4

Ante la compuerta de la Kestrel, el jefe Watts llevó aparte a Bel para conversar con él en voz baja mientras agitaba ansiosamente las manos. Bel sacudió la cabeza, hizo gestos tranquilizadores y, finalmente, se dio la vuelta para seguir a Miles, Ekaterin y Roic por el flexotubo hasta la diminuta y ahora abarrotada escotilla de la Kestrel. Roic tropezó y pareció un poco aturdido hasta readaptarse al campo gravitatorio y recuperar el equilibrio. Frunció el ceño, receloso del hermafrodita betano con el uniforme cuadri. Ekaterin le dirigió una subrepticia mirada de curiosidad.

—¿De qué demonios iba todo eso? —le preguntó Miles a Bel mientras la compuerta se cerraba.

—Watts quería que me llevara a un guardaespaldas o dos. Para protegerme de los brutales barrayareses. Le dije que no habría espacio a bordo y que, además, era diplomático, no soldado. —Bel, la cabeza ladeada, le dirigió una mirada indescifrable—. ¿Es así?

—Ahora lo es. Hum… —Miles se volvió hacia el teniente Smolyani, que manejaba los controles de la escotilla—. Teniente, vamos a llevar a la Kestrel al otro lado de la Estación Graf, a otra bodega de atraque. Su control de tráfico lo dirigirá. Vaya lo más despacio que pueda sin parecer sospechoso. Haga dos o tres intentos para alinearse con las tenazas de atraque, o algo parecido.

—¡Milord! —dijo Smolyani, indignado. Los pilotos de los correos rápidos de SegImp hacían una religión de sus rápidas y precisas maniobras y de sus suaves y perfectos acoplamientos—. ¿Delante de esta gente?

—Bueno, haga lo que quiera, pero consígame algo de tiempo. Tengo que hablar con este herm. Vamos, vamos. —Indicó a Smolyani que se pusiera en marcha, tomó aire, y añadió para Roic y Ekaterin—. Nos quedaremos en el cuarto de oficiales. Disculpadnos, por favor.

Con eso, les indicó que esperaran en sus camarotes. Apretó la mano de Ekaterin en un breve gesto de disculpa. No se atrevió a decir más hasta que hubiera exprimido a Bel en privado. Había aspectos de seguridad, aspectos políticos, aspectos personales…, ¿cuántos aspectos podían danzar en la cabeza de un alfiler?, y mientras la primera emoción de ver aquel rostro familiar vivo se difuminaba, el acuciante recuerdo de que, la última vez que se vieron, el propósito fue privar a Bel del mando y retirarlo de la flota de mercenarios por su desafortunado papel en la sangrienta debacle de Jackson's Whole. Quería confiar en Bel. ¿Se atrevería a hacerlo?

Roic estaba demasiado bien entrenado para preguntar en voz alta: «¿Está seguro de que no quiere que me quede con usted, milord?» Pero por la expresión de su rostro, hacía todo lo posible por enviar el mensaje telepáticamente.

—Lo explicaré todo más tarde —le prometió Miles a Roic en voz baja, y lo envió a su camarote con lo que esperaba fuese un ligero saludo tranquilizador.

Condujo a Bel hasta la diminuta cámara que hacía las veces de sala de reuniones, comedor y sala de oficiales de la Kestrel, cerró sus puertas y activó el cono de seguridad. Un leve zumbido procedente del proyector del techo y un titilar en el aire que rodeaba la mesa circular para cenas y vids le aseguró que funcionaba. Se volvió para ver que Bel lo observaba, la cabeza un poco ladeada, los ojos interrogantes, los labios torcidos. Vaciló un momento. Entonces, simultáneamente, los dos soltaron una carcajada. Se dieron un abrazo; Bel le dio golpecitos en la espalda, diciendo con voz tensa:

—Maldición, maldición, maldición, pequeño maníaco mestizo…

Miles dio un paso atrás, sin aliento.

—Bel, por Dios. Tienes buen aspecto.

—Más viejo, ¿no?

—Eso también. Pero no creo que yo sea el más indicado para hablar.

—Tienes un aspecto magnífico. Sano. Sólido. Diría que una mujer te ha estado alimentando bien. O haciendo algo bien, al menos.

—¿No estoy gordo? —dijo Miles ansiosamente.

—No, no. Pero la última vez que te vi, justo después de que te descongelaran, parecías un cráneo en un palo. Nos tenías a todos preocupados.

Bel recordaba aquella última reunión con la misma claridad que él, evidentemente. Más, tal vez.

—Me tenías preocupado también. ¿Te… te ha ido bien? ¿Cómo demonios acabaste aquí?

¿Era una pregunta lo suficientemente delicada?

Bel alzó un poquito las cejas, leyendo quién sabía qué expresión en el rostro de Miles.

—Supongo que anduve un poco desorientado al principio, después de separarme de los Mercenarios Dendarii. Entre Oser y tú como comandantes, había servido casi veinticinco años.

—Lo lamenté muchísimo.

—Seguro que ni la mitad que yo, pero fuiste tú quien se murió. —Bel apartó la mirada un instante—. Entre otros. Ninguno de los dos tenía otra elección, en ese momento. No podría haber continuado. Y, a la larga, fue buena cosa. Me había oxidado sin darme cuenta, creo. Necesitaba algo que me sacudiera. Estaba preparado para un cambio. Bueno, preparado no, pero…

Miles, colgado de las palabras de Bel, recordó dónde estaban.

—Siéntate, siéntate —indicó la mesita. Tomaron asiento uno al lado del otro. Miles apoyó el brazo en la oscura superficie y se acercó más para escuchar.

—Incluso me fui a casa durante una temporada —continuó Bel—. Pero descubrí que un cuarto de siglo dando tumbos por el Nexo como herm libre me habían puesto fuera de contacto con la Colonia Beta. Acepté unos cuantos trabajos espaciales, algunos a sugerencia de nuestro mutuo jefe. Entonces recalé por aquí. —Bel se apartó de la frente el flequillo marrón canoso, un gesto familiar; pronto volvió a su sitio, algo aún más enternecedor.

—Ya no estoy a las órdenes de SegImp, exactamente —dijo Miles.

—¿No? ¿Entonces qué es SegImp, exactamente?

Miles vaciló.

—Mi… instrumento de inteligencia —dijo por fin—. Por mi nuevo trabajo.

Bel alzó aún más las cejas.

—Entonces esta historia del Auditor Imperial no es una tapadera para la última actividad encubierta.

—No. Es de verdad. He acabado con las actividades encubiertas.

Bel torció el gesto.

—¿Y a qué viene entonces ese curioso acento?

—Es mi voz real. El acento betano que adoptaba para el almirante Naismith era el falso. Más o menos. No es que no lo aprendiera en las rodillas de mi madre.

—Cuando Watts me dijo el nombre del pez gordo que enviaban los barrayareses pensé que tenías que ser tú. Por eso me aseguré de formar parte del comité de bienvenida. Pero esto de la Voz del Emperador me pareció algo salido de un cuento de hadas. Hasta que leí de qué iba. Entonces me pareció algo sacado de un cuento de hadas realmente horrible.

—Oh, ¿investigaste la descripción de mi trabajo?

—Sí, es sorprendente que aparezca en las bases de datos históricas que tenemos por aquí. He descubierto que el cuadrispacio está repleto de información galáctica. Casi son tan buenos como Beta, a pesar de tener sólo una fracción de su población. Ser Auditor Imperial es un ascenso sorprendente… Quien te tendió en bandeja un poder tan grande tiene que estar casi tan loco como tú. Quiero oír una explicación de eso.

—Sí, pueden hacer falta algunas explicaciones para los que no son barrayareses. —Miles tomó aliento—. Sabes, esa criorresurrección mía salió un poco torcida. ¿Recuerdas los ataques que empecé a tener, después?

—Sí… —dijo Bel con cautela.

—Por desgracia, resultaron ser un efecto secundario permanente. Demasiado incluso para lo que SegImp considera aceptable para un oficial en campaña. Como conseguí demostrar de manera especialmente espectacular, pero ésa es otra historia. Recibí una baja médica, de manera oficial. Así que ése fue el final de mi carrera galáctica como agente encubierto. —La sonrisa de Miles se torció—. Tuve que buscarme un trabajo honrado. Por fortuna, el Emperador Gregor me dio uno. Todo el mundo supone que mi nombramiento fue nepotismo de los Vor a pleno rendimiento, por cosa de mi padre. Con el tiempo, espero demostrar que se equivocan.

Bel guardó silencio un instante, el rostro impasible.

—Bueno. Parece que maté al almirante Naismith después de todo.

—No te eches la culpa. Tuviste un montón de ayuda —dijo Miles secamente—. Incluyendo la mía. —Recordó que aquel momento de intimidad era precioso y limitado—. La sangre nos salpica a ti y a mí por igual. Tenemos otras crisis que tratar hoy. Resumiéndolo rápidamente: desde arriba me han asignado para que resuelva este lío, con el mínimo coste para Barrayar, si no hay beneficio. Si eres nuestro informador de SegImp aquí… ¿Lo eres?

Bel asintió.

Después de que entregara su dimisión de los Mercenarios Libres Dendarii, Miles se había encargado de que el hermafrodita estuviera en nómina de SegImp como informador civil. En parte era el pago por todo lo que Bel había hecho por Barrayar antes del aciago desastre que acabó con su carrera directamente y con la de Miles indirectamente, pero sobre todo para impedir que en SegImp se pusieran mortíferamente nerviosos por tener a Bel deambulando por el Nexo de agujero de gusano con la cabeza llena de importantes secretos barrayareses. Secretos viejos y rancios ya, en su mayor parte. Miles había supuesto que la ilusión de que tenían controlado a Bel había sido tranquilizadora para SegImp, y por eso, al parecer, lo habían aprobado.

—Práctico, ¿eh? Qué trabajo más soberbio para un observador de inteligencia. Datos sobre todo el mundo y sobre todo lo que entra y sale de la Estación Graf al alcance de tus manos. ¿Te colocó aquí SegImp?

—No, encontré este trabajo por mi cuenta. Pero al Sector Cinco le encantó. Cosa que, en ese momento, pareció un valor añadido.

—Para mí que tendrían que estar contentos como unas castañuelas.

—Los cuadris también están contentos conmigo. Parece que soy bueno tratando con todo tipo de planetarios problemáticos sin perder los nervios. No les he explicado que, después de años de seguirte por ahí, mi definición de una emergencia difiere enormemente de la suya.

Miles sonrió e hizo cálculos mentales.

—Entonces tus informes más recientes están todavía probablemente en tránsito en algún punto entre el cuartel general del Sector Cinco y este lugar.

—Sí, eso es lo que me figuro.

—¿Cuáles son las cosas más importantes que necesito saber?

—Bueno, para empezar, es verdad que no hemos visto a tu teniente Solian. Ni su cadáver. Seguridad de la Unión no ha metido la zarpa en su búsqueda. Vorpatril… ¿tiene alguna relación con tu primo Iván, por cierto?

—Sí, lejana.

—Me pareció notar el parecido familiar. En más de un aspecto. Por cierto, cree que estamos mintiendo. Pero no es así. Además, tu gente es idiota.

—Sí. Lo sé. Pero son mis idiotas. Cuéntame algo nuevo.

—Muy bien, aquí tienes una buena: Seguridad de la Estación Graf ha sacado a todos los pasajeros y tripulantes de las naves komarresas retenidas y los ha alojado en hostales junto a la Estación, para impedir cualquier acción y presionar a Vorpatril y a Molino. Naturalmente, no están nada contentos. Los pasajeros no komarreses que sólo iban a hacer el viaje durante unos cuantos saltos, están locos por largarse. Media docena han intentado sobornarme para que les deje sacar sus cosas de la Idris o la Rudra, y largarse de la Estación Graf en cualquier otra nave.

—¿Lo ha, hum, conseguido alguno?

—Todavía no. —Bel sonrió—. Aunque si el precio sigue subiendo a este ritmo, incluso yo podría sentirme tentado. Por cierto, algunos de los más ansiosos me parecieron… potencialmente interesantes.

—Compruébalo. ¿Has informado de esto a tus jefes de la Estación Graf?

—Hice un par de observaciones. Pero son sólo sospechas. Los individuos se han comportado bien, hasta ahora…, especialmente en comparación con los barrayareses. No tenemos ningún pretexto para interrogarlos con pentarrápida.

—Intento de soborno a un oficial —sugirió Miles.

—La verdad es que todavía no he mencionado esto a Watts. —Cuando Miles alzó las cejas, Bel añadió—: ¿Querías más complicaciones legales?

—Ah… no.

Bel hizo una mueca.

—Eso pensaba. —El hermafrodita hizo una pausa, como para reordenar sus ideas—. Volviendo a los idiotas. Tu alférez Corbeau, para empezar.

—Sí. Esa petición suya de asilo político ha hecho vibrar todas mis antenas. Cierto, tenía algunos problemas por presentarse tarde, pero, ¿por qué está intentando desertar de pronto? ¿Qué relación tiene con la desaparición de Solian?

—Ninguna, por lo que he podido saber. Llegué a conocer al tipo antes de que todo se fuera a hacer gárgaras.

—¿Sí? ¿Cómo y dónde?

—Socialmente. ¿Qué pasa con los que tenéis flotas segregadas sexualmente que hace que todos desembarquéis locos perdidos? No, no te molestes en contestar a eso, creo que todos lo sabemos. Pero las organizaciones militares exclusivamente masculinas que tienen esa costumbre por motivos culturales o religiosos llegan a la Estación de permiso como una horrible combinación de niños que salen del colegio y convictos que escapan de la cárcel. Lo peor de ambos, en realidad: el juicio de los niños combinado con la privación sexual de… No importa. Los cuadris se echan a temblar cuando os ven venir. Si no gastarais dinero con tanta despreocupación, creo que las estaciones comerciales de la Unión votarían todas por manteneros en cuarentena a bordo de vuestras naves y dejar que os murierais de asco.

Miles se frotó la frente.

—Volvamos al alférez Corbeau, ¿quieres?

Bel sonrió.

—No lo habíamos dejado. Bueno, pues. Ese paleto barrayarés, en su primer viaje a la deslumbrante galaxia, sale de su nave y, como tiene instrucciones, según entiendo, de ampliar sus horizontes culturales…

—Es correcto.

—Se va a ver el Ballet Minchenko, que es digno de contemplar, en cualquier caso. Deberías verlo mientras estás en la estación.

—¿No es, hum, sólo bailarinas exóticas?

—No en el sentido de anuncio-de-sexo-para-los-trabajadores. Ni siquiera en el ultraclasista sentido sexual del Orbe Beta de formación académica.

Miles consideró, y luego reconsideró, mencionar su encuentro en el Orbe de las Delicias Celestiales con Ekaterin durante su luna de miel, posiblemente la parada más peculiarmente útil de su itinerario… «Concéntrate, milord Auditor.»

—Es exótico, y son bailarinas, pero es arte auténtico, de verdad… Es inenarrable. Una tradición de doscientos años de antigüedad, la joya de esta cultura. El chaval tuvo que haberse enamorado a primera vista. Fue la subsiguiente persecución con todas las armas dispuestas (en sentido metafórico, esta vez) lo que se salió un poco de madre. El soldado de permiso que se encoña locamente de una chica local no es nada nuevo, pero lo que realmente no comprendo es qué vio en él Garnet Cinco. Quiero decir, es un joven mono y tal, pero… —Bel sonrió con picardía—. Demasiado alto para mi gusto. Por no mencionar que es demasiado joven.

—Garnet Cinco es la bailarina cuadri, ¿no?

—Sí.

Era muy curioso que un barrayarés se sintiera atraído por una cuadrúmana: el prejuicio cultural profundamente arraigado contra todo lo que oliera a mutación tendría que haber jugado en contra. ¿Había obtenido Corbeau, por parte de sus compañeros y superiores, menos indulgencia de lo que podía esperar un joven oficial en una situación semejante?

—Y tu relación con todo esto es… ¿cuál?

¿Había hecho Bel un gesto de aprensión?

—Nicol toca el arpa y el dulcémele en la orquesta del Ballet Minchenko. ¿Te acuerdas de Nicol, la música cuadrúmana que rescatamos durante aquella operación que casi se fue al garete?

—Recuerdo a Nicol vivamente.

Y también, al parecer, la recordaba Bel.

—Deduzco que llegó a salvo a casa, después de todo.

—Sí —la sonrisa de Bel se volvió más tensa—. Ella también te recuerda vivamente, lo que no es de extrañar…, almirante Naismith.

Miles se quedó callado un instante. Por fin, dijo cautelosamente:

—¿La, ah… la conoces bien? ¿Puedes persuadirla para que sea discreta u ordenárselo?

—Vivo con ella —dijo Bel sin más—. Nadie necesita ordenarle nada. Es discreta.

«Oh. Eso aclara muchas cosas…»

—Pero es amiga íntima de Garnet Cinco, que está muertecita de pánico con todo esto. Está convencida, entre otras cosas, de que el mando barrayarés quiere fusilar a su novio en cuanto le ponga las manos encima. El par de matones que envió Vorpatril para recoger a vuestra oveja perdida, evidentemente…, bueno, se pasaron de rudos. Fueron insultantes y brutales, para empezar, y a partir de ahí todo fue cuesta abajo. He oído la versión sin resumir.

Miles hizo una mueca.

—Conozco a mis paisanos. Puedes dar por sabidos los detalles desagradables, gracias.

—Nicol me ha pedido que haga lo que pueda por su amiga y el amigo de su amiga. Le prometí hacer algo. Es esto.

—Comprendo —Miles suspiró—. No puedo prometer nada todavía. Excepto escuchar a todo el mundo.

Bel asintió y apartó la mirada. Al cabo de un instante, el herm dijo:

—Este cargo tuyo de Auditor Imperial… Ahora eres una rueda importante en la maquinaria barrayaresa, ¿no?

—Algo así —dijo Miles.

—La Voz del Emperador; suena importante. La gente te escucha, ¿verdad?

—Bueno, los barrayareses lo hacen. El resto de la galaxia —Miles levantó una comisura de la boca— tiende a pensar que es algo propio de un cuento de hadas.

Bel se encogió de hombros, como pidiendo disculpas.

—Los de SegImp son barrayareses. Bueno. La cuestión es que he llegado a querer este lugar…, la Estación Graf, el cuadrispacio. Y a esta gente. Me gustan mucho. Creo que entenderás por qué, si tengo oportunidad de llevarte a dar una vuelta. Estoy pensando en establecerme aquí de manera permanente.

—Esto está… bien —dijo Miles. «¿Adónde quieres ir a parar, Bel?»

—Pero si hago un juramento de ciudadanía aquí…, y llevo pensándomelo algún tiempo, quiero hacerlo sinceramente. No puedo ofrecerles un falso juramento, ni lealtades divididas.

—Tu ciudadanía betana nunca se interpuso en tu carrera en los Mercenarios Dendarii.

—Nunca me pediste que actuara en la Colonia Beta.

—¿Y si lo hubiera hecho?

—Yo… me habría enfrentado a un dilema. —Bel extendió la mano en una súplica—. Quiero empezar de cero, sin ninguna atadura secreta que me agarre. Dices que SegImp es tu instrumento personal ahora. Miles…, ¿puedes por favor volver a despedirme?

Miles se echó hacia atrás y se mordió los nudillos.

—Que te aparte de SegImp, quieres decir.

—Sí. De todas las antiguas obligaciones.

Miles resopló. «¡Pero nos eres tan valioso aquí!»

—Yo… no sé.

—¿No sabes si tienes poder? ¿O no sabes si quieres utilizarlo?

Miles contemporizó.

—Este asunto de tener poder ha resultado más extraño de lo que esperaba. Uno podría pensar que más poder te da más libertad, pero he descubierto que en mi caso es al revés. Cada palabra que sale de mi boca tiene un peso que nunca había tenido antes, cuando era el Loco Miles el charlatán, buscavidas de los Dendarii. Nunca tenía que ir con pies de plomo como ahora. Es… puñeteramente incómodo, a veces.

—Pensaba que te encantaría.

—Yo pensaba lo mismo.

Bel se echó hacia atrás, relajándose. No volvería a pedírselo, no de momento, al menos.

Miles tamborileó con los dedos sobre la fría superficie cristalina de la mesa.

—Si detrás de este lío no hay nada más que sobreexcitación y falta de juicio, y no es que con eso no baste, todo se limita a la desaparición del encargado de seguridad de la flota komarresa, Solian…

El comunicador de muñeca de Miles sonó. Se lo llevó a los labios.

—¿Sí?

—Milord —sonó la voz de Roic, en tono de disculpa—. Vamos a atracar de nuevo.

—Bien. Gracias. Vamos para allá. —Se levantó de la mesa—. Tenemos que hablar con Ekaterin antes de volver allí y seguir fingiendo. Roic y ella tienen ambos una autorización de seguridad completa, por cierto; les hace falta para vivir tan cerca de mí. Los dos tienen que saber quién eres, y que pueden confiar en ti.

Bel vaciló.

—¿Tienen que saber que soy de SegImp? ¿Aquí?

—Deberían saberlo, por si hay una emergencia.

—Me gustaría bastante que los cuadris no supieran que he estado vendiendo información a los planetarios, ¿sabes? Tal vez resulte más seguro que tú y yo seamos simples conocidos.

Miles se le quedó mirando.

—Pero Bel, ella sabe perfectamente bien quién eres. O quién eras, al menos.

—¿Qué, le has estado contando a tu esposa batallitas de operaciones encubiertas? —Claramente desconcertado, Bel frunció el ceño—. Una de esas reglas que siempre se aplican a los demás, ¿no?

—Se ganó el derecho a estar informada, no se le dio sin más —dijo Miles, un poco envarado—. ¡Pero Bel, te enviamos una invitación de boda! O… ¿la recibiste? SegImp me notificó que fue entregada…

—Oh —dijo Bel, confundido—. Eso. Sí. La recibí.

—¿Llegó demasiado tarde? Incluía un billete de viaje… Si alguien se lo quedó, lo mandaré despellejar…

—No, el billete llegó también. Hace como año y medio, ¿verdad? Podría haber ido, si me hubiera esforzado un poquito. Llegó en un momento embarazoso para mí. Una especie de momento bajo. Acababa de dejar Beta por última vez y estaba en mitad de un trabajito para SegImp. Buscar un sustituto habría sido difícil. Era un esfuerzo en una época en que más esfuerzos… Pero te deseé lo mejor, con la esperanza de que por fin fueras feliz —sonrió sin alegría—. Otra vez.

—Encontrar a la lady Vorkosigan adecuada… fue la suerte más grande y más rara que nunca tuve —suspiró Miles—. Elli Quinn tampoco vino a la boda. Aunque envió un regalo y una carta. —Ambos inexplicablemente tarde.

—Hum —dijo Bel, con una leve sonrisa. Y añadió, con un poco de picardía—: ¿Y la sargento Taura?

—Ella sí que asistió. —Miles sonrió a su pesar—. Espectacularmente. Tuve un golpe de genialidad y puse a mi tía Alys a cargo de vestirla de civil. Las mantuvo a las dos felizmente ocupadas. Todo el viejo contingente Dendarii te echó de menos. Elena y Baz estuvieron allí, con su nuevo bebé, ¿te lo imaginas? También vino Arde Mayhew. Así que el principio de toda la aventura estuvo muy bien representado. Fue buena cosa que la boda no fuera multitudinaria. Ciento veinte invitados son pocos, ¿no? Era la segunda boda de Ekaterin, ¿sabes?… Ella era viuda.

Y estaba tremendamente nerviosa. Su estado, la noche antes de la boda, recordó a Miles la tensión nerviosa previa al combate que había visto en los soldados que se enfrentaban no a su primera, sino a su segunda batalla. La noche después de la boda… Bueno, eso fue mucho mejor, gracias a Dios.

El anhelo y el pesar habían ensombrecido el rostro de Bel durante esta descripción de viejos amigos alzando una copa por nuevos comienzos. Luego la expresión del herm se endureció.

—¿Baz Jesek, de vuelta en Barrayar? —dijo—. Alguien debió de resolver sus problemillas con las autoridades militares barrayaresas, ¿no?

Y si Alguien podía resolver los problemas de Baz con SegImp, tal vez ese mismo Alguien podría resolver los de Bel. Bel ni siquiera tuvo que decirlo en voz alta.

—Los viejos cargos por deserción resultaban una tapadera demasiado buena cuando Baz estaba activo en operaciones especiales para retirarlos, pero la necesidad de tapadera había quedado obsoleta —dijo Miles—. Baz y Elena están los dos fuera de los Dendarii también. ¿No te has enterado? Todos vamos a ser historia.

«Todos los que salimos con vida, al menos.»

—Sí —suspiró Bel—. Hay una cierta cordura en dejar atrás el pasado y seguir adelante. —El herm alzó la cabeza—. Si el pasado te deja, claro. Así que no compliquemos esto con tu gente, ¿quieres?

—Muy bien —accedió Miles, reacio—. Por ahora, mencionaremos el pasado, pero no el presente. No te preocupes: ellos serán, ah, discretos.

Desactivó el cono de seguridad situado sobre la pequeña mesa de conferencias y abrió las puertas. Tras llevarse la muñeca a los labios, murmuró:

—Ekaterin, Roic, podéis entrar en la sala de oficiales, por favor.

Cuando los dos llegaron, Ekaterin sonriendo expectante, Miles dijo:

—Hemos tenido buena suerte. Aunque el práctico Thorne trabaja ahora para los cuadrúmanos, es un viejo amigo mío de una organización en la que trabajé en mis días de SegImp. Podéis confiar en lo que Bel tenga que decir.

Ekaterin le tendió la mano.

—Me alegro de conocerlo por fin, capitán Thorne. Mi marido y sus viejos amigos me han hablado muy bien de usted. Creo que le echaron mucho de menos.

Con aspecto decididamente desconcertado, pero aceptando el saludo, Bel le estrechó la mano.

—Gracias, lady Vorkosigan. Pero no uso ese viejo rango de capitán aquí. Práctico Thorne, o llámeme sólo Bel.

Ekaterin asintió.

—Y, por favor, llámame Ekaterin. Oh… en privado, supongo —miró a Miles, interrogándolo en silencio.

—Muy bien —dijo Miles. Su gesto incluyó a Roic, que observaba atentamente—. Bel me conoció bajo otra identidad. Por lo que se refiere a la Estación Graf, acabamos de conocernos. Pero nos caemos estupendamente, y el talento de Bel para tratar con planetarios difíciles tiene su compensación.

Roic asintió.

—Comprendido, milord.

Miles los condujo hasta la bodega de atraque, donde el jefe de máquinas de la Kestrel esperaba para llevarlos de vuelta a la Estación Graf. Advirtió que otro motivo más para que el nivel de acceso de seguridad de Ekaterin fuera tan alto como el suyo era que, según los informes históricos de varias personas y su propio testimonio, él hablaba en sueños. Hasta que Bel se tranquilizara con respecto a la situación, decidió que probablemente lo mejor era no mencionar este detalle.

Dos cuadris de seguridad de la Estación les esperaban en la bodega de carga. Como aquélla era la sección de la Estación Graf que contaba con campos gravitatorios generados artificialmente para la comodidad y la salud de sus visitantes y de los residentes planetarios, la pareja ocupaba asientos personales flotantes con el escudo de Seguridad de la Estación en los costados. Los flotadores eran gruesos cilindros, de diámetro apenas mayor que la anchura de los hombros de un hombre, lo que causaba el efecto de que las personas cabalgaran en bañeras levitatorias o, tal vez, en el mortero volador mágico de la Baba Yaga del folklore barrayarés.

Bel hizo un gesto al sargento cuadrúmano y murmuró un saludo mientras desembocaban en la resonante caverna de la bodega de atraque. El sargento devolvió el saludo, evidentemente tranquilizado, y dedicó toda su atención a los peligrosos barrayareses. Como los peligrosos barrayareses miraban tan boquiabiertos como cualquier otro turista Miles esperó que el tipo se mostrara pronto menos receloso.

—Esta compuerta de personal de aquí —Bel señaló el lugar por el que acababan de entrar— fue la que abrió la persona no autorizada. El reguero de sangre acababa aquí, en un charco. Empezaba —Bel cruzó la bodega hacia la pared de la derecha— a unos metros de distancia, no lejos de la puerta de la siguiente bodega. Ahí es donde se encontró el charco de sangre más grande.

Miles caminó detrás de Bel, estudiando la cubierta. La habían limpiado, puesto que habían pasado varios días desde el accidente.

—¿Lo vio usted mismo, práctico Thorne?

—Sí, aproximadamente una hora después de que la encontraran. La multitud se había congregado ya, pero Seguridad se portó muy bien y consiguió mantener la zona sin contaminar.

Miles hizo que Bel le mostrara toda la bodega, detallando todas las salidas. Era un lugar estándar, utilitario, sin decoración, práctico: unos cuantos aparatos de carga permanecían silenciosos en el extremo opuesto, cerca de una cabina de control hermética y oscura. Miles pidió a Bel que la abriera y le permitiera echar un vistazo a su interior. Ekaterin también deambuló por la bodega, visiblemente satisfecha de poder estirar las piernas después de varios días encogida en la Kestrel. Su expresión, mientras observaba el espacio frío y resonante, era pensativamente nostálgica, y Miles sonrió orgulloso.

Regresaron al lugar donde la sangre indicaba que le habían cortado la garganta al teniente Solian, y discutieron los detalles de las manchas y charcos de sangre. Roic observó con vivo interés profesional. Miles hizo que uno de sus guardias cuadris le prestara su bañera flotante; desprovisto de su concha, el cuadri se sentó en la cubierta sobre sus cuartos traseros y sus brazos inferiores, como un sapo grande y enfadado. Contemplar la locomoción cuadrúmana en un campo de gravedad, sin flotador, era algo perturbador. Los cuadris, o bien avanzaban a cuatro manos, sólo algo más ágiles que una persona a cuatro patas, o conseguían un avance irregular, con los codos hacia fuera y caminando erguidos como un pollo sobre sus manos inferiores. Ambas formas parecían extrañas y forzadas, comparadas con la gracia y agilidad que tenían en cero-ge.

Como Miles calculó a ojo que Bel tenía la complexión de un komarrés, le hizo cooperar haciendo de cadáver, y trataron de resolver el problema de una persona en una silla flotante trasladando hasta la compuerta los setenta kilos o más de carne inerte. Bel no estaba tan delgado y atlético como antes, además; las, ah, masas añadidas hicieron que a Miles le resultara más difícil volver a su antiguo hábito inconsciente de pensar en Bel por defecto como varón. Probablemente daba lo mismo. A Miles le resultó extremadamente difícil, con las piernas torpemente dobladas en un asiento que no estaba diseñado para ellas, intentar mantener una mano en los controles de la silla flotadora más o menos a la altura de la entrepierna y agarrar al mismo tiempo la ropa de Bel. El hermafrodita trató de dejar colgando un brazo o una pierna artísticamente por el lado; Miles dejó de verter agua en la manga de Bel para tratar de reproducir las manchas.

Ekaterin lo hizo un poco mejor que él, y Roic, sorprendentemente, peor. Su mayor fuerza quedó contrarrestada por la incomodidad de tener que introducir su tamaño superior en aquel espacio parecido a una tacita, con las rodillas hacia arriba, y tratar de manejar los controles con tantas restricciones. El sargento cuadri lo consiguió sin dificultad, pero luego le lanzó una mirada fulminante a Miles.

Bel explicó que no era difícil encontrar flotadores, pues eran considerados de propiedad pública, aunque los cuadris que pasaban mucho tiempo en la parte con gravedad a veces eran dueños de sus propios modelos personalizados. Los cuadrúmanos tenían filas de flotadores en las puertas de acceso entre las secciones con gravedad y las de caída libre de la estación, para que cualquiera pudiera tomarlos y usarlos, y dejarlos de nuevo al regresar. Estaban numerados para su mantenimiento pero, por lo demás, no se les seguía la pista. Al parecer, cualquiera podía conseguir un flotador simplemente acercándose y tomándolo, incluso los soldados barrayareses borrachos de permiso.

—Cuando llegamos a la primera abrazadera de atraque del otro lado, advertí la presencia de un montón de naves pequeñas en el exterior de la Estación: impulsores, vainas personales, voladores para el interior del sistema… —le dijo Miles a Bel—. Se me ocurre que alguien podría haber recogido el cadáver de Solian poco después de que fuera expulsado por la compuerta, para eliminarlo sin dejar huella. Ahora podría estar en cualquier parte: una compuerta estanca, o en montoncitos de un kilo, o archivado para que se momifique en el hueco de cualquier asteroide. Lo cual ofrece una explicación alternativa de por qué no lo han encontrado flotando por ninguna parte. Pero para ese supuesto harían falta al menos dos personas con un plan previo, o un asesino espontáneo que actuara muy rápidamente. ¿De cuánto tiempo dispondría una sola persona entre el momento de rebanar el cuello y la recogida?

Bel, alisándose el uniforme y el pelo después del último arrastre por la bodega, frunció los labios.

—Puede que transcurrieran cinco o diez minutos entre el momento en que la compuerta cumplió su ciclo y el momento en que el guardia de seguridad llegó para comprobarlo. Tal vez veinte minutos máximo antes de que todo tipo de gente se pusiera a mirar al exterior. En treinta minutos… sí, una persona podría haber arrojado el cuerpo, corrido a otra bodega, saltado a una nave pequeña y dado la vuelta para recogerlo otra vez.

—Bien. Consígame una lista de todo lo que salió por cualquier compuerta durante ese periodo de tiempo. —Por los guardias cuadrúmanos que escuchaban, se acordó de añadir un formal—: Si es posible, práctico Thorne.

—Por supuesto, lord Auditor Vorkosigan.

—Resulta muy raro tomarse todas esas molestias para eliminar el cuerpo para luego dejar la sangre, ¿no? ¿Falta de tiempo? ¿Intentó volver para limpiar pero fue demasiado tarde? ¿Algo muy, muy extraño que ocultar respecto al cadáver?

Tal vez sólo pánico ciego, si el asesinato no había sido planeado con antelación. Miles podía imaginar a alguien que no fuera espacial empujando un cuerpo por una compuerta, y advirtiendo sólo entonces que aquél no era un buen escondite. Pero eso no encajaba exactamente con hacerse rápidamente con una nave y recogerlo otra vez. Y ningún cuadrúmano podía ser considerado no espacial.

Suspiró.

—Esto no nos está llevando a ninguna parte. Vayamos a charlar de nuevo con mis idiotas.

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