Capítulo 14

Aquella noche, después de trabajar, Mick apareció en la puerta de Maddie con unas corbatas de seda en una mano y otro ratón de juguete en la otra. Mientras Mick ataba a Maddie por las muñecas, Bola de nieve se peleaba con el ratón por toda la casa y después, saltándose a la torera las normas, se durmió en la silla del despacho. Saltarse las normas se había convertido en una mala costumbre para Bola de nieve. Igual que Mick Hennessy se había convertido en una mala costumbre para Maddie. Una costumbre que al final tendría que romper, pero había un problema: a Maddie le gustaba pasar el tiempo con él, dentro y fuera de la cama, y eso generaba otro problema: no estaba trabajando demasiado. No había acabado las notas ni completado la cronología, y necesitaba hacerlo antes de sentarse a escribir el capítulo dos. Necesitaba recordar por qué estaba en Truly y ponerse a trabajar. No podía seguir dejándolo todo para pasar un buen rato con Mick, pero cuando le llamó por teléfono la noche siguiente y le pidió que se reuniese con él en Mort después de cerrar, no lo pensó dos veces. A las doce y media llamó a la puerta trasera con una gabardina roja, zapatos de tacón y una de las corbatas azules de Mick colgando entre los pechos.

– Bonita corbata -dijo Mick cuando le desabrochó la gabardina.

– Me pareció que te la tenía que devolver.

Mick la cogió de la cintura y la atrajo contra su pecho.

– Hay algo en ti, Maddie… -dijo mientras la miraba a los ojos-, algo más que el modo de hacer el amor. Algo que me hace pensar en ti cuando estoy sirviendo copas o lanzándole pelotas a Travis.

Maddie le abrazó por el cuello y los pezones rozaron el polo de Mick. Contra la pelvis de ella, Mick estaba excitado y preparado. Aquella era la parte en la que ella también le decía lo que pensaba de él, pero no podía. No podía porque aquello no era cierto. Era cierto, pero era mejor que las cosas siguieran siendo platónicas hasta que se mudara.

En lugar de hablar, Maddie puso los labios en los de él y la mano en su bragueta. Lo que empezó siendo un polvo de una noche se alargó unas cuantas noches más. Mick quería ver más de ella. Ella quería ver más de él, pero aquello no era amor. No amaba a Mick, pero le gustaba mucho. Sobre todo cuando la tumbaba encima de la barra y, entre las botellas de alcohol, Maddie vislumbraba en el espejo retazos de su largo y duro cuerpo moviéndose y conduciéndola hacia una liberación que le hacía retorcer los dedos de los pies dentro de los zapatos de tacón.

Era sexo, solo sexo. Resultaba irónico que llevara cuatro años esperando encontrar aquel tipo de relación. Nada más, y si alguna vez se le olvidaba, solo tenía que recordarse a sí misma que, aunque conocía su cuerpo íntimamente, no sabía ni siquiera su número de teléfono ni dónde vivía. Mick podía decir que había algo en ella, pero fuera lo que fuese, no era bastante para quererla en su vida.


La mañana en que Bola de nieve tenía que ir al veterinario, Maddie cogió la gatita y la llevó a la ciudad. Agosto era el mes más caluroso del verano y el hombre del tiempo había dicho que el valle alcanzaría la sofocante temperatura de treinta y cuatro grados centígrados.

Maddie se sentó en la sala de exploración y observó cómo el veterinario John Tannasee examinaba a su gatita. John era un hombre alto con fuertes músculos debajo de la bata blanca y un bigote a lo Tom Selleck. Tenía una voz profunda que sonaba como si le saliera de los pies. Miraba con cuidado los oídos de Bola de nieve y luego le observó los genitales y verificó que Bola de nieve era hembra. Le tomó la temperatura y dijo que estaba sana como una manzana.

– La heterocromía no parece afectarle la visión. -Le rascó entre las orejas y le señaló otro defecto genético-. Y su maloclusión no es tan fuerte como para afectarle la nutrición.

Maddie comprendió lo que quería decir heterocromía, pero no lo segundo.

– ¿Maloclusión?

– Su gata tiene sobremordida.

Maddie nunca había oído tal cosa en un gato y no se lo acabó de creer hasta que el veterinario puso la cabeza de la gata hacia atrás y le enseñó que la mandíbula superior de Bola de nieve era un poco más larga que la inferior. Por alguna extraña razón, el defecto oral de la garita hizo que a Maddie le gustara más.

– Tiene los dientes salidos -dijo Maddie sorprendida-. Es una paleta.

Pidió otra visita de seguimiento para esterilizar a Bola de nieve y que no pudiera engendrar más gatos cabezones y paletos, y luego ella y Bola de nieve se fueron al supermercado.

– Pórtate bien -advirtió a la gata mientras entraba en el aparcamiento de D-Lite.

– Miau.

– Pórtate bien y te traeré un premio.

Gruñó al salir del coche y cerrar la puerta. ¿Acababa de decir un premio? Se avergonzó de sí misma. Mientras cruzaba el aparcamiento, se preguntó si estaba destinada a convertirse en una de esas mujeres que miman a sus gatos y cuentan aburridas historias de gatos a personas que les importa un pimiento.

Una vez dentro del supermercado, cogió pechugas de pollo, ensalada y Coca-Cola light. No encontró los premios que buscaba y cogió otra marca. Llevó el carrito hacia la parte delantera de la tienda hasta la caja registradora número cinco. La cajera llamada Francine escaneó los premios para gatos mientras Maddie buscaba en el bolso.

– ¿Cuánto tiempo tiene su gato?

Maddie levantó la mirada hasta la cara larga de Francine, enmarcada en un pelo Flashdance de los ochenta.

– No estoy segura. Apareció en mi terraza y no se va. Creo que es un poco deforme.

– Sí. Por aquí pasa mucho.

Los ojos de Francine eran un poco saltones y estrábicos y Maddie se preguntó si estaba hablando del gato o de sí misma.

– He oído que hay un segundo sospechoso en su libro -dijo Francie mientras escaneaba las pechugas de pollo.

– ¿Perdón?

– He oído que ha descubierto un segundo sospechoso. Que tal vez Rose no disparase a Loch y a la camarera y luego se suicidara. Tal vez fue alguien y los mató a los tres.

– No sé quién le ha dicho eso, pero le aseguro que no es cierto. No hay otro sospechoso. Rose disparó a Loch y a Alice Jones, luego dirigió la pistola contra ella misma.

– ¡Ah! -Francine parecía un poco desilusionada, claro que podía ser una falsa impresión creada por sus ojos-. Entonces supongo que el sheriff no va a reabrir la investigación y llamar al programa Caso abierto.

– No. No hay segundo sospechoso, ni episodio de Caso abierto, ni película y Colin Farrell no va a venir a la ciudad.

– Había oído que era Brad Pitt. -Francine escaneó el último artículo y le dio a la tecla de total.

– ¡Santo Dios! -Maddie le dio el dinero exacto y cogió la compra-. Brad Pitt -exclamó resoplando, mientras ponía las bolsas en el asiento de atrás.

Cuando llegó a casa le dio a Bola de nieve un pescado de colores vivos y se preparó la comida. Trabajó en la cronología del libro, escribió los acontecimientos tal como habían sucedido minuto a minuto, los ordenó y los pegó en la pared detrás de la pantalla de su ordenador.

A las diez de la noche, Mick la llamó y le pidió que se reuniera con él en Mort. Su reacción instintiva fue decir que sí. Era viernes por la noche y no le habría importado salir, pero algo la contuvo. Y ese algo tenía mucho que ver con la manera en que se le encogía el estómago en cuanto oía su voz.

– No me encuentro bien -mintió.

Necesitaba poner un poco de tiempo y distancia entre ellos. Darse un respiro. Un respiro de lo que se temía se estaba convirtiendo en algo más que sexo esporádico. Al menos para ella.

Podía oír la música amortiguada de la gramola de fondo competir con varias docenas de voces.

– ¿Estarás bien?

– Sí, me iré a la cama.

– Podría ir más tarde a ver cómo estás. No tenemos por qué hacer nada. Solo te traeré sopa y aspirinas.

Le gustó la idea.

– No, pero gracias.

– Te llamaré mañana al mediodía para comprobar cómo sigues -dijo, pero no lo hizo.

En lugar de llamarla apareció en el embarcadero, con una camiseta blanca de cerveza Pacífico, un bañador azul marino de talle bajo que ceñía sus caderas, capitaneando un Regal de seis metros y medio.

– ¿Cómo te encuentras? -preguntó Mick mientras entraba en su casa por las puertas cristaleras de la terraza.

Se quitó las gafas de sol y Maddie miró a su cara tan atractiva.

– ¿En qué sentido?

– Anoche estabas enferma.

– ¡Ah! -Lo había olvidado-. No era nada. Ya estoy bien.

– Perfecto. -La atrajo contra su pecho y la besó en la cabeza-. Ponte el bañador y ven conmigo.

Maddie no preguntó adónde iban ni cuánto iban a tardar.

Mientras estuviera con Mick no le importaba. Se puso el bañador de una pieza y se ató un pañuelo azul con caballitos de mar rojos alrededor de la cadera.

– ¿Aún no te has cansado de mí? -le preguntó mientras caminaban hacia su barco amarillo y blanco.

Mick frunció el ceño y la miró como si la idea no se le hubiera aún pasado por la imaginación.

– No, aún no.

Mick le dio una vuelta por el lago y por algunas de las espectaculares cabañas que no se podían ver desde la carretera. Le ofreció a Maddie una Coca light de la nevera y sacó una botella de agua para él.

El sol implacable en lo alto del cielo despejado de agosto calentaba la piel de Maddie. Al principio era agradable, pero al cabo de una hora regueros de sudor le resbalaban por el canalillo que formaban los pechos y por la nuca. Maddie odiaba sudar. Era una de las razones por las que no hacía ejercicio. Nunca se creyó aquello de que «para presumir hay que sufrir». Creía firmemente en que «si no duele, es bueno».

Mick echó el ancla en Ángel Cove y se quitó la camiseta blanca.

– Antes de que los chicos Allegrezza urbanizaran esta zona, solíamos venir aquí a nadar cada verano. Mi madre nos traía y luego volvíamos conduciendo Meg o yo. -Se quedó en mitad del barco y miró la orilla arenosa, ahora salpicada de grandes casas y embarcaderos llenos de barcos y motos acuáticas-. Recuerdo muchos biquinis y aceite de bebé… también recuerdo que se me metía arena en el bañador y se me pelaba la nariz. -Se quitó las chanclas y se dirigió hacia la popa-. Aquellos sí eran buenos tiempos.

Maddie dejó caer el pañuelo de las caderas y le siguió. Se quedaron uno al lado del otro en la plataforma.

– La arena en el bañador no parece algo bueno.

Se echó a reír.

– No, pero Vicky Baley solía salir del agua con un biquini que se resbalaba y tenía aquella asombrosa delantera que…

Maddie le dio un empujón y, mientras se tambaleaba, la cogió de la muñeca y los dos acabaron en el lago.

– Uaaa, está fría -gritó Mick al salir a la superficie, mientras Maddie intentaba contener la respiración. El agua helada le robaba el aire de los pulmones y Maddie se agarró a la escalerilla de la popa del barco.

La risa serena de Mick se propagaba por la superficie ondulada mientras nadaba hacia ella.

Maddie se quitó el cabello húmedo de los ojos.

– ¿Qué te hace tanta gracia?

– Tú; te pusiste celosa de Vicky Baley.

– No estoy celosa.

– Aja. -Se sujetó al borde de la plataforma-. Su delantera no es tan buena como la tuya.

– Jolín, gracias.

Gotas de agua empezaron a caer de un mechón del cabello que le tocaba la frente y a resbalar por las mejillas de Mick.

– No tienes motivos para estar celosa de nadie. Tienes un cuerpo precioso.

– No tienes por qué decir eso. Mis pechos no son…

Mick le colocó un dedo en los labios.

– No hagas eso. No desprecies lo que siento como si solo te lo dijera para poder follar contigo, porque no es así. Ya he follado contigo y eres maravillosa.

Colocó la otra mano en la nuca de Maddie y le dio un beso en el que se fundieron las bocas ardientes y los labios fríos, las gotas de agua y las lenguas que se deslizaban suavemente. Cuando la besaba así, se sentía maravillosa.

– Anoche te eché de menos -dijo mientras se apartaba-. Me gustaría no tener que trabajar esta noche hasta tarde, pero tengo que hacerlo.

Lamió el sabor que él le había dejado en los labios y tragó saliva.

– Lo comprendo.

– Ya sé que lo comprendes. Creo que por eso me gustas tanto.

Mick le sonrió. Una sencilla curva en la boca que parecía de todo menos simple. A Maddie le perforaba el pecho y le robaba el aliento, y sabía que tenía problemas. Problemas de los grandes y graves, con aquel modo de decir las cosas que la hacía sentir como si se estuviera ahogando en los preciosos ojos de Mick. Maddie se dio un chapuzón y salió con la cabeza hacia atrás para apartarse el cabello de la cara.

– Los dos tenemos horarios intempestivos -dijo ella, y subió por la escalera. Se quedó en la popa del barco y se escurrió el agua del pelo-. Pero nos funciona porque somos noctámbulos y podemos dormir hasta tarde.

– Y porque tú me deseas. -Mick salió del agua.

Maddie le miró con el rabillo del ojo. Los músculos del pecho y la línea de vello húmedo que le recorría el abdomen y el vientre y desaparecía bajo la cinturilla del bañador.

– Es cierto.

– Y Dios sabe que yo también te deseo.

Levó el ancla y la puso en un compartimiento lateral. Luego fue hasta la silla del capitán y la miró mientras se ataba el pañuelo alrededor de la cintura.

– ¿Qué?

Mick sacudió la cabeza y puso en marcha el motor, la hélice empezó a girar con un sonido gutural. El barco cabeceó y Maddie ocupó el asiento del pasajero. Durante algunos segundos más, Mick la miró antes de apartar por fin la mirada y empujar la palanca hacia delante.

Maddie se sujetó el cabello con una mano mientras navegaban deprisa por el lago. Era imposible mantener una conversación, pero tampoco se le habría ocurrido qué decir. El comportamiento de Mick era un poco extraño. Creía que conocía la mayoría de sus expresiones. Sabía qué cara ponía cuando estaba enfadado, cuando intentaba seducirla y quería ser encantador y ciertamente sabía qué cara ponía cuando quería sexo. Estaba extrañamente silencioso, como si estuviera pensando en algo, y no dijo nada hasta que llegaron a la terraza después de veinte minutos.

– Si no tuviera que ir a trabajar esta noche, me quedaría aquí y jugaría contigo -dijo.

– Puedes venir más tarde.

Mick se sentó en una silla Adirondack en frente de ella y le quitó el pañuelo de las caderas que voló hasta caer a sus pies.

– O podrías venir tú esta noche cuando salga de trabajar.

Mick colocó las manos detrás de los muslos de Maddie y la empujó entre sus rodillas.

– ¿A Mort?

Mick negó con la cabeza y le mordisqueó un lado de la pierna.

– Mete algo de ropa en una bolsa y ven a mi casa. Sé que te gusta dormir y que me vaya por la mañana, pero creo que ya tenemos que dejar de fingir que esto no es más que sexo… ¿No crees?

¿Qué creía ella? No podía ser más que sexo. Nunca podría ser más que eso. Maddie cerró los ojos y le acarició el pelo con los dedos.

– Sí.

Mick mordió suavemente la cara externa de sus muslos.

– Podría venir a recogerte para que no tuvieras que conducir de noche.

Aquello estaba mal. Era un error, pero se sentía tan bien… Le parecía realmente bueno.

– Yo puedo conducir.

– Ya sé que puedes, pero yo pasaré a buscarte.

– ¿Qué estáis haciendo? -preguntó una vocecita desde algún lugar detrás de Maddie.

Mick levantó la cabeza y se quedó paralizado.

– Travis -dejó caer la mano y se puso en pie-. Hola, chaval. ¿Qué pasa?

– Nada. ¿Qué estabas haciendo?

Maddie se volvió y vio al sobrino de Mick de pie en la escalera de arriba de la terraza.

– Solo estaba ayudando a Maddie con el traje de baño.

– ¿Con la boca?

Maddie se rió tapándose la boca con la mano.

– Bueno, esto… -Mick se quedó callado y miró a Maddie. Era la primera vez que lo veía azorado-. Maddie tenía un hilo -prosiguió y señaló vagamente el muslo-, y tuve que quitárselo.

– ¡Ah!

– ¿Qué haces aquí? -preguntó Mick.

– Mamá me trajo para que jugara con Pete.

Mick miró hacia la terraza de los vecinos.

– ¿Tu madre está todavía en casa de los Allegrezza?

Travis sacudió la cabeza.

– Se ha ido. -Dejó de mirar a su tío y miró a Maddie-. ¿Encontraste más ratones muertos?

– Hoy no, pero tengo una gata y dentro de pocos meses será lo bastante grande para cazarlos.

– ¿Tienes una gata?

– Sí. Se llama Bola de nieve. Tiene un ojo de cada color y sobremordida.

Mick la miró.

En serio.

– Os lo enseñaré, chicos.

– ¿Qué es una sobremordida? -preguntó Travis mientras los tres entraban en la casa.


Mick estaba en casa media hora antes de que su hermana llamara a la puerta. Meg no esperó a que le respondiera.

– Travis me contó que te vio besando el culo de Maddie Dupree -dijo al entrar en la cocina, donde encontró a Mick preparándose un bocadillo antes de irse a trabajar.

Mick la miró.

– Hola, Meg.

– ¿Es cierto?

– No le estaba besando el culo. -Le estaba mordiendo el muslo, pensó.

– ¿Por qué estabas allí? Travis vio tu barco en su muelle. ¿Qué está pasando entre vosotros?

– Me gusta. -Cortó el bocadillo de jamón y lo dejó en un plato de papel-. No es nada serio.

– Está escribiendo un libro sobre mamá y papá. -Le cogió de la muñeca para atraer su atención-. Va a dejarnos a todos fatal.

– Dice que no está interesada en dejar a nadie fatal.

– Y una mierda. Está hurgando en la mugre para sacar dinero de nuestro dolor y de nuestro sufrimiento.

Miró los profundos ojos verdes de su hermana.

– A diferencia de ti, Meg. Yo no vivo en el pasado.

– No. -Le soltó la muñeca-. Prefieres no pensar en él, como si no hubiera ocurrido.

Cogió la mitad del bocadillo y le dio un mordisco.

– Sé lo que ocurrió, pero no lo revivo cada día como haces tú.

– Yo no lo revivo cada día.

Engulló y dio un trago de una botella de cerveza Sam Adams.

– Quizá no cada día, pero de vez en cuando creo que finalmente has cambiado, entonces pasa algo y es como si volvieras a tener diez años. -Dio otro mordisco-. Yo voy a vivir mi vida en el presente, Meg.

– ¿No crees que quiero que vivas tu vida? Pues sí quiero. Quiero que encuentres a alguien, ya sabes a lo que me refiero, pero no a ella.

– Tú hablaste con ella. -Se estaba aburriendo de la conversación. Le gustaba Maddie. Le gustaba todo de ella, y pensaba seguir viéndola.

– Solo porque quería que oyera que nuestra madre no era una loca.

Dio otro sorbo y dejó la botella sobre la encimera.

– Mamá estaba loca.

– No. -Sacudió la cabeza y le cogió por un hombro para volverlo hacia ella-. No digas eso.

– ¿Por qué si no habría de matar a dos personas y luego suicidarse? ¿Por qué si no dejaría a sus dos hijos huérfanos?

– No pretendía hacer eso.

– Eso lo dices tú, pero si solo quería asustarlos ¿por qué cargó la treinta y ocho?

Meg dejó caer la mano.

– No lo sé.

– Volvió a poner el bocadillo en el plato y se cruzó de brazos.

– ¿Has pensado alguna vez si pensó en nosotros?

– Sí pensó.

– Entonces ¿por qué, Meg? ¿Por qué matar a papá y luego suicidarse era más importante que sus hijos?

Meg apartó la mirada.

– Mamá nos quería, Mick. No te acuerdas de lo bueno, solo de lo malo. Nos quería y también quería a papá.

No era él a quien le fallaba la memoria. Recordaba lo bueno y lo malo.

– Nunca dije que no nos quisiera. Solo que no lo bastante, supongo. Puedes abogar por ella otros veintinueve años, pero yo nunca entenderé por qué sintió que su única opción era matar a papá y luego suicidarse.

– Nunca he querido que tú lo supieras, pero… -dijo Meg, humillando la mirada, con una voz que no era más que un susurro-. Papá iba a abandonarnos -añadió mirándole a los ojos.

– ¿Qué?

– Papá nos iba a dejar por esa camarera. -Tragó saliva con dificultad, como si la palabra se le hubiera quedado atragantada-. Oí que mamá hablaba de eso por teléfono con una amiga. -Meg rió amargamente-. Se supone que con alguna de las que no se había acostado con papá.

Su padre planeaba dejar a su madre. Sabía que debía sentir algo, rabia, indignación, tal vez, pero no sentía nada.

– Mamá le había aguantado demasiado -continuó Meg-. La humillación de que toda la ciudad conociera todos esos sórdidos líos, año tras año… -Meg sacudió la cabeza-. La iba a dejar por una camarera de cócteles de veinticuatro años y no pudo soportarlo. No podía permitir que le hiciera eso.

Mick miró los preciosos ojos y el cabello negro de su hermana. La misma hermana que le había protegido y a la que protegía, al menos en la medida de sus posibilidades.

– ¿Lo sabías durante todos estos años y no me lo has contado?

– No lo habrías entendido.

– ¿Qué es lo que no habría entendido? Entiendo que prefirió matarlo antes que dejar que se divorciara de ella. Entiendo que estaba enferma.

– ¡No estaba enferma! La presionaron demasiado. Ella lo amaba.

– Eso no es amor, Meg. -Cogió el plato y la cerveza y salió de la cocina.

– Como si tú lo supieras.

Aquello lo frenó en seco y se volvió para mirarla desde el pequeño comedor.

– ¿Alguna vez has estado enamorado, Mick? ¿Has amado alguna vez a alguien tanto que la idea de perderlo te hace nudos en el estómago?

Pensó en Maddie, en su sonrisa y en su humor seco, y en la gatita de dientes salidos que había adoptado a pesar de que no le gustaban los gatos.

– No estoy seguro, pero estoy seguro de una cosa. Si alguna vez amo a una mujer de ese modo, jamás le haría daño, y estoy jodidamente seguro de que no le haría daño a los hijos que tuviera con ella. Puede que no sepa demasiado sobre el amor, pero eso lo sé seguro.

– Mick… -Meg se acercó a él con las manos levantadas-. Lo siento. No debí decir eso.

Dejó el plato en la mesa.

– Olvídalo.

– Quiero lo mejor para ti. Quiero que te cases y tengas una familia porque sé que serías un buen marido y un buen padre. Lo sé porque sé lo mucho que me quieres a mí y a Travis. -Se abrazó a la cintura de Mick y descansó la mejilla sobre su hombro-. Pero aunque no encuentres a nadie, siempre me tendrás a mí.

Mick suspiró, aunque se sentía como si se estuviera ahogando.

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