Capítulo 12

NO IBA a funcionar.

Era el último día de Tina en el hospital y no pudo evitar mirar a su mesa con una tremenda tristeza. Cinco minutos más y cerraría el cajón, se iría a casa y se enfrentaría a la maternidad. Sola. Así era como se sentía. Sola. Tina llevaba casada con Jock cuatro meses. En cuatro semanas su hijo nacería y serían una familia, pero nunca llegarían a serlo de verdad si Jock seguía comportándose de aquella manera.

– ¿Estás preparada? -preguntó Ellen Silverton, con las manos llenas de botitas de bebé-. Aquí tienes. Te traigo la producción de todo un mes de las enfermeras. Ahora van a empezar a hacer rebecas. Si no te das prisa en tenerlo, tendrás que tener quintillizos para poder usar toda esta ropa.

Tina esbozó una sonrisa, pero su cara estaba triste y Ellen se dio cuenta.

– ¿Qué te pasa, Tina?

– Nada.

– Díselo a tía Ellen -dijo la mujer, apoyándose en una silla y frunciendo el ceño-. Vamos, Tina. Ya vas a dejar de ser la doctora Rafter y eres simplemente una mujer embarazada. Y yo no soy ciega. Tú tienes problemas.

– No es cierto.

– Mentirosa -dijo Ellen-. ¿Qué problemas tienes? ¿Estás preocupada por el niño?

– No -contestó Tina con un suspiro-. Claro que no. No me hace falta. Ya se preocupa Jock bastante por los dos.

– Pues eso sí que no lo entiendo. Tu marido es el mejor obstetra que he conocido. Además ha contratado a un sustituto para que le ayude durante el parto y al parecer es tan buen profesional como él. No debería de preocuparse -Ellen hizo una pausa-. O quizá entiendo. Su madre estuvo tan mal que puede que él sienta pánico.

– Si un día deja de sentir pánico -estalló Tina-. Si un día cesa… Es irracional y no puedo soportarlo.

– No puedes soportar…

– Me está constantemente vigilando, como si pudiera desaparecer de repente.

– ¿Y eso te preocupa?

– Sí. Lo sé, sé que soy la mujer más afortunada del mundo. Lo quiero mucho y él es muy bueno conmigo. Pero, no sabes qué es…

– ¿Se está volviendo paranoico?

– Oh, no. No es tan sencillo. Quiero decir… no es que tenga miedo de que algo ocurra. Es como si estuviera seguro de ello. El sabe que un día todo terminará, me refiero a lo que hay entre nosotros, y no es capaz de dar…

– ¿De dar?

– De darse a sí mismo.

Ya lo había dicho. Tina se mordió los labios. No tenía por qué acusar a su marido, pero Christie no paraba de halagar a su marido y decir lo maravilloso que era. Christie pensaba que Jock era maravilloso con Tina, de manera que ésta no podía hablar con su hermana. Mientras que Ellen… Ellen conocía a Jock de siempre y quizá lo entendiera.

– No tomes mis palabras equivocadamente -suplicó Tina-. Él está haciendo… lo que sabe. Me quiere. Lo dice y yo le creo. Si no lo creyera nunca habría aceptado casarme con él. Sé que es cierto. Y es amable y cariñoso y nos reímos mucho. Y hace el amor… -Tina se sonrojó-. Quiero decir que no hay ningún problema en ese punto.

– Me alegra saberlo.

– Pero se comporta… ¡Ellen, no sé explicarlo! Es como si el matrimonio fuera su deber, su trabajo y, por orgullo, lo tiene que hacer bien. Cuando bromeamos… La semana pasada oímos ruido en la chimenea y creímos que era un ladrón. Jock se armó hasta los dientes con un paraguas y un palo. Finalmente era sólo una zarigüeya, que se quedó sentada en la repisa. Pues allí estábamos a las tres de la mañana riéndonos porque un animalillo estúpido había entrado, y Jock me miraba… disfrutaba, porque pensaba que mañana…

– ¿Qué mañana te irás?

– Eso es. Como si yo fuera una pieza de porcelana, valiera una fortuna, pero con una bomba dentro que estuviera a punto de estallar -dijo con una mueca-. Te repito, Ellen, que eso hace que todo sea un poco extraño. Y cuando le grito…

– ¿Le gritas?

– Sí, algunas veces lo hago. ¿Tú no gritas a veces a tu marido?

– Bueno…

– ¡Oh, vamos, Ellen! Me refiero a cuando hace algo horrible, como dejarse levantada la tapa del inodoro tres veces seguidas. O sólo porque él está siendo condenadamente encantador y yo estoy condenadamente embarazada… ¿No reaccionarías tú igual?

– Quizá sí.

– Y en esos casos, ¿qué suele ocurrir?

Ellen se quedó mirándola fijamente y se sonrojó.

– Que él… Bob me suele gritar a su vez. Y me suele decir que hay demasiadas mujeres en nuestra casa y que quiere tener un lavabo propio. Y entonces nos solemos gritar cada vez más alto hasta que acabamos riéndonos, e incluso alguna vez, hemos terminado en la cama… Y también una vez me vació una bolsa de guisantes congelados sobre la espalda, con lo que me hizo reír como una loca…

La mujer, al acordarse, se rió entre dientes.

Pero Tina no sonrió. Ese tipo de reacción era la que le hubiese gustado, pensó. Así debería ser.

– ¿Lo ves?

– Pero ¿es que no es así en vuestro caso? -preguntó Ellen.

Tina sacudió la cabeza.

– En absoluto. Si me enfado, él trata de consolarme. Como cuando estoy enferma o en cualquier otra ocasión. Siempre me trata igual. Y si no se relaja pronto, yo…

– ¿Tú, qué?

Tina se sobresaltó al oír la voz de Jock. Se volvió y vio que él estaba bajo el umbral de la puerta con su bata blanca y tan guapo que hizo que el corazón de ella se sobresaltara como si fuera la primera vez que lo viese. Él estaba sonriente, pero su expresión delataba que estaba también preocupado.

– ¿Estás bien, Tina? Pareces preocupada.

– Me encuentro bien, Jock -contestó Tina, tratando de sonreír-. Es que Ellen estaba dándome veintisiete pares de botas para el bebé. Así que si nace con cincuenta y cuatro pies, estaremos preparados, pero si tiene algún pie más, nos veremos desbordados.

Él no sonrió.

– Tina, tendremos un niño perfecto -dijo en tono amable, tratando de tranquilizarla, como si ella pensara en serio que el niño podía nacer con cincuenta y cuatro pies. Luego se acercó a ella y le dio un beso cariñoso-. Será un bebé perfecto, como su madre. Así lo demuestran todas las pruebas. ¿Estás lista ya para volver a casa?

Tina suspiró.

– Sí. Supongo que lo estoy. Aunque creo que echaré de menos esto.

– Seguro que podrás volver en poco tiempo -comentó Ellen-. Trata de estudiar para los exámenes cuando termines de cambiar los pañales.

– Seguro -Tina intentó sonreír. Luego se levantó y Jock se acercó para ayudarla-. Puedo yo sola, no te preocupes.

Tina miró su reloj.

– Son sólo las cinco. Las tiendas estarán todavía abiertas. Haré la compra de camino a casa, Jock, y te veré a eso de las siete. Si tus niños te lo permiten…

– La señora Arthur ya está de parto, pero es un poco lenta. Así que creo que me da tiempo a llevarte a casa. Después regresaré aquí.

– No -dijo Tina, intentando mantener la calma-. Iré yo sola, Jock Blaxton. Ya soy suficientemente mayor como para hacerlo.


Tina hizo la compra, pero seguía preocupada. Ya camino de la granja, iba diciéndose que esa situación era realmente estúpida.

Ella sabía que Jock era un hombre tranquilo y feliz. Era el hombre de sus sueños, pero últimamente no podía relajarse, excepto cuando estaban en la cama y la tenía entre sus brazos. Quizá fuera eso. Que deberían de pasar más tiempo en la cama…

Quizá él se tranquilizara después de que el niño naciera, después de que él estuviera seguro de que todo había salido bien. Quizá. Pero también podía ser que se preocupara todavía más.

"¿Por qué será todo tan complicado?", se preguntó a sí misma, mientras llegaba a la carretera que llevaba a su casa.

"¿Y por qué estaré yo tan triste?"

Hacía un día estupendo. El sol brillaba sobre el agua del mar y el aire era cálido. Y ella acababa de terminar el trabajo hasta después que naciera el hijo de su marido, el hijo del hombre al que amaba. Se sentía protegida, cuidada y amada…

– Así que no debería ser tan egoísta -murmuro-. No debería querer nada más.

Pero sí que lo quería. No quería que Jock la protegiera, cuidara y amara.

– Quiero ser su amiga -dijo en voz alta-. Quiero ser su amante y su compañera. Quiero que nos divirtamos… y no que me tenga entre algodones el resto de mi vida.

Y luego sus pensamiento cesaron bruscamente. La carretera se estaba moviendo.

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