Que muchos de los mitos antropogenéticos no prescindieron del barro en la creación material del hombre es un hecho ya mencionado aquí y al alcance de cualquier persona medianamente interesada en almanaques lo-sé-todo y enciclopedias ca-si-todo. No es éste, por regla general, el caso de los creyentes de las diferentes religiones, ya que se sirven de las vías orgánicas de la iglesia de la que forman parte para recibir e incorporar esa y otras muchas informaciones de igual o similar importancia. No obstante, hay un caso, un caso por lo menos, en que el barro necesitó ir al horno para que la obra fuese considerada acabada. Y eso después de varias tentativas. Este singular creador al que nos estamos refiriendo y cuyo nombre olvidamos ignoraría probablemente, o no tendría suficiente confianza en la eficacia taumatúrgica del soplo en la nariz al que otro creador recurrió antes o recurriría después, como en nuestros días hizo también Cipriano Algor, aunque sin más intención que la modestísima de limpiar de cenizas la cara de la enfermera. Volviendo, pues, al tal creador que necesitó llevar el hombre al horno, el episodio pasó de la manera que vamos a explicar, de donde se verá que las frustradas tentativas a que nos referimos resultaron del insuficiente conocimiento que el dicho creador tenía de las temperaturas de la cocción. Comenzó por hacer con barro una figura humana, de hombre o de mujer es pormenor sin importancia, la metió en el horno y atizó la lumbre suficiente. Pasado el tiempo que le pareció cierto, la sacó de allí, y, Dios mío, se le cayó el alma a los pies. La figura había salido negra retinta, nada parecida a la idea que tenía de lo que debería ser su hombre. Sin embargo, tal vez porque todavía estaba en comienzo de actividad, no tuvo valor para destruir el fallido producto de su inexperiencia. Le dio vida, se supone que con un coscorrón en la cabeza, y lo mandó por ahí. Volvió a moldear otra figura, la metió en el horno, pero esta vez tuvo la precaución de cautelarse con la lumbre. Lo consiguió, sí, pero demasiado, pues la figura apareció blanca como la más blanca de todas las cosas blancas. Aún no era lo que él quería. Con todo, pese al nuevo fallo, no perdió la paciencia, debe de haber pensado, indulgente, Pobrecillo, la culpa no es suya, en fin, dio también vida a éste y lo echó a andar. En el mundo había ya por tanto un negro y un blanco, pero el desgarbado creador todavía no había logrado la criatura que soñara. Se puso una vez más manos a la obra, otra figura humana ocupó lugar en el horno, el problema, incluso no existiendo todavía el pirómetro, debía ser fácil de solucionar a partir de aquí, es decir, el secreto era no calentar el horno ni de más ni de menos, ni tanto ni tan poco, y, por esta regla de tres, ahora será la buena. No lo fue. Es cierto que la nueva figura no salió negra, es cierto que no salió blanca, pero, oh cielos, salió amarilla. Otro cualquiera tal vez hubiese desistido, habría despachado aprisa un diluvio para acabar con el negro y el blanco, habría partido el cuello al amarillo, lo que se podría considerar como la conclusión lógica del pensamiento que le pasó por la mente en forma de pregunta, Si yo mismo no sé hacer un hombre capaz, cómo podré mañana pedirle cuentas de sus errores. Durante unos cuantos días nuestro improvisado alfarero no tuvo coraje para entrar en la alfarería, pero después, como se suele decir, le acometió de nuevo el bicho de la creación y al cabo de algunas horas la cuarta figura estaba modelada y pronta para ir al horno. En el supuesto de que entonces hubiese por encima de este creador otro creador, es muy probable que del menor al mayor se hubiese elevado algo así como un ruego, una oración, una súplica, cualquier cosa del género, No me dejes quedar mal. En fin, con las manos ansiosas introdujo la figura de barro en el horno, después escogió con meticulosidad y pesó la cantidad de leña que le parecía conveniente, eliminó la verde y la demasiado seca, retiró una que ardía mal y sin gracia, añadió otra que daba una llama alegre, calculó con la aproximación posible el tiempo y la intensidad del calor, y, repitiendo la imploración, No me dejes quedar mal, acercó un fósforo al combustible. Nosotros, humanos de ahora, que hemos pasado por tantas situaciones de ansiedad, un examen difícil, una novia que faltó al encuentro, un hijo que se hizo esperar, un empleo que nos fue negado, podemos imaginar lo que este creador habrá sufrido mientras aguardaba el resultado de su cuarta tentativa, los sudores que probablemente sólo la proximidad del horno impedían que fuesen helados, las uñas roídas hasta la raíz, cada minuto que iba pasando se llevaba consigo diez años de existencia, por primera vez en la historia de las diversas creaciones del universo mundo conoció el propio creador los tormentos que nos aguardan en la vida eterna, por ser eterna, no por ser vida. Pero valió la pena. Cuando nuestro creador abrió la puerta del horno y vio lo que se encontraba dentro, cayó de rodillas extasiado. Este hombre ya no era ni negro, ni blanco, ni amarillo, era, sí, rojo, rojo como son rojos la aurora y el poniente, rojo como la ígnea lava de los volcanes, rojo como el fuego que lo había hecho rojo, rojo como la misma sangre que ya le estaba corriendo por las venas, porque a esta humana figura, por ser la deseada, no fue necesario darle un coscorrón, bastó haberle dicho, Ven, y ella por su propio pie salió del horno. Quien desconozca lo que pasó en las posteriores edades dirá que, pese a tal acopio de yerros y ansiedades, o, por la virtud instructiva y educativa de la experimentación, gracias a ellos, la historia acabó teniendo un final feliz. Como en todas las cosas de este mundo, y seguramente de todos los otros, el juicio dependerá del punto de vista del observador. Aquellos a quienes el creador rechazó, aquellos a quienes, aunque con benevolencia de agradecer, apartó de sí, o sea, los de piel negra, blanca y amarilla, prosperaron en número, se multiplicaron, cubren, por decirlo así, todo el orbe terráqueo, mientras que los de piel roja, esos por quienes se había esforzado tanto y por quienes sufriera un mar de penas y angustias, son, en estos días de hoy, las evidencias impotentes de cómo un triunfo puede llegar a transformarse, pasado el tiempo, en el preludio engañador de una derrota. La cuarta y última tentativa del primer creador de hombres que introdujo sus criaturas en el horno, esa que aparentemente le trajo la victoria definitiva, llegó a ser, al final, la del definitivo descalabro. Cipriano Algor, también lector asiduo de almanaques y enciclopedias lo-sé-todo o casi-todo, había leído esta historia cuando todavía era muchacho y habiendo olvidado tantas cosas en la vida, de ésta no se olvidó, vaya usted a saber por qué. Era una leyenda india, de los llamados pieles rojas, para ser más exactos, con la cual los remotos creadores del mito pretenderían probar la superioridad de su raza sobre cualesquiera otras, incluyendo aquellas de cuya efectiva existencia no tenían entonces noticia. Sobre este último punto, anticípese la objeción, sería vano e inútil el argumento de que, puesto que no tenían conocimiento de otras razas tampoco las podrían imaginar blancas, o negras, o amarillas, o tornasoladas. Puro engaño. Quien así argumentase sólo demostraría ignorar que estamos lidiando aquí con un pueblo de alfareros, de cazadores también, para quienes el penoso trabajo de transformar el barro en una vasija o en un ídolo había enseñado que dentro de un horno todas las cosas pueden suceder, tanto el desastre como la gloria, tanto la perfección como la miseria, tanto lo sublime como lo grotesco. Cuántas y cuántas veces, durante cuántas generaciones habrían tenido que retirar del horno piezas torcidas, rajadas, convertidas en carbón, faltas o medio crudas, todas inservibles. En realidad no existe una gran diferencia entre lo que pasa en el interior de un horno de alfarería y un horno de panadería. La masa del pan no es más que un barro diferente, hecho de harina, levadura y agua, y, tal como el otro, va a salir cocido del horno, o crudo, o quemado. Dentro tal vez no haya diferencia, se desahoga Cipriano Algor, pero, aquí fuera, garantizo que daría todo en este momento por ser panadero. Los días y las noches se sucedían, y las tardes y las mañanas. Está en los libros y en la vida que los trabajos de los hombres siempre fueron más largos y pesados que los de los dioses, véase el caso ya mencionado del creador de los pieles rojas que, en definitiva, no hizo más que cuatro imágenes humanas, y por este poco, aunque con escaso éxito de público interesado, tuvo entrada en la historia de los almanaques, mientras que Cipriano Algor, a quien ciertamente no le espera la retribución de un registro biográfico y curricular en letra de molde, tendrá que desentrañar de las profundidades del barro, sólo en esta primera fase, ciento cincuenta veces más, es decir, seiscientos muñecos de orígenes, características y situaciones sociales diferentes, tres de ellos, el bufón, el payaso y la enfermera, más fácilmente definibles también por las actividades que ejercen, lo que no sucede con el mandarín y con el asirio de barbas, que, a pesar de la razonable información recopilada en la enciclopedia, no fue posible averiguar lo que hicieron en la vida. En cuanto al esquimal se supone que seguirá cazando y pescando. Es cierto que a Cipriano Algor le da lo mismo. Cuando las figurillas comiencen a salir de los moldes, iguales en tamaño, atenuadas por la uniformidad del color las diferencias indumentarias que los distinguen, necesitará hacer un esfuerzo de atención para no confundirlas y mezclarlas. De tan entregado al trabajo, algunas veces se olvidará de que los moldes de yeso tienen un límite de uso, algo así como unas cuarenta utilizaciones, a partir de las cuales los contornos comienzan a difuminarse, a perder vigor y nitidez como si la figura se fuese poco a poco cansando de ser, como si estuviese siendo atraída a un estado original de desnudez, no sólo la suya propia como representación humana, sino la desnudez absoluta del barro antes de que la primera forma expresada de una idea lo hubiese comenzado a vestir. Para no perder tiempo comenzó arrumbando las figuras inservibles en un rincón, pero después, movido por un extraño e inexplicable sentimiento de piedad y de culpa, fue a buscarlas, deformadas y confundidas por la caída y por el choque la mayor parte, y las colocó cuidadosamente en un estante de la alfarería. Podría haber vuelto a amasarlas para concederles una segunda posibilidad de vida, podría haberlas aplanado sin dolor como aquellas dos figuras de hombre y de mujer que modeló al principio, todavía está aquí su barro seco, agrietado, informe, y sin embargo levantó de la basura los mal formados engendros, los protegió, los abrigó, como si quisiese menos sus aciertos que los errores que no había sabido evitar. No llevará esos muñecos al horno, mal empleada sería la leña que para ellos ardiese, pero va a dejarlos aquí hasta que el barro se raje y disgregue, hasta que los fragmentos se desprendan y caigan, y, si el tiempo diera para tanto, hasta que el polvo que ellos serán se transforme de nuevo en arcilla resucitada. Marta ha de preguntarle, Qué hacen ahí esas piezas defectuosas, a lo que él responderá, Ellos me gustan, no dirá Ellas me gustan, si lo hubiera dicho los expulsaría definitivamente del mundo para el que habían nacido, dejaría de reconocerlos como obra suya para condenarlos a una última y definitiva orfandad. Obra suya, y fatigosa obra, también son las decenas de muñecos acabados que todos los días van siendo transferidos a las tablas de secado, ahí fuera, bajo la sombra del moral, pero ésos, por ser tantos y apenas distinguirse unos de los otros, no piden más cuidados y atenciones que los indispensables para que no se lisien a última hora. A Encontrado no hubo más remedio que atarlo para que no se subiese a las tablas, donde sin ninguna duda cometería el mayor estropicio jamás visto en la turbulenta historia de la alfarería, pródiga, como se sabe, en cascotes e indeseables amalgamaciones. Recordemos que cuando los primeros seis muñecos, los otros, los prototipos, fueron puestos a secar aquí, y Encontrado quiso averiguar, por contacto directo, lo que era aquello, el grito y la palmada instantánea de Cipriano Algor bastaron para que su instinto de cazador, aún más excitado por la insolente inmovilidad de los objetos, se retrajese sin llegar a causar daños, pero reconozcamos que sería irrazonable esperar ahora de un animal así que resistiese impávido a la provocación de una horda de payasos y mandarines, de bufones y enfermeras, de esquimales y asirios de barbas, todos malamente disfrazados de pieles rojas. Duró una hora la privación de libertad. Impresionada por la sentida expresión, incluso melindrosa, con que Encontrado se sometió al castigo, Marta le dijo al padre que la educación tendría que servir para algo, aunque se tratase de perros, La cuestión es adaptar los métodos, declaró, Y cómo vas a hacer eso, Lo primero que hay que hacer es soltarlo, Y después, Si intenta subir a las tablas, se ata otra vez, Y después, Se suelta y se ata tantas veces cuantas sean necesarias, hasta que aprenda, A primera vista, puede dar resultado, en todo caso no te dejes engañar si te parece que ya ha aprendido la lección, claro que no se atreverá a subir estando tú presente, pero, cuando se encuentre solo, sin nadie que lo vigile, temo que tus métodos educativos no tengan suficiente fuerza para disciplinar los instintos del abuelo chacal que está al acecho en la cabeza de Encontrado, El abuelito chacal de Encontrado ni siquiera se tomaría la molestia de oler los muñecos, pasaría de largo y seguiría su camino a la búsqueda de algo que realmente pudiera ser comido, Bueno, sólo te pido que pienses en lo que sucederá si el perro se sube a las tablas, la cantidad de trabajo que vamos a perder, Será mucho, será poco, ya veremos, pero, si eso ocurre, me comprometo a rehacer las figuras que se estraguen, tal vez sea ésa la manera de convencerlo para que me deje ayudarle, De eso no vamos a hablar ahora, vete ya a tu experiencia pedagógica. Marta salió de la alfarería y, sin decir una palabra, soltó la correa del collar. Luego, tras dar unos pasos hacia la casa, se paró como distraída. El perro la miró y se tumbó. Marta avanzó algunos pasos más, se detuvo otra vez, y a continuación, decidida, entró en la cocina, dejando la puerta abierta. El perro no se movió. Marta cerró la puerta. El perro esperó un poco, después se levantó y, despacio, se fue aproximando a las tablas. Marta no abrió la puerta. El perro miró hacia la casa, dudó, volvió a mirar, después asentó las patas en el borde de la tabla donde estaban secándose los asirios de barbas. Marta abrió la puerta y salió. El perro bajó rápidamente las patas y se quedó parado en el mismo sitio, a la espera. No había motivos para huir, no le acusaba la conciencia de haber hecho mal alguno. Marta lo agarró por el collar y, nuevamente sin pronunciar palabra, lo prendió a la correa. Después volvió a entrar en la cocina y cerró la puerta. Su apuesta era que el can se hubiese quedado pensando en lo sucedido, pensando, o lo que él suela hacer en una situación como ésta. Pasados dos minutos lo liberó otra vez de la correa, convenía no darle tiempo al animal de olvidar, la relación entre la causa y el efecto tenía que instalarse en su memoria. El perro empleó más tiempo en poner las patas sobre la tabla, pero por fin se decidió, se diría que con menos convicción que la de antes. En seguida estaba nuevamente atado. A partir de la cuarta vez comenzó a dar señales de comprender lo que se pretendía de él, pero continuaba subiendo las patas a la tabla, como para acabar de tener la certeza de que no las debería poner allí. Durante todo este atar y desatar, Marta no había proferido una sola palabra, entraba y salía de la cocina, cerraba y abría la puerta, a cada movimiento del perro, el mismo siempre, respondía con su propio movimiento, siempre el mismo, en una cadena de acciones sucesivas y recíprocas que sólo acabaría cuando uno de ellos, merced a un movimiento distinto, rompiese la secuencia. A la octava vez que Marta cerró tras de sí la puerta de la cocina, Encontrado avanzó de nuevo hacia las tablas, pero, llegado allí, no levantó las patas simulando que quería alcanzar los asirios de barbas, se puso a mirar hacia la casa, inmóvil, a la espera, como si estuviese desafiando a la dueña a ser más osada que él, como si le preguntase Qué respuesta tienes tú ahora para contraponer a esta genial jugada mía, que me va a dar la victoria, y a ti te derrotará. Marta murmuraba satisfecha consigo misma, He ganado, estaba segura de que ganaría. Fue hacia el perro, le hizo unas caricias en la cabeza, dijo gentil, Encontrado bonito, Encontrado simpático, el padre se asomó a la puerta de la alfarería para presenciar el feliz desenlace, Muy bien, sólo falta saber si será definitivo, Pongo las manos en el fuego por que nunca más subirá a las tablas, dijo Marta. Son poquísimas las palabras humanas que los perros consiguen incorporar a su vocabulario propio de roznidos y ladridos, sólo por eso, por no entenderlas, Encontrado no protestó contra la irresponsable satisfacción de que sus dueños estaban dando muestras, pues cualquier persona competente en estas materias y capaz de apreciar de manera objetiva lo sucedido diría que el vencedor de la contienda no es Marta, la dueña, por muy convencida que de eso esté, mas sí el perro, aunque también debamos reconocer que dirían precisamente lo contrario aquellas personas que sólo por las apariencias saben juzgar. Presuma cada uno de la victoria que supone haber alcanzado, incluso los asirios de barbas y sus colegas, ahora felizmente a salvo de agresiones. En cuanto a Encontrado, no nos resignaremos a dejarlo por ahí con una injusta reputación de perdedor. La prueba probada de que la victoria fue suya es que se convirtió, a partir de aquel día, en el más cuidadoso de los guardianes que alguna vez protegieron monigotes de barro. Había que oírlo ladrar llamando a los dueños cuando un inesperado golpe de viento tumbó media docena de enfermeras.
La primera hornada fue de trescientas estatuillas, o mejor de trescientas cincuenta, contando ya con la posibilidad de estragos. No cabían más. Sucedió que era el día de descanso de Marcial, sucedió por tanto que para Marcial fue un duro día de trabajo. Paciente, solícito, ayudó al suegro a colocar los muñecos en los estantes interiores, se encargó de la alimentación del horno, tarea para gente robusta, tanto por el esfuerzo físico de transportar e introducir la leña en el fogón como por las horas que tenía que durar, pues un horno como éste, antiguo, rudimentario a la luz de las nuevas tecnologías, necesita bastante tiempo para alcanzar el punto de cochura, sin olvidar que, tras alcanzarlo, será necesario mantenerlo lo más estable posible. Marcial va a trabajar hasta bien entrada la noche, hasta la hora en que el suegro, terminada la obra que se impuso a sí mismo adelantar en la alfarería, pueda venir a sustituirlo. Marta llevó la cena al padre, después trajo la de Marcial y, sentados ambos en el banco que ha servido para las meditaciones, comió con él. Ninguno de los dos tenía apetito, cada cual por sus motivos. No te veo comer, debes de estar muy cansado, dijo ella, Bastante, sí, perdí el hábito del esfuerzo, por eso me cuesta más, dijo él, La idea de la fabricación de estas estatuillas fue mía, Ya lo sé, Fue mía, pero en estos últimos días me está atormentando una especie de remordimiento, a todas horas me pregunto si habrá valido la pena que nos metamos a elaborar figuras, si no será todo esto patéticamente inútil, En este momento lo más importante para tu padre es el trabajo que hace, no la utilidad que tenga, si le quitas el trabajo, cualquier trabajo, le quitas, en cierto modo, una razón de vivir, y si le dices que lo que está haciendo no sirve para nada, lo más probable, aunque la evidencia del hecho esté estallando ante sus ojos, será que no lo crea, simplemente porque no puede, El Centro dejó de comprarnos cacharrería y consiguió aguantar el choque, Porque tú tuviste en seguida la idea de hacer las figurillas, Presiento que están a punto de llegar días malos, todavía peores que éstos, Mi ascenso a guarda residente, que ya no tardará mucho, será un día malo para tu padre, El dijo que se vendría con nosotros al Centro, Es verdad, pero lo dijo de esa misma manera que decimos todos que un día tendremos que morir, hay parte de nuestra mente que se niega a admitir lo que sabe que es el destino de todos los seres vivos, hace como si no fuera con ella, así está tu padre, nos dice que se vendrá a vivir con nosotros, pero, en el fondo, es como si no lo creyera, Como si estuviese esperando que le apareciera en el último instante un desvío que le lleve por otro camino, Debería saber que para el Centro sólo existe un camino, el que lleva del Centro al Centro, trabajo allí, sé de lo que hablo, Habrá quien diga que la vida en el Centro es un milagro a todas horas. Marcial no respondió de inmediato. Dio un trozo de carne al perro, que desde el principio había esperado pacientemente que algún resto de comida sobrase para él, y sólo después manifestó, Sí, como a Encontrado debe de haberle parecido obra de milagro, a estas horas de la noche, la carne que le acabo de dar. Pasó la mano por el espinazo del animal, dos veces, tres veces, la primera por simple y habitual cariño, las otras con insistencia angustiada, como si fuese indispensable sosegarlo sin pérdida de tiempo, pero era a él mismo a quien necesitaba tranquilizar, apartar una idea que le surgiera de pronto del lugar de la memoria donde se había escondido, En el Centro no admiten perros. Es cierto, no admiten perros en el Centro, ni gatos, sólo aves de jaula o peces de acuario, e incluso éstos se ven cada vez menos desde que fueron inventados los acuarios virtuales, sin peces que tengan olor a pez ni agua que sea necesario cambiar. Ahí dentro nadan graciosamente cincuenta ejemplares de diez especies diferentes que, para no morir, tendrán que ser cuidados y alimentados como si fueran seres vivos, la calidad de la inexistente agua hay que vigilarla, también hay que fiscalizar la temperatura, además, para que no todo sean obligaciones, el fondo del acuario podrá ser decorado con varios tipos de rocas y de plantas, y el feliz poseedor de esta maravilla tendrá a su disposición una gama de sonidos que le permitirá, mientras contempla sus peces sin tripas ni espinas, rodearse de ambientes sonoros tan diversos como una playa caribeña, una selva tropical o una tormenta en el mar. En el Centro no quieren perros, pensó nuevamente Marcial, y notó que esta preocupación estaba, por momentos, ocultando la otra, Le hablo de esto, no le hablo, comenzó inclinándose por el sí, después pensó que sería preferible dejar la cuestión para más tarde, cuando tenga que ser, cuando no haya otro remedio. Tomó pues la decisión de callarse, pero, qué verdad es ésa de la fluctuación inconstante de la voluntad en el acuario virtual de nuestra cabeza, un minuto después le estaba diciendo a Marta, Me acabo de dar cuenta de que no podemos llevarnos a Encontrado al Centro, no aceptan perros, va a ser un problema serio, pobre animal, tenerlo que dejar por ahí abandonado, Quizá se consiga encontrar una solución, dijo Marta, Concluyo que ya habías pensado en el asunto, se sorprendió Marcial, Sí, había pensado, hace mucho tiempo, Y esa solución, cuál sería, Pienso que a Isaura no le importaría hacerse cargo de Encontrado, incluso creo que sería para ella una gran alegría, además ya se conocen, Isaura, Sí, Isaura, la del cántaro, te acuerdas, la que nos trajo el bizcocho, la que vino a hablar conmigo la última vez que fuimos a almorzar a casa de tus padres, La idea me parece buena, Para Encontrado será lo mejor, Falta saber si tu padre estará de acuerdo, Ya se sabe que una mitad de él protestará, dirá que no señor, que una mujer sola no es buena compañía para un perro, imagino que es capaz de inventarnos una teoría de diferencias como ésta, qué seguramente habrá otras personas que no tendrán inconveniente en acoger al animal, pero también sabemos que la otra mitad deseará, con todas las fuerzas del deseo, que la primera no gane, Cómo van esos amores, preguntó Marcial, Pobre Isaura, pobre padre, Por qué dices pobre Isaura, pobre padre, Porque está claro que ella lo quiere, pero no consigue traspasar la barrera que él ha levantado, Y él, Él, él es una vez más la historia de las dos mitades, hay una que probablemente no piensa nada más que en eso, Y la otra, La otra tiene sesenta y cuatro años, la otra tiene miedo, Realmente las personas son muy complicadas, Es verdad, pero si fuéramos simples no seríamos personas. Encontrado no estaba allí, recordó de repente que no había en casa nadie más para hacerle compañía al dueño viejo, solo en la alfarería y ya ocupado con los segundos trescientos muñecos de la primera entrega de seiscientos, un perro ve estas cosas y le provocan una confusión enorme, las percibe pero no consigue comprenderlas, tanto trabajo, tanto esfuerzo, tanto sudor, y ahora no me estoy refiriendo a la cantidad de dinero que se acabe ganando en el negocio, será poco, será así así, mucho no será ciertamente, es sobre todo por lo que Marta ha dicho hace un poco si no será todo esto patéticamente inútil. Como ya se había visto antes, y ahora, gracias al extenso y profundo diálogo mantenido entre Marta y Marcial, tuvimos ocasión de confirmar, el banco de piedra justifica ampliamente el grave y ponderoso nombre que le pusimos, el banco de las meditaciones, pero he aquí que la necesidad obliga, es tiempo de volver las atenciones al horno, meter más leña por la bocaza del fogón, con cuidado, Marcial, no te olvides de que la fatiga entorpece los reflejos de defensa, aumenta el tiempo que necesitan para actuar, no sea que te salte otra vez desde dentro, como sucedió en aquel maldito día, la víbora de fuego sibilante que te marcó la mano izquierda para siempre. Fue también esto, más o menos, lo que Marta dijo, Voy a lavar los platos y a acostarme, ten tú cuidado, Marcial.
Al día siguiente, por la mañana muy temprano, como siempre, Cipriano Algor llevó a Marcial al Centro en la furgoneta. Le había dicho al salir de casa, No sé cómo agradecerte la ayuda que me has dado, y Marcial le respondió, Hice lo que pude, ojalá todo siga bien, Estoy convencido de que las próximas figuras darán menos quehaceres, he encontrado unos cuantos trucos para simplificar el trabajo, es la ventaja que tiene acumular experiencia, creo que los trescientos de la nueva hornada podrán estar en las tablas de secado en una semana, Si de aquí a diez días, en mi próximo permiso, ya están en condiciones de meterlos en el horno, cuente conmigo, Gracias, quieres que te diga una cosa, tú y yo, si no fuese por esta maldita crisis del barro, podríamos formar una buena pareja, dejabas de ser guarda del Centro y te dedicabas a la alfarería, Podría ser, pero es tarde para pensar en eso, además, si lo hubiéramos hecho, estaríamos ahora los dos sin trabajo, Yo todavía tengo trabajo, Es verdad. Más adelante, ya en la carretera de la ciudad, y después de un largo silencio, Cipriano Algor dijo, tengo una idea, quiero saber qué piensas de ella, Dígame, Llevar al Centro, en cuanto se seque la pintura, estos primeros trescientos muñecos, así el Centro vería que estamos trabajando en serio y comenzaría a vender antes de la fecha prevista, sería bueno para ellos y mejor para nosotros, excusaríamos pasar tanto tiempo esperando resultados, y, si todo sale como se espera, podríamos preparar con más tranquilidad la producción futura, sin precipitaciones, como ha sido esta vez, qué tal te parece la idea, Creo que sí, creo que es una idea buena, dijo Marcial, y en ese momento le vino a la memoria que también había encontrado buena la idea de entregar el perro a los cuidados de la vecina del cántaro, Después de acercarte a tu puesto voy a hablar con el jefe de compras, tengo la seguridad de que estará de acuerdo, dijo Cipriano Algor, Ojalá, respondió Marcial, y reparó en que otra vez repetía una palabra pronunciada poco antes, es lo que nos sucede siempre con las palabras, las repetimos constantemente, pero en algunos casos, no se sabe por qué, se nota más. Cuando la furgoneta entraba en la ciudad Marcial preguntó, Quién va a pintar ahora los muñecos, Marta insiste en querer pintarlos, argumenta que yo no podré estar, al mismo tiempo, en misa y repicando, no lo dijo con estas palabras, pero el sentido era el mismo, Padre, las pinturas intoxican, Sí que intoxican, Y en el estado en que Marta se encuentra me parece inconveniente, Yo me ocuparé de la primera mano, puedo usar la pistola, es cierto que dispersa la pintura en el aire pero compensa por la rapidez, Y luego, Luego se pintará con pincel, no perjudica, Se debería haber comprado al menos una mascarilla, Era cara, murmuró Cipriano Algor, como si tuviera vergüenza de sus propias palabras, Si conseguimos encontrar dinero para alquilar la camioneta que sacó del Centro lo que quedaba de cacharrería, también se encontrará el necesario para comprar la mascarilla, No lo pensamos, dijo Cipriano Algor, después enmendó, contrito, No lo pensé. Iban ya por la avenida que los conducía en línea recta al Centro, a pesar de la distancia podían leerse las palabras del gigantesco anuncio que habían colocado, USTED ES NUESTRO MEJOR CLIENTE, PERO, POR FAVOR, NO SE LO DIGA A SU VECINO. Cipriano Algor no hizo ningún comentario, a Marcial lo sorprendió un pensamiento, Se divierten a nuestra costa. Cuando la furgoneta estacionó frente a la puerta del Servicio de Seguridad, Marcial dijo, Después de haber hablado con el jefe del departamento de compras pase por aquí, voy a ver si le consigo una mascarilla, Para mí no es necesario, ya te lo he dicho, y Marta sólo utilizará los pinceles, La conoce tan bien como yo, en la primera ocasión que se distraiga ocupará su lugar y cuando se quiera dar cuenta de lo sucedido será tarde, No sé cuánto tiempo emplearé en el departamento de compras, pregunto por ti aquí o entro y te busco, No entre, no merece la pena entrar, dejaré la mascarilla a mi colega de la puerta, Como quieras, Hasta dentro de diez días, Hasta dentro de diez días, Cuídeme a Marta, padre, La cuidaré, sí, vete tranquilo, mira que no la quieres más que yo, Si es más o si es menos no lo sé, la quiero de otra manera, Marcial, Dígame, Dame un abrazo, por favor. Cuando Marcial salió de la furgoneta llevaba los ojos húmedos. Cipriano Algor no se dio ningún puñetazo en la cabeza, sólo se dijo a sí mismo con una media sonrisa triste, A esto puede llegar un hombre, verse implorando un abrazo, como un niño carente de amor. Puso la furgoneta en marcha, dio la vuelta a la manzana, ahora más extensa como consecuencia de la ampliación del Centro, Dentro de poco ya nadie se acordará de lo que existía aquí antes, pensó. Quince minutos más tarde, sintiéndose extraño como alguien que, tras regresar a un lugar después de una larga ausencia, no encuentra mudanzas que objetivamente justifiquen ese sentimiento, que tampoco puede ignorar, descendía la rampa del subterráneo. Tras avisar al guarda de la entrada de que venía a pedir una información, y no para descargar, estacionó la furgoneta en la vía lateral. Ya había una fila larga de camiones a la espera, algunos enormes, aún faltaban casi dos horas para que el servicio de recepción de mercancías abriese. Cipriano Algor se acomodó en el asiento e intentó dormir. La última mirada que había echado por la mirilla, antes de venir a la ciudad, mostraba que el proceso de cocción ya había terminado, ahora sólo tenía que dejar que el horno enfriara a su gusto, sin prisas, paulatinamente, como quien va por su propio pie. Para dormirse se puso a contar los muñecos como si estuviese contando borregos, comenzó por los bufones y los contó a todos, después pasó a los payasos y consiguió llegar también al final, cincuenta de ésos, cincuenta de éstos, de los que sobraban, el remanente para estropicios, no se interesó, luego quiso pasar a los esquimales, pero se le adelantaron, sin explicación, las enfermeras, y, en la lucha que tuvo que entablar para repelerlas, se durmió. No era la primera vez que veía terminar su sueño de la mañana en el subterráneo del Centro, no era la primera vez que lo despertaba, amplificado y multiplicado por los ecos, el estruendo de los motores de los camiones. Bajó de la furgoneta y avanzó hacia el mostrador de atención personal, dijo quién era, dijo que venía para una aclaración, a hablar con el jefe, si fuera posible, Es un asunto importante, añadió. El empleado que lo atendía lo miró con aire de duda, era más que evidente que no podrían ser importantes ni el asunto ni la persona que tenía delante, salida de una miserable furgoneta que decía por fuera Alfarería, por eso respondió que el jefe estaba ocupado, En una reunión, precisó, y ocupado iba a seguir toda la mañana, que dijese por tanto a qué venía. El alfarero explicó lo que tenía que explicar, no se olvidó, para impresionar al interlocutor, de aludir a la conversación telefónica que tuvo con el jefe del departamento, y finalmente oyó al otro decir, Voy a preguntar a un subjefe. Temió Cipriano Algor que le saliese el malvado que le había amargado la vida, pero el subjefe que apareció era educado y atento, concordó que era una excelente idea, Buena ocurrencia, sí señor, es bueno para ustedes y todavía mejor para nosotros, mientras van fabricando la segunda entrega de trescientos y preparando la producción de los restantes seiscientos, en dos tiempos, como en el presente caso, o de una sola vez, nosotros iremos observando la acogida del público comprador, las reacciones al nuevo producto, los comentarios explícitos e implícitos, incluso nos daría tiempo a promover unos sondeos, orientados según dos vertientes, en primer lugar, la situación previa a la compra, es decir, el interés, la apetencia, la voluntad espontánea o motivada del cliente, en segundo lugar, la situación resultante del uso, es decir, el placer obtenido, la utilidad reconocida, la satisfacción del amor propio, tanto desde un punto de vista personal como desde un punto de vista grupal, sea familiar, profesional, o cualquier otro, la cuestión, para nosotros esencialísima, consiste en averiguar si el valor de uso, elemento fluctuante, inestable, subjetivo por excelencia, se sitúa demasiado por debajo o demasiado por encima del valor de cambio, Y cuando eso sucede, qué hacen, preguntó Cipriano Algor por preguntar, a lo que el subjefe respondió en tono condescendiente, Querido señor, supongo que no está a la espera de que le vaya a descubrir aquí el secreto de la abeja, Siempre he oído que el secreto de la abeja no existe, que es una mistificación, un falso misterio, una fábula que no terminaron de inventar, un cuento que podía haber sido y no fue, Tiene razón, el secreto de la abeja no existe, pero nosotros lo conocemos. Cipriano Algor se retrajo como si hubiese sido víctima de una agresión inesperada. El subjefe sonreía, insistía complaciente en que la idea era buena, muy buena, que quedaba a la espera de la primera entrega y después le daría noticias. Oprimido, bajo una inquietante impresión de amenaza, Cipriano Algor entró en la furgoneta y salió del subterráneo. La última frase del subjefe le daba vueltas en la cabeza, El secreto de la abeja no existe, pero nosotros lo conocemos, no existe, pero lo conocemos, lo conocemos, lo conocemos. Vio caer una máscara y percibió que detrás había otra exactamente igual, comprendía que las máscaras siguientes serían fatalmente idénticas a las que hubiesen caído, es verdad que el secreto de la abeja no existe, pero ellos lo conocen. No podría hablar de esta su perturbación a Marta y a Marcial porque no lo entenderían, y no lo entenderían porque no habían estado allí con él, en la parte de fuera del mostrador, oyendo a un subjefe de departamento explicar qué es el valor de cambio y el valor de uso, probablemente el secreto de la abeja reside en crear e impulsar en el cliente estímulos y sugestiones suficientes para que los valores de uso se eleven progresivamente en su estimación, paso al que seguirá en poco tiempo la subida de los valores de cambio, impuesta por la argucia del productor a un comprador al que le fueron retirando poco a poco, sutilmente, las defensas interiores que resultaban de la conciencia de su propia personalidad, esas que antes, si es que alguna vez existió un antes intacto, le proporcionaron, aunque fuera precariamente, una cierta posibilidad de resistencia y autodominio. La culpa de esta laboriosa y confusa explanación es toda de Cipriano Algor que, siendo lo que es, un simple alfarero sin carné de sociólogo ni preparación de economista, se ha atrevido, dentro de su rústica cabeza, a correr detrás de una idea, para acabar reconociéndose, como resultado de la falta de un vocabulario adecuado y por las graves y patentes imprecisiones en la propiedad de los términos utilizados, incompetente para trasladarla a un lenguaje suficientemente científico que tal vez nos facilitara, por fin, comprender lo que él había querido decir en el suyo. Quedará para los recuerdos de Cipriano Algor este otro momento de desconcierto de vida y de desacierto en la comprensión de ella, cuando, habiendo ido un día al departamento de compras del Centro para hacer la más simple de las preguntas, de allí regresó con la más compleja y oscura de las respuestas, y tan tenebrosa y oscura era, que nada era más natural que perderse en los laberintos de su propio cerebro. Al menos queda salvada la intención. En su defensa Cipriano Algor siempre podrá alegar que hizo todo lo que estaba al alcance de su condición de alfarero para intentar desentrañar el sentido oculto de la sibilina frase del subjefe sonriente, y si incluso para él mismo era evidente que no lo había conseguido, al menos dejó bien claro a quien detrás viniese que, por el camino que él había tomado, no se llegaba a ninguna parte. Estas cosas son para quien sabe, pensó Cipriano Algor, sin conseguir callar su desasosiego interior. En todo caso, decimos nosotros, otros hicieron menos y presumieron de más.
El paquete que Marcial había dejado al guarda de la puerta contenía dos mascarillas, no una, para el caso de que se averíe el sistema purificador del aire en alguna, decía la nota. Y nuevamente la petición, Cuídeme de Marta, por favor. Era casi la hora del almuerzo, una mañana perdida, pensó Cipriano Algor, acordándose de los moldes, del barro que esperaba, del horno que perdía calor, de las filas de muñecos allí dentro. Después, en medio de la avenida, conduciendo de espaldas a la pared del Centro donde la frase, USTED ES NUESTRO MEJOR CLIENTE, PERO, POR FAVOR, NO SE LO DIGA A SU VECINO, trazaba con descaro irónico el diagrama relacional en que se consumaba la complicidad inconsciente de la ciudad con el engaño consciente que la manipulaba y absorbía, se le pasó por la cabeza, a Cipriano Algor, la idea de que no era sólo esta mañana la que perdía, que la obscena frase del subjefe había hecho desaparecer lo que quedaba de la realidad del mundo en que aprendió y se habituó a vivir, que a partir de hoy todo sería poco más que apariencia, ilusión, ausencia de sentido, interrogaciones sin repuesta. Dan ganas de estrellar la furgoneta contra un muro, pensó. Se preguntó por qué no lo hacía y por qué nunca, probablemente, lo llegaría a hacer, después se puso a enumerar sus razones. Pese a que ésta se encuentra dislocada en el contexto del análisis, por lo menos en principio, las personas se suicidan precisamente porque tienen vida, la primera de las razones fuertes de Cipriano Algor para no hacerlo era el hecho de estar vivo, luego en seguida apareció su hija Marta, y tan junta, tan ceñida a la vida del padre, que fue como si hubiese entrado al mismo tiempo, después vino la alfarería, el horno, y también el yerno Marcial, claro, que es tan buen mozo y quiere tanto a Marta, y Encontrado, aunque a mucha gente le parezca escandaloso decirlo y objetivamente no se pueda explicar, hasta un perro es capaz de agarrar a una persona a la vida, y más, y más, y más qué, Cipriano Algor no encontraba ningunas otras razones, sin embargo tenía la impresión de que todavía le estaba faltando una, qué será, qué no será, de súbito, sin avisar, la memoria le lanzó a la cara el nombre y el rostro de la mujer fallecida, el nombre y el rostro de Justa Isasca, por qué, si Cipriano Algor lo que estaba buscando eran razones para no estrellar la furgoneta contra un muro y si ya las había encontrado en número y sustancia suficientes, a saber, él mismo, Marta, la alfarería, el horno, Marcial, el perro Encontrado y además el moral, por olvido no mencionado antes, era absurdo que la última, esa inesperada razón de cuya existencia inquietamente se había apercibido como una sombra o una provocación, fuese alguien que ya no pertenecía a este mundo, es verdad que no se trata de una persona cualquiera, es la mujer con quien estuvo casado, la compañera de trabajo, la madre de su hija, pero, aun así, por mucho talento dialéctico que se ponga en la olla, será difícil de sustentar que el recuerdo de un muerto pueda ser razón para que un vivo decida seguir vivo. Un amante de proverbios, adagios, anejires y otras máximas populares, de esos ya raros excéntricos que imaginan saber más de lo que les enseñan, diría que aquí hay gato encerrado con el rabo fuera. Con disculpa de lo inconveniente e irrespetuoso de la comparación, diremos que la cola del felino, en el caso a examen, es la fallecida Justa, y que para encontrar lo que falta del gato no sería necesario más que doblar la esquina. Cipriano Algor no lo hará. No obstante, cuando llegue al pueblo, dejará la furgoneta ante la puerta del cementerio donde no ha vuelto a entrar desde aquel día, y se dirigirá a la sepultura de la mujer. Estará allí unos minutos pensando, tal vez para agradecer, tal vez preguntando, Por qué apareciste, tal vez oyendo preguntar, Por qué apareciste, después levantará la cabeza y mirará alrededor como buscando a alguien. Con este sol, hora de almorzar, no será probable.
La primera media centuria en salir del horno fue la de los esquimales, que eran los que estaban más a mano, justo a la entrada. Una afortunada casualidad en la inmediata opinión de Marta, Como entrenamiento no podría tener mejor comienzo, son fáciles de pintar, más fáciles que éstos sólo las enfermeras, que van todas vestidas de blanco. Cuando las estatuillas se enfriaron del todo, las transportaron a las tablas de secado donde Cipriano Algor, armado con la pistola de pulverizar y resguardado tras el filtro de la máscara, metódicamente las cubrió con la blancura mate de la base. Para sus entretelas refunfuñó que no merecía la pena andar con eso tapándole la boca y la nariz, Bastaba que me pusiese a favor del viento, y la pintura se iría lejos, no me tocaría, pero luego pensó que estaba siendo injusto y desagradecido, sin olvidar que con este buen tiempo que hace no faltarán los días en que no corra ni un céfiro. Terminada su parte de trabajo, Cipriano Algor ayudó a la hija a colocar las pinturas, el recipiente de petróleo, los pinceles, los dibujos coloreados que servirán de modelo, trajo el banco donde ella se debería sentar, y apenas la vio dar la primera pincelada observó, Esto está mal pensado, con los muñecos puestos así en fila, como están, tendrás que desplazar constantemente el banco a lo largo de la plancha, te vas a cansar, Marcial me dijo, Qué le dijo Marcial, preguntó Marta, Que debes tener mucho cuidado, evitar las fatigas, A mí lo que me cansa es oír tantas veces la misma recomendación, Es por tu bien, Mire, si pongo ante mí una docena de muñecos, ve, están todos a mi alcance y sólo tendré que mudar el banco cuatro veces, además me viene bien moverme, y ahora que ya le he explicado el funcionamiento de esta cadena de montaje invertida, le recuerdo que no hay nada más perjudicial para quien trabaja que la presencia de los que no hacen nada, como en esta ocasión me parece que es su caso, No me olvidaré de decirte lo mismo cuando sea yo quien esté trabajando, Ya lo hizo, es decir, fue peor, me expulsó, Me voy, no se puede hablar contigo, Dos cosas antes de que se vaya, la primera es que si existe alguien con quien se puede hablar, es precisamente conmigo, Y la segunda, Deme un beso. Todavía ayer Cipriano Algor le pidió un abrazo al yerno, ahora es Marta quien pide un beso al padre, algo está sucediendo en esta familia, sólo falta que comiencen a aparecer en el cielo cometas, auroras boreales y brujas galopando en escobas, que Encontrado aúlle toda la noche a la luna, incluso no habiendo luna, que de un momento a otro el moral se vuelva estéril. Salvo que todo esto no sea más que un efecto de sensibilidades excesivamente impresionables, la de Marta porque está embarazada, la de Marcial porque está embarazada Marta, la de Cipriano Algor por todas las razones que conocemos y algunas que sólo él sabe. En fin, el padre besó a la hija, la hija besó al padre, a Encontrado le concedieron un poco de las atenciones que pedía, no se podrá quejar. Como se suele decir, aquí no ha pasado nada. Entró Cipriano Algor en la alfarería para comenzar el modelado de los trescientos muñecos de la segunda entrega, y Marta, bajo la sombra del moral, ante la mirada concienzuda de Encontrado, que ha regresado a sus responsabilidades de guardián, se prepara para acometer la pintura de los esquimales. No podía, se había olvidado de que primero era necesario lijar los muñecos, desbastarles la rebaba, las irregularidades de superficie, los defectos de acabado, después limpiarlos de polvo, y, como una desgracia nunca viene sola y un olvido en general recuerda otro, tampoco los podría pintar como pensaba, pasando de un color a otro, sucesivamente, sin interrupción, hasta la última pincelada. Se le vino a la cabeza la página del manual, ésa donde se explica con claridad que sólo cuando un color estuviere bien seco se podría aplicar el siguiente, Ahora, sí, me vendría bien una cadena de montaje en serio, dijo, los muñecos pasando ante mí de uno en uno para recibir el azul, otra vez para el amarillo, luego para el violeta, luego para el negro, y el rojo, y el verde, y el blanco, y la bendición final, esa que trae dentro todos los colores del arco iris, Que Dios te ponga la virtud, que yo, por mi parte, ya hice lo que pude, y no será tanto la virtud adicional de Dios, sujeto como cualquier común mortal a olvidos e imprevistos, la que contribuya a la coronación de los esfuerzos, sino la conciencia humilde de que si no conseguimos hacerlo mejor es simplemente porque de tal no somos capaces. Argumentar con lo que tiene que ser es siempre una pérdida de tiempo, para lo que tiene que ser los argumentos no pasan de conjuntos más o menos casuales de palabras que esperan recibir de la ordenación sintáctica un sentido que ellas mismas no están seguras de poseer. Marta dejó a Encontrado mirando por los muñecos y, sin más debates con lo inevitable, fue a la cocina a buscar la única hoja de lija fina que sabía que había en casa, Esto se gasta en un instante, pensó, tendré que comprar unas cuantas más. Si hubiese atisbado por la puerta de la alfarería, vería que las cosas tampoco allí estaban ocurriendo bien. Cipriano Algor presumió ante Marcial de haber inventado unos cuantos trucos para aligerar la obra, lo que, desde un punto de vista, por decirlo así, global, era verdad, pero la rapidez no tardó en mostrarse incompatible con la perfección, de lo que resultó un número de figuras defectuosas mucho mayor que el verificado en la primera serie. Cuando Marta volvió a su trabajo ya los primeros estropeados estaban instalados en la estantería, pero Cipriano Algor, hechas las cuentas entre el tiempo que ganaba y los muñecos que perdía, decidió no renunciar a sus fecundos aunque no irreprensibles ni nunca explicados trucos. Y así fueron pasando los días. A los esquimales siguieron los payasos, después salieron las enfermeras, y pronto los mandarines, y los asirios de barbas, y finalmente los bufones, que eran los que estaban junto a la pared del fondo. Marta bajó en el segundo día al pueblo a comprar dos docenas de hojas de lija. Era en este establecimiento donde Isaura había comenzado a trabajar, como Marta sabía desde que la visitó tras el perturbador encuentro, emocionalmente hablando, se entiende, que la vecina tuviera con el padre. Estas mujeres no se ven mucho, pero tienen motivos de sobra para que se conviertan en grandes amigas. Con discreción, de modo que las palabras no llegasen a los oídos del dueño de la tienda, Marta le preguntó a Isaura si se sentía bien en ese trabajo y ella respondió que sí, que se sentía bien, Una se habitúa, dijo. Hablaba sin alegría, pero con firmeza, como si quisiese dejar claro que el gusto nada tenía que ver con la cuestión, que fue la voluntad, y sólo ella, la que pesó en su decisión de aceptar el empleo. Marta recordaba palabras oídas tiempo atrás, Cualquier trabajo mientras pueda seguir viviendo aquí. La pregunta que Isaura hizo después, a la vez que enrollaba las hojas de lija, blandamente como es aconsejable, la entendió Marta como un eco, distorsionado pero aun así reconocible, de aquellas palabras, Y por su casa, cómo están todos, Cansados, con mucho trabajo, pero en general bien, Marcial, pobrecillo, tuvo que trabajar en el horno su día de descanso, supongo que todavía andará con los riñones arrasados. Las hojas de lija estaban enrolladas. En tanto que recibía el dinero y le daba la vuelta, Isaura, sin levantar los ojos, preguntó, Y su padre. Marta sólo consiguió responder que el padre estaba bien, un pensamiento angustioso le atravesó de súbito el cerebro, Qué va a hacer esta mujer con su vida cuando nos vayamos. Isaura se despedía, tenía que atender a otro cliente, Dé recuerdos, dijo, si en aquel momento Marta le hubiese preguntado, Qué va a hacer con su vida cuando nos vayamos, tal vez respondiese como hace poco, sosegadamente, Una se habitúa. Sí, oímos decir muchas veces, o lo decimos nosotros mismos, Uno se habitúa, lo dicen, o lo decimos, con una serenidad que parece auténtica, porque realmente no existe, o todavía no se ha descubierto, otro modo de expresar con la dignidad posible nuestras resignaciones, lo que nadie pregunta es a costa de qué se habitúa uno. Marta salió de la tienda casi deshecha en lágrimas. Con una especie de remordimiento desesperado, como si estuviese acusándose de haber engañado a Isaura, pensaba, Pero ella no sabe nada, ni siquiera sabe que estamos a punto de irnos de aquí.
Dos veces se olvidaron de dar de comer al perro. Recordando sus tiempos de indigencia, cuando la esperanza en el día de mañana era el único condumio que tenía para las muchas horas en que el estómago ansiaba alimento, Encontrado no reclamó, se desinteresó de sus obligaciones de vigilante, se echó al lado de la caseta, es de la sabiduría antigua que cuerpo tumbado aguanta mucha hambre, a la espera, paciente, de que uno de los dueños se diese una palmada en la cabeza y exclamase, Diablos, nos olvidamos del perro. No es caso de extrañar, estos días hasta de ellos mismos se han olvidado. Pero gracias a esa total entrega a las respectivas tareas, robando horas al sueño, aunque Cipriano Algor nunca hubiese dejado de protestar a Marta, Tienes que descansar, tienes que descansar, gracias a ese esfuerzo paralelo los trescientos muñecos que salieron del horno estaban lijados, cepillados, pintados y secos, todos ellos, cuando llegó el día en que Cipriano Algor iría a buscar al yerno al Centro, y los otros trescientos, secos y aplomados en su barro crudo, sin defectos visibles, estaban, también ellos, con ayuda del calor y de la brisa, libres de humedad y preparados para la cochura. La alfarería parecía descansar de una gran fatiga, el silencio se había echado a dormir. A la sombra del moral, padre e hija miraban los seiscientos muñecos alineados en las tablas y les parecía que habían producido obra aseada. Cipriano Algor dijo, Mañana no trabajo en la alfarería, Marcial no tendrá que verse solo con la faena toda del horno, y Marta dijo, Creo que deberíamos descansar algunos días antes de lanzarnos a la segunda parte del pedido, y Cipriano Algor preguntó, Qué tal tres días, y Marta respondió, Será mejor que nada, y Cipriano Algor volvió a preguntar, Cómo te sientes, y Marta respondió, Cansada, pero bien, y Cipriano Algor dijo, Pues yo me siento como nunca, y Marta dijo, Será a esto a lo que solemos llamar satisfacción del deber cumplido. Al contrario de lo que podría haber parecido, no había ninguna ironía en estas palabras, lo que en ellas rezumaba era tan sólo un cansancio al que apetecería llamar infinito si no fuera de tal manera manifiesta y desproporcionada la exageración del calificativo. Al fin y al cabo no era tanto del cuerpo de lo que ella se sentía cansada, mas de asistir impotente, sin recurso, al desconsuelo amargo y a la mal escondida tristeza del padre, a sus altibajos de humor, a sus patéticos remedos de seguridad y de autoridad, a la afirmación categórica y obsesiva de las propias dudas, como si creyese que de esa manera se las conseguiría quitar de la cabeza. Y estaba esa mujer, Isaura, Isaura Madruga, la vecina del cántaro, a quien el otro día no respondió nada más que Está bien a la pregunta que ella murmuró con los ojos bajos, mientras contaba las monedas, Y su padre, cuando lo que debería haber hecho era tomarla de un brazo, subir con ella a la alfarería, entrar con ella a donde el padre trabajaba, decir, Aquí está, y después cerrar la puerta y dejarlos ahí dentro hasta que las palabras les sirviesen para algo, ya que los silencios, pobre de ellos, no son más que eso mismo, silencios, nadie ignora que, muchas veces, hasta los que parecen elocuentes han dado origen, con las más serias y a veces fatales consecuencias, a erradas interpretaciones. Somos demasiado medrosos, demasiado cobardes para aventurarnos a un acto así, pensó Marta contemplando al padre que parecía haberse dormido, estamos demasiado presos en la red de las llamadas conveniencias sociales, en la tela de araña de lo apropiado y de lo inapropiado, si se supiese que yo había hecho algo así en seguida me dirían que echar una mujer a los brazos de un hombre, la expresión sería ésa, es una absoluta falta de respeto por la identidad ajena, y para colmo una irresponsable imprudencia, quién sabe lo que les puede suceder en el futuro, la felicidad de las personas no es una cosa que hoy se fabrica y mañana todavía podamos tener seguridad de que sigue durando, un día encontramos por ahí desunido a alguno de los que habíamos unido y nos arriesgamos a que nos digan La culpa fue suya. Marta no quiso rendirse ante este discurso de sentido común, fruto consecuente y escéptico de las duras batallas de la vida, Es una estupidez perder el presente sólo por el miedo de no llegar a ganar el futuro, se dijo a sí misma, y luego añadió, Además no todo tiene que suceder mañana, hay cosas que sólo pasado mañana, Qué has dicho, preguntó el padre rápidamente, Nada, respondió, he estado quietecita y callada para no despertarlo, No dormía, Pues me parecía que sí, Dijiste que hay cosas que sólo pasado mañana, Qué extraño, yo he dicho eso, preguntó Marta, No lo he soñado, Entonces lo he soñado yo, me habré dormido y despertado en seguida, los sueños son así, sin pies ni cabeza, o mejor tienen cabeza y tienen pies, pero casi siempre los pies van hacia un lado y la cabeza hacia otro, es lo que explica que los sueños sean tan difíciles de interpretar. Cipriano Algor se levantó, Se acerca la hora de recoger a Marcial, pero estaba pensando que tal vez valga la pena ir un poco más pronto y pasar por el departamento de compras, así aviso de que los primeros trescientos ya están acabados y coordinamos la entrega, Es una buena idea, dijo Marta. Cipriano Algor se mudó de ropa, se puso una camisa limpia, se cambió de zapatos, y en menos de diez minutos estaba entrando en la furgoneta, Hasta luego, dijo, Hasta luego, padre, vaya con cuidado, Y vuelva con más cuidado todavía, excusas decirlo, Sí, todavía con más cuidado, porque son dos, Es lo que siempre digo y siempre he de decir, contigo no se puede discutir ni argumentar, encuentras respuesta para todo. Encontrado vino a preguntarle al dueño si esta vez podría ir con él, pero Cipriano Algor le dijo que no, que tuviese paciencia, las ciudades no son lo mejor para los perros.
Uno más después de tantos, el viaje no habría tenido historia de no ser por el inquieto presentimiento del alfarero de que algo malo estaba a punto de suceder. Casualmente se acordó de lo oído a la hija, hay cosas que sólo pasado mañana, unas cuantas palabras sueltas, sin causa ni sentido aparentes, que ella no había sabido o no había querido explicar, Dudo de que estuviese durmiendo, pero no comprendo qué le habrá inducido a sugerir que soñaba, pensó, y en seguida, como continuación de la frase recordada, dejó que su pensamiento prosiguiese por aquel mismo camino y comenzara a entonar dentro de la cabeza una letanía obsesiva, Hay cosas que sólo pasado mañana, hay cosas que sólo mañana, hay cosas que ya hoy, después retomaba la secuencia invirtiéndola, Hay cosas que ya hoy, hay cosas que sólo mañana, hay cosas que sólo pasado mañana, y tantas veces lo fue repitiendo y repitiendo que acabó por perder el sonido y el sentido, el significado de mañana y de pasado mañana, le quedó sólo en la cabeza, como una luz de alarma encendiéndose y apagándose, Ya hoy, ya hoy, ya hoy, hoy, hoy, hoy. Hoy, qué, se preguntó con violencia, intentando reaccionar contra el absurdo nerviosismo que hacía que le temblaran las manos sobre el volante, estoy yendo a la ciudad para recoger a Marcial, voy al departamento de compras a informar de que la primera parte del pedido está lista para ser entregada, todo lo que estoy haciendo es habitual, es corriente, es lógico, no tengo motivo de inquietud, y voy conduciendo con cuidado, el tráfico es fluido, los asaltos en la carretera han acabado, por lo menos no se ha oído hablar de ellos, luego nada podrá sucederme que no sea la monotonía de siempre, los mismos pasos, las mismas palabras, los mismos gestos, el mostrador de compras, el subjefe sonriente o el maleducado, o el jefe, si no está reunido y tiene el capricho de recibirme, después la puerta de la furgoneta que se abre, Marcial que entra, Buenas tardes, padre, Buenas tardes, Marcial, qué tal te ha ido el trabajo esta semana, no sé si a diez días se les puede llamar semana, pero no conozco otra manera, Como de costumbre, dirá él, Acabamos la primera serie de muñecos, ya he establecido la entrega con el departamento de compras, diré yo, Cómo está Marta, preguntará él, Cansada, pero bien, responderé yo, y estas palabras también las andamos diciendo constantemente, no me extrañaría nada que cuando transitemos de este mundo hacia el otro todavía consigamos encontrar fuerzas para responder a alguien que se le ocurra la imbécil idea de preguntarnos cómo nos sentimos, Muriendo, pero bien, es lo que diremos. Para distraerse de la compañía de los aciagos pensamientos que se empeñaban en importunarlo, Cipriano Algor experimentó prestarle atención al paisaje, lo hacía como último recurso porque sabía muy bien que nada tranquilizador le podría ser ofrecido por el deprimente espectáculo de los invernaderos de plástico extendidos más allá de lo que alcanza la vista, a un lado y a otro, hasta el horizonte, como mejor se distinguía desde lo alto de la pequeña loma por donde la furgoneta en este momento trepaba. Y a esto llaman Cinturón Verde, pensó, a esta desolación, a esta especie de campamento soturno, a esta manada de bloques de hielo sucio que derriten en sudor a los que trabajan dentro, para mucha gente estos invernaderos son máquinas, máquinas de hacer vegetales, realmente no tiene ninguna dificultad, es como seguir una receta, se mezclan los ingredientes adecuados, se regula el termostato y el higrómetro, se aprieta un botón y poco después sale una lechuga. Claro que el desagrado no le impide a Cipriano Algor reconocer que gracias a estos invernaderos tiene verduras en el plato durante todo el año, lo que él no puede soportar es que se haya bautizado con la designación de Cinturón Verde un lugar donde ese color, precisamente, no se encuentra, salvo en las pocas hierbas que se dejan crecer en el lado de fuera de los invernaderos. Serías más feliz si los plásticos fuesen verdes, le preguntó de sopetón el pensamiento que se afana en el rellano inferior del cerebro, ese inquieto pensamiento que nunca se da por satisfecho con lo que se ha pensado y decidido en el del rellano de arriba, pero Cipriano Algor, a esta pregunta pertinentísima, prefirió no darle respuesta, hizo como que no la había oído, quizá por un cierto tono impertinente que las preguntas pertinentes, sólo por haber sido hechas, y por mucho que se pretenda enmascarar, automáticamente toman. El Cinturón Industrial, semejante, cada vez más, a una construcción tubular en expansión continua, a un armazón de tubos proyectado por un furioso y ejecutado por un alucinado, no mejoró su disposición, aunque, algo es algo, de lo malo lo menos malo, su inquieto y turbio presentimiento haya pasado a rezongar en sordina. Notó que la alineación visible de los barrios de chabolas estaba ahora mucho más cerca de la carretera, como un hormiguero que volviera al carril después de la lluvia, pensó, encogiéndose de hombros, los asaltos a los camiones no tardarían en recomenzar, y, en fin, haciendo un esfuerzo enorme para separarse de la sombra que venía sentada a su lado, entró en el tránsito confuso de la ciudad. Todavía no era la hora de recoger a Marcial, tenía tiempo de sobra para ir al departamento de compras. No solicitó hablar con el jefe, bien sabía que el asunto que llevaba no era más que un pretexto para que lo tuvieran presente, un recado de paso para que no se olvidaran de que existía, de que a unos treinta kilómetros de allí había un horno cociendo barro diligentemente, y una mujer pintando, y su padre moldeando, todos con los ojos puestos en el Centro, y no me vengan a decir que los hornos no tienen ojos, los tienen sí señor, si no los tuviesen no sabrían lo que están haciendo, son ojos, lo que pasa es que no se parecen a los nuestros. Le atendió el subjefe del otro día, aquel simpático y sonriente, Qué le trae hoy por aquí, preguntó, Las trescientas figurillas están hechas, venía a preguntarle cuándo quiere que las traiga, Cuando quiera, mañana mismo, Mañana no sé si podré, mi yerno estará en casa de día libre, aprovecha para ayudarme a cocer los otros trescientos, Entonces pasado mañana, lo más deprisa que pueda, se me ha ocurrido una idea que quiero poner en práctica rápidamente, Se refiere a mis muñecos, Exactamente, se acuerda de que le había hablado de un sondeo, Me acuerdo, sí señor, ése sobre la situación previa a la compra y la situación resultante del uso, Felicidades, tiene buena memoria, Para mi edad no está mal, Pues esta idea, por cierto ya aplicada en otros casos con resultados muy apreciables, consistirá en distribuir entre un determinado número de potenciales compradores, de acuerdo con un universo social y cultural que será definido, una cierta cantidad de figuras, y averiguar después qué opinión les ha merecido el artículo, lo digo así para simplificar, el esquema de nuestras preguntas es más complejo, como debe suponer, No tengo experiencia, señor, nunca he encuestado ni nunca me han encuestado, Estoy pensando en utilizar para el sondeo estos sus primeros trescientos, selecciono cincuenta clientes, facilito gratis a cada uno la colección completa de seis y en pocos días conoceré la opinión que se han formado sobre el producto, Gratis, preguntó Cipriano Algor, quiere decir que no me los va a pagar, De ningún modo, querido señor, el experimento corre de nuestra cuenta, seremos nosotros, por tanto, los que asumamos los costes, no queremos perjudicarlo. El alivio que sintió Cipriano Algor hizo que se retirara, de momento, la preocupación que irrumpió bruscamente en su espíritu, esto es, Qué sucederá si el resultado del muestreo me fuese adverso, si la mayoría de los clientes inquiridos, o todos ellos, resolviesen las preguntas todas en una única y definitiva respuesta, Esto no interesa. Se oyó a sí mismo diciendo, Gracias, no sólo por educación, también por justicia tenía que darlas, pues no todos los días aparece alguien tranquilizándonos con la benévola información de que no quiere nuestro perjuicio. La inquietud había vuelto a morderle en el estómago, pero ahora era él mismo quien no dejaba salir la pregunta de la boca, se iría de allí como si llevara en el bolsillo una carta sellada para ser abierta en alta mar y en la que su destino ya estaba apuntado, trazado, escrito, hoy, mañana, pasado mañana. El subjefe había preguntado, Qué le trae hoy por aquí, después dijo, Mañana mismo, después concluyó, Entonces que sea pasado mañana, es cierto que las palabras son así, van y vuelven, y van, y vuelven, y vuelven, y van, mas por qué estaban éstas aquí esperándome, por qué salieron conmigo de casa y no me dejaron durante todo el camino, no mañana, no pasado mañana, sino hoy, ahora mismo. De súbito Cipriano Algor detestó al hombre que se encontraba ante él, este subjefe simpático y cordial, casi afectuoso, con quien el otro día pudo conversar prácticamente de igual a igual, salvadas, claro está, las obvias distancias y diferencias de edad y condición social, ninguna, según le pareció entonces, impedimento para una relación fundada en el respeto mutuo. Si te clavan una navaja en la barriga, al menos que tengan la decencia moral de mostrarte una cara en consonancia con la acción asesina, una cara que rezume odio y ferocidad, una cara de furor demente, incluso de frialdad inhumana, pero, por el amor de Dios, que no te sonrían mientras te están rasgando las tripas, que no te desprecien hasta ese punto, que no te den esperanzas falsas, diciendo por ejemplo, No se preocupe, esto no es nada, con media docena de puntos estará como antes, o, Deseo sinceramente que el resultado del sondeo le sea favorable, pocas cosas me darían mayor satisfacción, créame. Cipriano Algor asintió vagamente con la cabeza, con un gesto que tanto podría significar sí como no, que tal vez ni significado tenga, después dijo, Tengo que ir a recoger a mi yerno.
Salió del subterráneo, dio la vuelta al Centro y estacionó la furgoneta ante la puerta del Servicio de Seguridad. Marcial tardó más de lo que era habitual, parecía nervioso al entrar en el coche, Buenas tardes, padre, dijo, y Cipriano Algor dijo, Buenas tardes, qué tal te ha ido el trabajo esta semana, Como de costumbre, respondió Marcial, y Cipriano Algor dijo, Acabamos la primera serie de muñecos, ya he establecido la entrega con el departamento de compras, Cómo está Marta, Cansada, pero bien. No volvieron a hablar hasta la salida de la ciudad. Sólo cuando iban a la altura de las chabolas Marcial dijo, Padre, me acaban de informar que he sido ascendido, soy guarda residente del Centro a partir de hoy. Cipriano Algor giró la cabeza hacia el yerno, lo miró como si lo estuviese viendo por primera vez, hoy, no pasado mañana, ni mañana, hoy, tenía razón el presentimiento. Hoy, qué, se preguntó, la amenaza que se esconde en las preguntas del sondeo, o ésta de ahora, finalmente consumada después de haberse prometido durante tiempo. Se ha visto, es verdad que menos en la vida real que en los libros donde se cuentan historias, que una sorpresa súbita puede dejar sin voz en un momento a la persona sorprendida, pero una media sorpresa que se queda en silencio, quizá fingiendo, quizá queriendo que la tomen por sorpresa completa, no deberá, en principio, ser tomada en consideración. Atención, sólo en principio. Desde siempre sabemos que este hombre que va conduciendo la furgoneta no tenía ninguna duda de que la temida noticia acabaría llegando un día, pero es comprensible que hoy, colocado como lo pusieron entre dos fuegos, se haya visto de repente sin fuerzas para decidir a cuál de ellos acudiría en primer lugar. Revelemos, desde ya, aunque sabiendo que perjudicaremos la regularidad del orden a que los acontecimientos deben someterse, que Cipriano Algor no comunicará en estos próximos días, ya sea al yerno, ya sea a la hija, una sola palabra acerca de la inquietante conversación que tuvo con el subjefe del departamento de compras. Acabará hablando del asunto, sí, pero más adelante, cuando todo esté perdido. Ahora sólo le dice al yerno, Felicidades, supongo que estarás satisfecho, palabras banales y casi indiferentes que no deberían haber necesitado tanto tiempo para manifestarse, y Marcial no las agradecerá, tampoco confirmará si está satisfecho como el suegro supone, o un poco menos, o un poco más, lo que él dice es tan serio como una mano extendida, Para usted no es una buena noticia. Cipriano Algor comprendió el propósito, lo miró de lado con un esbozo de sonrisa que parecía burlarse de su propia resignación, y dijo, Ni siquiera las mejores noticias son buenas para todo el mundo, Verá cómo todo se resuelve de la mejor manera, dijo Marcial, No te preocupes, quedó resuelto el día en que os dije que me iría a vivir con vosotros al Centro, la palabra está dada, fue dicha y no tiene vuelta atrás, Vivir en el Centro no es ningún destierro, dijo Marcial, No sé cómo será vivir en el Centro, lo sabré cuando esté allí, pero tú, sí, tú ya lo sabes, y de tu boca nunca se ha oído una explicación, un relato, una descripción que me hiciese comprender, lo que se llama realmente comprender, eso que, tan seguro de ti mismo, afirmaste que no es un destierro, Usted ya ha estado en el Centro, Pocas veces, y siempre de paso, tan sólo como un comprador que sabe lo que quiere, Creo que la mejor explicación del Centro será considerarlo como una ciudad dentro de otra ciudad, No sé si será la mejor explicación, de todos modos no es suficiente para que me haga una idea de lo que hay dentro del Centro, Allí se encuentra lo que en cualquier ciudad, tiendas, personas que pasan, que compran, que conversan, que comen, que se distraen, que trabajan, O sea, exactamente como en el pueblo atrasado donde vivimos, Más o menos, en el fondo se trata de una cuestión de tamaño, La verdad no puede ser tan simple, Supongo que hay algunas verdades simples, Es posible, pero no creo que las podamos reconocer dentro del Centro. Hubo una pausa, después Cipriano Algor dijo, Y ya que estamos hablando de tamaños, es curioso que cada vez que miro al Centro desde fuera tengo la impresión de que es mayor que la propia ciudad, es decir, el Centro está dentro de la ciudad, pero es mayor que la ciudad, siendo una parte es mayor que el todo, probablemente será porque es más alto que los edificios que lo cercan, más alto que cualquier edificio de la ciudad, probablemente porque desde el principio ha estado engullendo calles, plazas, barrios enteros. Marcial no respondió en seguida, el suegro acababa de dar expresión casi visual a la confusa sensación de perdimiento que se apoderaba de él cada vez que regresaba al Centro después del descanso, sobre todo durante las rondas nocturnas con la iluminación reducida, recorriendo las galerías desiertas, bajando y subiendo en los ascensores, como si vigilase la nada para que continuase siendo nada. En el interior de una gran catedral vacía, si levantamos los ojos hacia las bóvedas, hacia las obras superiores, tenemos la impresión de que su altura es mayor que la altura a que vemos el cielo en campo abierto. Al cabo de un silencio, Marcial dijo, Creo que comprendo su idea, y se quedó ahí, no quería alimentar en el espíritu del suegro una corriente de pensamientos que lo podría inducir a cerrarse tras una nueva línea de resistencia desesperada. Pero las preocupaciones de Cipriano Algor se encaminaban en otra dirección, Cuándo hacéis la mudanza, Lo más pronto posible, ya he visto el apartamento que me han adjudicado, es más pequeño que nuestra casa, pero eso es lógico, por muy grande que sea el Centro, el espacio no es infinito, tiene que ser racionalizado, Crees que cabremos todos, preguntó el alfarero deseando que el yerno no se percatase del tono de melancólica ironía que en el último momento se entrometió en las palabras, Cabemos, esté tranquilo, para una familia como la nuestra el apartamento basta y sobra, respondió Marcial, no necesitaremos dormir todos juntos. Cipriano Algor pensó, Lo he molestado, hubiera sido preferible que no le hiciera la pregunta. Hasta llegar a casa no volvieron a hablar. Marta recibió la noticia sin manifestar ningún sentimiento. Lo que se sabe que va a ocurrir en cierta manera es como si ya hubiese ocurrido, las expectativas hacen algo más que anular las sorpresas, embotan las emociones, las banalizan, todo lo que se deseaba o temía ya había sido vivido mientras se deseó o temió. Durante la cena Marcial dio una importante información de la que se había olvidado, y ésta desagradó francamente a Marta, Quieres decir que no podremos llevarnos nuestras cosas, Algunas sí, las de decoración de la casa, por ejemplo, pero no los muebles, ni la vajilla, ni la cristalería, ni los cubiertos, ni los manteles, ni las cortinas, ni la ropa de cama, el apartamento ya tiene todo lo que se necesita, O sea que mudanza, mudanza, eso que llamamos mudanza, no habrá, dijo Cipriano Algor, Se mudan las personas, ésa es la mudanza, Vamos a dejar esta casa con todo lo que tiene dentro, dijo Marta, Ya ves que no hay otro remedio. Marta pensó un poco, después tuvo que aceptar lo inevitable, Vendré por aquí de vez en cuando, para abrir las ventanas, airear las habitaciones, una casa cerrada es como una planta que se olvidan de regar, muere, se seca, se marchita. Cuando acabaron de comer, y antes de que Marta se levantase para retirar los platos, Cipriano Algor dijo, He estado pensando. La hija y el yerno entrecruzaron las miradas, como si se transmitiesen uno a otro palabras de alarma, Nunca se sabe por dónde puede salir cuando se pone a pensar. La primera idea, continuó el alfarero, fue que Marcial me ayudase mañana en el trabajo del horno, Pido licencia para recordarle que quedó claro que tendríamos tres días de descanso, puntualizó Marta, Los tuyos comienzan mañana, Y los suyos, Los míos tampoco van a tardar, sólo tendrán que esperar un poco, Bien, ésa es la primera idea, y la segunda, cuál es, o la tercera, preguntó Marta, Disponemos en el horno, por la mañana, los muñecos que están listos para cocer, pero no lo encendemos, luego me ocuparé yo de eso, a continuación me ayudáis a cargar en la furgoneta las figuras que ya están acabadas, y mientras las llevo al Centro y vuelvo, os quedáis tranquilos aquí, sin un padre y un suegro metiéndose donde no lo llaman, Ese es el acuerdo que hizo con el departamento de compras, entregar los muñecos mañana, preguntó Marcial, no fue ésa la impresión que saqué, pensé que los llevaríamos después, cuando vayamos los tres, Así es mejor, respondió Cipriano Algor, se gana tiempo, Se gana por un lado y se pierde por otro, las otras figuras van a retrasarse, No se retrasarán mucho, enciendo el horno así que llegue a casa después de que regresemos del Centro, quién sabe si no será la última vez, Vaya idea la suya, todavía tenemos seiscientos muñecos por hacer, dijo Marta, No estoy tan seguro de eso, Por qué, En primer lugar, la mudanza, el Centro no es persona que se quede a la espera de que el suegro del guarda residente Marcial Gacho termine un pedido, aunque haya que decir que, con tiempo, suponiendo que lo hubiese, yo podría acabarlo solo, y en segundo lugar, En segundo lugar, qué, preguntó Marcial, En la vida hay siempre alguna cosa que viene detrás de lo que aparece en primer lugar, a veces tenemos la impresión de saber lo que es, pero querríamos ignorarlo, otras veces ni siquiera imaginamos lo que puede ser, pero sabemos que está ahí, Deje de hablar como un oráculo, por favor, dijo Marta, Muy bien, se calla el oráculo, quedémonos entonces con aquello que venía en primer lugar, lo que pretendía decir es que si la mudanza tiene que ser hecha en breve no habrá tiempo para resolver el problema de los seiscientos muñecos que faltan, Será cuestión de hablar con el Centro, dijo Marta dirigiéndose al marido, tres o cuatro semanas más no deben suponerle nada, habla con ellos, si tardaron tanto tiempo en decidir tu ascenso, bien pueden ahora ayudarnos en esto, además se ayudarían a ellos mismos porque se quedarían con el pedido completo, No hablo, no merece la pena, dijo Marcial, tenemos diez días exactos para hacer la mudanza, ni una hora más, es el reglamento, el próximo día de descanso ya tendré que pasarlo en el apartamento, También podrías venir a pasarlo aquí, dijo Cipriano Algor, a tu casa de campo, No estaría bien visto que ascendiera a guarda residente y me ausentara del Centro en el primer descanso, Diez días es poco tiempo, dijo Marta, Tal vez fuese poco tiempo si tuviésemos que llevarnos los muebles y el resto, pero las únicas cosas que realmente tendremos que mudar son los cuerpos con las ropas que vestimos, y ésos estarían entrando en el apartamento en menos de una hora si fuera necesario, Siendo así, qué haremos con lo que quede del pedido, preguntó Marta, El Centro lo sabe, el Centro lo anunciará cuando lo crea oportuno, dijo el alfarero. Auxiliada por el marido, Marta quitó la mesa, después fue a la puerta para sacudir el mantel, se entretuvo un poco mirando hacia fuera, y cuando volvió dijo, Todavía hay una cuestión que resolver y no puede ser dejada para última hora, Qué cuestión es ésa, preguntó Marcial, El perro, respondió ella, Encontrado, rectificó Cipriano Algor, y Marta continuó, Puesto que no somos personas para matarlo o para dejarlo abandonado, hay que darle un destino, confiarlo a alguien, Es que en el Centro no se aceptan animales, aclaró Marcial con intención al suegro, Ni una tortuga familiar, ni siquiera un canario, ni al menos una tierna tortolita, quiso saber Cipriano Algor, Parece que de repente ha dejado de interesarle la suerte del perro, dijo Marta, De Encontrado, Del perro, de Encontrado, es lo mismo, lo importante es decidir qué vamos a hacer con él, yo por mi parte digo que ya tengo una idea, Yo también, cortó Cipriano Algor, y acto seguido se levantó y se fue a su habitación. Reapareció pasados algunos minutos, atravesó la cocina sin pronunciar palabra y salió. Llamó al perro, Anda, vamos a dar una vuelta, dijo. Bajó con él la cuesta, al llegar a la carretera giró hacia la izquierda, en dirección opuesta al pueblo, y se adentró en el campo. Encontrado no se apartaba de los tobillos del dueño, debía de estar recordando sus tiempos de infeliz vagabundeo cuando lo expulsaban violentamente de los huertos y hasta un trago de agua le negaban. Aunque no tenga nada de miedoso, aunque no le asusten las sombras de la noche, preferiría estar ahora tumbado en la caseta, o, mejor todavía, enroscado en la cocina, a los pies de uno de ellos, no dice uno de ellos por indiferencia, como si le diese igual, porque a los otros dos también los mantendría al alcance de la vista y del olfato, y porque podría mudar de sitio cuando le apeteciese sin que la armonía y la felicidad del momento sufriesen con el cambio. No fue muy largo el paseo. La piedra en que Cipriano Algor acaba de sentarse va a hacer las veces de banco de las meditaciones, para eso salió de casa, si se hubiese acogido al auténtico la hija lo vería desde la puerta de la cocina y no tardaría en acercarse preguntándole si estaba bien, son cuidados que evidentemente se agradecen, pero la naturaleza humana está hecha de tan extraña manera que hasta los más sinceros y espontáneos movimientos del corazón pueden ser inoportunos en ciertas circunstancias. De lo que Cipriano Algor pensó no merece la pena hablar porque ya lo había pensado en otras ocasiones y de ese pensar se dejó información más que suficiente. Y lo nuevo aquí aconteció fue que él dejó resbalar por la cara unas cuantas costosas lágrimas, hace mucho tiempo que andaban ahí represadas, siempre a punto de derramarse, finalmente estaban prometidas para esta hora triste, para esta noche sin luna, para esta soledad que no se resigna. No tuvo novedad alguna, porque ya había sucedido otra vez en la historia de las fábulas y de los prodigios de la gente canina, que se acercara Encontrado a Cipriano Algor para lamerle las lágrimas, gesto de consolación suprema que, en todo caso, por muy conmovedor que nos parezca, capaz incluso de tocar los corazones menos propensos a manifestaciones de sensibilidad, no nos debería hacer olvidar la cruda realidad de que el sabor a sal que en ellas está tan presente es apreciado en grado sumo por la generalidad de los perros. Una cosa, sin embargo, no quita la otra, si preguntamos a Encontrado si es la sal la causa de que lamiera la cara de Cipriano Algor, probablemente nos respondería que no merecemos el pan que comemos, que somos incapaces de ver más allá de la punta de nuestra nariz. Así se quedaron más de dos horas el perro y su dueño, cada cual con sus pensamientos, ya sin lágrimas que uno llorase y otro secase, quién sabe si a la espera de que la rotación del mundo volviera a poner todas las cosas en sus lugares, sin olvidar algunas que todavía no han conseguido encontrar sitio.
A la mañana siguiente, como habían decidido, Cipriano Algor llevó las figurillas acabadas al Centro. Las otras ya se encontraban en el horno, a la espera de su turno. Cipriano Algor se levantó temprano, todavía la hija y el yerno dormían, y cuando finalmente Marcial y Marta, soñolientos, se mostraron en la puerta de la cocina, la mitad del trabajo estaba hecho. Tomaron el desayuno juntos intercambiando frases de circunstancia, quiere más café, pásame el pan, queda mermelada, después Marcial ayudó al suegro en lo que faltaba, luego se ocupó del delicado trabajo de acomodar las trescientas figuras acabadas en las cajas que antes se usaban para el transporte de la cacharrería. Marta le dijo al padre que iría con Marcial a casa de sus suegros, era necesario informarles de la próxima mudanza, vamos a ver cómo recibirán la noticia, de cualquier modo no se quedarían a comer, Probablemente ya estaremos aquí cuando vuelva del Centro, concluyó. Cipriano Algor dijo que se llevaría a Encontrado, y Marta le preguntó si era en alguien de la ciudad en quien estaba pensando cuando ayer noche dijo que también tenía una idea para resolver el problema del perro, y él respondió que no, pero el asunto podría estudiarse, de esa manera Encontrado estaría cerca de ellos, lo verían siempre que quisiesen. Marta observó que no constaba en sus conocimientos que el padre tuviera amigos cercanos en la ciudad, personas de tanta confianza que mereciesen, dijo con intención la palabra mereciesen, quedarse con un animal a quien en aquella casa se estimaba como a una persona. Cipriano Algor respondió que no recordaba haber dicho alguna vez que tuviese amigos cercanos en la ciudad, y que si se llevaba al perro era para distraerse de pensamientos que no quería tener. Marta dijo que si él tenía pensamientos de ésos debería compartirlos con su hija, a lo que Cipriano Algor respondió que hablarle de sus pensamientos sería como si lloviera sobre mojado, porque ella los conocía tan bien o mejor que él mismo, no palabra por palabra, claro está, como el registro de una grabadora, sino en lo más profundo y esencial, y entonces ella dijo que, en su humilde opinión, la realidad era precisamente al contrario, que de lo esencial y profundo nada sabía y que muchas de las palabras que le oía no pasaban de cortinas de humo, circunstancia por otro lado nada extraña porque las palabras, muchas veces, sólo sirven para eso, pero hay algo todavía peor, que es cuando se callan del todo y se convierten en un muro de silencio compacto, ante ese muro no sabe una persona lo que ha de hacer, Ayer noche me quedé aquí a su espera, al cabo de una hora Marcial se fue a la cama y yo esperando, esperando, mientras mi señor padre estaba de paseo con el perro a saber por dónde, Por ahí, por el campo, Claro, por el campo, realmente no hay nada más agradable que andar por el campo de noche, sin ver dónde ponemos los pies, Deberías haberte acostado, Es lo que acabé haciendo, por supuesto, antes de transformarme en estatua de sal, Entonces está todo en orden, no se habla más del asunto, No está todo en orden, no señor, Por qué, Porque me robó lo que yo más deseaba en ese momento, Y qué era, Verlo volver, sólo eso, verlo volver, Un día comprenderás, Espero que sí, pero no con palabras, por favor, estoy harta de palabras. Los ojos de Marta brillaban rasos de agua, No me haga caso, dijo, según parece, nosotras, las frágiles mujeres, no sabemos comportarnos de otra manera cuando estamos embarazadas, lo vivimos todo de manera exagerada. Marcial gritó desde la explanada que la carga ya estaba lista, que podía partir cuando quisiese. Cipriano Algor salió, subió a la furgoneta y llamó a Encontrado. El perro, a quien no le había pasado por la cabeza la posibilidad de semejante fortuna, saltó como un rayo al lado del dueño y allí se quedó, sentado, sonriente, con la boca abierta y la lengua fuera, feliz por el viaje que comenzaba, en esto, como en tantas otras cosas, son los seres humanos como los perros, ponen todas sus esperanzas en lo que vendrá al doblar la esquina, y luego dicen que ya veremos. Cuando la furgoneta desapareció tras las primeras casas de la población, Marcial preguntó, Has discutido con él, Es el mismo problema de siempre, si no hablamos somos infelices, y si hablamos discrepamos, Hay que tener paciencia, no es necesaria una excepcional agudeza de visión para percibir que tu padre se está viendo a sí mismo como si viviese en una isla que se va haciendo más pequeña cada día que pasa, un trozo, otro trozo, date cuenta de que acaba de llevar los muñecos al Centro, después regresará a casa para encender el horno, pero estas cosas las está haciendo como si dudara de la razón de ser que alguna vez han tenido, como si desease que le apareciera un obstáculo imposible de trasponer para poder decir en fin se acabó, Creo que tienes razón, No sé si tengo razón, pero intento ponerme en su lugar, dentro de una semana todo lo que estamos viendo aquí perderá gran parte del significado que tiene, la casa seguirá siendo nuestra, pero no viviremos en ella, el horno no mantendrá su nombre de horno si no hubiere quien se lo dé todos los días, el moral persistirá en criar sus moras, pero no tendrá a nadie que venga a recogerlas, si ni a mí, que no he nacido ni me he criado bajo este techo, me va a resultar fácil separarme, qué no será para tu padre, Vendremos aquí muchas veces, Sí, a la casa de campo, como él la llamó, Existirá otra solución, preguntó Marta, desistes de ser guarda y te vienes a trabajar en la alfarería con nosotros, para hacer loza que nadie quiere, o muñecos que nadie va a querer durante mucho tiempo, Tal como están las cosas, para mí también existe sólo una solución, la de ser guarda residente del Centro, Tienes lo que querías tener, Cuando pensaba que era eso lo que quería, Y ahora, En los últimos tiempos he aprendido con tu padre algo que me faltaba conocer, quizá no te hayas dado cuenta, pero es mi deber avisarte de que el hombre con quien estás casada es mucho más viejo de lo que parece, No me das ninguna novedad, he tenido el privilegio de asistir al envejecimiento, dijo Marta, sonriendo. Pero después su rostro se tornó grave, Es verdad que se nos oprime el corazón pensando que va a ser necesario dejar todo esto, dijo. Estaban bajo el moral, sentados, juntos, en una de las tablas de secado, miraban la casa que tenían enfrente, la alfarería paredaña, si volvieran un poco la cabeza verían entre las hojas la puerta del horno abierta, la mañana es bonita, con sol, pero fresca, tal vez el tiempo vaya a cambiar. Se sentían bien, a pesar de la tristeza, se sentían casi felices, de esa melancólica manera que la felicidad, a veces, escoge para manifestarse, pero de súbito Marcial se levantó de la tabla de secado y exclamó, Se me habían olvidado mis padres, tenemos que ir a hablar con mis padres, apuesto doble contra sencillo que van a insistir en la idea de que son ellos quienes deberían vivir en el Centro y no tu padre, Estando yo presente, lo más probable es que no hablen de eso, es una cuestión de delicadeza, de buen gusto, Espero que sí, espero que tengas razón.
No la tuvo. Cuando Cipriano Algor, regresando de llevar los muñecos al Centro, atravesaba el pueblo en dirección a casa, vio a la hija y al yerno que caminaban delante. El le pasaba un brazo sobre los hombros a ella y parecía consolarla. Cipriano Algor paró la furgoneta, Subid, dijo, no mandó a Encontrado al asiento trasero porque sabía que ellos querrían estar juntos. Marta intentaba enjugarse las lágrimas mientras Marcial le iba diciendo, No te aflijas, sabes cómo son, si yo hubiera adivinado que iba a pasar esto no te hubiera traído, Qué ha pasado, preguntó Cipriano Algor, Lo mismo que el otro día, que quieren vivir en el Centro, que lo merecen más que otras personas, que ya es hora de que disfruten de la vida, no les importó nada que Marta estuviera allí, fue una escena realmente deplorable, lo siento. Esta vez Cipriano Algor no repitió que estaba dispuesto a cambiarse con ellos, sería como garrapatear un dolor nuevo en una herida vieja, sólo preguntó, Y cómo acabó la discusión, Les dije que el apartamento que me ha sido asignado es, básicamente, para un matrimonio con un hijo, que como mucho se puede admitir la presencia de una persona más de la familia si para su instalación se utiliza un pequeño compartimento que en principio está destinado a desván, pero dos personas nunca, porque no cabrían, Y ellos, Quisieron saber qué sucedería si tenemos más hijos, y yo les respondí con la verdad, que en ese caso el Centro nos mudaría a un apartamento mayor, y ellos preguntaron que por qué motivo no lo pueden hacer ya, teniendo en cuenta que los padres del guarda residente también pretenden vivir con él, Y tú, Les dije que la pretensión no había sido presentada a su debido tiempo, que hay reglas, plazos, reglamentos que cumplir, pero que tal vez más adelante sea posible volver a estudiar el asunto, Conseguiste convencerlos, No creo, en todo caso la idea de que más tarde podrán mudarse al Centro les mejoró ligeramente el humor, Hasta la próxima ocasión, Sí, la prueba es que no dejaron de decirme que la culpa de que el asunto no se hubiera tratado a tiempo no era de ellos, Tus padres no tienen nada de tontos, Sobre todo mi madre, en el fondo esta guerra es mucho más de ella que de él, siempre ha sido dura de roer. Marta había dejado de llorar, Y tú, cómo te sientes, la pregunta era de Cipriano Algor, Humillada y avergonzada, primero fue la humillación de tener que asistir a una discusión que iba contra mí directamente, pero en la que no podía intervenir, ahora lo que siento es vergüenza, Explícate, Querámoslo o no, ellos tienen tanto derecho como nosotros, somos nosotros quienes estamos torciendo las cosas para que no puedan irse al Centro, Nosotros, no, yo, cortó Marcial, soy yo quien no quiere vivir con mis padres, tú y tu padre no tenéis nada que ver en esto, Pero somos cómplices de una injusticia, Yo sé que mi actitud parecerá censurable vista desde fuera, pero la he tomado de libre y consciente voluntad para evitar mayores males, si yo mismo no quiero vivir con mis padres, mucho menos querré que mi mujer y mi hijo tengan que sufrirlos, el amor une, pero no a todos, hasta puede suceder que los motivos de unos para la unión sean precisamente los motivos de otros para la desunión, Y cómo puedes tener tú la seguridad de que nuestros motivos se inclinan hacia el lado de la unión, preguntó Cipriano Algor, Sólo hay una razón para que yo me sienta feliz de no ser su hijo, respondió Marcial, Déjame adivinarla, No es difícil, Porque si lo fueses no estarías casado con Marta, Exactamente, adivinó. Se rieron ambos. Y Marta dijo, Espero que a esta altura mi hijo ya haya tomado la sabia decisión de nacer hija, Por qué, preguntó Marcial, Porque la pobre madre no tendría fuerzas para soportar sola y desamparada la suficiencia del padre y del abuelo. Se repitió la risa, felizmente no pasaban por allí los padres de Marcial, pensarían que los Algores se reían a su costa, engañando al hijo hasta el punto de que también se riera de aquellos que le habían dado el ser. Las últimas casas del pueblo habían quedado atrás. Encontrado ladró de alegría al ver surgir en lo alto de la cuesta el tejado de la alfarería, el moral, la parte de arriba de una pared lateral del horno. Dicen los entendidos que viajar es importantísimo para la formación del espíritu, sin embargo no es preciso ser una luminaria del intelecto para comprender que los espíritus, por muy viajeros que sean, necesitan volver de vez en cuando a casa porque sólo en ella consiguen alcanzar y mantener una idea pasablemente satisfactoria acerca de sí mismos. Marta dijo, Vamos hablando de incompatibilidades familiares, de vergüenzas, de humillaciones, de vanidades, de monótonas y mezquinas ambiciones, y no tenemos un pensamiento para este pobre animal que no puede imaginar que de aquí a diez días ya no estará con nosotros. Yo sí pienso, dijo Marcial. Cipriano Algor no habló. Soltó la mano derecha del volante y, como le haría a un niño, la pasó por la cabeza del perro. Cuando la furgoneta paró junto al alpendre de la leña, Marta fue la primera en salir, Voy a hacer el almuerzo, dijo. Encontrado no esperó que abriesen su puerta, se escabulló entre los dos asientos delanteros, saltó sobre las piernas de Marcial y salió disparado hacia el horno, con la vejiga súbitamente sobresaltada reclamando urgente satisfacción. Marcial dijo, Ahora que estamos solos, cuénteme cómo ha sido la entrega de la mercancía, Sin novedad, como de costumbre, entregué los albaranes, descargué las cajas, se hizo el recuento, el empleado que atendía examinó los muñecos uno por uno y no encontró nada mal, ninguno estaba roto, y las pinturas no tenían ningún desconchón, hiciste un excelente trabajo cuando los embalaste, Nada más, Por qué lo preguntas, Desde ayer tengo la impresión de que está escondiendo algo, Te he contado lo que pasó, sin ocultar nada, En este momento no me refería a la entrega de la mercancía, me ronda esta idea desde que me recogió en el Centro, Entonces, a qué te refieres, No sé, estoy a la espera de que me explique, por ejemplo, los enigmáticos sobrentendidos de la conversación de ayer noche, durante la cena. Cipriano Algor se quedó callado, tamborileaba con los dedos sobre el arco del volante, como si estuviera decidiendo, según fuera par o impar el número final del redoble, qué respuesta daría. Finalmente dijo, Ven conmigo. Salió de la furgoneta y, seguido de Marcial, avanzó hacia el horno. Tenía ya la mano puesta en uno de los tiradores de los cierres, pero se detuvo un instante y pidió, No le dirás a Marta una sola palabra de lo que vas a oír, Lo prometo, Ni una sola palabra, Ya lo he prometido. Cipriano Algor abrió la puerta del horno. La claridad del día hizo aparecer bruscamente las estatuillas agrupadas y alineadas, ciegas por la oscuridad, antes, ciegas por la luz, ahora. Cipriano Algor dijo, Es posible, es incluso muy probable, que estos trescientos muñecos no lleguen a salir de aquí, Y eso, por qué, preguntó Marcial, El departamento de compras decidió hacer un sondeo de mercado para evaluar el grado de interés de los clientes, los muñecos que les he llevado hoy servirán para eso, Un sondeo por unas figurillas de barro, preguntó Marcial, Así me lo explicó uno de los subjefes, Aquel que le tenía tirria, No, otro, uno con aire simpático, sonriente, uno que habla con nosotros como si se nos quisiera meter en el corazón. Marcial pensó un poco y dijo, En el fondo, es indiferente, nos da lo mismo, de cualquier modo ya estaremos viviendo en el Centro de aquí a diez días, Crees, de verdad, que es indiferente, que nos da lo mismo, preguntó el suegro, Mire, si el resultado del sondeo sale positivo habrá tiempo para acabar estas figurillas y entregarlas, pero el resto del pedido, como es lógico, será automáticamente cancelado por el hecho irrefutable de que la alfarería dejará de fabricar, Y si el resultado es negativo, Pues entonces dan ganas de decir que mejor todavía, se evitan, usted y Marta, el trabajo de tener que cocer los muñecos y pintarlos. Cipriano Algor cerró despacio la puerta del horno y dijo, Olvidas algunos aspectos de la cuestión, es verdad que insignificantes, Cuáles, Olvidas la bofetada que supone que te rechacen el fruto de tu trabajo, olvidas que si no fuera por la casualidad de que estos nefastos sucesos coinciden con la mudanza al Centro estaríamos en la misma situación en que nos encontramos cuando dejaron de comprarnos las lozas, y ahora sin la esperanza absurda de que unos ridículos muñecos de barro todavía nos puedan salvar la vida, Es con lo que es con lo que tenemos que vivir, no con lo que sería o podría haber sido, Admirable y pacífica filosofía esa tuya, Perdone si no soy capaz de llegar a más, Yo tampoco llego muy lejos, pero nací con una cabeza que sufre la incurable enfermedad de justamente preocuparse con lo que sería o podría haber sido, Y qué ha ganado con esa preocupación, preguntó Marcial, Tienes razón, nada, como tú muy bien me has recordado es con lo que es con lo que tenemos que vivir, no con las fantasías de lo que podría haber sido, si fuese. Aliviado ya de la urgencia fisiológica y con las piernas desentorpecidas por las carreras desatinadas que dio por las cercanías, Encontrado se aproximó moviendo el rabo, muestra habitual de alegría y cordialidad, pero que, esta vez, teniendo en cuenta la aproximación de la hora del almuerzo, significaba otra imperiosa necesidad del cuerpo. Cipriano Algor lo acarició, torciéndole levemente una oreja, Tenemos que esperar a que Marta nos llame, muchacho, no estaría bien que el perro de la casa coma antes que sus dueños, hay que respetar la jerarquía, dijo. Después, a Marcial, como si la idea se le hubiese ocurrido en ese instante, Encenderé hoy el horno, Dijo que sólo lo encendería mañana, cuando regresase del Centro, Lo he pensado mejor, será una manera de estar ocupado mientras descansáis, o, si preferís, aprovecháis la furgoneta y dais un paseo, probablemente, después de la mudanza, no os apetecerá salir de la casa nueva tan pronto, y menos aún por estos lugares, Si vendremos aquí, o no, y cuándo, es un asunto que ya se verá, lo que quiero que me diga es si realmente cree que soy hombre para salir de paseo con Marta y dejarlo solo echando leña en el fogón, Puedo hacerlo sin ayuda, Claro que sí, pero, ya puestos, si no le importa, a mí también me gustaría ser parte activa en esta última vez que se enciende el horno, si es que va a ser la última vez, Comenzaremos después del almuerzo, si es eso lo que quieres, De acuerdo, Recuerda, por favor, ni una palabra sobre el asunto del sondeo, Quédese tranquilo. Con el perro detrás se encaminaron a la casa, y estaban a pocos metros cuando Marta apareció ante la puerta de la cocina, Venía a llamarlos, dijo, el almuerzo está listo, Primero voy a darle de comer al perro, el viaje le ha abierto el apetito, dijo el padre, Su comida está allí, apuntó Marta. Cipriano Algor tomó el cazo y dijo, Ven conmigo, Encontrado, menos mal que no eres una persona, si lo fueses ya habrías empezado a desconfiar de los cuidados y atenciones con que últimamente te estamos tratando. El cuenco de Encontrado estaba, como siempre, al lado de la caseta, y hacia ella se dirigió Cipriano Algor. Vertió el contenido del cazo dentro y se quedó un momento viendo comer al perro. En la cocina, Marcial decía, Vamos a encender el horno después del almuerzo, Hoy, se extrañó Marta, Tu padre no quiere dejar trabajo para mañana, No había prisa, teníamos tres días de descanso, El sabrá sus razones, Y, como de costumbre, sus razones sólo él las conoce. Marcial consideró preferible no responder, la boca es un órgano que será de más confianza cuanto más silencioso se mantenga. Poco después Cipriano Algor entró en la cocina. La comida ya estaba en la mesa, Marta servía. Poco después el padre dirá, Encenderemos el horno hoy, y Marta responderá, Ya lo sé, Marcial me lo ha dicho.
Con estas u otras palabras se ha recordado aquí que todos los días pasados fueron vísperas y todos los días futuros lo han de ser. Volver a ser víspera, al menos por una hora, es el deseo imposible de cada ayer pasado y de cada hoy que está pasando. Ningún día consigue ser víspera durante todo el tiempo que soñaba. Todavía ayer estaban Cipriano Algor y Marcial Gacho metiendo leña en el fogón, alguien que anduviera por aquellos sitios y no estuviese al tanto de la realidad de los hechos podría muy bien pensar, creyendo que acertaba, Ya están ahí nuevamente, se van a pasar toda la vida en eso, y ahora helos en la furgoneta que aún lleva la palabra Alfarería escrita en las chapas laterales de la carrocería, camino de la ciudad y del Centro, y con ellos Marta, sentada al lado del conductor, que esta vez es su marido. Cipriano Algor va solo en el asiento de atrás, Encontrado no vino, se quedó guardando la casa. Es por la mañana, muy temprano, el sol todavía no ha nacido, el Cinturón Verde no tardará en aparecer, luego será el Cinturón Industrial, luego los barrios de chabolas, luego la tierra de nadie, luego los edificios en construcción de la periferia, después la ciudad, la gran avenida, el Centro finalmente. Cualquier camino que se tome va a dar al Centro. Ninguno de los pasajeros de la furgoneta abrirá la boca durante todo el viaje. Personas por lo general tan locuaces como éstas parece que ahora no tienen nada que decirse unas a otras. De hecho, se comprende que no valga la pena hablar, perder tiempo y gastar saliva articulando discursos, frases, palabras y sílabas cuando aquello que uno está pensando también está siendo pensado por los otros. Si Marcial, por ejemplo, dijera, Vamos al Centro para ver la casa donde viviremos, Marta dirá, Curiosa coincidencia, yo iba pensando lo mismo, y aunque Cipriano Algor lo negase, Pues yo no, lo que yo iba pensando es que no voy a entrar, que me voy a quedar fuera esperando, pese a eso, por muy perentorio que el tono nos sonase a los oídos, no le deberíamos hacer mayor caso, Cipriano Algor tiene sesenta y cuatro años, ya ha pasado la edad de las rabietas de niño y todavía le falta bastante para llegar al tiempo de las rabietas de viejo. De verdad lo que Cipriano Algor piensa es que no tendrá otro remedio que acompañar a la hija y al yerno, mostrar la mejor cara posible ante los comentarios de ambos, dar opiniones si se las piden, en fin, como se decía en las antiguas novelas, agotar el cáliz de la amargura hasta las heces. Gracias a la hora matutina, Marcial encontró sitio para estacionar la furgoneta apenas a unos doscientos metros del Centro, será otro cantar cuando ya estén instalados, los guardas residentes tienen derecho al usufructo de seis metros cuadrados en el aparcamiento de dentro. Llegamos, dijo sin necesidad Marcial cuando echó el freno de mano de la furgoneta. El Centro no se veía desde allí, pero les apareció de frente al volver la esquina de la calle donde habían dejado el coche. Quiso la casualidad que éste fuese el lado, la parte, la cara, el extremo, la punta en que habitan los residentes. La visión no constituía novedad para ninguno de los tres, pero hay una gran diferencia entre mirar por mirar, y mirar al mismo tiempo que alguien nos está diciendo, Dos ventanas de ésas son nuestras, Sólo dos, preguntó Marta, No nos podemos quejar, hay apartamentos que sólo tienen una, dijo Marcial, eso sin hablar de los que las tienen hacia el interior, Al interior de qué, Al interior del Centro, claro, Quieres decir que hay apartamentos cuyas ventanas dan al interior del propio Centro, Que sepas que hay muchas personas que los prefieren, creen que esa vista es infinitamente más agradable, variada y divertida, mientras que de este lado son siempre los mismos tejados y el mismo cielo, De todos modos, quien viva en esos apartamentos sólo verá el piso del Centro que coincida con la altura en que vive, señaló Cipriano Algor, sin mucho interés real pero no queriendo parecer que se había retirado ostensiblemente de la conversación, La medida de las plantas comerciales es alta, los espacios son desahogados y amplios, lo que oigo decir es que las personas no se cansan del espectáculo, sobre todo las de más edad, Nunca me he dado cuenta de la existencia de esas ventanas, se precipitó Marta para evitar el previsible comentario del padre sobre las distracciones que más convienen a los viejos, Están disimuladas por la pintura, dijo Marcial. Caminaban a lo largo de la fachada donde se encontraba la entrada reservada al personal de Seguridad, Cipriano Algor andaba dos reluctantes pasos por detrás, como si estuviese siendo conducido por un hilo invisible. Estoy nerviosa, dijo Marta bajito para que el padre no se enterara, Después de estar aquí todo será fácil, ya verás, es cuestión de habituarse, respondió Marcial también en voz baja. Un poco más adelante, ya natural, Marta preguntó, En qué piso está el apartamento, En el treinta y cuatro, Tan alto, Todavía hay catorce pisos encima del nuestro, Un pájaro en una jaula colgada en la ventana podría imaginar que está en libertad, Estas ventanas no se pueden abrir, Por qué, Por el aire acondicionado, Evidentemente. Habían llegado a la puerta. Marcial entró delante, dio los buenos días a los vigilantes de servicio, dijo de paso, Mi mujer, mi suegro, y abrió la antepuerta que daba acceso al interior. Entraron en un ascensor, Vamos a recoger la llave, dijo Marcial. Salieron en el segundo piso, recorrieron un pasillo largo y estrecho, de paredes grises, con puertas espaciadas a un lado y a otro. Marcial abrió una de ellas. Esta es mi sección, dijo. Dio los buenos días a los colegas de trabajo, presentó nuevamente, Mi mujer, mi suegro, después añadió, Vamos a ver el apartamento. Se dirigió a un armario donde estaba escrito su nombre, lo abrió, tomó un manojo de llaves y dijo a Marta, Son éstas. Entraron en otro ascensor. Tiene dos velocidades, explicó Marcial, comenzaremos por la lenta. Pulsó el botón respectivo, después el que tenía el número veinte, Vamos primero hasta el vigésimo piso para que nos dé tiempo de ver. La parte del ascensor que miraba al interior era acristalada, el ascensor iba atravesando vagarosamente los pisos, mostrando sucesivamente las plantas, las galerías, las tiendas, las escalinatas monumentales, las escaleras mecánicas, los puntos de encuentro, los cafés, los restaurantes, las terrazas con mesas y sillas, los cines y los teatros, las discotecas, unas pantallas enormes de televisión, infinitas decoraciones, los juegos electrónicos, los globos, los surtidores y otros efectos de agua, las plataformas, los jardines colgantes, los carteles, las banderolas, los paneles electrónicos, los maniquíes, los probadores, una fachada de iglesia, la entrada a la playa, un bingo, un casino, un campo de tenis, un gimnasio, una montaña rusa, un zoológico, una pista de coches eléctricos, un ciclorama, una cascada, todo a la espera, todo en silencio, y más tiendas, y más galerías, y más maniquíes, y más jardines colgantes, y cosas de las que probablemente nadie conoce los nombres, como una ascensión al paraíso. Y esta velocidad para qué sirve, para gozar de la vista, preguntó Cipriano Algor, A esta velocidad los ascensores son usados sólo como medio complementario de vigilancia, dijo Marcial, No bastan para eso los guardas, los detectores, las cámaras de vídeo, y el resto de la parafernalia del fisgoneo, volvió a preguntar Cipriano Algor, Pasan por aquí todos los días muchas decenas de millares de personas, es necesario mantener la seguridad, respondió Marcial con el rostro tenso y un reproche de contrariedad en la voz, Padre, dijo Marta, deje de pinchar, por favor, No te preocupes, dijo Marcial, nosotros siempre nos entendemos, incluso cuando parezca que no. El ascensor continuaba subiendo lentamente. La iluminación de los pisos todavía está reducida al mínimo, se ven pocas personas, algún empleado que ha madrugado por necesidad o por gusto, falta por lo menos una hora para que las puertas se abran al público. Los habitantes que trabajan en el Centro no necesitan apresurarse, los que tienen que salir no atraviesan los espacios comerciales y de ocio, bajan directamente de sus apartamentos a los garajes subterráneos. Marcial apretó el botón rápido cuando el ascensor paró, pocos segundos después estaban en el trigésimo cuarto piso. Mientras recorrían el pasillo que llevaba a la parte residencial, Marcial explicó que había ascensores para uso exclusivo de los inquilinos, y que si hoy utilizaron éste era por haber pasado a recoger la llave. A partir de este momento, las llaves se quedan con nosotros, son nuestras, dijo. Al contrario de lo que Marta y el padre pensaran encontrar, no había sólo un pasillo separando los bloques de apartamentos con vistas a la calle de los que daban al interior. Había, sí, dos pasillos, y, entre ambos, otro bloque de apartamentos, pero éste con el doble de anchura de los restantes, lo que, narrando prolijamente, quiere decir que la parte habitada del Centro está constituida por cuatro secuencias verticales paralelas de apartamentos, dispuestas como placas de baterías o de colmenas, las interiores unidas espalda con espalda, las exteriores unidas a la parte central por las estructuras de los pasillos. Marta dijo, Estas personas no ven la luz del día cuando están en casa, Las que viven en los apartamentos que dan al interior del Centro tampoco, respondió Marcial, Pero ésas, como tú dijiste, se pueden distraer con las vistas y el movimiento, mientras que éstas de aquí están prácticamente enclaustradas, no debe de ser nada fácil vivir en estos apartamentos, sin la luz del sol, respirando aire enlatado todo el día, Pues no falta quien los prefiera, los encuentran más cómodos, más pertrechados de comodidades, por ejemplo, todos tienen aparatos de rayos ultravioletas, regeneradores atmosféricos, y reguladores de temperatura y de humedad tan rigurosos que es posible tener en casa, de noche y de día, en cualquier estación del año, una humedad y una temperatura constantes, Menos mal que no nos tocó un apartamento de éstos, no sé si conseguiría vivir mucho tiempo dentro, dijo Marta, Los guardas residentes tienen que darse por satisfechos con un apartamento común, de los que tienen ventanas, Jamás pude imaginar que ser suegro de un guarda residente del Centro sería la mejor de las fortunas y el mayor de los privilegios que la vida me había reservado, dijo Cipriano Algor. Los apartamentos estaban identificados como si fuesen habitaciones de hotel, la diferencia es que introducían un guión entre el número del piso y el número de la puerta. Marcial metió la llave, abrió y se apartó a un lado, Pueden entrar, por favor, llegamos a casa, dijo en voz alta fingiendo un entusiasmo que no sentía. No estaban contentos ni excitados por la novedad. Marta se detuvo en el umbral, después dio tres pasos inseguros, miró alrededor. Marcial y el padre se mantuvieron detrás. Tras unos momentos de vacilación, como si tuviese dudas sobre lo que sería más conveniente hacer, se dirigió sola a la puerta más próxima, miró dentro y siguió adelante. Su primer conocimiento de la casa fue así, pasando rápidamente del dormitorio a la cocina, de la cocina al cuarto de baño, de la sala de estar que será también comedor al pequeño compartimento destinado al padre, No hay sitio para la criatura, pensó, y a continuación, Mientras sea pequeño estará con nosotros, después ya veremos, probablemente nos darán otra casa. Volvió a la entrada, donde Marcial y Cipriano Algor estaban a su espera. Ya la has visto, preguntó el marido, Ya, Qué te ha parecido, A mí, bien, Te has dado cuenta de que los muebles son nuevos, es todo nuevo, como te dije, Y a usted, padre, qué le parece, No puedo dar opinión de lo que no conozco, Entonces venga, yo le sirvo de guía. Se notaba que estaba tensa, nerviosa, tan fuera de su estado de espíritu habitual que fue anunciando los nombres de las habitaciones como si proclamase sus loores, Aquí el dormitorio de matrimonio, aquí la cocina, aquí el cuarto de baño, aquí la sala de estar que también servirá de comedor, aquí el confortable y espacioso aposento en que mi querido padre dormirá y gozará de un merecido descanso, no se ve sitio para colocar a la niña cuando esté crecidita, pero mientras crece y no crece se encontrará una solución. No te gusta la casa, preguntó Marcial, Es la casa que vamos a tener, no adelantamos nada discutiendo si nos gusta mucho, o poco, o nada, como quien deshoja una margarita. Marcial se volvió hacia el suegro para pedirle ayuda, no dijo nada, sólo puso en él los ojos, Hay que reconocer que la casa no está mal, dijo Cipriano Algor, está como nueva, el mobiliario es de buena madera, obviamente los muebles tendrían que ser diferentes de los nuestros, ahora se estilan así, en tonos claros, no son como los que tenemos, que parecen haber pasado por el horno, en cuanto al resto uno siempre se habitúa, uno se habitúa siempre. Marta frunció el entrecejo durante la arenga del padre, dio a los labios un mohín de sonrisa y comenzó otra vuelta por la casa, esta vez abriendo y cerrando cajones y armarios, valorando los contenidos. Marcial hizo un gesto de agradecimiento al suegro, después miró el reloj y avisó, Está acercándose la hora de acudir al trabajo. Marta dijo desde dentro, No tardo, voy ya, son éstas las ventajas de los apartamentos pequeños, se suelta con todas las cautelas un suspiro que se traía dentro y acto seguido alguien en el otro extremo de la casa denuncia, Has suspirado, no lo niegues. Y aún hay quien se queje de los guardas, de las cámaras de vídeo, de los detectores y restante aparato. La visita a la casa estaba hecha, y, por la diferencia entre el aire con que entraron y el aire con que salían, sin que pretendamos desvelar el secreto de los corazones, parece haber valido la pena. Descendieron directamente del piso treinta y cuatro al bajo porque, no estando todavía Marta y el padre provistos de los documentos que los habilitarían como residentes, Marcial tenía que acompañarlos hasta la salida. Apenas habían dado los primeros pasos después de que las puertas del ascensor se cerraran, Cipriano Algor dijo, Qué sensación tan extraña, me parece que siento el suelo vibrar debajo de los pies. Paró, afinó el oído y añadió, Y tengo la impresión de que oigo algo así como un ruido de máquinas excavadoras, Son excavadoras, dijo Marcial apresurando el paso, trabajan en turnos seguidos de seis horas, sin parar, están a unos buenos metros de la superficie, Alguna obra, dijo Cipriano Algor, Sí, se comenta que van a ser instalados nuevos almacenes frigoríficos y algo más posiblemente, quizá más aparcamientos, aquí nunca se acaban las obras, el Centro crece todos los días, incluso cuando no se nota, si no es hacia los lados, es hacia arriba, si no es hacia arriba, es hacia abajo, Supongo que dentro de poco, cuando comience todo a funcionar, no se sentirá el ruido de las excavadoras, dijo Marta, Con la música, los anuncios de los artículos por los altavoces, el barullo de las conversaciones de la gente, las escaleras mecánicas subiendo y bajando sin parar, será como si no existiese. Habían llegado a la puerta. Marcial dijo que telefonearía en cuanto hubiese novedades, que entre tanto convendría ir adelantando lo necesario para la mudanza, eligiendo sólo lo que fuera estrictamente indispensable, Ahora que ya conocen el espacio de que disponemos, deben de haberse dado cuenta de que el lugar no sobra. Estaban en la acera, iban a despedirse, pero Marta todavía dijo, En realidad, es como si no hubiese mudanza, la casa de la alfarería sigue siendo nuestra, lo que podemos traer de allí es lo mismo que nada, lo que está sucediendo es algo así como desnudarnos de una ropa para vestir otra, una especie de carnaval de máscaras, Sí, observó el padre, aparentemente es así, aunque, al contrario de lo que se suele creer y sin pensar se afirma, el hábito hace al monje, la persona también está hecha por la ropa que lleva, podrá no notarse inmediatamente, pero es sólo cuestión de dar tiempo al tiempo. Adiós, adiós, dijo Marcial, a la vez que se despedía de la mujer con un beso, tienen todo el camino para filosofar, aprovechen. Marta y el padre se dirigieron hacia donde habían dejado la furgoneta. En la fachada del Centro, sobre sus cabezas, un nuevo y gigantesco cartel proclamaba, VENDERÍAMOS TODO CUANTO USTED NECESITARA SI NO PREFIRIÉSEMOS QUE USTED NECESITASE LO QUE TENEMOS PARA VENDERLE.
Durante el regreso a casa, o, como Marta dijo para diferenciarla de la otra, a la casa de la alfarería, padre e hija, pese a la instigación medio zumbona medio cariñosa de Marcial, hablaron poco, poquísimo, aunque el más simple examen de las múltiples probabilidades consecuentes de la situación sugiera que hayan pensado mucho. Adelantarnos, con temerarias suposiciones o con venturosas deducciones, o, peor todavía, con inconsideradas adivinaciones, a lo que ellos pensaron no sería, en principio, si tenemos en cuenta la presteza y el descaro con que en relatos de esta naturaleza se menosprecia el secreto de los corazones, no sería, decíamos, tarea imposible, pero, puesto que esos pensamientos, más pronto o más tarde, tendrán que expresarse en actos, o en palabras que a actos conduzcan, nos ha parecido preferible pasar adelante y aguardar tranquilamente a que sean los actos y las palabras los que manifiesten los pensamientos. Para el primero no tuvimos que esperar mucho, padre e hija almorzaron en silencio, lo que significa que nuevos pensamientos se estuvieron juntando a los del camino, y de pronto ella decidió quebrar el silencio, Esa idea suya de descansar tres días era excelente y, además de que es de agradecer, tenía toda la justificación en su momento, pero el ascenso de Marcial ha alterado completamente la situación, piense que no tenemos más que una semana para organizar la mudanza y pintar las trescientas estatuillas ya cocidas que aguardan en el horno, al menos ésas tenemos obligación de entregarlas, A mí también me preocupa el muñequerío, pero he llegado a una conclusión diferente a la tuya, No comprendo, El Centro ya tiene una avanzada de trescientos muñecos, por el momento serán suficientes, las estatuillas de barro no son juegos de ordenador ni pulseras magnéticas, las personas no se empujan gritando quiero mi esquimal, quiero mi asirlo de barbas, quiero mi enfermera, Muy bien, supongo que los clientes del Centro no irán a pelearse por culpa del mandarín, o del bufón, o del payaso, pero eso no quiere decir que no debamos acabar el trabajo, Claro que no, pero no me parece que merezca la pena precipitarnos, Vuelvo a recordarle que sólo tenemos una semana para todo, No se me ha olvidado, Entonces, Entonces, tal como tú misma dijiste a la salida del Centro, en el fondo es como si no hubiera ninguna mudanza, la casa de la alfarería, así la llamaste, está aquí, y, estando la casa, está evidentemente la alfarería con ella, Yo sé que usted es un gran amante de enigmas, No soy amante de enigmas, me gustan las cosas claras, Es igual, no le gustan los enigmas, pero es enigmático, de modo que le quedaría muy reconocida si me explicase adonde quiere llegar, Quiero llegar precisamente a donde estamos en este momento, donde estaremos durante una semana más y espero que muchas otras después, No me haga perder la paciencia, por favor, Por favor digo yo, es tan simple como que dos y dos son cuatro, En su cabeza, dos y dos siempre son cinco, o tres, o cualquier número menos cuatro, Te vas a arrepentir, Lo dudo, Imagínate que no pintamos las estatuillas, que nos mudamos al Centro y las dejamos en el horno tal como están, Ya está imaginado, Vivir en el Centro, como Marcial explicó con mucha claridad, no es un destierro, las personas no están encarceladas allí, son libres para salir cuando quieran, pasar todo el día en la ciudad o en el campo y volver por la noche. Cipriano Algor hizo una pausa y miró curioso a la hija sabiendo que iba a asistir al despertar de su comprensión. Así sucedió, Marta dijo sonriendo, Me someto al castigo, en su cabeza dos y dos también pueden ser cuatro, Ya te dije que era simple, Vendremos a acabar el trabajo cuando sea necesario y de esta manera no tendremos que cancelar el pedido de las seiscientas figurillas que todavía faltan, es sólo cuestión de acordar con el Centro unos plazos de entrega que convengan a ambas partes, Exactamente. La hija aplaudió al padre, el padre agradeció el aplauso. Incluso, dijo Marta, de repente entusiasmada por el océano de posibilidades positivas que se abría ante ella, suponiendo que el Centro siga interesado por los muñecos, podremos mantener la elaboración, no tendremos que cerrar la alfarería, Exactamente, Y quien dice muñecos, también dice alguna otra idea que se nos ocurra y les convenza, o añadir otras seis figuras a las seis que tenemos, Así es. Mientras padre e hija saborean las dulces perspectivas que una vez más acaban de demostrarnos que el diablo no está siempre tras la puerta, aprovechemos la pausa para examinar la real valía y el real significado de los pensamientos de uno y de otro, de esos dos pensamientos que, después de tan prolongado silencio, por fin se expresan. No obstante, advertimos desde ya que no será posible llegar a una conclusión, aunque provisional, como lo son todas, si no comenzamos admitiendo una premisa inicial ciertamente chocante para las almas rectas y bien formadas, pero no por eso menos verdadera, la premisa de que, en muchos casos, el pensamiento manifestado es, digámoslo así, empujado a primera línea por otro pensamiento que no ha considerado oportuno manifestarse. En lo que atañe a Cipriano Algor, no es difícil comprender que algunos de sus insólitos procedimientos están motivados por las preocupaciones que lo atormentan sobre el resultado del sondeo, y que, por tanto, al recordarle a la hija que, incluso viviendo en el Centro, podrían venir a trabajar a la alfarería, simplemente porque quiso fue disuadirla de pintar los muñecos, no vaya a darse el caso de que llegue mañana o pasado una orden del subjefe sonriente o de su superior máximo anulando la entrega, y ella sufra el disgusto de dejar el trabajo a la mitad, o, si acabado, inservible. Más sorprendente sería el comportamiento de Marta, la impulsiva y en cierto modo inquietante alegría ante la dudosa suposición de que la alfarería se mantenga en actividad, si no se pudiera establecer una relación entre ese comportamiento y el pensamiento que le dio origen, un pensamiento que la persigue tenazmente desde que entró en el apartamento del Centro y que se ha jurado a sí misma no confesar a nadie, ni al padre, pese a tenerlo aquí tan próximo, ni, faltaría más, a su propio marido, pese a quererlo tanto. Lo que cruzó la cabeza de Marta y echó raíces al cruzar el umbral de la puerta de su nuevo hogar, en aquel altísimo trigésimo cuarto piso de muebles claros y dos vertiginosas ventanas a las que no tuvo valor de acercarse, fue que no soportaría vivir allí dentro el resto de su vida, sin más certezas que ser la mujer del guarda residente Marcial Gacho, sin más mañana que la hija que cree traer dentro de sí. O el hijo. Pensó en esto durante todo el camino hasta llegar a la casa de la alfarería, continuó pensando mientras preparaba el almuerzo, todavía pensaba cuando, por falta de apetito, empujaba con el tenedor de un lado a otro la comida en el plato, seguía pensando cuando le dijo al padre que, antes de mudarse al Centro, tenían la obligación estricta de terminar las estatuillas que estaban esperando en el horno. Terminar las estatuillas era pintarlas, y pintarlas era justamente el trabajo que le competía hacer a ella, al menos que le otorgaran tres o cuatro días para estar sentada debajo del moral, con Encontrado tumbado a su lado, riéndose con la boca abierta y la lengua fuera. Como si se tratase de una última y desesperada voluntad dictada por un condenado, no pedía nada más que esto, y de pronto, con una simple palabra, el padre le abrió la puerta de la libertad, podría venir desde el Centro siempre que quisiese, abrir la puerta de su casa con la llave de su casa, reencontrar en los mismos lugares todo cuanto aquí hubiese dejado, entrar en la alfarería para comprobar que el barro tiene la humedad conveniente, después sentarse al torno, confiar las manos a la arcilla fresca, sólo ahora comprendía que amaba estos lugares como un árbol, si pudiese, amaría las raíces que lo alimentan y levantan en el aire. Cipriano Algor miraba a la hija, leía en su rostro como en las páginas de un libro abierto, y el corazón le dolía del engaño con que la habría estando embelecando si los resultados del sondeo fuesen hasta tal punto negativos que indujesen al departamento de compras del Centro a desistir de los muñecos de una vez para siempre. Marta se levantó de la silla, venía a darle un beso, un abrazo, Qué pasará dentro de unos días, pensó Cipriano Algor correspondiéndole a los cariños, aunque las palabras que pronunció fueron otras, fueron ésas de siempre, Como nuestros abuelos más o menos creían, habiendo vida, hay esperanza. El tono resignado con que las dejó salir quizá hubiera hecho sospechar a Marta si no estuviese tan entregada a sus propias y felices expectativas. Disfrutemos entonces en paz nuestros tres días de descanso, dijo Cipriano Algor, verdaderamente los tenemos merecidos, no estamos robándoselos a nadie, después comenzaremos a organizar la mudanza, Dé ejemplo y vaya a dormir una siesta, dijo Marta, ayer anduvo todo el santísimo día trabajando en el horno, hoy se ha levantado temprano, incluso para un padre como el mío la resistencia tiene límites, y en lo que respecta a la mudanza, tranquilo, eso es asunto del ama de casa. Cipriano Algor se retiró al dormitorio, se desnudó con los lentos movimientos de una fatiga que no era sólo del cuerpo y se tumbó en la cama liberando un hondo suspiro. No se mantuvo así mucho tiempo. Se incorporó en la almohada y miró a su alrededor como si fuera la primera vez que entraba en esta habitación y necesitara fijarla en la memoria por alguna oscura razón, como si fuera también la última vez que venía y pretendiera que la memoria le sirviese de algo más en el futuro que para recordarle aquella mancha en la pared, aquella raya de luz en el entarimado, aquel retrato de mujer sobre la cómoda. Fuera Encontrado ladró como si hubiese oído a un desconocido subiendo la cuesta, pero luego se calló, lo más probable es que respondiera, sin especial interés, al ladrido de cualquier perro distante, o simplemente quiso recordar su existencia, debe de presentir que anda en el aire algo que no es capaz de entender. Cipriano Algor cerró los ojos para convocar al sueño, pero la voluntad de los ojos fue otra. No hay nada más triste, más miserablemente triste, que un viejo llorando.
La noticia llegó el cuarto día. El tiempo había cambiado, de vez en cuando caía una lluvia fuerte que encharcaba en un minuto la explanada y repiqueteaba en las hojas crespas del moral como diez mil baquetas de tambor. Marta estuvo haciendo la lista de cosas que en principio deberían llevarse al apartamento, pero con la conciencia vivísima, en cada momento, de la contradicción entre dos impulsos que jugaban en su interior, uno que le decía la más perfecta de las verdades, es decir, que una mudanza no es mudanza si no hay algo para mudar, otro que simplemente le aconsejaba dejar todo tal cual, Teniendo en cuenta, acuérdate, que volverás aquí muchas veces para trabajar y respirar el aire del campo. En cuanto a Cipriano Algor, con el propósito de limpiar su cabeza de las telarañas de inquietudes que lo obligan a mirar el reloj decenas de veces al día, se ocupa de barrer y fregar la alfarería de una punta a otra, rechazando de nuevo la ayuda que Marta quiso ofrecerle, Luego sería yo quien tendría que oír a Marcial, dijo. Hace un rato que Encontrado fue mandado a la caseta por ensuciar lamentablemente el suelo de la cocina con el barro que traía en las patas tras la primera incursión que decidió hacer aprovechando una escampada. El agua nunca será tanta que le entre en casa, pero, por si las moscas, el dueño le metió debajo cuatro ladrillos, transformando en palafito prehistórico un actual y corriente refugio canino. Estaba en eso cuando sonó el teléfono. Marta atendió, en el primer instante, al oír la voz que decía, Aquí el Centro, pensó que era Marcial, pensó que le iban a pasar la llamada, pero no fueron ésas las palabras que siguieron, El jefe del departamento de compras quiere hablar con el señor Cipriano Algor. Por lo general, una secretaria conoce el asunto que su patrón va a tratar cuando le pide que haga una llamada telefónica, pero una telefonista propiamente dicha no sabe nada de nada, por eso tienen la voz neutra, indiferente, de quien ha dejado de pertenecer a este mundo, en cualquier caso hagámosle la justicia de pensar que algunas veces habría derramado lágrimas de pena si adivinara lo sucedido después de decir mecánicamente, Pueden hablar. Marta comenzó imaginando que el jefe del departamento de compras quería expresar su contrariedad por el retraso en la entrega de las trescientas estatuillas que faltaban, quién sabe si también de las seiscientas que ni siquiera estaban comenzadas, y cuando, tras decir a la telefonista, Un momento, corrió a llamar al padre a la alfarería, llevaba la idea de soltarle de paso una rápida palabra crítica sobre el error cometido al no proseguir el trabajo así que la primera serie de muñecos estuvo lista. La palabra recriminatoria, sin embargo, se le quedó presa en la lengua cuando vio cómo el rostro del padre se transformaba al oírle anunciar, Es el jefe de compras, quiere hablar con usted. Cipriano Algor no creyó oportuno correr, ya debería reconocérsele mérito suficiente en la firmeza de los pasos que lo conducían hasta el banquillo del tribunal donde iba a ser leída su sentencia. Tomó el teléfono que la hija había dejado sobre la mesa, Soy yo, Cipriano Algor, la telefonista dijo, Muy bien, voy a pasar la comunicación, hubo un silencio, un zumbido tenue, un clic, y la voz del jefe del departamento de compras, vibrante, llena, sonó al otro lado, Buenas tardes, señor Algor, Buenas tardes, señor, Supongo que imagina por qué motivo le estoy telefoneando hoy, Supone bien, señor, dígame, Tengo ante mí los resultados y las conclusiones del sondeo acerca de sus artículos, que un subjefe del departamento, con mi aprobación, decidió promover, Y esos resultados cuáles son, señor, preguntó Cipriano Algor, Lamento informarle de que no fueron tan buenos cuanto desearíamos, Si es así nadie lo lamentará más que yo, Temo que su participación en la vida de nuestro Centro ha llegado al final, Todos los días se comienzan cosas, pero, tarde o temprano, todas acaban, No quiere que le lea los resultados, Me interesan más las conclusiones, y ésas ya las sé, el Centro no comprará más nuestras figurillas. Marta, que había escuchado con ansiedad cada vez mayor las palabras del padre, se llevó las manos a la boca como para sujetar una exclamación. Cipriano Algor le hizo gestos pidiéndole calma, al mismo tiempo que respondía a una pregunta del jefe del departamento de compras, Comprendo su deseo de que no quede ninguna duda en mi espíritu, estoy de acuerdo con lo que acaba de decir, que presentar conclusiones sin la exposición previa de los motivos que las originaron podría ser entendido como una manera poco habilidosa de enmascarar una decisión arbitraria, lo que no sería nunca, evidentemente, el caso del Centro, Menos mal que está de acuerdo conmigo, Es difícil no estar de acuerdo, señor, Vaya tomando entonces nota de los resultados, Dígamelos, El universo de los clientes sobre el que incidiría el sondeo quedó definido desde el principio por la exclusión de las personas que por edad, posición social, educación y cultura, y también por sus hábitos conocidos de consumo, fuesen previsible y radicalmente contrarias a la adquisición de artículos de este tipo, es bueno que sepa que si tomamos esta decisión, señor Algor, fue para no perjudicarlo de entrada, Muchas gracias, señor, Le doy un ejemplo, si hubiéramos seleccionado cincuenta jóvenes modernos, cincuenta chicos y chicas de nuestro tiempo, puede tener la certeza, señor Algor, de que ninguno querría llevarse a casa uno de sus muñecos, o si se lo llevase sería para usarlo en algo así como tiro al blanco, Comprendo, Escogimos veinticinco personas de cada sexo, de profesiones e ingresos medios, personas con antecedentes familiares modestos, todavía apegadas a gustos tradicionales, y en cuyas casas la rusticidad del producto no desentonaría demasiado, E incluso así, Es verdad, señor Algor, incluso así los resultados fueron malos, Qué le vamos a hacer, señor, Veinte hombres y diez mujeres respondieron que no les gustaban los muñecos de barro, cuatro mujeres dijeron que quizá los compraran si fueran más grandes, tres podrían comprarlos si fuesen más pequeños, de los cinco hombres que quedaban, cuatro dijeron que ya no estaban en edad de jugar y otro protestó por el hecho de que tres de las figurillas representasen extranjeros, para colmo exóticos, y en cuanto a las ocho mujeres que todavía faltan por mencionar, dos se declararon alérgicas al barro, cuatro tenían malos recuerdos de esta clase de objetos, y sólo las dos últimas respondieron agradeciendo mucho la posibilidad que les había sido proporcionada de decorar gratuitamente su casa con unos muñequitos tan simpáticos, hay que añadir que se trata de personas de edad que viven solas, Me gustaría conocer los nombres y las direcciones de esas señoras para darles las gracias, dijo Cipriano Algor, Lo lamento, pero no estoy autorizado a revelar datos personales de los encuestados, es una condición estricta de cualquier sondeo de este tipo, respetar el anonimato de las respuestas, Tal vez pueda decirme, en todo caso, si esas personas viven en el Centro, A quiénes se refiere, a todas las personas, preguntó el jefe del departamento de compras, No señor, sólo a las dos que tuvieron la bondad de encontrar simpáticos nuestros muñecos, dijo Cipriano Algor, Tratándose de un dato no particularmente sustancial supongo que no estaré traicionando la deontología que rige los sondeos si le digo que esas dos mujeres viven fuera del Centro, en la ciudad, Muchas gracias por la información, señor, Le ha servido de algo, Desgraciadamente no, señor, Entonces para qué quería saberlo, Podría ocurrir que tuviera la oportunidad de encontrármelas y agradecérselo personalmente, viviendo en la ciudad será casi imposible, Y si viviesen aquí, Cuando, al principio de esta conversación, me dijo que mi participación en la vida del Centro había llegado a su fin, estuve a punto de interrumpirlo, Por qué, Porque, al contrario de lo que piensa, y a pesar de que no quieran ver más ni la loza ni los muñecos de este alfarero, mi vida seguirá ligada al Centro, No comprendo, explíquese mejor, por favor, Dentro de cinco o seis días estaré viviendo ahí, mi yerno ha sido ascendido a guarda residente y yo me iré a vivir con mi hija y con él, Me alegra esa noticia y le felicito, finalmente usted es un hombre de mucha suerte, no se podrá quejar, acaba ganándolo todo cuando creía que lo había perdido todo, No me quejo, señor, Esta es la ocasión de proclamar que el Centro escribe derecho con renglones torcidos, si alguna vez tiene que quitar con una mano, con presteza acude a compensar con la otra, Si recuerdo bien, eso de los renglones torcidos y escribir derecho se decía de Dios, observó Cipriano Algor, En estos tiempos viene a ser prácticamente lo mismo, no exagero nada afirmando que el Centro, como perfecto distribuidor de bienes materiales y espirituales que es, acaba generando por sí mismo y en sí mismo, por pura necesidad, algo que, aunque esto pueda chocar a ciertas ortodoxias más sensibles, participa de la naturaleza de lo divino, También se distribuyen allí bienes espirituales, señor, Sí, y no se puede imaginar hasta qué punto los detractores del Centro, por cierto cada vez menos numerosos y cada vez menos combativos, están absolutamente ciegos para con el lado espiritual de nuestra actividad, cuando la verdad es que gracias a ella la vida adquiere un nuevo sentido para millones y millones de personas que andaban por ahí infelices, frustradas, desamparadas, es decir, se quiera o no se quiera, créame, esto no es obra de materia vil, sino de espíritu sublime, Sí señor, Mucho me complace decirle, señor Algor, que encontré en su persona a alguien con quien, incluso en situaciones difíciles como la de ahora, siempre resulta satisfactorio hablar de estas y otras cuestiones serias que me tomo muy a pecho por la dimensión trascendente que, de algún modo, añaden a mi trabajo, espero que a partir de su próxima mudanza al Centro nos podamos ver otras veces y sigamos intercambiando ideas, Yo también, señor, Buenas tardes, Buenas tardes. Cipriano Algor colgó el teléfono y miró a su hija. Marta estaba sentada, con las manos en el regazo, como si de súbito hubiera necesitado proteger la primera y todavía apenas perceptible redondez del vientre. Dejan de comprar, preguntó, Sí, hicieron un sondeo entre los clientes y el resultado salió negativo, Y no comprarán siquiera los trescientos muñecos que están en el horno, No. Marta se levantó, fue hasta la puerta de la cocina, miró la lluvia que no paraba de caer, y desde allí, volviendo un poco la cabeza, preguntó, No tiene nada que decirme, Sí, respondió el padre, Entonces hable, soy toda oídos. Cipriano Algor se apoyó en el quicio de la puerta, respiró hondo, después arrancó, No estaba desprevenido, sabía que esto podría suceder, fue uno de los propios subjefes del departamento quien me dijo que iban a hacer un sondeo para valorar la disposición de los clientes hacia las figurillas, lo más probable es que la idea haya nacido del propio jefe, Luego estuve engañada estos tres días, engañada por usted, mi padre, soñando con una alfarería en funcionamiento, imaginándonos saliendo del Centro por la mañana temprano, llegar aquí y arremangarnos, respirar el olor del barro, trabajar a su lado, tener a Marcial conmigo en los días de descanso, No quise que sufrieras, Estoy sufriendo dos veces, su buena intención no me ahorró nada, Te pido perdón, Y, por favor, no pierda el tiempo pidiéndome que le perdone, sabe bien que siempre le perdonaré, haga lo que haga, Si la decisión fuese al contrario, si el Centro hubiera decidido comprar los muñecos, nunca llegarías a conocer el riesgo que corrimos, Ahora ya no es un riesgo, es una realidad, Tenemos la casa, podremos venir cuando queramos, Sí, tenemos la casa, una casa con vistas al cementerio, Qué cementerio, La alfarería, el horno, las tablas de secado, las pilas de leña, lo que era y ha dejado de ser, qué mayor cementerio que ése, preguntó Marta, al borde del llanto. El padre le puso la mano sobre el hombro, No llores, reconozco que fue un error no haberte contado lo que pasaba. Marta no respondió, se recordaba a sí misma que no tenía derecho de censurar al padre, que ella también le ocultaba al marido un secreto que nunca le contaría, Cómo vas a conseguir ahora, perdida la esperanza, vivir en ese apartamento, se preguntaba. Encontrado había salido de la caseta, le caían encima gruesas gotas de agua que resbalaban del moral, pero no se decidía. Tenía las patas sucias, el pelo pingando y la certeza de no ser bien recibido. Y, sin embargo, era de él de quien se hablaba en la puerta de la cocina. Cuando lo vio aparecer y pararse mirando, Marta preguntó, Qué vamos a hacer con este perro. Tranquilamente, como si se tratase de un asunto mil veces discutido y sobre el que no merecía la pena volver, el padre respondió, Le preguntaré a la vecina Isaura Madruga si se quiere quedar con él, No sé si estoy oyendo bien, repita, por favor, dice usted que va a preguntarle a la vecina Isaura Madruga si quiere quedarse con Encontrado, Lo has oído perfectamente, eso es lo que he dicho, Con Isaura Madruga, Si sigues insistiendo en eso, yo te responderé con Isaura Madruga, entonces tú volverás a preguntarme con Isaura Madruga, y pasaremos así el resto de la tarde, Es una sorpresa enorme, La sorpresa no puede ser tan grande, es la misma persona a quien tú pensabas dejarlo, La sorpresa no es la persona, para mí la sorpresa es que haya sido usted quien tenga esa idea, No hay nadie más en la aldea, y probablemente en el mundo, con quien dejase a Encontrado, preferiría matarlo. Expectante, moviendo el rabo con lentitud, el animal seguía mirando desde lejos. Cipriano Algor se agachó y lo llamó, Encontrado, ven aquí. Escurriendo agua por todas partes, el perro comenzó sacudiéndose entero, como si sólo decente y presentable estuviese autorizado para acercarse al dueño, después dio una rápida carrera para encontrarse, al instante siguiente, con la cabezorra apoyada en el pecho de Cipriano Algor, con tanta fuerza que parecía querérsele meter adentro. Entonces Marta preguntó al padre, Para que todo sea perfecto, que no sea sólo tener a Encontrado entre los brazos, dígame si habló con Marcial de la cuestión del sondeo, Sí, El no me contó nada, Por la misma razón que yo no te lo conté. Llegado el diálogo a ese punto, tal vez se esté a la espera de que Marta responda, Realmente, padre, parece imposible, habérselo dicho a él, y a mí dejarme en la ignorancia, las personas en general reaccionan así, a nadie le gusta quedarse al margen, menoscabado en su derecho a la información y al conocimiento, aunque, de tarde en tarde, todavía uno se va topando con alguna rara excepción en este fastidioso mundo de repeticiones, como lo podrían haber llamado los sabios órficos, pitagóricos, estoicos y neoplatónicos, si no hubiesen preferido, con poética inspiración, darle el más bonito y sonoro nombre de eterno retorno. Marta no protestó, no montó una escena, se limitó a decir, Me habría enfadado mucho si no se lo hubiera contado a Marcial. Cipriano Algor se despegó del perro, lo mandó regresar a la caseta, y dijo, De vez en cuando, acierto. Se quedaron mirando la lluvia que no paraba de caer, oyendo el monólogo del moral, y entonces Marta preguntó, Qué podríamos hacer por esos muñecos que están en el horno, y el padre respondió, Nada. Seca, cortante, la palabra no dejó dudas, Cipriano Algor no profirió, en su lugar, una de esas frases comunes que, por querer manifestarse como definitivamente negativas, no consideran importante llevar dentro de sí dos negaciones, lo que, según la acreditada opinión de los gramáticos, la convertirían en rotunda afirmación, como si una de esas frases, ésta por ejemplo, No podemos hacer nada, se estuviera tomando la molestia de negarse a sí misma para significar que, en resumidas cuentas, todavía sería posible hacer algo.
Marcial telefoneó después de cenar, Te estoy llamando desde casa, dijo, hoy he dejado el dormitorio común del personal de Seguridad y esta noche ya dormiré en nuestra cama, Mejor así, estarás satisfecho, claro, Sí, y tengo noticias que darte, Nosotros también, dijo Marta, Por dónde empezamos, por las mías o por las vuestras, preguntó él, Lo mejor será comenzar por las malas, y dejar las buenas, si las hay, para el final, Las mías no son buenas ni malas, son noticias, simplemente, Entonces empezaré por las de aquí, esta tarde nos comunicaron del Centro que no compran las figurillas, hicieron un sondeo y el resultado fue negativo. Hubo un silencio al otro lado. Marta esperó. Después Marcial dijo, Sabía de ese sondeo, Ya sé que lo sabías, me lo ha contado padre, Yo temía que ése fuera el resultado, Tu temor se ha confirmado, Estás enfadada conmigo por no haberte dicho lo que pasaba, Ni contigo ni con él, las cosas son así, hay que hacer un esfuerzo para comprenderlas y aceptarlas, lo que más me ha costado es haber perdido la ilusión de que, aunque viviéramos en el Centro, podríamos seguir trabajando en la alfarería, Nunca pensé en esa posibilidad, No fue una idea que naciese en mi cabeza, salió de una conversación con padre, Pero él no podía estar seguro de que los muñecos fuesen aceptados, Quiso que no me preocupara, como tú, el resultado del engaño es que yo he vivido feliz como un pajarillo estos tres días, dan ganas de decir que algo es algo, en fin, no lloremos sobre la leche derramada que tantas lágrimas ha hecho correr en el mundo, cuéntame ahora tus noticias, Me han concedido tres días para la mudanza, incluyendo el de descanso, que esta vez cae en lunes, así que saldré de aquí el viernes a la caída de la tarde, en taxi, no merece la pena que tu padre venga a buscarme, lo preparamos todo el sábado, y el domingo por la mañana izamos velas, Lo que es necesario llevar ya está apartado, dijo Marta con voz distraída. Hubo un nuevo silencio. No estás contenta, preguntó Marcial, Estoy, estoy contenta, respondió Marta. Después repitió, Estoy, estoy contenta. Afuera, el perro Encontrado ladró, alguna sombra de la noche se habría movido.
La furgoneta estaba cargada, las ventanas y las puertas de la alfarería y de la casa están cerradas, sólo faltaba, como dijo Marcial días antes, izar velas. Contrariado, con la expresión tensa, pareciendo súbitamente más viejo, Cipriano Algor llamó al perro. Pese al tono de angustia que un oído atento podría distinguir en ella, la voz del dueño alteró para mejor el ánimo de Encontrado. Andaba por allí perplejo, inquieto, corriendo de un lado a otro, oliendo las maletas y los paquetes que sacaban de la casa, ladraba con fuerza para llamar la atención, y he aquí que sus presentimientos acertaron, algo singular, fuera de lo común, se estuvo preparando en los últimos tiempos, y ahora llegaba la hora en que la suerte, o el destino, o la casualidad, o la inestabilidad de las voluntades y sujeciones humanas, iban a decidir su existencia. Estaba tumbado junto a la caseta, con la cabeza estirada sobre las patas, a la espera. Cuando el dueño dijo, Encontrado, ven, creyó que lo estaban llamando para subirse a la furgoneta como otras veces había sucedido, señal de que nada habría mudado en su vida, de que el día de hoy iba a ser igual al de ayer, como es sueño constante de los perros. Le extrañó que le pusieran la correa, no era habitual cuando viajaban, pero la extrañeza aumentó, se hizo confusión, cuando la dueña y el dueño más joven le pasaron la mano por la cabeza, al mismo tiempo que murmuraban palabras incomprensibles y en las que su propio nombre de Encontrado sonaba de manera inquietante, aunque lo que le estaban diciendo no fuera tan malo, Vendremos a verte un día de éstos. Un tirón le hizo entender que tenía que seguir al dueño, la situación volvía a aclararse, la furgoneta era para los otros dueños, con éste el paseo sería a pie. Incluso así, la correa continuaba sorprendiéndole, pero se trataba de un pormenor sin importancia, al llegar al campo el dueño lo soltaría para que corriera detrás de cualquier bicho viviente que apareciese por delante, aunque no fuese más que la bagatela de una lagartija. La mañana está fresca, el cielo nublado, pero sin amenaza de lluvia. Ya en la carretera, en lugar de volver a la izquierda, hacia campo abierto, como esperaba, el dueño torció a la derecha, irían por tanto al pueblo. Tres veces, en el camino, Encontrado tuvo que frenar el paso con brusquedad. Cipriano Algor iba como habitualmente vamos todos en circunstancias parecidas a éstas, cuando nos ponemos a discutir, ociosos, con nuestro ser íntimo si queremos o no queremos lo que ya está claro que queremos, se comienza una frase y no se termina, se detiene uno de repente, se corre como si se fuese a salvar al padre de la horca, se detiene uno otra vez, el más paciente y dedicado de los perros acabará preguntándose si no le convendría un dueño más resoluto. Mal sabe, sin embargo, hasta qué punto es determinante la resolución que éste lleva. Cipriano Algor ya está ante la puerta de Isaura Madruga, extiende la mano para llamar, duda, avanza otra vez, en ese instante la puerta se abre como si hubiese estado a su espera, y no era cierto, Isaura Madruga oyó el timbre y vino a ver quién era. Buenos días, señora Isaura, dijo el alfarero, Buenos días, señor Algor, Disculpe que venga a molestarla en su casa, pero tengo un asunto que quería hablar con usted, pedirle un gran favor, Entre, Podemos hablar aquí mismo, no es necesario entrar, Por favor, pase, sin ceremonias, El perro también puede entrar, preguntó Cipriano Algor, tiene las patas sucias, Encontrado es como si fuera de la familia, somos viejos conocidos. La puerta se cerró, la penumbra de la pequeña sala se cerró sobre ellos, Isaura hizo un gesto indicando un sillón, se sentó ella también. Tengo la impresión de que ya sabe a qué vengo, dijo el alfarero mientras hacía que el perro se tumbara a sus pies, Es posible, Quizá mi hija haya tenido alguna conversación con usted, Sobre qué, Sobre Encontrado, No, nunca hablamos de Encontrado en ese sentido que dice, Qué sentido, Ese que dice, de tener una conversación, por supuesto que hemos hablado de Encontrado más de una vez, pero no hemos tenido propiamente una conversación sobre él. Cipriano Algor bajó los ojos, Lo que vengo a pedirle es que se quede con Encontrado en mi ausencia, Se va fuera, preguntó Isaura, Ahora mismo, como supondrá no podemos llevarnos al perro, en el Centro no admiten animales, Yo me quedo con él, Sé que lo cuidará como si fuese suyo, Lo cuidaré mejor que si fuese mío, porque es suyo. Sin pensar en lo que hacía, tal vez para aliviar los nervios, Cipriano Algor le quitó la correa al perro. Creo que le debería pedir disculpas, dijo, Por qué, Porque no siempre he sido bien educado con usted, Mi memoria recuerda otras cosas, la tarde que lo encontré en el cementerio, lo que hablamos sobre el asa suelta del cántaro, su visita a mi casa para traerme un cántaro nuevo, Sí, pero después estuve incorrecto, grosero, y no fue ni una vez ni dos, No tiene importancia, Sí la tiene, La prueba de que no la tiene es que estamos ahora aquí, Pero a punto de dejar de estar, Sí, a punto de dejar de estar. Nubes oscuras debían de haber tapado el cielo, la penumbra dentro de la casa se tornó más densa, lo natural sería que Isaura se levantara ahora del sillón para encender la luz. Pero no lo hizo, no por indiferencia o cualquier razón oculta, simplemente porque no se había dado cuenta de que apenas conseguía distinguir las facciones de Cipriano Algor, sentado allí mismo ante ella, a la corta distancia de su brazo si se inclinase un poco hacia delante, El cántaro sigue probando bien, haciendo el agua fresca, preguntó Cipriano Algor, Como el primer día, y en ese momento se dio cuenta de lo oscura que estaba la sala, Debería encender la luz, se dijo a sí misma, pero no se levantó. Nunca le habían dicho que a muchas personas en el mundo les ha cambiado radicalmente el destino por ese gesto tan simple que es encender o apagar la luz, ya fuese una lámpara antigua, o una vela, o un candil de petróleo, o una lámpara de las modernas, es verdad que pensó que tendría que levantarse, que eso es lo que imponen las conveniencias, pero el cuerpo se negaba, no se movía, rechazaba cumplir la orden de la cabeza. Esta era la penumbra que le faltaba a Cipriano Algor para que finalmente se atreviese a declarar, La quiero, Isaura, y ella respondió con una voz que parecía dolorida, Y en el día en que se va es cuando me lo dice, Sería inútil haberlo hecho antes, tanto, a fin de cuentas, como hacerlo ahora, Y sin embargo me lo acaba de decir, Era la última ocasión, tómelo como una despedida, Por qué, No tengo nada que ofrecerle, soy una especie en vías de extinción, no tengo futuro, ni siquiera tengo presente, Presente tiene, esta hora, esta sala, su hija y su yerno que se lo van a llevar, ese perro ahí tumbado a sus pies, Pero no esa mujer, No me ha preguntado, Ni quiero preguntar, Por qué, Repito, porque no tengo nada para ofrecerle, Si lo que ha dicho hace un momento fue sentido y pensado, tiene amor, El amor no es casa, ni ropa, ni comida, Pero comida, ropa y casa, por sí solas, no son amor, No juguemos con las palabras, un hombre no pide a una mujer que se case con él si no tiene medios para ganarse la vida, Es su caso, preguntó Isaura, Sabe bien que sí, la alfarería cerró, y yo no sé hacer otra cosa, Pero va a vivir a costa de su yerno, No tengo más remedio, También podría vivir de lo que su mujer ganara, Cuánto tiempo duraría el amor en ese caso, preguntó Cipriano Algor, No trabajé mientras estuve casada, viví de lo que mi marido ganaba, Nadie lo encontraba mal, era ésa la costumbre, pero ponga a un hombre en esa situación y cuénteme lo que pasará después, Entonces tendría el amor que morir forzosamente por esa causa, preguntó Isaura, por una razón tan simple como ésa el amor se acaba, No estoy en situación de responderle, me falta experiencia. Con discreción, Encontrado se levantó, en su opinión la visita de cortesía ya se estaba prolongando demasiado, ahora quería volver a la caseta, al moral, al banco de las meditaciones. Cipriano Algor dijo, Tengo que irme, están esperándome, Así nos despedimos, preguntó Isaura, Vendremos de vez en cuando para saber cómo está Encontrado, para ver si la casa todavía está en pie, no es un adiós hasta siempre jamás. Volvió a enganchar la correa y la pasó a las manos de Isaura, Aquí lo dejo, es sólo un perro, aunque. Nunca sabremos qué ontológicas consideraciones se disponía Cipriano Algor a desarrollar después de la conjunción que dejó suspensa en el aire, porque su mano derecha, esa que sostenía la punta de la correa, se perdió o se dejó encontrar entre las manos de Isaura Madruga, la mujer que no había querido incluir en su presente y que, sin embargo, le decía ahora, Lo quiero, Cipriano, sabe que lo quiero. La correa se resbaló al suelo, sintiéndose libre Encontrado se apartó para oler un rodapié, cuando poco después volvió la cabeza comprendió que la visita se había desviado del camino, que ya no era simple cortesía aquel abrazo, ni aquellos besos, ni aquella respiración entrecortada, ni aquellas palabras que, ahora por muy diferente razón, también comenzaban pero no conseguían acabar. Cipriano Algor e Isaura se habían levantado, ella lloraba de alegría y dolor, él balbuceaba, Volveré, volveré, es una pena que la puerta de la calle no se abra de par en par para que los vecinos puedan presenciar y correr la palabra de cómo la viuda del Estudioso y el viejo de la alfarería se aman de un verdadero y finalmente confesado amor. Con voz que recuperara algo de su tono natural, Cipriano Algor repitió, Volveré, volveré, tiene que haber una solución para nosotros, La única solución es que te quedes, dijo Isaura, Sabes bien que no puedo, Estaremos aquí esperándote, Encontrado y yo. El perro no comprendía por qué motivo sostenía la mujer la correa que lo prendía, yendo los tres andando hacia la puerta, señal evidente de que el dueño y él irían por fin a salir, no comprendía por qué razón la correa todavía no había pasado a la mano de quien, por derecho, la había colocado. El pánico le subía desde las tripas a la garganta, pero, al mismo tiempo, los miembros le temblaban a causa de la excitación resultante del plan que el instinto le acababa de delinear, librarse de un tirón violento cuando se abriera la puerta y, luego, triunfante, esperar fuera a que el dueño fuese a su encuentro. La puerta sólo se abrió después de otros abrazos y de otros besos, de otras palabras murmuradas, pero la mujer lo aseguraba con firmeza, mientras decía, Tú te quedas, tú te quedas, así son las cosas del hablar, el mismo verbo que había sido incapaz de retener a Cipriano Algor era el que no dejaba ahora que Encontrado se escapase. La puerta se cerró, separó al animal de su amo, pero, así son las cosas del sentir, la angustia del desamparo de uno no podía, al menos en ese momento, esperar simpatía ni correspondencia en la lacerada felicidad del otro. No está lejos el día en que sabremos cómo transcurrió la vida de Encontrado en su nueva casa, si le fue cómodo o costoso adaptarse a su nueva dueña, si el buen trato y el afecto sin límites que ella le ofreció fueron suficientes para que olvidara la tristeza de haber sido abandonado injustamente. Ahora a quien tenemos que seguir es a Cipriano Algor, nada más que seguirlo, ir tras él, acompañar su paso sonámbulo. En cuanto a imaginar cómo es posible que se junten en una persona sentimientos tan contrapuestos como, en el caso que estamos apreciando, la más profunda de las alegrías y el más pungente de los disgustos, para luego descubrir o crear aquel único nombre con que pasaría a ser designado el sentimiento particular consecuente de esa unión, es una tarea que muchas veces se ha emprendido en el pasado y cada vez se resigna, como si fuera un horizonte que se va dislocando incesantemente, a no alcanzar siquiera el umbral de la puerta de las inefabilidades que esperan dejar de serlo. La expresión locutiva humana no sabe todavía, y es probable que no lo sepa nunca, conocer, reconocer y comunicar todo cuanto es humanamente experimentable y sensible. Hay quien afirma que la causa principal de esta serísima dificultad reside en el hecho de que los seres humanos están hechos en lo fundamental de arcilla, la cual, como las enciclopedias con minuciosidad nos explican, es una roca sedimentaria detrítica formada por fragmentos minerales minúsculos del tamaño de uno/doscientos cincuenta y seisavos por milímetro. Hasta hoy, por más vueltas que se hayan dado a las lenguas, no se ha conseguido encontrar un nombre para esto.
Entre tanto, Cipriano Algor llegó al final de la calle, torció en la carretera que dividía la población por medio y, ni andando ni arrastrándose, ni corriendo ni volando, como si estuviese soñando que quería liberarse de sí mismo y chocase continuamente con su propio cuerpo, llegó a lo alto de la cuesta donde la furgoneta lo esperaba con el yerno y la hija. El cielo, antes, parecía no estar para aguaceros, sin embargo, ahora, comenzaba a caer una lluvia indecisa, indolente, que tal vez no viniese para durar, pero exacerbaba la melancolía de estas personas apenas a una vuelta de rueda de separarse de los lugares queridos, el propio Marcial sentía que se le contraía de inquietud el estómago. Cipriano Algor entró en la furgoneta, se sentó al lado del conductor, en el lugar que le había sido dejado, y dijo, Vamos. No pronunciaría otra palabra hasta llegar al Centro, hasta entrar en el montacargas que lo llevó con maletas y paquetes al piso treinta y cuatro, hasta que abrieron la puerta del apartamento, hasta que Marcial exclamó, Aquí estamos, sólo en ese momento abrió la boca para emitir unos pocos sonidos organizados, aunque no le salió nada que fuese de su cosecha, se limitó a repetir, con un pequeño aditamento retórico, la frase del yerno, Es verdad, aquí estamos. A su vez, Marta y Marcial poco se habían dicho durante el trayecto. Las únicas palabras merecedoras de registro en esta historia, y aun así muy por encima, de modo puramente accidental, por hacer referencia a personas de quien apenas hemos oído hablar, fueron las que intercambiaron cuando la furgoneta pasaba ante la casa de los padres de Marcial, Les avisaste de que nos íbamos hoy, preguntó Marta, Sí, anteayer, cuando vine del Centro, estuve poco tiempo, tenía el taxi esperando, No quieres parar, volvió a preguntar ella, Estoy cansado de discusiones, harto hasta la coronilla, Incluso así, Te acuerdas de cómo se comportaron cuando vinimos los dos, seguro que no quieres que la escena se repita, dijo Marcial, Es una pena, sea como fuere son tus padres, Es una expresión muy curiosa, ésa, Cuál, Sea como fuere, Se dice así, Es verdad, son palabras que a primera vista parece que no pasan de un adorno de frase en todos los sentidos dispensable, pero acaban dándonos miedo cuando nos ponemos a pensar en ellas y comprendemos adonde quieren llegar, Sea como fuere, dijo Marta, es otra manera disimulada de decir qué remedio, qué le vamos a hacer, ya que tiene que ser así, o simplemente resignación, que es la palabra fuerte, En fin, siempre tendremos que vivir con los padres que tenemos, dijo Marcial, Sin olvidarnos de que alguien vivirá con los padres que seremos, concluyó Marta. Entonces Marcial miró a su derecha y dijo, sonriendo, Claro que esta conversación de padres e hijos malavenidos no tiene nada que ver con usted, pero Cipriano Algor no respondió, se limitó a asentir con la cabeza vagamente. Sentada detrás del marido, Marta veía al padre casi de perfil. Qué habrá pasado con Isaura, pensó, claro que no sería sólo llegar, dejar a Encontrado y volver, por la tardanza algo más se habrán dicho el uno al otro, daría no sé qué por saber qué va cavilando, la cara parece serena, pero al mismo tiempo es la de alguien que no está completamente en sí, la de alguien que ha escapado de un peligro y se sorprende de estar todavía vivo. Mucho más quedaría sabiendo si pudiese mirar al padre de frente, entonces tal vez dijese, Conozco esas lágrimas que no caen y se consumen en los ojos, conozco ese dolor feliz, esa especie de felicidad dolorosa, ese ser y no ser, ese tener y no tener, ese querer y no poder. Pero todavía sería pronto para que Cipriano Algor le respondiese. Habían salido del pueblo, atrás quedaban las tres casas en ruinas, ahora cruzaban el puente sobre el riachuelo de aguas oscuras y malolientes. Adelante, en medio del campo, donde se avistaban aquellos árboles juntos, oculto por los zarzales, está el tesoro arqueológico de la alfarería de Cipriano Algor. Cualquiera diría que han pasado mil años desde que se descargaron allí las últimas sobras de una antigua civilización.
Cuando a la mañana siguiente de su día de descanso Marcial bajó del piso treinta y cuatro para presentarse en el servicio ya como guarda para todos los efectos residente, el apartamento estaba arreglado, limpio, en orden, con los objetos traídos de la otra casa en los lugares apropiados y a la espera de que los habitantes comiencen, sin resistencia, a ocupar también los lugares que en el conjunto les competen. No será fácil, una persona no es como una cosa que se deja en un sitio y allí se queda, una persona se mueve, piensa, pregunta, duda, investiga, quiere saber, y si es verdad que, forzada por el hábito de la conformidad, acaba, más tarde o más pronto, pareciendo sometida a los objetos, no se crea que tal sometimiento es, en todos los casos, definitivo. La primera cuestión que los nuevos habitantes tendrán que resolver, con excepción de Marcial Gacho que seguirá en su conocido y rutinario trabajo de velar por la seguridad de las personas y de los bienes institucional u ocasionalmente relacionados con el Centro, la primera cuestión, decíamos, será encontrar una respuesta satisfactoria a la pregunta, Y ahora qué voy a hacer. Marta lleva a sus espaldas el gobierno de la casa, cuando le llegue la hora tendrá un hijo que criar, y eso será más que suficiente para mantenerla ocupada durante muchas horas del día y algunas de la noche. No obstante, siendo las personas, como arriba quedó señalado, aparte de sujetos de un hacer, también sujetos de un pensar, no deberemos sorprendernos si ella llega a preguntarse, en medio de un trabajo que ya le hubiese ocupado una hora y todavía le tenga que ocupar otras dos, Y ahora qué voy a hacer yo. En todo caso, es Cipriano Algor quien se encuentra confrontado con la peor de las situaciones, la de mirarse las manos y saber que ya no sirven para nada, la de mirar el reloj y saber que la hora que viene será igual a esta que está, la de pensar en el día de mañana y saber que será tan vacío como el de hoy. Cipriano Algor no es un adolescente, no puede pasarse el día tumbado en una cama que apenas cabe en su pequeñísimo cuarto, pensando en Isaura Madruga, repitiendo las palabras que se dijeron el uno al otro, reviviendo, si se puede dar tan ambicioso nombre a las inmateriales operaciones de la memoria, los besos y los abrazos que se habían dado. Gente habrá que piense que la mejor medicina para los males de Cipriano Algor sería que bajara ahora al garaje, se metiese en la furgoneta y fuera a visitar a Isaura Madruga, que, a buen seguro, estará pasando, allí lejos, por iguales ansiedades del cuerpo y del espíritu, y que para un hombre en la situación en que él se encuentra y a quien la vida ya no reserva triunfos industriales y artísticos de primera o segunda importancia, tener todavía una mujer a quien querer y que ya ha confesado corresponderle el amor, es la más excelsa de las bendiciones y de las suertes. Será no conocer a Cipriano Algor. Así como ya nos había dicho que un hombre no le pide a una mujer que se case con él si ni siquiera tiene medios para garantizar su propia subsistencia, también ahora nos diría que no ha nacido para aprovecharse de circunstancias beneficiosas y comportarse como si un supuesto derecho a las satisfacciones resultantes de ese aprovechamiento, aparte de justificado por las cualidades y virtudes que lo exornan, le fuese igualmente debido por el hecho de ser hombre y haber puesto su atención de hombre y sus deseos en una mujer. Dicho con otras palabras, más francas y directas, Cipriano Algor no está dispuesto, aunque le cueste todas las penas y amarguras de la soledad, a representar ante sí mismo el papel del sujeto que periódicamente visita a la amasia y regresa sin más sentimentales recuerdos que los de una tarde o una noche pasadas agitando el cuerpo y sacudiendo los sentidos, dejando a la salida un beso distraído en una cara que ha perdido el maquillaje, y, en el caso particular que nos viene ocupando, una caricia en la cabeza de un canino, Hasta la próxima, Encontrado. Con todo, aún tiene Cipriano Algor dos recursos para escapar de la prisión en que de súbito vio convertirse el apartamento, por no hablar del simple y poco duradero paliativo que sería acercarse de vez en cuando a la ventana y mirar el cielo tras los cristales. El primer recurso es la ciudad, esto es, Cipriano Algor, que siempre vivió en el insignificante pueblo que apenas conocimos y que de la ciudad no conoce nada más que aquello que quedaba en su trayecto, podrá ahora gastar su tiempo paseando, vagueando, dando aire a la pluma, expresión figurada y caricaturesca que debe de venir de un tiempo pasado, cuando los hidalgos y los señores de la corte usaban plumas en los sombreros y salían a tomar el aire con ellos y con ellas. También tiene a su disposición los parques y jardines públicos de la ciudad donde se suelen reunir hombres de edad por las tardes, hombres que tienen la cara y los gestos típicos de los jubilados y de los desempleados, que son dos modos distintos de decir lo mismo. Podría juntarse y compadrear con ellos, y entusiásticamente jugar a las cartas hasta la caída de la tarde, hasta que ya no le sea posible a sus ojos miopes distinguir si las pintas todavía son rojas o ya se han vuelto negras. Pedirá la revancha, si pierde, la concederá, si gana, las reglas en el jardín son simples y se aprenden deprisa. El segundo recurso, excusado sería decirlo, es el propio Centro en que vive. Lo conoce, evidentemente, desde antes, en todo caso menos de lo que conoce la ciudad, porque nunca ha conseguido guardar en la memoria los trayectos de las contadas veces que ha entrado, siempre con la hija, para hacer algunas compras. Ahora, por decirlo así, el Centro es todo suyo, se lo han puesto en una bandeja de sonido y de luz, puede vaguear por él tanto cuanto le apetezca, regalarse de música fácil y de voces invitadoras. Si, cuando vinieron para conocer el apartamento, hubieran utilizado un ascensor del lado opuesto, habría podido apreciar, durante la vagarosa subida, aparte de nuevas galerías, tiendas, escaleras mecánicas, puntos de encuentro, cafés y restaurantes, muchas otras instalaciones que en interés y variedad nada les deben a las primeras, como son un carrusel con caballos, un carrusel con cohetes espaciales, un centro para niños, un centro para tercera edad, un túnel del amor, un puente colgante, un tren fantasma, un consultorio de astrólogo, un despacho de apuestas, un local de tiro, un campo de golf, un hospital de lujo, otro menos lujoso, una bolera, una sala de billares, una batería de futbolines, un mapa gigante, una puerta secreta, otra con un letrero que dice experimente sensaciones naturales, lluvia, viento y nieve a discreción, una muralla china, un taj-mahal, una pirámide de egipto, un templo de karnak, un acueducto de aguas libres que funciona las veinticuatro horas del día, un convento de mafra, una torre de los clérigos, un fiordo, un cielo de verano con nubes blancas flotando, un lago, una palmera auténtica, un tiranosaurio en esqueleto, otro que parece vivo, un himalaya con su everest, un río amazonas con indios, una balsa de piedra, un cristo del concorvado, un caballo de troya, una silla eléctrica, un pelotón de ejecución, un ángel tocando la trompeta, un satélite de comunicaciones, una cometa, una galaxia, un enano grande, un gigante pequeño, en fin, una lista hasta tal punto extensa de prodigios que ni ochenta años de vida ociosa serían suficientes para disfrutarlos con provecho, incluso habiendo nacido la persona en el Centro y no habiendo salido nunca al mundo exterior.
Excluida por manifiesta insuficiencia la contemplación de la ciudad y sus tejados tras las ventanas del apartamento, eliminados los parques y los jardines por no haber llegado Cipriano Algor a un estado de ánimo que se pueda clasificar como de desesperación definitiva o de náusea absoluta, dejadas a un lado por las poderosas razones ya expendidas las tentadoras pero problemáticas visitas de desahogo sentimental y físico a Isaura Madruga, lo que le quedaba al padre de Marta, si no quería pasar el resto de su vida bostezando y dando, figuradamente, con la cabeza en las paredes de su cárcel interior, era lanzarse a la descubierta y a la investigación metódica de la isla maravillosa adonde lo habían traído tras el naufragio. Todas las mañanas, después del desayuno, Cipriano Algor lanza a la hija un Hasta luego apresurado, y, como quien va a su trabajo, unas veces subiendo al último techo, otras veces bajando al nivel del suelo, utilizando los ascensores de acuerdo con sus necesidades de observación, ora en la velocidad máxima, ora en la velocidad mínima, avanzando por pasillos y pasadizos, atravesando salas, rodeando enormes y complejos conjuntos de vitrinas, mostradores, expositores y escaparates con todo lo que existe para comer y para beber, para vestir y para calzar, para el cabello y para la piel, para las uñas y para el vello, tanto para el de arriba como para el de abajo, para colgar del cuello, para pender de las orejas, para ensartar en los dedos, para tintinear en las muñecas, para hacer y para deshacer, para cocer y para coser, para pintar y para despintar, para aumentar y para disminuir, para engordar y para adelgazar, para extender y para encoger, para llenar y para vaciar, y decir esto es igual que no haber dicho nada, puesto que tampoco serían suficientes ochenta años de vida ociosa para leer y analizar los cincuenta y cinco volúmenes de mil quinientas páginas de formato A-4 cada uno que constituyen el catálogo comercial del Centro. Evidentemente, no son los artículos expuestos lo que más le interesa a Cipriano Algor, además comprar no es asunto de su responsabilidad y competencia, para eso está quien el dinero gana, es decir, el yerno, y quien después lo gestiona, administra y aplica, es decir, la hija. Él es el que va con las manos en los bolsillos, parando aquí y allí, preguntando el camino a un guarda, aunque, incluso tropezando con él, nunca a Marcial, para que no se trasluzcan los lazos de familia, y, sobre todo, aprovechándose de la más preciosa y envidiada de las ventajas de vivir en el Centro, que es la de poder gozar gratis, o a precios reducidos, de las múltiples atracciones que se encuentran a disposición de los clientes. Hicimos ya de esas atracciones dos sobrios y condensados relatos, el primero sobre lo que se ve desde el ascensor de este lado, el segundo sobre lo que se podría haber visto desde el ascensor de aquel lado, sin embargo, por un escrúpulo de objetividad y de rigor informativo, recordaremos que, tanto en un caso como en otro, nunca fuimos más allá del piso treinta y cuatro. Encima de éste, como se recordará, todavía se asienta un universo de otros catorce. Tratándose de una persona con un espíritu razonablemente curioso, casi no sería necesario decir que los primeros pasos de la investigación de Cipriano Algor se encaminaron hacia la misteriosa puerta secreta, que misteriosa seguirá siendo, puesto que, pese a los insistentes toques de timbre y a algunos golpes con los nudillos, no apareció nadie desde dentro preguntando qué se pretendía. A quien tuvo que dar prontas y completas explicaciones fue a un guarda que, atraído por el ruido o, más probablemente, guiado por las imágenes del circuito interno de vídeo, le vino a preguntar quién era y qué hacía en aquel lugar. Cipriano Algor explicó que vivía en el piso treinta y cuatro y que, paseando por allí, sintió su atención estimulada por el letrero de la puerta, Simple curiosidad, señor, simple curiosidad de quien no tiene nada más que hacer. El guarda le pidió el carné de identidad, el carné que le acreditaba como residente, comparó la cara con el retrato incorporado en cada uno, examinó con lupa las impresiones digitales en los documentos, y, para terminar, recogió una impresión del mismo dedo, que Cipriano Algor, tras haber sido debidamente industriado, oprimió contra lo que sería un lector del ordenador portátil que el guarda extrajo de una bolsa que colgaba del hombro, al mismo tiempo que decía, No se preocupe, son formalidades, en todo caso acépteme un consejo, no vuelva a aparecer por aquí, podría complicarse la vida, ser curioso una vez basta, además no vale la pena, no hay nada secreto tras esa puerta, en tiempos, sí hubo, ahora ya no, Si es como dice, por qué no retiran la chapa, preguntó Cipriano Algor, Sirve de reclamo para que sepamos quiénes son las personas curiosas que viven en el Centro. El guarda esperó a que Cipriano Algor se apartara una decena de metros, después lo siguió hasta que encontró un colega, a quien, para evitar ser reconocido, pasó la misión, Qué ha hecho, preguntó el guarda Marcial Gacho disimulando su preocupación, Estaba llamando a la puerta secreta, No es grave, eso sucede varias veces todos los días, dijo Marcial, con alivio, Sí, pero la gente tiene que aprender a no ser curiosa, a pasar de largo, a no meter la nariz donde no ha sido llamada, es una cuestión de tiempo y de habilidad, O de fuerza, dijo Marcial, La fuerza, salvo en casos muy extremos, ha dejado de ser necesaria, claro que yo podía haberlo detenido para interrogarlo, pero lo que hice fue darle buenos consejos, usando la psicología, Tengo que ir tras él, dijo Marcial, no sea que se me escape, Si notas algo sospechoso, infórmame para anexionarlo al expediente, lo firmaremos los dos. Se fue el otro guarda, y Marcial, después de haber acompañado de lejos el deambular del suegro hasta dos pisos más arriba, lo dejó ir. Se preguntaba a sí mismo qué sería más adecuado, si hablar con él y recomendarle todo el cuidado en su divagar por el Centro, o simular que no había tenido conocimiento del pequeño incidente y hacer votos para que no sucedieran otros más graves. La decisión que tomó fue ésta, pero como Cipriano Algor, al cenar, le contó, riendo, lo que había pasado, no tuvo más remedio que asumir el papel de mentor y pedirle que se comportase de manera que no atrajese las atenciones de quienquiera que fuese, guardas o no guardas, Es la única manera correcta de proceder para quien vive aquí. Entonces Cipriano Algor sacó del bolsillo un papel, Copié estas frases de algunos carteles expuestos, dijo, espero no haber llamado la atención de ningún espía u observador, También lo espero yo, dijo Marcial de mal humor, Es sospechoso copiar frases que están expuestas para que los clientes las lean, preguntó Cipriano Algor, Leerlas es normal, copiarlas, no, y todo lo que no sea normal es, por lo menos, sospechoso de anormalidad. Marta, que hasta ahí no había participado en la conversación, le pidió al padre, Lea las frases. Cipriano Algor alisó el papel sobre la mesa y comenzó a leer, Sea osado, sueñe. Miró a la hija y al yerno, y como ellos no parecían dispuestos a comentar, continuó, Vive la osadía de soñar, ésta es una variante de la primera, y ahora vienen las otras, una, gane operacionalidad, dos, sin salir de casa los mares del sur a su alcance, tres, ésta no es su última oportunidad pero es la mejor, cuatro, pensamos todo el tiempo en usted es hora de que piense en nosotros, cinco, traiga a sus amigos si compran, seis, con nosotros usted nunca querrá ser otra cosa, siete, usted es nuestro mejor cliente, pero no se lo diga a su vecino, Esa estaba fuera, en la fachada, dijo Marcial, Ahora está dentro, a los clientes les ha debido de gustar, respondió el suegro, Qué más ha encontrado en esa su aventura de exploración, preguntó Marta, Te acabarás durmiendo si me pongo a contar, Pues duérmame, Lo que más me ha divertido son las sensaciones naturales, Qué es eso, Tienes que usar la imaginación, No hay problema, Entras en una sala de espera, compras tu billete, a mí me cobraron sólo el diez por ciento, me hicieron un descuento del cuarenta y cinco por ciento por ser residente y otro descuento igual por ser mayor de sesenta años, Parece que es estupendo tener más de sesenta años, dijo Marta, Exactamente, cuanto más viejo seas, más ganas, cuando mueras serás rico, Y qué pasó después, preguntó Marcial impaciente, Nunca has entrado allí, se extrañó el suegro, Sabía que existía, pero nunca he entrado, no he tenido tiempo, Entonces no tienes la menor idea de lo que te has perdido, Si no lo cuenta me voy a la cama a dormir, amenazó Marta, Bueno, después de haber pagado y de que te den un impermeable, un gorro, unas botas de goma y un paraguas, todo de colores, también puedes ir de negro, pero hay que pagar un extra, pasas a un vestuario donde una voz de megafonía te manda ponerte las botas, el impermeable y el gorro, luego entras en una especie de corredor donde las personas se alinean en filas de cuatro, pero con bastante espacio entre ellas para moverse con comodidad, éramos unos treinta, había algunos que se estrenaban, como yo, otros que, según me pareció saber, iban allí de vez en cuando, y por lo menos cinco eran veteranos, le oí decir a uno Esto es como una droga, se prueba y se queda uno enganchado. Y luego, preguntó Marta, Luego comenzó a llover, primero unas gotitas, después un poco más fuerte, todos abrimos el paraguas, y entonces el altavoz dio orden de que avanzásemos, no se puede describir, es necesario haberlo vivido, la lluvia comenzó a caer torrencialmente, de pronto se levantó una ventisca, viene una ráfaga, otra, hay paraguas que se vuelven, gorros que se escapan de la cabeza, las mujeres gritando para no reír, los hombres riendo para no gritar, y el viento aumenta, es un ciclón, las personas se escurren, se caen, se levantan, vuelven a caerse, la lluvia se hace diluvio, empleamos unos buenos diez minutos en recorrer calculo que unos veinticinco o treinta metros, Y luego, preguntó Marta bostezando, Luego volvimos hacia atrás y en seguida comenzó a nevar, al principio unos copos dispersos que parecían hebras de algodón, después cada vez más gruesos, caían ante nosotros como una cortina que apenas dejaba ver a los colegas, algunos seguían con los paraguas abiertos, lo que sólo servía para entorpecer los movimientos, finalmente llegamos al vestuario y allí hacía un sol que era un esplendor, Un sol en el vestuario, dudó Marcial, Entonces ya no era un vestuario sino una especie de campiña, Y ésas fueron las sensaciones naturales, preguntó Marta, Sí, No es nada que no pase fuera todos los días, Ese fue precisamente mi comentario cuando estábamos devolviendo el material, y más me hubiera valido quedarme callado, Por qué, Uno de los veteranos me miró con desdén y dijo Qué pena me da, nunca podrá comprender. Ayudada por el marido, Marta comenzó a quitar la mesa. Mañana o pasado voy a la playa, anunció Cipriano Algor, Ahí sí fui una vez, dijo Marcial, Y cómo es, Género tropical, hace mucho calor y el agua es tibia, Y la arena, No hay arena, es una imitación de plástico, pero de lejos parece auténtica, Olas no hay, claro, Se equivoca, tienen un mecanismo que produce una ondulación igualita a la del mar, No me digas, Como le digo, Las cosas que los hombres son capaces de inventar, Sí, dijo Marcial, es un poco triste. Cipriano Algor se levantó, dio dos vueltas, le pidió un libro a la hija y cuando iba a entrar en su dormitorio dijo, Estuve por ahí abajo, el suelo ya no vibra, y no se oye ruido de excavadoras, y Marcial respondió, Deben de haber terminado el trabajo.
Marta le había propuesto al marido que el primer día libre que tuviera desde que vivían en el Centro lo emplearan yendo a la casa de la alfarería a recoger algunas cosas que, según ella, estaba echando de menos, En una mudanza se suele transportar todo lo que se tiene, pero ése no es nuestro caso, es más, estoy convencida de que tendremos que ir más veces, en el fondo hasta tiene cierta gracia, podemos pasar la noche en nuestra cama y venirnos a la mañana siguiente, como tú hacías antes. Marcial respondió que no le parecía bien crear una situación en la que acabarían por no saber dónde vivían realmente, Tu padre pretende darnos la impresión de que está muy divertido descubriendo los secretos del Centro, pero yo lo conozco, por detrás de esa cara la cabeza sigue trabajando, No me ha dicho ni una sola palabra de lo que pasó en casa de Isaura, se ha cerrado totalmente, y no es su hábito, de una u otra manera, incluso irritado, incluso con malos modos, siempre acaba abriéndose conmigo, pienso que si fuésemos a casa tal vez le sirviese de ayuda, es lógico que quiera ver cómo está Encontrado, conversaría otra vez con ella, Muy bien, si ésa es tu idea, iremos, pero acuérdate de lo que te digo, o vivimos aquí, o vivimos en la alfarería, pretender vivir como si los dos lugares fueran uno solo sería como vivir en ningún sitio, Quizá para nosotros tenga que ser así, Así, cómo, Vivir en ningún sitio, Todas las personas necesitan una casa, y nosotros no somos una excepción, Nos quitaron la casa que teníamos, Sigue siendo nuestra, Pero no como lo era antes, Ahora nuestra casa es ésta. Marta miró alrededor y dijo, No creo que llegue a serlo nunca. Marcial se encogió de hombros, pensó que estos Algores son personas difíciles de comprender, pero que, aun así, por nada de este mundo los cambiaría. Se lo decimos a tu padre, preguntó, Sólo a última hora, para que no se esté reconcomiendo y se envenene la sangre.
Cipriano Algor no llegó a saber que la hija y el yerno tenían proyectos para él. El día libre de Marcial Gacho fue cancelado, y lo mismo le sucedió a sus colegas de turno. Bajo sigilo absoluto, a los guardas residentes, y sólo a ellos, por ser considerados dignos de más confianza, se les comunicó que las obras para la construcción de los nuevos depósitos frigoríficos habían sacado a la luz en el piso cero-cinco algo que exigiría una cuidadosa y demorada investigación, Por ahora el acceso al lugar está restringido, dijo el comandante a los guardas, dentro de algunos días un equipo mixto de especialistas estará trabajando allí, habrá geólogos, arqueólogos, sociólogos, antropólogos, médicos, legistas, técnicos de publicidad, incluso me han dicho que forman parte del grupo dos filósofos, no me pregunten por qué. Hizo una pausa, pasó los ojos por los veinte hombres alineados ante él, y continuó, Queda prohibido hablar con quienquiera que sea de lo que les acabo de comunicar o de lo que lleguen a saber en el futuro, y cuando digo sea con quienquiera que sea es con quienquiera que sea, mujer, hijos, padres, secreto total y absoluto es lo que estoy exigiendo, entendido, Sí señor, respondieron a coro los hombres, Muy bien, la entrada de la gruta, me había olvidado de decir que se trata de una gruta, el acceso está en el piso cero-cinco, permanecerá guardada día y noche, sin interrupción, en turnos de cuatro horas, en esta pizarra pueden ver el orden en que se hará la vigilancia, son las cinco de la tarde, a las seis comenzamos. Uno de los hombres levantó la mano, quería saber, si era posible, cuándo se había descubierto la gruta y quién estuvo de guardia desde entonces, Sólo seremos responsables de la seguridad, dijo, a partir de las seis, por tanto no se nos podrá responsabilizar de algo incorrecto que haya sucedido antes, La entrada de la gruta fue descubierta esta mañana cuando se estaba removiendo manualmente la tierra, el trabajo fue interrumpido acto seguido y la administración informada, a partir de ese momento tres ingenieros de la dirección de obras se han mantenido en el lugar todo el tiempo, Hay alguna cosa dentro de la gruta, quiso saber otro guarda, Sí, respondió el comandante, tendréis ocasión de ver de qué se trata con vuestros propios ojos, Es peligroso, conviene que vayamos armados, preguntó el mismo guarda, Por lo que se sabe, no existe ningún peligro, sin embargo, por precaución, no debéis tocar ni acercaros demasiado, ignoramos las consecuencias que podrían derivarse de un contacto, Para nosotros o para lo que hay allí, se decidió Marcial a preguntar, Para unos y para otros, Hay más de uno en la gruta, Sí, dijo el comandante, y su rostro mudó de expresión. Después, como si hubiera hecho un esfuerzo para sobreponerse, continuó, Y ahora, si no tienen otras cuestiones que exponer, tomen nota de lo siguiente, en primer lugar, en cuanto a la duda de ir armado o no, considero suficiente que lleven la porra, no porque piense que tengan necesidad de usarla, sino para que se sientan más reconfortados, la porra es como una prenda de vestir fundamental, sin ella el guarda uniformado se siente desnudo, en segundo lugar, quien no esté de guardia deberá vestirse de paisano y circular por todos los pisos con el fin de escuchar conversaciones que tengan o parezcan tener alguna relación con la gruta, en el caso de que eso suceda, aunque las probabilidades sean prácticamente inexistentes, el servicio central deberá ser informado de inmediato para tomar las providencias necesarias. El comandante hizo una pausa y concluyó, Es todo cuanto necesitaban saber, y, una vez más, atención a la consigna, sigilo absoluto, es vuestra carrera la que está en juego. Los guardas se aproximaron a la pizarra donde se encontraban establecidos los turnos de vigilancia, Marcial vio que el suyo era el noveno, por tanto estaría de centinela entre las dos de la madrugada y las seis de la mañana del segundo día después de éste. Allí abajo, a treinta o cuarenta metros de profundidad, no se notaría la diferencia entre el día y la noche, ciertamente no habría más que tinieblas cortadas por la luz cruda de los proyectores y las de posición. Mientras el ascensor lo llevaba al trigésimo cuarto piso, iba pensando en lo que podría decirle a Marta sin faltar demasiado al compromiso asumido, la prohibición le parecía absurda, una persona tiene, más que el derecho, la obligación de confiar en su propia familia, sin embargo, esto son teorías, por más vueltas que le dé al asunto no tendrá otro remedio que acatar el mandato, órdenes son órdenes. El suegro no estaba en casa, andaría en sus exploraciones de niño curioso, a la búsqueda de los sentidos de las cosas y con astucia suficiente para encontrarlos por más escondidos que estuviesen. Le dijo a Marta que había cambiado temporalmente de servicio, ahora iría de paisano, no sería siempre, sólo unos días. Marta preguntó por qué y él respondió que no estaba autorizado a decirlo, que era confidencial, Di mi palabra de honor, justificó, y no era verdad, el comandante no le había exigido que se comprometiese por el honor, son fórmulas de otro tiempo y de otra costumbre que de cuando en cuando nos salen sin pensar, como sucede con la memoria, que siempre tiene más para darnos que lo poquísimo que le reclamamos. Marta no respondió, abrió el armario y retiró de la percha uno de los dos trajes del marido, Supongo que te servirá éste, dijo, Me sirve perfectamente, dijo Marcial, satisfecho por estar de acuerdo en tan importante punto. Pensó que lo mejor sería avisarla ya del resto, resolver la cuestión de una vez, si estuviese en el lugar del colega que dentro de poco entrará de guardia estaría comunicándole a Marta en este preciso momento, Tengo un servicio desde las seis a las diez, no me preguntes nada, es secreto, esta misma frase sirve, sólo es preciso cambiarle las horas y los días, Tengo un servicio pasado mañana, desde las dos de la madrugada hasta las seis de la mañana, no me preguntes nada, es secreto. Marta lo miró intrigada, A esa hora el Centro está cerrado, Bueno, no será propiamente en el Centro, Entonces será fuera, Es dentro, pero no es en el Centro, No lo comprendo, Preferiría que no me hicieras preguntas, Sólo estoy diciendo que no entiendo cómo puede ocurrir una cosa, al mismo tiempo, dentro y fuera de un lugar, Es en las excavaciones destinadas a los almacenes frigoríficos, pero no te diré nada más, Encontraron petróleo, una mina de diamantes o la piedra que señala el sitio del ombligo del mundo, preguntó Marta, No sé lo que han encontrado, Y cuándo lo sabrás, Cuando sea mi turno de guardia, O cuando le preguntes a tus colegas que han estado antes, Nos han prohibido hablar entre nosotros del asunto, dijo Marcial, desviando los ojos porque éstas no eran palabras que mereciesen el nombre de verdaderas, mas sí una versión interesada de las órdenes y recomendaciones del comandante, libremente adaptada a sus dificultades retóricas de la ocasión, Gran misterio, por lo visto, dijo Marta, Parece que sí, condescendió Marcial, mientras intentaba concertar con preocupación exagerada los puños de la camisa para que apareciesen en la medida justa por debajo de las mangas de la chaqueta. Vestido de paisano aparentaba más edad de la que realmente tenía. Vienes a cenar, preguntó Marta, No tengo ninguna orden en contra, pero, si no puedo venir, telefoneo. Salió antes de que a la mujer se le ocurriera hacerle otras preguntas, aliviado por haber conseguido escapar a su insistente curiosidad, pero también disgustado porque la conversación no había sido, por su parte, un recomendable modelo de lealtad, Fui leal, sí señor, se justificó ante sí mismo, de entrada la avisé de que se trataba de un secreto. Pese a la vehemencia y la razón que asistían a su justificación, Marcial no consiguió convencerse. Cuando, una hora después, Cipriano Algor, apenas recuperado de los sustos del tren fantasma, regresó a casa, Marta le preguntó, Vio a su yerno, No, no lo he visto, Probablemente, aunque lo hubiese visto no sería capaz de reconocerlo, Por qué, Vino a cambiarse de ropa, ahora hace la vigilancia vestido de paisano, Y eso, Son las órdenes que ha recibido, Vigilancia de paisano no es vigilancia, es espionaje, sentenció el padre. Marta le contó lo que sabía, que era casi nada, pero era lo bastante para que Cipriano Algor sintiese esfumársele el interés por el río amazonas con indios adonde había hecho intención de viajar al día siguiente. Es extraño, desde el principio tuve como un presentimiento de que algo se estaba preparando aquí, Qué quiere decir con eso, desde el principio, preguntó Marta, Ese suelo que sentí temblar, vibrar, el barullo de las máquinas excavadoras, te acuerdas, cuando vinimos a ver el apartamento, Estaríamos apañados si tuviésemos presentimientos cada vez que oímos una máquina excavadora trabajando, como aquel ruido de máquina de coser que creíamos oír en la pared de la cocina y que madre decía que era señal de la condena de una modista, pobrecilla, por el pecado de haber trabajado en domingo, Pero esta vez parece que acerté de lleno, Parece que sí, dijo Marta, repitiendo palabras del marido, Veremos lo que nos cuenta cuando llegue, dijo Cipriano Algor. No supieron más. Marcial se encerró en las respuestas que ya había dado, las repitió una y otra vez, y por fin decidió poner punto final al asunto, Seré el primero, si insisten, en admitir que la orden es disparatada, pero es la que he recibido, y sobre esto no hay más que hablar, Al menos dinos por qué de pronto haces la patrulla vestido de paisano, pidió el suegro, Nosotros no hacemos patrullas, velamos por la seguridad del Centro, nada más, Muy bien, sea, No tengo nada que añadir, no insista, por favor, cortó Marcial, irritado. Miró a la mujer como preguntándole por qué motivo estaba callada, por qué no lo defendía, y ella dijo, Marcial tiene razón, padre, no insista, y, dirigiéndose a él, al mismo tiempo que le besaba en la frente, Perdona, nosotros, los Algores, somos un poco brutos. Después de cenar vieron un programa de televisión transmitido por el canal interno del Centro, exclusivo para residentes, después se recogieron en sus dormitorios. Ya con las luces apagadas, Marta volvió a pedir disculpas, Marcial le dio un beso, y si no siguió adelante con segundos y terceros fue porque comprendió a tiempo que, por ese camino, acabaría contándole todo. Sentado en su cama, con la luz encendida, Cipriano Algor pensaba y volvía a pensar, para concluir que tenía 'que descubrir lo que pasaba en las profundidades del Centro, que, si había otra puerta secreta, al menos esta vez no podrían decirle que al otro lado no había nada. Volver a la carga con Marcial no valía la pena, aparte de que estaban cometiendo una injusticia con el pobre mozo, si tenía órdenes de no hablar y las cumplía, debería ser felicitado por eso, no someterlo a las variadas e impúdicas modalidades de chantaje sentimental en que las familias son eximias, yo soy tu suegro, tú eres mi yerno, cuéntamelo todo, Marta tenía razón, pensó, nosotros, los Algores, somos bastante brutos. Mañana dejaría tranquilo el río amazonas con indios y se dedicaría a recorrer el Centro de una punta a otra oyendo las conversaciones de la gente. En lo esencial, un secreto es más o menos como la combinación de una caja fuerte, aunque no la conozcamos sabemos que se compone de seis dígitos, que es posible que incluso se repita alguno o algunos de ellos, y que por muy numerosas que sean las variables posibles, no son infinitas. Como en todas las cosas de la vida es una cuestión de tiempo y de paciencia, una palabra aquí, otra palabra allá, un sobrentendido, un intercambio de miradas, un súbito silencio, pequeñas grietas dispersas que se van abriendo en el muro, el arte del investigador está en saber aproximarlas, en eliminar las aristas que las separan, llegará siempre un momento en que nos preguntemos si el sueño, la ambición, la esperanza secreta de los secretos no será, finalmente, la posibilidad, aunque vaga, aunque remota, de dejar de serlo. Cipriano Algor se desnudó, apagó la luz, pensó que iba a pasar una noche de insomnio, pero al cabo de cinco minutos ya dormía en un sueño tan espeso, tan opaco, que ni siquiera Isaura Madruga habría podido escudriñar tras la última puerta que en él se cerraba.