—¿Dónde? —preguntó Miles.
—En la Bodega de Carga Número Dos —respondió el cuadri—. Estaba intentando que Pramod Dieciséis, aquí presente —indicó a uno de los hoscos cuadrúmanos que sostenían un extremo de la tubería, quien asintió confirmando sus palabras—, lo sacara en una cápsula de la zona de seguridad y lo llevara a los muelles de salto galáctico. Así que yo diría que puede añadir a la lista de cargos el intento de soborno de un técnico para que viole las reglas. —«Ajá. Otra forma de evitar las barreras de aduanas de Bel…» La mente de Miles saltó al desaparecido Solian—. Pramod le dijo que iba a arreglar unas cosillas, se escabulló y me llamó. Yo reuní a los chicos y nos aseguramos de que nos acompañara para explicarse ante usted. —El cuadri señaló al jefe Venn, que llegó flotando rápidamente por el pasillo y observaba la escena con clara satisfacción.
El planetario palmípedo hizo un ruido quejumbroso bajo la cinta adhesiva, pero Miles lo interpretó más como una protesta que como una explicación.
—¿Vieron algún rastro de Bel? —preguntó Nicol, apremiante.
—Oh, hola, Nicol. —El cuadri negó tristemente con la cabeza—. Le preguntamos al tipo, pero no conseguimos que dijera nada. Si no tienen ustedes mejor suerte con él, tenemos unas cuantas ideas más que podríamos intentar.
Su ceño fruncido sugería que esas ideas podrían referirse a la utilización ilícita de compuertas, o tal vez a innovadoras aplicaciones del equipo de carga que decididamente no cubría la garantía del fabricante.
—Apuesto a que podríamos conseguir que dejara de gritar y empezara a hablar antes de quedarse sin aire.
—Creo que podemos encargarnos de él a partir de ahora, gracias —le aseguró el jefe Venn. Miró con frialdad a Firka, que se rebullía en el poste—. Aunque tendré en cuenta su oferta.
—¿Conocen al práctico Thorne? —le preguntó Miles al cuadri de Muelles y Atraques—. ¿Trabajan juntos?
—Bel es uno de nuestros mejores supervisores —repuso el cuadri—. El planetario más sensato que hemos conocido. No queremos perderlo, ¿eh? —Hizo un gesto hacia Nicol. Ella inclinó la cabeza en muda gratitud.
El arresto de los ciudadanos fue debidamente registrado. Los patrulleros cuadris que se habían reunido observaron con cautela al larguirucho cautivo, y decidieron llevárselo con poste y todo por el momento. La cuadrilla de Muelles y Atraques, con justificable satisfacción, también presentó la mochila que Firka llevaba.
Así que allí estaba el principal sospechoso de Miles, si no servido en bandeja, al menos en brocheta. Miles se moría de ganas de quitarle aquella cinta de la cara y empezar a apretarle las clavijas.
La Selladora Greenlaw llegó mientras tanto, acompañada por un nuevo cuadrúmano, un hombre de pelo oscuro y aspecto fornido aunque no especialmente joven. Llevaba un atuendo elegante y poco llamativo, muy parecido al del jefe Watts y Bel, pero negro en vez de azul pizarra. Ella lo presentó como el magistrado Leutwyn.
—Bien —dijo Leutwyn, mirando con curiosidad al inmovilizado sospechoso—. Aquí tenemos a nuestra ola de crímenes de un solo hombre. Tengo entendido que también él vino con la flota de Barrayar.
—No, magistrado —dijo Miles—. Se unió a la Rudra aquí, en la Estación Graf, en el último minuto. De hecho, no contrató los servicios a bordo hasta después del momento inicialmente previsto para la partida de la nave. Me gustaría mucho saber por qué. Tengo fuertes sospechas de que sintetizó y derramó la sangre en la bodega de carga, de que intentó asesinar… a alguien, en el vestíbulo del hotel ayer y de que atacó anoche a Garnet Cinco y a Bel Thorne. Garnet Cinco, al menos, lo vio bastante bien, y debería poder confirmar esa identificación en breve. Pero, con todo, la cuestión más urgente es: ¿qué le ha pasado al práctico Thorne? Localizar a una víctima de secuestro en peligro justifica de sobra que se realicen interrogatorios con pentarrápida sin el consentimiento de los sujetos en la mayoría de las jurisdicciones.
—Aquí también —admitió el magistrado—. Pero un examen con pentarrápida es una empresa delicada. He comprobado, en la media docena que he supervisado, que no es la varita mágica que la gente cree.
Miles se aclaró la garganta con falsa modestia.
—Estoy tolerablemente familiarizado con las técnicas, magistrado. He realizado o presenciado más de un centenar de interrogatorios con pentarrápida. Y me la han aplicado dos veces.
No hacía falta mencionar su particular reacción a la droga, que había hecho que aquellos dos acontecimientos fueran ocasiones vertiginosamente surrealistas y notablemente desinformativas.
—¡Oh! —dijo el magistrado cuadri, impresionado a su pesar, posiblemente por este último detalle.
—Soy plenamente consciente de la necesidad de impedir que el interrogatorio sea un grupo de linchamiento, pero también necesitará las preguntas necesarias. Creo que tengo varias.
—Todavía no hemos procesado al sospechoso —intervino Venn—. Yo quisiera ver qué lleva en esa mochila.
El magistrado asintió.
—Sí, adelante, jefe Venn. Me gustaría una clarificación, si es posible.
Grupo de linchamiento o no, todos siguieron a los patrulleros cuadris que condujeron al infortunado Firka, con poste y todo, a una cámara trasera. Un par de patrulleros, después de calzar con esposas adecuadas las huesudas muñecas y los tobillos, registraron pautas retinales y realizaron escaneos láser de los dedos y las palmas. Miles satisfizo una curiosidad cuando le quitaron al prisionero las botas: los largos dedos de los pies, prensiles o casi, revelaban amplias membranas intermedias de color rosado. Los cuadris los escanearon también (naturalmente, los cuadris, por rutina, escaneaban las cuatro extremidades) y luego cortaron el cable eléctrico que sujetaba al prisionero.
Mientras tanto, otro patrullero, ayudado por Venn, vació la mochila e hizo inventario de su contenido. Sacaron un puñado de ropa, casi toda sucia, y encontraron un gran cuchillo de cocina nuevo, un aturdidor con una carga bastante corroída pero ningún permiso de armas, una larga palanqueta y una bolsa de cuero llena de pequeñas herramientas. La bolsa también contenía la factura de un remachador automático de una tienda de suministros de la Estación Graf, junto con los incriminadores números de serie. Fue en este punto cuando el magistrado dejó de parecer tan cuidadosamente reservado y empezó a parecer sombrío. Cuando el patrullero alzó algo que parecía a primera vista una cabellera, pero resultó ser, tras sacudirla, una peluca rubia de mala calidad, la prueba pareció casi redundante.
Más interesante para Miles no fue el documento, sino la docena de documentos de identidad que apareció a continuación. La mitad de ellos identificaban a sus portadores como nativos de Jackson's Whole; los otros eran de sistemas espaciales locales cercanos al Radio de Hegen, un sistema pobre en planetas y rico en agujeros de gusano que era uno de los vecinos más cercanos y estratégicamente más importantes del Imperio de Barrayar. Las rutas de salto desde Barrayar a Jackson's Whole y el Imperio de Cetaganda pasaban, vía Komarr y la política independiente de Pol, por el Radio.
Venn pasó el puñado de documentos por un holovid situado en las paredes curvas de la cámara, el ceño cada vez más fruncido. Miles y Roic maniobraron para mirar por encima de su hombro.
—Bueno —gruñó Venn al cabo de un momento—, ¿quién es en realidad este tipo?
Dos juegos de documentos de «Firka» incluían tomas vid físicas de un hombre de aspecto muy diferente a su quejumbroso cautivo: un varón humano perfectamente normal, grande y fornido, de Jackson's Whole, sin afiliación a ninguna Casa, o de Aslund, otro vecino del Radio de Hegen, dependiendo de qué documento creer, si había que creer alguno. Sin embargo, el tercer documento de Firka, el que el Firka presente parecía haber empleado para viajar desde Tau Ceti hasta la Estación Graf, mostraba al propio prisionero. Finalmente, sus tomas vid encajaban con la identidad de una persona llamada Russo Gupta, también de Jackson's Whole y sin afiliación a ninguna Casa. El nombre, rostro y los escaneos de retina pertinentes concordaban con una licencia de ingeniero de salto que Miles reconoció como originaria de cierta organización jacksoniana propia de la economía sumergida con la que había tratado en su época de operaciones encubiertas. A juzgar por la larga fila de datos y sellos de aduanas, había pasado por auténtica en todas partes. Y recientemente. «¡Un registro de sus viajes, bien!»
—Ésa es casi sin ninguna duda una falsificación —señaló Miles.
Los cuadris reunidos parecieron muy sorprendidos.
—¿Una licencia de ingeniero falsa? —dijo Greenlaw—. Eso sí que sería peligroso.
—Si es del lugar que pienso, podría conseguir también una licencia de neurocirujano a juego. O de cualquier otro trabajo que le interese, sin tener que pasar por todos los estudios y las tediosas pruebas y certificaciones.
O, en aquel caso, la licencia de un trabajo que tenías de verdad…, ésa sí que era una idea preocupante. Aunque trabajar como aprendiz y ser autodidacta llegaba a cubrir las lagunas de conocimiento con el tiempo, porque alguien había sido lo bastante listo para modificar aquel remachador, después de todo.
Bajo ninguna circunstancia, desde luego, aquel pálido y larguirucho muti habría podido hacerse pasar por una recia y agradablemente fea pelirroja llamada Grace Nevatta, de Jackson's Whole (sin afiliación a ninguna Casa), ni por Louise Latour de Pol, dependiendo de qué documentación usara. Ni por un bajito piloto de salto, de pelo rizado y piel caoba, llamado Hewlet.
—¿Quiénes son toda esta gente? —murmuró Venn, molesto.
—¿Por qué no se lo preguntamos? —sugirió Miles.
Firka (o Gupta) había dejado por fin de rebullirse y se quedó quieto en el aire, hinchando las aletas de la nariz por encima del rectángulo azul de cinta que le cubría la boca. El patrullero cuadri terminó de grabar sus últimos escaneos y acercó la mano para levantar una punta de la cinta; luego se detuvo, inseguro.
—Me temo que esto va a doler un poco.
—Probablemente habrá sudado lo suficiente bajo la cinta para aflojarla —sugirió Miles—. Arránquela de un solo tirón. Dolerá menos. Eso es lo que yo querría, si fuera él.
Un ahogado maullido de desacuerdo por parte del prisionero se convirtió en un alarido cuando el cuadri siguió esta sugerencia. Muy bien, vale, así que el Príncipe Rana no había sudado tanto alrededor de la boca como Miles había pensado. Seguía siendo mejor haberse librado de la maldita cinta que llevarla puesta.
Pero a pesar de los ruidos que había estado haciendo, el prisionero, ya con los labios libres, no profirió protestas airadas, juramentos, quejas ni amenazas. Se limitó a jadear. Sus ojos estaban peculiarmente vidriosos; una expresión que Miles reconoció, la de un hombre que ha estado amarrado con fuerza durante demasiado tiempo. Era posible que los leales estibadores de Bel lo hubieran sacudido un poco, pero no había adquirido esa expresión en el ratito que había pasado en manos cuadris.
El jefe Venn alzó ante los ojos del prisionero un doble puñado, a izquierda y derecha, de documentos de identificación.
—Muy bien. ¿Cuál de todos éstos es usted realmente? Más vale que nos diga la verdad. Lo comprobaremos de todas formas.
Con agria reluctancia, el prisionero murmuró:
—Soy Guppy.
—¿Guppy? ¿Russo Gupta?
—Sí.
—¿Quiénes son los demás?
—Amigos ausentes.
Miles no estaba seguro de que Venn hubiera captado la entonación.
—¿Amigos muertos? —dijo.
—Sí, eso también. —Guppy/Gupta miró a una distancia que Miles calculó como años luz.
Venn pareció alarmarse. Miles se moría de ganas por continuar y, al mismo tiempo, sentía el intenso deseo de sentarse y estudiar el lugar y la fecha de los sellos de todos aquellos documentos de identidad, reales y falsos, antes de interrogar a Gupta. Estaba seguro de que allí había todo un mundo de revelaciones. Pero ahora había prioridades más urgentes.
—¿Dónde está el práctico Thorne?
—Se lo dije a esos matones antes. Nunca he oído hablar de él.
—Thorne es el herm betano al que roció usted con bruma aturdidora anoche en el callejón del Corredor Transversal. Junto con una cuadri rubia llamada Garnet Cinco.
La expresión hosca aumentó.
—Nunca los he visto.
Venn volvió la cabeza e hizo un gesto a una patrullera, que se marchó flotando. Unos instantes después regresó a través de uno de los otros portales de la cámara, acompañada de Garnet Cinco. Miles advirtió con alivio que el color de Garnet parecía haber mejorado mucho y, obviamente, se las había apañado para conseguir el maquillaje que usaba para retocarse un poco y recuperar su aspecto habitual.
—¡Ah! —dijo alegremente—. ¡Lo han capturado! ¿Dónde está Bel?
—¿Es éste el planetario que los atacó con productos químicos a usted y al práctico, y liberó gases ilícitos en la atmósfera pública anoche? —preguntó Venn formalmente.
—Oh, sí —dijo Garnet Cinco—. Es inconfundible. Quiero decir, mírenle las membranas.
Gupta apretó los labios, los puños y los pies, pero seguir fingiendo era claramente inútil.
Venn redujo la voz a un gruñido, adecuadamente amenazador.
—Gupta, ¿dónde está el práctico Thorne?
—¡No sé dónde está el maldito herm! Lo dejé en el contenedor junto a ella. No pasaba nada. Quiero decir, que respiraba y todo. Los dos. Me aseguré. El herm estará probablemente durmiendo allí todavía.
—No —dijo Miles—. Comprobamos todos los contenedores del callejón. El práctico ha desaparecido.
—Bueno, pues no sé dónde se fue después.
—¿Estaría dispuesto a repetir esa declaración con pentarrápida para librarse de la acusación de secuestro? —preguntó astutamente Venn, intentando conseguir un interrogatorio voluntario.
El rostro gomoso de Gupta se quedó inmóvil, y sus ojos se rebulleron.
—No puedo. Soy alérgico.
—¿Ah, sí? —dijo Miles—. Vamos a comprobarlo, ¿quiere?
Metió la mano en el bolsillo del pantalón y sacó la tira de parches de prueba que había conseguido antes de los suministros de SegImp de la Kestrel, en previsión de una posibilidad semejante. Cierto, no había previsto la urgencia añadida de la alarmante desaparición de Bel. Alzó la tira y les explicó a Venn y al magistrado, que lo observaba todo con semblante judicial:
—Prueba de penta-alergia en grado de seguridad. Si el sujeto tiene alguno de los seis tipos de anafilaxis inducidos artificialmente o incluso una leve alergia natural, le salen ronchas en la piel.
Para tranquilizar a los oficiales cuadris, abrió uno de los parches y se lo colocó en el dorso de la mano, e hizo la demostración agitando los dedos. Eso fue suficiente para que nadie, excepto el prisionero, protestara cuando se inclinó hacia delante y colocó otra tira sobre el brazo de Gupta, quien dejó escapar un aullido de horror que sólo consiguió que lo miraran con mala cara; entonces redujo el aullido a un gemido quejumbroso ante los rostros divertidos de todos.
Miles se quitó el parche y descubrió una clara irritación rojiza.
—Como ven, tengo una leve sensibilidad endógena.
Esperó unos instantes más, para dar énfasis al momento, y luego extendió la mano y le quitó el parche a Gupta. El tono de piel enfermizamente natural (los champiñones eran naturales, ¿no?) no había sido afectado.
Venn, captando el ritmo de la situación como si fuera un experto de SegImp, se inclinó hacia Gupta y dijo:
—Ya son dos mentiras hasta ahora. Puede dejar de mentir ya. O puede dejar de mentir dentro de poco. Como prefiera. —Alzó los ojos entornados hacia el oficial cuadrúmano—. Magistrado Leutwyn, ¿considera que tenemos causa suficiente para un interrogatorio involuntario químicamente asistido de este transeúnte?
El magistrado no parecía demasiado entusiasmado, pero asintió.
—A la luz de su admitida conexión con la preocupante desaparición de un valioso empleado de la Estación, sí, no cabe duda. Le recuerdo que someter a los detenidos a su cargo a innecesarias incomodidades físicas va contra las reglas.
Venn miró a Gupta, colgando miserablemente en el aire.
—¿Cómo puede sentirse incómodo? Está en caída libre.
El magistrado arrugó los labios.
—Transeúnte Gupta, aparte de sus ligaduras, ¿siente algún tipo de incomodidad en este momento? ¿Necesita comida, bebida o instalaciones sanitarias planetarias?
Gupta agitó las muñecas contra sus suaves ataduras y se encogió de hombros.
—No. Bueno, sí. Mis branquias se están secando. Si no van a soltarme, necesito que alguien las rocíe. Tengo el líquido en mi bolsa.
—¿Esto? —La patrullera cuadri mostró lo que parecía ser un rociador de plástico perfectamente normal, de los que Miles había visto emplear a Ekaterin para rociar algunas plantas. Lo agitó y borboteó.
—¿Qué hay dentro? —preguntó Venn, receloso.
—Agua, principalmente. Y un poco de glicerina —dijo Gupta.
—Vaya a comprobarlo —le dijo Venn a la patrullera. Ella asintió y se fue flotando. Gupta la observó marchar con un poco de desconfianza, pero ninguna alarma.
—Transeúnte Gupta, parece que va a ser nuestro invitado durante un tiempo —dijo Venn—. Si le quitamos las ataduras, ¿va a darnos problemas o se comportará?
Gupta guardó silencio un instante, y luego dejó escapar un suspiro de agotamiento.
—Me comportaré. Para lo que me va a servir de todas formas…
Un patrullero se adelantó flotando y desató las muñecas y los tobillos del prisionero. Sólo Roic pareció menos que satisfecho con esta innecesaria cortesía. Tensó una mano en un asidero de la pared y plantó un pie en un muro que no estaba ocupado por ningún equipo, dispuesto a abalanzarse hacia delante. Pero Gupta sólo se frotó las muñecas y se agachó para hacer lo mismo con sus tobillos, y parecía agradecido a su pesar.
La patrullera regresó con el frasquito y se lo entregó a su jefe.
—El detector químico del laboratorio dice que es inocuo. Debería ser seguro —informó.
—Muy bien.
Venn le lanzó la botella a Gupta, quien a pesar de sus manos extrañamente largas la asió rápidamente, sin torpeza de planetario, un hecho que Miles estaba seguro que el cuadrúmano había advertido.
—Hum.
Gupta dirigió al grupo que lo observaba una mirada levemente avergonzada, y se subió el poncho. Se estiró e inhaló, y las costillas de su gran torso desnudo se separaron: partes de piel se levantaron para revelar tajos rojos. El tejido de debajo parecía esponjoso, y ondulaba con el rociado como plumas densamente colocadas.
«Dios todopoderoso. Tiene de verdad agallas ahí debajo.» Presumiblemente, el movimiento como de fuelle del pecho ayudaba a bombear el agua cuando el anfibio estaba sumergido. Sistemas duales. ¿Contenía entonces la respiración, o se cerraban sus pulmones involuntariamente? ¿Con qué mecanismo cambiaba su circulación sanguínea de una forma de oxigenarse a la otra? Gupta apretó el frasco y roció los rojos tajos, de atrás hacia delante y de derecha a izquierda, y pareció sentirse algo más cómodo. Suspiró, las rendijas se cerraron y el pecho pareció simplemente irregular y magullado. Volvió a colocarse el ancho poncho en su sitio.
—¿De dónde es usted? —no pudo dejar de preguntar Miles.
Gupta volvió a mostrarse hosco.
—Adivine.
—Bueno, de Jackson's Whole por el peso de las pruebas, pero ¿qué Casa lo creó? ¿Ryoval, Bharaputra, otra? ¿Y fue usted un ejemplar único, o parte de un grupo? ¿Geningeniería de primera generación, o parte de una línea autorreproductora de… de gente acuática?
Gupta abrió mucho los ojos, sorprendido.
—¿Conoce usted Jackson's Whole?
—Digamos que he hecho varias visitas dolorosamente educativas al lugar.
La sorpresa se tiñó de ligero respeto, y un poco de solitaria ansiedad.
—Me creó la Casa Dyan. Fui parte de un grupo, una vez… Éramos una compañía de ballet subacuático.
Garnet Cinco mostró claramente su sorpresa.
—¿Era bailarín?
El prisionero se encogió de hombros.
—No. Me crearon para ser uno de los tramoyistas sumergibles. Pero la Casa Dyan sufrió una opa hostil por parte de la Casa Ryoval… justo unos años antes de que el barón Ryoval fuera asesinado, lástima que eso no sucediera antes. Ryoval disolvió la compañía para dedicarla a, hum, otras tareas, y decidió que no tenía ningún uso alternativo para mí, así que me quedé sin trabajo y sin protección. Podría haber sido peor. Podría haberme conservado. Vagabundeé y acepté los trabajos de técnico que pude conseguir. Una cosa llevó a la otra.
En otras palabras, Gupta había nacido dentro de la gleba tecnológica de Jackson's Whole, y se había quedado en la calle cuando sus creadores-propietarios originales fueron absorbidos por su implacable rival comercial. Con lo que Miles sabía del difunto y desagradable barón Ryoval, el destino de Gupta fue tal vez más feliz que el de su mer-cohorte. Según se sabía por la fecha de la muerte de Ryoval, aquella última vaga observación sobre una cosa que llevaba a la otra cubría al menos cinco años, tal vez incluso diez.
—No disparó usted ayer contra mí, ¿verdad? —dijo Miles pensativo—. Ni contra el práctico Thorne.
Lo cual dejaba…
Gupta lo miró, parpadeando.
—¡Oh! ¡Ahí es donde lo vi antes! Lo siento, no. —Su ceño se arrugó—. ¿Qué estaba haciendo allí? No era usted uno de los pasajeros. ¿Es otro ocupa estacionario como ese pesado betano?
—No. Mi nombre es Miles. —Tomó la instantánea y casi subliminal decisión de no mencionar todos los cargos—. Me enviaron a encargarme de las preocupaciones barrayaresas cuando los cuadris inmovilizaron la flota komarresa.
—Oh. —Gupta dejó de interesarse.
¿Qué demonios retrasaba la llegada de la pentarrápida? Miles bajó la voz.
—¿Qué le pasó a sus amigos, Guppy?
Eso volvió a captar la atención del anfibio.
—Nos la jugaron. Sometidos, inyectados, infectados…, rechazados. Nos la jugaron a todos. Maldito bastardo cetagandés. Ése no era el Trato.
Algo dentro de Miles se puso a toda máquina. «Aquí está la conexión, por fin.» Su sonrisa se volvió encantadora, y su voz se suavizó aún más.
—Hábleme del bastardo cetagandés, Guppy.
Los oyentes cuadris habían dejado de agitarse, incluso respiraban más despacio. Roic se había retirado a un lugar discreto, al otro lado de Miles. Gupta miró a los estacionarios, y a Miles y a sí mismo, las únicas personas con piernas situadas en el centro del círculo.
—¿Para qué? —El tono de su voz no era un quejido de desesperación, sino una pregunta amarga.
—Yo soy de Barrayar. Tengo cierta inquina especial contra los bastardos cetagandeses. Los ghem-lores de Cetaganda dejaron a cinco millones de muertos de la generación de mi abuelo tras de sí, cuando finalmente se rindieron y fueron expulsados de Barrayar. Todavía tengo una bolsa con cabelleras ghem. Para ciertos tipos de cetagandeses, podría usar un par de cosas que le parecerían interesantes.
La mirada del prisionero se centró en su rostro. Por primera vez, Miles se había ganado la completa atención de Gupta. Por primera vez, había dado a entender que podría tener algo que Guppy realmente quisiera. ¿Quisiera? Se moría de ganas, lo ansiaba, lo deseaba con loca obsesión. Sus vidriosos ojos estaban hambrientos de… tal vez de venganza, tal vez de justicia…, de sangre, en cualquier caso. Pero el Príncipe Rana carecía, evidentemente, de experiencia en temas de venganza. Los cuadris no trataban con sangre. Los barrayareses… tenían una reputación más sanguinaria. Lo cual, por primera vez en aquella misión, tal vez sirviera para algo.
Gupta tomó aire.
—No sé de qué clase era éste. Es. No se parecía a nadie que yo conozca. Bastardo cetagandés. Nos fundió.
—Dígamelo todo —susurró Miles—. ¿Por qué ustedes?
—Vino a nosotros… a través de nuestros habituales agentes consignatarios. Pensamos que no habría problema. Teníamos una nave. Gras-Grace y Firka y Hewlet y yo teníamos esa nave. Hewlet era nuestro piloto, pero Gras-Grace era el cerebro. Yo tenía habilidad para arreglar cosas. Firka llevaba los libros y se encargaba de las reglas y de los pasaportes, y de los oficiales molestos. Gras-Grace y sus tres maridos, nos llamábamos. Éramos un grupo de rechazados, pero tal vez entre los tres éramos un verdadero esposo para ella, no lo sé. Una para todos y todos para una, porque estaba claro que una tripulación de jacksonianos refugiados, sin una Casa ni un barón, no iba a conseguir nada en el Nexo.
Gupta empezaba a sumergirse en su historia. Miles, escuchando con total atención, rezó para que Venn tuviera el buen sentido de no interrumpir. Diez personas flotaban a su alrededor en la cámara, aunque Gupta y él, mutuamente hipnotizados por la intensidad cada vez mayor de su confesión, bien podrían haber estado flotando en una burbuja de espacio y tiempo completamente apartada del universo.
—¿Dónde recogieron a ese cetagandés y su cargamento, por cierto?
Gupta alzó la cabeza, sobresaltado.
—¿Sabe usted lo del cargamento?
—Si es el mismo que ahora está a bordo de la Idris, sí, he echado un vistazo. Me pareció bastante preocupante.
—¿Qué es lo que hay dentro en realidad? Sólo vi el exterior.
—Preferiría no decirlo ahora mismo. ¿Qué les dijo él que era? —Miles prefirió no confundir de momento las cosas con el género del ba.
—Mamíferos alterados genéticamente. No hicimos preguntas. Nos pagaron un extra por no hacer preguntas. Ése era el Trato, pensamos.
Y si había algo que los éticamente elásticos habitantes de Jackson's Whole consideraban casi sagrado era el Trato.
—Un buen negocio, ¿no?
—Eso parecía. Dos o tres encargos más como ése y habríamos podido terminar de pagar la nave y ser libres.
Miles lo dudó, si la tripulación debía la nave a la típica Casa financiera de Jackson's Whole. Pero tal vez Guppy y sus amigos eran optimistas acabados. O desesperados acabados.
—El trabajo parecía sencillo. Recoger esa carga en los aledaños del Imperio cetagandés. Saltamos a través del Radio de Hegen, vía Vervain, y nos acercamos a Rho Ceta. Todos esos arrogantes y recelosos inspectores que nos abordaron en los puntos de salto no encontraron nada que achacarnos, aunque les habría gustado, porque no había nada a bordo más que lo que nuestro archivo manifiesto decía. Eso hizo que el viejo Firka se hartara de reír. Hasta que nos dirigimos al último salto, hacia Rho Ceta a través de esos sistemas vacíos antes de que la ruta se bifurque hacia Komarr. Tuvimos un encuentro en el espacio que no constaba en nuestro plan de vuelo.
—¿Con qué tipo de nave se encontraron? ¿Nave de salto o sólo una reptadora de espacio local? ¿Puede decirlo con seguridad, o iba disfrazada o camuflada?
—Nave de salto. No sé qué otra cosa podría haber sido. Parecía una nave del Gobierno de Cetaganda. Había perdido sus bonitas insignias, de todas formas. No era grande, pero era rápida, nueva, y con clase. El bastardo cetagandés trasladó el cargamento él solito, con plataformas flotantes y tractores manuales, pero desde luego que no perdió el tiempo. En el momento en que las compuertas se cerraron, se marcharon.
—¿Adónde? ¿Podría decirlo?
—Bueno, Hewlet dijo que seguían una trayectoria extraña. Era en ese sistema binario deshabitado a unos pocos saltos de Rho Ceta, no se si sabe…
Miles asintió.
—Iban hacia su interior, más allá del pozo de gravedad. Tal vez planeaban orbitar los soles y acercarse a uno de los puntos de salto desde una trayectoria camuflada, no lo sé. Eso tendría sentido, dado todo lo demás.
—¿Sólo un pasajero?
—Sí.
—Hábleme más de él.
—No hay mucho que decir… No lo había entonces al menos. Se mantenía apartado, comía sus propias raciones en su camarote. No habló nunca conmigo. Sí que habló con Firka, porque Firka estaba manipulando sus documentos. Cuando llegamos a la primera inspección de punto de salto barrayaresa, procedía de un lugar completamente distinto. Y él era otra persona.
—¿Ker Dubauer?
Venn se agitó al oír mencionar por primera vez un nombre familiar, abrió la boca e inhaló, pero la volvió a cerrar sin distraer a Guppy. El triste anfibio estaba ahora lanzado desgranando sus tribulaciones.
—Todavía no, no lo era. Debió de convertirse en Dubauer durante su estancia en la estación de tránsito komarresa, supongo. No lo localicé por su identidad. Era demasiado bueno en eso. Engañó a los barrayareses, ¿no?
«Desde luego.» Un supuesto agente cetagandés del más alto calibre había pasado a través de la encrucijada comercial del Nexo, la clave de Barrayar, como si fuera humo. A SegImp le daría un ataque cuando le llegara el informe de Miles.
—¿Cómo lo siguió hasta aquí, entonces?
La primera expresión parecida a una sonrisa que Miles veía en el rostro gomoso se dibujó como un fantasma sobre los labios de Gupta.
—Yo era el ingeniero de la nave. Lo localicé por la masa de su cargamento. Era bastante delatora, cuando la examiné, más tarde. —La sonrisa espectral se convirtió en un negro ceño—. Cuando lo dejamos junto con sus plataformas en la bodega de carga de la estación de tránsito komarresa, parecía feliz. Muy cordial. Habló con cada uno de nosotros por primera vez, y nos dio personalmente nuestros bonos. Estrechó la mano de Hewlet y de Firka. Pidió ver mi membrana, así que le mostré los dedos, y se inclinó y tomó mi brazo y pareció realmente interesado, y me dio las gracias. Y le dio a Gras-Grace un golpecito en la mejilla, y le sonrió meloso. Sonreía con aire de suficiencia cuando la tocó. Me di cuenta. Como ella tenía en la mano la bonificación, más o menos le devolvió la sonrisa, y no se dio cuenta, pero yo sí. Y luego nos marchamos. Hewlet y yo queríamos tomarnos un descanso y gastarnos algunos bonos en la estación, pero Gras-Grace dijo que podríamos celebrarlo más tarde. Y Firka dijo que el Imperio barrayarés no era un sitio seguro para gente como nosotros.
Una risa distraída que no tenía nada que ver con el humor asomó a sus labios. Bien. Aquel grito de sobresalto cuando Miles colocó el parche de la prueba en la piel de Guppy no había sido exactamente una reacción exagerada. Había sido un flashback. Miles reprimió un escalofrío. «Lo siento, lo siento.»
—Estábamos a seis días de Komarr, más allá del salto a Pol, cuando empezaron las fiebres. Gras-Grace lo dedujo la primera, por la manera en que empezó. Siempre era la más rápida de todos nosotros. Cuatro pinchacitos rosa, como si nos hubiera picado algún bicho, en el dorso de la mano de Hewlet y Firka, en la mejilla de ella, en mi brazo, donde me tocó el bastardo cetagandés. Se hincharon hasta el tamaño de huevos, y nos dolían, aunque no tanto como la cabeza. Sólo en una hora. Me dolía tanto la cabeza que apenas podía ver, y Gras-Grace, que no estaba mucho mejor, me ayudó a llegar a mi camarote para que pudiera meterme en mi tanque.
—¿Tanque?
—Había preparado un gran tanque en mi camarote, con una tapa que podía cerrar desde dentro, porque la gravedad de aquella vieja nave no era muy de fiar. Era muy cómodo para descansar, mi propia especie de cama de agua. Podía estirarme, y darme la vuelta. Buenos sistemas de filtrado en el agua, bonito y limpio, y oxígeno extra borboteando a través de un conducto que yo había preparado, todo con bonitas luces de colores. Y música. Echo de menos mi tanque —suspiró.
—Usted… parece que también tiene pulmones. ¿Contiene la respiración bajo el agua, o qué?
Gupta se encogió de hombros.
—Tengo unos esfínteres de más en la nariz y las orejas y la garganta que se cierran automáticamente cuando mi respiración cambia. Es siempre un momento algo embarazoso, el cambio: mis pulmones no siempre parecen querer parar. O empezar de nuevo, a veces. Pero no puedo permanecer eternamente en mi tanque, o acabaría meándome en el agua que respiro. Eso es lo que sucedió entonces. Floté en mi tanque durante… horas, no estoy seguro de cuántas. No creo que estuviera bien de la cabeza, me dolía tanto… Pero me entraron ganas de mear. Muchas ganas. Así que tuve que salir.
»Casi me desmayé. Vomité en el suelo. Pero pude caminar. Llegué a la puerta de mi camarote, por fin. La nave seguía en marcha, podía sentir las vibraciones adecuadas a través de mis pies, pero todo estaba en silencio. Nadie hablaba ni discutía ni roncaba, y no había música. Ni risas. Yo estaba mojado y tenía frío. Me puse una bata…, una de las batas suyas que Gras-Grace me había dado, porque decía que estar gorda le daba calor, y yo siempre tenía frío. Decía que eso era porque mis diseñadores me dieron genes de rana. Por lo que sé, podría ser cierto.
»Encontré su cuerpo… —Se detuvo. La expresión remota de sus ojos se intensificó—. A unos cinco pasos pasillo abajo. Al menos, creo que era ella. Era su trenza, flotando en el… Al menos, creo que era su cadáver. El tamaño del charco parecía el adecuado. Apestaba como… ¿Qué clase de enfermedad infernal licua los huesos? —Tomó aire y continuó, tembloroso—. Firka había conseguido llegar a la enfermería, pero para lo que le sirvió… Estaba todo flácido, como desinflado. Y goteaba. Junto a la cama. Apestaba peor que Gras-Grace. Y humeaba.
»Hewlet… lo que quedaba de él, estaba en el asiento del piloto. No sé por qué se arrastró hasta allí, tal vez fue un consuelo para él. Los pilotos son así de extraños. Su casco de piloto mantenía el cráneo en su sitio, pero su cara… sus rasgos… estaban resbalando. Pensé que tal vez intentó enviar una señal de emergencia. Ayúdennos. Biocontaminación a bordo. Pero tal vez no, porque nadie llegó nunca. Más tarde pensé que había enviado demasiadas señales y que los rescatadores se mantuvieron alejados a propósito. ¿Por qué iban los buenos ciudadanos a arriesgarse por nosotros? Sólo éramos escoria jacksoniana. Mejor muertos. Eso ahorra el problema y los gastos de perseguirnos, ¿eh?
Ahora no miraba a nadie en concreto.
Miles temió que guardara silencio, agotado. Pero había tanto, tan desesperadamente importante, que saber… Se atrevió a darle una pista.
—Bueno. Increíble, allí estaba, atrapado en una nave a la deriva con tres cadáveres que se disolvían, incluyendo un piloto de salto muerto. ¿Cómo escapó?
—La nave… la nave no me servía para nada ahora, no sin Hewlet. Y los demás. Que se la quedaran los bastardos de la financiera, biocontaminación incluida. Sueños asesinados. Pero pensé que era el heredero de todos. Nadie tenía a nadie más. Yo habría querido que ellos se quedaran con mis cosas, si hubiera sido al revés. Fui y recogí todo lo que pude: dinero suelto, chits de crédito… Firka tenía un buen montón. Claro. Y tenía todos nuestros documentos de identidad falsificados. Gras-Grace, bueno, probablemente regaló su dinero, o lo perdió jugando, o se lo gastó en juguetes, o se le escabulló entre los dedos de alguna forma. A la larga, fue más lista que Firka. Supongo que Hewlet se bebió la mayor parte. Pero había suficiente. Suficiente para viajar a la otra punta del Nexo, si era lo bastante listo. Suficiente para alcanzar al bastardo cetagandés, tarde o temprano. Con aquella pesada carga, pensé que no viajaría muy rápido.
»Lo recogí todo y lo cargué en una cápsula de salvamento. La descontaminé, y a mí también, una docena de veces, tratando de hacer desaparecer aquel horrible olor a muerte. No estaba… no estaba en mi mejor momento, no creo, pero no estaba tan ido. Una vez que estuve dentro de la cápsula, no fue tan difícil. Están diseñadas para llevar a los idiotas heridos a un lugar seguro, siguiendo automáticamente las señales del espacio local… Me recogió tres días más tarde una nave de paso, y les conté una trola, diciendo que nuestra nave se había destruido… Lo creyeron cuando miraron en el registro jacksoniano. Entonces dejé de llorar. —Ahora brillaban lágrimas en la comisura de sus ojos—. No mencioné la biomierda, o me la habría cargado. Me dejaron en la estación de salto poliana más cercana. Allí me escabullí de los investigadores de seguridad y subí a la primera nave que pude encontrar con destino a Komarr. Seguí la carga del bastardo cetagandés por su masa hasta la flota komarresa que acababa de partir. Y busqué una ruta para poder alcanzarlo en el primer sitio posible. Que fue aquí.
Miró alrededor, parpadeando ante su público cuadri como si le sorprendiera que todos estuvieran aún en la habitación.
—¿Cómo se vio envuelto en todo eso el teniente Solian? —Miles había estado esperando con los nervios contenidos para hacer esa pregunta.
—Pensé que podía esperar y emboscar al bastardo cetagandés en cuanto saliera de la Idris. Pero nunca salió. Supongo que se quedó en su camarote. Escoria astuta. No pude pasar por la aduana ni por la seguridad de la nave…, no era un pasajero registrado ni invitado de nadie, aunque traté de comprar a unos cuantos. Me asusté cuando el tipo al que intenté sobornar para que me colara a bordo amenazó con denunciarme. Entonces pensé con la cabeza y conseguí un pasaje en la Rudra, para intentar al menos pasar legalmente a través de las aduanas de esas bodegas de carga. Y para asegurarme de poder seguirlo si la flota se marchaba de pronto, cosa que ya tendría que haber sucedido entonces. Quería matarlo yo mismo, por Gras-Grace y Firka y Hewlet; pero si iba a escaparse, pensé, si lo entregaba a los barrayareses como espía cetagandés, tal vez… sucediera algo interesante. Algo que no le gustaría. No quería dejar mi rastro en el registro de llamadas vid, así que abordé al jefe de seguridad de la Idris en persona cuando estaba en la bodega de carga. Le di el soplo. No estaba seguro de que me hubiera creído, pero supongo que fue a comprobarlo. —Gupta vaciló—. Debió de encontrarse con el bastardo cetagandés. Lo siento. Temo que lo fundió. Como a Gras-Grace y… —Su letanía terminó en un sollozo angustiado.
—¿Eso fue cuando Solian tuvo la hemorragia nasal? ¿Cuando le dio usted el soplo? —preguntó Miles.
Gupta se lo quedó mirando.
—¿Qué es usted, una especie de psíquico?
«Jaque.»
—¿Por qué la sangre falsa en el suelo de la bodega de carga?
—Bueno…, había oído que la flota se marchaba. Estaban diciendo que el pobre diablo que hice fundir había desertado, y que lo iban a degradar como… como si no tuviera una Casa o un barón que se preocupara por él, y a nadie le importara. Pero yo tenía miedo de que el bastardo cetagandés hiciera otro trasbordo en medio del espacio, y yo me quedara atascado en la Rudra, y se me escapara… Pensé que eso devolvería la atención a la Idris y lo que podía haber en ella. ¡No imaginé que esos idiotas militares fueran a atacar la Estación cuadri!
—Fue un cúmulo de circunstancias concatenadas —dijo Miles rápidamente, consciente por primera vez, en lo que parecía una eternidad de horrores evocados, de los oficiales cuadrúmanos presentes—. Cierto que disparó usted los acontecimientos, pero no podía haberlos previsto.
También Miles parpadeó y miró alrededor.
—Er… ¿Tiene alguna pregunta, jefe Venn?
Venn le dirigió una mirada muy peculiar. Negó con la cabeza, lentamente, de un lado a otro.
—Esto… —Un joven patrullero cuadri a quien Miles apenas había advertido durante el soliloquio de Guppy le tendió a su jefe un objeto pequeño y brillante—. He traído la dosis de pentarrápida que pidió, señor…
Venn lo tomó y miró al magistrado Leutwyn.
Leutwyn se aclaró la garganta.
—Impresionante. Creo, lord Auditor Vorkosigan, que es la primera vez que veo un interrogatorio de pentarrápida sin pentarrápida.
Miles miró a Guppy, que se enroscó en el aire, temblando un poco. Rastros de lágrimas todavía brillaban en las comisuras de sus ojos.
—Él… realmente necesitaba contarle a alguien su historia. Lleva semanas muriéndose por contarla. Pero no había nadie en todo el Nexo en quien pudiera confiar.
—Y así sigo todavía —sollozó el prisionero—. No se confunda barrayarés. Sé que nadie está de mi parte. Pero desperdicié mi oportunidad y él me vio. Estaba a salvo mientras creía haberme derretido como a los demás. Ahora soy rana muerta, de un modo o de otro. Pero si no puedo llevármelo por delante, tal vez otro pueda hacerlo.