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Déjenme empezar advirtiendo que no se trata de nosotros contra ellos. No se trata de quién es mejor, el Homo sapiens o el Horno neanderthalensis. No se trata de quién es más inteligente, gliksin o barast. Más bien, se trata de descubrir nuestras propias fuerzas y nuestra mejor naturaleza, y hacer las cosas de las que podamos estar más orgullosos…


En cuanto terminó de almorzar con Colm, Mary recogió a Ponter en su apartamento de Richmond Hill. Él se había estado entreteniendo con la reposición de un viejo episodio de Star Trek en el canal Space. Para Ponter todos eran nuevos, naturalmente, pero Mary reconoció el episodio de inmediato, el histriónico clásico… Que éste sea el último campo de batalla», con Frank Gorshin y Lou Antonio comiéndose la pantalla con sus caras maquilladas mitad de blanco y mitad de negro.

Se dirigieron en el coche de Mary a casa de Reuben Montego: un viaje de cinco horas; llegarían justo a tiempo para cenar.

En la autovía 400 Mary tocó el claxon y saludó. El Ford Explorer negro de Louise, matrícula D20 (la fórmula del agua pesada), acababa de adelantarlos. Louise saludó por el retrovisor y aceleró. —Creo que está sobrepasando el límite de velocidad impuesto a estos vehículos —dijo Ponter.

Mary asintió.

—Pero apuesto a que sabe como librarse de las multas.

Pasaron las horas y los kilómetros fueron quedando atrás. Shania Twain y Martina McBride fueron sustituidas primero por Faith Hill y luego por Susan Aglukark.

—Tal vez no soy la persona más indicada para hablar de catolicismo —dijo Mary, en respuesta a un comentario de Ponter—. Tal vez debería presentarte al padre Caldicot.

—¿Qué hace que él sea más indicado que tú? —preguntó Ponter, desviando su atención de la carretera (viajar a toda velocidad por una autopista seguía siendo una experiencia novedosa para él) para mirar a Mary.

—Bueno, ha sido ordenado.

Mary había desarrollado un pequeño sistema de señales (levantar levemente la mano izquierda) para que Hak, el Acompañante de Ponter, no pitara al oír palabras con las que no estaba familiarizado.

—Ha recibido las sagradas órdenes; lo han ordenado sacerdote. Es decir, pertenece al clero.

—Lo siento —dijo Ponter—. Sigo sin entenderlo.

—En el catolicismo hay dos clases. Los clérigos y los seglares.

Ponter sonrió.

—Debe ser pura coincidencia que no pueda pronunciar ninguna de esas palabras.[1]

Mary le devolvió la sonrisa; había llegado a apreciar el sentido de la ironía de Ponter.

—Pues bien, los clérigos son aquellos que reciben formación especial para realizar funciones religiosas —continuó diciendo—. Los seglares son la gente corriente, como yo.

—Pero me has dicho que la religión es un sistema de creencias, de códigos morales y éticos.

—Sí.

—Sin duda todos sus miembros tienen igual acceso a esas cosas.

Mary parpadeó.

—Claro, pero, bueno, verás, gran parte del… material de origen está abierto a interpretaciones.

—¿Por ejemplo?

Mary frunció el entrecejo.

—Por ejemplo, el hecho de que María, la madre de Jesús, siguiera siendo virgen el resto de su vida. Y hay referencias en la Biblia a los hermanos de Jesús.

—¿Y eso es una cuestión importante?

—No, supongo que no. Pero hay otros temas, asuntos de consecuencias morales, que sí.

Estaban dejando atrás Parry Sound.

—¿Como qué? —preguntó Ponter.

—El aborto, por ejemplo.

—El aborto … ¿la eliminación de un feto?

—Sí.

—¿Cuáles son los dilemas morales?

—Bueno, ¿está bien hacerlo? ¿Matar a un niño que no ha nacido?

—¿Quién querría hacer eso? —preguntó Ponter.

—Bueno, si el embarazo fue accidental…

—¿Cómo puedes quedarte embarazada por accidente?

—Ya sabes … —Mary guardó silencio—. N o, supongo que no lo sabes. En tu mundo, las generaciones nacen cada diez años.

Ponter asintió.

—Y Todas vuestras hembras tienen sincronizados sus ciclos menstruales. Así que, cuando los hombres y las mujeres se reúnen durante cuatro días al mes, suele ser cuando las mujeres no pueden quedarse embarazadas.

Ponter asintió una vez más.

—Bueno, aquí no es así. Los hombres y las mujeres viven juntos todo el tiempo, y practican el sexo durante todo el mes. Se producen embarazos no deseados.

—Me dijiste durante mi primera visita que teníais técnicas para impedir los embarazos.

—Las tenemos. Barreras, cremas, anticonceptivos orales. Ponter miraba más allá ahora, a la bahía Georgiana.

—¿No funcionan?

—Casi siempre lo hacen. Pero no todo el mundo practica el control de la natalidad, aunque no quieran tener un bebé.

—¿Por qué no?

Mary se encogió de hombros.

—Las molestias. El gasto. Para los que no utilizan anticonceptivos orales, la … ah, la ruptura del ambiente previo para tomar medidas preventivas.

—De todas formas, concebir una vida y luego eliminarla …

—¿Ves? —dijo Mary—. Incluso para ti, es un asunto moral.

—Pues claro que lo es. La vida es preciosa … porque es finita.

—Una pausa—. ¿Qué dice tu religión sobre el aborto?

—Es un pecado, y mortal además.

—Ah. Bueno, entonces tu religión debe exigir el control de la natalidad, ¿no?

—No. Eso también es un pecado.

—Eso es una… creo que la palabra que utilizarías es «bobada».

Mary se encogió de hombros.

—Dios nos dijo que creciéramos y nos multiplicáramos.

—¿Por eso vuestro mundo tiene una población tan enorme? ¿Porque vuestro Dios lo ordenó?

—Supongo que es una manera de verlo.

—Pero … pero, perdóname, no comprendo. Tuviste un hombre— compañero durante muchos diezmeses, ¿no?

—Colm, sí.

—Y sé que no tienes hijos.

—No.

—Pero sin duda Colm y tú practicasteis el sexo. ¿Por qué no tuvisteis hijos?

—Bueno, yo sí que practico el control de la natalidad. Tomo un medicamento … una combinación de estrógenos y progesterona sintética, para no concebir.

—¿No es un pecado?

—Montones de católicos lo hacen. Es un conflicto para muchos de nosotros … queremos ser obedientes, pero hay problemas prácticos. Verás, en 1968, cuando todo el mundo occidental se volvía muy liberal en asuntos sexuales, el papa Pablo VI promulgó una encíclica. Recuerdo haber oído hablar a mis padres en años posteriores; incluso a ellos les sorprendió. Decía que todo acto sexual tenía que estar encaminado a la procreación. Sinceramente, la mayoría de los católicos esperaban un aflojamiento de las restricciones, no un endurecimiento mayor. —Mary suspiró—. Para mí, el control de la natalidad tiene sentido.

—Parece preferible al aborto. Pero supongamos que te quedaras embarazada sin quererlo. Supongamos…

Mary redujo la velocidad para dejar pasar otro coche. —¿Qué?

—No. Discúlpame. Hablemos de otra cosa.

Pero Mary lo entendió.

—Te estabas preguntando por la violación, ¿verdad? —Mary se encogió de hombros, reconociendo la dificultad del tema—. Te estás preguntando qué habría querido mi Iglesia que hiciera si me hubiera quedado embarazada por la violación.

—No pretendo agobiarte con asuntos desagradables.

—No, no, no importa. Soy yo quien puso el ejemplo del aborto.

Mary tomó aire, lo dejó escapar, y continuó.

—Si me hubiera quedado embarazada, la Iglesia habría argumentado que tendría que dar a luz al bebé, aunque hubiera sido concebido por una violación.

—¿Y lo habrías hecho?

—No —respondió Mary—. No, habría abortado.

—¿Otro caso en el que no sigues las reglas de tu religión?

—Amo a la Iglesia católica —dijo Mary—. Y me gusta ser católica. Pero me niego a seguir entregando el control de mi conciencia. De todas formas…

—¿Sí?

—El Papa actual es viejo y frágil. Supongo que no vivirá mucho tiempo. Su sustituto puede que relaje las reglas.

—Ah.

Continuaron. La autopista se había apartado de la bahía. A su izquierda quedaban las montañas del Escudo Canadiense y bosquecillos de pinos.

—¿Has pensado en el futuro? —preguntó Mary, al cabo de un rato.

—No pienso en otra cosa.

—Me refiero a nuestro futuro.

— Yo también.

Yo… no te molestes, pero creo que deberíamos al menos hablar de esta posibilidad: cuando yo regrese a casa, creo que tal vez deberías volver conmigo. Ya sabes mudarte de manera permanente a mi mundo.

—¿Por qué? —preguntó Ponter.

—Bueno, aquí podríamos estar juntos siempre, no sólo cuatro días al mes.

—Eso es cierto, pero … pero tengo una vida en mi mundo. —Ponter alzó una manaza—. Sé que tú tienes una vida aquí —dijo de inmediato—. Pero yo tengo a Adikor.

—Tal vez … no sé… tal vez Adikor pueda venir con nosotros. La ceja continua de Ponter subió hacia su frente.

—¿Y qué hay de la mujer-compañera de Adikor, Lurt Fradlo? ¿Debería venir también con nosotros?

—Bueno, ella …

—¿Y Dab, el hijo de Adikor, que iba a mudarse a vivir con nosotros el año próximo? Y, por supuesto, está la mujer-compañera de Lurt, y el hombre-compañero de su mujer-compañera, y sus hijos. y mi hija pequeña, Megameg.

Mary resopló.

—Lo sé. Lo sé. No es práctico, pero …

—¿Sí?

Ella apartó una mano del volante, y le dio un apretón en el muslo.

—Pero te quiero tanto, Ponter. Limitarme a verte sólo cuatro días al mes …

—Adikor quiere mucho a Lurt, y sólo la ve esos cuatro días.

—Y yo quería mucho a Klast, pero sólo la veía esos cuatro días también. —Su rostro no mostraba ninguna emoción—. Es nuestra costumbre.

—Lo sé. Sólo estaba pensando.

—Y hay otros problemas. Vuestras ciudades huelen fatal. Dudo que pudiera acostumbrarme.

—Podríamos vivir en el campo. Lejos de las ciudades, lejos de los coches. En un lugar donde el aire esté limpio. No me importaría dónde, con tal de que estuviéramos juntos.

—No puedo abandonar mi cultura-dijo Ponter—. Ni a mi familia.

Mary suspiró. Lo sé.

Ponter parpadeó varias veces.

—Ojalá…ojalá pudiera sugerir una solución que te hiciera feliz.

—No se trata sólo de mí —respondió Mary—. ¿Qué te haría feliz a ti?

—¿A mí? Estaría contento si estuvieras en el Centro de Saldak cada vez que Dos se convierten en Uno.

—¿Eso sería suficiente para ti? ¿Cuatro días al mes?

—Tienes que comprender, Mare, que me cuesta trabajo concebir algo distinto a eso. Sí, hemos pasado varios días seguidos aquí en tu mundo, pero mi corazón anhela a Adikor mientras estoy aquí.

Por la cara que puso Mary, Ponter supuso que había dicho algo poco delicado.

—Lo siento, Mare, pero no puedes estar celosa de Adikor. La gente de mi mundo tiene dos compañeros, uno de cada sexo. Lamentar mi intimidad con Adikor es inadecuado.

—¡Inadecuado! —exclamó Mary. Pero luego inspiró profundamente, tratando de calmarse—. No, tienes razón. Eso lo comprendo … en el plano intelectual, al menos. Y estoy intentando aceptarlo de manera emocional.

—Por cierto, Adikor te aprecia mucho, Mare, y no te desea más que felicidad. —Hizo una pausa—. Sin duda le deseas lo mismo, ¿no?

Mary no dijo nada. El sol se ponía por el horizonte. El coche aceleró.

—¿Mare? Sin duda deseas la felicidad de Adikor, ¿no?

—¿Qué? —repuso ella—. Oh, por supuesto. Por supuesto que sí.

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