Durante la cena se conversó mucho sobre cómo se le había ocurrido a Marta la idea de hacer las figuras, también sobre las dudas, los temores y las esperanzas que ocuparon la casa y la alfarería en aquellos últimos días y, pasando a cuestiones prácticas, se calcularon los tiempos necesarios para cada fase de la producción y los respectivos factores de seguridad, diferentes unos y otros de las fabricaciones a que estaban habituados, Todo depende de la cantidad que se nos encargue, nos convendría que no fuera ni de más ni de menos, algo así como pretender sol para la era y lluvia para la huerta, que se decía en los tiempos en que no existían los invernaderos de plástico, comentó Cipriano Algor. Después de retirar el mantel de la mesa, Marta enseñó al marido los esbozos que había hecho, las tentativas, los experimentos de color, la vieja enciclopedia de donde había copiado los modelos, a primera vista parecía poquísimo trabajo para tan grandes ansiedades, pero es necesario comprender que en las circunnavegaciones de la vida un viraje ameno para unos puede ser para otros una tempestad mortal, todo depende del calado del barco y del estado de las velas. En el dormitorio, con la puerta cerrada, Marcial pensó que no valía la pena pedir explicaciones a Marta por no haberle informado de la idea de los muñecos, en primer lugar porque esas aguas hacía horas que habían pasado bajo el puente y por tanto arrastrado en su curso el despecho y el mal humor, en segundo lugar porque le apocaban preocupaciones mucho más serias que las de sentirse o imaginarse desconsiderado. Preocupaciones más serias y no menos urgentes. Cuando un hombre regresa a casa y a la mujer después de una privación de diez días, siendo joven como es este Marcial, o, en caso de ser mayor, si todavía no pudo la edad abatirle el ánimo amatorio, lo natural es que quiera dar satisfacción inmediata al temblor de los sentidos, dejando la conversación para después. En general, las mujeres no están de acuerdo. Si el tiempo no urge especialmente, si, al contrario, La noche es nuestra, y quien dice la noche, dice la tarde o la mañana, lo más seguro es que la mujer prefiera que el acto amoroso se inicie con una charla pausada, sin prisas, y mientras sea posible ajena a esa idea fija que, semejante a un trompo zumbador, gira en la cabeza del hombre. Como un cántaro profundo que lentamente se llena, la mujer se va aproximando al hombre poco a poco, o, tal vez con más exactitud, lo va aproximando, hasta que la urgencia de uno y la ansiedad del otro, ya declaradas, ya coincidentes, ya inaplazables, hagan subir cantando el agua unánime. Hay excepciones, sin embargo, como es este caso de Marcial que, por mucho que quisiese empujar a Marta hacia la cama, no podría hacerlo mientras no vaciara el pesado saco de las preocupaciones que carga, no desde el Centro, no desde la conversación que había mantenido con el suegro durante el camino, sino desde la casa de los padres. También esta vez la primera palabra iba a ser dicha por Marta, Es posible que los perros no te conozcan, Marcial, pero tu mujer te conoce, No quiero hablar de eso, Debemos hablar de lo que duele, Fui estúpido e injusto, Vamos a dejar a un lado lo de estúpido, porque no lo eres, quedémonos con lo de injusto, Ya lo he reconocido, Tampoco fuiste injusto, No compliquemos las cosas, Marta, por favor, lo pasado, pasado está, Las cosas que parecen haber pasado son las únicas que nunca acaban de pasar, los injustos hemos sido nosotros, Nosotros, quiénes, Mi padre y yo, sobre todo yo, mi padre tiene una hija casada y miedo de perderla, no necesita otra justificación, Y tú, Yo soy quien no tiene disculpa, Por qué, Porque te quiero, y a veces, demasiadas veces, doy la impresión de olvidar, o incluso se me olvida, que eres una persona concreta, completa en el ser que eres, que debo este amor no a alguien que tenga que contentarse con un sentimiento medio difuso que poco a poco se irá resignando, como si de un inapelable destino se tratase, a su propia y mortal carencia, El matrimonio es eso, las personas viven así, fíjate en mis padres, Todavía tengo otra culpa, No sigas, por favor, Vamos hasta el final, Marcial, ahora ya vamos hasta el final, Por favor, Marta, No quieres que siga porque adivinas lo que tengo que decirte, Por favor, Cuando dijiste que a ti ni los perros te conocen, estabas diciéndole a tu mujer que ella no sólo no te conoce, sino que no ha hecho nada para conocerte, bueno, digamos casi nada, No es verdad, tú me conoces, nadie me conoce mejor que tú, Sólo lo suficiente para comprender el sentido de tus palabras, pero no fui más inteligente que mi padre, que las comprendió tan rápido como yo, De entre nosotros dos, la persona adulta eres tú, yo todavía no paso de ser un niño, Quizá tengas razón, por lo menos estás dándome la razón a mí, pero ni esta maravillosa adulta que soy, ni esta sensatísima mujer de Marcial Gacho fueron capaces de entender, cuando debían, lo que representa una persona capaz de tener la sencillez y la honestidad de decir de sí mismo que es un niño, No siempre seré así, No serás así siempre, por eso, mientras llegue la hora, tendré que hacer todo cuanto esté a mi alcance para comprenderte como eres, y probablemente llegar a la conclusión de que, en ti, ser un niño es, a fin de cuentas, una forma diferente de ser adulto, Si seguimos así dejaré de saber quién soy, Mi padre te diría que ésa es una de las cosas que nos suceden muchas veces en la vida, Me parece que comienzo a entenderme con tu padre, No te imaginas, o sí te lo imaginas, qué feliz me hace eso. Marta tomó las manos de Marcial y las besó, después las apretó contra su pecho, A veces, dijo, deberíamos regresar a ciertos gestos de ternura antiguos, Qué sabes tú de eso, no viviste en los tiempos de la reverencia y el besamanos, Leo lo que cuentan los libros, es lo mismo que haber estado allí, de todos modos no era en besamanos y reverencias en lo que pensaba, Eran costumbres diferentes, modos de sentir y de comunicar que ya no son los nuestros, Aunque te pueda parecer extraña la comparación, los gestos, para mí, más que gestos son dibujos hechos por el cuerpo de uno en el cuerpo de otro. La invitación era explícita, pero Marcial hizo como que no había entendido, aunque comprendiese que había llegado el momento de atraer a Marta hacia sí, de acariciarle el pelo, de besarle despacio la cara, los párpados, suavemente, como si no sintiese deseo, como si estuviese sólo distraído, gran equivocación será pensar así, lo que en estas ocasiones sucede es que el deseo ha tomado posesión absoluta del cuerpo para servirse de él, perdónese el materialista y utilitario símil, como si de una herramienta de uso múltiple se tratara, tan habilitada para pulir como para labrar, tan potente para emitir como para recibir, tan minuciosa para contar como para medir, tan activa para subir como para bajar. Qué te pasa, preguntó Marta, súbitamente paralizada, Nada importante, sólo unos pequeños contratiempos, Cuestiones de trabajo, No, Entonces, qué, Es tan poco el tiempo que ya tenemos para estar juntos, y para colmo vienen a meterse en nuestra vida, No vivimos en una redoma, He pasado por casa de mis padres, Algún accidente, alguna complicación. Marcial movió la cabeza negativamente y prosiguió, Empezaron mostrándose muy interesados en saber si tengo noticias de cuándo voy a ser ascendido a guarda residente, y yo respondí que no, que ni siquiera hay razones seguras para afirmar que eso vaya a ocurrir, Es casi seguro, Sí, casi seguro, pero hasta no tener el pájaro en la mano, Está volando, y luego, Dieron unos cuantos rodeos, y yo sin saber adonde querían llegar, hasta que finalmente me anunciaron su gran idea, Y cuál es esa gran idea, Están pensando nada más y nada menos en vender la casa y venirse a vivir con nosotros, Con nosotros, dónde, En el Centro, Estoy oyendo bien, tus padres se quieren ir a vivir al Centro, con nosotros, Eso mismo, Y tú, qué les dijiste, Empecé haciéndoles notar que todavía era pronto para pensar en eso, pero me respondieron que vender una casa tampoco es cosa que se haga de hoy para mañana, que no iba a ser después de que estemos instalados, tú y yo, cuando se pusieran a buscar comprador, Y tú qué les dijiste, Pensando que liquidaba el asunto, les dije que teníamos intención de llevarnos a tu padre cuando nos mudásemos, para que no se quedara aquí solo, sobre todo ahora que la alfarería está pasando un momento de crisis, Les comentaste eso, Sí, pero no atendieron a razones, poco faltó para que se pusieran a dar voces, llorando, hablo de mi madre, claro, mi padre no es de sentimentalismos, lo que hizo fue protestar y echar pestes, qué clase de hijo soy yo que pongo las conveniencias de personas que no son de mi sangre por encima de las necesidades de mis propios progenitores, dijeron eso mismo, progenitores, no sé de dónde sacaron la palabra, que nunca podrían imaginar que algún día oirían de mi boca que reniego de aquellos a quienes debo la vida, aquellos que me criaron y educaron, que es bien cierto que casamiento alejamiento, pero que desprecios no estaban dispuestos a admitir, y que desde luego no me molestase, que por ahora todavía no necesitaban andar por las calles pidiendo limosna, pero que no me olvidase de que el remordimiento siempre acaba llegando, que si no viene durante la vida, vendrá después de la muerte, y ése es todavía peor, y que ojalá no tenga yo hijos que me castiguen por la inhumanidad con que he tratado hoy a mis padres, Fue la frase final, No sé si fue la frase final, se me olvidarán algunas, cortadas por el mismo patrón, Deberías haberles explicado que no merecía la pena que se preocuparan, sabes bien que mi padre no quiere vivir en el Centro, Sí, pero preferí no hacerlo, Por qué, Sería darles pie a pensar que son los únicos en el terreno, Si insisten, no tendrás otro remedio, Será suficiente con que no acepte el ascenso, sólo necesitaría encontrar una razón que consiguiera convencer al Centro, Dudo de que la encuentres. Estaban sentados en la cama, podían tocarse, pero el momento de las caricias había pasado, aparentemente andaba tan lejos de allí como el tiempo del besamanos y la reverencia, o incluso de aquel otro momento en que dos manos de hombre fueron besadas, y luego cobijadas en el seno de la mujer. Marcial dijo, Sé que no está bien que un hijo haga una declaración de éstas, pero la verdad es que no quiero vivir con mis padres, Por qué, Nunca nos entendimos, ni yo a ellos, ni ellos a mí, Son tus padres, Sí, son mis padres, aquella noche se fueron a la cama y les apeteció, de ahí nací, cuando era pequeño recuerdo haberles oído comentar, como quien se divierte contando un buen chiste, que él, en esa ocasión, estaba borracho, Con vino o sin vino, de eso nacemos todos, Reconozco que es una exageración, pero me repugna pensar que mi padre estaba borracho cuando me engendró, es como si yo fuese hijo de otro hombre, es como si aquel que realmente debería haber sido mi padre no hubiese podido serlo, como si su lugar hubiese sido ocupado por otro hombre, este a quien hoy le he oído decir que ojalá me castiguen mis hijos, No fue exactamente así como él se expresó, Pero fue exactamente como lo pensó. Marta sostuvo la mano izquierda de Marcial, la apretó entre las suyas, y murmuró, Todos los padres fueron hijos, muchos hijos acaban siendo padres, pero unos se olvidan de que lo fueron, y a los otros no hay nadie que pueda explicarles lo que serán, No es fácil de entender, Ni yo misma lo entiendo, me ha salido así, no hagas caso, Vamos a acostarnos, Vamos. Se desnudaron y se metieron en la cama. El momento de las caricias volvió a entrar en el dormitorio, pidió disculpas por haberse demorado tanto ahí fuera, no encontraba el camino, se justificó, y, de repente, como les sucede algunas veces a los momentos, se hizo eterno. Un cuarto de hora después, todavía enlazados los cuerpos, Marta murmuró, Marcial, Qué, preguntó él soñoliento, Tengo dos días de retraso.


En el resguardado silencio del dormitorio, entre las sábanas revueltas por la amorosa agitación de todavía hace poco, el hombre oyó a su mujer comunicarle que tiene atrasada la menstruación dos días, y la noticia se le apareció como algo inaudito y definitivamente asombroso, especie de segundo fíat lux en una época en que el latín ha dejado de ser usado y practicado, un surge et ambula vernáculo que no tiene idea de adonde va y por eso mismo asusta. Marcial Gacho, que apenas una hora antes, o ni tanto, en lance de conmovedor abandono raramente acontecible en el sexo masculino, se había confesado niño, era, al final, sin imaginarlo, padre embrionario desde hace unas semanas, lo que demuestra una vez más que nunca nos deberíamos sentir seguros de aquello que pensamos ser porque, en ese momento, pudiera muy bien ocurrir que ya estemos siendo cosa diferente. Casi todo lo que Marta y Marcial se dijeron el uno al otro según avanzaba la noche, antes de dormirse de puro cansancio, está descrito en mil y una historias de parejas con hijos, pero el análisis concreto de la situación concreta en que este matrimonio se encuentra no deja pasar sin examen ciertas cuestiones que le son particulares, como la disminuida posibilidad de Marta para seguir soportando la dureza del trabajo en la alfarería y, sin solución de momento porque depende del esperado ascenso, la duda acerca de si el niño nacerá antes o después del traslado al Centro. Alegó Marta, sobre la primera de estas cuestiones, que no creía que su madre, la fallecida Justa Isasca, que había trabajado sin descanso hasta su último día, decidiese disfrutar de los regalos de una ociosidad total sólo por el hecho de estar embarazada, Yo misma podría dar testimonio de eso si recuperase la memoria de los nueve meses que viví dentro de ella, Es imposible que una criatura que está en la barriga de la madre pueda saber lo que sucede fuera, respondió Marcial bostezando, Supongo que será así, pero por lo menos tienes que reconocer que sería perfectamente natural que el niño conociese íntimamente lo que va sucediendo en el cuerpo de la madre, el problema, en mi opinión, está en la memoria, Si ni siquiera nos acordamos de lo que sufrimos en el tránsito del nacimiento, Es ahí, probablemente, donde perdemos la primera de todas las memorias, Estás fantaseando, dame un beso. Antes de esta delicada conversación y de este beso, Marcial había expresado vehementes votos para que el traslado al Centro se realizase antes del nacimiento, Tendrás la mejor asistencia médica y de enfermería que alguna vez pudieras imaginar, no existe nada que se le parezca, ni de lejos ni de cerca, y tanto en medicina como en cirugía, Cómo sabes todo eso, si nunca has estado en el hospital del Centro, ni probablemente hayas entrado, Conozco a alguien que ha estado internado, un superior mío que entró casi muriéndose y salió como nuevo, hasta hay gente de fuera que se busca enchufes para que la admitan, pero las normas son inflexibles, Quien te oiga creerá que en el Centro no muere nadie, Se muere, claro, pero la muerte se nota menos, Es una ventaja, no hay duda, Verás cuando estemos allí, Veré qué, que la muerte se nota menos, eso es lo que quieres decir, No estaba hablando de la muerte, Sí que estabas, La muerte no me interesa para nada, estaba hablando de ti y de nuestro hijo, del hospital donde lo vas a tener, Si tu nombramiento no se retrasa demasiado, Si no me ascienden en nueve meses, no me ascenderán nunca, Dame un beso, guarda interno, y vamos a dormir, Toma el beso, pero hay una cuestión de la que todavía necesitamos hablar, Cuál, Que a partir de hoy trabajarás menos en la alfarería y dentro de dos o tres meses lo dejas definitivamente, Crees que mi padre podrá hacer el trabajo solo, sobre todo si el Centro nos encarga el pedido de las figuras, Se contrata a alguien para que lo ayude, Bien sabes que ésos serían pasos perdidos, nadie quiere trabajar en alfarerías, Tu estado, Mi estado, qué, mi madre trabajó siempre mientras estuvo embarazada de mí, Cómo lo sabes, Me acuerdo. Se rieron ambos, después Marta propuso, Por ahora no hablaremos de esto a mi padre, él se pondría contentísimo, pero es preferible que no se lo digamos, Por qué, No sé, andan demasiadas cosas rondando en esa cabeza, La alfarería, La alfarería es sólo una de ellas, El Centro, El Centro también, el encargo que harán o no harán, la loza que es necesario retirar, pero hay otras cuestiones, la historia de un cántaro al que se le soltó el asa, por ejemplo, ya te lo contaré. Marta fue la primera en dormirse. Marcial ya no estaba tan asustado, más o menos sabía por qué camino tendría que ir después del nacimiento, y cuando, pasada casi media hora, el sueño le tocó con sus dedos de humo, se dejó llevar ya con el espíritu en paz, sin resistencia. Su último pensamiento consciente fue para preguntarse si Marta le habría hablado realmente del asa de un cántaro, Qué disparate, debo de estar soñando, pensó. Fue el que menos durmió, pero fue el primero en despertarse. La luz del amanecer se filtraba por los resquicios de las contraventanas. Vas a tener un hijo, se dijo a sí mismo, y repitió, un hijo, un hijo, un hijo. Luego movido por una curiosidad sin deseo, casi inocente, si es que todavía hay inocencia en ese lugar del mundo al que llamamos cama, levantó las mantas para mirar el cuerpo de Marta. Estaba vuelta hacia él, con las rodillas un poco dobladas. La parte inferior del camisón se le enrollaba en la cintura, la blancura del vientre apenas se distinguía en la penumbra y desaparecía completamente en la zona oscura del pubis. Marcial dejó caer las mantas y comprendió que el momento de las caricias no se había retirado, había permanecido a pie firme en el dormitorio durante toda la noche, y allí continuaba, a la espera. Probablemente tocada por el aire frío que se desplazó con el movimiento de la ropa de cama, Marta suspiró y cambió de posición. Como un pájaro tanteando suavemente el sitio para su primer nido, la mano izquierda de Marcial, leve, apenas le rozaba el vientre. Marta abrió los ojos y suspiró, después dijo juguetona, Buenos días, señor padre, pero su expresión cambió de repente, acababa de darse cuenta de que no estaban solos en el dormitorio. El momento de las caricias se insinuaba entre ellos, se metía entre las sábanas, no sabía decir explícitamente lo que quería, mas le satisficieron la voluntad.

Cipriano Algor ya andaba por fuera. Durmió mal pensando si recibiría hoy la respuesta del jefe del departamento de compras, y qué respuesta seria, si positiva, si negativa, si reticente, si dilatoria, pero lo que le hizo perder el sueño por completo durante algunas horas fue una idea que le brotó en la cabeza en medio de la noche y que, como todas las que nos asaltan en horas muertas de insomnio, creyó que era extraordinaria, magnífica, y hasta, en el caso que nos ocupa, golpe de un talento negociador que merecía todos los aplausos. Al despertar de las escasas dos horas de inquieto sueño que el cuerpo desesperado había podido sustraer a su propia extenuación, percibió que la idea, finalmente, no valía nada, que lo más prudente sería no alimentar ilusiones acerca de la naturaleza y del carácter de quien maneja la vara de mando, y que cualquier orden procedente de quien esté investido de una autoridad por encima de lo común deberá ser considerada como si del más irrefutable dictamen del destino se tratara. En verdad, si la simplicidad es una virtud, ninguna idea podría ser más virtuosa que ésta, como en seguida se apreciará, Señor jefe de departamento, diría Cipriano Algor, estuve pensando en lo que me dijo sobre las dos semanas para retirar la loza que le está ocupando espacio en el almacén, en aquel momento no reflexioné, probablemente debido a la emoción que sentí al comprender que había una leve esperanza de seguir siendo proveedor del Centro, pero después me puse a pensar, a pensar, y vi que no es tan fácil, que es hasta imposible, satisfacer al mismo tiempo dos obligaciones, es decir, retirar la loza y hacer las figuras, sí, bien sé que todavía no ha dicho que las encargará pero, suponiendo que lo haga, se me ocurrió, por mero espíritu previsor, proponerle una alternativa que sería dejar libre la primera semana para poder avanzar en la fabricación de las figuras, retirar la mitad de la loza en la segunda semana, volver a las figurillas en la tercera y rematar el transporte de la loza en la cuarta, ya lo sé, ya lo sé, no necesita decírmelo, no ignoro que hay otra opción, esa que sería comenzar por la loza en la primera semana, y después ir alternando, siguiendo la secuencia, ora figuras, ora loza, ora figuras, pero creo que en este caso particular se deberían tener en consideración los factores psicológicos, todo el mundo sabe que el estado de espíritu del creador no es el mismo que el del destructor, de aquel que destruye, si yo pudiese comenzar por las figurillas, es decir, por la creación, y más en la excelente disposición de ánimo en que me encuentro, aceptaría con otro coraje la dura tarea de tener que destruir los frutos de mi propio trabajo, que es no tener a quien venderlos lo mismo que destruirlos, y, peor todavía, no encontrar a quien los quiera, incluso regalados. Este discurso, que a las tres de la madrugada le parecía a su autor que contenía una lógica irresistible, se tornó absurdo con el primer rayo de la mañana, y definitivamente ridículo bajo la denunciadora luz del sol. En fin, que lo que tenga que ser, será, dijo el alfarero al perro Encontrado, el diablo no acecha siempre tras la puerta. A causa de la manifiesta diferencia de conceptos y de la distinta naturaleza de los vocabularios de uno y otro, no podía Encontrado aspirar siquiera a una mera comprensión preliminar de lo que el dueño pretendía comunicarle, y en cierto modo menos mal que así era, porque, condición indispensable para pasar al siguiente grado de entendimiento, tendría que ser preguntarle qué era eso del diablo, figura, entidad o personaje, como se supone, ausente del mundo espiritual canino desde el principio de los tiempos, y ya se está viendo que, haciéndose una pregunta de éstas nada más comenzar, la discusión no tendría fin. Con la aparición de Marta y de Marcial, insólitamente risueños, como si esta vez la noche los hubiera premiado con algo más que el acostumbrado desahogo de los deseos acumulados durante los diez días de separación, Cipriano Algor despidió los últimos restos de mal humor, y, acto seguido, por mérito de recorridos mentales fácilmente delineables para quien conociese la premisa y la conclusión, se encontró pensando en Isaura Estudiosa, en ella en persona, pero también en el nombre que usa, que no se entiende por qué tendremos que seguir llamándola Estudiosa, si ese Estudioso le vino del marido, y él está muerto. En la primera ocasión, pensó el alfarero, no me olvidaré de preguntarle cuál es su apellido, el suyo propio, el de origen, el de familia. Absorto en la grave decisión que acababa de tomar, diligencia de las más temerarias en el territorio reservado del nombre, de hecho no es la primera vez que una historia de amor, por ejemplo, por hablar sólo de éstas, comienza por la fatal pregunta, Cuál es su nombre, preguntó ella, Cipriano Algor no reparó en seguida en que Marcial y el perro estaban confraternizando y jugando como viejos amigos que no se veían desde hacía mucho tiempo, Era el uniforme, decía el yerno, y Marta repetía, Era el uniforme. El alfarero los miró con extrañeza, como si todas las cosas del mundo hubiesen cambiado de repente de sentido, tal vez sería por haber pensado en la vecina Isaura más por el nombre que tenía que por la mujer que era, realmente no es común, incluso en pensamientos distraídos, cambiar una cosa por otra, salvo si se trata de una consecuencia de haber vivido mucho, a lo mejor hay cosas que sólo comenzamos a entender cuando llegamos allá, Llegamos allá, adonde, A la edad. Cipriano Algor se alejó en dirección al horno, iba murmurando una cantinela sin significado, Marta, Marcial, Isaura, Encontrado, después en orden diferente, Marcial, Isaura, Encontrado, Marta, y todavía otro, Isaura, Marta, Encontrado, Marcial, y otro, Encontrado, Marcial, Marta, Isaura, finalmente les unió su propio nombre, Cipriano, Cipriano, Cipriano, lo repitió hasta perder la cuenta de las veces, hasta sentir que un vértigo lo lanzaba fuera de sí mismo, hasta dejar de comprender el sentido de lo que estaba diciendo, entonces pronunció la palabra horno, la palabra alpendre, la palabra barro, la palabra moral, la palabra era, la palabra farol, la palabra tierra, la palabra lefia, la palabra puerta, la palabra cama, la palabra cementerio, la palabra asa, la palabra cántaro, la palabra furgoneta, la palabra agua, la palabra alfarería, la palabra hierba, la palabra casa, la palabra fuego, la palabra perro, la palabra mujer, la palabra hombre, la palabra, la palabra, y todas las cosas de este mundo, las nombradas y las no nombradas, las conocidas y las secretas, las visibles y las invisibles, como una bandada de aves que se cansase de volar y bajara de las nubes fueron posándose poco a poco en sus lugares, llenando las ausencias y reordenando los sentidos. Cipriano Algor se sentó en un viejo banco de piedra que el abuelo mandó colocar al lado del horno, apoyó los codos en las rodillas, la cara entre las manos juntas y abiertas, no miraba la casa ni la alfarería, ni los campos que se extendían más allá de la carretera, ni los tejados de la aldea a su derecha, miraba sólo el suelo sembrado de minúsculos fragmentos de barro cocido, la tierra blancuzca y granulosa que aparecía por debajo, una hormiga extraviada que erguía entre las mandíbulas potentes una argaya de dos veces su tamaño, el recorte de una piedra por donde la fina cabeza de una lagartija espiaba, para luego desaparecer. No tenía pensamientos ni sensaciones, era sólo el mayor de aquellos pedacitos de barro, un terrón seco que una leve presión de dedos bastaría para desmoronar, una argaya que se soltó de la espiga y era transportada por el azar de una hormiga, una piedra donde de vez en cuando se refugiaba un ser vivo, un escarabajo, o una lagartija, o una ilusión. Encontrado pareció surgir de la nada, no estaba allí y de repente pasó a estar, puso bruscamente las patas sobre las rodillas del dueño, descomponiéndole la postura de contemplador de las vanidades del mundo que pierde su tiempo, o cree ganarlo, haciéndole preguntas a las hormigas, a los escarabajos y a las lagartijas. Cipriano Algor le pasó la mano por la cabeza y le hizo otra pregunta, Qué quieres, pero Encontrado no respondió, sólo jadeaba y abría la boca, como si sonriese ante la inanidad de la cuestión. Fue en ese momento cuando se oyó la voz de Marcial, llamando, Padre, venga, el desayuno está listo. Era la primera vez que el yerno hacía tal cosa, algo anormal debía de estar sucediendo en la casa y en la vida de esos dos, y él no conseguía entender qué sería, imaginó a la hija diciendo, Llámalo tú, o incluso, suceso todavía más extraordinario, Marcial anticipándose, Yo lo llamo, alguna explicación tendrá que haber para esto. Se levantó del banco, hizo otra caricia en la cabeza del perro, y se pusieron en marcha. No reparó Cipriano Algor en que la hormiga nunca más volverá a pisar el camino de vuelta al hormiguero, todavía conserva la argaya violentamente apretada entre las mandíbulas, pero la jornada se le acabó allí, la culpa la tuvo el zangolotino de Encontrado, que no ve dónde pone los pies.

Mientras desayunaban, Marcial, como si estuviese respondiendo a una pregunta, informó de que había telefoneado a los padres para decirles que un trabajo urgente le impediría almorzar con ellos, Marta, a su vez, opinó que el transporte de loza no debería empezar hoy, Así pasaríamos el día juntos, es de suponer que teniendo dos semanas la diferencia de un día no será tan grave, Cipriano Algor observó que también lo había pensado, sobre todo debido al jefe del departamento, que podría telefonear a cualquier hora, Y es necesario que esté aquí para atenderlo. Marta y Marcial se cruzaron una mirada de duda, y él dijo con cautela, Si yo me encontrase en su lugar y sabiendo cómo funciona el Centro, no estaría tan confiado, Acuérdate de que fue él mismo quien admitió la posibilidad de darme la respuesta hoy, Aun así, podían haber sido sólo palabras dichas con la boca pequeña, de esas a las que no se da mucha importancia, No se trata de estar confiado o no, cuando el poder de decidir está en las manos de otras personas, cuando moverlas en un sentido o en otro no depende de nosotros, lo único que resta es aguantar. No tuvieron que esperar mucho tiempo, el teléfono sonó cuando Marta quitaba la mesa. Cipriano Algor se precipitó, tomó el auricular con una mano que temblaba, dijo, Alfarería Algor, al otro lado alguien, secretaria o telefonista, preguntó, Es el señor Cipriano Algor, El mismo, Un momento, le paso al señor jefe de departamento, durante un arrastradísimo minuto el alfarero tuvo que escuchar la música de violines con que se rellenan, con maníaca insistencia, estas esperas, iba mirando a la hija, pero era como si no la viese, al yerno, pero era como si no estuviese allí, de súbito la música cesó, la comunicación se había realizado, Buenos días, señor Algor, dijo el jefe del departamento de compras, Buenos días, señor, ahora mismo le estaba diciendo a mi hija, y a mi yerno, es su día libre, que, habiéndolo prometido, usted no dejaría de telefonear hoy, De las promesas cumplidas conviene hablar mucho para hacer olvidar las veces que no se cumplieron, Sí señor, Estuve estudiando su propuesta, consideré los diversos factores, tanto los positivos como los negativos, Perdone que le interrumpa, creo haber oído hablar de factores negativos, No negativos en el sentido riguroso del término, mejor diré factores que, siendo en principio neutros, podrán llegar a ejercer una influencia negativa, Tengo cierta dificultad en entender, si no le importa que se lo diga, Me estoy refiriendo al hecho de que su alfarería no tiene ninguna experiencia conocida en la elaboración de los productos que propone, Es verdad, señor, pero tanto mi hija como yo sabemos modelar y, puedo decirle sin vanidad, modelamos bien, y si es cierto que nunca nos dedicamos industrialmente a ese trabajo, ha sido porque la alfarería se orientó a la fabricación de loza desde el principio, Comprendo, pero en estas condiciones no era fácil defender la propuesta, Quiere decir, si me autoriza la pregunta y la interpretación, que la defendió, La defendí, sí, Y la decisión, La decisión tomada fue positiva para una primera fase, Ah, muchas gracias, señor, pero tengo que pedirle que me explique eso de la primera fase, Significa que vamos a hacerle un encargo experimental de doscientas figuras de cada modelo y que la posibilidad de nuevos encargos dependerá obviamente de la manera en que los clientes reciban el producto, No sé cómo se lo podré agradecer, Para el Centro, señor Algor, el mejor agradecimiento está en la satisfacción de nuestros clientes, si ellos están satisfechos, es decir, si compran y siguen comprando, nosotros también lo estaremos, vea lo que sucedió con su loza, se dejaron de interesar por ella, y, como el producto, al contrario de lo que ha sucedido en otras ocasiones, no merecía el trabajo ni la inversión de convencerlos de que estaban errados, dimos por terminada nuestra relación comercial, es muy simple, como ve, Sí señor, es muy simple, ojalá estas figurillas de ahora no tengan la misma suerte, La tendrán más tarde o más pronto, como todo en la vida, lo que ha dejado de tener uso se tira, Incluyendo a las personas, Exactamente, incluyendo a las personas, a mí también me tirarán cuando ya no sirva, Usted es un jefe, Soy un jefe, claro, pero sólo para quienes están por debajo de mí, por encima hay otros jueces, El Centro no es un tribunal, Se equivoca, es un tribunal, y no conozco otro más implacable, Verdaderamente, señor, no sé por qué gasta su precioso tiempo hablando de estos asuntos con un alfarero sin importancia, Le observo que está repitiendo palabras que oyó de mí ayer, Creo recordar que sí, más o menos, La razón es que hay cosas que sólo pueden ser dichas hacia abajo, Y yo estoy abajo, No he sido yo quien lo ha puesto, pero está, Por lo menos todavía tengo esa utilidad, pero si su carrera progresa, como sin duda sucederá, muchos más quedarán debajo de usted, Si tal ocurre, señor Cipriano Algor, para mí se volverá invisible, Como dijo usted hace poco, así es la vida, Así es la vida, pero por ahora todavía soy yo quien firmará el encargo, Señor, tengo una cuestión que someter a su criterio, Qué cuestión es ésa, Me refiero a la retirada de la loza, Eso ya está decidido, le he dado un plazo de quince días, Es que se me ha ocurrido una idea, Qué idea, Como nuestro interés, el nuestro y el del Centro, está en despachar el encargo lo más rápidamente posible, ayudaría mucho que pudiésemos alternar, Alternar, Quiero decir, una semana para sacar de ahí la loza, otra para trabajar en las estatuillas, y así sucesivamente, Pero eso significaría que tardaría un mes en limpiarme el almacén, en vez de quince días, Sí, sin embargo, ganaríamos tiempo para ir adelantando el trabajo, Dijo una semana loza, otra semana estatuillas, Sí señor, Hagámoslo entonces de otra manera, la primera semana será para las figuras, la siguiente para la loza, en el fondo es una cuestión de psicología aplicada, construir siempre es más estimulante que destruir, No me atrevía a pedirle tanto, señor, es mucha bondad la suya, Yo no soy bueno, soy práctico, cortó el jefe de compras, Tal vez la bondad también sea una cuestión práctica, murmuró Cipriano Algor, Repita, no he entendido bien lo que ha dicho, No haga caso, señor, no era importante, Sea como sea, repita, Dije que tal vez la bondad sea también una cuestión práctica, Es una opinión de alfarero, Sí señor, pero no todos los alfareros la tendrían, Los alfareros se están acabando, señor Algor, Opiniones de éstas, también. El jefe del departamento no respondió en seguida, estaría pensando si valdría la pena seguir divirtiéndose con esta especie de juego del gato y el ratón, pero su posición en el mapa orgánico del Centro le recordó que las configuraciones jerárquicas se definen y se mantienen por y para ser escrupulosamente respetadas, y nunca excedidas o pervertidas, sin olvidar que tratar a los inferiores o subalternos con excesiva confianza siempre va minando el respeto y acaba en licencias, o, queriendo usar palabras más explícitas, sin ambigüedad, insubordinación, indisciplina y anarquía. Marta, que desde hace algunos momentos porfiaba en atraer la atención del padre sin conseguirlo, tan absorto estaba en la disputa verbal, garabateó velozmente en un papel dos preguntas en grandes letras y ahora se las ponía delante de la nariz, Cuáles, Cuántas. Al leerlas, Cipriano Algor se llevó la mano desocupada a la cabeza, su distracción no tenía disculpa, mucho hablar por hablar, mucho argumentar y contraargumentar, y de lo que realmente le interesaba saber sólo conocía una parte, y eso porque el jefe del departamento lo había dicho, a saber, que serían doscientas figuras de cada modelo las encargadas. El silencio no duró tanto cuanto probablemente estará pareciendo, pero hay que volver a recordar que en un instante de silencio, incluso más breve que éste, pueden ocurrir muchas cosas, y cuando, como en el caso presente, es necesario enumerarlas, describirlas, explicarlas para que se llegue a comprender algo que valga la pena del sentido que tengan cada una por sí y todas juntas, en seguida aparecerá alguien esgrimiendo que es imposible, que no cabe el mundo por el ojo de una aguja, cuando lo cierto es que cupo el universo, y mucho más cabría, por ejemplo, dos universos. Pero, usando un tono circunspecto, para que el despertar del dragón durmiente no sea demasiado brusco, es ya tiempo de que Cipriano Algor murmure, Señor, tiempo también de que el jefe del departamento de compras ponga punto final y remate una conversación de la que mañana, por las razones arriba expuestas, tal vez venga a arrepentirse y quiera dar por no sucedida, Bueno, estamos de acuerdo, pueden comenzar el trabajo, la hoja de pedido sale hoy mismo, y, finalmente, tiempo de que Cipriano Algor diga que falta por resolver todavía un pormenor, Y qué pormenor es ése, Cuáles, señor, Cuáles, qué, habló de un pormenor, no de varios, Cuáles de las seis figuras va a encargar, es eso lo que me falta saber, Todas, respondió el jefe de compras, Todas, repitió estupefacto Cipriano Algor, pero el otro ya no lo oía, había colgado. Aturdido, el alfarero miró a la hija, después al yerno, Nunca esperé, he oído lo que he oído y no lo creo, dice que va a encargar doscientas de todas, De las seis, preguntó Marta, Creo que sí, fue eso lo que dijo, todas. Marta corrió hacia el padre y lo abrazó con fuerza, sin una palabra. Marcial también se aproximó al suegro, Las cosas, a veces, van mal, pero después llega un día que sólo trae noticias buenas. Si estuviese Cipriano Algor apenas un pelín más interesado en lo que se decía, si no lo distrajese la alegría del trabajo ahora garantizado, ciertamente no dejaría de querer saber de qué otra u otras buenas noticias había sido este día portador. Por otra parte, el pacto de silencio hace pocas horas acordado entre los prometidos padres casi se rompe allí, de eso se dio cuenta Marta al mover los labios como para decir, Padre, me parece que estoy embarazada, sin embargo consiguió retener las palabras. No lo percibieron Marcial, firme en el compromiso asumido, ni Cipriano, inocente de cualquier sospecha. Es verdad que una tal revelación sólo podría ser obra de quien, además de saber leer los labios, habilidad relativamente común, fuese también capaz de prever lo que ellos van a pronunciar cuando la boca apenas comienza a entreabrirse. Tan raro es este mágico don como aquel otro, en otro lugar hablado, de ver el interior de los cuerpos a través del saco de piel que los envuelve. Pese a la seductora profundidad de ambos temas, propicia a las más suculentas reflexiones, tenemos que abandonarlos inmediatamente para prestar atención a lo que Marta acaba de decir, Padre, haga las cuentas, seis veces doscientos son mil doscientos, vamos a tener que entregar mil doscientas figuras, es mucho trabajo para dos personas y poquísimo tiempo para hacerlo. Lo exagerado del número empalideció la otra buena noticia del día, la probabilidad de un hijo de Marcial y Marta, tenida por cierta, perdió de súbito fuerza, volvió a ser la simple posibilidad de todos los días, el efecto ocasional o intencionado de haberse reunido sexualmente, por vías que llamamos naturales y sin tomar precauciones, un hombre y una mujer. Dijo el guarda interno Marcial Gacho, medio serio medio jocoso, Presiento que a partir de ahora desapareceré del paisaje, espero que al menos no se olviden de que existo, Nunca exististe tanto, respondió Marta, y Cipriano Algor dejó durante un momento de pensar en los mil doscientos muñecos para preguntarse a sí mismo qué estaría queriendo ella decir.


Así que los que viven en el Centro también mueren, dijo Cipriano Algor al entrar en casa con el perro detrás después de haber llevado al yerno a sus obligaciones, Supongo que nadie se habrá imaginado alguna vez lo contrario, respondió Marta, todos sabemos que tienen dentro su propio cementerio, El cementerio no se ve desde la calle, pero el humo, sí, Qué humo, El del crematorio, En el Centro no hay crematorio, No había, pero ahora hay, Quién lo ha dicho, Tu Marcial, cuando entramos en la avenida vi humo saliendo del tejado, era algo de lo que se venía hablando, y se ha cumplido, Marcial me dijo que empezaban a tener problemas de espacio, Lo que me extraña es el humo, casi apostaría a que la tecnología actual ya lo había eliminado, Estarían haciendo experimentos, quemando otras cosas, tal vez cachivaches pasados de moda, como nuestros platos, Deje de pensar en los platos, tenemos mucho trabajo a la espera, He venido lo más deprisa posible, sólo fue dejar a Marcial en la puerta y volver, respondió Cipriano Algor. Omitía el pequeño desvío que le había permitido pasar por delante de la casa de Isaura Estudiosa y no se percataba de que sus palabras sonaban a justificación improvisada, o quizá sabiendo que lo eran, no conseguía evitarlo. Es cierto que le faltó coraje para detener la furgoneta y llamar a la puerta de la viuda de Joaquín Estudioso, pero ésa no fue la única razón por la que, usando una expresión fuerte, se acobardó, lo que temió sobre todo fue el ridículo de encontrarse delante de la mujer sin saber qué decirle y, como tabla de salvación, acabar preguntándole por el cántaro. Una importante duda quedará sin aclaración para siempre jamás, esto es, si Cipriano Algor, en el caso de haber podido hablar aunque fuera dos minutos con Isaura Estudiosa, hubiera entrado en casa hablando de muertos, humos y crematorios, o si, al contrario, el placer de una amena conversación entre puertas habría hecho acudir a su espíritu algún tema más apacible, como el regreso de las golondrinas o la abundancia de flores que ya se observa en los campos. Marta dispuso sobre la mesa de la cocina los seis diseños de la última fase preparatoria, por orden de elección, el bufón, el payaso, la enfermera, el esquimal, el mandarín, el asirio de barbas, iguales en todo a aquellos que fueron conducidos al tribunal del jefe del departamento, una u otra diferencia de pormenor, ligerísimas, no bastan para considerarlos versiones diferentes de las mismas propuestas. Marta empujó una silla para que el padre se sentase, pero él se quedó de pie. Apoyaba las manos en la tabla de la mesa, miraba las figuras una tras otra, finalmente dijo, Es una pena que no tengamos también la visión de perfil, Para qué, Nos daría una noción más precisa de cómo los debemos fabricar, Mi idea, recuerde, fue modelarlos desnudos y después vestirlos, No creo que sea una buena solución, Por qué, Estás olvidando que son mil doscientos, Sí, lo sé, son mil doscientos, Modelar mil doscientas estatuillas desnudas y luego vestirlas una por una sería hacer y volver a hacer, significaría el doble de trabajo, Tiene razón, fui una estúpida por no haberlo pensado, Si vamos a eso, fui tan estúpido como tú, creíamos que el Centro no escogería más que tres o cuatro figuras, y ni se nos pasó por la cabeza que el primer encargo fuese tan abultado, Por tanto, sólo tenemos una manera, dijo Marta, Exactamente, Modelar los seis muñecos que servirán para los moldes, cocerlos, hacer las cajas, decidir si vamos a trabajar con barbotina de relleno o con lecho de barro, Para la barbotina no me creo que tengamos experiencia suficiente, saber teóricamente cómo se hace no basta, aquí siempre trabajamos a dedo, dijo Cipriano Algor, Sea entonces a dedo, En cuanto a las cajas, se encargan a un carpintero, Hay que dibujar los perfiles, dijo Marta, y también los dorsos, claro está, Vas a tener que inventar, No será complicado, bastarán algunas líneas simples que guíen lo esencial del modelado. Eran dos generales pacíficos estudiando el mapa de operaciones, elaborando la estrategia y la táctica, calculando los costos, evaluando los sacrificios. Los enemigos que abatir son estos seis muñecos, medio serios medio grotescos, hechos de papel pintado, habrá que forzarlos a la rendición por las armas del barro y del agua, de la madera y del yeso, de las pinturas y del fuego, y también por el mimo incansable de las manos, que no sólo para amar se necesitan ellas y él. Entonces Cipriano Algor dijo, Hay una cosa a la que tendremos que prestar atención, que el molde tenga sólo dos táceles, uno más nos complicaría el trabajo, Creo que dos serán suficientes, estas figurillas son simples, frente y espalda, y ya está, no quiero ni imaginar las dificultades si tuviéramos que atrevernos con el alabardero o el maestro de esgrima, con el labrador o el flautista, o el lancero a caballo, o el mosquetero con sombrero de plumas, dijo Marta, O el esqueleto con alas y guadaña, o la santísima trinidad, dijo Cipriano Algor, Tenía alas, A cuál de los dos te refieres, Al esqueleto, Tenía, aunque no comprendo por qué diablo la representan alada si está en todas partes, incluso en el Centro, como esta mañana se ha visto, Supongo que es de su tiempo, señaló Marta, el dicho de que quien habla de barcos quiere embarcar, Ése no es de mi tiempo, es del tiempo de tu bisabuelo, que nunca vio el mar, si el nieto habla tanto de barco es para no olvidarse de que no quiere viajar en él, Tregua, señor padre, No veo la bandera blanca, Aquí la tiene, dijo Marta y le dio un beso. Cipriano Algor reunió los diseños, el plan de batalla estaba trazado, no faltaba nada más que tocar el cornetín y dar la orden de asalto, Adelante, manos a la obra, pero en el último instante vio que le faltaba un clavo a la herradura de un caballo del estado mayor, bien pudiera suceder que la suerte de la guerra acabe dependiendo de ese caballo, de esa herradura y de ese clavo, es sabido que un caballo cojo no lleva recados, o, si los lleva, se arriesga a dejarlos por el camino. Todavía hay otra cuestión, y espero que sea la última, dijo Cipriano Algor, Qué se le ha ocurrido ahora, Los moldes, Ya hablamos de los moldes, Hablamos de las madres de los moldes, sólo de las madres, y ésas son para guardar, de lo que se trata es de los moldes de uso, no se puede pensar en moldear doscientos muñecos con un solo molde, no aguantaría mucho tiempo, comenzaríamos con un payaso sin barba y acabaríamos con una enfermera barbuda. Marta desvió los ojos al oír las primeras palabras, sentía que la sangre le estaba subiendo a la cara y que nada podía hacer para obligarla a regresar a la espesura protectora de las venas y de las arterias, ahí donde la vergüenza y el pudor se disfrazan de naturalidad y ligereza, la culpa la tenía aquella palabra, madre, y las otras que de ella nacen, maternidad, materno, maternal, la culpa la tenía su silencio, Por ahora no le hablaremos de esto a mi padre, dijera, y ahora no podía quedarse callada, es cierto que un atraso de dos días, o tres, contando con éste, no es nada para la mayoría de las mujeres, pero ella siempre había sido exacta, matemática, regularísima, un péndulo biológico, por así decirlo, si albergase la más mínima duda en su espíritu no se lo habría comunicado en seguida a Marcial, y ahora qué hacer, el padre está a la espera de una respuesta, el padre la está mirando con aire de extrañeza, ni siquiera había sonreído a su chiste sobre la enfermera barbuda, simplemente no lo oyó, Por qué te sonrojas, imposible responderle que no es verdad, que no está sonrojándose, dentro de poco, sí, podría decirlo, porque de súbito empalidecerá, contra esta sangre delatora y sus maneras opuestas de acusar no hay otro amparo que una confesión completa, Padre, creo que estoy embarazada, dijo, y bajó los ojos. Las cejas de Cipriano Algor se irguieron de golpe, la expresión del rostro pasó de la extrañeza a una perplejidad sorprendida, a la confusión, luego pareció que buscaba las palabras más adecuadas a la circunstancia, pero sólo encontró éstas, Por qué me lo dices ahora, por qué me lo dices así, claro que ella no va a responder Me he acordado de pronto, para fingimientos ya basta, Porque ha dicho la palabra madre, He dicho esa palabra, Sí, hablando de los moldes, Es verdad, tienes razón. El diálogo se deslizaba rápidamente hacia el absurdo, hacia lo cómico, Marta sentía unas ganas locas de reír, pero de repente se le saltaron las lágrimas, los colores le volvieron al rostro, no es inusual que dos temblores tan opuestos, tan contradictorios como éstos, tengan modos parecidos de manifestarse, Creo que sí, padre, creo que estoy embarazada, Todavía no tienes la certeza, Sí, tengo la certeza, Por qué dices entonces que crees, Qué sé yo, perturbación, nerviosismo, es la primera vez que me sucede, Marcial ya lo sabe, Se lo dije cuando llegó, Por eso estabais tan diferentes de lo habitual ayer por la mañana, Qué ocurrencia, eso fue una impresión suya, estábamos como siempre, Si te figuras que tu madre y yo nos quedamos como siempre en tu primer día, Claro que no, perdone. La interrogación que Marta veía aproximarse desde el principio de la conversación acabó llegando, Y por qué no me lo habías dicho antes, Preocupaciones, padre, ya tiene, y de sobra, Me ves con cara de preocupado ahora que ya lo sé, preguntó Cipriano Algor, Tampoco parece muy contento, observó Marta, intentando desviar el curso de la fatalidad, Estoy contento por dentro, muy contento incluso, pero seguro que no esperas que me ponga a bailar, no es mi estilo, Le he hecho daño, Me has hecho daño, sí, pero si no hubiese usado la palabra madre, cuánto tiempo seguiría ignorando que mi hija está embarazada, durante cuánto tiempo te miraría sin saber que, Padre, por favor, Probablemente hasta que se te notase, hasta que comenzases a tener náuseas, entonces sería yo quien te preguntaría si estás-enfer-ma-andas-con-la-barriga-hinchada, y tú responderías qué-disparate-padre-estoy-embarazada-no-se-lo- había-dicho-porque-se-me-olvidó, Padre, por favor, repitió Marta ya llorando, hoy no debería ser un día de lágrimas, Tienes razón, estoy siendo egoísta, No es eso, Estoy siendo egoísta, pero por mucho que me esfuerce no consigo entender por qué no me lo dijiste, hablaste de preocupaciones, mis preocupaciones son igualitas que las tuyas, la loza, las figurillas, el futuro, quien comparte una cosa también comparte la otra. Marta se pasó rápidamente los dedos por las mejillas mojadas, Había una razón, dijo, pero fue una niñería mía, imaginar sentimientos que lo más probable es que no existan, y si existen no tengo que meterme donde no soy llamada, Qué historia es ésa, qué quieres decir, preguntó Cipriano Algor, pero el tono de su voz se había alterado, la alusión a unos indefinidos sentimientos de cuya existencia ora se duda, ora se cree, lo perturbaba, Hablo de Isaura Estudiosa, avanzó Marta como si estuviese empujándose a sí misma a un baño de agua fría, Qué, exclamó el padre, Pensé que si está interesado en ella, como a veces me parece, llegar diciéndole que está esperando un nieto podría, comprendo que es un escrúpulo absurdo, pero no pude evitarlo, Podría, qué, No sé, hacerle caer en la cuenta, quizá hacerle notar que, Que es imbécil y ridículo, Esas palabras son suyas, no mías, Dicho con otros términos, el vejestorio viudo que andaba por ahí exhibiéndose, echándole miradas tiernas a una mujer viuda como él, pero de las jóvenes, y de pronto aparece la hija del vejestorio dándole la noticia de que va a ser abuelo, que es como quien dice acaba con eso, tu tiempo ya no da para más, limítate a pasear al nietito y a alzar las manos al cielo por haber vivido tanto, Oh, padre, Será muy difícil que me convenzas de que no había algo parecido a esto tras la decisión de callarte lo que me deberías haber contado en seguida, Por lo menos, no tuve mala intención, Sólo faltaba que la tuvieses, Le pido perdón, murmuró Marta hundida, y el llanto regresó irreprimible. El padre le pasó despacio las manos por el pelo, dijo, Déjalo, el tiempo es un maestro de ceremonias que siempre acaba poniéndonos en el lugar que nos compete, vamos avanzando, parando y retrocediendo según sus órdenes, nuestro error es imaginar que podemos buscarle las vueltas. Marta tomó la mano que se retiraba, la besó, apretándola con fuerza contra los labios, Disculpe, disculpe, repetía, Cipriano Algor quiso consolarla, pero las palabras que le salieron, Déjalo, en el fondo nada tiene importancia, no fueron seguramente las más adecuadas para su propósito. Salió a la explanada confundido por el inevitable pensamiento de que había sido injusto con la hija, y, más todavía, consciente de que acababa de decir de sí mismo sólo lo que hasta hoy se había negado a admitir, que su tiempo de hombre llegaba a su fin, que durante estos días la mujer llamada Isaura Estudiosa no había sido sino una fantasía de su cabeza, un engaño voluntariamente aceptado, una última invención del espíritu para consuelo de la triste carne, un efecto abusivo de la desmayada luz crepuscular, un soplo efímero que pasa y no deja rastro, la gota minúscula de lluvia que cae y en breve se seca. El perro Encontrado notó que otra vez el dueño no estaba en el mejor de los ánimos, todavía ayer, cuando fue a buscarlo al horno, se extrañó de la expresión ausente de quien considera agradable pensar en cosas que cuesta entender. Le tocó la mano con la nariz fría y húmeda, alguien ya debería haber enseñado a este animal primitivo a levantar la pata delantera como acaban siempre haciendo con naturalidad los perros instruidos en preceptos sociales, además, no se conoce otra manera de evitar que la amada mano del amo huya bruscamente al contacto, prueba final de que no todo está resuelto en la relación entre las personas humanas y las personas caninas, tal vez esa humedad y esa frialdad despierten viejos miedos en la parte más arcaica de nuestros cerebros, la viscosidad indeleble de una babosa gigante, el gélido y ondulante deambular de una serpiente, el aliento glacial de una gruta poblada por seres de otro mundo. Tanto es así que Cipriano Algor retiró con presteza la mano, aunque el hecho de haber acariciado en seguida la cabeza de Encontrado, siendo obviamente una petición de disculpa, deba ser interpretado como señal de que tal vez un día deje de reaccionar así, suponiendo, claro está, que el tiempo de vida en común de ambos venga a ser tan dilatado que pueda convertir en hábito lo que por ahora todavía se manifiesta como instintiva repulsión. El perro Encontrado está incapacitado para comprender estos melindres, el uso que hace de la nariz es algo instintivo, que le viene de la naturaleza, luego más saludablemente auténtico que los apretones de manos de los hombres, por muy cordiales que nos parezcan a la vista y al tacto. Lo que el perro Encontrado quiere saber es adonde irá el dueño cuando se decida a salir de la inmovilidad medio absorta en que lo ve. Para hacerle comprender que está esperando una decisión, repite el toque de nariz, y como Cipriano Algor, a continuación, comenzó a andar hacia el horno, el espíritu animal, que, por mucho que se proteste, es el más lógico de cuantos espíritus se encuentran en el mundo, hizo que Encontrado concluyera que en la vida de los humanos una vez no basta. Mientras Cipriano Algor se sentaba pesadamente en el banco de piedra, el perro se dedicó a olfatear la piedra gruesa bajo la que apareció la lagartija, pero las transparentes preocupaciones del dueño tuvieron más poder en su ánimo que la seducción de una dudosa caza, por eso no tardó mucho en tumbarse delante de él, preparado para una interesante conversación. La primera palabra que el alfarero pronunció, Se acabó, precisa y lacónica como una sentencia sin considerandos, no parecía enunciar desenlaces ulteriores, sin embargo, en casos de éstos, lo más productivo para un perro es siempre mantenerse en silencio durante el tiempo necesario hasta que el silencio de los dueños se canse, los perros saben perfectamente que la naturaleza humana es parlanchina por definición, imprudente, indiscreta, chismosa, incapaz de cerrar la boca y dejarla cerrada. En realidad nunca lograremos imaginar la profundidad abisal que puede alcanzar la introspección de un animal de éstos cuando se pone a mirarnos, creemos que está haciendo simplemente eso, mirarnos, y no nos damos cuenta de que sólo parece estar mirándonos, cuando lo cierto es que nos ha visto y después de habernos visto se ha marchado, dejándonos braceando como idiotas en la superficie de nosotros mismos, salpicando de explicaciones falaces e inútiles el mundo. El silencio del perro y aquel famoso silencio del universo al que en otra ocasión se hizo teológica referencia, pareciendo de comparación imposible por ser tan desproporcionadas las dimensiones materiales y objetivas de uno y de otro, son, a fin de cuentas, igualitos en densidad y peso específico a dos lágrimas, la diferencia está en el dolor que las hizo brotar, resbalar y caer. Se acabó, volvió a decir Cipriano Algor, y Encontrado ni siquiera pestañeó, demasiado bien sabía él que lo que había acabado no era el abastecimiento de cacharrería al Centro, eso ya pasó a la historia, el caso de ahora tiene que ver con faldas, y no pueden ser otras que las de aquella Isaura Estudiosa que había visto desde la furgoneta cuando el dueño le llevó el cántaro, mujer bonita tanto de cara como de figura, aunque deba observarse que esta opinión no la formuló Encontrado, eso de feo y bonito son cosas que no existen para él, los cánones de belleza son ideas humanas, Incluso siendo el más feo de los hombres, diría el perro Encontrado de su dueño, si hablase, tu fealdad no tendría ningún sentido para mí, sólo te extrañaría si tuvieras otro olor, o pasaras de otra manera la mano por mi cabeza. El inconveniente de las divagaciones está en la facilidad con que pueden distraer por caminos desviados al divagante, haciéndole perder el hilo de las palabras y de los acontecimientos, como le acaba de suceder a Encontrado, que alcanzó la frase siguiente de Cipriano Algor cuando ya iba por la mitad, ésa es la razón, como se va a notar, de que le falte la mayúscula, no la buscaré más, remató el alfarero, claro está que no se refería a la dicha mayúscula, ya que no las usa cuando habla, sino a la mujer llamada Isaura Estudiosa, con quien, a partir de este momento, renunció a tener trato de cualquier especie, Andaba procediendo como un niño tonto, a partir de ahora no la buscaré más, ésta fue la frase completa, pero el perro Encontrado, sin atreverse a dudar de lo poco que había oído, no puede dejar de percibir que la melancolía de la cara del dueño contrariaba abiertamente la determinación de las palabras, aunque nosotros sabemos que la decisión de Cipriano Algor es firme, Cipriano Algor no buscará más a Isaura Estudiosa, Cipriano Algor está agradecido a la hija por hacerle ver la luz de la razón, Cipriano Algor es un hombre hecho, rehecho y todavía no deshecho, no uno de esos adolescentes alocados que, porque están en la edad de los entusiasmos irreflexivos, se pasan el tiempo corriendo detrás de fantasías, nieblas e imaginaciones, y no desisten de ellas ni siquiera cuando se dan con la cabeza y los sentimientos que creían tener contra el muro de los imposibles. Cipriano Algor se levantó del banco de piedra, parecía que le costaba izar su propio cuerpo de allí, no es de extrañar, que no es lo mismo el peso que el hombre siente y el que la mecánica de la balanza registraría, unas veces de más, otras veces de menos. Cipriano Algor va a entrar en casa, pero, al contrario de lo que quedó anunciado antes, no agradecerá a la hija que le hiciera ver la luz de la razón, no se puede pedir tanto a un hombre que acaba de renunciar a un sueño, aunque sea de tan poco alcance como era éste, una simple vecina viuda, dirá, sí, que va a encargar las cajas al carpintero, no es que sea lo más urgente que hay que hacer, pero algún tiempo se adelantará, que en materia de plazos nunca los carpinteros ni los sastres han sido de fiar, por lo menos era así en el tiempo antiguo, con la ropa de confección y el hágalo-usted-mismo el mundo ha cambiado mucho. Todavía está enfadado conmigo, preguntó Marta, No me he enfadado, fue sólo una pequeña decepción, pero no vamos a quedarnos hablando de este asunto el resto de la vida, Marcial y tú vais a tener un hijo, yo voy a tener un nieto, y todo irá bien, cada cosa en su lugar, ya era hora de que se acabaran las fantasías, cuando vuelva nos sentamos a planificar el trabajo, tendremos que aprovechar al máximo esta semana, la próxima estaré ocupado con el transporte de la loza, por lo menos una buena parte del día, Llévese la furgoneta, dijo Marta, evítese el cansancio, No merece la pena, la carpintería no está lejos. Cipriano Algor llamó al perro, Vamos, bicho, y Encontrado fue detrás, Puede ser que la encuentre, pensaba. Los perros son así, cuando les da por tal, piensan por cuenta de los dueños.


Las sentidas razones de queja de Cipriano Algor contra la inmisericorde política comercial del Centro, extensamente presentadas en este relato desde un punto de vista de confesada simpatía de clase que, sin embargo, así lo creemos, en ningún momento se aparta de la más rigurosa imparcialidad de juicio, no podrán hacer olvidar, aunque arriesgando un atizar inoportuno en la adormecida hoguera de las conflictivas relaciones históricas entre el capital y el trabajo, no podrán hacer olvidar, decíamos, que el dicho Cipriano Algor carga con algunas culpas propias en todo esto, la primera de ellas, ingenua, inocente, pero, como a la inocencia y la ingenuidad tantas veces les ha sucedido, raíz maligna de las otras, ha sido pensar que ciertos gustos y necesidades de los contemporáneos del abuelo fundador, en materia de productos cerámicos, se iban a mantener inalterables per omnia saecula saeculorum o, por lo menos, durante toda su vida, lo que viene a ser lo mismo, si reparamos bien. Ya se ha visto cómo el barro se amasa aquí de la más artesanal de las maneras, ya se ha visto cómo son de rústicos y casi primitivos estos tornos, ya se ha visto cómo el horno de fuera conserva trazos de inadmisible antigüedad en una época moderna, la cual, pese a los escandalosos defectos e intolerancias que la caracterizan, ha tenido la benevolencia de admitir hasta ahora la existencia de una alfarería como ésta cuando existe un Centro como aquél. Cipriano Algor se queja, se queja, pero no parece comprender que los barros amasados ya no se almacenan así, que a las industrias cerámicas básicas de hoy poco les falta para convertirse en laboratorios con empleados de bata blanca tomando notas y robots inmaculados acometiendo el trabajo. Aquí hacen clamorosa falta, por ejemplo, higrómetros que midan la humedad ambiente y dispositivos electrónicos competentes que la mantengan constante, corrigiéndola cada vez que se exceda o mengüe, no se puede trabajar más a ojo ni a palmo, al tacto o al olfato, según los atrasados procedimientos tecnológicos de Cipriano Algor, que acaba de comunicarle a la hija con el aire más natural del mundo, La pasta está bien, húmeda y plástica, en su punto, fácil de trabajar, pero ahora preguntamos nosotros, cómo podrá estar tan seguro de lo que dice si sólo puso la palma de la mano encima, si sólo apretó y movió un poco de pasta entre el dedo pulgar y los dedos índice y corazón, como si, con ojos cerrados, todo él entregado al sentido interrogador del tacto, estuviese apreciando no una mezcla homogénea de arcilla roja, caolín, sílice y agua, sino la urdimbre y la trama de una seda. Lo más probable, como en uno de estos últimos días tuvimos ocasión de observar y proponer a consideración, es que lo saben sus dedos, y no él. En todo caso, el veredicto de Cipriano Algor debe de estar de acuerdo con la realidad física del barro, puesto que Marta, mucho más joven, mucho más moderna, mucho más de este tiempo, y que, como sabemos, tampoco tiene nada de pacata en estas artes, pasó sin objeción a otro asunto, preguntándole al padre, Cree que la cantidad será suficiente para las mil doscientas figuras, Creo que sí, pero trataré de reforzarla. Pasaron a la parte de la alfarería donde se guardaban los óxidos y otros materiales de acabado, registraron las existencias, anotaron las faltas, Vamos a necesitar más colores que estos que tenemos, dijo Marta, los muñecos tienen que ser atractivos a la vista, Y es necesario yeso para los moldes y jabón cerámico, y petróleo para las pinturas, añadió Cipriano Algor, traer de una vez todo lo que falte, para no tener que interrumpir el trabajo yendo deprisa y corriendo a comprar. Marta adquirió de pronto un aire pensativo, Qué pasa, preguntó el padre, Tenemos un problema muy serio, Cuál, Habíamos decidido que se haría el relleno de los moldes a dedo, Exactamente, Pero no hablamos de la fabricación de las figuras propiamente dichas, es imposible hacer mil doscientos muñecos a dedo, ni los moldes aguantarían, ni el trabajo rendiría, sería lo mismo que querer vaciar el mar con un cubo, Tienes razón, Lo que significa que nos vamos a ver obligados a recurrir al relleno de barbotina, No tenemos mucha experiencia, pero todavía estamos en edad de aprender, El problema peor no es ése, padre, Entonces, Recuerdo haber leído, debemos de tener por ahí el libro, que para hacer barbotina de relleno no es conveniente usar pasta rojiza que tenga caolín y la nuestra lo tiene, por lo menos en un treinta por ciento, Esta cabeza ya no sirve para mucho, cómo no he pensado en eso antes, No se reproche, nosotros no solemos trabajar con barbotina, Pues sí, pero son conocimientos de párvulos de alfarería, es el abecé del oficio. Se miraron el uno al otro desconcertados, no eran ni padre ni hija, ni futuro abuelo ni futura madre, sólo dos alfareros en riesgo ante la tarea desmedida de tener que extraer del barro amasado el caolín y después disminuirle la grasa introduciéndole barro fino de cochura roja. Sobre todo cuando tal operación de alquimia, simplemente, no es posible. Qué hacemos, preguntó Marta, vamos a consultar el libro, tal vez, No merece la pena, no se puede sacar el caolín del barro ni neutralizarlo, lo que estoy diciendo no tiene ningún sentido, cómo se sacaría o neutralizaría el caolín, pregunto, la única solución es preparar otro barro con los componentes exactos, No tenemos tiempo, padre, Sí, tienes razón, no tenemos tiempo. Salieron de la alfarería, dos figuras desalentadas a las que Encontrado ni siquiera intentó aproximarse, y ahora estaban sentados en la cocina, miraban los diseños que los miraban a ellos, y no encontraban la manera de resolver el meollo de la cuestión, sabían por experiencia que los barros fuertes tienden a encogerse demasiado, se agrietan, se deforman, son plásticos en exceso, blandos, moldeables, pero desconocían qué resultado podría tener eso en la barbotina y sobre todo qué consecuencias negativas en el trabajo acabado. Marta buscó y encontró el libro, ahí venía que para preparar la barbotina no es suficiente disolver el barro en agua, hay que usar fundentes, como el silicato de sodio, o el carbonato de sodio, o el silicato de potasio, también la sosa cáustica si no fuese tan peligroso trabajar con ella, la cerámica es el arte donde verdaderamente es imposible separar la química de sus efectos físicos y dinámicos, pero el libro no informa de lo que les sucederá a mis muñecos si los fabrico con el único barro que tengo, el problema es la cantidad, si fuesen pocos se llenaban los moldes a dedo, pero mil doscientos, virgen santa. Si lo entiendo bien, dijo Cipriano Algor, los requisitos principales a que debe obedecer la barbotina de relleno son la densidad y la fluidez, Es lo que aquí viene explicado, dijo Marta, Entonces léelo, Sobre la densidad, la ideal es uno coma siete, es decir, un litro de barbotina debe pesar mil setecientos gramos, a falta de un densímetro adecuado si quiere conocer la densidad de su barbotina use una probeta y una balanza, descontando, naturalmente, el peso de la probeta, Y en cuanto a la fluidez, Para medir la fluidez úsese un viscosímetro, los hay de varios tipos, cada uno da lecturas asentadas en escalas fundamentadas en diferentes criterios, No ayuda mucho ese libro, Sí ayuda, ponga atención, La pongo, Uno de los usos más frecuentes es el viscosímetro de torsión cuya lectura se hace en grados Gallenkamp, Quién es ese señor, Aquí no consta, Sigue, Según esta escala, la fluidez ideal se sitúa entre los doscientos sesenta y trescientos sesenta grados, No hay por ahí nada al alcance de mi comprensión, preguntó Cipriano Algor, Viene ahora, dijo Marta y leyó, En nuestro caso utilizaremos un método artesanal, empírico e impreciso, pero capaz de dar, con la práctica, una indicación aproximada, Qué método es ése, Hundir la mano profundamente en la barbotina y sacarla, dejando escurrir la barbotina por la mano abierta, la fluidez será dada por buena cuando, al resbalar, forme entre los dedos una membrana como la de los patos, Como la de los patos, Sí, como la de los patos. Marta dejó el libro a un lado y dijo, No adelantamos mucho, Adelantamos algo, sabemos que no podemos trabajar sin fundente y que mientras no tengamos membranas de pato no tendremos barbotina de relleno que sirva, Menos mal que está de buen humor, El humor es como las mareas, ahora sube, ahora baja, el mío ha subido ahora, veremos cuánto tiempo dura, Tiene que durar, esta casa está en sus manos, La casa, sí, pero no la vida, Tan rápido está bajando la marea, preguntó Marta, En este momento duda, vacila, no sabe bien si ha de llenar o vaciar, Entonces quédese conmigo, que me siento flotando, como si no tuviese la certeza de ser lo que creo ser, A veces pienso que tal vez fuese preferible no saber quiénes somos, dijo Cipriano Algor, Como Encontrado, Sí, imagino que un perro sabe menos de sí mismo que del dueño que tiene, ni siquiera es capaz de reconocerse en un espejo, Quizá el espejo del perro sea el dueño, quizá sólo en él le sea posible reconocerse, sugirió Marta, Bonita idea, Como ve, hasta las ideas equivocadas pueden ser bonitas, Criaremos perros si el negocio de la alfarería falla, En el Centro no hay perros, Pobre Centro, que ni los perros lo quieren, Es el Centro el que no quiere a los perros, Ese problema sólo puede interesarle a quien viva allí, cortó Cipriano Algor con voz crispada. Marta no respondió, comprendía que cualquier palabra que dijera daría pie a una nueva discusión. Pensó mientras iba ordenando una vez más los cansados diseños, Si mañana Marcial llega a casa y dice que ya es guardia residente, que tenemos que mudarnos, lo que estamos haciendo aquí deja de tener sentido, dará lo mismo que padre nos acompañe como que no, de una manera u otra la alfarería estará siempre condenada, incluso aunque él insista en quedarse no podría trabajar solo, él mismo lo sabe. Qué pensamientos hayan sido entre tanto los de Cipriano Algor, se ignora, y no vale la pena inventarle unos que podrían no coincidir con los reales y efectivos, aunque, en la suposición de que la palabra, finalmente, no le haya sido concedida al hombre para esconder lo que piensa, algo muy aproximado nos será lícito concluir de lo que el alfarero dijo, después de un demorado silencio, Lo malo no es tener una ilusión, lo malo es ilusionarse, probablemente ha estado pensando lo mismo que la hija y la conclusión de uno tiene que ser, por pura lógica, la conclusión del otro. De cualquier modo, añadió Cipriano Algor, sin darse cuenta, o tal vez sí, tal vez en el mismo momento en que las dijo se apercibió de los matices sibilinos de aquellas palabras iniciales, de cualquier modo, barco parado no hace viaje, suceda mañana lo que suceda hay que trabajar hoy, quien planta un árbol tampoco sabe si acabará ahorcándose en él, Con una marea negra de ésas nuestro bote ni sale, dijo Marta, pero tiene razón, el tiempo no está ahí sentado a la espera, tenemos que ponernos a trabajar, mi tarea, de momento, es dibujar los lados y los dorsos de las figuras y darles color, cuento con acabarlas antes de la noche si nadie me distrae, No esperamos visitas, dijo Cipriano Algor, yo me encargo del almuerzo, Es sólo calentarlo, y hacer una ensalada, dijo Marta. Fue en busca de las hojas de papel de dibujo, las acuarelas, los tarros, los pinceles, un paño viejo para secarlos, dispuso todo en buen orden, metódicamente, sobre la mesa, se sentó y tomó el asirio de barbas, Comienzo por éste, dijo, Simplifica lo más que puedas para que no haya clavaduras ni anclajes en el desmolde, dos táceles y basta, un tercer tacel ya estaría fuera de nuestro alcance, No me olvidaré. Cipriano Algor se quedó algunos minutos mirando cómo dibujaba la hija, después salió a la alfarería. Iba a medirse con el barro, a levantar los pesos y las halteras de un aprender nuevo, rehacer la mano entorpecida, modelar unas cuantas figuras de ensayo que no sean, declaradamente, ni bufones ni payasos, ni esquimales ni enfermeras, ni asirios ni mandarines, figuras de las que cualquier persona, hombre o mujer, joven o vieja, mirándolas, pudiese decir, Se parece a mí. Y quizá una de esas personas, mujer u hombre, vieja o joven, por el gusto y tal vez la vanidad de llevarse a casa una representación tan fiel de la imagen que de sí misma tiene, venga a la alfarería y pregunte a Cipriano Algor cuánto cuesta esa figura de allí, y Cipriano Algor dirá que ésa no está a la venta, y la persona le preguntará por qué, y él responderá, Porque soy yo. Cayó la tarde, no tardaría el crepúsculo, cuando Marta entró en la alfarería y dijo, Ya he terminado, los he dejado secándose sobre la mesa de la cocina. Luego, habiendo visto el trabajo ejecutado por el padre, dos figuras inacabadas de casi dos palmos de altura, erectas, masculina una, femenina otra, desnudas ambas, del hombro de una salía una punta de alambre, comentó, Nada mal, padre, nada mal, pero nuestra muñequería no necesitará ser tan grande, acuérdese de que habíamos pensado en un palmo de los suyos, Convendrá que sean un poco mayores, se verán más en los escaparates del Centro, y también hay que contar con la reducción de tamaño dentro del horno como consecuencia de la pérdida última de humedad, de momento son sólo experimentos, Incluso así, me gustan, me gustan mucho, y no se parecen a nada que haya visto, aunque la mujer me recuerda a alguien, En qué quedamos, preguntó Cipriano Algor, dices que no se parecen a nada que hayas visto y añades que la mujer te recuerda a alguien, Es una impresión doble, de extrañeza y de familiaridad, Tal vez no tenga que criar perros, tal vez me dedique a la escultura, que es de las artes más lucrativas, según he oído decir, Una ejemplar familia de artistas, notó Marta con una sonrisa medio irónica, Felizmente se salva Marcial para que no se pierda todo, respondió Cipriano Algor, pero no sonrió.

Éste fue el primer día de la creación. En el segundo día el alfarero viajó a la ciudad para comprar el yeso cerámico destinado a los moldes, más el carbonato de sodio, que fue lo que encontró como fundente, las pinturas, unos cuantos baldes de plástico, cucharillas nuevas de madera y de alambre, espátulas, vaciadores. La cuestión de las pinturas fue objeto de vivo debate durante y después de la cena del dicho primer día, y el punto controvertido radicó en si las piezas deberían ser vidriadas y, por tanto, llevadas al horno después de pintadas, o si, por el contrario, eran pintadas en frío después de cocidas y no volvían más al horno. En un caso, las pinturas deberían ser unas, en otro, las pinturas deberían ser otras, luego la decisión tenía que ser tomada inmediatamente, no podía posponerse hasta última hora, ya con el pincel en la mano, Es una cuestión de estética, defendía Marta, Es una cuestión de tiempo, oponía Cipriano Algor, y de seguridad, Pintar y vidriar al horno dará más calidad y brillo a la ejecución, insistía ella, Pero si pintamos en frío evitaremos sorpresas desagradables, el color que usemos es el que permanecerá, no dependeremos de la acción del calor sobre los pigmentos, sobre todo cuando el horno se pone caprichoso. Prevaleció la opinión de Cipriano Algor, las pinturas que habría que comprar serían las que se conocen en el mercado de la especialidad por el nombre de esmalte para loza, de aplicación fácil y secado rápido, con gran variedad de colorido, y en cuanto al disolvente, indispensable porque el espesor original de la pintura es, normalmente, excesivo, si no se quiere usar un disolvente sintético, sirve hasta el petróleo de iluminación o de quinqué. Marta volvió a abrir el libro de arte, buscó el capítulo sobre la pintura en frío y leyó, Aplícase sobre piezas ya cocidas, la pieza será lijada con lija fina, de manera que se elimine cualquier rebaba u otro defecto de acabado, haciendo su superficie más uniforme y permitiendo una mejor adhesión de la pintura en las zonas donde la pieza haya quedado excesivamente cocida, Lijar mil doscientos muñecos será el colmo de la paciencia, Terminada esta operación, continuó Marta la lectura, hay que eliminar todos los vestigios de polvo producidos por la lija, usando un compresor, No tenemos compresor, interrumpió Cipriano Algor, O, aunque más lento, pero preferible, un cepillo de pelo duro, Los viejos procesos todavía tienen sus ventajas, No siempre, corrigió Marta y prosiguió, Como sucede con casi todas las pinturas del género, el esmalte para loza no se mantiene homogéneo dentro de la lata durante mucho tiempo, por eso hay que removerlo antes de la aplicación, Elemental, todo el mundo lo sabe, pasa adelante, Los colores podrán ser aplicados directamente sobre la pieza, pero su adhesión mejorará si se comienza aplicando una subcapa normalmente de blanco mate, No habíamos pensado en eso, Es difícil pensar cuando no se sabe, No estoy de acuerdo, se piensa precisamente porque no se sabe, Deje esa apasionante cuestión para otro momento, y óigame, No hago otra cosa, La base de subcapa puede ser dada con pincel, pero puede haber ventajas aplicándola con pistola a fin de conseguir una película más lisa, No tenemos pistola, O por medio de inmersión, Ésa es la manera clásica, de toda la vida, por tanto sumergiremos, Todo el proceso se desarrollará en frío, Muy bien, Una vez pintada y seca, la pieza no debe ni puede estar sujeta a cualquier tipo de cocción, Eso es lo que yo te decía, el tiempo que se ahorra, Todavía trae otras recomendaciones, pero la más importante es que se debe secar bien un color antes de aplicar el siguiente, salvo si se buscan efectos de superposición y mezcla, No queremos efectos ni transparencias, queremos rapidez, esto no es pintura al óleo, En todo caso, el sayo del mandarín merecería un tratamiento más cuidado, recordó Marta, mire que el propio diseño obliga a mayor diversidad y riqueza de colores, Simplificaremos. Esta palabra cerró el debate, pero estuvo presente en el espíritu de Cipriano Algor mientras hacía sus compras, la prueba es que adquirió a última hora una pistola de pintar. Dado el tamaño de las figuras, la subcapa no gana nada siendo gruesa, explicó después a la hija, pienso que la pistola prestará mejor servicio, una rociada alrededor del muñeco, y ya está, Necesitaremos máscaras, dijo Marta, Las máscaras son caras, no tenemos dinero para lujos, No es lujo, es precaución, vamos a respirar en medio de una nube de óxidos, La dificultad tiene remedio, Cuál, Haré esa parte del trabajo ahí fuera, al aire libre, el tiempo está estable, Por qué dice haré, y no haremos, preguntó Marta, Tú estás embarazada, yo no, que se sepa, Le ha vuelto el buen humor, señor padre, Hago lo que puedo, comprendo que hay cosas que están huyéndome de las manos y otras que amenazan hacerlo, mi problema es distinguir aquellas por las que todavía vale la pena luchar de esas otras que deben abandonarse sin pena, O con pena, La peor pena, hija mía, no es la que se siente en el momento, es la que se sentirá después, cuando ya no haya remedio, Se dice que el tiempo todo lo cura, No vivimos bastante para hacer esa prueba, dijo Cipriano Algor, y en el mismo instante se dio cuenta de que estaba trabajando en el torno sobre cuyo tabanque su mujer se derrumbara cuando el ataque cardíaco la fulminó. Entonces, obligado a eso por su honestidad moral, se preguntó si en las penas generales de que hablara también estaría incluida esta muerte, o si era cierto que el tiempo hizo, en este particular caso, su trabajo de curador emérito, o, todavía, si la pena invocada no era tanto de muerte, sino de vida, sino de vidas, la tuya, la mía, la nuestra, de quién. Cipriano Algor modelaba la enfermera, Marta estaba ocupada con el payaso, pero ni uno ni otro se sentían satisfechos con las tentativas, éstas después de otras, tal vez porque copiar sea, a fin de cuentas, más difícil que crear libremente, por lo menos podría decirlo así Cipriano Algor que con tanta vehemencia y soltura de gesto había concebido las dos figuras de hombre y mujer que están ahí, envueltas en paños mojados para que no se les reseque y agriete el espíritu que las mantiene en pie, estáticas y con todo vivas. A Marta y a Cipriano Algor no se les acabará tan pronto este esfuerzo, parte del barro con que modelan ahora una figura proviene de otras que tuvieron que despreciar y amasar, así ocurre con todas las cosas de este mundo, las propias palabras, que no son cosas, que sólo las designan lo mejor que pueden, y designándolas las modelan, incluso las que sirvieron de manera ejemplar, suponiendo que tal pudiera suceder en alguna ocasión, son millones de veces usadas y otras tantas desechadas, y después nosotros, humildes, con el rabo entre las piernas, como el perro Encontrado cuando la vergüenza lo encoge, tenemos que ir a buscarlas nuevamente, barro pisado que también ellas son, amasado y masticado, deglutido y restituido, el eterno retorno existe, sí señor, pero no es ése, es éste. El payaso modelado por Marta tal vez se aproveche, el bufón también se aproxima bastante a la realidad de los bufones, pero la enfermera, que parecía tan simple, tan estricta, tan reglada, se resiste a dejar aparecer el volumen de los senos bajo el barro, como si también ella estuviese envuelta en un paño mojado del que sostuviera con firmeza las puntas. Cuando la primera semana de creación esté a punto de terminar, cuando Cipriano Algor pase a la primera semana de destrucción, acarreando la loza del almacén del Centro y dejándola por ahí como basura sin uso, los dedos de los dos alfareros, al mismo tiempo libres y disciplinados, comenzarán finalmente a inventar y a trazar el camino recto que los conducirá al volumen adecuado, a la línea justa, al plano armonioso. Los momentos no llegan nunca tarde ni pronto, llegan a su hora, no a la nuestra, no tenemos que agradecerles las coincidencias, cuando ocurran, entre lo que ellos proponían y lo que nosotros necesitábamos. Durante la mitad del día en que el padre ande en el absurdo trabajo de descargar por inútil lo que cargó por rehusado, Marta estará sola en la alfarería con su media docena de muñecos prácticamente terminados, ocupada ahora en avivar algún ángulo degradado y en redondear alguna curva que un toque involuntario hubiese deprimido, igualando alturas, consolidando bases, calculando para cada una de las estatuillas la línea óptima de división de los respectivos táceles. Las cajas todavía no han sido entregadas por el carpintero, el yeso espera dentro de sus grandes sacos de papel grueso impermeable, pero el tiempo de la multiplicación ya se aproxima.

Cuando Cipriano Algor regresó a casa en el primer día de la semana de destrucción, más indignado por el vejamen que exhausto por el esfuerzo, traía que contarle a la hija la aventura ridícula de un hombre calcorreando por los campos en busca de un lugar yermo donde pudiese abandonar la cacharrería inútil que transportaba, como si de sus propios excrementos se tratase, Con los pantalones en la mano, decía, así me sentí, dos veces me sorprendieron personas preguntándome qué estaba haciendo ahí, en terreno privado, con una furgoneta abarrotada de loza, tuve que hilvanar una explicación sin sentido, dije que necesitaba tomar una carretera de más allá y había pensado que el camino para llegar era por ahí, que disculpase, por favor, y ya que estamos si le agrada alguna cosa de lo que llevo en la furgoneta tendré mucho gusto en regalársela, uno de ellos no quiso nada, respondió de malos modos que en su casa cosas de ésas ni para los perros, pero al otro le hizo gracia una sopera y se la llevó, Y dónde acabó dejando la loza, Cerca del río, Dónde, Había pensado que en una cueva natural sería lo más adecuado, pero incluso así siempre estaría el inconveniente de que se hallarían a la vista de quien pasase, al descubierto, reconocerían en seguida el producto y al fabricante, y para vergüenza y vejamen ya basta con lo que basta, Personalmente no me siento ni vejada ni avergonzada, Tal vez te sentirías si hubieras estado en mi lugar desde el principio, Es probable, sí, y entonces qué encontró, Precisamente la cueva ideal, Hay cuevas ideales, preguntó Marta, Depende siempre de lo que se quiera meter dentro, imagínate en este caso un agujero grande, más o menos circular, de unos tres metros de profundidad y al que se baja por una pendiente fácil, con árboles y arbustos dentro, visto desde fuera es como una isla verde en medio del campo, en invierno se llena de agua, todavía tiene un charco en el fondo, Está a unos cien metros de la margen del río, También la conoces, preguntó el padre, La conozco, la descubrí cuando tenía diez años, era realmente la cueva ideal, cada vez que entraba allí me parecía que atravesaba una puerta al otro mundo, Ya estaba allí cuando yo tenía tu edad, Y cuando la tenía mi abuelo, Y cuando el mío, Todo acaba perdiéndose, padre, durante tantos años aquella cueva fue sólo una cueva, también una puerta mágica para algunos niños soñadores, y ahora, con la acumulación de escombros, ni una cosa ni otra, Los cascotes no son tantos, mujer, en poco tiempo los cubrirán los zarzales, nadie lo va a notar, Lo ha dejado allí todo, Sí, lo he dejado, Al menos están cerca del pueblo, algún día uno de los muchachos de aquí, si es que todavía frecuentan la cueva ideal, aparece en casa con un plato agrietado, le preguntan dónde lo ha encontrado y va toda la gente corriendo a buscar lo que ahora no quiere, Estamos hechos así, no me extrañaría. Cipriano Algor acabó la taza de café que la hija le había puesto delante al llegar y preguntó, Dio señal de vida el carpintero, No, Tengo que ir a insistirle, Creo que sí, que es lo mejor. El alfarero se levantó, Me voy a lavar, dijo, dio dos pasos, y luego se detuvo, Qué es esto, preguntó, Esto, qué, Esto, señalaba un plato cubierto con una servilleta bordada, Es un bizcocho, Hiciste un bizcocho, No lo hice yo, lo trajeron, es un regalo, De quién, Adivínelo, No estoy de humor para adivinanzas, Mire que ésta es de las fáciles. Cipriano Algor se encogió de hombros como demostrando que se desentendía del asunto, dijo otra vez que se iba a lavar, pero no se resolvió, no dio el paso que le haría salir de la cocina, en su cabeza se trababa un debate entre dos alfareros, uno que argumentaba que es nuestra obligación comportarnos con naturalidad en todas las circunstancias de la vida, que si alguien es amable hasta el punto de traernos a casa un bizcocho cubierto por una servilleta bordada, lo apropiado y normal es preguntar a quién se debe la inesperada generosidad, y, si en respuesta nos proponen que adivinemos, más que sospechoso será fingir que no oímos, estos pequeños juegos de familia y de sociedad no tienen mayor importancia, nadie se va a poner a sacar conclusiones precipitadas por el hecho de que hayamos acertado, sobre todo porque las personas que creen tener motivos para complacernos con un bizcocho nunca podrán ser muchas, a veces sólo una, esto era lo que decía uno de los alfareros, pero el otro respondía que no estaba dispuesto a desempeñar el papel de cómplice en falsas adivinaciones de circo, que tener la certeza de conocer el nombre de la persona que había traído el bizcocho era precisamente la razón por la que no lo diría, y también que, por lo menos en algunos casos, lo peor de las conclusiones no es tanto que sean en ocasiones precipitadas, sino que sean, simplemente, conclusiones. Entonces, no lo quiere adivinar, insistió Marta, sonriendo, y Cipriano Algor, un poco enfadado con la hija y mucho consigo mismo, pero consciente de que la única manera de escapar del agujero donde se había metido con su propio pie sería reconocer el fracaso y dar marcha atrás, dijo, brusco, y envolviéndolo en palabras, un nombre, Fue la viuda, la vecina, Isaura Estudiosa, para agradecer el cántaro. Marta negó con un movimiento lento de cabeza, No se llama Isaura Estudiosa, corrigió, su nombre es Isaura Madruga, Ah, bueno, hizo Cipriano Algor, y pensó que ya no necesitaría preguntarle a la interesada, Entonces cómo es su nombre de soltera, pero en seguida se recordó a sí mismo que, sentado en el banco de piedra al lado del horno y teniendo al perro Encontrado por testigo, había tomado la decisión de dar por írritos y nulos todos los dichos y hechos expresados y acontecidos entre él y la viuda Estudiosa, no olvidemos que las palabras pronunciadas fueron exactamente Se acabó, no se remata de modo tan perentorio un episodio de la vida sentimental para dos días después dar lo dicho por no dicho. El efecto inmediato de estas reflexiones fue que Cipriano Algor adoptara un aire desprendido y superior, y con tal convicción que, sin que la mano le temblase, pudo acercarse y levantar la servilleta, Tiene buen aspecto, dijo. En este momento Marta entendió que era oportuno añadir, En cierta manera es un recuerdo de despedida. La mano bajó despacio, dejó caer delicadamente la servilleta sobre el bizcocho en forma de corona circular, Despedida, oyó Marta preguntar, y respondió, Sí, en caso de que no consiga trabajo aquí, Trabajo, Está repitiendo mis palabras, padre, No soy ningún eco, no estoy repitiendo tus palabras. Marta no hizo caso de la respuesta, Tomamos un café, yo quería encetar el bizcocho pero ella no lo permitió, estuvo aquí más de una hora, conversamos, me contó un poco de su vida, la historia de su boda, no tuvo tiempo para saber si eso era felicidad o si estaba dejando de serlo, las palabras son de ella, no mías, en fin, si no encuentra trabajo vuelve al sitio de donde vino y donde tiene familia, Aquí no hay trabajo para nadie, dijo Cipriano Algor secamente, Es también lo que ella cree, por eso el bizcocho es como la primera mitad de una despedida, Espero no estar en casa en el momento de la segunda, Por qué, preguntó Marta. Cipriano Algor no respondió. Salió de la cocina hacia el dormitorio, se desnudó rápidamente, lanzó de soslayo una mirada al espejo de la cómoda que le mostraba su cuerpo y se metió en el baño. Abrió el grifo. Un poco de agua salada se mezcló con el agua dulce que caía de la ducha.


Con apreciable y tranquilizadora unanimidad sobre el significado de la palabra, los diccionarios definen como ridículo todo cuanto se muestre digno de risa y chanza, todo lo que merezca escarnio, todo lo que sea irrisorio, todo lo que se preste a lo cómico. Para los diccionarios, la circunstancia parece no existir, aunque, obligatoriamente requeridos a explicar en qué consiste, la llamen estado o particularidad que acompaña a un hecho, lo que, entre paréntesis, claramente nos aconseja no separar los hechos de sus circunstancias y no juzgar unos sin ponderar otras. Sea pues ridículo de modo supino este Cipriano Algor que se extenúa bajando la pendiente de la cueva cargando en los brazos la indeseada loza en vez de simplemente lanzarla desde arriba a voleo, reduciéndola in continenti a cascotes, que fue como despreciativamente la clasificó al describirle a la hija los trámites y episodios de la traumática operación de transbordo. No hay, sin embargo, límites para el ridículo. Si algún día, como Marta presumió, un muchacho de la aldea rescata del amontonamiento y se lleva a casa un plato rajado, podremos tener la seguridad de que el inconveniente defecto ya venía del almacén, o quizá, por el inevitable entrechocar de los barros, provocado por las irregularidades de la carretera, se produjera durante el transporte desde el Centro hasta la cueva. Basta ver con qué precauciones baja Cipriano Algor el declive, con qué atención posa en el suelo las diferentes piezas de loza, cómo las coloca hermanas con hermanas, cómo las encaja cuando es posible y aconsejable, bastará ver la irrisoria escena que se ofrece ante nuestros ojos para afirmar que aquí no se ha partido ni un solo plato, ni una taza ha perdido su asa, ninguna tetera se ha quedado sin pico, la loza apilada cubre en filas regulares el recodo de suelo escogido, rodea los troncos de los árboles, se insinúa entre la vegetación baja, como si en algún libro de los grandes estuviese escrito que sólo de esta manera debería quedar ordenada hasta la consumación del tiempo y la improbable resurrección de los restos. Se diría que el comportamiento de Cipriano Algor es absolutamente ridículo, pero aun en este caso sería bueno que no olvidásemos la importancia decisiva del punto de vista, estamos refiriéndonos esta vez a Marcial Gacho que, en su visita a casa el día de descanso, y cumpliendo lo que normalmente se entiende como deberes elementales de solidaridad familiar, no sólo ayudó al suegro en la descarga de la loza, sino que también, sin dar ninguna muestra de extrañeza o de dudosa perplejidad, sin preguntas directas o rodeos, sin miradas irónicas o compasivas, siguió tranquilamente su ejemplo, llegando al extremo de, por iniciativa propia, ajustar un bamboleo peligroso, rectificar un alineamiento defectuoso, reducir una altura excesiva. Por tanto es natural esperar que, en caso de que Marta repita aquella peyorativa y desafortunada palabra que empleó en la conversación con el padre, su propio marido, gracias a la irrecusable autoridad de quien con sus ojos ha visto lo que había que ver, la corrija, No son escombros. Y si ella, a quien venimos conociendo como alguien que de todo necesita explicación y claridad insistiera en que sí señor, que son escombros, que es ése el nombre que desde siempre se ha dado a los detritus y materiales inútiles que se tiran en las hondonadas hasta llenarlas, excluida de esa designación las sobras humanas, que tienen otro nombre, ciertamente Marcial le dirá con su voz seria, No son escombros, yo estuve allí. Ni ridículo, añadiría, si la cuestión se presentase.

Cuando entraron en casa había, cada una en su género, dos novedades de bulto. El carpintero finalmente había entregado las cajas, y Marta leyó en su libro que, en caso de relleno por vía líquida, no es prudente esperar de un molde más de cuarenta copias satisfactorias, Quiere decir, dijo Cipriano Algor, que necesitaremos treinta moldes por lo menos, cinco para cada doscientos muñecos, será mucho trabajo antes y mucho trabajo después y no tengo seguridad de que con nuestra inexperiencia los moldes nos salgan perfectos, Cuándo calcula que habrá retirado toda la loza del almacén del Centro, preguntó Marta, Creo que no llegaré a necesitar la segunda semana entera, tal vez dos o tres días sean suficientes, La segunda semana es ésta, corrigió Marcial, Sí, segunda de las cuatro, pero primera del transporte, la tercera será la segunda de fabricación, explicó Marta, Con tanta confusión de semanas que no y de semanas que sí no me extraña que tú y tu padre andéis algo desnortados, Cada uno de nosotros por nuestras propias razones, yo, por ejemplo, estoy embarazada y todavía no me he acostumbrado a la idea, Y padre, Padre hablará por sí mismo, si quiere, No sufro peor desorientación que la de tener que fabricar mil doscientas figuras de barro y no saber si lo voy a conseguir, cortó Cipriano Algor. Estaban en la alfarería, alineadas en el tablero las seis figuras parecían aquello que dramáticamente eran, seis objetos insignificantes, más grotescos unos que otros por lo que representaban, pero todos iguales en su lancinante inutilidad. Para que el marido pudiese verlos, Marta había retirado los paños mojados que los envolvían, pero casi se arrepentía de haberlo hecho, era como si aquellos obtusos monigotes no mereciesen el trabajo que habían dado, aquel repetido hacer y deshacer, aquel querer y no poder, aquel experimentar y enmendar, no es verdad que sólo las grandes obras de arte sean paridas con sufrimiento y duda, también un simple cuerpo y unos simples miembros de arcilla son capaces de resistir a entregarse a los dedos que los modelan, a los ojos que los interrogan, a la voluntad que los requiere. En otra ocasión pediría que me dieran vacaciones, podría ayudar en algo, dijo Marcial. A pesar de aparentemente completa en su formulación, la frase contenía prolongaciones problemáticas que no necesitaron de enunciado para que Cipriano Algor las percibiera. Lo que Marcial había querido decir, y que, sin haberlo dicho, acabó diciendo, era que, estando a la espera de un ascenso más o menos previsible al escalón de guarda residente, sus superiores no se quedarían satisfechos si se ausentase con vacaciones precisamente a estas alturas, como si la noticia pública de su ascenso en la carrera no pasara de episodio banal, de ordinaria importancia. Esta prolongación, sin embargo, era obvia y ciertamente la menos problemática de cuantas otras más hubiese. La cuestión esencial, involuntariamente subyacente tras las palabras dichas por Marcial, seguía siendo la preocupación por el futuro de la alfarería, por el trabajo que se hacía y por las personas que lo ejecutaban y que, mejor o peor, de él habían vivido hasta ahora. Aquellos seis muñecos eran como seis irónicos e insistentes puntos de interrogación, cada uno queriendo saber de Cipriano Algor si era tan confiado que pensaba disponer, y por cuánto tiempo, querido señor, de las fuerzas necesarias para gobernar solo la alfarería cuando la hija y el yerno se vayan a vivir al Centro, si era tan ingenuo hasta el punto de considerar que podría atender con satisfactoria regularidad los encargos siguientes, en el caso providencial de que fueran hechos, y, en fin, si era suficientemente estúpido para imaginar que de aquí en adelante sus relaciones con el Centro y el jefe del departamento de compras, tanto las comerciales como las personales, serían un continuo y perenne mar de rosas, o, como con incómoda precisión y amargo escepticismo preguntaba el esquimal, Crees tú que me van a querer siempre. Fue en ese momento cuando el recuerdo de Isaura Madruga pasó por la mente de Cipriano Algor, pensó en ella ayudándolo como empleada en el trabajo de la alfarería, acompañándolo al Centro sentada a su lado en la furgoneta, pensó en ella en diversas y cada vez más íntimas y apaciguadoras situaciones, almorzando en la misma mesa, conversando en el banco de piedra, dando de comer al perro Encontrado, recogiendo los frutos del moral, encendiendo el farol que está sobre la puerta, apartando el embozo de las sábanas de la cama, eran sin duda demasiados pensamientos y demasiado arriesgados para quien ni siquiera había querido probar el bizcocho. Claro está que las palabras de Marcial no requerían respuesta, no habían sido más que la verificación de un hecho para todos evidente, lo mismo que decir simplemente Me gustaría ayudaros, pero no es posible, sin embargo, Cipriano Algor creyó que debería dar expresión a una parte de los pensamientos con que ocupó el silencio subsiguiente a lo dicho por Marcial, no de los pensamientos íntimos, que mantiene encerrados en la caja fuerte de su patético orgullo de viejo, sino de aquellos que, de un modo u otro, son comunes a cuantos viven en esta casa, los confiesen o no, y que pueden ser resumidos en poco más de media docena de palabras, qué será lo que nos reserva el día de mañana. Dijo él, Es como si estuviésemos caminando en la oscuridad, el paso siguiente tanto podrá ser para avanzar como para caer, comenzaremos a saber lo que nos espera cuando el primer encargo esté puesto a la venta, a partir de ahí podremos echar cuentas del tiempo que nos van a necesitar, si mucho, si poco, si nada, será como estar deshojando una margarita a ver qué contesta, La vida no es muy diferente a eso, observó Marta, Pues no, pero lo que nos vinimos jugando durante años ahora nos lo jugamos en semanas o en días, de pronto el futuro se ha acortado, si no me equivoco ya he dicho algo parecido a esto. Cipriano Algor hizo una pausa, después añadió encogiéndose de hombros, Prueba de que es la pura verdad, Aquí sólo hay dos caminos, dijo Marta, resoluta e impaciente, o trabajar como hemos hecho hasta ahora, sin darle más vueltas a la cabeza que las necesarias para el buen acabado de la obra, o suspenderlo todo, informar al Centro de que desistimos del encargo y quedarnos a la espera, A la espera de qué, preguntó Marcial, De que te asciendan, de que nos mudemos al Centro, de que padre decida de una vez si se quiere quedar o venir con nosotros, lo que no podemos hacer es seguir en esta especie de sí pero no, que ya dura semanas, Dicho de otra forma, dijo Cipriano Algor, que ni padre muere, ni comemos caldo, Le perdono lo que acaba de decir porque sé lo que pasa dentro de su cabeza, No se enfaden, por favor, pidió Marcial, para mal vivir ya me basta con lo que tengo que aguantar en mi propia familia, Calma, no te preocupes, dijo Cipriano Algor, aunque ante los ojos de alguien pudiera parecerlo, entre tu mujer y yo nunca habría un enfado real, Pues no, pero hay ocasiones en que me dan ganas de pegarle, amenazó Marta sonriendo, y miren que a partir de ahora será peor, tengan los dos mucho cuidado conmigo, según me cuentan las mujeres embarazadas tienen cambios bruscos de humor, tienen caprichos, manías, mimos, ataques de llanto, golpes de mal genio, prepárense para lo que viene, Yo ya estoy resignado, dijo Marcial, y dirigiéndose a Cipriano Algor, Y usted, padre, Yo ya lo estaba desde hace muchos años, desde que ella nació, Finalmente, todo el poder para la mujer, temblad, varones, temblad y temed, exclamó Marta. El alfarero no acompañó esta vez el tono jovial de la hija, antes bien habló serio y sereno como si estuviese recogiendo una a una palabras que se habían quedado atrás, en el lugar donde fueron pensadas y puestas a madurar, no, esas palabras no fueron pensadas, ni tenían que sazonar, emergían en aquel momento de su espíritu como raíces que hubieran subido repentinamente a la superficie del suelo, El trabajo proseguirá normalmente, dijo, satisfaré nuestros compromisos en tanto me sea posible, sin más quejas ni protestas, y cuando Marcial sea ascendido consideraré la situación, Considerará la situación, preguntó Marta, qué quiere eso decir, Vista la imposibilidad de mantener en funcionamiento la alfarería, la cierro y dejo de ser suministrador del Centro, Muy bien, y de qué va a vivir luego, dónde, cómo, con quién, picó Marta, Acompañaré a mi hija y a mi yerno a vivir en el Centro, si todavía me quieren con ellos. La imprevista y terminante declaración de Cipriano Algor tuvo efectos diferentes en la hija y en el yerno. Marcial exclamó, Por fin, y abrazó con fuerza al suegro, No puede imaginar la alegría que me da, dijo, era una espina que traía clavada dentro. Marta miraba al padre, primero con escepticismo, como quien no acaba de creer lo que oye, pero poco a poco el rostro se le fue iluminando de comprensión, era el trabajo servicial de la memoria trayéndole al recuerdo ciertas expresiones populares corrientes, ciertos restos de lecturas clásicas, ciertas imágenes tópicas, es verdad que no recordó todo lo que habría para recordar, por ejemplo, quemar barcos, cortar puentes, cortar por lo sano, cortar derecho, cortar amarras, cortar el mal de raíz, perdido por diez perdido por cien, hombre perdido no quiere consejos, abandonar ante la meta, están verdes no sirven, mejor pájaro en mano que ciento volando, éstas y muchas más, y todas para decir una sola cosa, Lo que no quiero es lo que no puedo, lo que no puedo es lo que no quiero. Marta se aproximó al padre, le pasó la mano por la cara con un gesto demorado y tierno, casi maternal, Será lo mejor, si es eso lo que realmente desea, murmuró, no mostró más satisfacción que la poquísima que palabras tan pobres, tan pedestres, serían capaces de comunicar, pero tenía la seguridad de que el padre iba a comprender que no las escogió por indiferencia, sino por respeto. Cipriano Algor puso la mano sobre los hombros de la hija, después la atrajo hacia sí, le dio un beso en la frente y, en voz baja, pronunció la breve palabra que ella quería oír y leer en los ojos, Gracias. Marcial no preguntó Gracias por qué, aprendió hace mucho tiempo que el territorio donde se movían ese padre y esa hija, más que familiarmente particular, era de algún modo sagrado e inaccesible. No le afectaba un sentimiento de celos, sólo la melancolía de quien se sabe definitivamente excluido, no de este territorio, que nunca podría pertenecerle, sino de un otro en el que, si ellos estuvieran allí o si alguna vez él pudiese estar allí con ellos, encontraría y reconocería, por fin, a su propio padre y a su propia madre. Se descubrió a sí mismo pensando, sin demasiada sorpresa, que, puesto que el suegro había decidido vivir en el Centro, la idea de los padres de vender la casa del pueblo y mudarse con ellos sería irremediablemente abandonada, por mucho que les costase y por mucho que protestasen, en primer lugar porque es una norma inflexible del Centro, determinada e impuesta por las propias estructuras habitacionales internas, no admitir familias numerosas, y en segundo lugar porque, no habiendo existido nunca una relación de entendimiento entre los miembros de estas dos, fácilmente se imagina el infierno en el que se les podría convertir la vida si se viesen reunidas en un mismo reducido espacio. A pesar de ciertas situaciones y de ciertos desahogos que podrían inducir a una opinión contraria, Marcial no merece que lo consideremos un mal hijo, las culpas del desencuentro de sentimientos y voluntades en su familia no son sólo suyas, y sin embargo, demostrándose así una vez más hasta qué punto el alma humana es un pozo infestado de contradicciones, está contento por no tener que vivir en la misma casa que aquellos que le dieron el ser. Ahora que Marta está embarazada, ojalá el ignoto destino no confirme en ella y en él aquella antigua sentencia que severamente reza, Hijo eres, padre serás, como tú hagas, así te harán. Es bien cierto que, de una manera u otra, por una especie de infalible tropismo, la naturaleza profunda de hijo impele a los hijos a buscar padres de sustitución siempre que, por buenos o malos motivos, por justas e injustas razones, no puedan, no quieran o no sepan reconocerse en los propios. Verdaderamente, a pesar de todos sus defectos, la vida ama el equilibrio, si mandara sólo ella haría que el color oro estuviera permanentemente sobre el color azul, que todo lo cóncavo tuviese su convexo, que no sucediese ninguna despedida sin llegada, que la palabra, el gesto y la mirada se comportaran como gemelos inseparables que en todas las circunstancias dijeran lo mismo. Siguiendo vías para cuyo desarrollo pormenorizado no nos reconocemos ni aptos ni idóneos, pero de cuya existencia e intrínseca virtud comunicativa tenemos absoluta certeza, tanto como de las nuestras propias, fue el conjunto de observaciones que acaban de ser expendidas lo que hizo nacer en Marcial Gacho una idea, en seguida transmitida al suegro con el filial alborozo que se adivina, Es posible traer lo que queda de loza de una sola vez, anunció, Ni siquiera sabes cuánta queda, pienso que todavía unas cuantas furgonetas, objetó Cipriano Algor, No hablo de furgonetas, lo que digo es que la loza no será tanta que un camión vulgar no pueda resolver el asunto en una sola carga, Y de dónde vamos a sacar ese precioso camión, preguntó Marta, Lo alquilamos, Será muy caro, no tendré dinero suficiente, dijo el alfarero, pero la esperanza ya le hacía temblar la voz, Un día bastará para este trabajo, si juntamos nuestro dinero, el nuestro y el suyo, estoy seguro de que lo conseguiremos, y además siendo yo guarda interno, tal vez me hagan un descuento, no perdemos nada intentándolo, Sólo un hombre para la carga y descarga, no sé si seré capaz, apenas puedo ya con los brazos y las piernas, No estará solo, iré con usted, dijo Marcial, Eso no, pueden reconocerte, y sería malo para ti, No creo que haya peligro, sólo he ido una vez al departamento de compras, si llevo gafas oscuras y una boina en la cabeza puedo ser cualquier persona, La idea es buena, muy buena, dijo Marta, podríamos lanzarnos ya a la fabricación de muñecos, Eso es lo que pienso, dijo Marcial, También yo, confesó Cipriano Algor. Se quedaron mirándose, callados, sonrientes, hasta que el alfarero preguntó, Cuándo, Mañana mismo, respondió Marcial, aprovecharemos mi libranza, sólo habrá otra ocasión de aquí a diez días, y entonces no valdrá la pena, Mañana, repitió Cipriano Algor, eso quiere decir que ya podríamos comenzar a trabajar de lleno, Así es, dijo Marcial, y ganar casi dos semanas, Me has dado un alma nueva, dijo el alfarero, después preguntó, Cómo lo haremos, aquí en el pueblo no creo que haya camiones para alquilar, Lo alquilamos en la ciudad, saldremos por la mañana para tener tiempo de elegir el mejor precio posible, Comprendo que así convenga, dijo Marta, pero creo que deberías almorzar con tus padres, la última vez no fuiste y ellos estarán disgustados. Marcial se crispó, No me apetece, y además, se volvió hacia el suegro y preguntó, A qué hora tiene que comparecer en el almacén, A las cuatro, Ahí está, almorzar con mis padres, ir luego a la ciudad, todo el camino hasta allí, alquilar el camión y estar a las cuatro para recoger la loza, no da tiempo, Les dices que tienes necesidad absoluta de almorzar más temprano, Incluso así no va a dar tiempo, y encima no me apetece, iré el próximo permiso, Por lo menos telefonea a tu madre, La llamaré, pero no te extrañe que vuelva a preguntarme cuándo nos mudamos. Cipriano Algor dejó a la hija y al yerno discutiendo la grave cuestión del almuerzo familiar de los Gachos y se aproximó al tablero donde estaban las seis figuras. Con extremo cuidado les retiró los paños mojados, las observó con atención, una a una, necesitaban sólo de algunos ligeros retoques en las cabezas y en los rostros, partes del cuerpo que, siendo las figuras de pequeño tamaño, poco más de un palmo de altura, inevitablemente tendrían que resentirse de la presión de las telas, Marta se encargará de ponerlas como nuevas, después quedarán destapadas, al descubierto, para que pierdan la humedad antes de meterlas en el horno. Por el cuerpo dolorido de Cipriano Algor pasó un estremecimiento de placer, se sentía como si estuviese principiando el trabajo más difícil y delicado de su vida de alfarero, la aventurada cochura de una pieza de altísimo valor estético modelada por un gran artista a quien no le importa rebajar su genio hasta las precarias condiciones de este lugar humilde, y que no podría admitir, de la pieza se habla, mas también del artista, las consecuencias ruinosas que resultarían de la variación de un grado de calor, ya sea por exceso ya sea por defecto. De lo que realmente aquí se trata, sin grandezas ni dramas, es de llevar al horno y cocer media docena de figurillas insignificantes para que generen, cada una de ellas, doscientas insignificantes copias, habrá quien diga que todos nacemos con el destino trazado, pero lo que está a la vista es que sólo algunos vinieron a este mundo para hacer del barro adanes y evas o multiplicar los panes y los peces. Marta y Marcial habían salido de la alfarería, ella para preparar la cena, él para profundizar las relaciones iniciadas con el perro Encontrado, quien, aunque todavía renitente a aceptar sin protesta la presencia de un uniforme en la familia, parece dispuesto a asumir una postura de tácita condescendencia siempre que el dicho uniforme sea sustituido, nada más llegar, por cualquier vestimenta de corte civil, moderna o antigua, nueva o vieja, limpia o sucia, da lo mismo. Cipriano Algor está ahora solo en la alfarería. Probó distraídamente la solidez de una caja, mudó de sitio, sin necesidad, un saco de yeso, y, como si apenas el azar, y no la voluntad, le hubiese guiado los pasos, se encontró delante de las figuras que había modelado, el hombre, la mujer. En pocos segundos el hombre quedó transformado en un montón informe de barro. Quizá la mujer hubiese sobrevivido si en los oídos de Cipriano Algor no sonase ya la pregunta que Marta le haría mañana, Por qué, por qué el hombre y no la mujer, por qué uno y no los dos. El barro de la mujer se amasó sobre el barro del hombre, son otra vez un barro solo.


El primer acto de la función terminó, el atrezo de escena ha sido retirado, los actores descansan del esfuerzo de la apoteosis. En los almacenes del Centro no queda una sola pieza de loza fabricada por la alfarería de los Algores, quizá algún polvo rojo esparcido por los estantes, nunca estará de más recordar que la cohesión de las materias no es eterna, si el continuo roce de los invisibles dedos del tiempo desgasta mármoles y granitos, qué no hará a simples arcillas de composición precaria y cochura probablemente irregular. A Marcial Gacho no lo reconocieron en el departamento de compras, efecto seguro de la boina y de las gafas oscuras, pero también de la barba sin afeitar, que él se había dejado a caso hecho para rematar la eficacia del disfraz protector, pues entre las diversas características que deben distinguir a un guarda interno del Centro se incluye un perfecto rasurado. En todo caso al subjefe no dejó de extrañarle la repentina mejoría del vehículo transportador, actitud lógica en persona que más de una vez se había permitido sonreír irónicamente a la vista de la vetusta furgoneta, pero lo sorprendente fue, y ésta es en la presente circunstancia la mínima denominación posible, el asomo de irritación apenas contenida que le subió a la mirada y al gesto cuando Cipriano Algor le informó de que estaba dispuesto para llevarse el resto de la mercancía, Toda, preguntó, Toda, respondió el alfarero, he traído un camión y un ayudante. Si a este subjefe de demostrado mal talante le estuviese asignado suficiente futuro en el relato que venimos cursando, sin duda un día de éstos le pediríamos que nos desvelase el fondo de sus sentimientos en aquella ocasión, es decir, la razón última de una contrariedad, a todas luces ilógica, que no quiso ocultar o no fue capaz de tal. Es probable que intentara engañarnos diciendo, por ejemplo, que se había habituado a las visitas diarias de Cipriano Algor y que, aunque por respeto a la verdad no pudiese jurar que eran amigos, le había tomado una cierta simpatía, sobre todo debido a la poco auspiciosa situación profesional en la que el pobre diablo se encontraba. Falsedad de lo más descarada como es evidente, porque, si del desvelamiento del fondo pasásemos a la excavación de lo más hondo, en seguida nos daríamos cuenta de que lo que delata la muestra de exasperación del subjefe es la frustración de ver cómo se le iba de las manos el gozo sobre todos perverso de los que disfrutan con las derrotas ajenas hasta cuando no sacan ningún provecho de ellas. Con el pretexto de que pasarían horas haciendo el trabajo y de que estaban dificultando las descargas de otros abastecedores, el pésimo hombre todavía intentó impedir la carga del camión, pero Cipriano Algor lo puso, como elocuentemente se suele decir, entre la espada y la pared, preguntándole quién se responsabilizaría del gasto del alquiler del vehículo en caso de no acabar, exigió el libro de reclamaciones, y, como golpe final y desesperado, aseguró que de allí no saldría sin hablar con el jefe del departamento. Es de manuales elementales de psicología aplicada, capítulo comportamientos, que las personas de mal carácter son con mucha frecuencia cobardes, por eso no deberá sorprendernos que el temor a ser desautorizado en público por el jefe superior jerárquico haya hecho mudar de un instante a otro la actitud del subjefe. Dejó salir por la boca una insolencia para mitigar el desaire y se retiró al fondo del almacén, de donde sólo volvió a aparecer cuando el camión, finalmente cargado, abandonó el subterráneo. Ni propia ni figuradamente cantaron Cipriano Algor y Marcial Gacho victoria, estaban demasiado cansados para gastar el poco fuelle que les quedaba en gorjeos y congratulaciones, el mayor dijo solamente, Nos va a amargar la vida cuando traigamos la otra mercancía, va a examinar las figuras con lupa y a rechazarlas por docenas, y el más joven respondió que tal vez sí, pero que no era seguro, que el jefe del departamento es quien lleva el asunto, de ésta nos hemos librado, padre, la otra ya veremos, la vida tiene que ser así, cuando uno se desanima, el otro se agarra las propias tripas y de ellas hace corazón. Habían dejado la furgoneta estacionada en la esquina de una calle próxima, allí estará hasta que vuelvan de descargar la última loza en la hondonada que está cerca del río, después llevarán el camión al garaje y, exhaustos, más muertos que vivos, uno por haber perdido en los lisos pasillos del Centro la saludable costumbre del esfuerzo físico, el otro por las sobradamente conocidas desventajas de la edad, llegarán por fin a casa, cuando la tarde ya esté cayendo. Bajará a recibirlos al camino el perro Encontrado, también él dando los saltos y los latidos de su condición, y Marta estará esperando en la puerta. Ella preguntará, Ya está, quedó todo resuelto, y ellos responderán que sí, que todo quedó resuelto, y luego los tres han de pensar, o han de sentir, si hay desigualdad y contradicción entre el sentir y el pensar, que esta parte que ha acabado es la misma que está impaciente por comenzar, que los primeros, segundos y terceros actos, da lo mismo que sean los de las funciones o los de las vidas, son siempre una sola pieza. Es verdad que algunos atrezos han sido retirados del escenario, pero el barro del que van a ser hechos los nuevos aderezos es el mismo de ayer, y los actores, mañana, cuando despierten del sueño de los bastidores, posarán el pie derecho delante de donde habían dejado la marca del pie izquierdo, después asentarán el izquierdo delante del derecho, y, hagan lo que hagan, no se saldrán del camino. A pesar del cansancio de él, Marta y Marcial repetirán, como si también esta vez fuese la primera, los gestos, los movimientos y los gemidos y suspiros de amor. Y las palabras. Cipriano Algor dormirá sin sueños en su cama. Mañana temprano, como de costumbre, llevará al yerno al trabajo. Tal vez en el regreso se le ocurra pasar por la hondonada cerca del río, sin ningún motivo especial, ni siquiera curiosidad, sabe perfectamente lo que allí fue dejado, pero pese a todo quizá se acerque al borde de la cueva, y si lo hace mirará hacia abajo, entonces se preguntará a sí mismo si no debería cortar unas cuantas ramas de árboles para cubrir mejor la loza, da idea de que quiere que nadie más sepa lo que hay aquí, de que quiere que así se quede, oculta, resguardada, hasta el día en que nuevamente vuelvan a ser necesarias, ah, qué difícil es separarnos de aquello que hemos hecho, sea cosa o sueño, incluso cuando lo hemos destruido con nuestras propias manos.

Voy a limpiar el horno, dijo Cipriano Algor al llegar a casa. Las experiencias anteriores del perro Encontrado le indujeron a pensar que el dueño se disponía a sentarse otra vez en el banco de las meditaciones, todavía andaría el pobre con el espíritu turbio de conflictos, la vida corriéndole a contramano, en estas ocasiones es cuando los perros hacen más falta, vienen y se nos colocan delante con la infalible pregunta en los ojos, Quieres ayuda, y siendo cierto que, a primera vista, no parece estar al alcance de uno de estos animales poner remedio a los sufrimientos, angustias y otras aflicciones humanas, bien pudiera suceder que la causa radique en el hecho de que no seamos capaces de comprender lo que está más allá o acá de nuestra humanidad, como si las otras aflicciones en el mundo sólo pudiesen lograr una realidad aprehensible si las medimos por nuestros propios patrones, o, usando palabras más simples, como si sólo lo humano tuviese existencia. Cipriano Algor no se sentó en el banco de piedra, pasó a su lado, luego, tras mover uno tras otro los tres gruesos cierres de hierro instalados en alturas diferentes, arriba, en medio, abajo, abrió la puerta del horno, que chirrió gravemente en los goznes. Pasados los primeros días de indagaciones sensoriales que contentaron la curiosidad inmediata de quien acabara de llegar a un nuevo lugar, el horno había dejado de atraer la atención del perro Encontrado. Era una construcción vieja y basta de albañilería, con una puerta alta y estrecha, de finalidad desconocida y donde no vivía nadie, una construcción que tenía en la parte superior tres cosas como chimeneas, pero que seguramente no lo serían, puesto que de ellas nunca se había desprendido ningún estimulante olor a comida. Y ahora para su desconcierto la puerta se abre y el dueño entra con tan buena disposición como si también aquello fuese su casa, como la otra de ahí. Debe un perro, por cautela y principio, ladrar a cuantas sorpresas le surjan en la vida, porque no podrá saber de antemano si las buenas se transformarán en malas y si las malas dejarán de ser lo que fueron, por tanto Encontrado ladró y ladró, primero con inquietud cuando la figura del dueño pareció desvairse en la última penumbra del horno, luego feliz al verlo reaparecer entero y con la expresión cambiada, son los pequeños milagros del amor, querer bien lo que se ha hecho también debería merecer ese nombre. Cuando Cipriano Algor volvió a entrar en el horno, ahora empuñando la escoba, Encontrado no se preocupó, un dueño, bien mirado, es como el sol y la luna, debemos ser pacientes cuando desaparece, esperar que el tiempo pase, si poco si mucho no lo podrá decir un perro, que no distingue duraciones entre la hora y la semana, entre el mes y el año, para un animal de éstos no hay más que la presencia y la ausencia. Durante la limpieza del horno, Encontrado no hizo intención de entrar, se apartó a un lado para que no le cayese encima la lluvia de pequeños fragmentos de barro cocido, de cascotes de loza rota que la escoba iba empujando hacia fuera, y se tumbó todo lo largo que era, con la cabeza asentada entre las patas. Parecía ajeno, casi dormido, pero hasta el más inexperto conocedor de mañas caninas sería capaz de comprender, nada más que por el modo disimulado con que de vez en cuando el sujeto abría y cerraba los ojos, que el perro Encontrado estaba simplemente a la espera. Terminada la tarea de limpieza, Cipriano Algor salió del horno y se encaminó a la alfarería. Mientras estuvo a la vista, el perro no se movió, luego se levantó despacio, avanzó con el cuello estirado hasta la entrada del horno y miró. Era una casa extraña y vacía, de techo abovedado, sin muebles ni adornos, forrada de paralelepípedos blanquecinos, pero lo que más impresionó la nariz del perro Encontrado fue la sequedad extrema del aire que dentro se respiraba y también el picor intenso del único olor que se percibía, la vaharada final de un infinito calcinamiento, que no os sorprenda la fragante y asumida contradicción entre final e infinito, pues no era de sensaciones humanas de lo que veníamos tratando, sino de lo que humanamente podemos imaginar acerca de lo que sentiría un perro al entrar por primera vez en un horno de alfarería vacío. Al contrario de lo que, por naturaleza, sería de esperar, Encontrado no dejó marcado de orina el nuevo sitio. Es verdad que comenzó obedeciendo a lo que el instinto le ordenaba, es verdad que llegó a levantar amenazadoramente la pata, pero se venció, se contuvo en el último y definitivo instante, quién sabe si amedrentado por el silencio mineral que lo rodeaba, por la rudeza tosca de la construcción, por el tono blanquecino y fantasmagórico del suelo y de las paredes, quién sabe si sencillamente porque sospechó que el dueño emplearía la violencia contra él si encontrara emporcado con una meada infame el reino, el trono y el dosel del fuego, el crisol donde la arcilla sueña cada vez que se va a convertir en diamante. Con la piel del dorso erizada, con el rabo entre las piernas como si viniese expulsado de lejos, el perro Encontrado salió del horno. No vio a ninguno de los dueños, la casa y el campo estaban como abandonados, y el moral, por efecto del ángulo de incidencia del sol, parecía proyectar una sombra extraña, que se arrastraba por el suelo como si viniese de un árbol diferente. Al contrario de lo que en general se piensa, los perros, por muchos cuidados y mimos de que sean objeto, no tienen la vida fácil, en primer lugar porque hasta hoy no han conseguido llegar a una comprensión mínimamente satisfactoria del mundo al que han sido traídos, en segundo lugar porque esa dificultad se ve agravada continuamente por las contradicciones y por las inestabilidades de conducta de los seres humanos con quienes comparten, por decirlo así, la casa, la comida y a veces la cama. Desapareció el dueño, no aparece la dueña, el perro Encontrado desahoga la melancolía y la retención de la vejiga en el banco de piedra que no tiene más utilidad que la de servir para meditaciones. En ese momento Cipriano Algor y Marta salieron de la alfarería. Encontrado corrió hacia ellos, en instantes como éste, sí, tiene la impresión de que finalmente va a entenderlo todo, pero la impresión no dura, nunca dura, el dueño le suelta un grito enorme, Fuera de aquí, la dueña grita alarmada, Quieto, quién podrá alguna vez entender a esta gente, el perro Encontrado no tardará en darse cuenta de que los dueños llevan unas figuras de barro en equilibrio sobre unas pequeñas tablas, tres cada uno y en cada una, imagínese el desastre que sucedería si no me hubiesen frenado a tiempo las efusiones. Se dirigen los equilibristas a las largas tablas de secado que desde hace semanas están desnudas de platos, cuencos, tazas, platillos, tazones, jarrones, botijos, cántaros, macetas y otros enseres de casa y jardín. Estos seis muñecos, que se quedarán secándose al aire, protegidos por la sombra del moral, pero tocados de vez en cuando por el sol que se insinúa y mueve entre las hojas, son la guardia avanzada de una nueva ocupación, la de centenas de figuras iguales que en batallones cerrados cubrirán las amplias tablas, mil doscientas figuras, seis veces doscientas, según las cuentas hechas en su momento, pero las cuentas estaban equivocadas, la alegría de la victoria no siempre es buena consejera, estos alfareros, pese a las tres generaciones de experiencia, parecen haberse olvidado de que es indispensable reservar siempre, porque hasta la tijera come el paño que corta, un margen para las pérdidas, es lo que cae y se parte, es lo que se deforma, es lo que se contrae más o menos, es lo que el calor revienta por estar mal fabricada la pieza, es lo que sale mal cocido por defectuosa circulación del aire caliente, y a todo esto, que tiene que ver directamente con las contingencias físicas de un trabajo en el que hay mucho de arte alquímica, que, como sabemos, no es una ciencia exacta, a todo esto, decíamos, habrá que añadir el examen riguroso que, como de costumbre, el Centro aplicará a cada una de las piezas, para colmo con aquel subjefe que parece tenérsela jurada. A Cipriano Algor únicamente se le vinieron a la cabeza estas dos amenazas, la cierta y la latente, cuando barría el horno, es lo que tienen de bueno las asociaciones de ideas, unas van tirando de otras, de carrerilla, la habilidad está en no dejar que se rompa el hilo de la madeja, en comprender que un cascote en el suelo no es sólo su presente de cascote en el suelo, es también su pasado de cuando no lo era, es también su futuro de no saber lo que llegará a ser.

Se cuenta que en tiempos antiguos hubo un dios que decidió modelar un hombre con el barro de la tierra que antes había creado, y luego, para que tuviera respiración y vida, le dio un soplo en la nariz. Algunos espíritus contumaces y negativos enseñan cautelosamente, cuando no osan proclamarlo con escándalo, que, después de aquel acto creativo supremo, el tal dios no volvió a dedicarse nunca más a las artes de la alfarería, manera retorcida de denunciarlo por haber, simplemente, dejado de trabajar. El asunto, por la trascendencia de que se reviste, es demasiado serio para que lo tratemos de forma simplista, exige ponderación, mucha imparcialidad, mucho espíritu objetivo. Es un dato histórico que el trabajo de modelado, desde aquel memorable día, dejó de ser un atributo exclusivo del creador para pasar a la competencia incipiente de las criaturas, las cuales, excusado será decirlo, no están pertrechadas de suficiente soplo ventilador. El resultado fue que se asignara al fuego la responsabilidad de todas las operaciones subsidiarias capaces de dar, tanto por el color como por el brillo, y hasta por el sonido, una razonable semejanza de cosa viva a cuanto saliese de los hornos. Era juzgar por las apariencias. El fuego hace mucho, eso no hay quien lo niegue, pero no puede hacerlo todo, tiene serias limitaciones, incluso hasta algún grave defecto, como, por ejemplo, la insaciable bulimia que padece y que lo conduce a devorar y reducir a cenizas todo cuanto encuentra por delante. Volviendo al asunto que nos ocupa, la alfarería y su funcionamiento, todos sabemos que barro húmedo metido en horno es barro estallado en menos tiempo del que lleva contarlo. Una primera e irrevocable condición establece el fuego, si queremos que haga lo que de él se espera, que el barro entre seco y bien seco en el horno. Y es aquí cuando humildes regresamos al soplo en la nariz, es aquí cuando tendremos que reconocer hasta qué punto fuimos injustos e imprudentes al apadrinar y hacer nuestra la impía idea de que el dicho dios habría dado la espalda, indiferente, a su propia obra. Sí, es cierto que después de eso nadie más lo ha vuelto a ver, pero nos dejó lo que tal vez fuese lo mejor de sí mismo, el soplo, el aire, el viento, la brisa, el céfiro, esos que ya están entrando suavemente por las narices de los seis muñecos de barro que Cipriano Algor y la hija acaban de colocar, con todo cuidado, sobre uno de los tableros de secado. Escritor, además de alfarero, el dicho dios también sabe escribir derecho con líneas torcidas, no estando él aquí para soplar personalmente, mandó a quien hiciese el trabajo en su nombre, y todo para que la todavía frágil vida de estos barros no acabe extinguiéndose mañana en el ciego y brutal abrazo del fuego. Decir mañana es apenas una manera de hablar, porque si es cierto que un único soplo fue suficiente en el inicio para que el barro del hombre adquiriese respiración y vida, muchos serán los soplos necesarios para que de los bufones, de los payasos, de los asirios de barbas, de los mandarines, de los esquimales y de las enfermeras, de estos que están aquí y de los que en filas cerradas vendrán a alinearse en estos tableros, se evapore poco a poco el agua sin la que no habrían llegado a ser lo que son, y puedan entrar seguros en el horno para transformarse en aquello que van a tener que ser. El perro Encontrado se alzó sobre las patas traseras y apoyó las manos en el borde de la plancha para ver desde más cerca los seis monigotes formados ante él. Olisqueó una vez, dos veces, y luego se desinteresó de ellos, pero no a tiempo de evitar la palmada seca y dolorosa que el dueño le propinó en la cabeza ni la repetición de las duras palabras que ya oyera antes, Fuera de aquí, cómo podría él explicar que no le iba a hacer ningún mal a los muñecos, que sólo los quería ver mejor y oler, que no ha sido justo que me pegues por tan poco, parece que no sabes que los perros no se sirven sólo de los ojos de la cara para indagar el mundo exterior, la nariz es como un ojo complementario, ve lo que huele, menos mal que esta vez ella no gritó Quieto, felizmente siempre se encuentra a alguien capaz de comprender las razones ajenas, incluso las de aquellos que, por mudez de naturaleza, o insuficiencia de vocabulario, no supieron o no les llegó la lengua para explicarlas, No era necesario pegarle, padre, sólo estaba curioseando, dijo Marta. Lo más seguro es que el propio Cipriano Algor no haya querido hacerle daño al perro, le salió así por la fuerza del instinto, que, al contrario de lo que generalmente se piensa, los seres humanos todavía no han perdido ni están cerca de perder. Convive éste pared con pared con la inteligencia, pero es infinitamente más rápido que ella, por eso la pobrecilla queda tantas veces en ridículo y es desairada en tantas ocasiones, es lo que ha sucedido en este caso, el alfarero reaccionó al miedo de ver destruido lo que tanto esfuerzo le había costado de la misma manera que la leona a la ansiedad de ver en peligro a su cría. No todos los creadores se distraen de sus criaturas, sean éstas cachorros o muñecos de barro, no todos se van y dejan en su lugar la inconstancia de un céfiro que sopla de vez en cuando, como si nosotros no tuviésemos esta necesidad de crecer, de ir al horno, de saber quiénes somos. Cipriano Algor llamó al perro, Ven aquí, Encontrado, ven aquí, de hecho no hay quien consiga comprender a estos bichos, pegan y en seguida van a acariciar a quienes han pegado, les pegan y en seguida van a besar la mano que les ha pegado, es posible que todo esto no sea nada más que una consecuencia de los problemas que venimos teniendo, desde el remoto comienzo de los tiempos, para entendernos unos a otros, nosotros, los perros, nosotros, los humanos. Encontrado ya se ha olvidado del manotazo recibido, pero el dueño no, el dueño tiene memoria, lo olvidará mañana o dentro de una hora, pero por el momento no puede, en casos así la memoria es como aquel toque instantáneo de sol en la retina que deja una quemadura en la superficie, cosa leve, sin importancia, pero que molesta mientras dura, lo mejor será llamar al perro, decirle, Encontrado, ven aquí, y el perro irá, va siempre, si está lamiendo la mano que lo acaricia es porque ésa es la manera de besar de los perros, en poco tiempo desaparecerá la quemadura, la visión se normalizará, y será como si nada hubiera ocurrido.

Cipriano Algor echó cuenta de la leña y la encontró poca. Durante años había andado complaciéndose en la idea de que habría de llegar la hora en que el viejo horno de leña sería derribado para que en su lugar surgiera un horno nuevo, de los modernos, de esos que trabajan con gas, capaces de ofrecer temperaturas altísimas, rápidos de calentar y de excelentes resultados en la cocción. En el fondo de sí mismo, sin embargo, intuía que nunca tal acabaría sucediendo, en primer lugar por el mucho dinero que la obra exigiría, fuera de su alcance, pero también por otras razones menos materiales, como saber de antemano que le daría pena derribar aquello que el abuelo había construido y después el padre perfeccionara, si lo hiciese sería como si, en sentido propio, los borrase de una vez por todas de la faz de la tierra, pues precisamente sobre la faz de la tierra está el horno. Tenía aún una otra razón, menos confesable, que despachaba en cinco palabras, Ya estoy viejo para eso, pero que objetivamente implicaba el uso de los pirómetros, de las tuberías, de los pilotos de seguridad, de los quemadores, es decir, otras técnicas y otros cuidados. No quedaba por tanto más remedio que seguir con el horno viejo alimentándolo a la vieja manera, con leña, leña y leña, tal vez esto sea lo que más cuesta soportar en los menesteres del barro. Así como el fogonero de las antiguas locomotoras de vapor, que se pasaba el tiempo echando paladas de carbón en la boca del fogón, el alfarero, por lo menos este Cipriano Algor, que no puede pagar a un ayudante, se fatiga durante horas metiendo el arcaico combustible horno adentro, ramajes que el fuego envuelve y devora en un instante, ramas que la llama va mordisqueando y lamiendo poco a poco hasta fragmentarlas en brasas, lo bueno es cuando podemos mimarlo con pinas y serrín, que arden más despacio y proporcionan más calor. Cipriano Algor se abastece en los alrededores de la población, encarga a los leñadores y agricultores unas cuantas cargas de leña para quemar, compra en los aserraderos y carpinterías del Cinturón Industrial unas cuantas sacas de serrín, preferentemente de maderas duras, como el roble, el nogal y el castaño, y todo esto lo tendrá que hacer solo, evidentemente no se le pasa por la cabeza pedirle a la hija, y más estando embarazada, que le acompañe y le ayude a subir las sacas a la furgoneta, se llevará a Encontrado para acabar de hacer las paces, lo que parece significar que la quemadura en la memoria de Cipriano Algor, al final, no estaba del todo curada. La leña que se encuentra debajo del alpendre sería más que suficiente para la cochura de las seis figuras que van a servir de moldes. Pero Cipriano Algor duda, encuentra absurda, disparatada, un desbarato sin disculpa, la enorme desproporción de medios a emplear en relación con los fines a conseguir, es decir, que para cocer la nadería material de media docena de muñecos vaya a ser necesario usar el horno como si de una carga hasta el techo se tratase. Se lo dijo a Marta, que le dio la razón, y media hora después el remedio, El libro explica cómo se puede resolver el problema, hasta trae un dibujo para que se entienda mejor. Es muy posible que el bisabuelo de Marta, siendo como era del tiempo de Maricastaña, hubiese usado alguna vez, en los primordios de su profesión de alfarero, el ya en esa época anticuado proceso de cochura en cueva, pero la instalación del primer horno debería haber dispensado y de algún modo hecho olvidar la arcaica práctica, que no pasó ya al padre de Cipriano Algor. Afortunadamente existen los libros. Podemos tenerlos olvidados en una estantería o en un baúl, dejarlos entregados al polvo o a las polillas, abandonarlos en la oscuridad de los sótanos, podemos no pasarles la vista por encima ni tocarlos durante años y años, pero a ellos no les importa, esperan tranquilamente, cerrados sobre sí mismos para que nada de lo que tienen dentro se pierda, el momento que siempre llega, ese día en el que nos preguntamos, Dónde estará aquel libro que enseñaba a cocer los barros, y el libro, finalmente convocado, aparece, está aquí en las manos de Marta mientras el padre cava al lado del horno una pequeña cueva con medio metro de profundidad y otro tanto de anchura, para el tamaño de las figuras no es necesario más, después dispone en el fondo del agujero una capa de pequeñas ramas y les prende fuego, las llamas suben, acarician las paredes, reducen la humedad superficial, luego la hoguera esmorecerá, sólo restarán las cenizas calientes y unas diminutas brasas, y será sobre éstas donde Marta, habiéndole pasado al padre el libro abierto en la página, haga descender, y con extremo cuidado vaya posando, una a una, las seis figuras de la prueba, el mandarín, el esquimal, el asirio de barba, el payaso, el bufón, la enfermera, dentro de la cueva el aire caliente todavía tiembla, toca la epidermis grisácea de la que, y también del interior macizo de los cuerpos, casi toda el agua ya se había evaporado por obra de la virazón y de la brisa, y ahora, sobre la boca de la cavidad, a falta de una rejilla adecuada para este fin, coloca Cipriano Algor, ni demasiado juntas ni demasiado separadas, como el libro enseña, unas barras estrechas de hierro por donde han de caer las brasas resultantes de la hoguera que el alfarero ya ha comenzado a atizar. Tan felices estaban con el descubrimiento del libro salvador que no repararon, ni el padre ni la hija, que la hora casi crepuscular en que comenzaron el trabajo los obligaría a alimentar la hoguera noche adentro, hasta que las brasas llenen por completo la cueva y la cocción termine. Cipriano Algor dijo a la hija, Tú acuéstate, que yo me quedo mirando por la lumbre, y ella respondió, No me perdería esto por todo el oro del mundo. Se sentaron en el banco de piedra contemplando las llamas, de vez en cuando Cipriano Algor se levantaba e iba a echar más leña, ramas no demasiado gruesas para que las brasas caigan por los intervalos de los hierros, cuando llegó la hora de la cena Marta bajó a casa para preparar una refección ligera, tomada después a la luz oscilante que se movía sobre la pared lateral del horno como si también él estuviese ardiendo por dentro. El perro Encontrado compartió lo que había para comer, después se tumbó a los pies de Marta, mirando fijamente las llamas, en su vida había estado cerca de otras hogueras, pero ninguna como ésta, probablemente querría decir otra cosa, las hogueras, mayores o más pequeñas, se parecen todas, son leña ardiendo, centellas, tizones y cenizas, lo que Encontrado pensaba era que nunca había estado así, a los pies de dos personas a quienes había entregado para siempre su amor de perro, junto a un banco de piedra propicio a serias meditaciones, como él mismo, a partir de hoy y por experiencia personal directa, podrá testificar. Llenar medio metro cúbico de brasas lleva su tiempo, sobre todo si la leña, como está sucediendo, no llegó seca del todo, la prueba está en que se ven hervir las últimas savias en el extremo opuesto de los troncos que se están quemando. Sería interesante, si fuese posible, mirar dentro, ver si las brasas han alcanzado ya la altura de la cintura de los muñecos, pero lo que se puede imaginar es cómo estará el interior de la cueva, vibrante y resplandeciente con la luz de las múltiples llamas breves que acaban de consumir los pequeños trozos de leña incandescente que van cayendo. Como la noche comenzaba a refrescar, Marta fue a casa a buscar una manta, bajo la cual, echada por los hombros, padre e hija se abrigaron. Por delante no necesitaban, sucedía ahora lo mismo que cuando, en tiempos pasados, nos arrimábamos a la chimenea para calentarnos en las noches de invierno, la espalda tiritaba de frío mientras la cara, las manos y las piernas se achicharraban. Las piernas sobre todo, por estar más cerca de la lumbre. Mañana comienza el trabajo duro, dijo Cipriano Algor, Yo ayudo, dijo Marta, Ayudarás, sin duda, no tienes otro remedio, por mucho que me cueste, Siempre he ayudado, Pero ahora estás embarazada, De un mes, o ni tanto, todavía no se nota, me siento perfectamente, Me temo que no consigamos llevar esto hasta el final, Lo conseguiremos, Si al menos pudiésemos encontrar a alguien que nos ayudase, Usted mismo lo tiene dicho, nadie quiere trabajar en alfarerías, aparte de eso emplearíamos todo el tiempo enseñando a quien viniese y los resultados serían de todo menos compensadores, Claro, confirmó Cipriano Algor, súbitamente distraído. Se había acordado de que Isaura Estudiosa, o Isaura Madruga como parece que ha vuelto a llamarse, andaba buscando trabajo, que si no lo encontraba se iría del pueblo, pero este pensamiento no llegó a perturbarlo, de hecho no podría ni querría imaginarse a la tal Madruga trabajando en la alfarería, metida en el barro, las únicas luces que ella tiene de este oficio es esa manera de abrazar un cántaro contra el pecho, pero eso no sirve de nada cuando es de fabricar monigotes de lo que se trata, y no de acunarlos. Para acunar cualquier persona sirve, pensó, pero sabía que esto no era verdad. Dijo Marta, Podríamos llamar a alguien para que se encargara del trabajo de casa, de manera que me dejara libre a mí para la alfarería, No tenemos dinero para pagar una asistenta, o una empleada doméstica, o mujer por horas, o comoquiera que se llame, cortó bruscamente Cipriano Algor, Una persona que esté necesitando una ocupación y que no le importe ganar poco durante un tiempo, insistió Marta. Impaciente, el padre se sacudió la manta de los hombros como si estuviera sofocándose, Si lo que estás pensando es lo que me imagino, creo que es mejor que la conversación acabe aquí, Falta saber si usted se lo imaginó porque yo lo pensé, dijo Marta, o si ya lo había pensado antes de que yo me lo imaginara, No juegues con las palabras, por favor, tú tienes esa habilidad, pero yo no, no la heredaste de mí, Alguna cosa tendrá que ser de nuestra propia cosecha, en todo caso, eso a lo que llama jugar con las palabras es simplemente un modo de hacerlas más visibles, Pues ésas puedes volver a taparlas, no me interesan. Marta repuso la manta en su lugar, embozó los hombros del padre, Ya están tapadas, dijo, si un día alguien las pone otra vez a la vista, le garantizo que no seré yo. Cipriano Algor se deshizo de la manta, No tengo frío, dijo, y fue a echar más leña a la hoguera. Marta se sintió conmovida al reparar en la meticulosidad con que él colocaba los troncos nuevos sobre las teas que ardían, aplicado y escrupuloso como quien se ha obligado, para expulsar incómodos pensamientos, a concentrar todo su poder de atención en un pormenor sin importancia. No debería haber vuelto al asunto, se dijo a sí misma, mucho menos ahora, cuando ya ha dicho que se vendrá con nosotros al Centro, además, suponiendo que ellos se entiendan hasta el punto de querer vivir juntos, cargaríamos con un problema de difícil o incluso de imposible solución, una cosa es irse al Centro con la hija y el yerno, otra que llevara a la propia mujer, en vez de una familia serían dos, estoy convencida de que no nos aceptarían, Marcial ya me ha dicho que los apartamentos son pequeños, luego tendrían que quedarse aquí, y de qué vivirían, dos personas que apenas se conocen, cuánto tiempo iba a durar el entendimiento, más que jugar con las palabras, lo que hago es jugar con los sentimientos de los otros, con los sentimientos de mi propio padre, qué derecho tengo yo, qué derecho tienes tú, Marta, prueba a ponerte en su lugar, no puedes, claro, pues si no puedes cállate, se dice que cada persona es una isla, y no es cierto, cada persona es un silencio, eso, un silenció, cada una con su silencio, cada una con el silencio que es. Cipriano Algor regresó al banco de piedra, él mismo se colocó la manta sobre los hombros a pesar de traer todavía en la ropa el calor de la hoguera, Marta se le acercó, Padre, padre, dijo, Qué quieres, Nada, no me haga caso. Pasaba de la una cuando la cueva se acabó de llenar. Ya no somos necesarios aquí, dijo Cipriano Algor, mañana, cuando se hayan enfriado, retiraremos las piezas, vamos a ver cómo salen. El perro Encontrado los acompañó hasta la puerta de la casa. Después volvió junto a la hoguera y se tumbó. Bajo la finísima película de ceniza, irradiando una luz tenue, el rescoldo todavía palpitaba. Sólo cuando las brasas se apagaron del todo, Encontrado cerró los ojos para dormir.


Cipriano Algor soñó que estaba dentro de su nuevo horno. Se sentía feliz por haber podido convencer a la hija y al yerno de que el repentino crecimiento de la actividad de la alfarería exigía cambios radicales en los procesos de elaboración y una rápida actualización de los medios y estructuras de fabricación, comenzando por la urgente sustitución del viejo horno, remanente arcaico de una vida artesanal que ni siquiera como ruina de museo al aire libre merecería ser conservado. Dejémonos de nostalgias que sólo perjudican y atrasan, dijo Cipriano con inusitada vehemencia, el progreso avanza imparable, es necesario que nos decidamos a acompañarlo, ay de aquellos que, con miedo a posibles aflicciones futuras, se queden sentados a la vera del camino llorando un pasado que ni siquiera fue mejor que el presente. De tan redonda, perfecta y acabada que salió, la frase redujo a los reluctantes jóvenes. En todo caso, hay que reconocer que las diferencias tecnológicas entre el horno nuevo y el horno viejo no eran nada del otro mundo, lo que el primero tenía de anticuado, de moderno lo tiene ahora el segundo, la única modificación que saltaba realmente a la vista consistía en el tamaño de la obra, en su capacidad dos veces mayor, siendo también cierto, aunque no se notase tanto, que eran diferentes, e incluso algo anormales, las relaciones de proporción que la altura, el fondo y el ancho del respectivo vano interno establecían entre sí. Puesto que se trata de un sueño, no hay que extrañarse de este último punto. Extraña, sí, por muchas libertades y exageraciones que la lógica onírica autorice al soñador, es la presencia de un banco de piedra ahí dentro, un banco exactamente igual que el de las meditaciones, y del que Cipriano Algor sólo puede ver la parte de atrás del respaldo, porque, insólitamente, este banco está vuelto hacia la pared del fondo, a sólo cinco palmos de ella. Deben de haberlo puesto aquí los albañiles para descansar a la hora del almuerzo, después se olvidaron de llevárselo, pensó Cipriano Algor, pero sabía que no podía ser cierto, a los albañiles, y este dato es rigurosamente histórico, siempre les ha gustado comer al aire libre, hasta cuando tuvieran que trabajar en el desierto, con más razón en un lugar tan agradablemente campestre como éste, con las tablas de secado debajo del moral y la suave brisa del mediodía soplando. Vengas de donde vengas, irás a hacerle compañía al que está ahí fuera, dijo Cipriano Algor, el problema será sacarte de aquí, para ir en brazos pesas demasiado y si te arrastro me harías polvo el pavimento, no comprendo quién tuvo la idea de traerte dentro de un horno y colocarte de esta manera, una persona sentada quedaría con la nariz casi pegada a la pared. Para demostrarse a sí mismo que tenía razón, Cipriano Algor se deslizó suavemente entre una de las extremidades del banco y la pared lateral que le correspondía, y se sentó. Tuvo que aceptar que su nariz, finalmente, no corría el menor riesgo de desollarse en los ladrillos refractarios, y que las rodillas, aunque más avanzadas en el plano horizontal, también se encontraban a salvo de rozaduras incómodas. La mano, ésa sí, podía alcanzar la pared sin ningún esfuerzo. Ahora bien, en el preciso instante en que los dedos de Cipriano Algor iban a tocarla, una voz que llegaba de fuera dijo, No merece la pena que enciendas el horno. La inesperada orden era de Marcial, como también era suya la sombra que durante un segundo se proyectó en la pared del fondo para desaparecer en seguida. A Cipriano Algor le pareció un abuso y una absoluta falta de respeto el tratamiento usado por el yerno, Nunca le he dado semejante confianza, pensó. Hizo un movimiento para volverse y preguntarle por qué motivo no merecía la pena encender el horno y qué es eso de tratarme de tú, pero no consiguió volver la cabeza, sucede mucho en los sueños, queremos correr y descubrimos que las piernas no obedecen, por lo general son las piernas, esta vez es el cuello el que se niega a dar la vuelta. La sombra ya no estaba, a ella no podía hacerle preguntas, en la vana e irracional suposición de que una sombra tenga lengua para articular respuestas, pero los armonios suplementarios de las palabras que Marcial había proferido todavía seguían resonando entre la bóveda y el suelo, entre una pared y otra pared. Antes de que las vibraciones se extinguiesen del todo y la dispersa sustancia del silencio quebrado tuviese tiempo de reconstituirse, Cipriano Algor quiso conocer las misteriosas razones por las que no merecía la pena encender el horno, si realmente fue eso lo que la voz del yerno dijo, ahora hasta le parecía que las palabras habían sido otras, y todavía más enigmáticas, No merece la pena que se sacrifique, como si Marcial creyese que el suegro, a quien, por lo que se ve, no tuteó, hubiere decidido probar en el propio cuerpo los poderes del fuego, antes de entregarle la obra de sus manos. Está loco, murmuró para sí el alfarero, es necesario que este mi yerno esté loco de remate para imaginar tales cosas, si he entrado en el horno ha sido porque, la frase tuvo que interrumpirse, de hecho Cipriano Algor no sabía por qué estaba allí, ni es de extrañar, si tantas veces eso nos sucede cuando nos encontramos despiertos, no saber por qué hacemos o hicimos esto o aquello, qué será cuando, durmiendo, soñamos. Cipriano Algor pensó que lo mejor, lo más fácil, sería levantarse simplemente del banco de piedra, salir y preguntarle al yerno qué demonios de galimatías era aquél, pero sintió que el cuerpo le pesaba como plomo, o ni siquiera eso, que verdaderamente nunca el peso del plomo será tanto que no consiga alzarlo una fuerza mayor, lo que ocurría era que estaba atado al respaldo del banco, atado sin cuerdas ni cadenas, mas atado. Trató de volver la cabeza otra vez, pero el cuello no le obedeció, Soy como una estatua de piedra sentada en un banco de piedra mirando un muro de piedra, pensó, aunque supiese que no era rigurosamente así, el muro, por lo menos, como sus ojos de entendido en materias minerales podían comprobar, no había sido construido con piedras, sino con ladrillos refractarios. Fue en ese momento cuando la sombra de Marcial volvió a proyectarse en la pared, Le traigo la buena noticia que ansiábamos hace tanto tiempo, dijo su voz, he sido ascendido, por fin, a guarda residente, de modo que no merece la pena seguir adelante con la fabricación, se explica al Centro que cerramos la alfarería y ellos entenderán, más pronto o más tarde tendría que suceder, así que salga de ahí, la furgoneta ya está delante de la puerta para cargar los muebles, qué pena el dinero que se ha gastado en ese horno. Cipriano Algor abrió la boca para responder, pero la sombra ya se había ido, lo que el alfarero quería decir era que la diferencia entre la palabra de artesano y un mandato divino estriba en que éste necesitó que lo pusieran por escrito, e incluso así con los lamentables resultados que se conocen, y además que si tenía tanta prisa podía empezar a andar, expresión algo grosera que contradecía la solemne declaración que él mismo hizo aún no hace muchos días, al prometer a la hija y al yerno que se iría a vivir con ellos cuando Marcial fuera ascendido, una vez que la mudanza de ambos al Centro haría imposible mantener en funcionamiento la alfarería. Estaba Cipriano Algor recriminándose por haber asegurado lo que la honra nunca le permitiría cumplir, cuando una sombra nueva apareció sobre la pared del fondo. A la débil luz que consigue entrar por la estrecha puerta de un horno de este tamaño, dos sombras humanas son muy fáciles de confundir, pero el alfarero supo de quién se trataba, ni la sombra, más oscura, ni la voz, más espesa, pertenecían al yerno, Señor Cipriano Algor, vine sólo para informarle de que nuestro pedido de figuras de barro acaba de ser cancelado, dijo el jefe del departamento de compras, no sé ni quiero saber por qué se ha metido ahí, si ha sido por dárselas de héroe romántico a la espera de que una pared le revele los secretos de la vida, me parece simplemente ridículo, pero si su intención va más lejos, si su intención es inmolarse en el fuego, por ejemplo, sepa desde ya que el Centro se negará a asumir cualquier responsabilidad por la defunción, eso es lo que nos faltaba, que vengan a culparnos de los suicidios cometidos por personas incompetentes que van a la quiebra por no haber sido capaces de entender las reglas del mercado. Cipriano Algor no volvió la cabeza hacia la puerta, aunque tenía la certidumbre de que ya podría hacerlo, sabía que el sueño acabó, que nada le impediría levantarse del banco de piedra cuando quisiera, sólo una duda le perturbaba todavía, es cierto que absurda, es cierto que estúpida, sin embargo comprensible si tenemos en consideración el estado de perplejidad mental en que lo ha dejado el sueño de tenerse que ir a vivir al mismísimo Centro que acababa de despreciarle el trabajo, y esa duda, a ella vamos, no se nos ha olvidado, tiene que ver con el banco de piedra. Cipriano Algor se pregunta si se habría llevado un banco de piedra a la cama o si se despertará cubierto de rocío en el otro banco de piedra, el de las meditaciones, los sueños humanos son así, a veces eligen cosas reales y las transforman en visiones, otras veces al delirio lo ponen a jugar al escondite con la realidad, por eso es tan frecuente que nos sintamos perplejos, el sueño tirando de un lado, la realidad empujando de otro, en buena verdad la línea recta sólo existe en la geometría, y aun así no pasa de una abstracción. Cipriano Algor abrió los ojos. Estoy en la cama, pensó con alivio, y en ese instante se dio cuenta de que la memoria del sueño estaba huyendo, que sólo conseguiría retener unos cuantos fragmentos, y no supo si debería alegrarse con lo poco o entristecerse con lo excesivo, también muchas veces sucede esto después de haber soñado. Todavía era de noche, pero la primera mudanza del cielo, anunciadora de la madrugada, no tardaría en manifestarse. Cipriano Algor no volvió a dormirse. Pensó en muchas cosas, pensó que su trabajo se tornaba definitivamente inútil, que la existencia de su persona dejaba de tener justificación suficiente y medianamente aceptable, Soy un engorro para ellos, murmuró, en ese instante un retazo del sueño se le apareció con toda nitidez, como si hubiese sido recortado y pegado en una pared, era el jefe del departamento de compras que le decía, Si su intención es inmolarse en el fuego, querido señor, que le haga buen provecho, le aviso, no obstante, de que no forma parte de las extravagancias del Centro, si algunas tiene, mandar representantes y coronas de flores a los funerales de sus antiguos suministradores. Cipriano Algor vuelve a caer en el sueño por momentos, regístrese a propósito, y antes de que nos sea apuntada la aparente contradicción, que caer en el sueño por momentos no es lo mismo que haberse dormido, el alfarero no hizo más que soñar de relance con el sueño que había tenido, y si las segundas palabras del jefe del departamento de compras no salieron exactamente iguales que las primeras fue por la sencilla razón de que no es sólo en la vida despierta donde las palabras que decimos dependen del humor de la ocasión. Aquella antipática y en todo dislocada referencia a una hipotética inmolación en el fuego tuvo, sin embargo, el mérito de desviar el pensamiento de Cipriano Algor hacia las estatuillas de barro puestas a cocer en la cueva, y luego, por caminos y travesías del cerebro que nos sería imposible reconstruir y describir con suficiente precisión, hacia el súbito reconocimiento de las ventajas del muñeco hueco en comparación con el muñeco macizo, ya sea en el tiempo que se emplea, ya sea en la arcilla que se consume. Esta frecuente reluctancia que tienen las evidencias para manifestarse sin hacerse de rogar demasiado debería ser objeto de un profundo análisis por parte de los entendidos, que ciertamente andan por ahí, en las distintas, pero seguramente no opuestas, naturalezas de lo visible y de lo invisible, en el sentido de averiguar si en el interior más íntimo de lo que se ofrece a la vista existirá, como parece haber fuertes motivos de sospecha, algo químico o físico con una tendencia perversa a la negación y al oscurecimiento, un deslizarse amenazador en dirección al cero, un sueño obsesivo de vacío. Sea como fuere, Cipriano Algor está satisfecho consigo mismo. Hace pocos minutos se consideraba un engorro para la hija y el yerno, un obstáculo, un estorbo, un inútil, palabra esta que lo dice todo cuando tenemos que clasificar lo que supuestamente ya no sirve para nada, y helo aquí siendo capaz de producir una idea cuya bondad intrínseca está de antemano demostrada por el hecho de que otros la han tenido antes y puesto muchas veces en ejecución. No siempre es posible tener ideas originales, ya basta con tenerlas simplemente practicables. A Cipriano Algor le gustaría alargar el remanso de la cama, aprovechar el buen sueño de la mañana, que, tal vez porque tenemos de él una conciencia vaga, es, de todos los sueños, el más reparador, pero la excitación causada por la idea que se le había ocurrido, el recuerdo de las estatuillas bajo las cenizas sin duda todavía calientes, y también, por qué no confesarlo, aquella precipitada información anterior de que no se había vuelto a dormir, todo esto junto le hizo apartar la ropa y saltar rápidamente al suelo, tan fresco y ágil como en sus verdes años. Se vistió sin hacer ruido, salió del cuarto con las botas en la mano y, de puntillas, se dirigió a la cocina. No quería que la hija se despertara, pero se despertó, o ya estaría despierta, ocupada en pegar fragmentos de sus propios sueños o de oído atento al trabajo ciego que la vida, segundo a segundo, carpinteaba en su útero. La voz sonó nítida y clara en el silencio de la casa, Padre, adonde va tan temprano, No puedo dormir, voy a ver cómo ha salido la cochura, pero tú quédate, no te levantes. Marta respondió, Pues sí, no era nada difícil, conociéndolo, pensar que el padre deseaba estar solo durante la grave operación de retirar las cenizas y las estatuillas de la cueva, así como un niño que, bien entrada la noche, temblando de susto y de excitación, avanza a tientas por el pasillo oscuro para descubrir qué soñados juguetes y regalos le han sido puestos en el zapato. Cipriano Algor se calzó, abrió la puerta de la cocina y salió. La frondosidad compacta del moral retenía la noche firmemente, no la dejaría irse tan pronto, la primera claridad del amanecer todavía tardaría por lo menos media hora. Miró la caseta, después paseó la vista en derredor, sorprendido de no ver surgir al perro. Silbó bajito, pero Encontrado no se manifestó. El alfarero pasó de la sorpresa perpleja a una inquietud explícita, No creo que se haya ido, no lo creo, murmuró. Podía gritar el nombre del perro, pero no lo hizo porque no quería alarmar a la hija. Andará por ahí, andará por ahí olisqueando algún bicho nocturno, dijo para tranquilizarse a sí mismo, pero la verdad es que, mientras atravesaba la explanada en dirección al horno, pensaba más en Encontrado que en las ansiadas estatuillas de barro. Se encontraba ya a pocos pasos de la cueva cuando vio salir al perro de debajo del banco de piedra, Me has dado un buen susto, bribón, por qué no vienes cuando te llamo, le reprendió, pero Encontrado no dio respuesta, estaba ocupado desperezándose, poniendo los músculos en su lugar, primero estiró con fuerza las manos hacia delante, bajando en plano inclinado la cabeza y la columna vertebral, luego ejecutó lo que se supone que es, en su entendimiento, un indispensable ejercicio de ajuste y compensación, rebajando y alargando hasta tal punto los cuartos traseros que parecía querer separarse de las patas de atrás. Todo el mundo sabe decirnos que los animales dejaron de hablar hace mucho tiempo, pero lo que nunca se podrá demostrar es que ellos no hayan seguido haciendo uso secreto del pensamiento. Véase, por ejemplo, el caso de este perro Encontrado, cómo a pesar de la escasa claridad que poco a poco comienza a bajar del cielo se le puede leer en la cara lo que está pensando, ni más ni menos A palabras necias, oídos sordos, quiere él decir en la suya que Cipriano Algor, con la larga experiencia de vida que tiene, aunque tan poco variada, no debería necesitar que le explicasen cuáles son los deberes de un perro, es harto conocido que los centinelas humanos sólo vigilan en serio si para eso les ha sido dada una orden terminante, mientras que los perros, y éste en particular, no están a la espera de que se les diga Quédate ahí mirando por la lumbre, podremos tener la certeza de que, mientras las brasas no se extingan, ellos permanecerán con los ojos abiertos. En todo caso habrá que hacer justicia al pensamiento humano, su consabida lentitud no siempre le impide llegar a las conclusiones ciertas, como dentro de la cabeza de Cipriano Algor acaba ahora mismo de suceder, se le encendió una luz de repente y gracias a ella pudo leer y en voz alta pronunciar las palabras de reconocimiento de que el perro Encontrado era justamente merecedor, Mientras yo dormía al calor de las sábanas, estabas tú aquí de centinela alerta, no importa que tu vigilancia de nada sirviera a la cochura, lo que cuenta realmente es el gesto. Cuando Cipriano Algor terminó la alabanza, Encontrado corrió a alzar la pata y aliviar la vejiga, después regresó moviendo la cola y se tumbó a poca distancia de la cueva, dispuesto para asistir a la operación de levantamiento de los muñecos. En ese momento la luz de la cocina se encendió, Marta se había levantado. El alfarero volvió la cabeza, no veía claro en su espíritu si prefería estar solo o si deseaba que la hija viniera a hacerle compañía, pero lo supo un minuto después, cuando percibió que ella había decidido dejarle el papel principal hasta el último momento. Semejante al reborde de una bóveda luminosa que llegara empujando la oscura cúpula de la noche, la frontera de la mañana se movía despacio hacia occidente. Una súbita virazón rasante arremolinó, como una tolvanera, las cenizas de la superficie de la cueva. Cipriano Algor se arrodilló, apartó a un lado las barras de hierro y, sirviéndose de la misma pequeña pala con la que había abierto la cueva, comenzó a retirar las cenizas mixturadas con pequeños trozos de carbón no consumidos. Casi imponderables, las blancas partículas se le pegaban a los dedos, algunas, levísimas, aspiradas por la respiración, se le subieron hasta la nariz y le obligaron a resoplar, tal como Encontrado hace a veces. Según la pala se iba aproximando al fondo de la cueva, las cenizas eran más calientes, pero no tanto que quemasen, estaban simplemente tibias, como piel humana, y blandas y suaves como ella. Cipriano Algor dejó a un lado la pala y hundió las dos manos en las cenizas. Tocó la fina e inconfundible aspereza de los barros cocidos. Entonces, como si estuviese ayudando a un nacimiento, sostuvo entre el pulgar, el índice y el corazón la cabeza todavía oculta de un muñeco y tiró hacia arriba. Era la enfermera. Le sacudió las cenizas del cuerpo, le sopló en la cara, parecía que estaba dándole una especie de vida, pasándole a ella el aliento de sus propios pulmones, el pulso de su propio corazón. Después, uno a uno, los restantes monigotes, el asirio de barbas, el mandarín, el bufón, el esquimal, el payaso, fueron retirados de la cueva y colocados al lado de la enfermera, más o menos limpios de cenizas, pero sin el beneficio suplementario del soplo vital. No había allí nadie que preguntara al alfarero los motivos de la diferencia de trato, determinados, a primera vista, por la diferencia de sexo, salvo si la intervención demiúrgica resultó simplemente de que la figura de la enfermera fue la primera en salir del agujero, siempre, desde que el mundo es mundo, así ha sucedido, se cansan de la creación los creadores en cuanto ella deja de ser novedad. Recordando, sin embargo, los complejos problemas de modelado con que Cipriano Algor tuvo que luchar cuando trabajaba el pecho de la enfermera, no sería demasiado temerario presumir que la razón última del soplido se encuentre, aunque de modo oscuro e impreciso, en ese su inmenso esfuerzo por llegar a lo que la propia ductilidad de la arcilla prometía a la vez que negaba. Quién sabe. Cipriano Algor volvió a llenar el agujero con la tierra que por natural derecho le pertenecía, la aplanó bien para que ningún puñado se quedara fuera, y, con tres muñecos en cada mano, se dirigió a casa. Curioso, con la cabeza levantada, Encontrado brincaba a su lado. La sombra del moral se había despedido de la noche, el cielo comenzaba a abrirse todo con el primer azul de la mañana, el sol no tardaría en despuntar en un horizonte que desde allí no se alcanzaba.

Qué tal salieron, preguntó Marta cuando el padre entró, Parece que bien, pero hay que limpiarlos de la ceniza que traen agarrada. Marta echó agua en un pequeño lebrillo de barro, Lávelos aquí, dijo. Primera en entrar en el agua, primera en salir de las cenizas, casualidad o coincidencia, esta enfermera podrá tener en el futuro algunas razones de queja, mas no por falta de atenciones. Cómo está ése, preguntó Marta, ajena al debate sobre géneros que ha venido trabándose aquí, Bien, repitió el padre brevemente. De hecho estaba bien, con la cochura toda por igual, un hermoso color rojo, sin la más mínima grieta, y estaban igualmente perfectas las otras figurillas, a excepción del asirio de barbas, que apareció con una mancha negra en la espalda, efecto felizmente restringido de un incipiente proceso de carbonización provocado por una indeseada entrada de aire. No tiene importancia, no sufrirá por eso, dijo Marta, y ahora haga el favor de sentarse a descansar mientras le preparo el desayuno, que buena madrugada lleva ya en ese cuerpo, Me desvelé, y no conseguía dormir otra vez, Los muñecos podían esperar a que se hiciese de día, Pero yo no, Como sentencia el antiguo dicho, quien preocupaciones tiene no duerme, O duerme para soñar con las preocupaciones que tiene, Para no soñar se ha despertado tan temprano, preguntó Marta, Hay sueños de los que es mejor salir rápidamente, respondió el padre, Y ése es el caso de esta noche, Sí, es el caso de esta noche, Quiere, contármelo, No merece la pena, En esta casa las preocupaciones de uno siempre han sido las preocupaciones de todos, Pero no los sueños, Excepto si son de preocupaciones, Contigo no se puede discutir, Si es así, no pierda más tiempo, cuéntelo, Soñé que Marcial había sido ascendido y que cancelaban el pedido, Lo más probable de eso no será la cancelación del pedido, Eso creo, pero las preocupaciones se enganchan como las cerezas, una tira de la otra, y las dos de un cesto lleno, en cuanto al ascenso de Marcial, sabemos que puede suceder de un momento a otro, Es cierto, El sueño fue un aviso para trabajar deprisa, Los sueños no avisan, A no ser que los que sueñan se sientan avisados, Se ha levantado sentencioso mi querido padre, Cada edad tiene sus defectos, y éste viene agravándoseme en los últimos tiempos, Menos mal, me gustan sus sentencias, voy aprendiendo con ellas, Incluso cuando no pasan de meros juegos de palabras, como ahora, preguntó Cipriano Algor, Pienso que las palabras sólo nacieron para jugar unas con otras, que no saben hacer otra cosa, y que, al contrario de lo que se dice, no existen palabras vacías, Sentenciosa, Es enfermedad de familia. Marta puso el desayuno en la mesa, el café, la leche, unos huevos revueltos, pan tostado y mantequilla, alguna fruta. Se sentó enfrente del padre para verlo comer. Y tú, preguntó Cipriano Algor, No tengo apetito, respondió ella, Mala señal, en el estado en que estás, Dicen que estos hastíos son bastante comunes en las embarazadas, Pero necesitas alimentarte bien, por lógica deberías comer por dos, O por tres, si llevo gemelos, Estoy hablando en serio, No se preocupe, todavía me vendrán las náuseas y no sé cuántas incomodidades más. Hubo un silencio. El perro se enroscó debajo de la mesa, fingiéndose indiferente a los olores de la comida, pero es sólo resignación, sabe que su vez todavía tardará algunas horas. Va a comenzar a trabajar ya, preguntó Marta, Así que acabe de comer, respondió Cipriano Algor. Otro silencio. Padre, dijo Marta, imagine que Marcial telefonea hoy comunicando que lo han ascendido, Tienes algún motivo para pensar que eso va a suceder, Ninguno, es sólo una suposición, Muy bien, imaginémonos entonces que el teléfono suena en este momento, que tú te levantas y atiendes, que es Marcial informándonos de que ha pasado al grado de guarda residente, Qué haría en ese caso, Acabaría de desayunar, me llevaría las figuras a la alfarería y comenzaría a hacer los moldes, Como si nada hubiera ocurrido, Como si nada hubiera ocurrido, Cree que sería una decisión sensata, no le parecería más consecuente desistir de la fabricación, volver página, Amada hija, es muy posible que la insensatez y la inconsecuencia sean para los jóvenes un deber, para los viejos son un derecho absolutamente respetable, Tomo nota por la parte que me toca, Aunque tú y Marcial tengáis que mudaros al Centro antes, yo seguiré aquí hasta terminar el trabajo que me encargaron, después me iré con vosotros, como prometí, Es una locura, padre, Locura, inconsecuencia, insensatez, flaca opinión tienes de mí, Es una locura que quiera hacer solo un trabajo de éstos, dígame cómo imagina que me voy a sentir sabiendo lo que está pasando aquí, Y cómo imaginas tú que me sentiría yo si abandonase el trabajo a la mitad, no comprendes que a esta altura de la vida no tengo muchas más cosas a las que agarrarme, Me tiene a mí, va a tener a su nieto, Perdona, pero no basta, Tendrá que bastar cuando se venga a vivir con nosotros, Supongo que será así, pero al menos habré terminado mi último trabajo, No sea dramático, padre, quién sabe cuál va a ser su último trabajo. Cipriano Algor se levantó de la mesa. Perdió el apetito de pronto, preguntó la hija, viendo que sobraba comida en el plato, Me cuesta tragar, tengo un nudo en la garganta, Son nervios, Debe de ser eso, nervios. El perro se había levantado también, preparado para ir detrás del amo. Ah, hizo Cipriano Algor, olvidaba decirte que Encontrado se ha pasado toda la noche debajo del banco de piedra vigilando la lumbre, Por lo visto también con los perros se puede aprender alguna cosa, Sí, se aprende sobre todo a no discutir lo que debe ser hecho, algunas ventajas ha de tener el simple instinto, Está queriendo decir que es también el instinto quien le manda terminar el trabajo, que en los seres humanos, o en algunos, existe un factor de comportamiento parecido al instinto, preguntó Marta, Lo que yo sé es que la razón sólo tiene un consejo que darme, Cuál, Que no sea tonto, que el mundo no se acaba por el hecho de que no remate las figuras, Realmente, qué importancia tendrían para el mundo unos cuantos muñecos de arcilla más o menos, Apuesto a que no mostrarías tanta indiferencia si en vez de figuras de arcilla se tratase de novenas o quintas sinfonías, infelizmente, hija mía, tu padre no nació para músico, Si realmente cree que estaba mostrando indiferencia, me quedo triste, Claro que no, perdona. Cipriano Algor iba a salir, pero se paró todavía un momento en el umbral de la puerta, En todo caso, hay que reconocer que la razón también es capaz de producir ideas aprovechables, esta noche, al despertar, se me ha ocurrido que se puede economizar mucho tiempo y algún material si hacemos las estatuillas huecas, secan y cuecen más deprisa, y ahorramos en barro, Viva la razón, por fin, Mira que no sé, las aves también hacen los nidos huecos y no andan por ahí presumiendo.


A partir de ese día, Cipriano Algor sólo interrumpió el trabajo en la alfarería para comer y dormir. Su poca experiencia en las técnicas le hizo desentenderse de las proporciones de yeso y agua en la fabricación de los táceles, empeorarlo todo cuando se equivocó en las cantidades de barro, agua y fundente necesarias para una mezcla equilibrada de la barbotina de relleno, verter con excesiva rapidez la mezcla obtenida, creando burbujas de aire en el interior del molde. Los tres primeros días se le fueron haciendo y deshaciendo, desesperándose con los errores, maldiciendo su torpeza, estremeciéndose de alegría siempre que lograba salir bien de una operación delicada. Marta ofreció su ayuda, pero él le pidió que lo dejase en paz, manera de expresarse verdaderamente nada coincidente con la realidad de lo que se estaba viviendo dentro del viejo taller, entre yesos que endurecían demasiado pronto y aguas que llegaban tarde al encuentro, entre pastas que no estaban suficientemente secas y mezclas demasiado espesas que se negaban a dejarse filtrar, mucho más acertado hubiera sido que él dijera Déjame en paz con mi guerra. En la mañana del cuarto día, como si los maliciosos y esquivos duendes, que eran los diferentes materiales, se hubiesen arrepentido del modo cruel con que habían tratado al inesperado principiante en el nuevo arte, Cipriano Algor comenzó a encontrar suavidades donde antes sólo había enfrentado asperezas, docilidades que lo llenaban de gratitud, secretos que se desvelaban. Tenía el manual auxiliar encima del tablero, húmedo, manchado por dedos sucios, le pedía consejo de cinco en cinco minutos, a veces entendía mal lo que había leído, otras veces una súbita intuición le iluminaba una página entera, no es un despropósito afirmar que Cipriano Algor oscilaba entre la infelicidad más dilacerante y la más completa de las bienaventuranzas. Se levantaba de la cama con la primera luz del alba, despachaba el desayuno en dos bocados y se metía en la alfarería hasta la hora del almuerzo, después trabajaba durante toda la tarde y hasta bien entrada la velada, haciendo apenas un intervalo rápido para cenar, con una frugalidad que nada quedaba debiéndole a las otras refecciones. La hija protestaba, Se me va a poner enfermo, trabajando de esa manera y comiendo tan poco, Estoy bien, respondía él, nunca me he sentido tan bien en la vida. Era cierto y no lo era. A la noche, cuando finalmente se iba a acostar, limpio de los olores del esfuerzo y de las suciedades del trabajo, sentía que las articulaciones le crujían, que su cuerpo era un continuo dolor. Ya no puedo lo que podía, se decía a sí mismo, pero, muy en el fondo de su conciencia, una voz que también era suya lo contrariaba, Nunca pudiste tanto, Cipriano, nunca pudiste tanto. Dormía como se supone que una piedra deberá dormir, sin sueños, sin estremecimientos, parecía que hasta sin respiración, descansando sobre el mundo el peso todo de su infinita fatiga. Alguna vez, como una madre inquieta, anticipando, sin haber pensado en eso, desasosiegos futuros, Marta se levantó a medianoche para ver cómo estaba el padre. Entraba silenciosamente en el cuarto, se aproximaba despacio a la cama, se inclinaba un poco para escuchar, después salía con los mismos cuidados. Aquel hombre grande, de pelo blanco y rostro castigado, su padre, era también como un hijo, poco sabe de la vida quien se niegue a entender esto, las telas que enredan las relaciones humanas, en general, y las de parentesco, en particular, sobre todo las próximas, son más complejas de lo que parecen a primera vista, decimos padres, decimos hijos, creemos que sabemos perfectamente de qué estamos hablando, y no nos interrogamos sobre las causas profundas del afecto que allí hay, o la indiferencia, o el odio. Marta sale del cuarto y va pensando Duerme, he aquí una palabra que aparentemente no hace más que expresar la verificación de un hecho, y con todo, en seis letras, en dos sílabas, fue capaz de traducir todo el amor que en un cierto momento puede caber en un corazón humano. Conviene decir, para ilustración de los ingenuos, que, en asuntos de sentimiento, cuanto mayor sea la parte de grandilocuencia, menor será la parte de verdad.

El cuarto día correspondió con aquel en que debía ir a buscar a Marcial al Centro para su jornada de descanso, a la que naturalmente llamaríamos semanal si no fuese, como sabemos, una decena, es decir, de diez en diez. Marta le dijo al padre que iría ella, que no interrumpiese el trabajo, pero Cipriano Algor respondió que no, que ni pensase en eso, Los robos en la carretera han disminuido, es cierto, pero hay siempre un riesgo, Si hay peligro para mí, también lo habrá para usted, En primer lugar, soy hombre, en segundo lugar, no estoy embarazado, Respetables razones que sólo le adornan, Falta todavía la tercera razón, que es la importante, Dígala, No podría trabajar mientras no regresases, por eso el trabajo no se perjudicará, aparte de eso el viaje me va a servir para airear la cabeza, que bien necesitada está, sólo consigo pensar en moldes, táceles y mezclas, También servirá para que yo me airee, así que iremos ambos a buscar a Marcial, y Encontrado se queda guardando el castillo, Si es eso lo que quieres, Déjelo, estaba bromeando, usted suele ir a buscar a Marcial, yo suelo quedarme en casa, viva la costumbre, En serio, vamos, En serio, vaya. Sonrieron los dos y el debate de la cuestión central, es decir, las razones objetivas y subjetivas de la costumbre, quedó pospuesto. A la tarde, llegada la hora, y sin haberse mudado la ropa de trabajo para no perder tiempo, Cipriano Algor se puso en camino. Cuando ya iba a salir del pueblo se dio cuenta de que no había vuelto la cabeza al pasar ante la calle donde vive Isaura Madruga, y cuando aquí se dice volver la cabeza, tanto se entiende hacia un lado como hacia el otro, pues Cipriano Algor, en días pasados, unas veces había mirado para ver si veía, otras veces para donde tenía la seguridad de que no vería. Le cruzó la idea de preguntarse a sí mismo cómo interpretaba la desconcertante indiferencia, pero una piedra en medio de la carretera lo distrajo, y la ocasión se perdió. El viaje hacia la ciudad transcurrió sin dificultad, sólo tuvo que sufrir un atraso causado por una barrera de la policía que detenía un coche sí un coche no a fin de examinar los documentos de los conductores. Mientras esperaba que se los devolviesen, Cipriano Algor tuvo tiempo de observar que la línea limítrofe de las chabolas parecía haberse dislocado un poco en dirección a la carretera, Cualquier día vuelven a empujarlas hacia atrás, pensó.

Marcial ya estaba a la espera. Disculpa que me haya retrasado, dijo el suegro, debía haber salido más temprano de casa, y luego la policía quiso meter la nariz en los papeles, Cómo está Marta, preguntó Marcial, ayer no pude telefonear, Creo que se encuentra bien, en todo caso deberías hablarle, está comiendo poco, sin apetito, ella dice que en las mujeres embarazadas es normal, puede que lo sea, de esas cosas no entiendo, pero yo que tú no me fiaría, Hablaré con ella, esté tranquilo, a lo mejor está así porque es el principio del embarazo, No sabemos nada, ante estas cosas somos como un niño perdido, tienes que llevarla al médico. Marcial no respondió. El suegro se calló. Seguramente estaban los dos pensando en lo mismo, que en el hospital del Centro la observarían como en ningún otro lugar, por lo menos es lo que proclama la voz popular, y más, siendo mujer de un empleado, aunque no es condición residir allí para ser competentemente atendida. Pasado un minuto, Cipriano Algor dijo, Cuando quieras yo traigo a Marta. Habían salido de la ciudad, podían circular más deprisa. Marcial preguntó, Cómo va el trabajo, Todavía estamos en el principio, ya hemos cocido las estatuillas que habíamos modelado, ahora estoy a vueltas con los moldes, Y qué tal, Uno se engaña, cree que todo barro es barro, que quien hace una cosa hace otra, y después descubre que no es así, que tenemos que aprender todo desde el principio. Hizo una pausa para después añadir, Pero estoy contento, es un poco como si estuviese intentando nacer otra vez, con perdón de la exageración, Mañana le echo una mano, dijo Marcial, sé menos que poco, aunque para alguna cosa he de servir, No, tú vas a estar con tu mujer, salid, dad una vuelta por ahí, Una vuelta, no, pero mañana tendremos que ir a almorzar a casa de mis padres, ellos todavía no saben que Marta está embarazada, cualquier día comienza a notársele, imagine lo que tendría que oír, Y será con razón, hay que ser justos, dijo Cipriano Algor. Otro silencio. El tiempo es bueno, observó Marcial, Ojalá se mantenga así dos o tres semanas, dijo el suegro, los muñecos tienen que ir al horno lo más secos que se pueda. Nuevo silencio, éste dilatado. La policía ya había levantado la barrera, la carretera estaba libre. Dos veces Cipriano Algor hizo intención de hablar, a la tercera habló por fin, Hay alguna novedad acerca de tu ascenso, preguntó, Nada, de momento, respondió Marcial, Crees que habrán cambiado de idea, No, se trata sólo de una cuestión de trámites, el aparato burocrático del Centro es tan tiquismiquis como el de este mundo de fuera, Con patrullas de policía verificando carnés de conducir, pólizas de seguros y certificados de salud, Es más o menos eso, Parece que no sabemos vivir de otra manera, Tal vez no haya otra manera de vivir, O tal vez sea demasiado tarde para que haya otra manera. No volvieron a hablar hasta la entrada del pueblo. Marcial pidió al suegro que parase ante la puerta de la casa de los padres, Es sólo el tiempo de avisarlos de que vendremos mañana a almorzar. La espera, de hecho, no fue larga, pero, una vez más, Marcial no parecía satisfecho cuando entró en la furgoneta, Qué te pasa ahora, preguntó Cipriano Algor, Lo que me pasa es que todo me sale mal con mis padres, No exageres, hombre, la vida de las familias nunca ha sido lo que se podría llamar un mar de rosas, vivimos algunas horas buenas, algunas horas malas, y tenemos mucha suerte de que casi todas sean así así, Entré, en casa sólo estaba mi madre, mi padre no había llegado, le expliqué a lo que iba y, para animar la conversación, usando un tono solemne y alegre al mismo tiempo, la previne de que mañana tendrían una gran sorpresa, Y luego, Es capaz de adivinar cuál fue la respuesta de mi madre, A tanto no llegan mis dotes adivinatorias, Me preguntó si la gran sorpresa era que se vendrían a vivir conmigo al Centro, Y tú, qué le dijiste, Que no, y que finalmente no merecía la pena reservar la sorpresa para mañana, queden ya sabiendo, dije yo, que Marta está embarazada, vamos a tener un hijo, Se puso contenta, por supuesto, Claro, no paraba de darme abrazos y besos, De qué te quejas, entonces, Es que con ellos siempre tiene que haber una nube oscura en el cielo, ahora es esa idea fija de vivir en el Centro, Ya sabes que no me importaría ceder mi lugar, Ni pensarlo, eso está fuera de cuestión, y no es porque yo cambie padres por suegro, sino porque los padres se tienen el uno al otro, mientras que el suegro se quedaría solo, No sería la única persona en este mundo que viviría sola, Para Marta, sí, le garantizo que lo sería, Me dejas sin saber qué responderte, Hay cosas que son tanto lo que son, que no necesitan de ninguna explicación. Ante una tan categórica manifestación de sabiduría básica, el alfarero se encontró por segunda vez sin respuesta. Otro motivo había contribuido también para la repentina mudez, la circunstancia de que estuvieran pasando, en ese preciso instante, frente a la calle de Isaura Madruga, hecho al que la consciencia de Cipriano Algor, al contrario de lo que había sucedido en el viaje de ida, no encontró manera de permanecer indiferente. Cuando llegaron a la alfarería, Marcial tuvo el placer inesperado de verse recibido por Encontrado como si en lugar de su intimidatorio uniforme de guarda del Centro llevase puestas encima las más pacíficas y paisanas de todas las vestimentas. Al sensible corazón del mozo, aún dolorido por la desafortunada conversación con la progenitora, tanto le conmovieron las efusivas demostraciones del animal, que se abrazó a él como la persona a quien más amase. Son momentos especiales, no es necesario recordar que la persona a quien Marcial más ama en la vida es a su mujer, esta que espera a su lado con una tierna sonrisa su turno de ser abrazada, pero así como hay ocasiones en que una simple mano en el hombro casi nos hace derretirnos en lágrimas, también puede suceder que la alegría desinteresada de un perro nos reconcilie durante un breve minuto con los dolores, las decepciones y los disgustos que el mundo nos ha causado. Como Encontrado sabe poco de sentimientos humanos, cuya existencia, tanto en lo positivo como en lo negativo, se encuentra satisfactoriamente probada, y Marcial menos todavía de sentimientos caninos, sobre los que las certezas son pocas y miríadas las dudas, alguien tendrá que explicarnos un día por qué diablo de razones, comprensibles a uno y otro, estuvieron estos dos aquí abrazados cuando ni siquiera a la misma especie pertenecen. Como la elaboración de moldes era en la alfarería una novedad absoluta, Cipriano Algor no podía dejarle de mostrar al yerno lo que había hecho en estos días, pero su amor propio, que ya lo indujo a rechazar la ayuda de la hija, sufría con la idea de que se pudiera apercibir de algún error, de alguna inepcia mal enmendada, de cualquiera de las innumerables señales que fácilmente denunciarían la agonía mental en que había vivido en el interior de aquellas cuatro paredes. Aunque Marcial estuviese demasiado ocupado con Marta para prestar atención a barros, silicatos de sodio, yesos, cajas y moldes, el alfarero decidió no trabajar hoy después de la cena, hacerles compañía en la sobremesa, lo que acabó por abrirle campo para discurrir con bastante exactitud teórica sobre una materia de la que, mejor que nadie, sabía hasta qué punto y con qué desastrosas consecuencias le había fallado la práctica. Marcial avisó a Marta de que al día siguiente almorzarían con los padres, pero ni de pasada tocó el penoso diálogo mantenido con la madre, de manera que hizo pensar al suegro que se trataba de un asunto que pasaba al foro privado, un problema para analizar en la intimidad del dormitorio, no para reiterar y pormenorizar en una conversación a tres, salvo si, con la más admirable de las prudencias, Marcial pretendía simplemente evitar que se cayese una y otra vez en el debate sobre la espinosa cuestión de la mudanza al Centro, ahondo hemos visto cómo comienza, ahondo hemos visto cómo suele terminar.

A la mañana siguiente, ya Cipriano Algor estaba entregado a su tarea, Marcial entró en la alfarería, Buenos días, dijo, se presenta el aprendiz. Marta venía con él, pero no se ofreció para trabajar, aunque estuviese segura de que el padre no la echaría esta vez. La alfarería era como un campo de batalla donde una sola persona hubiese andado durante cuatro días peleándose contra sí misma y contra todo lo que la rodeaba, Esto está un poco desordenado, se disculpó Cipriano Algor, nada es como antes, cuando hacíamos cacharrería teníamos una norma, una rutina establecida, Es sólo cuestión de tiempo, dijo Marta, con el tiempo las manos y las cosas acaban habituándose unas a otras, a partir de ese día ni las cosas aturrullan ni las manos se dejan aturrullar, Por la noche me siento tan cansado que se me caen los brazos sólo de pensar que debería ordenar este caos, Con todo gusto me encargaría yo de la tarea si no se me hubiese prohibido la entrada aquí, dijo Marta, No te la he prohibido, Con esas precisas y exactas palabras, no, Es que no quiero que te canses, cuando sea el momento de comenzar a pintar será diferente, trabajarás sentada, no tendrás que hacer esfuerzos, Vamos a ver si a esa altura no se le ocurre decirme que el olor de las pinturas perjudica al niño, Está visto que con esta mujer no es posible conversar, dice Cipriano Algor a Marcial como quien se ha resignado a pedir ayuda, La conoce hace más tiempo que yo, tenga paciencia, pero que esto necesita una limpieza en serio y una organización capaz, no hay duda, Puedo tener una idea, preguntó Marta, me autorizan los señores a tener una idea, Ya la has tenido, reventarías si no la echaras afuera, rezongó el padre, Cuál es, preguntó Marcial, Esta mañana la pasta descansa, vamos a poner todo esto en condiciones decentes, y como mi querido padre no quiere que me canse trabajando, daré las órdenes. Cipriano Algor y Marcial se miraron el uno al otro, a ver quién hablaría primero, y como ni uno ni otro se decidía a tomar la palabra, acabaron diciendo a coro, De acuerdo. Antes de la hora en que Marcial y Marta salieran para el almuerzo, la alfarería y todo lo que en ella se contiene estaba tan limpio y aseado cuanto se podría esperar de un lugar de trabajo donde la lama es la materia prima del producto fabricado. En verdad, si juntamos y mezclamos agua y barro, o agua y yeso, o agua y cemento, podremos dar las vueltas que queramos a la imaginación para inventarles un nombre menos grosero, menos prosaico, menos ordinario, pero siempre, más pronto o más tarde acabaremos llegando a la palabra justa, la palabra que dice lo que hay que decir, lama. Muchos dioses, de los más conocidos, no quisieron otro material para sus creaciones, pero es dudoso si esa preferencia representa hoy para la lama un punto a favor o un punto en contra.

Marta dejó preparado el almuerzo del padre, Es sólo calentarlo, dijo al salir con Marcial. El ruido débil del motor de la furgoneta disminuyó y se desvaneció rápidamente, el silencio se adueñó de la casa y de la alfarería, durante un poco más de una hora Cipriano Algor estará solo. Aliviado de la situación nerviosa de los últimos tiempos, no tardó mucho en notar que el estómago comenzaba a darle señales de insatisfacción. Llevó primero la comida a Encontrado, después entró en la cocina, destapó la cacerola y olió. Olía bien y aún estaba caliente. No había ninguna razón para esperar. Cuando acabó de comer, ya sentado en su sillón de reposo, se sintió en paz. Es de sobra conocido que el gozo del espíritu no es del todo insensible a una alimentación suficiente del cuerpo, sin embargo, si en este momento Cipriano Algor se sentía en paz, si experimentaba una especie de transporte casi jubiloso en todo su ser, no se debía sólo al hecho material de haber comido. Por orden, contribuyeron también para ese venturoso estado de ánimo su innegable avance en el dominio de las técnicas de modelado, la esperanza de que a partir de ahora se acaben los problemas o pasen a mostrarse menos intratables, el excelente entendimiento de Marta y Marcial, que, como suele decirse, entra por los ojos de cualquiera, y, finalmente, pero no de menor importancia, la limpieza a fondo de la alfarería. Los párpados de Cipriano Algor cayeron despacio, se levantaron todavía una vez, después otra con mayor esfuerzo, la tercera no pasó de una tentativa enteramente desprovista de convicción. Con el alma y el estómago en estado de plenitud, Cipriano Algor se dejó deslizar hacia el sueño. Fuera, bajo la sombra del moral, Encontrado también dormía, podrían quedarse así hasta el regreso de Marcial y Marta, pero de repente el perro ladró. El tono no era de amenaza ni de susto, no pasaba de una alerta convencional, un quién va por deber del cargo, Aunque conozca a la persona que acaba de llegar, tengo que ladrar porque es eso lo que se espera que haga. No fueron, sin embargo, los ladridos desenfadados de Encontrado los que despertaron a Cipriano Algor, pero sí una voz, una voz de mujer que desde fuera llamaba, Marta, y luego preguntaba, Marta, estás en casa. El alfarero no se levantó del sillón, apenas enderezó el cuerpo como si estuviese preparándose para huir. El perro ya no ladraba, la puerta de la cocina estaba abierta, la mujer venía ahí, se aproximaba cada vez más, iba a aparecer, si este nuevo encuentro no es efecto de un incidente fortuito, de una mera y casual coincidencia, si estaba previsto y registrado en el libro de los destinos, ni siquiera un terremoto le podrá impedir el camino. Abaneando el rabo, Encontrado fue el primero en entrar, luego apareció Isaura Madruga. Ah, exclamó ella, sorprendida. No le resultó fácil a Cipriano Algor levantarse, el sillón bajo y las piernas súbitamente flojas tuvieron la culpa de la triste figura que sabía que estaba haciendo. Dijo él, Buenas tardes. Dijo ella, Buenas tardes, buenos días, no sé bien qué hora es. Dijo él, Ya es más de mediodía. Dijo ella, Creía que era más temprano. Dijo él, Marta no está, pero haga el favor de entrar. Dijo ella, No quiero molestarlo, vengo en otro momento, lo que me traía no tiene ninguna urgencia. Dijo él, Fue con Marcial a almorzar a casa de los suegros, no tardarán. Dijo ella,

Sólo venía para decirle a Marta que conseguí un trabajo. Dijo él, Consiguió trabajo, dónde. Dijo ella, Aquí mismo, en el pueblo, felizmente. Dijo él, En qué va a trabajar. Dijo ella, En una tienda, atendiendo el mostrador, podría ser peor. Dijo él, Le gusta ese trabajo. Dijo ella, En la vida no siempre podemos hacer aquello que nos gusta, lo principal, para mí, era quedarme aquí, a esto no respondió Cipriano Algor, se quedó callado, confundido por las preguntas que, casi sin pensar, le habían salido de la boca, salta a la vista de cualquiera que si una persona pregunta es porque quiere saber, y si quiere saber es porque tiene algún motivo, ahora la cuestión de principio que Cipriano Algor tiene que elucidar en el desorden de sus sentimientos es el motivo de preguntas que, entendidas literalmente, y no se ve que pueda existir en este caso otro modo de entenderlas, demuestran un interés por la vida y por el futuro de esta mujer que excede en mucho lo que sería natural esperar de un buen vecino, interés ese, por otro lado, como sabemos de sobra, en contradicción radical e inconciliable con decisiones y pensamientos que, a lo largo de estas páginas, el mismo Cipriano Algor ha venido tomando y produciendo con relación a Isaura, primero Estudiosa y actualmente Madruga. El problema es serio y exigiría una extensa y concienzuda reflexión, pero la lógica ordenadora y la disciplina del relato, aunque alguna que otra vez puedan ser desacatadas, o incluso, cuando así convenga, deban serlo, no nos permiten que dejemos más tiempo a Isaura Madruga y Cipriano Algor en esta angustiosa situación, constreñidos, callados uno ante otro, con un perro que los mira y no comprende lo que pasa, con un reloj de pared que se estará preguntando, en su tic tac, para qué querrán estos dos el tiempo si no lo aprovechan. Es necesario, por tanto, hacer alguna cosa. Sí, hacer alguna cosa, pero no cualquier cosa. Podremos y deberemos faltar el respeto a la lógica ordenadora y a la disciplina del relato, pero jamás de los jamases a eso que constituye el carácter exclusivo y esencial de una persona, es decir, a su personalidad, a su modo de ser, a su propia e inconfundible presencia. Se admiten en el personaje todas las contradicciones, pero ninguna incoherencia, y en este punto insistimos particularmente porque, al contrario de lo que suelen preceptuar los diccionarios, incoherencia y contradicción no son sinónimos. Es en el interior de su propia coherencia donde una persona o un personaje se van contradiciendo, mientras que la incoherencia, por ser, más que la contradicción, una constante del comportamiento, repele de sí a la contradicción, la elimina, no se entiende viviendo con ella. Desde este punto de vista, aunque arriesgándonos a caer en las telas paralizadoras de la paradoja, no debería ser excluida la hipótesis de que la contradicción sea, al final, y precisamente, uno de los más coherentes contrarios de la incoherencia. Ay de nosotros, estas especulaciones, quizá no del todo desprovistas de interés para aquellos que no se satisfacen con el aspecto superficial y consuetudinario de los conceptos, nos distraerán todavía más de la difícil situación en que habíamos dejado a Cipriano Algor e Isaura Madruga, ahora a solas uno con el otro, porque Encontrado, comprendiendo que allí no se ataba ni se desataba, tuvo por bien apartarse y regresar a la sombra del moral para proseguir el sueño interrumpido. Es, pues, tiempo de buscar una solución para este inadmisible estado de cosas, haciendo, por ejemplo, que Isaura Madruga, más resuelta por el hecho de ser mujer, pronuncie unas pocas palabras sólo para comprobar que da igual, tanto servirían éstas como otras, Bueno, entonces me voy, muchas veces no es necesario más, basta romper el silencio, mover ligeramente el cuerpo como quien hace ademán de retirarse, por lo menos en este caso fue remedio bendito, aunque al alfarero Cipriano Algor, lamentablemente, no se le ocurrió nada mejor que dejar salir una pregunta que más tarde le hará darse puñetazos en la cabeza, juzgue cada uno de nosotros si el suceso es para tanto, Qué me dice de nuestro cántaro, preguntó él, sigue prestándole buen servicio. Cipriano Algor se infligirá puñetazos como castigo por lo que consideró una estupidez sin perdón, pero esperemos que más tarde, cuando se le pase la furia autopunitiva, recuerde que Isaura Madruga no soltó una insultante carcajada a cambio, no se rió inclemente, no sonrió siquiera aquella mínima sonrisa de ironía que la situación parecía pedir, y que, al contrario, se puso muy sería, cruzó los brazos sobre el pecho como si estuviese todavía abrazando el cántaro, ese que Cipriano Algor sin darse cuenta del desliz verbal había llamado nuestro, tal vez luego a la noche, mientras el sueño llega, esta palabra lo interrogue sobre qué intención efectiva habría tenido cuando le dijo, si el cántaro era nuestro porque un día pasó de una mano a otra y porque de él se hablaba en ese momento, o nuestro por ser nuestro, nuestro sin rodeos, nuestro sólo, nuestro de los dos, nuestro y punto final. Cipriano Algor no responderá, mascullará como otras veces, Qué estupidez, pero lo hará de manera automática, en tono asaz vehemente, seguro, pero sin real convicción. Ahora que Isaura Madruga se ha retirado después de haber dicho en un murmullo Hasta otro día, ahora que ha salido por esa puerta como una sombra sutil, ahora que Encontrado, después de haberle hecho compañía hasta el principio de la rampa que conduce a la carretera, acaba de entrar en la cocina con una expresión claramente interrogante en la inclinación de la cabeza, en el meneo de la cola y en el levantar de las orejas, es cuando Cipriano Algor se da cuenta de que ninguna palabra había respondido a su pregunta, ni un sí, ni un no, sólo aquel gesto de abrazar el propio cuerpo, tal vez para encontrarse en él, tal vez para defenderlo o de él defenderse. Cipriano Algor miró alrededor perplejo, como si estuviese perdido, tenía las manos húmedas, el corazón disparado en el pecho, la ansiedad de quien acaba de escapar de un peligro de cuya gravedad no llegó a tener una noción clara. Y entonces se dio el primer puñetazo en la cabeza. Cuando Marta y Marcial regresaron del almuerzo, lo encontraron en la alfarería, echando yeso líquido en un molde, Cómo lo ha pasado sin nosotros, preguntó Marta, No me he muerto de nostalgia, si era eso lo que querías decir, di de comer al perro, almorcé, descansé un poco, y aquí estoy otra vez, y por aquella casa, qué tal las cosas, Nada de especial, dijo Marcial, como ya les había dicho lo de Marta, no hubo grandes fiestas, los besos y los abrazos de rigor en estas ocasiones, del resto no se habló, Mejor así, dijo Cipriano Algor, y siguió vertiendo la mezcla de yeso dentro del molde. Le temblaban un poco las manos. Ya vengo a ayudarlo, voy a cambiarme de ropa, dijo Marcial. Marta no siguió al marido. Un minuto después, Cipriano Algor, sin mirarla, le preguntó, Quieres algo, No, no quiero nada, sólo estaba viendo su trabajo. Pasó otro minuto, y fue el turno de que Marta preguntara, No se siente bien, Claro que me siento bien, Lo encuentro muy extraño, diferente, Eso son tus ojos, En general, mis ojos están de acuerdo conmigo, Tienes suerte, yo nunca sé con quién estoy de acuerdo, respondió el padre secamente. Marcial no podría tardar mucho. Marta volvió a preguntar, Ha pasado algo en nuestra ausencia. El padre dejó el cubo en el suelo, se limpió las manos con un trapo, y respondió mirando a la hija de frente, Apareció por aquí Isaura, esa Estudiosa, o Madruga, o comoquiera que se llame, venía para hablar contigo, Isaura vino, Con más palabras, creo que ha sido lo que acabo de decirte, No todos tenemos sus capacidades analíticas, y qué quería, si se puede saber, Darte noticia de que ha encontrado trabajo, Dónde, Aquí, Me alegro, me alegro mucho, luego iré a su casa. Cipriano Algor había pasado a ocuparse de otro molde, Padre, comenzó a decir Marta, pero él la interrumpió, Si es sobre este asunto, te pido que no sigas, lo que me pidieron que te transmitiera ya lo sabes, sobran cualesquiera otras palabras, A las semillas también las entierran, y acaban naciendo, perdone si el asunto es el mismo. Cipriano Algor no respondió. Entre la salida de la hija y el regreso del yerno se daría otro puñetazo en la cabeza.

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