Nosotros (la especie de humanidad llamada Homo sapiens, la especie que nuestros primos neanderthales llaman gliksins) tenemos un impulso único entre todos los primates, un impulso singular en el reino de los seres conscientes…
—Hola, Jock —dijo Mary Vaughan cuando entró en su despacho del Grupo Sinergía.
—¡Mary! —exclamó Jock—. ¡Bienvenida!
Se levantó de su sillón Aeron, rodeó el escritorio y le estrechó la mano.
—Bienvenida.
—Me alegro de verte. —Indicó la puerta y sus dos compañeros de viaje se asomaron—. Jock, ya conoces al enviado Ponter Boddit. y éste es el sabio Adikor Huid.
Las grises cejas de Jock se alzaron. —¡Santo cielo! ¡Esto sí que es una sorpresa!
—¿No sabías que veníamos?
Jock negó con la cabeza.
—He estado liado con … otros asuntos. Recibo informes de las idas y venidas de todos los neanderthales, pero no me da por echarles un vistazo.
Mary se acordó de un viejo chiste: la mala noticia es que la CIA lee todos tus e-mails; la buena es que la CIA lee todos tus e-mails.
—De todas formas, bienvenidos —dijo Jock, adelantándose y estrechando la mano de Ponter y luego la de Adikor—. Bienvenido, doctor Huld, a los Estados Unidos de América.
—Gracias —respondió Adikor—. Es … abrumador.
Jock sonrió levemente.
—Sí que lo es.
Mary señaló a los dos barasts.
—Lonwis Trob le pidió a Ponter que regresara y que trajera esta vez a Adikor consigo.
Ponter sonrió.
—Estoy seguro de que soy demasiado teórico para los gustos de Lonwis. Pero Adikor sabe construir cosas.
—Hablando de ingenuidad neanderthal-dijo Mary, señalando una mesa de trabajo emplazada en un rincón del despacho de Jock—, veo que has estado examinando el escritor de codones.
—Sí, en efecto —respondió Jock—. Es una pieza de equipo sorprendente.
—Así es —dijo Mary. Miró a Jock, preguntándose qué decide.
Luego, demasiado ansiosa para guardárselo, añadió—: Permitirá que Ponter y yo tengamos un bebé, a pesar de que nuestro recuento de cromosomas no coincide.
Jock se enderezó en su sillón Aeron.
—¿De verdad? Vaya … por Dios. No creía … no sabía que eso fuera posible.
—¡Pues lo es! —dijo Mary, sonriendo.
—Um, bueno, ah, enhorabuena —dijo Jock—. Y a usted también, por supuesto, Ponter. ¡Enhorabuena!
—Gracias —contestó Ponter.
De pronto Jock frunció el ceño, como si se le hubiera ocurrido algo importante.
—Un híbrido entre homo sapiens y Homo neanderthalensis. ¿Tendrá veintitrés pares de cromosomas o veinticuatro?
—¿Quieres decir si será gliksin o barast, según los tests que elaboré? —preguntó Mary.
Jock asintió.
—Es sólo por … pura curiosidad.
—Hablamos mucho sobre eso. Finalmente decidimos que tuviera veintitrés pares de cromosomas. Parecer; un gliksin, un homo sapiens.
—Ya veo —dijo Jock. Parecía levemente insatisfecho con la idea.
—Puesto que el embrión se implantará en mi vientre —Mary se palpó la barriga—, intentaremos evitar que se dispare una respuesta inmunológica.
Jock bajó la mirada.
—No estás embarazada ya, ¿no?
—No, no. Todavía no. La generación 149 no se concebirá hasta el año que viene.
Jock parpadeó.
—¿Entonces la criatura va a vivir en el mundo neanderthal? ¿Significa eso que te mudarás allí permanentemente?
Mary miró a Ponter y Adikor. No esperaba tener que hablar de aquello todavía.
—Lo cierto —dijo despacio— es que permaneceré la mayor parte del tiempo en este mundo …
—Parece que hay un enorme «pero» —dijo Jock. Mary asintió. .
—Lo hay. Sabes que terminé la tarea para la que me contrataste aquí en Sinergia mucho más pronto de lo que esperábamos en un principio. Creo que es hora de que me marche. Me han ofrecido una cátedra en el Departamento de Genética de la Laurentian.
—¿La Laurentian? —preguntó Jock—. ¿Dónde está eso?
—En Sudbury … ya sabes, donde se encuentra el portal. La Laurentian es una universidad pequeña, pero tiene un gran Departamento de Genética … y lleva a cabo el trabajo forense sobre el ADN para la policía. —Hizo una pausa—. Últimamente me interesan esas cosas.
Jock sonrió.
—¿Quién hubiese pensado que todo iba a coincidir en Sudbury? ¿Verdad?
—Hola, Mary.
A Mary se le cayó el tazón que tenía en la mano. Se hizo añicos, y el café mezclado con batido de chocolate se desparramó por el suelo de su despacho.
—Gritaré — dijo. Llamaré a Ponter.
Cornelius Ruskin cerró la puerta tras él. —No hay ninguna necesidad de eso.
El corazón de Mary latía desbocado. Buscó a su alrededor algo que usar como arma.
—¿Qué demonios haces aquí? Cornelius consiguió sonreír.
—Trabajo aquí. Soy tu sustituto.
—Eso ya lo veremos —dijo Mary. Cogió el teléfono.
Cornelius se acercó.
—¡No me toques! —gritó Mary—. ¡No te atrevas!
—Mary …
—¡Fuera! ¡Fuera! ¡Fuera!
—Sólo concédeme dos minutos, Mary … es todo lo que pido.
—¡Llamaré a la policía!
—No puedes hacerlo. Sabes que no puedes, no después de lo que me hizo Ponter y …
De repente Cornelius dejó de hablar. El corazón de Mary latía furiosamente y su rostro debió traicionar algo que Cornelius detectó.
—¡No lo sabes! —dijo él, sus ojos azules abiertos de par en par—.No lo sabes, ¿verdad? ¡No te lo ha dicho!
—Decirme ¿qué?
Cornelius se quedó inerte, como si sus miembros estuvieran sólo conectados ligeramente a su cuerpo.
—Nunca se me ocurrió que no estuvieras involucrada en la planificación, que no supieras …
—Saber ¿qué? —insistió Mary. Cornelius retrocedió.
—No te haré daño, Mary. No puedo hacerte daño.
—¿De qué estás hablando?
—¿Sabes que Ponter vino a verme, a mí apartamento?
—¿Qué? Estás mintiendo.
—No, no miento.
—¿Cuándo?
—En septiembre. Por la noche, tarde …
—Estás mintiendo. Él nunca …
—Oh, sí, lo hizo.
—Me lo habría contado.
—Eso pensaba yo —reconoció Cornelius, encogiéndose de hombros—. Pero al parecer no lo hizo.
—Mira, no me importa nada de todo eso. Sal de aquí. i Vine a este lugar para escapar de ti! Voy a llamar a la policía.
—No quieres hacer eso.
—Mira, si te acercas un paso más, gritaré .
—Mary …
—No te acerques más.
—Mary, Ponter me castró.
Mary notó que se quedaba boquiabierta.
—Estás mintiendo —dijo—. Te lo estás inventando.
—Te lo enseñaré, si quieres …
—¡No! —Mary casi vomitó ante la idea de ver de nuevo su carne desnuda.
—Es verdad. Vino a mi apartamento, a eso de las dos de la madrugada y …
—Ponter nunca haría eso. No sin decírmelo.
Cornelius dirigió una mano a su bragueta.
—Como decía, puedo mostrártelo.
—¡No! —Mary boqueaba en busca de aire.
—Qaiscr Remtulla me dijo que ibas a volverte nativa … que ibas a mudarte permanentemente al otro lado. Yo nunca hubiese venido aquí de lo contrarío, pero …
—Volvió a encogerse de hombros—:—. Necesito este trabajo, Mary. York era un callejón sin salida para mí… para cualquier varón blanco de mi generación. Lo sabes.
Mary estaba a punto de hiperventilar.
—No puedo trabajar contigo. Ni siquiera puedo estar en la misma habitación que tú.
—Me mantendré apartado de tu camino. Lo prometo. —Su voz se suavizó—. Maldita sea, Mary, ¿crees que me gusta verte? Me recuerda lo … —su voz se quebró un poco-lo que solía ser.
—Te odio —susurró Mary.
—Lo sé. Yo … no te lo reprocho. Pero si me denuncias a Krieger, yo haré lo mismo con Ponter Boddit. Él irá a la cárcel por lo que hizo.
—Que Dios te maldiga-dijo Mary.
Cornelius asintió.
—Sin duda así lo hará.
—¡Ponter! —Mary entró en tromba en la sala de Sinergía donde él estaba trabajando con Adikor Huld y Lonwis Trob—. ¡Ven conmigo!
—Hola, Mare. ¿Qué ocurre?
—¡Ahora! —exclamó Mary—. ¡Ahora mismo!
Ponter se volvió hacia los otros dos neanderthales, pero Christine continuó traduciendo:
—Si me disculpan …
Lonwis asintió, e hizo un gesto a Adikor que debía significar Últimos Cinco. Mary salió de la habitación y Pomer la siguió.
—¡Fuera! —exclamó Mary y, sin mirar atrás, cruzó el suelo alfombrado de la mansión, descolgó su abrigo del perchero y salió por la puerta.
Ponter la siguió sin abrigo. Mary cruzó el césped marrón y la carretera, hasta que estuvieron en la amplia acera del paseo marítimo desierto. Se volvió hacia Ponter.
—Cornelius Ruskin está aquí —dijo.
—No. Yo lo hubiese olido si …
—Tal vez cortarle las pelotas le haya cambiado el olor —replicó Mary.
—Ah —dijo Ponter, y luego—: Oh.
—¿Ya está? ¿Es todo lo que tienes que decir?
—Yo, bueno …
—¿Por qué demonios no me lo dijiste?
—No lo hubieras aprobado —dijo Ponter, mirando la acera, semicubierta de hojas muertas.
—¡Pues claro que no lo hubiese aprobado! Ponter, ¿cómo pudiste hacer una cosa así? Cristo bendito …
—Cristo —repitió Ponter en voz baja—. Cristo enseñó que el perdón era la mayor de las virtudes. Pero …
—¿Sí?
—Pero yo no soy Cristo —dijo él, muy triste-—. No pude perdonar.
—Me dijiste que no le harías daño —dijo Mary. Una gaviota viró en lo alto.
—Te dije que no lo mataría. Y no lo hice, pero … —Se encogió de hombros—. Mi intención era simplemente hacerle una advertencia, decirle que sabía que era un violador, para que nunca volviera a cometer ese crimen. Pero cuando lo vi, cuando olí su hedor, el olor que había dejado en la ropa de su última víctima, no pude evitado …
—Jesús, Ponter. Sabes lo que esto significa: te tiene en sus manos. Cuando quiera, puede denunciarte. Y sospecho que la cuestión de si era culpable o no de violación ni siquiera se barajará en tu juicio.
—¡Pero es culpable! Y yo no pude soportar la idea de que escapara con bien de ese crimen. —-y entonces, quizá para mayor defensa, repitió la última palabra en plural—: Crímenes.
Así recordaba a Mary que ella no había sido la única víctima de Cornelius Ruskin, y que la segunda violación había tenido lugar porque Mary no había denunciado la suya propia.
—Sus parientes —dijo Mary, en el momento en que se le ocurrió la idea—. Sus hermanos, hermanas. Sus padres. Dios mío, no les has hecho nada, ¿verdad?
Ponter agachó la cabeza y Mary creyó que iba a admitir nuevos ataques.
Pero ésa no era la causa de su vergüenza.
—No. No he hecho nada con ninguna otra copia de los genes que lo convirtieron en lo que es. Quería castigarlo a él… lastimado por haberte lastimado.
—Pero ahora puede lastimarte a ti.
—No te preocupes —dijo Ponter—. No revelará lo que hice.
—¿Cómo puedes estar seguro de eso? —Acusarme implicaría sacar a la luz sus propios crímenes. Tal vez, no en mi juicio … en otro aparte, ¿no? Los controladores de aquí no van a dejar correr el asunto.
—Supongo —dijo Mary, todavía furiosa—. Pero un juez podría considerar que ya ha tenido suficiente castigo. Después de todo, la ley canadiense considera la castración un castigo demasiado severo incluso en caso de violación. Si ya ha sido castigado hasta ese punto, un juez podría considerar absurdo imponerle el castigo menor de la cárcel. Si ése es el caso, Cornelius no tendría nada que perder si quiere que te encarcelen por lo que le hiciste.
—Sea como sea, todos sabrían que es un violador. Habría consecuencias sociales a las que no se arriesgará.
—¡Tendrías que haber hablado conmigo primero!
—Como te decía, no pretendía llevar a cabo esa … esa …
— Venganza —dijo Mary, pero pronunció la palabra sin énfasis, como sí simplemente estuviera proporcionando otro término. Meneó lentamente la cabeza adelante y atrás—. No tendrías que haberlo hecho.
—Lo sé.
—Y hacerlo y no decírmelo luego … ¡Maldita sea, Ponter, se supone que no debemos tener secretos! ¿Por qué demonios no me lo dijiste?
Ponter contempló el paseo marítimo, el agua fría y gris.
—Estoy seguro de que me encuentro a salvo de las consecuencias en este mundo —dijo—, pues, como te decía, Ruskin nunca revelará lo que le hice. Pero en mi mundo …
—¿Qué pasa?
—¿No lo ves? Si en mi mundo se supiera lo que he hecho, me juzgarían como excesivamente violento.
—¡Confías que el maldito Ruskin guarde un secreto, pero no yo!
—No es eso. No es eso. Pero todo se graba. Habría una grabación en mi archivo de coartadas donde te lo diría, y habría una grabación en el tuyo sobre lo mismo. Aunque ninguno de nosotros abriera la boca, siempre cabe la posibilidad de que los tribunales ordenen acceder a tus archivos o a los míos, y entonces …
—¿Qué? ¿Qué?
—Entonces no sólo yo sería castigado, sino también Mega y Jasmel.
«Oh, Cristo —pensó Mary—. El círculo se cierra.»
—Lo siento —dijo Ponter—. De verdad que siento … lo que le hice a Ruskin y no habértelo contado. —La miró a los ojos—. Créeme, no ha sido una carga fácil.
De repente Mary lo comprendió. —¡El escultor de personalidad!
—Sí, por eso fui a ver a Jurard Selgan.
—No por mi violación … —dijo Mary muy despacio.
—No, no directamente.
—Sino por lo que hiciste a causa de ella.
—Exactamente.
Mary dejó escapar un largo suspiro. La furia (y mucho más) escapó de su cuerpo. Él no la había menospreciado porque la hubieran violado …
—Ponter —dijo en voz baja-o Ponter, Ponter …
—Te quiero, Mare.
Mary sacudió lentamente la cabeza adelante y atrás, preguntándose qué hacer a continuación.