Capítulo 2

Para fastidio de Farran, volvió a ver al extraño. No quiso ir a Selborne sino regresar a Banford, pero como Georgia quería mostrar el testamento a los abogados al día siguiente, tuvo que ir a la casa de la tía Hetty.

Cuando Farran entró en la casa, no reconoció a nadie. Había menos de doce personas reunidas en la sala de estar y, aparte de él, todas parecían ser matronas ancianas. Farran lo vio a él de inmediato, aunque fingió no hacerlo. Estaba parado cerca de la mujer de aspecto desagradable, a quien vio antes, la cual estaba sentada y dando órdenes, con malos modos, a una mujer cincuentona y atareada.

Cuando la mujer atareada se alejo y el hombre alto se inclinó para hacerle un comentario a la mujer anciana, Farran tuvo la oportunidad de mirarlos bien. La nariz recta y barbilla firme eran como las recordaba, y además parecía pasar mucho tiempo al aire libre, ya que su cabello rubio estaba aclarado por el sol.

Adivinó qué tendría más de treinta años; ¿acaso era el hijo de la mujer de aspecto amargado? Si ésta era contemporánea de la tía Hetty, más bien sería el nieto que el hijo. Pero como también parecía estar amargado, por lo menos en la iglesia, debían estar emparentados entre sí.

Farran volvió la cabeza con rapidez cuando creyó que la miraría. Justo en ese momento, una mujer robusta trajo una bandeja y se paró frente a la chica.

– ¿Quiere una taza de té? -preguntó la mujer.

– Ahora no, gracias -declinó Farran con cortesía. Como era la representante de la familia, supuso que debía hallar a la señora King para agradecerle el haber hecho todos los preparativos del entierro-. ¿Es usted la señora King? -inquirió con suavidad.

– Soy la señora Allsopp -se presentó-. Hacía la limpieza para la señorita Newbold los lunes y los jueves -al percatarse de la pregunta hecha con voz baja por Farran, se dio cuenta de que la chica no quería atraer la atención y añadió con voz aún más baja-: No conozco a ninguna señora King, pero si quiere puedo preguntar quién es.

– No, todo está bien -Farran pensó que, como era martes, ninguna otra persona más que la señora King habría podido organizar que la señora Allsopp sirviera el té ese día.

La señora Allsopp se alejó y Farran recordó que la tía Hetty le mencionó el nombre de la señora de la limpieza, pero, como la chica sólo la visitaba los fines de semana, nunca tuvo oportunidad de conocerla.

Farran no tenía ganas de ir al piso superior para hurgar en las pertenencias de la tía Hetty, pero no podía regresar a Banford sin el testamento. A pesar de que lo que pensaba hacer no le parecía "muy correcto", decidió que, debido a su relación con Georgia y su padre, teñía más derecho que nadie a entrar en los cuartos de la casa.

Decidida a hallar después a la señora King para agradecerle lo que hizo, Farran tomó la resolución de ir en busca del testamento y de terminar de una vez por todas con el asunto.

En silencio, se repitió que tenía más derecho que nadie, aunque esperó que si alguien la veía salir de la sala de estar y dirigirse a la escalera, pensaría que iba al baño, que estaba situado en el piso superior.

Farran nunca pensó que tendría tantos problemas para llevar a cabo el pedido de su hermanastra y se dirigió al dormitorio de la señorita Newbold y de allí al vestidor. Con rapidez extrajo la caja de galletas que estaba en el sitio de siempre, en el armario.

Estaba lista para transferir el testamento de la caja a su bolso cuando descubrió que la caja estaba vacía.

Eso no fue todo. Afectada todavía por la impresión, de pronto se dio cuenta de que no estaba sola. Alguien la había seguido.

– ¿Es esto lo que busca? -inquirió una voz masculina, educada y arrogante.

Farran supo, sin lugar a dudas, a quién pertenecía esa voz. A pesar de estar atónita, se irguió con lentitud y se dio la vuelta. Como supuso, era el extraño alto, rubio y con el pelo desteñido por el sol. Sostenía en la mano un pergamino doblado.

– Si eso es el testamento de la señorita Hetty Newbold, entonces creo que tengo más derecho a él que usted -Farran intentó hablar con frialdad y extendió la mano para tomarlo.

Él no hizo ningún intento de entregárselo.

– Creo que no es así.

– ¿Qué quiere decir? -replicó acalorada-. Tengo más derecho que…

– No tiene ningún derecho -la interrumpió, seco-. Quizá en el antiguo testamento de la señorita Newbold no habría quedado en mala situación, pero…

– ¿Cambió su testamento? -Farran estaba azorada ante la mera idea. Georgia contaba con que…

– Me temo que sí -repuso el extraño, más con el aspecto de estar complacido por confirmarlo que de estar triste de tener que ser él quien le diera la noticia-. En su nuevo testamento, su último testamento, me parece que la han excluido. Parece que usted -sonrió-, no hereda nada en absoluto.

– Yo… -jadeó Farran y de pronto odió a ese arrogante portador de noticias-. No… le creo -recobró la compostura para salir en defensa de Georgia-. Sé a ciencia cierta que la señorita Newbold heredó sus propiedades a…

– A una persona -intervino el hombre de nuevo-. A Stallard Beauchamp -mientras Farran estaba atónita por eso, le entregó el pergamino, con el aspecto de quien se divierte mucho con toda la situación.

Farran tomó el papel y fue al dormitorio a leerlo. Esperando una y otra vez que él mintiera, abrió el documento y empezó a leerlo con rapidez.

Minutos después, incapaz de creer que el hombre tenía razón, lo ley de nuevo, con mayor lentitud esa vez. Parecía que la señorita Newbold dejaba todo lo que poseía a un hombre de quien ella, y estaba segura de que también era el caso de Georgia, nunca había oído hablar en su vida. Después de leerlo una segunda vez, notando que el nombre de Stallard Beauchamp aparecía en todas partes y que nunca se mencionaba el nombre de Henry Presten ni el de Georgia, Farran entubo tan tensa que apenas le quedó sensatez, suficiente para revisar la fecha del documento. Estaba fechado hacía menos de un mes.

Farran pensaba en lo que esto significaría para los planes de Georgia, cuando alzó la vista para encontrarse con la mirada socarrona del extraño. Eso la enfureció.

– ¿Quién es Stallard Beauchamp? -inquirió, irritada.

– ¡Ja! -el hombre la miró de nuevo con desprecio-. Su acto de duelo no duró mucho en la iglesia, ¿verdad? -mientras Farran se percataba de que el desprecio de que fue objeto, era motivado porque él creía que sólo fingió estar triste durante la misa, cuando en realidad estuvo más concentrada en su asunto con Russell que con la pobre tía Hetty, el desconocido prosiguió-: Permítame presentarme.

Farran se percató de que, de no estar tan impresionada por el nuevo giro que tomaban los acontecimientos, ella misma habría podido deducir quién era el hombre. Como sintió que necesitaba más tiempo para pensar qué hacer, le entregó el documento y preguntó con frialdad:

– ¿Usted es Stallard Beauchamp?

– El mismo -respondió con sarcasmo-. ¿Qué familiar entristecido es usted… Georgia Presten o Farran Henderson?

Farran de nuevo recibió una fuerte sacudida. ¿Cómo sabía ese hombre su nombre?

– Soy Farran Henderson -le aclaró-. ¿Cómo es que usted sabe de mí, mientras que yo nunca he oído hablar de usted?

No pareció preocuparle el tono de voz exigente.

– Los nombres de Georgia Preston, Henry Presten y Farran Henderson aparecían en el testamento anterior de la señorita Newbold -explicó.

– Ya… veo -Farran veía poco, salvo el hecho de que ahora Georgia podía despedirse de su sueño de comprar la verdulería y de que, al parecer, la tía Hetty debió añadir una cláusula en su anterior testamento para dejarle a ella misma alguna pequeña herencia.

Sin embargo, Farran intentó no mostrar azoro al enterarse, por medio de Stallard Beauchamp, de que la señorita Newbold le dejó más que una pequeña herencia.

– La fortuna, señorita Henderson, sería dividida en partes iguales entre ustedes tres. Qué lástima que la caja de documentos personales que la señora Allsopp me entregó, también contuviera este testamento -se burló-. Este testamento -lo blandió con arrogancia frente a la chica-, hace que los demás no sean efectivos. Lo cual significa -le aclaró por si acaso la chica no pudiera percatarse de ello sola-, que ni usted ni sus parientes políticos tienen derecho a nada.

Este momento, Farran fue de la opinión de que Stallard Beauchamp debía ser el hombre más detestable sobre la tierra. Era obvio que pensaba que el único motivo de su presencia allí, era recoger el testamento de la señorita Newbold. Quiso aclararle que sólo fue a High Monkton por respeto a la anciana, pero, al abrir la boca para decírselo, se dio cuenta de que no era cierto. Claro que habría asistido al entierro, pero nunca hubiera ido a la casa y subido al cuarto de la tía Hetty, de no ser por el pedido de Georgia.

Como ya había abierto la boca para decir algo, recordó que él sabía cuál era su relación con Georgia y su padrastro. Pero, ¿y él?

– ¿Quién es usted? -inquirió la chica y cuando él la miró como para decirle que eso no era un asunto de su incumbencia, añadió-: Ni siquiera está emparentado con la señorita Newbold -habló también con cierta arrogancia-. Eso lo sé a ciencia cierta.

– No tengo ningún lazo de sangre -sus ojos se entrecerraron-. Sin embargo, no sentí que necesitaba tener un lazo de parentesco para saludar a la señora cada vez qué pasaba.

– ¿Se hizo la norma de visitarla?

– He estado en esta casa muchas veces durante el año pasado -replicó y su voz adquirió un matiz duro-. ¿En dónde estuvieron usted y sus parientes en los últimos doce meses? -quiso saber.

Farran deseó poder decirle que Georgia y su padrastro visitaron a la tía Hetty el año pasado, mas, como no era cierto, todo lo que pudo hacer fue hablar de sí misma.

– He estado trabajando en Hong Kong. Regresé tan sólo el viernes pasado -añadió, pero la añadidura fue un error.

– ¡Vaya, no pierde tiempo para nada! -exclamó Stallard Beauchamp de modo agresivo.

– ¿A qué se refiere con eso? -replicó Farran mientras sus ojos cafés, de costumbre apacibles, chispeaban.

– ¿Qué otra cosa puedo querer decir más que, como la señorita Newbold murió el jueves, usted debió tomar el primer vuelo disponible?

– No fue sino hasta que llegué que supe que había muerto -protestó Farran con furia.

– Claro que no -rezongó, sin creerle nada de lo que decía-. Y claro, sólo fue por accidente que usted entró aquí y luego al vestidor de la señorita Newbold. ¿Qué habría sido más natural que, al darse cuenta de que cometió un error, usted procedió a hurgar en cosas que no le pertenecen para poder asir, con sus avaras manos, el documento que creyó que le daba derecho a la tercera parte de las propiedades?

Farran lo miró con dureza y deseó que no fuera el tipo de hombre que, si le diera una patada, se la devolvería sin dudarlo. Pero no podía defenderse en contra de la acusación de haber entrado en el vestidor de la señorita Newbold para hurgar en cosas que no le pertenecían, aun cuando las pesquisas no las hizo en su favor sino en el de Georgia. Así, después de ser tratada como si fuera una mujer mezquina, sólo le quedaba el ataque para defenderse.

Hizo acopio de dignidad y se dirigió a la puerta.

– Ojalá y le aproveche su herencia -le dijo al pasar frente a él-. Es obvio que ha trabajado mucho estos últimos doce mes para conseguirla.

Pero, sus esperanzas de salir del cuarto con la última palabra se frustraron al oír el comentario de Stallard Beauchamp, quien parecía ser el ganador en lo que a últimas palabras se refería.

– Siendo el tipo de mujer que usted es -contestó antes de que Farran pudiera abrir la puerta-, habría sido imposible que pensara otra cosa.

Farran casi llegaba a Banford antes de poderse calmar. Desde su punto de vista, Stallard Beauchamp era un tipo execrable. Después de llamarlo con todos los adjetivos y sustantivos más horribles y desagradables que se le ocurrieron, se percató de que en vez de gastar sus energías en él, debía concentrarse en la manera menos difícil de contarle a Georgia lo sucedido.

Al entrar en la casa, Farran vio primero a Henry Presten y entonces fue cuando se le ocurrió que la herencia de su padrastro también significaba mucho para éste. Quería tener un torno nuevo y, puesto que nadie pensó que la señorita Newbold hubiera podido cambiar su testamento, no una sino dos veces, Farran se dio cuenta de que quizá ya habría ordenado el torno nuevo.

– ¿Cómo estuvo todo? -inquirió el padrastro al dirigirse hacia el taller.

– El funeral estuvo bien, pero…

– Bien, bien -Henry no pareció oír el "pero" y siguió su camino.

Quizá, se imaginó la chica con cierta cobardía, sería mejor decírselo cuando Georgia estuviera presente. Quizá padre e hija se consolarían uno a otro por la pérdida de la fortuna.

Mas nada pudo consolar a Georgia cuando ésta llegó a casa. No pudo esperar hasta la hora de cenar y, tan pronto como entró en la casa, se dirigió a la sala de estar en donde estaba Farran.

– ¿Lo tienes? -esa fue la primera pregunta, evitando hacer toda alusión al funeral.

– Creo que será mejor que te sientes -replicó Farran y le narró, tan rápido como pudo, todo lo que sucedió desde que casi tuvo un infarto al oír la voz de Stallard Beauchamp que inquirió con suavidad: "¿Es esto le que busca?"

– No puedo creerlo -jadeó Georgia; palideció tanto que el rubor de sus mejillas sobresalió mucho. Acto seguido, le pidió a Farran que le contara todo de nuevo.

Después de la segunda vez, Farran sintió más simpatía por su hermanastra, ya que ésta no pareció molestarse al enterarse de que la tía Hetty la incluyó, en el primer cambio de testamento, para heredarle la tercera parte de la fortuna. Pero Georgia sí se molestó mucho al enterarse de que un perfecto extraño heredara la totalidad del dinero de la señorita Newbold.

Destrozada por lo que eso provocaría a su negocio, Georgia lloró de rabia.

– Debemos conseguir esa herencia. Además de haber pedido un amplio crédito en el banco, ya le he contado a demasiadas clientas y amigas mis planes, para retractarme ahora. Seré el hazmerreír de todo Banford si no sigo adelante con ellos.

Farran pasó casi todo el día siguiente entristecida por su hermanastra. Pero no dejó de admirar el estoicismo con el que Henry Presten recibió la noticia. Al principio se lamentó de no poder conseguir ahora un nuevo torno, pero pronto estuvo concentrado en otros asuntos… como el invento en que el trabajaba.

Cuando Farran no pensaba en Georgia o en su padrastro, recordaba a Russell Ottley y a ese otro reptil al que tuvo la desgracia de conocer el día anterior. Cuando pensar en Stallard Beauchamp sólo lograba enfurecerla, se concentraba entonces en el hecho de que era una desempleada. El entusiasmo que necesitaba para ir en busca de un empleo la evadió.

Cuando se acercó la hora en que su hermanastra llegaría a la casa, Farran esperó que Georgia hubiera ya empezado a aceptar que no recibiría la herencia de la tía Hetty. Y sí, le pareció que sus deseos se cumplieron al ver llegar a Georgia esa tarde a casa.

Farran estaba ayudando a la señora Fenner en la cocina, cuando Georgia entró en la casa. Farran se percató con alivio de que parecía estar mucho más contenta con su suerte que ayer.

Farran contuvo el impulso de hablar del tema que con seguridad estaba en la mente de todos. Era claro que Georgia intentaba olvidar el duro golpe recibido, al charlar con su padre acerca de la jornada. Farran decidió que no serviría de nada recordarle la fuerte desilusión.

– Si a nadie le importa -Henry Preston se dirigió a su hija y a su hijastra-, regresaré al taller… Debo resolver un problemilla… -murmuró y siguió murmurando cosas mientras salía de la habitación.

Después le llevaré una taza de café, pensó Farran con afecto. De pronto, se percató de que Georgia la miraba con fijeza, con un brillo de decisión sus ojos azules. Sabía que Georgia quería hacer algo. Algo que, al igual que en otras ocasiones, no le iba a agradar a Farran.

Estuvo segura de ello cuando Georgia dijo:

– Farran…

– ¡No! -interrumpió la aludida, pero con suavidad porque sabía que Georgia debió sufrir mucho por lo sucedido.

– Todavía no sabes de lo que quiero hablarte -sonrió Georgia.

– No, pero tengo la sensación de que lo remediarás de inmediato -contestó la chica. Su sonrisa desapareció al enterarse de lo que tenía en mente su hermanastra.

– La cosa es que hoy visité a mi abogado para ver si se puede rebatir el testamento de la tía Hetty.

– ¿Rebatirlo? -exclamó Farran al percatarse de que Georgia no dejaría en paz el asunto, como le pareció antes. El corazón de Farran se hundió, pues sabía, por su recuerdo, que Stallard Beauchamp no era un hombre a quien sería fácil combatir.

– No te preocupes, no tendremos líos en cortes ni juzgados… no irá tan lejos el asunto -aclaró Georgia-. Primero, porque nunca podríamos pagar si perdiéramos el caso y, como Stallard Beauchamp tiene mucho dinero, sin contar la fortuna de la tía Hetty, puede contratar al mejor de los abogados, así que tal vez de todos modos perderíamos. Yo…

– ¿Stallard Beauchamp tiene mucho dinero? -interrumpió Farran-. ¿Cómo lo sabes?

– Al parecer, todo lo saben… menos nosotros. De acuerdo con mi abogado, él es quien dirige a Deverill Group.

– ¿Deverill Group? -gimió Farran, atónita-. ¿Te refieres a los banqueros e industriales? ¿A los…?

– Así es. Es por eso que no puede necesitar la fortuna de la tía Hetty y, como tú ya lo conociste… -de pronto, dudó, como si, al llegar al punto culminante, buscara la manera más sutil de exponer el resto de su idea.

Por lo que había dicho hasta ahora, a Farran se le pusieron los pelos de punta. Sabía que no le agradaría la respuesta, pero de todos modos le hizo la pregunta.

– ¿Qué quieres que haga?

Georgia sonrió, como si no hubiera nada malo en el pedido que le haría.

– Quiero que vayas a ver a Stallard Beauchamp. Quiero que le señales que la tía Hetty era nuestra parienta y no la suya, y que le digas que, puesto que él no necesita el dinero y nosotros sí, por favor se porte como un caballero y rompa el último testamento de la tía Hetty para… que sea válido el anterior.

Farran tenía los ojos abiertos como platos cuando su hermanastra terminó de hablar.

– No hablas en serio… ¿verdad?

– Claro que sí -replicó Georgia.

Farran intentó que desistiera de la idea a la mañana siguiente, mientras desayunaban.

– ¡Pero nunca lo has visto! -protestó. La noche anterior ya había agotado todos sus argumentos-. No tienes idea de cómo es.

– Es un hombre, ¿no? También un soltero que, según me dijeron mis abogados, no parece dispuesto a sentar cabeza, pero tiene afición por las mujeres bonitas, según los rumores.

– Entonces tú ve a verlo -sugirió Farran con rapidez-. Eres muy hermosa y…

– Mi belleza es artificial -Georgia tenía una respuesta para todo-. La tuya es natural -prosiguió-. Te ves bien sin maquillaje, mientras que yo… no me pueden ver hasta que haya pasado media hora sentada frente al espejo del tocador.

– Exageras -Farran estaba sombría, pues sentía que, al final, haría lo que Georgia pedía.

– Tú recibirás una tercera parte de la fortuna, si él está de acuerdo en anular el último testamento.

– ¡Ja! -rezongó Farran sin el menor entusiasmo.

– No sé cómo puedes portarte así -Georgia ejerció aún más presión sobre Farran-. Ya te conté mis planes para ampliar mi negocio. Y sabes que mi papá desea mucho un torno nuevo.

Farran recordó, incómoda, que ni Georgia ni su padre le echaron nunca en cara el haberle dado un hogar cuando su madre la abandonó. Se le ocurrió que quizá podría devolverles el favor y pagarles su generosidad.

– ¿Cómo puedo ir yo? -Georgia intentó darle otra justificación-. Linda y Christy siguen enfermas. Sabes que trabajo mucho en el salón. Si tú estuvieras trabajando o estuvieras ocupada…

– ¿Qué le digo? -Farran mordió de inmediato el anzuelo-. ¿Cómo empiezo? ¿Qué?…

– Ya se te ocurrirá algo -sonrió Georgia, y antes de que la otra pudiera cambiar de opinión, hurgó en su bolso-. Anoté el numero de teléfono de su oficina -le entregó a Farran un pedazo de papel-. Supongo que si lo llamas como a las nueve y media…

Farran no estuvo nada contenta después de que Georgia se fue a trabajar. Al llegar las nueve y media se percató de que si no llamaba a las oficinas de Deverill Group, Georgia la llamaría para averiguar cómo le había ido.

Farran se armó de valor y, aunque tenía la sensación de que Georgia la forzó a hacerlo, llamó al número de la oficina.

– Un momento, por favor -dijo la recepcionista de Deverill Group cuando Farran pidió hablar con el señor Beauchamp. En ese momento, la mente de Farran quedó vacía.

Cuando el tono de llamar terminó se aferró al teléfono y oyó la voz serena de una mujer.

– Diana King.

– Ah… -Farran no logró pensar en nada que emitir más que ese sonido ridículo.

– Soy la secretaria del señor Beauchamp -la voz serena intentó obtener más información que sólo "Ah".

Un minuto después, luego de decirle que no podía hablar con Stallard Beauchamp, la secretaria anotó el número y nombre de Farran para que el señor Beauchamp le hablara cuando estuviera "disponible". Farran colgó el auricular. Una cosa estaba clara para la chica. Si Diana King estaba casada, entonces debió ser la señora King quien, siguiendo las órdenes de Stallard Beauchamp, se hizo cargo de todos los preparativos del funeral de la señorita Newbold.

¡Qué hombre tan descarado! ¡Haberle ordenado a su secretaria hacer algo parecido! Quizá entonces ya sabía que sería el único beneficiario en el testamento de la tía Hetty, pero, ¿qué derecho le daba eso para hacerse cargo de un funeral, en vez de que fuera la propia familia la encargada del asunto?

Segundos después, Farran recobró su sentido de la justicia. Como ningún familiar de la tía Hetty estuvo a su lado en el último año, quizá él pensó que, al no mostrar interés en ella cuando vivía, tampoco lo mostrarían ahora que estaba muerta.

En ese momento, el teléfono sonó. Nerviosa, consciente de que no sabía cómo empezar su conversación con Stallard Beauchamp, Farran descolgó.

– Hola -dijo.

– ¿Cómo te fue? -inquirió Georgia con ansiedad.

– No puede hablar con él. Me llamará luego -explicó Farran.

Por la tarde, el teléfono seguía sin sonar y Farran ya empezaba a dudar de que llamara. ¡Cerdo!, lo maldijo de nuevo. De seguro la señora King ya le habría dado el recado de que deseaba comunicarse con él.

Pobre Georgia, pensó Farran cuando dieron las cuatro. Georgia también debía estar muy tensa, pero no volvió a llamar, puesto que Farran le prometió, en la primera llamada, que se comunicaría de inmediato al salón cuando tuviera noticias de él.

A las cuatro y media, Farran se hartó de mirar su reloj. A las cinco, todavía no sonaba el teléfono. Como sabía que Georgia insistiría esa noche para que lo llamara de nuevo mañana, Farran empezó a odiar a Stallard Beauchamp. No quiso llamarlo hoy y tampoco querría llamarlo mañana… y de todos modos estaba muy endeudada con Georgia y su padre por su bondad con ella.

A las cinco y media, Farran supo que ya no la llamaría. Cuando el teléfono sonó a las seis, supuso que se trataba de Georgia, quien sin duda ya no soportaba más la espera.

– Hola -dijo al levantar el auricular.

– ¿Qué quería? -preguntó una voz dura que no le costó ningún trabajo reconocer a la chica.

– Ah, recibió mi recado -comentó, sin saber qué decirle después. Pero era obvio que Stallard Beauchamp no estaba de humor para este tipo de comentarios. No contestó nada y eso le dio la impresión a Farran de que pronto le colgaría-. De hecho -añadió con rapidez para impedir que se cortara la llamada, y se percató de que tenía que inventar algo para que no recibiera una réplica desfavorable-, no pude anotar la fecha del testamento de la señorita Newbold y… me preguntaba si usted podía dármela.

– ¿Qué no instruya a su abogado para que le entregara una copia? -fue una pregunta socarrona y a Farran ya no la sorprendió que algunos hombres fueran golpeados por algunas mujeres.

– No he visto a mi abogado -replicó con voz aguda.

– Para ser una mujer que nunca oyó hablar de mí, no le tomó mucho tiempo hallar a alguien para comunicarse conmigo, ¿verdad? -contestó, haciéndola rabiar.

– No fue necesario que consultara a un abogado para eso. Usted es más famoso de lo que cree -le informó Farran.

– Eso es obvio -murmuró él con sarcasmo.

– Bueno -Farran explotó esa vez-, ¿puede darme la fecha de ese testamento?

Para desgracia suya, Stallard Beauchamp parecía no haber oído hablar nunca de lo que era un subterfugio.

– Usted ya la sabe -señaló sin nada de burla-. Ahora, dígame usted el verdadero motivo de su llamada.

¡Maldito sea! Farran lo odió como nunca odió a nadie en su vida. Pero no podía darle la verdadera razón de la llamada.

– Tengo una propuesta que hacerle -eso fue lo mejor que se le ocurrió y casi colgó al oír el comentario de su interlocutor.

– Querida -la sorprendió al comentar-, apenas la conozco. ¿Acaso tiene la costumbre de hacerles propuestas a los hombres después de conocerlos con tanta brevedad?

Farran inhaló para calmarse y susurró entre dientes apretados:

– ¿Tiene caso que yo hable con usted?

– Si puede ser sincera, quizá lo tenga -replicó.

En ese instante, Farran oyó que Georgia estacionaba el auto frente a la casa y tuvo que aceptar la débil posibilidad de Stallard Beauchamp le ofrecía.

– Yo quiero…-empezó, pero fue interrumpida.

– Tengo que hacer otras llamadas -declaró, y le informó-: Tengo la intención de comer algo en mi club antes de ir a casa esta noche. Discutiremos lo que usted desea y lo que yo esté de acuerdo en ofrecerle, mientras cenamos -hizo una pausa para darle la dirección del club, y mientras Farran todavía jadeaba ante sus modales de señor feudal, añadió-: La veré allí en dos horas -y colgó.

Farran seguía sosteniendo el auricular cuando Georgia entró en la habitación.

– ¿Acaba de hablar? -al ver la expresión de Farran y el auricular, hizo la deducción correcta.

– Quiere que me encuentre con él… ¡en dos horas! -explotó Farran al colgar el teléfono.

– ¿En dónde? -Georgia mostró estar complacida.

– En Londres -Farran le contó cómo, después de muchas mentiras, acabó por decirle que tenía que hacerle una propuesta y que él no la creyó.

– Será mejor que te pongas algo especial -declaró Georgia cuando Farran terminó de hablar.

– No puedo ir -objetó la chica.

– Claro que sí puedes -afirmó Georgia-. Por el hecho de que Stallard Beauchamp ha estado de acuerdo en verte, es claro que está interesado.

En hacerme enojar, pensó Farran.

– Pero aun si tuviera una propuesta para él, lo cual no es el caso, nunca podré llegar en dos horas.

– No llegarás tarde si tomas mi auto -Georgia aplastó todas las protestas-. Mi auto es más rápido que el de papá. Vamos, ve a bañaría con rapidez mientras yo escojo algo en tu armario. Alégrate -prosiguió mientras subían por la escalera- de que no te sea necesaria media hora para maquillarte.

En menos tiempo del que creyó posible, Farran se bañó y se vistió con un vestido de lana negra. No se puso nada de joyas y pisó el acelerador por pedido de Georgia.

Por fortuna, era una excelente conductora y llegó a su destino sin mucho retraso.

De todas formas, no le habría sorprendido el que Stallard Beauchamp estuviera a punto de tomar su postre. Adoptó un aire de frialdad y elegancia y, tan pronto como entró en el club de los caballeros, su anfitrión salió a recibirla, no del restaurante, sino de una de las otras habitaciones.

Era tan alto como lo recordaba y su traje le sentaba de maravilla. Sólo para ponerla más nerviosa, el estómago de Farran le dio un vuelco. Él se acercó a la chica con zancadas largas y gráciles.

Sin decir nada, se detuvo frente a la chica y sus ojos grises recorrieron la silueta alta y delgada de la joven, desde la punta de su cabello café brillante hasta los zapatos negros de tacón bajo.

Durante un breve instante creyó ver un brillo de admiración en sus ojos, al observarla. Pero cuando lo miró a los ojos supo que estuvo equivocada, pues en éstos sólo había una fría cortesía.

– Hola, Farran -murmuró con suavidad.

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