Capítulo 9

Farran asió las flores con fuerza e intentó recobrar la compostura, pero estaba tan atónita por ver a Stallard que no lo consiguió.

– ¿En dónde está… Nona? -inquirió casi sin aliento.

Sintió miedo por la anciana cuando, a modo de contestación, Stallard la tomó de la mano para hacerla entrar en la casa. Farran supuso que todavía debía estar demasiado perpleja, puesto que aceptó la ayuda. Pero él la siguió tomando del brazo para conducirla a la sala de estar y Farran temió aún más que Nona estuviera enferma.

– ¿En dónde está? -cuestionó, soltándose de él al percatarse de que Nona no se encontraba en la sala de estar.

– En este preciso momento -Stallard la miró con fijeza a los ojos-, yo diría que está jugando con alegría al bridge -Farran abrió mucho los ojos y él prosiguió-: Creo que me llamará como en tres horas, cuando quiera que vaya a buscarla para traerla a casa.

– Pero… pero -Farran meneó la cabeza como si esperara que al hacerlo se le aclararan las ideas-. Pero Nona me está esperando.

– Corrección -señaló Stallard, confundiéndola más que nunca-. Yo te estaba esperando.

– ¿Tú…? -de pronto su cerebro empezó a funcionar y se percató de que, si Stallard hubiera estado en el extranjero, no habría tenido tiempo de regresar tan rápido al enterarse de que Nona estuviera enferma-. Se supone que estás fuera del país -acusó Farran con frialdad, al recobrarse un poco de la impresión.

– Como puedes ver, no lo estoy -la miró de frente-. Puedo preguntarte, Farran, ¿por qué te negaste a venir a ver a Nona hasta que ella te dijo que yo estaba de viaje?

Farran apartó la vista y trató de recordar la charla que sostuvo con Nona.

– Yo… -por fortuna, la rabia la ayudó-. Tú no tienes nada que ver en esto -vio que se tensaba y su silencio la forzó a continuar-: Puede que no lo creas -intentó hablar con el tono de la máxima indiferencia-, pero quiero a Nona y…

– Entonces, ¿por qué, ya que la quieres, huiste de su lado como lo hiciste?

– ¿Acaso debí quedarme para que me insultaras? -explotó Farran y de inmediato lamentó sus palabras.

Pero era demasiado tarde para culparlo a él de hacerla enojar, o a sí misma por perder el control, pues Stallard la miraba con gran detenimiento.

– Entonces estás de acuerdo en que yo tengo parte en esto, ¿verdad? -la pregunta fue hecha con lentitud.

– Estoy de acuerdo en que, desde mi punto de vista, parece que Nona y tú me han puesto una trampa -replicó Farran con mucha tensión-. Aunque no entiendo por qué se tomaron la molestia. Aunque no me importan sus motivos -añadió con rapidez al ver que Stallard iba a interrumpirla. Se dirigía a la puerta, cuando se percató de que todavía tenía las flores en la mano-. Ten, tú dáselas a Nona, con mis felicitaciones.

– Dáselas tú misma -rugió Stallard y en un segundo se interpuso entre la puerta y Farran, impidiéndole la salida a ésta con gran eficacia.

– Si crees que permaneceré aquí durante tres horas más, te equivocas -Farran se negó a ser intimidada por la apariencia hostil y agresiva de Stallard-. Quítate de mi camino -las palabras salieron a borbotones de su boca-, tengo que tomar un tren -ese pensamiento trajo otro y, nerviosa, ya no pudo dejar de hablar-. Toma también las llaves de tu auto -hurgó en su bolso de mano-. Nunca tuve la intención de conservar el auto, así que pudiste haberte ahorrado la llamada de ayer…

– No te llamé ayer por el maldito auto -interrumpió Stallard con rabia, pues le pareció que sólo así podía hacerla callar-. Vaya ¿qué…?

– Casi me engañas -rugió la chica, con el deseo de que se alejara de la puerta; no obstante se sentía demasiado nerviosa para acercarse más y forzarlo a apartarse.

Fue extraño pero, aunque ella era la que estaba nerviosa, vio cómo Stallard inhalaba hondo, para calmarse. Después de un momento habló con una voz mucho más calmada y tranquila.

– Me he engañado a mí mismo durante mucho tiempo… así que no me sorprende que también te haya engañado a ti.

Farran no sabía qué pensar al respecto y se mantuvo inmóvil, en espera de que él aclarara su declaración.

Mas, al oír de nuevo a Stallard, ya no estuvo tan segura de desear una aclaración.

– ¿Vamos a sentarnos? Estoy seguro de que estarás mucho más cómoda…

Antes de que ella pudiera hacer o decir algo, Stallard tomó las llaves del auto y las flores y las puso en una mesa. Después, hizo el intento de tomarla por el codo, pero Farran respingó y fue a sentarse en una silla de la sala de estar.

Creyó verlo sonreír cuando ella cayó en la silla con la expresión de que quizá sería una buena idea sentarse durante un momento. Al levantar la vista, lo vio sentarse con mucha seriedad.

Sin embargo, cuando Stallard empezó a hablar, no explicó por qué dijo que se "engañó a sí mismo", sino que habló con mucha naturalidad.

– Fue una fuerte impresión la que recibí el lunes, cuando volví de dar un paseo a pie con la intención de considerar ciertas cosas bajo una nueva perspectiva, al descubrir que el auto ya no estaba estacionado frente a la casa y…

– Te he traído el auto de vuelta -le recordó Farran con rigidez mientras caía en la cuenta de que, mientras ella bajaba sus maletas, Stallard no veía televisión con Nona en la sala de estar, sino que había ido a pasear.

– Por favor, no menciones más ese maldito coche -pidió Stallard-. Como iba diciendo antes de que interrumpieras -prosiguió con frialdad, ignorando la mirada de rabia de la joven-, fue una fuerte impresión darme cuenta de que te habías marchado. Una impresión aún más fuerte por el hecho de que te marcharas sin pensar que arriesgabas la herencia por la cual trabajabas…

– No me importa la herencia -interrumpió Farran de nuevo.

Esa vez, Stallard no le pidió que guardara silencio sino que casi la mató de un infarto al señalar:

– Cierto, nunca te importó a ti.

– ¿Cómo…? -lo miró con fijeza-. ¿Cómo lo sabes? -interrogó.

– ¿Acaso crees que estoy ciego? -replicó a su vez y, como la chica no dijo palabra, continuó-: No hubo nada mercenario ni premeditado en tu manera de trabajar aquí, desde un principio -señaló-. No tenías por qué limpiar la casa… no te contraté para eso y de todos modos…

– ¡Diablos! -exclamó Farran. La molestaba que, además de todo lo que pensaba de ella, la considerara apta para vivir en una pocilga-. Sabes, aun a las mujeres que van en busca de un pez más gordo les molesta la condición en la que se halle el lugar en donde van a vivir.

De inmediato, Farran se arrepintió de haberlo dicho y de haberle recordado el comentario de Stallard, de que ella estaba en busca de un pez más gordo al referirse a Tad Richards.

Pero, aun cuando ella quería enojarse con Stallard, éste la dejó pasmada al hablar con inconfundible sinceridad.

– Si me lo permites, te ofrezco una disculpa, no sólo por ese comentario vil, sino por todos los comentarios que te he hecho y que te han herido.

Farran estuvo a punto de decirle que en ese caso se estarían allí unos cuantos siglos. Pero, a tiempo, se percató de que eso le indicaría a Stallard que sí tenía el poder de lastimarla.

– Así que -musitó después de un momento de reflexión-, ¿ya no crees que regresé a Inglaterra desde Hong Kong con la sola intención de pedir la tercera parte de la herencia que dejó la tía Hetty?

– No tienes ni un gramo de avaricia en el cuerpo -de nuevo, Stallard la impresiono al hacer una afirmación tan categórica. Pero se tornó sombrío al preguntar con dureza-: ¿Sigues enamorada de él?

– ¿De quién? -bromeó con fastidio.

– Del hombre del que huiste en Hong Kong. Ottley, el hombre que tanto te deprimió el día del funeral de la señorita Newbold, lo cual yo, con mi sabiduría superior -se encogió de hombros para burlarse de sí mismo-, mal interpreté como una muestra fingida de dolor por la mujer a quien nunca te molestaste en visitar en el tiempo en que yo la conocí.

– Yo… -Farran se sintió débil en su interior. Mas, con premura, añadió con frialdad-: No es asunto de tu incumbencia el que ame o no a Rusell Ottley. Además -prosiguió con decisión-, no veo por qué debo quedarme aquí puesto que Nona está ausente.

Se puso de pie con rapidez. Por desgracia, Stallard fue más rápido y la tomó del brazo. La hizo perder el equilibrio y sólo tuvo que tirar de ella con suavidad para hacer que Farran se sentara en el sofá, a su lado. La miró con fijeza para inmovilizarla en su sitio, cuando se dio cuenta de que la chica no tenía intenciones de quedarse quieta.

Farran echaba chispas por los ojos y abrió la boca para protestar y de nuevo Stallard fue más rápido.

– ¡Vaya! Nunca he tenido que llegar a los extremos a que he llegado contigo para que vengas aquí… y sólo piensas en marcharte -gruñó-. Lo único que deseo es hablar contigo. Necesito hablar contigo…

– Entonces, llámame por teléfono -exclamó la chica.

– Ya lo intenté -gruñó él, y de pronto su voz se tornó muy serena y tranquila-. Todo… salió mal.

Fue su voz más baja, su mirada más tranquila, esa mirada que de alguna forma lo hacía aparecer inseguro de sí mismo, lo que hizo que la furia y la agresión de Farran desaparecieran. Si era duro o áspero con ella, Farran podía hacerle frente. Pero estaba enamorada de él, lo amaba tanto que contuvo la réplica dura que iba a decir y se suavizó.

– ¿Qué -soltó sus manos de las de Stallard sin prisa alguna- fue exactamente lo que no salió bien?

– ¿Qué fue lo que salió bien? -preguntó él a su vez-. Desde el principio, me equivoqué contigo.

– Me percaté de ello -murmuró Farran y de pronto se alegró de estar sentada, pues de lo contrario se habría desmayado por la impresión de oír lo que Stallard acababa de admitir-. Pero… pero… ¿cuándo… te diste… cuenta?…

– Fue obvio casi desde el principio -le explicó Stallard-. Pero el problema fue que, una y otra vez, justo cuando empezábamos a entendernos, me tenías que hacer enojar.

– ¡Yo hacerte enojar a ti! -exclamó Farran, endureciéndose de nuevo-. Se supone que debo quedarme sentada, tranquila y medrosa…

– Nunca hubo nada tranquilo ni medroso en ti, Farran Henderson -la interrumpió Stallard-. Tus hermosos ojos cafés echaban chispas desde la primera vez que hablé contigo. Recuerdo muy bien tu aire altanero, tu…

– ¡Mi aire altanero! -exclamó Farran-. Santo cielo -prosiguió, sin olvidar nunca la ocasión en que Stallard fue a buscarla al dormitorio de la tía Hetty y la halló tratando de encontrar el testamento-. Tú sí que podrías dar clases de arrogancia.

– ¿Arrogante? ¿Yo? -inquirió Stallard y Farran tuvo ganas de matarlo. Se contuvo y Stallard murmuró-: Debe ser el efecto que ejercemos uno sobre otro.

A Farran, eso no le gustó nada. Estaba segura de que no quería que él pensara que ejercía cierto efecto sobre ella. Mas, si lo aclaraba, sería como darle demasiada importancia al asunto. Así que decidió que lo mejor era cambiar de tema.

– Me estabas diciendo que…

– Intenté disculparme contigo -corrigió Stallard-. Traté de explicarte -prosiguió y de pronto pareció escoger muy bien sus palabras antes de decirlas- por qué, gracias a circunstancias que eran nuevas, demasiado nuevas para mí, me he portado tan mal contigo.

Farran nunca esperó que él admitiera algo así y lo miró de inmediato a los ojos. Abrió mucho los suyos al percatarse de que en los ojos grises que la observaban había una calidez enorme.

– Ah -aunque su vida dependiera de ello, no creyó ser capaz de decir otra palabra.

Pero no tuvo que añadir nada puesto que Stallard, todavía observándola con calidez, se refirió, como si sólo le importara disculparse por completo con ella, al momento antes de que se conocieran.

– Las cosas estuvieron bastante confusas cuando la señorita Newbold murió. Nadie parecía saber en dónde vivía alguno de sus familiares y Nona estaba muy tensa, pues quería que su amiga tuviera un funeral respetuoso y adecuado. Así que yo me encargué de ello para ver qué se podía hacer. Después supe que la señora Allsopp hacía la limpieza para la señorita Newbold. Fue ella quien me dio la caja de galletas que contenía los documentos personales de la señorita Newbold, y entonces me enteré de los nombres y direcciones de sus familiares, así como de que, en el último testamento, yo era el heredero único.

– ¿No… no lo supiste hasta entonces? -inquirió Farran con un hilo de voz.

– Fue una sorpresa total -explicó Stallard-. Claro, de inmediato me percaté de que la señorita Newbold había cambiado el testamento a mi favor por capricho, pero antes de tomar las medidas necesarias para anular ese testamento…

– ¿Tenías la intención de anular ese testamento? -exclamó la chica-. ¿Antes de que yo te llamara, antes…?

– Me temo que así es -confesó.

– Entonces… entonces… -tartamudeó Farran- no era necesario que Georgia se preocupara o hiciera averiguaciones sobre ti. Y… yo cené contigo para nada, vine aquí para…

– No fue tan sencillo como eso -declaró Stallard al ver que ya no estaba tan, atenta y que comenzaba a enojarse-. Al principio, como la señorita Newbold se tomó la molestia de hacer que el último testamento fuera un documento con validez legal, pensé que tenía el deber con ella de averiguar si había un buen motivo por el cual desheredara a sus parientes.

– ¡Hiciste averiguaciones sobre nosotros!

– No tuve que hacerlas. Perdóname, Farran, pero pensé que podría sentarme con tranquilidad a esperar. Estaba convencido de que, de modo directo o a través de abogados, pronto recibiría noticias de cualquiera de los tres herederos mencionados en el testamento anterior.

– ¿Así que no te sorprendió que te llamara y que dejara dicho con tu secretaria que, por favor, me llamaras tú a tu vez?

Stallard negó con la cabeza y aclaró, dejando atónita a Farran:

– Tú y yo ya nos habíamos conocido en el funeral de la señorita Newbold y confieso que me agradó pensar que te volvería a ver -al oír eso, el corazón le dio un vuelco a Farran, quien mantuvo la vista fija en Stallard mientras él proseguía-: Pero cuando te llamé y oí que mentías acerca de que no habías visto la fecha del testamento, descubrí, para sorpresa mía, que en vez de que me molestara ese engaño, de hecho me estaba divirtiendo mucho.

– ¿Qué? -se sentía toda temblorosa por dentro y trató de recobrar la compostura.

– Al principio, sí -confirmó, y confesó con lentitud-: De hecho, no pude sacarte de mi mente desde el funeral -Farran tragó saliva y escuchó-. Tendrás que perdonarme de nuevo, querida -la voz baja, la mirada serena y el "querida" descontrolaron tanto a la joven que apenas pudo evitar tragar saliva de nuevo.

– ¿Ah, sí? -cuestionó-. ¿De qué?

– Porque, a pesar de pensar en ti, decidí que no te caería mal esforzarte un poco, al igual que a tu familia, por haber descuidado a la señorita Newbold.

– Ya veo -musitó Farran y su corazón pareció hundirse, al darse cuenta de que Stallard sólo pensó en ella para hacerle pagar el hecho de que nadie visitó a la señorita Newbold durante el último año de vida que le quedó-. Bueno, pues funcionó, ¿verdad? -habló con dureza-. Que yo recuerde, hallaste la forma de "hacerme sufrir" cuando te revelé que no sólo no tenía empleo, sino que me llevaba bien con la gente mayor.

– Sé justa conmigo, Farran -pidió Stallard con voz baja-. Mis motivos me parecieron sensatos en ese momento. De veras necesitaba una dama de compañía para Nona. Me equivoqué, pero me pareció que como deseabas tu herencia, no había ninguna razón para que no te esforzaras para conseguirla.

– ¡Gracias! -habló con frialdad y, esa vez, Farran se levantó del sofá y se dirigió con decisión hacia la puerta. Pero antes de que pudiera salir, Stallard la detuvo.

– Si esto te consuela, pronto me confundiste por completo -lo miró a los ojos de inmediato y Stallard la tomó de las manos con suavidad y añadió-: Muchas cosas de ti empezaron a entibiar mi corazón.

– ¡Calla! -exclamó Farran alarmada, y trató de soltar sus manos de las suyas.

– ¿Por que? -la miró con intensidad a los asustados ojos cafés y se negó a soltarle las manos.

– Porque… porque… ¡maldita sea! -se dio cuenta de que no llegaba a ningún lado. Se percató de que la mirada de Stallard era cálida y suave, como si le dijera: "No temas, confía en mí, no te lastimaré". De pronto, superó sus temores-. ¿Qué… qué clase de cosas empezaron a entibiar tu corazón? -inquirió sin aliento.

Lo vio sonreír de alivio, pero no supo si era porque ya no le temía o porque le dio alientos para proseguir.

– Cosas como cuando fui por ti a tu casa para traerte aquí -explicó Stallard-. Te admiré cuando, aunque sabía que me aborrecías, tus buenos modales frente a tu ama de llaves te obligaron a ofrecerme una taza de café, ¿recuerdas?

– Me pareció algo natural -jadeó y casi sufrió un fuerte mareo al oírlo decir que la admiraba.

– Sí, sería algo natural para ti, porque eres encantadora -sonrió Stallard-. Ese día, en el trayecto, nos reímos, y me di cuenta de que me gustaba tu risa.

– No reímos al final del viaje -musitó Farran y pensó que quizá se molestaría por el comentario. Pero Stallard siguió de humor alegre y amistoso:

– Me atacaste en un punto vulnerable -también recordó-. En mi negocio, un apretón de manos es lo único que se necesita para que se confíe en mi palabra al hablar de fuertes sumas de dinero. Pero tú cuestionaste mi palabra, no una sino dos veces, en algo que, en comparación, es una bagatela.

– Ay, Dios -murmuró Farran al percatarse de lo mucho que debió ofenderlo-. ¿Podrás perdonarme?

– Te perdono cualquier cosa -contestó con calidez, pero añadió-: Aunque ahora me he dado cuenta de que no lo hiciste por iniciativa propia.

– Sí lo hice así la primera vez -confesó Farran-. Pero Georgia…

– No importa -sonrió Stallard-. Aunque eso me fastidió lo bastante para acortar mi visita de ese sábado.

– Te fuiste antes de lo que planeabas… ¿sólo por mí?

– Sí, no me gustó en absoluto que una mujer a la que apenas conocía pudiera desequilibrarme tanto.

– Ah, -la voz de Farran temblaba.

– Pero olvidé el incidente el sábado siguiente. Sin saberlo, Farran, ansiaba verte.

– ¿De veras? -tartamudeó la chica.

– Sí. Pero en ese momento no acepté que vine mucho antes a Low Monkton de lo que suelo hacer.

Farran carraspeó para aclararse la garganta y trató de mantenerse en pie.

– No creo que quisieras verme tanto así -frunció el ceño al recordarle-: Esa noche te ibas a quedar en casa, pero no lo hiciste.

– Si recuerdas eso, querida, también te acordarás de que ese día fue de mal en peor.

– Nona estuvo un poco… exigente ese día -murmuró Farran mientras intentaba calmar a su alborotado corazón al oír que por segunda vez la llamaba "querida".

– No sé qué le pasó a Nona ese día… pero no hablaba de ella, sino de cómo empeoraron las cosas entre tú y yo. Primero me mandaste al demonio después de que te dije que habías holgazaneado toda la semana.

– Lo recuerdo.

– Más tarde, me disculpé contigo y me divertí. Pero al preguntarte acerca de tu estancia en Hong Kong, me enfurecí cuando me contaste tu decepción amorosa.

– ¿Te enojaste sólo porque te dije que amaba a Russell Ottley?

– Sí, mucho -contestó Stallard-. Aun cuando no sabía por qué me sentía como si me hubieran apaleado, no me gustó nada ese dato.

– Ah, -Farran intentó hacer frente al torbellino de emociones que la invadía.

– Al llevar a Nona a dar un paseo en auto, traté de considerar las cosas desde una nueva perspectiva, pero me hizo la vida insoportable durante el trayecto al hacer toda clase de comentarios superficiales y darme una serie de órdenes al conducir. Eso me dio una idea de lo que debiste soportar esa semana. En ese momento te admiré por ser tan paciente con ella, cuando, entonces, habló un hombre y creí que era tu amigo casado de Hong Kong.

– Era Andrew, mi…

– Sí, tu amigo, como hermano, ahora lo sé. Pero no lo sabía entonces y me puse celoso y…

– ¿Celoso? -se atragantó con la palabra.

– Sí, esa palabra fue la que dije, mi querida Farran -y le acarició el rostro con un dedo-. Aunque en ese momento no pensaba que esa palabra pudiera aplicarse jamás a mí. Y después de cuestionarte acerca de tus amigos y visitantes hombres, me di cuenta de que necesitaba alejarme para aclarar mis ideas.

– Ese día… creí que te fuiste porque te desagradaba tanto que no soportabas estar ni siquiera unas cuantas horas bajo el mismo techo que yo.

– Si ese fuera el caso, ¿por qué supones entonces que el domingo desperté con el deseo de estar en Low Montkton? -Farran recordó que, esa misma mañana, deseó que Stallard no se hubiera marchado-. Si ese fuera el caso, ¿por qué supones que el martes siguiente, cuando estaba seguro de que tú contestarías y no Nona, llamé obedeciendo al impulso de oír tu voz?

– Al principio… no pareció que quisieras oír mi voz.

– Me sentí incómodo -reconoció Stallard de inmediato-. Por primera vez en mi vida me invadían sensaciones nuevas. ¿Acaso te sorprende que yo no supiera qué pasaba conmigo?

– Supongo… que no -replicó. No sabía á dónde quería llegar Stallard, pero por nada del mundo lo detendría-. ¿Acaso… sabías lo que te pasaba cuando viniste el sábado siguiente?

– Claro que no -sonrió-. Tú y yo peleamos ese día y yo estaba furioso por el hecho de que Watson hubiera venido a comer a la casa y de que quizá hicieras lo mismo con media docena más de amigos.

Farran pasó por alto el hecho de que al día siguiente se besaron con pasión y murmuró:

– Tú… no viniste el fin de semana siguiente.

– ¿Te diste cuenta? -habló con mucha suavidad.

– Te… extrañé -reconoció la chica y quedó cautivada al ver la ternura amorosa que transformó las facciones de Stallard.

– Yo también te extrañé, mi querida Farran -su voz estaba ronca, como si lo sobrecogiera una profunda emoción. La atrajo hacia él y le dio un beso tierno en la boca.

– ¿Qué dijiste? -Farran tuvo que hacerle la pregunta cuando él la apartó con gentileza para mirarla a los ojos.

– ¿No lo sabes? -y pronunció las palabras que casi la mataron de la emoción-. Te amo -la tomó de las manos y la chica se aferró a él-. Te amo con todo mi ser, mi amor -mientras una gran alegría embargaba a Farran, se tensó-. ¿Todavía amas a Ottley? ¿Acaso me equivoco al pensar que, después de responder a mis besos como lo haces, no puedes estar todavía enamorada de él?

Farran se emocionó mucho al descubrir que Stallard no pensaba que su calidez y pasión por él fueron fingidas y que estaba enamorada de otro hombre.

– Sin pensar en todo lo que te equivocaste acerca de mí, por lo menos, en eso tienes razón.

– ¿No lo amas? -urgió.

– No. Cuando me enamoré de verdad me di cuenta de que por él sólo sentí un enamoramiento.

– ¿Entonces de quién estás enamorada? -le apretó los antebrazos, muy tenso.

– En este momento estoy mirando a mi amado -Farran lo observó con amor.

Stallard se relajó y la abrazó con ternura, murmurando su nombre una y otra vez.

Farran no supo cuánto tiempo permanecieron así, sólo estaba consciente de la alegría que inundaba su corazón. Stallard la apartó un poco, la miró a los ojos y se quedaron así, frente a frente, largo rato.

– ¿Es cierto?

– ¿Qué te amo? -Farran asintió con la cabeza-. Sí, es cierto.

En ese momento fue cuando Stallard la besó. Fue un beso mágico, maravilloso, en donde ambos hallaron consuelo al dolor sufrido, uno en brazos de otro.

Stallard se apartó y murmuró, al acariciarle la nariz:

– Creo que si tengo interés en mantenerme cuerdo, sería mejor que charláramos.

– Como quieras -suspiró Farran con una sonrisa-. Quizá podamos empezar con que me aclares por qué, si tanto me extrañabas, ese fin de semana no viniste.

– ¿Acaso no te he dicho ya que eres la criatura más encantadora y adorable que he conocido jamás? -Stallard la besó de nuevo con pasión y Farran le devolvió un beso fogoso-. Para contestar a tu pregunta, entonces no sabía que estaba enamorado de ti. En ese momento, lo único que sentía era que me irritabas…

– ¿Irritarte?

– Me irritaba que no pudiera sacarte de mi cabeza aunque quisiera. Pero, como estaba decidido a no pensar más en ti, resolví que no vendría a Low Monkton durante un tiempo.

– Ah -comentó Farran-. Pero el domingo de la semana siguiente te llamé para avisarte que Nona no estaba bien y por Nona sentiste que debías…

– Nona no tuvo nada que ver con el hecho de que viniera -interrumpió Stallard.

– ¿De veras?

– Vine ese mismo día sólo porque al oír tu voz me descontrolaste tanto que ya no sabía dónde me hallaba -sonrió Stallard.

– ¿Es cierto? -Farran lo amó con toda su alma.

– Sí, mí amor -susurró con ternura-. Tu, mujer, me has convertido en un mentiroso.

– ¿Cómo?

– Tuve que mentir para ocultar mi ansia de verte e inventar que haría las veces de enfermero nocturno. Pero ya sabía que no pasaba nada malo con Nona y que ella no necesitaba cuidados ni ayuda profesional.

– ¿Cómo? -replicó Farran.

– Porque llamé al médico después de que colgaste y él me confirmó que no tenía nada de gravedad.

– Bueno, creo que es la mentira más bonita que he escuchado -sonrió Farran y le dio un beso-. ¿Acaso tuve algo que ver con tu decisión de pasar unos cuantos días lejos de tu trabajo?

– Zorra -sonrió Stallard-. Apenas pude creer que te insinué que faltaría al trabajo, cuando es algo que jamás hago, truene, llueva o relampaguee. Claro, como has adivinado, todo fue por ti.

– Ojalá lo hubiera sabido entonces -suspiró Farran.

– Ojalá yo hubiera sabido qué me pasaba para actuar de ésa forma, tan poco usual en mí -murmuró Stallard.

– ¿No sabías que me amabas?

– No, estaba ciego -sonrió-. Pero ese lunes me percaté de la forma tan tierna y natural con la que tratabas a Nona al hablarle o ayudarla en algo. Cuando nos sentamos a comer, sentí una alegría que no experimenté mientras tú estuviste fuera, de compras. Sólo después, mi amor, me percaté de que mi felicidad se debía a que estabas en el mismo cuarto que yo. Sólo después me di cuenta de que mi felicidad sólo puede ser posible si estás en el mismo cuarto que yo… durante el resto de mi vida.

– Stallard -exclamó Farran y lo besó con pasión al oír la declaración más bella de su vida. Stallard se separó después de un momento y habló con algo de tensión.

– Diablos, querida, ¿te das cuenta de lo que me haces? Creo que no oiré el teléfono cuando Nona llame, si seguimos así.

– Estabas diciendo… -Farran intentó descender de su nube para recordar la conversación.

– Te decía que me embargó una gran felicidad ese lunes durante la comida -retomó Stallard.

– Pero no duró, ¿verdad? -recordó la forma en que hizo su equipaje y las palabras y acciones de Stallard que propiciaron su huida.

– ¿Cómo podía durar? Yo, que nunca he sido celoso en mi vida, acababa de recibir una fuerte dosis de celos. Si no se trataba de Ottley, entonces era Watson y, bajo mis propias narices, ese médico trató de invitarte a salir con él. Como sabía que la condición de Nona no era grave, no había necesidad de que su médico fuera a verla… pero allí estaba.

– Quisiste asesinarme con la mirada -murmuró Farran-. Me pregunté qué fue lo que hice mal.

– ¡Pobrecita! -gruñó-. Me he portado muy mal, ¿verdad? Estaba tan celoso de Richards que perdí toda sensatez. No pensaba con claridad cuando, después, subí a tu cuarto, pero estaba tan enojado que te habría acusado de cualquier cosa. Sólo después me pregunté qué demonios se había posesionado de mí de esa forma.

– ¿Por fin… te diste cuenta… de que yo te importaba?

– Me importas, te amo y te adoro -declaró Stallard con ternura-. Pero tuvieron que pasar cuatro días y cuatro noches de rabia y de pensar en ti antes de que, ayer por la tarde, me diera cuenta de la verdad.

– ¿La verdad?

– Fue como un rayo que me cayó encima. Al recordar eso que me dijiste, que nunca te casarías conmigo, en ese momento me percaté de que te amaba, y no sólo eso, sino que además quería casarme contigo y sólo contigo.

– ¿Fue por eso que me llamaste ayer por la tarde? -inquirió la chica con alegría.

– Acababa de comprenderlo -confesó-, y te llamé por teléfono, casi sin saber lo que hacía, pero con un ansia desesperada de ponerme en contacto contigo.

– Dijiste que tenía yo algo tuyo -recordó Farran con voz ronca.

– Lo sé -sonrió-. Pero estaba todavía bajo los efectos de la impresión y hable sin pensar y con dureza. Pero, si hubieras preguntado qué era eso, te habría contestado que era mi corazón.

– Ay -exclamó Farran, horrorizada-. Y yo pensé que te referías al auto.

– No podías saberlo -la tranquilizó Stallard-. Pero eso me dio una buena lección por haberme imaginado que, después de la forma como te traté, podía ganarte con tanta facilidad. Claro, después me puse a reflexionar sobre el asunto.

– ¿Y cuáles fueron tus conclusiones? -sonrió la chica.

– Algo muy sencillo, aunque nada agradable. Primero, que como no hice nada para ganarme tu amor, era probable que me cerraras la puerta en las narices si iba a verte a tu casa.

– ¿Así que decidiste pedir ayuda a Nona?

– No por nada fue una buena actriz -replicó-. Además de que sabía que tienes un corazón muy generoso y se aprovechó de eso.

Farran nunca estuvo más agradecida a Nona que en ese instante.

– Recuérdame que le dé las gracias cuando la vea -sonrió.

– Bastará con que nos vea felices y juntos. A veces creo que me considera como al hijo que nunca tuvo.

Farran sintió una gran simpatía por él y pensó que ahora ya podían compartirlo todo.

– Tu madre te abandonó cuando eras muy pequeño y…

– Así es -sonrió Stallard y le explicó todo-: Se fue antes de que tuviera seis meses de edad, pero crecí con la certeza de que se casó con mi padre sólo por dinero.

– Me dijiste que tu padre se casó cuando ya no era muy joven -recordó Farran, con voz ronca.

– Casi tenía cincuenta años -confirmó Stallard-. Siempre lamenté mucho que, después de trabajar tanto para hacerse rico, la única alegría que le redituó su trabajo fue el casarse con una mujer que sólo buscaba su riqueza.

– Pero te tuvo a ti como hijo -comentó Farran y Stallard la abrazó con ternura.

– Hace un año, me dio mucho gusto saber que Nona era su amiga -prosiguió Stallard.

– Ella… me mencionó un día que era muy amiga de tu padre -susurró Farran.

– Más que eso. Antes de que se casara, Nona fue su amante y lo siguió siendo durante años.

– Pero no supiste nada de eso hasta hace un año, ¿verdad?

– Nada. Siempre lamenté mucho que mi padre fracasara en su matrimonio, pero hace un año recibí una carta inesperada de Nona en donde ella, alegando que era amiga de mi padre, decía que no tenía a quién recurrir para arreglar sus finanzas ahora que mi padre había muerto.

– Claro que fuiste a verla -sonrió Farran.

– Sí, y nunca me he alegrado tanto de haber tomado una decisión -reveló Stallard.

– Te diste cuenta de que tu padre sí pudo ser feliz en su vida.

– Al principio no, pues sólo me concentré en sus finanzas. Cuando le dije que unas acciones que debió vender ya no valían nada ahora, replicó con dignidad: "No podía venderlas, pues Murdoch me las regaló". Así que, a juzgar por la cantidad invertida, me percaté de que debió ser una amistad muy especial.

– ¿Nona te lo confirmó?

– Al principio, no quiso hacerlo. Pero vi unas fotos de ellos juntos, riendo, y leí unas cartas en donde mi padre habla muy bien de ella. Luego de dos horas, supe que, después de haberse peleado, se separaron. Pero mi padre tuvo veinte años de felicidad por haber conocido a Nona.

– Yo también me alegro de eso -sonrió Farran y lo besó con suavidad-. ¿Acaso nunca pensaron en casarse en esos veinte años?

– Al principio, ambos eran demasiado ambiciosos para sentar cabeza. Cuando mi padre tuvo éxito y Nona no, ella no quiso casarse con él. Fue algo raro, pero cuando se separaron ambos se casaron con personas diferentes.

– ¿Nona estuvo casada?

– Su matrimonio tampoco funcionó. Años después, mi padre y Nona se encontraron de nuevo y cultivaron una hermosa amistad hasta que él murió. Lo que más gusto me dio fue ver la última carta que mi padre le escribió y en donde le dijo: "Si alguna vez estás en aprietos y no estoy a tu lado… comunícate con mi hijo".

– ¡Amor! -exclamó Farran y supo que fue una recompensa enorme para Stallard leer eso, además de saber que su padre logró ser feliz en su vida-. Así que después la visitaste tanto como te fue posible.

– Así es, y con frecuencia la llevé a que visitara a su amiga enferma, con quien jugaba a las cartas -explicó Stallard.

– Y fue así que conociste a la tía Hetty -murmuró Farran.

– Y, más tarde, que me topé con mi futura esposa -afirmó Stallard-. ¿Te vas a casar conmigo, verdad? -Farran se sorprendió mucho de que todavía lo dudara.

– Claro -y añadió al verlo sonreír-: Fue así que me di cuenta de que te amaba.

– ¿De qué hablas? -Farran se rió al verlo intrigado.

– La primera vez que me besaste, comentaste algo acerca de lo afortunado que sería el hombre con quien me casara -por su expresión de ternura, se percató de que recordaba esa conversación, y se apresuró a añadir-: De cualquier forma dos días después, cuando intentaba descubrir por qué demonios no te podía sacar de mis pensamientos, me di cuenta de que, al pensar en el hombre con quien quería casarme, deseaba que fueras tú porque… estaba enamorada de ti.

Durante algunos segundos, Stallard le miró los hermosos ojos cafés y exclamó:

– Mi encantadora y maravillosa Farran -jadeó. Y una vez más la abrazó con ternura, acercándola a su corazón.

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