Capítulo 8

TINA llegó a pensar que Jock no iba a responder. Llegó a pensar que él se iba a quedar realmente solo. Que rechazaría el cuerpo de ella igual que rechazaba sus propias emociones. Pero la noche había sido larga. Demasiado larga y demasiado horrible y Tina lo estaba abrazando, lo estaba besando y deseaba que él respondiera… Se moría porque él respondiera. Él podía sentir el dolor en los labios de ella y la frialdad que agarrotaba sus huesos comenzó a desaparecer gracias al calor de ella. El hielo se fue derritiendo, lo quisiera él o no.

Él se había enfrentado a la muerte aquella noche, se había enfrentado al horror, y Tina le estaba ofreciendo la vida. Le estaba ofreciendo una forma de salir adelante y él habría tenido que ser sobrehumano para resistir el cariño y el consuelo que ella le ofrecía.

Así que con un gemido que delató lo desesperado que estaba, Jock apretó el cuerpo de ella contra el suyo y la besó.

No fue un beso suave. En absoluto. Jock la besó apasionadamente, con un fuego y un deseo que agitó los cuerpos de ambos con su intensidad. Y en el momento en que él dejó a su boca responder a la de ella, ambos supieron a dónde les llevaría eso. Ya sólo había una forma de terminar la noche y ellos lo sabían.

De algún modo consiguieron volver a la casa, aunque Tina nunca llegó a saber cómo. Él la debió llevar, pero si fue así, los labios de Jock nunca abandonaron los suyos. De algún modo atravesaron la playa, entraron por la puerta trasera y llegaron al dormitorio de Jock, donde una cama enorme los estaba esperando.

Ambos estaban sin aliento, dejándose llevar por el éxtasis de la pasión y el deseo. Tina se agarró a él como si se estuviera ahogando y él se fundió con ella. Sintiendo su fuego. Ya no había ninguna duda para entonces. Ellos eran una sola cosa ya, un solo cuerpo. La boca de Jock devoró la de ella, sus manos acariciaron sus suaves curvas, parándose en sus pechos y luego agarrándola de los muslos para atraerla hacia él.

Más y más cerca…

Sus ropas eran la última barrera entre ellos. Y la última cosa que los dos amantes necesitaban era un barrera. Comenzaron a desvestirse el uno al otro frenéticamente.

Ambos debían de haber perdido la razón, pensó ella más tarde. Debían de haberla perdido por completo. Pero en ese momento… Esa noche no había tiempo para pensar salvo en su deseo mutuo, salvo en el fuego que los devoraba a ambos. No hablaron ni se rieron, sólo les movía una necesidad, que debía tener un solo final.

Los pechos de Tina eran dos pequeños montes del deseo. Todo su cuerpo se contorsionaba y su boca seguía aferrada a la de Jock. Sus lenguas se movían hacia delante y hacia atrás, buscándose la una a la otra y devorándose y ese deseo que nacía en sus bocas se repartía y amplificaba por todo el cuerpo.

– ¡Oh, Dios, Tina, cómo te deseo!

Fue lo único que Jock dijo. Su voz fue un susurro ronco por la pasión, que ella apenas pudo oír. Y eso fue lo único que él tenía que decir y aún así fue un comentario superfluo. Ellos estaban ya completamente desnudos, la piel de uno fundida con la del otro, sintiendo el fuego que encendía ambos cuerpos. Jock estaba sobre ella y el cuerpo de Tina se contorsionaba por el deseo.

Si él no hubiera respondido, ella seguramente habría muerto de deseo.

Pero él finalmente la penetró. Y fue algo mágico, maravilloso. La penetró y fue como un flecha que entrara en el fuego que era la húmeda cavidad entre los muslos de ella. El gozo fue indescriptible. El cuerpo de Jock estaba llenando el horroroso vacío de la noche. Sus cuerpos se estaban uniendo más firmemente que lo que los uniría cualquier voto de matrimonio.

En el momento en que Tina lo sintió dentro de ella, cualquier huella de razón, toda cordura, se disipó en el aire de la noche. La cordura la había abandonado por primera vez en su vida. Y. ella se dio cuenta de que así era cómo había querido sentirse desde siempre. Nunca había conocido a ningún hombre que le hubiera hecho sentir lo que Jock.

Las manos de Tina agarraron con urgencia los fuertes hombros de Jock y le dio la vuelta, poniéndose encima de él. Ése era su hombre, su corazón. El cuerpo de ella se arqueaba, enviando mensajes de placer y deseo de vuelta al de él.

Un ritmo glorioso comenzó. Ella sentía como el deseo de él se ahogaba en el amor de ella una y otra vez. Cada vez entrando más hondo en su cuerpo. Y en su alma…

Jock lo era todo. No había nada más en el mundo que pudiera importarle salvo ese hombre y su cuerpo. El horror de la noche se disipaba ya por completo, vencido por el amor. Con ese amor, con Jock dentro de ella, podía enfrentarse a todos los horrores del mundo.

– Jock… Jock…

No sabía si había pronunciado el nombre de él en voz alta y tampoco le importaba. Hubiera sido su boca o su corazón quien pronunciara su nombre, lo cierto era que había sido un voto de amor que la unía a él con mucha más fuerza que un voto de matrimonio. Jock…

Luego la noche explotó en una bruma de amor, iluminada por estrellas y ya no hubo nada más. Nada, salvo Jock. Nada salvo la unión de ese hombre y esa mujer.

Y nada volvería a ser igual.


– ¿Café?

Tina abrió un ojo y se sintió deslumbrada por el resplandor de la mañana.

El sol flotaba frente a la playa. A través de las ventanas del dormitorio se podían ver las olas metiéndose prácticamente en la casa.

Tina se encogió ante el brillo de la luz y el agua. Se dio la vuelta hacia el otro lado y se encontró a Jock en el umbral de la puerta.

Estaba completamente vestido. Llevaba unos vaqueros, una camisa medio abierta y los pies, descalzos. Y el canalla sonreía como un gato que se acabara de comer el canario más gordo.

Tina se tapo con las sábanas hasta el cuello.

– ¿Qué te hace parecer siempre tan decente, Jock Blaxton?

– Me gusta sentirme superior -respondió, acercándose hasta ella y besándola en la nariz-. Sé que no lo necesito, pero tendrás que ser indulgente con mis caprichos. Y uno de mis pasatiempos favoritos es levantarme, vestirme y servir el desayuno a una mujer desnuda dentro de mi cama.

Una mujer desnuda, pensó Tina. ¿Cuántas mujeres desnudas habrían pasado por esa cama?

“Tienes que mantenerte alerta”, se dijo a sí misma con desesperación. La pasada noche había desnudado su alma para ese hombre. Le había dicho lo que sentía. Le había confesado que lo amaba.

Si él también la quería, le tocaba actuar. Ella no podía volvérselo a decir. Era el turno de Jock.

– ¿Te sientes mejor? -le preguntó, consiguiendo sonreír, mientras sacaba una mano para agarrar el café.

– ¿Era eso lo que buscabas anoche? -preguntó él, tumbándose al lado de ella y pasándole la mano por el pelo-. ¿Buscabas que me sintiera bien?

– Por supuesto -dijo ella, con los ojos sonrientes, y posando su mano sobre la entrepierna de él-. ¿Y tuve éxito?

– ¿Que si tuviste éxito? -Jock apartó las sábanas, casi derramando el café. Ella dejó su taza en la mesilla, mientras la boca de él se posaba en el valle entre los senos de ella y la besaba. ¿Cómo iba a beberse el café en esas condiciones?-. No puedes ni imaginarte el éxito que tuviste -añadió él-. No sabes lo mal que me sentía antes de que tú llegases -Jock comenzó a acariciar el vientre plano de ella, provocando que Tina se estremeciera de placer.

La voz de él era seria y la rodeó con sus brazos como si todavía buscara su consuelo.

– No sé cómo puedes trabajar a tiempo completo en el servicio de urgencias. Por eso elegí yo ser obstetra. Para no tener que vérmelas con desastres como el de ayer cada día.

– Pero también ocurren tragedias siendo obstetra -comentó Tina, acariciándole la cabeza, pero al mismo tiempo tratando de mantenerlo a distancia. Recordaba lo que él había dicho. Que le gustaba servir el desayuno a la mujer desnuda que había en su cama. ¿Cuántas mujeres habrían estado en su situación?

Pero Tina no podía resistirse a ese hombre. Comenzó a pasarle los dedos entre los rizos negros de su pelo y le apretó la cabeza contra su corazón y se daba cuenta de que cada vez se enamoraba más de él.

– Y… y yo tampoco puedo enfrentarme sola a las catástrofes -susurró ella.

– ¿Y por eso viniste anoche? ¿Porque no querías estar sola?

¿Se habría olvidado de que ella le había confesado que lo amaba?, pensó Tina sombríamente. ¿Pensaría él que lo había dicho por decir o que sería algo que le decía a todos sus amantes?

Así que a pesar de lo que sentía, no le volvería a decir que lo amaba. Eso había estado bien la noche anterior. Cuando necesitaba acostarse con él, pero en ese momento, ya de mañana, sería como un chantaje emocional. Y no quería depender de él.

– Eso es -dijo ella, con voz algo rígida, que él pareció no notar-. Por eso vine. No podía ir a mi casa y enfrentarme a Christie.

– Hablando de Christie, ¿no estará preocupada? -Jock miró el reloj y luego volvió a concentrarse en lo que estaba haciendo. Trazar círculos con sus dedos sobre la piel desnuda de ella, por encima de su ombligo y luego por debajo. Cosa que estaba volviendo loca a Tina-. Son las nueve y es domingo por la mañana. ¿No crees que se pueda preocupar cuando se despierte y vea que no estás en casa?

– Tengo veintiocho años y anoche me vio salir con un hombre soltero muy atractivo.

"¡Cielo Santo, cómo no deje de acariciarme, me voy a morir!". O quizá se muriera si dejaba de acariciarla.

– Seguro que se imagina dónde estoy. Christie no es tonta -añadió Tina.

– Ya me imagino.

Tina se dio cuenta de en qué estaba pensando él. Debía de estar pensando en que eso era algo habitual. En que todas sus citas acababan igual. ¡Por el amor de Dios! Ella no era ninguna virgen, pero…

– Supongo… Supongo que debería irme a casa a ver si puedo dormir otro poco. Tengo guardia esta noche.

– ¿Te tienes que ir?

– Debería… -pero Jock seguía acariciándola y la determinación de Tina se derritió como la mantequilla.

– Tina…

– ¿Sí?

La boca de Jock comenzó a hacer lo mismo que sus dedos, besándola bajo los pechos.

– Creo que ha sido un error lo de vestirme -admitió él, con la voz ronca por el deseo-. ¡Diablos, Tina! Anoche fue nuestra última cita. ¿Por qué terminarla tan pronto?

Y por supuesto, no se acabó tan pronto.

Pero mientras Tina seguía en los brazos de su amante una hora después y esperaba a que comenzara el día y el mundo los envolviera de nuevo, surtió el corazón frío y enfermo.

Porque la voz de Jock había sonado firme y segura.

“Nuestra última cita”, había dicho él y su voz parecía completamente segura.

Tina se marchó hacia las once y Jock se fue a nadar. Estuvo nadando casi dos horas. Nadó como si la vida le fuera en ello, tratando de quemar la energía sobrante. Tratando de quemar esa maldita inquietud.

¡Qué encantadora era!, pensó. Pero ¿le gustaría tenerla en su cama durante el resto de su vida?

– ¿Qué te propones, amigo? -habló para sí-. ¿Casarte? ¿Tener hijos? Eso es el desastre absoluto y tú lo sabes. ¿Es que te has vuelto loco? ¡Diablos, Jock, si ni siquiera has tomado precauciones!

Él le había preguntado por ello mientras se duchaba antes de marcharse.

– Tina, anoche… No sé en qué estaba pensando. Sé que debía haber usado preservativo, pero las cosas se nos fueron de las manos. ¿Crees tú que…?

– No te preocupes -le había contestado Tina desde la ducha con voz cansada y tensa-. Creo que no hay peligro, pero aún así puedo tomar la píldora del día después. Ya soy mayor, Jock Blaxton, y puedo cuidar de mí misma. Así que relájate… a menos que tengas alguna enfermedad que deberías haberme confesado.

Lo dijo con tono de broma y Jock lo agradeció porque estaba tenso. Él no quería tener hijos bajo ningún concepto. Pero había algo en esa mujer que era distinto.

Se acordó de cuando por la mañana le había llevado el café, mientras ella dormía allí con su maravilloso cuerpo desnudo y su cabello desparramado sobre la almohada como una mancha roja. ¡Cómo había despertado su deseo!

Y cuándo se iba a marchar, el deseo se volvió a despertar y él tuvo que hacer un gran esfuerzo para no retenerla y hacerle el amor de nuevo.

Debía haberse vuelto loco. Ese era el camino de la miseria. Su padre se lo había dicho muchas veces. Así que la había dejado marchar. No quería involucrarse más de lo que ya estaba.

De lo que seguía estando…

Además, él no le había hecho a Tina falsas promesas. Ella había sabido desde el principio que no quería ninguna relación estable. Y su relación seguía siendo meramente profesional, se dijo, mientras seguía nadando.

– Y Jock, si yo fuese tú, llamaría a Londres mañana mismo y aceptaría ese trabajo. Porque tan pronto como te alejes de aquí, el peligro pasará y podrás volver a pensar con claridad.


– ¿Has pasado la noche con Jock Blaxton?

Christie se quedó mirando asombrada la indumentaria de su hermana. Con el vestido ensangrentado y una camisa de hombre por encima parecía salida de una película de terror.

– ¡Santo Dios, Tina! Tienes el vestido destrozado. ¿Quién te lo ha hecho? ¿No te habrá violado?

– ¿Violado? ¿Qué diablos…? Por supuesto que no.

– Pero hay sangre en tu vestido y está hecho jirones.

– ¡Ah, claro! -Tina miró el estado de su vestido y sacudió la cabeza, sonriendo-. No, Christie, no me violó. Es que esta noche ha sido un infierno. Te lo contaré todo ahora, pero…

Tina se quedó pensativa unos segundos.

– Me acosté con Jock, pero por mi propia voluntad -dijo, finalmente.

– Bueno, bueno… -Christie sacudió la cabeza, con incredulidad, acercando al bebé a su pecho. Era la hora de la comida de Rose y eso era lo único que le interesaba a la niña. La vida amorosa de su tía Tina le traía sin cuidado-. Bueno, bueno, ¿significará eso, pequeña Rose, que la tía Tina ha encontrado por fin un hombre decente?

– ¿Qué quieres decir con eso?

– Peter es un enclenque. Era un cheque con piernas. Y de tu doctor Blaxton no se puede decir lo mismo. Él es todo un hombre. No sé si tendrá dinero, pero eso no importa lo más mínimo.

– Tienes razón. No creo que puedas decir que sea un cheque con piernas nada más, y tengo que admitir que es todo un hombre. Lo único es que él no es mi doctor Blaxton, Christie.

– ¿Qué quieres decir? -Christie arrugó los ojos y le lanzó una mirada escrutadora a su hermana, fijándose en que estaba preocupada a pesar de su sonrisa-. Te acostaste con él, Tina. Y las aventuras de una noche no son tu estilo.

– Ya lo sé. Pero en este caso eso es lo que Jock desea. Y si es así, esta noche he obtenido todo lo que Jock está dispuesto a darme.


Las consecuencias del accidente convulsionaron el valle. Los médicos de la zona tuvieron mucho trabajo toda la semana siguiente. En una comunidad tan pequeña, todo el mundo se veía afectado cuando ocurría una tragedia.

La culpa y la pena alcanzaban a todo el mundo y sus efectos iban desde la angina de un anciano al eczema del adolescente. La tensión tenía múltiples maneras de manifestarse.

La semana acabó con el intento de suicidio del muchacho que conducía el coche y para ese momento los médicos del valle estaban al borde de la desesperación. Tina estaba tan ocupada que apenas tenía tiempo para pensar en Jock.

Apenas.

No pensaba conscientemente en él, pero estaba todo el tiempo en el fondo de sus pensamientos. La vida de Tina había cambiado por completo, tanto si a Jock le preocupaba como si no. Tina estaba completamente enamorada y no importaba cómo encajase Jock ese amor.

Y Jock lo había encajado desapareciendo. Tina no lo había visto en toda la semana. Y seguro que no quería volver a verla.

Ellen se quedó observándola. Era la madrugada del domingo y todos estaban agotados. Ellen había estado fijándose en Tina toda la noche y había esperado el momento adecuado para hablarle.

– Doctora Rafter, ¿vas a decirle a tía Ellen qué te sucede?

– ¿A qué te refieres?

– Me refiero a qué ha ocurrido entre el doctor Blaxton y tú.

– No quiero hablar de eso -a pesar del cansancio y de la hora tardía, Tina no era ninguna idiota. Estaba ajustando el gota a gota a un bebé, que había ingresado esa noche con síntomas de deshidratación y se concentró en ello más de lo normal, sólo para evitar la mirada de Ellen-. Ellen, necesito que traigan los resultados de las pruebas.

– Ya los he pedido -Ellen se interpuso en el camino de Tina, cuando ésta intentó atravesar la puerta. Se podía ver un brillo de resolución detrás de sus gafas-. Y ahora, Tina, vas a decirme por qué pareces tan desgraciada desde la noche del accidente. Sé que fue horrible y luego lo del intento de suicidio del joven Andrew. Así que pensé que era por eso, pero ahora…

– Es que es por eso.

– No -replicó Ellen-. Te he visto trabajar esta semana. Te he visto consolar a los familiares y a los chicos que sobrevivieron. Y a medida que la tragedia se ha ido desvaneciendo, tus-ojos se han ido oscureciendo más y más.

– No sé a qué te refieres.

– ¿No será todo por el anuncio del doctor Blaxton de que se marcha?

– ¿Que se marcha? ¡Oh, Ellen!

– No sabía si lo habías oído -Ellen se fijó en el gesto de dolor de Tina-. Así que llevaba razón. Me di cuenta al ver que él te ha estado evitando toda la semana y…

– ¿Evitándome?

– Os estuve observando la pasada noche. El doctor Blaxton atendió el nacimiento de un bebé y tenía que venir a esta sala para comprobar el estado del recién nacido, pero tú estabas aquí y le vi darse la vuelta y marcharse a tomar una taza de café. Regresó una hora después, cuando tú ya te habías ido.

– Ellen…

– Si crees que es normal que él espere una hora a que tú te marches para regresar aquí, yo no. Nosotras acabamos nuestro turno dentro de una hora. Justo cuando el doctor Blaxton comienza el suyo. Pero te apuesto a que llega cinco minutos tarde para no cruzarse contigo.

– Ellen…

– No son imaginaciones mías, ¿verdad? Algo pasa entre vosotros. Y finalmente, está el hecho de que el doctor Blaxton me haya contado que va a irse a trabajar a Londres tan pronto como Gina y Struan regresen. Y él parece estar tan triste como tú estos días. Así que…

– Así que nada -se encogió de hombros Tina-. Así que nada, Ellen. Te estás imaginando cosas. No hay nada entre nosotros.

– ¿Excepto?

– Excepto nada.

No podía haber nada. Y más si Jock se iba a Londres. No podía haber nada. Excepto…

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