trastienda.

Maddie le miró con aquellos grandes ojos marrones que se volvían cariñosos y sexys cuando él le besaba el cuello. En aquel momento tenía los ojos muy abiertos, como si estuviera viendo fantasmas.

– ¿Alguna vez lo pillaron? -preguntó Maddie mirando a su alrededor otra vez, con la mente absorta y ajena a Mick, que intentaba por todos los medios entablar una conversación.

Cuando abrió la puerta de atrás y la vio allí plantada, parecía muy tensa, tuvo que controlar su primer impulso de empujarla contra la pared y besarla hasta dejarla sin aliento.

– No. -Mick sacudió la cabeza.

Ambos sabían que ella había ido a hacer fotos y Mick se sorprendió de lo tensa que se encontraba dentro del bar. Pensó que se alegraría. Le estaba dando lo que quería, pero Maddie no parecía feliz. Parecía a punto de desmoronarse.

– La ciudad era demasiado pequeña e insignificante en aquellos tiempos y mi bisabuelo se llevaba bien con todo el mundo. Cuando acabó la prohibición, destruyó el interior del local y lo convirtió en un bar. A excepción del mantenimiento y algunas restauraciones necesarias, está igual que entonces. -Mick añadió un chorrito de vermut y luego tapó la coctelera-. Mi bisabuelo convirtió esta zona de aquí en una pista de baile y mi padre trajo las mesas de billar. -Agitó la ginebra de primera calidad y el vermut con una mano y buscó debajo de la barra con la otra-. He decidido dejarlo como está.

Colocó primero una y luego otra copa helada de Martini sobre la barra. Añadió unas aceitunas pinchadas en palillos y, mientras lo servía, recorrió con la mirada la firme mandíbula de Maddie y el cuello, y bajó hasta la blusa blanca y el primer botón que amenazaba peligrosamente con abrirse y ofrecerle una magnífica visión del escote.

– He puesto mi dinero y mi energía en Mort. La semana que viene mi colega Steve y yo nos reuniremos con un par de inversores para hablar de montar un negocio de excursiones en helicóptero por esta zona. ¿Quién sabe si resultará? Llevar bares es lo que sé hacer, pero en realidad me gustaría diversificar el negocio y tengo otros intereses. Así no me siento como si estuviera estancado.

Empujó la copa de Martini hacia ella y se planteó si había oído lo que había dicho.

Los dedos de Maddie tocaron la base de la copa.

– ¿Por qué te sientes como si estuvieras estancado?

Sí le había oído.

– No lo sé. Tal vez porque de niño no veía el momento de salir cagando leches de aquí. -Cogió el palillo del Martini y mordió la aceituna-. Pero aquí estoy.

– Tu familia está aquí. Yo no tengo familia… bueno, salvo unos primos que conocí brevemente. Si tuviera un hermano o una hermana, me gustaría vivir cerca de ellos. Al menos supongo que lo haría.

Recordó que su madre había muerto cuando ella era pequeña.

– ¿Dónde está tu padre?

– No lo sé. No lo conocí. -Removió el Martini con las aceitunas-. ¿Cómo sabes lo que bebo?

Mick se preguntó si había cambiado de tema a propósito.

– Conozco todos tus secretos. -Maddie se alarmó un poco y él sonrió-. Recuerdo que estabas tomando un Martini la primera noche que te vi.

Mick dio la vuelta a la barra y se sentó a su lado. Maddie se volvió hacia él y Mick puso un pie entre los de ella encima de la anilla metálica del taburete. Maddie llevaba una falda negra y la rodilla forzaba la tela a subir por encima de los lisos muslos.

– ¿En serio?

Maddie cogió la copa y le miró por encima. Vació la mitad de la copa de un trago. Tragaba su mejor ginebra como si fuera agua, y si no iba con cuidado, Mick tendría que llevarla a casa en coche, lo cual no era mala idea.

– Me sorprende que te acuerdes de algo más que de la tentadora oferta de Darla de enseñarte el culo -dijo ella relamiéndose el labio inferior.

– Recuerdo que esa noche te portaste como una sabihonda. -Le cogió las manos y le acarició los dedos con el pulgar-. Me pregunté cómo sería besarte en esa boca de listilla.

– Ahora ya lo sabes.

– Sí. -Repasó el rostro de Maddie con la mirada, las mejillas, las mandíbulas y los labios húmedos, y volvió a mirarla a los ojos-. Ahora que lo sé, pienso en todos los lugares en que no te besé la otra noche.

Maddie dejó la copa sobre la barra.

– Dios, eres bueno.

– Soy bueno en un montón de cosas.

– Sobre todo en decir lindezas a una mujer como si lo sintieras de verdad.

Mick dejó caer la mano.

– ¿No crees que sienta de verdad?

Maddie cogió la cámara y giró en el taburete. Mick quitó el pie y ella se levantó.

– Estoy segura de que lo sientes de verdad. -Le dio la espalda y levantó la cámara-. Todas las veces que lo dices y a todas las mujeres a las que se lo dices.

Mick cogió la copa y también se levantó.

– ¿Crees que se lo he dicho a otras mujeres?

Enfocó y tomó una foto de las mesas vacías.

– Por supuesto -respondió Maddie mientras las luces estroboscópicas lanzaban destellos.

Aquello le dolió, sobre todo porque no era cierto.

– Bueno, cielo, no te valoras lo bastante.

– Claro que me valoro lo bastante. -Otro clic, un destello y luego añadió-: Pero sé cómo son las cosas.

Mick dio un trago, y la fría ginebra le calentó la garganta y se asentó en el estómago.

– Dime lo que crees que sabes.

– Sé que no soy la única mujer con la que pasas el tiempo.

Maddie bajó la cámara y se dirigió hacia un extremo de la barra.

– Tú eres la única mujer con la que salgo ahora mismo.

– Ahora mismo, pero cambiarás de tercio. Estoy segura de que todos somos intercambiables.

Mick se alejó, mientras la luz estroboscópica reflejaba el flash.

– No creí que eso te importara.

Mick se sumió en las sombras y recostó las caderas contra la gramola.

– No me importa. Solo digo que estoy segura de que todos somos iguales en la oscuridad.

Maddie empezaba a putearlo de verdad, pero tenía la sensación de que era eso lo que pretendía. Se preguntó por qué demonios tenía tantas ganas de verla. Estaba dando crédito a los rumores que circulaban sobre él, y Mick se preguntaba por qué le importaba. No era de su incumbencia si él veía a otras mujeres, y se preguntó por qué le molestaba eso a él. Tal vez debería echarla de una patada en el culo y llamar a otra. El problema era que no quería llamar a ninguna otra, y eso le daba casi tanta rabia como la actitud de Maddie.

Ella sacó varias fotos del suelo de delante de la barra desde diferentes ángulos.

– Te equivocas en eso. No todos los coños son iguales en la oscuridad -dijo él.

Ella le miró fijamente. Pretendía ofenderla pero, típico de Maddie, no actuaba como las demás mujeres. Respiró hondo y soltó el aire despacio.

– ¿Estás intentando que me enfade?

– Me parece justo. Tú estás intentando que me enfade.

Lo pensó un momento y luego confesó.

– Tienes razón.

– ¿Por qué?

– Tal vez porque no quiero pensar en lo que estoy haciendo. -Se dirigió hacia el extremo de la barra y miró las alfombras antideslizantes del suelo. Tomó unas cuantas fotos y bajó la cámara. En un susurro, apenas audible para él, añadió-: Esto es más duro de lo que creía.

Mick se enderezó.

– Es la misma barra y los mismos espejos, las mismas luces y la misma vieja caja registradora. -Bajó la cámara y se cogió al extremo de la barra-. Lo único que cambia es la sangre y los cuerpos.

Mick se acercó y dejó la copa en la barandilla al pasar.

– Ella murió aquí. ¿Cómo te lo explicas? -dijo Maddie con la voz entrecortada.

Mick le puso las manos en los hombros.

– Ya no pienso en eso.

Maddie se volvió y le miró con los ojos muy abiertos y sobrecogidos.

– ¿Cómo es posible? Tu madre mató a tu padre justo en lo alto de los escalones.

– Es solo un lugar. Cuatro paredes y un techo. -Mick le acarició los brazos-. Sucedió hace mucho tiempo. Como te he dicho, no pienso en eso.

– Yo sí.

Se mordió los labios y volvió la cabeza para secarse las lágrimas.

Mick nunca había conocido a una escritora antes que a Maddie, pero le parecía que era terriblemente emotiva, para ser una mujer que escribía sobre gente a la que no había conocido.

– Esto ha sido mucho más duro de lo que creí que sería. Yo no suelo tomar fotos para los libros, y creí que podría hacerlo.

Tal vez se había metido tanto en los detalles y los sentía tanto como para escribir sobre ellos. ¿Qué cojones sabía él? Él ni siquiera leía libros.

Maddie le miró.

– Tengo que irme.

Cogió la cámara de la barra y rodeó a Mick. Al salir, cogió la chaqueta y el bolso del taburete en el que los había dejado antes.

La velada se había convertido en una mierda y Mick no sabía por qué. No sabía qué había hecho o qué había dejado de hacer. Pensó que ella sacaría unas cuantas fotos, tomarían una copa, charlarían y sí, era de esperar, que se desnudaran. Siguió a Maddie hacia la puerta de atrás y por el callejón.

– ¿Estás bien para conducir? -le preguntó al salir por la puerta trasera.

Maddie estaba de pie en el charco de luz y temblaba mientras se ponía la chaqueta. Ella asintió y se le cayó el bolso al suelo junto a sus pies. En lugar de recogerlo, se tapó la cara con las manos.

– ¿Por qué no te acompaño a casa? -Se acercó a ella, se inclinó y recogió el bolso. Le habían criado mujeres, pero no entendía a Maddie Dupree-. Estás demasiado alterada para conducir.

Maddie le miró a través de los ojos líquidos, mientras se le caían las lágrimas.

– Mick, tengo que contarte algo sobre mí. Algo que debería haberte contado hace unas semanas.

No le gustaba cómo sonaba aquello.

– Estás casada.

Dejó el bolso en el capó del coche de Maddie y esperó.

Ella negó con la cabeza.

– Yo… yo… -Soltó aire y se quitó las lágrimas de las mejillas-. Yo no soy… me temo… no puedo… -Se abrazó a Mick y se pegó contra su cuerpo-. No puedo quitarme las fotos de la escena del crimen de la cabeza.

¿Era eso? ¿Era eso lo que la alteraba tanto? Mick no sabía qué decir ni qué hacer. Se sentía impotente y le abrazó. La piel de su abdomen se tensó y sabía lo que le gustaría hacer. Pensó que era bueno que ella no pudiera leerle la mente, pero en realidad era culpa de ella. No debió apretarse contra él y colgarse de su cuello.

– ¿Mick?

– ¿Mmm?

Aquella noche volvía a oler a vainilla y le acarició la espalda. Abrazarla era casi tan bueno como el sexo.

– ¿Cuántos condones tienes?

Detuvo la mano. Había comprado una caja el día anterior.

– Tengo doce en la camioneta.

– Con esos bastarán.

Mick se apartó para mirarla a la cara, el perfil iluminado por la luz en la parte de atrás de Hennessy.

– No te entiendo, Maddie Dupree.

– Últimamente no me entiendo ni yo. -Le acarició el cabello y atrajo la boca de Mick hacia la suya-. Parece ser que contigo no puedo hacer lo correcto.


A la mañana siguiente, ya tarde, Maddie estaba en la cocina tomando una taza de café humeante. Llevaba puesta la bata de baño blanca y tenía el cabello húmedo, lacio y brillante de la ducha. La noche anterior había estado a punto de contarle a Mick que Alice Jones era su madre. Debió habérselo dicho, pero cuando abría la boca, las palabras no le salían. No le daba miedo, pero por alguna razón, no podía. Tal vez no fuera el momento adecuado, mejor en otra ocasión.

Más que ninguna otra cosa, necesitaba que él le ayudase a borrar de su cabeza las horribles imágenes. Había estado en la tumba de su madre y no se había desmoronado, pero cuando estuvo en el lugar exacto donde su madre había muerto, fue como si alguien le desgarrara el pecho y le arrancara el corazón. Tal vez si no hubiera visto las fotos de la sangre de su madre y su cabello rubio manchado de marrón oscuro… Tal vez si no se le hubiera hundido el mundo, no se habría emocionado tanto.

Odiaba emocionarse, sobre todo delante de otras personas y en concreto delante de Mick, pero él estaba allí y lo había visto, y ella necesitaba que alguien la abrazara y enfocara todo aquello que parecía desenfocado.

Mick la había seguido a su casa y Maddie le había cogido de la mano y llevado hasta el dormitorio. Él la había besado en todos aquellos lugares donde dijo había estado pensado besarla. Excitó cada terminación nerviosa de su cuerpo y Maddie sabía que debería sentirse mal al volver a estar con él. Estaba mal por su parte, pero estar con él era demasiado bueno para sentirse realmente mal.

– Miau.

Bola de nieve dibujó un ocho entre sus pies y Maddie miró a su gata. ¿Cómo había llegado su vida a aquel punto? Tenía un gato en casa y un Hennessy en la cama.

Dejó la taza en la encimera y fue a la despensa a coger una bolsa de comida para gatos. En el suelo había un ratón muerto y Bola de nieve le olió la cola. Había quitado el veneno la noche en que decidió quedarse a Bola de nieve, pero eso no significaba que el ratón no se hubiera comido el veneno.

– No te lo comas o te pondrás enferma. -Cogió a Bola de nieve y la llevó al lavadero. Bola de nieve ronroneó y frotó la cabeza contra la barbilla de Maddie-. Y sé seguro que no has dormido en tu cama. He encontrado pelos blancos en la silla del despacho. -Puso a la gatita en la caja de Amazon y le sirvió comida en un platito-. No quiero ir por ahí con pelos blancos pegados en el culo.

Bola de nieve saltó de la caja y atacó la comida como si no hubiera probado bocado en una semana. La noche anterior Mick había salido del baño con una sonrisa petulante y satisfecha en los labios, y la gatita había saltado sobre él desde la alfombra y le había atacado una pierna.

– ¿Qué demonios? -había gritado dando saltos a su alrededor mientras Bola de nieve corría a esconderse debajo de la cama-. No puedo creerlo, me gasté la pasta comprándole a esa maldita criatura un collar.

Maddie se había reído y dio unos golpecitos en la cama al lado de donde estaba sentada.

– Ven aquí para que te haga sentir mejor después del ataque del gran gato malo.

Mick se había acercado a la cama y la había levantado hasta que ella estuvo arrodillada ante él.

– Me las pagarás por reírte de mí.

Y había cumplido su promesa durante toda la noche, y cuando se había levantado por la mañana, estaba sola otra vez. Le habría gustado despertarse y ver su cara, sus ojos azules mirándola, dormidos y saciados, pero era mejor de aquel modo. Mejor mantener las distancias, aunque aquella noche que habían compartido no podían haber estado físicamente más juntos.

Mientras Bola de nieve comía, Maddie cogió el ratón con un papel de cocina y lo tiró a la basura que estaba fuera. Llamó a un veterinario de la localidad y pidió hora para que visitara a Bola de nieve la primera semana de agosto. Las barras de muesli bajas en hidratos de carbono tenían marcas de dientes fuera de la caja, pero las barritas parecían estar bien. Estaba dándole un bocado a una cuando sonó el timbre.

A través de la mirilla vio a Mick, de pie en el porche, parecía que se había duchado y afeitado, se había relajado y puesto ropa cómoda: unos tejanos y una camisa a rayas desabrochada encima de una camiseta imperio. Intentó ignorar el cosquilleo que sentía en el estómago y abrió la puerta.

– ¿Qué tal has dormido? -preguntó mientras una sonrisa de complicidad le remarcaba los hoyuelos.

Abrió la puerta y Mick entró.

– Creo que eran las tres cuando por fin me desmayé.

– Eran las tres y media. -Maddie cerró la puerta-. ¿Dónde está tu gata? -preguntó Mick mientras entraba en la sala.

– Desayunando. ¿Te da miedo esa gatita?

– ¿Gatita o bola de pelo de Tasmania? -Soltó un bufido y sacó un ratón de juguete de un bolsillo del tejano-. Encontré esto para que se relaje. -Lo tiró en la mesa del café-. ¿Qué planes tienes?

Maddie planeaba trabajar.

– ¿Por qué?

– Pensé que podíamos ir al lago Redfish y comer algo.

– ¿Como si saliéramos juntos?

– Sí. -La cogió del cinturón de toalla y la atrajo hacia él-. ¿Por qué no?

Porque no estaban saliendo. No deberían siquiera haber tenido relaciones sexuales. No podían salir juntos por mucho cosquilleo que notara en el estómago o se le pusiera la carne de gallina.

– Tengo hambre y pensé que tú también. -Mick hundió la cabeza a un lado del cuello de Maddie y la besó.

Ella apartó la cabeza al otro lado.

– ¿Por qué al lago Redfish?

– Porque tienen un buen restaurante en el hotel y quiero pasar todo el día contigo. -Volvió a besarla en el cuello-. Di que sí.

– Tengo que vestirme. -Se zafó de la mano que le agarraba del cinturón y se dio media vuelta. Mientras entraba en el dormitorio preguntó a gritos-: ¿A cuánto queda el lago Redfish?

– A una hora y media -respondió Mick desde el umbral.

No esperaba que él la siguiera y le miró fijamente mientras se disponía a sacar unas bragas de un cajón. Mick se reclinó contra el marco de la puerta y siguió sus movimientos con la mirada, mientras ella sacaba unas bragas rosas. Era una mirada muy íntima, más íntima que cuando le besaba la cara interna de los muslos y los ojos se le ponían de un color azul muy sexy, íntima como si fueran una pareja y para él fuera normal ver cómo se vestía. Como si su relación fuera más de lo que en realidad era y más de lo que alguna vez sería. Como si hubiera alguna posibilidad de futuro. Maddie enarcó las cejas.

– ¿Te importa?

– No te vas a poner púdica ahora, ¿verdad? No después de anoche. -Ella seguía mirándole fijamente hasta que Mick suspiró y se alejó de la puerta-. Muy bien. Iré a buscar a tu gata zumbada.

Maddie observó cómo se marchaba e intentó no pensar en el futuro y en lo que nunca tendría lugar. Se recogió el cabello con una pinza y se miró al espejo mientras se ponía un poco de rímel y brillo de labios.

En la dura luz del día, tras haber saciado el deseo sexual y con las emociones firmemente bajo control, sabía que tenía que contarle que era Madeline Jones. Mick merecía saberlo.

La idea de contárselo le dio retortijones y se preguntó si realmente tenía que hacerlo. La noche anterior no había tenido demasiado tacto al mencionarle a otras mujeres. Era obvio que se había enfadado, pero lo cierto era que Mick Hennessy no era hombre de una sola mujer, como tampoco lo había sido su padre, ni su abuelo. Incluso aunque ahora mismo no saliera con nadie, se cansaría de Maddie. Antes o después se alejaría, así que ¿por qué decírselo ese día?

En cualquier caso, debería aclarar el bochornoso arrebato de la noche anterior. No era una mujer que llorase en el hombro de cualquiera. Quizá no había tenido una crisis de llanto a las que son propensas tantas mujeres, pero para ella era una pérdida de control vergonzosa, incluso al cabo de doce horas.

Cuando llevaban media hora de camino hacia Redfish, Maddie decidió aclararlo.

– Siento lo de anoche -dijo por encima de la música country que llenaba la cabina de la camioneta de Mick.

– No tienes por qué sentir nada. Fuiste un poco escandalosa, pero me gusta eso de ti. -Sonrió y la miró a través de las gafas de espejo azul antes de volver a fijar la atención en la carretera-. A veces, no entiendo todo lo que dices, pero te pones muy sexy cuando lo dices.

Maddie sospechó que no estaban hablando de lo mismo.

– Estaba hablando de que puse muy sentimental en Hennessy.

– ¡Ah! -Golpeó el volante con el pulgar, siguiendo el ritmo de una canción que hablaba de una mujer de acero-. No te preocupes.

A Maddie le habría gustado seguir el consejo de Mick, pero eso era difícil para ella.

– Me comporté como una de esas chicas que nunca querría ser. Una de ellas es la sentimental que llora a todas horas.

– No creo que seas una chica sentimental. -El aire de los respiraderos le despeinaba el cabello negro de la frente-. ¿Cuáles son las otras chicas?

– ¿Qué?

– Dijiste que hay chicas que nunca querrías ser. -Sin quitar los ojos de la carretera apagó el CD y habló en el repentino silencio de la cabina-. Una es la chica sentimental. ¿Cuáles son las otras?

– ¡Ah! -Contó con los dedos-. No quiero ser la chica estúpida, ni la que se toma dos copas y se vuelve putilla, ni la chica acosadora, ni la chica culo.

Mick se quedó un instante mirándola de manera interrogativa.

– ¿La chica culo?

– No me hagas explicártelo.

Mick volvió a mirar hacia la carretera y sonrió.

– Entonces ¿no estás hablando de una chica con un gran culo?

– No.

– Ah, entonces supongo que no debo…

– Olvídalo.

Mick se echó a reír.

– Algunas mujeres dicen que les gusta.

– Aja. A algunas mujeres les gusta que las azoten, pero yo tampoco le encuentro el gusto.

Mick le cogió la mano.

– ¿Y que te aten a la cama?

Se encogió de hombros.

– Más o menos.

Mick acercó la mano de Maddie a su boca y sonrió.

– Creo que sé lo que vamos a hacer cuando salga de trabajar.

Maddie se rió y dirigió su atención hacia el paisaje. Hacia los pinos y la espesa maleza y la bifurcación sur del río Payette. Idaho era famoso por sus patatas, pero también por sus espectaculares paisajes naturales.

En el hotel se sentaron a una mesa que miraba hacia las aguas verdeazuladas del lago Redfish y hacia las cimas cubiertas de nieve de los montes Sawtooth. Comieron y hablaron de la gente de Truly. Maddie le habló de sus amigas, de la boda de Lucy del año anterior y de las inminentes nupcias de Clare. Hablaron de todo, desde el tiempo hasta los acontecimientos mundiales, de deportes e incluso del último brote del virus del Nilo occidental.

Hablaron de casi todo, salvo de la razón por la que se había trasladado a Truly. Como por un acuerdo tácito evitaron hablar del libro que estaba escribiendo y de la noche en que su madre mató a dos personas y luego se suicidó.

Fue un día divertido y relajado y durante aquellos raros momentos en que Maddie le miró a los ojos, la conciencia le recordaba que él no estaría con ella si supiera quién era en realidad. Se quitó esa idea de la cabeza y se olvidó de ello. Hizo oídos sordos a su conciencia y, de camino a casa, enterró su conciencia tan hondo que solo oía un débil susurro del que podía hacer caso omiso.

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