17

Miles llegó a la enfermería de la Idris con los pies por delante. Lo llevaron dos hombres de la fuerza de asalto de Vorpatril, que se había convertido rápidamente casi en un equipo de primeros auxilios y, como tal, había obtenido permiso de los cuadris. Sus porteadores casi se cayeron por el agujero que Roic había dejado en el suelo. Miles recuperó el control de sus movimientos lo suficiente para levantarse por su propio pie y apoyarse contra la pared del pabellón bioaislado. Roic los seguía, sosteniendo con cuidado una bolsa bioprotectora con el detonador remoto del ba. Corbeau, el rostro envarado y pálido, cubría la retaguardia vestido con una túnica médica suelta y unos pantalones que le quedaban grandes, escoltado por un tecnomed que llevaba el hipospray del ba en otra bolsa bioprotectora.

El capitán Clogston atravesó las zumbantes barreras azules y contempló la nueva riada de pacientes y ayudantes.

—Bien —anunció, mirando el agujero en la cubierta—. Esta nave está tan sucia ya, que voy a declararla Zona de Biocontaminación de Nivel Tres. Así que bien podemos esparcirnos y ponernos cómodos, muchachos.

Los técnicos formaron una cadena humana para pasar rápidamente el equipo analizador a la cámara exterior. Miles aprovechó la oportunidad para tener unas palabras breves y urgentes con los dos hombres con insignias médicas en los trajes que permanecían apartados del resto: los oficiales de interrogatorios militares de la Príncipe Xav. De hecho no iban disfrazados; eran simplemente discretos. Y Miles tenía que reconocer que habían recibido formación médica.

Declararon el segundo pabellón celda temporal para el prisionero, el ba, que seguía a la procesión atado a una plataforma flotante. Miles frunció el ceño cuando la plataforma pasó a su lado, guiada por un atento y musculoso sargento. El ba estaba amarrado bien fuerte, pero su cabeza y sus ojos se movían de manera extraña, y sus labios salpicados de saliva se agitaban.

Más que ninguna otra cosa, era esencial mantener al ba en poder de Barrayar. Encontrar dónde había ocultado el ba su sucia biobomba era la primera prioridad. La raza haut tenía cierta inmunidad genética a las más comunes drogas de interrogación y sus derivados: si la pentarrápida no funcionaba con aquel tipo, los cuadris tendrían muy poco que hacer que contara además con el permiso del magistrado Leutwyn. En aquella emergencia, las normas militares parecían más apropiadas que las civiles. «En otras palabras, si nos dejan tranquilos, le arrancaremos al ba las uñas por ellos.»

Miles agarró a Clogston por el codo.

—¿Cómo está Bel Thorne?

El cirujano de la flota negó con la cabeza.

—No está bien, milord Auditor. Al principio pensamos que estaba mejorando, cuando los filtros empezaron a funcionar… pareció que recuperaba la conciencia. Pero luego se puso inquieto. Empezó a gemir y a intentar hablar. Creo que se le ha ido la cabeza. No para de llamar al almirante Vorpatril.

«¿A Vorpatril? ¿Por qué?» Un momento…

—¿Dijo Vorpatril? —preguntó Miles bruscamente—. ¿O sólo llamó al almirante?

Clogston se encogió de hombros.

—Vorpatril es el único almirante que hay por aquí, aunque supongo que el práctico puede estar alucinando. Odio tener que sedar a alguien tan enfermo, sobre todo cuando acaba de salir de los efectos de una droga. Pero si el hermafrodita no se calma, tendremos que hacerlo.

Miles frunció el ceño y corrió al pabellón de aislamiento. Clogston lo siguió. Miles se quitó el casco, sacó de dentro el comunicador de muñeca y agarró con fuerza el vital enlace. Un técnico estaba preparando la segunda cama, despejada rápidamente, al parecer para el infectado lord Auditor.

Bel estaba ahora en la primera cama, seco y vestido con una túnica militar verde claro de paciente, lo cual parecía un avance. Pero el hermafrodita tenía la cara grisácea, los labios púrpura, los párpados temblorosos. Una sonda intravenosa, que no dependía de la gravedad potencialmente errática de la nave, inyectaba un líquido amarillo en su brazo derecho. El brazo izquierdo estaba atado a una plancha; un tubo de plástico lleno de sangre corría por debajo de un vendaje hasta conectar con un aparato híbrido sujeto con cinta plástica. Un segundo tubo hacía el viaje inverso, su oscura superficie húmeda de condensación.

—'S bala —gemía Bel—. 'S bala.

Los labios del cirujano de la flota dibujaron una mueca de descontento tras el visor. Se inclinó hacia delante para observar el monitor.

—La presión de la sangre está subiendo también. Creo que es hora de darle un calmante al pobre diablo.

—Espere.

Miles se acercó al borde de la cama para que el herm pudiera verlo y lo miró lleno de descabellada esperanza. Bel sacudió la cabeza. Los párpados se abrieron, los ojos se ensancharon. Los labios azules trataron de volver a moverse. Bel los lamió, inhaló profundamente y lo intentó una vez más.

—¡Alm'nte! Portento. 'S basta'do loscond'o en el bala. Lo' ijo. Sádic basta'do.

—Todavía cree que habla con el almirante Vorpatril —murmuró Clogston, preocupado.

—Con el almirante Vorpatril, no. Conmigo —susurró Miles. ¿Existía todavía aquella inteligente mente en el búnker de su cerebro? Bel mantenía los ojos abiertos, intentando enfocarlo, como si la imagen de Miles se agitara y se nublara ante su vista.

Bel conocía a un portento. No. Bel estaba intentando decirle algo importante. Bel luchaba con la muerte por la posesión de su propia boca para intentar transmitir un mensaje. ¿Bala? ¿Balística? ¿Balalaika? ¡No…, ballet!

—El ba escondió la biobomba en el ballet… ¿En el Auditorio Minchenko? —le preguntó Miles, impaciente—. ¿Es eso lo que estás intentando decir, Bel?

El tenso cuerpo se relajó, aliviado.

—Sí. Sí. Dilo. En las luces, creo.

—¿Había sólo una bomba? ¿O había más? ¿Lo dijo el ba, podrías asegurarlo?

—No sé. Casera, creo. Comprueba. Compras…

—¡Bien, lo tengo! Buen trabajo, capitán Thorne.

«Siempre fuiste el mejor, Bel.» Miles se dio media vuelta y habló por su comunicador de muñeca, exigiendo que le pasaran con Greenlaw, o Venn, o Watts, o alguien que tuviera autoridad en la Estación Graf.

—¿Sí? —preguntó por fin una entrecortada voz femenina.

—¿Selladora Greenlaw? ¿Está usted ahí?

La voz se tranquilizó.

—Sí, ¿lord Vorkosigan? ¿Tiene algo?

—Tal vez. Bel Thorne nos informa de que el ba dijo que ocultó la biobomba en algún lugar del Auditorio Minchenko. Posiblemente detrás de algunas luces.

Ella contuvo la respiración.

—Bien. Concentraremos nuestra búsqueda allí.

—Bel también cree que la bomba la preparó el propio ba, recientemente. Puede que haya hecho compras por la Estación Graf bajo la identidad de Ker Dubauer. Eso podría darles la pista de cuántas puede haber diseñado.

—¡Ah! ¡Bien! ¡Pondré a trabajar a la gente de Venn!

—Comprenda que Bel está en muy mal estado. También que el ba puede haber mentido. Comuníquemelo cuando sepa algo.

—Sí. Sí. Gracias.

Rápidamente, ella cortó la comunicación. Miles se preguntó si estaría encerrada en su bioaislamiento protector también, como iba a estarlo él, tratando de aplazar el momento crítico lo máximo posible.

—Basta'do —murmuró Bel—. Me paralizó. Me metió en la 'dita unicápsula. Me lo dijo. Entonces la cerró. Me dejó para que me muriera, 'maginando… Sabía… sabía lo de Nicol y yo. Vio mi cubo vid. ¿Dónde está mi cubo vid?

—Nicol está a salvo —le aseguró Miles. Bueno, tanto como cualquier otro cuadri de la Estación Graf en aquel momento: si no a salvo, al menos advertida. ¿Cubo vid? Oh, las pequeñas imágenes de los hipotéticos hijos de Bel—. Tu cubo vid está a salvo.

Miles no tenía ni idea de si eso era o no cierto: el cubo podía seguir en el bolsillo de Bel, destruido con las ropas contaminadas del herm, o podía haber sido robado por el ba. Pero la afirmación tranquilizó a Bel. Los agotados ojos del hermafrodita volvieron a cerrarse y su respiración se regularizó.

«Dentro de unas horas voy a tener ese aspecto. Entonces será mejor que no pierdas más tiempo, ¿eh?»

Con enorme disgusto, Miles soportó que un técnico le ayudara a quitarse el traje de presión y la ropa interior… para llevarlos a incinerar, supuso.

—Si van a atarme aquí, quiero una comconsola junto a mi cama inmediatamente. No, no puede quedarse con eso. —Miles esquivó al técnico, que intentaba quitarle el comunicador; luego se detuvo a tragar saliva—. Y algo para las náuseas. Muy bien, póngamelo en el brazo derecho, entonces.

En horizontal apenas se sentía mejor que en vertical. Miles se alisó la túnica gris claro y entregó su brazo izquierdo al cirujano, quien personalmente se encargó de pincharle la vena con una lengüeta médica que parecía del tamaño de una pajita para beber. Al otro lado, un técnico apretó un hipospray contra su hombro derecho…, una poción que contrarrestaría el mareo y los calambres que sentía en el estómago, esperaba. Pero no gritó hasta que el primer borbotón de sangre filtrada regresó a su cuerpo.

—Mierda, está fría. Odio el frío.

—No se puede evitar, milord Auditor —murmuró Clogston para tranquilizarlo—. Tenemos que bajar su temperatura corporal al menos tres grados. Nos conseguirá tiempo.

Miles se calló, al recordar incómodamente que todavía no tenían una cura para aquello. Sofocó un gemido de terror que escapaba bajo la presión del lugar donde lo había mantenido encerrado durante las últimas horas. Ni por un segundo se permitiría creer que no había cura, que esa biomierda se lo llevaría al otro barrio y que esta vez no regresaría…

—¿Dónde está Roic? —Se llevó la muñeca derecha a los labios—. ¿Roic?

—Estoy en la cámara exterior, milord. Tengo miedo de pasar este disparador a través de la biobarrera hasta que sepamos con seguridad que han desarmado la bomba.

—Bien, buena idea. Uno de esos tipos de ahí fuera debería ser el técnico artificiero que solicité. Búscalo y entrégaselo. Luego sé testigo por mí de los de interrogatorios, ¿quieres?

—Sí, milord.

—Capitán Clogston.

El doctor alzó la mirada mientras trabajaba con el filtro sanguíneo.

—¿Milord?

—En el momento en que tenga a un tecnomed…, no, a un doctor. En el momento en que tenga a algún hombre cualificado libre, envíelo a la bodega de carga donde el ba tiene los replicadores. Quiero que tome muestras, e intente ver si el ba los ha contaminado o los ha envenenado de alguna manera. Luego asegúrese de que todo el equipo funciona bien. Es muy importante que los niños haut estén vivos y bien.

—Sí, lord Vorkosigan.

Si los bebés haut habían sido inoculados con los mismos viles parásitos que en ese momento campaban por su cuerpo, ¿podrían reducir la temperatura de los replicadores para congelarlos a todos y detener el proceso de la enfermedad? ¿O afectaría el frío a los niños, dañándolos…? Se estaba buscando problemas, sacando conclusiones anticipadas sin tener datos suficientes. Un agente entrenado, condicionado para hacer la correcta desconexión entre acción e imaginación, podría haber realizado una inoculación semejante, eliminando todo el ADN que pudiera incriminar a los altos haut antes de abandonar el escenario. Pero este ba era un aficionado. Este ba tenía otro tipo de condicionamiento. «Sí, pero ese condicionamiento debe de haber salido mal de alguna manera, o este ba no habría llegado tan lejos…»

—E infórmeme del estado del piloto Corbeau, en cuanto lo sepa —añadió Miles mientras Clogston se volvía. El médico alzó una mano, asintiendo.

Unos minutos después, Roic entró en el pabellón. Se había quitado el pesado traje de trabajo, y ahora llevaba un traje bioprotector militar de Nivel Tres, más cómodo.

—¿Cómo van las cosas ahí fuera?

Roic se encogió de hombros.

—No muy bien, milord. El ba ha entrado en una especie de extraño estado mental. Dice tonterías, pero ninguna relacionada con el tema, y los tipos de inteligencia dicen que su estado psicológico es también parte de su estrategia. Están tratando de estabilizarlo.

—¡El ba tiene que permanecer con vida! —Miles se incorporó a medias mientras se le pasaba por la cabeza la idea de que lo llevaran a la cámara de al lado para encargarse de los interrogatorios—. Tenemos que llevarlo de vuelta a Cetaganda. Para demostrar que Barrayar es inocente.

Se hundió de nuevo en la cama y miró el ronroneante aparato que filtraba su sangre. Expurgaba los parásitos, sí, pero también drenaba la energía que los parásitos le habían robado para crearse. Lo vaciaba de la agilidad mental que tan desesperadamente necesitaba ahora.

Reagrupó sus dispersos pensamientos, y explicó a Roic la noticia que le había dado Bel.

—Regresa al interrogatorio, y cuéntales lo que ha pasado. Mira a ver si pueden confirmar el escondite en el Auditorio Minchenko, y sobre todo si pueden conseguir algo que sugiera que hay más de una bomba. O no.

—Bien —Roic asintió. Contempló el creciente conjunto de aparatos que rodeaban a Miles—. Por cierto, milord. ¿Le ha mencionado ya al doctor el problema de sus ataques?

—Todavía no. No ha habido tiempo.

—Bien. —Roic hizo una mueca pensativa, de un modo severo que Miles decidió ignorar—. Me encargaré yo entonces, ¿de acuerdo, milord?

Miles se encogió de hombros.

—Sí, sí.

Roic salió del pabellón para realizar sus dos encargos.

Llegó la comconsola remota: un técnico colocó una bandeja sobre el regazo de Miles, puso encima la placa vid y lo ayudó a sentarse, colocando más almohadas detrás de su espalda. Miles estaba empezando a temblar otra vez. Muy bien, el aparato era de uso militar barrayarés, no algo que hubieran tomado de la Idris. Ahora volvía a tener un enlace visual seguro. Introdujo los códigos.

El rostro de Vorpatril tardó un par de segundos en aparecer; encargándose de todo desde la sala de tácticas de la Príncipe Xav, el almirante sin duda tenía unas cuantas cosas más que hacer en aquel momento. Apareció por fin con un «¡Sí, milord!». Sus ojos escrutaron la imagen de Miles en su placa vid. Al parecer no se sintió tranquilizado por lo que vio. Su mandíbula se tensó.

—¿Está usted…? —empezó a decir, pero lo cambió sobre la marcha—. ¿Es muy grave?

—Todavía puedo hablar, y mientras pueda hablar, tengo que registrar algunas órdenes. Mientras esperamos los resultados de la búsqueda de la bomba… ¿Está enterado de eso? —Miles puso al corriente al almirante acerca de los datos suministrados por Bel sobre el Auditorio Minchenko, y continuó—. Mientras tanto, quiero que seleccione y prepare la nave más rápida de su escolta que tenga capacidad para la carga que va a llevar. Esa carga seremos yo, el práctico Thorne, un equipo médico, nuestro prisionero el ba y los guardias, Guppy el contrabandista jacksoniano, si puedo arrancarlo de las garras de los cuadris y un millar de replicadores uterinos en funcionamiento, con sus asistentes médicos cualificados.

—Y yo —dijo firmemente la voz de Ekaterin desde un lado. Su cara asomó brevemente en el enlace vid de Vorpatril, mirándolo con el ceño fruncido. Había visto a su marido servido como muerto en bandeja más de una vez con anterioridad; quizá no se preocuparía tanto como el almirante. Ver cómo un Auditor Imperial se derretía hasta convertirse en un moco humeante en el curso de tu misión sería una notable mancha negra en su historial, aunque no podía decirse que la carrera de Vorpatril no estuviera ya hecha polvo por este episodio.

—Mi nave correo viajará en convoy, llevando a lady Vorkosigan. —Cortó la objeción de Ekaterin—. Puede que necesite a un portavoz que no esté en cuarentena médica. —Ella se limitó a emitir un poco convencido «Hum»—. Pero quiero asegurarme de que no nos entretiene nadie por el camino, almirante, así que haga que el departamento de su flota empiece a trabajar rápidamente para conseguir permisos de paso por todos los espacios locales que vamos a tener que atravesar. Velocidad. Velocidad es la clave. Quiero marcharme en el momento en que sepamos que el aparato infernal del ba ha sido retirado de la Estación Graf. Al menos si llevamos la alarma biológica encima, nadie querrá detenernos y abordarnos para hacer inspecciones.

—¿A Komarr, milord? ¿O a Sergyar?

—No. Calcule la ruta de salto más corta posible directamente a Rho Ceta.

Vorpatril sacudió la cabeza, sorprendido.

—Si las órdenes que recibí del Cuartel General del Sector Cinco significan lo que pensamos, difícilmente podrá pasar por ahí. Lo recibirán con fuego de plasma y bombas de fusión en el momento en que aparezca en el agujero de gusano: eso es lo que yo esperaría.

—Suéltalo, Miles —dijo la voz familiar de Ekaterin.

Él sonrió brevemente al notar la familiar exasperación en su voz.

—Para cuando lleguemos allí, habré conseguido el permiso del Imperio de Cetaganda.

«Espero.» O todos iban a tener más problemas de los que Miles podía imaginar.

—Barrayar va a devolverles a sus bebés haut secuestrados. Colgando de un largo palo. Yo voy a ser el palo.

—Ah —dijo Vorpatril, alzando especulador sus grises cejas.

—Ponga al corriente a mi piloto de SegImp. Pienso empezar en el momento en que todo y todos hayan subido a bordo. Puede comenzar por el material.

—Comprendido, milord. —Vorpatril se puso en pie y desapareció de la imagen. Ekaterin se adelantó y le sonrió.

—Bueno, estamos haciendo algunos progresos por fin —le dijo Miles, con lo que esperaba que pareciera buen humor, y no histeria reprimida.

La sonrisa de ella se torció a un lado. Sin embargo, sus ojos eran cálidos.

—¿Algunos progresos? Me pregunto cómo llamas a una avalancha.

—Nada de metáforas árticas, por favor. Ya tengo bastante frío. Si los médicos mantienen esta… infección bajo control en ruta, tal vez me den permiso para recibir visitas. No hará falta la nave correo más tarde, de todas formas.

Un tecnomed apareció, sacó una muestra de sangre del tubo de salida, añadió una intravenosa al conjunto, alzó las barandillas de la cama y luego se inclinó y empezó a atarle el brazo izquierdo.

—Eh —objetó Miles—. ¿Cómo voy a poder desenmarañar todo este lío con una mano atada a la espalda?

—Órdenes del capitán Clogston, milord Auditor. —Firmemente, el técnico terminó de asegurarle el brazo—. Procedimiento estándar si hay riesgo de ataques.

Miles hizo rechinar los dientes.

—Tu estimulador de ataques está en la Kestrel, con el resto de tus cosas —dijo Ekaterin sin ninguna pasión—. Lo buscaré y te lo enviaré en cuanto vuelva a bordo.

Prudentemente, Miles limitó su respuesta a:

—Gracias. Vuelve a conectar conmigo antes de partir… Tal vez haya unas cuantas cosas más que necesite. Comunícamelo también cuando llegues a bordo.

—Sí, amor. —Ella se llevó los dedos a los labios y los alzó, pasándolos a la imagen que tenía delante. Él devolvió el gesto. Su corazón se heló un poco cuando la imagen se apagó. ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que se atrevieran a tocarse piel a piel de nuevo? «¿Y si es nunca…? Maldición, sí que tengo frío.»

El técnico se marchó. Miles se hundió en la cama. Supuso que sería inútil pedir mantas. Imaginó diminutas biobombas repartidas por todo su cuerpo, chisporroteando como los fuegos artificiales de Medio Verano vistos desde el otro lado del río en Vorbarr Sultana, creciendo en cascada hasta llegar a su apoteósico y letal final. Imaginó su carne descomponiéndose en baba corrosiva mientras él continuaba vivo. Tenía que pensar en otra cosa.

Dos imperios, iguales en grado de indignación, maniobrando para ocupar mejores posiciones, acumulando fuerzas mortíferas tras una docena de puntos de salto, cada salto un punto de contacto, conflicto, catástrofe… Eso no era mejor.

Un millar de fetos haut casi maduros, girando en sus pequeñas cámaras, ajenos a la distancia y a los peligros que habían recorrido, y los peligros aún por venir… ¿Cuándo iban a nacer? La imagen de un millar de niños llorando en los brazos de unos pocos apurados médicos barrayareses casi le habría hecho sonreír, si no hubiera tenido tantas ganas de empezar a gritar.

La respiración de Bel, en la cama de al lado, era lenta y laboriosa.

Velocidad. Por todos los motivos, velocidad. ¿Había puesto en marcha todo y a todos los que podía? Repasó la lista, se perdió, lo intentó de nuevo. Le dolía la cabeza. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que durmiera por última vez? Los minutos se arrastraban con tortuosa lentitud. Los imaginó como caracoles, cientos de pequeños caracoles con marcas de clanes cetagandeses tiñendo sus conchas, caminando en procesión, dejando rastros babosos de letal biocontaminación… Un bebé a gatas, Helen Natalia, parloteando y agarrando una de las preciosas y venenosas criaturas, y él estaba atado y cubierto de tubos y no podía cruzar la habitación lo bastante rápido para detenerla…

Un pitido en el comunicador que tenía sobre el regazo, gracias a Dios, lo despertó antes de que pudiera averiguar adónde conducía aquella pesadilla. Pero todavía estaba cubierto de tubos. ¿Qué hora era? Estaba perdiendo la noción del tiempo. Su mantra habitual (ya dormiré cuando esté muerto) parecía un poco demasiado adecuado.

Una imagen se formó sobre la placa vid.

—¡Selladora Greenlaw!

¿Buenas noticias, malas noticias? Buenas. Su rostro arrugado irradiaba alivio.

—La encontramos —dijo ella—. Está contenida.

Miles dejó escapar un largo suspiro.

—Sí. Excelente. ¿Dónde?

—En el Auditorio Minchenko, justo como dijo el práctico. Pegada a la pared, en una de las luces del escenario. Parecía que la habían puesto a la carrera, pero a pesar de todo era muy astuta. Sencilla y astuta. Era poco más que un globo de plástico sellado, lleno de una especie de solución nutriente, según me han dicho. Y una carga diminuta, y el disparador electrónico necesario. El ba la había pegado a la pared con cinta corriente, y la había rociado con un poco de pintura negra. Nadie la habría visto, ni aunque hubiera estado trabajando en las luces, a menos que hubiera puesto una mano encima.

—Casera, entonces. ¿Del lugar?

—Eso parece. Los componentes electrónicos, que eran recién comprados, y la cinta, eran todos de fabricación cuadri. Encajan con las compras registradas en el chit de crédito de Dubauer la tarde posterior al ataque en el vestíbulo del hotel. Todo encaja. Parece que sólo había una bomba. —Se pasó las manos superiores por el pelo plateado, frotándose cansada el cuero cabelludo, y cerró los ojos circundados por oscuras ojeras.

—Eso… concuerda con lo que había pensado —dijo Miles—. Justo hasta que Guppy apareció con el remachador, el ba pensaba, evidentemente, que se había salido con la suya. El robo del cargamento y la muerte de Solian. Todo tranquilo y perfecto. Su plan era pasar sin levantar sospechas ni dejar rastro por el Cuadrispacio. No había tenido ningún motivo antes para montar una bomba. Pero desde aquel intento de asesinato, se asustó y tuvo que improvisar rápidamente. Pecó de falta de previsión. No planeó quedarse atrapado en la Idris como se quedó de hecho, sin duda.

Ella negó con la cabeza.

—Algo planeó. La carga explosiva tenía dos contactos en el disparador. Uno era un receptor para el detonador que el ba tenía en el bolsillo. El otro era un sencillo sensor de sonido. Preparado para un nivel de decibelios alto. El de un auditorio lleno de aplausos, por ejemplo.

Miles apretó con fuerza la mandíbula. «Oh, sí.»

—Para disimular la explosión de la carga y contaminar al mayor número de personas de una sola vez.

La visión fue instantánea, y horripilante.

—Eso pensamos. Viene gente de todas las estaciones del Cuadrispacio a ver las actuaciones del Ballet Minchenko. El contagio se habría extendido por la mitad del sistema antes de que nos hubiéramos dado cuenta.

—¿Es lo mismo…? No, no puede ser lo que el ba nos ha colgado a Bel y a mí. ¿Puede ser? ¿Era letal, o simplemente un agente debilitador o qué?

—La muestra está en manos de nuestros médicos ahora mismo. Deberíamos saberlo pronto.

—Así que el ba preparó su biobomba… cuando ya sabía que los agentes cetagandeses lo perseguían, cuando ya sabía que se vería obligado a abandonar los incriminatorios replicadores y sus contenidos… Apuesto a que preparó la bomba y se largó de allí a toda prisa.

Tal vez fuera una venganza. ¿Se vengaba de los cuadris por todos los retrasos que habían desbaratado su plan perfecto…? Según el informe de Bel, el ba no estaba libre de ese tipo de motivaciones; el cetagandés había demostrado poseer un humor cruel y cierto gusto por las estrategias dobles. Si el ba no hubiera tenido problemas en la Idris, ¿habría retirado la bomba, o la habría dejado para que explotara por su cuenta? Bueno, si los hombres de Miles no podían arrancarle a su prisionero toda la historia, él conocía a unas cuantas personas que sí podrían.

—Bien —suspiró—. Ahora podemos irnos.

Los cansados ojos de Greenlaw se abrieron.

—¿Qué?

—Quiero decir… con su permiso, señora Selladora.

Ajustó la toma de su emisión vid a un ángulo más amplio, para que abarcara su siniestro entorno médico. Demasiado tarde para ajustar el equilibrio de color a un verde más enfermizo. También, posiblemente, sería redundante. La boca de Greenlaw, al verlo, dibujó una mueca de desazón.

—El almirante Vorpatril ha recibido un comunicado militar extremadamente alarmante…

Miles explicó rápidamente su deducción sobre la conexión entre el súbito aumento de tensiones entre Barrayar y su peligroso vecino cetagandés y los recientes acontecimientos en la Estación Graf. Tuvo cuidado al explicar el uso táctico de las escoltas de las flotas comerciales como fuerzas de despliegue rápido, aunque dudó que la Selladora pasara por alto las implicaciones.

—Mi plan es llegar yo mismo, con el ba, los replicadores y tantas pruebas como pueda reunir sobre los crímenes del ba, a Rho Ceta, y presentárselas al Gobierno de Cetaganda para exonerar a Barrayar de toda acusación de connivencia en esta crisis. Lo más rápido posible. Antes de que algún listillo, en cualquier bando, haga algo que, por decirlo bruscamente, convierta las últimas acciones del almirante Vorpatril en la Estación Graf en un modelo de constricción y sabiduría.

Eso arrancó un bufido a la Selladora. Miles continuó.

—Aunque el ba y Russo Gupta cometieron ambos delitos en Graf, los cometieron primero en los imperios de Cetaganda y Barrayar. Considero que tenemos prioridad. Y aún peor: su mera presencia continuada en la Estación Graf es peligrosa porque, se lo prometo, tarde o temprano sus furiosas víctimas cetagandesas los seguirán. Creo que ya han saboreado lo bastante la medicina cetagandesa para que imaginar a los auténticos agentes cetagandeses cayéndoles encima sea realmente desagradable. Entréguennos a ambos criminales, y nos perseguirán a nosotros.

—Hum… —dijo ella—. ¿Y su flota comercial retenida? ¿Sus multas?

—Déjelo… bajo mi responsabilidad. Estoy dispuesto a transferir la propiedad de la Idris a la Estación Graf, en pago de todos los gastos y multas. —Añadió prudentemente—: Tal como está.

Ella abrió los ojos de par en par.

—La nave está contaminada —dijo, indignada.

—Sí. Así que no podemos llevárnosla, de todas formas. Limpiarla podría ser un bonito ejercicio de entrenamiento para sus equipos de biocontrol. —Decidió no mencionar los agujeros—. Incluso con esos gastos, saldrán ganando. Me temo que el seguro de los pasajeros tendrá que cubrir el valor de cualquier cargamento que no pueda ser recuperado. Pero espero que la mayor parte no necesite pasar por cuarentena. Y pueden dejar que se marche el resto de la flota.

—¿Y sus hombres, los que están detenidos?

—Dejaron marchar a uno de ellos. ¿Lo lamentan? ¿No pueden permitir que el valor del alférez Corbeau redima a sus camaradas? Ése ha sido uno de los actos más valientes de los que he sido testigo. Verlo entrar allí desnudo y sacrificándose por salvar la Estación Graf sabiendo lo que le esperaba…

—Eso… sí. Eso fue notable —concedió ella—. Para cualquiera. —Lo miró, pensativa—. Usted fue también por el ba.

—Lo mío no cuenta —dijo Miles automáticamente—. Yo ya estaba… —Se tragó la palabra «muerto». No estaba, maldición, muerto todavía—. Yo ya estaba infectado.

Ella alzó las cejas, con curiosidad.

—Y si no lo hubiera estado, ¿qué habría hecho?

—Bueno… Ése era el momento oportuno. Tengo una especie de don para calcular el momento oportuno.

—Y para el lenguaje ambiguo.

—Eso también. Pero el ba era sólo mi trabajo.

—¿Le ha dicho alguien que está bastante loco?

—De vez en cuando —admitió él. A pesar de todo, una lenta sonrisa asomó a sus labios—. Aunque no mucho desde que me nombraron Auditor Imperial. Es útil.

Ella hizo una mueca, muy suave. ¿Se estaba ablandando? Miles lanzó la siguiente andanada.

—Mi petición es humanitaria, también. Creo… espero, que las damas haut cetagandesas tengan algún tratamiento en sus anchas mangas para su propio producto. Propongo llevar al práctico Thorne con nosotros… corriendo con los gastos, para que comparta la cura que tan desesperadamente busco para mí mismo. Es de justicia. El herm estaba, en cierto sentido, a mi servicio cuando resultó infectado. En mi grupo de trabajo, si le parece.

—Mm. Los barrayareses cuidan de los suyos, al menos. Una de sus pocas cosas positivas.

Miles abrió la mano en un gesto igualmente ambiguo de reconocimiento por aquel leve cumplido.

—Thorne y yo trabajamos ahora con un margen de tiempo que no espera debates de ningún comité, me temo, ni el permiso de nadie. Este paliativo —indicó torpemente el filtro sanguíneo—, nos consigue un poco de tiempo. En este momento, nadie sabe si será suficiente.

Greenlaw se frotó el entrecejo, como si le doliera.

—Sí, desde luego… Desde luego debe usted… ¡Oh, demonios! —Tomó aliento—. Muy bien. Quédese con sus prisioneros y sus pruebas y todo el maldito lote… y con Thorne… y márchese.

—¿Y los hombres de Vorpatril detenidos?

—Ellos también. Lléveselos a todos. Sus naves pueden marcharse, menos la Idris. —Arrugó la nariz en gesto de disgusto—. Pero discutiremos el importe restante de sus multas y gastos más adelante, cuando la nave haya sido tasada por nuestros inspectores. Más tarde. Su gobierno podrá enviar a alguien para esa misión. No a usted, preferiblemente.

—Gracias, señora Selladora —canturreó Miles, aliviado. Cortó la comunicación y se desplomó contra las almohadas. El pabellón parecía girar a su alrededor, muy despacio, con sacudidas cortas. Al cabo de un momento, decidió que el problema no era de la habitación.

El capitán Clogston, que había estado esperando junto a la puerta a que el Auditor terminara aquella negociación de alto nivel, avanzó para observar un poco más el filtro sanguíneo. Luego trasladó su mirada a Miles.

—Problemas de ataques, ¿eh? Menos mal que alguien me lo ha dicho.

—Sí, bueno, no queríamos que lo confundiera con un exótico síntoma cetagandés. Es bastante rutinario. Si sucede, no se deje llevar por el pánico. Me recupero yo solito en cosa de unos cinco minutos. Normalmente me produce una especie de resaca después, aunque no es que pueda notar la diferencia en este momento. No importa. ¿Qué puede decirme del alférez Corbeau?

—Comprobamos el hipospray del ba. Estaba lleno de agua.

—¡Ah! ¡Bien! Eso pensaba. —Miles sonrió con lobuna satisfacción—. ¿Puede declararlo libre de biohorrores, entonces?

—Teniendo en cuenta que ha estado caminando por esta nave en pelotas, no hasta que estemos seguros de haber identificado todos los posibles elementos que pueda haber soltado el ba. Pero en el primer análisis de sangre y de tejidos que hicimos no apareció nada.

Un signo de esperanza… Aunque Miles trató de no considerarlo demasiado optimista.

—¿Puede enviarme al alférez? ¿Es seguro? Quiero hablar con él.

—Creemos que lo que tienen el hermafrodita y usted no se contagia por contacto ordinario. Cuando estemos seguros de que la nave está limpia de todo lo demás, podremos quitarnos estos trajes, lo cual será un alivio. Aunque los parásitos podrían contagiarse sexualmente… Tendremos que estudiar eso.

—No me gusta tanto Corbeau. Envíemelo, pues.

Clogston dirigió a Miles una mirada extraña y se marchó. Miles no estaba seguro de si el capitán no había entendido el chiste malo o simplemente lo consideraba demasiado penoso para merecer una respuesta. Pero la teoría de la transmisión sexual provocó un nuevo rosario de desagradables especulaciones en la mente de Miles. ¿Y si los médicos descubrían que podían mantenerlo vivo indefinidamente, pero no deshacerse de los malditos bichos? ¿No podría tocar a Ekaterin durante el resto de su vida más que a través de la imagen de holovid…? También le sugería una nueva serie de preguntas que hacerle a Guppy sobre sus recientes viajes…

Bueno, los médicos cuadris eran competentes y recibían copias de las descargas médicas barrayaresas; sus epidemiólogos estaban ya sin duda trabajando en ello.

Corbeau atravesó las biobarreras. Ahora llevaba mascarilla desechable y guantes, además de la túnica médica y las zapatillas de paciente. Miles se sentó, apartó la bandeja y se abrió su propia túnica, dejando que la pálida telaraña de las viejas cicatrices producidas por la granada de aguja sugirieran lo que pudieran sugerir a Corbeau.

—¿Me mandó llamar, lord Auditor? —Corbeau inclinó la cabeza con un gesto nervioso.

—Sí. —Miles se rascó pensativo la nariz con la única mano que tenía libre—. Bien, héroe. Acaba de hacer un movimiento muy bueno para su carrera.

Corbeau se encorvó un poquito, cohibido.

—No lo hice por mi carrera. Ni por Barrayar. Lo hice por la Estación Graf, y los cuadris, y Garnet Cinco.

—Y yo me alegro de ello. No obstante, sin duda que querrán ponerle un par de estrellas de oro. Coopere conmigo y no le obligaré a recibirlas con el uniforme que llevaba cuando se las ganó.

Corbeau le dirigió una mirada atónita y alerta.

¿Qué pasaba hoy con sus chistes?

Iba de mal en peor. Tal vez estuviera violando algún tipo de protocolo del Auditor no escrito, y estropeaba el diálogo de todos los demás.

—¿Qué quiere que haga? —preguntó el alférez, bastante reacio—. Milord.

—Obligaciones más urgentes, por expresarlo con suavidad, me exigen dejar el Cuadrispacio antes de la completa conclusión de mi misión diplomática. Sin embargo, ahora que la verdadera causa y el curso de nuestros recientes desastres han sido finalmente sacados a la luz, lo que sigue debería resultar fácil. —«Además, no hay nada como la amenaza inminente de la muerte para obligarle a uno a delegar»—. Está muy claro que Barrayar hace tiempo que tendría que haber establecido un consulado diplomático en la Unión de Hábitats Libres. Un joven inteligente que… —«esté encoñado por una chica cuadri», no, «casado con», un momento, allí no lo llamaban así, se decía que estaban asociados, «sí, probablemente», pero eso no había sucedido todavía. Aunque Corbeau sería triplemente tonto si no aprovechaba esta oportunidad para resolver las cosas con Garnet Cinco de una vez por todas—. Que aprecie a los cuadris —continuó Miles tranquilamente—, y se haya ganado su respeto y su gratitud gracias a su valor personal, y no ponga ninguna objeción a cumplir una misión larga lejos de casa… Dos años, ¿no era? Sí, dos años. Un joven así estaría particularmente bien situado para defender de manera efectiva los intereses de Barrayar en el Cuadrispacio. En mi opinión.

Miles no podía decir si Corbeau tenía la boca abierta por detrás de la mascarilla médica.

Sus ojos, eso sí, se habían abierto bastante.

—No me imagino —dijo Miles— que el almirante Vorpatril vaya a poner ninguna objeción a destacarlo en este puesto. O en cualquier caso a no tener que tratar con usted en su estructura de mando después de todos estos… complejos acontecimientos. No es que yo hubiera planeado darle un voto betano en mis decretos como Auditor, se lo advierto.

—Yo… no sé nada de diplomacia. Yo recibí formación como piloto.

—Si aprobó los estudios para ser piloto militar de salto, ya ha demostrado que puede estudiar duro, aprender rápido y tomar decisiones veloces y precisas que afectan a las vidas de otras personas. Objeción descartada. Naturalmente, tendrá un presupuesto en el consulado para contratar a personal experto que le ayude en problemas especializados, en asuntos de leyes, de economía, de comercio, de lo que sea. Pero espero que aprenda lo suficiente sobre la marcha para juzgar si sus consejos son buenos para el Imperio. Y si, al final de esos dos años, decide dejarlo y quedarse aquí, la experiencia le daría una buena ventaja en el sector privado del Cuadrispacio. Si hay algún problema con todo esto desde su punto de vista… o desde el de Garnet Cinco, una mujer con la cabeza muy equilibrada, por cierto, no la deje escapar… Si hay algún problema, yo no lo veo.

—Yo… —Corbeau tragó saliva—. Lo pensaré, milord.

—Excelente. —«Y no se amilanaba al momento tampoco, bien»—. Hágalo.

Miles sonrió, y lo despidió; Corbeau se retiró, cauteloso. En cuanto no pudo oírle, Miles murmuró un código en su comunicador de muñeca.

—¿Ekaterin, amor? ¿Dónde estás?

—En mi camarote en la Príncipe Xav. El simpático sobrecargo me está ayudando a llevar mis cosas a la lanzadera. Sí, gracias, eso también…

—Bien. Acabo de zafarnos del Cuadrispacio. Greenlaw se mostró razonable, o al menos, estaba demasiado agotada para seguir discutiendo.

—Tiene toda mi compasión. No creo que a mí me quede ya tampoco un nervio en funcionamiento.

—No te hacen falta los nervios, sólo tu gracia habitual. En el momento en que puedas llegar a una comconsola, llama a Garnet Cinco. Quiero nombrar a ese joven idiota de Corbeau cónsul de Barrayar aquí, y encargarlo de que aclare todo el lío que he tenido que dejar a mi paso. Es justo: él ayudó a crearlo también, ¿no? Gregor me pidió específicamente que me asegurara de que las naves barrayaresas pudieran volver a atracar aquí algún día. El chaval está dudando. Así que díselo a Garnet Cinco, y asegúrate de que ella se encargue de que Corbeau diga que sí.

—¡Oh! Qué magnífica idea, amor. Harían un buen equipo, creo.

—Sí. Ella por su belleza y, hum… ella por su inteligencia.

—Y él por su valor, sin duda. Creo que podría funcionar. Tengo que pensar en qué enviarles como regalo de boda, junto con mi agradecimiento personal.

—¿Un regalo por asociarse? No sé, pregúntale a Nicol. ¡Oh! Hablando de Nicol.

Miles miró la figura cubierta por sábanas de la cama de al lado. Mensaje crucial entregado, Thorne se había sumido en lo que Miles esperaba que fuera sueño y no un coma incipiente.

—Estoy pensando que Bel debería tener alguien que lo acompañara y cuidara de él. O de sus cosas. Una especie de soldado de apoyo, vaya. Espero que el Nido Estelar tenga una cura para su propia arma… Tendrían que tenerla, contando con los accidentes de laboratorio y esas cosas. —«Si llegamos allí a tiempo»—. Pero parece que esto va a requerir cierta cantidad de desagradable convalecencia. No es que me haga mucha gracia a mí tampoco… —«Pero considera la alternativa»—. Pregúntale si está dispuesta. Podría viajar en la Kestrel contigo, y hacerte compañía, en cierto modo.

Y si ni él ni Bel salían vivos de ésta, se ofrecerían consuelo mutuo.

—Desde luego. Voy a llamarla desde aquí.

—Vuelve a llamarme cuando estés a salvo a bordo de la Kestrel, amor. —«Más y más a menudo.»

—Por supuesto. —La voz de ella vaciló—. Te quiero. Descansa un poco. Parece que lo necesitas. Tu voz tiene ese sonido de fondo de pozo que adquiere cuando… Ya habrá tiempo.

La determinación destelló en su propia y audible fatiga.

—No me atrevería a morir. Hay una feroz dama Vor que amenazó con matarme si lo hacía.

Miles sonrió débilmente, y cortó la comunicación.

Se sumergió durante un rato en un mareado cansancio, combatiendo el sueño que trataba de adueñarse de él, porque no podía estar seguro de que no fuera la enfermedad infernal del ba que le ganaba la partida, y podría no despertarse.

Advirtió un sutil cambio en los sonidos y voces que llegaban desde la cámara exterior, mientras el equipo médico pasaba a modo de evacuación. Pasó un rato, y un técnico se llevó a Bel en una plataforma flotante. Pasó otro rato, y la plataforma regresó, y el propio Clogston y otro tecnomed subieron a bordo al Auditor Imperial y su incipiente grupo de trampas de soporte vital.

Uno de los oficiales de inteligencia se presentó ante Miles, durante una breve pausa en la cámara exterior.

—Finalmente encontramos los restos del teniente Solian, milord Auditor. Lo que queda de ellos. Unos cuantos kilogramos de… Bueno. Dentro de una unicápsula, doblada y guardada en su taquilla en el pasillo, justo ante la bodega de carga donde estaban los replicadores.

—Bien. Gracias. Tráiganlo. Tal como está. Como prueba, y como… El hombre murió cumpliendo con su deber. Barrayar le debe… una deuda de honor. Entierro militar. Pensión, familia… Lo resolveré todo más tarde…

La plataforma volvió a elevarse, y los techos de los pasillos de la Idris pasaron ante su nublada mirada por última vez.

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