Cuando Cipriano Algor salió del dormitorio, más tarde de lo que solía, el yerno ya se había marchado al trabajo. Todavía medio soñoliento dio los buenos días a la hija, se sentó a desayunar, y en ese instante sonó el teléfono. Marta fue a atender y volvió sin tardar, Es para usted. El corazón de Cipriano Algor dio un salto, Para mí, quién puede querer hablar conmigo, preguntó, ya segurísimo de que la hija le iba a responder, Es Isaura, pero lo que ella dijo fue, Es del departamento de compras, un subjefe. Indeciso entre la decepción de que la llamada no procediera de quien le gustaría y el alivio de no tener que explicar a la hija la razón de estas intimidades con la vecina, aunque no debamos olvidar que podría simplemente tratarse de algún asunto referente a Encontrado, la tristeza de la ausencia, por ejemplo, Cipriano Algor se dirigió al teléfono, dijo quién era y poco después tenía al otro lado de la línea al subjefe simpático, Ha sido una sorpresa para mí saber que se había venido a vivir al Centro, como ve, el diablo no está siempre detrás de la puerta, es un dicho antiguo, pero mucho más verdadero de lo que se imagina, De hecho es así, dijo Cipriano Algor, El motivo de esta llamada es pedirle que se pase por aquí esta tarde para cobrar las figurillas, Qué figurillas, Las trescientas que nos entregó para el muestreo, Pero esos muñecos no fueron vendidos, por tanto no hay nada que cobrar, Querido señor, dijo el subjefe con inesperada severidad en la voz, permita que seamos nosotros los jueces de esa cuestión, de todos modos quede sabiendo desde ya que, aunque un pago represente un perjuicio de más del cien por cien, como ha sucedido en este caso, el Centro liquida siempre sus cuentas, es una cuestión de ética, ahora que vive con nosotros podrá empezar a comprender mejor, De acuerdo, pero no entiendo por qué el perjuicio se eleva a más del cien por cien, Por no pensar en estas cosas las economías familiares van a la ruina, Qué pena no haberlo sabido antes, Tome nota, en primer lugar vamos a pagar por las figurillas el valor exacto que nos fue facturado, ni un céntimo menos, Hasta ahí llega mi entendimiento, En segundo lugar, obviamente, también tendremos que pagar el sondeo, es decir, los materiales usados, a las personas que analizaron los datos, el tiempo que se empleó en todo esto, aunque piense que esos materiales, esas personas y ese tiempo podrían ser aplicados en tareas rentables, no necesitará estar dotado de gran inteligencia para llegar a la conclusión de que se trató de hecho de una pérdida superior al cien por cien, considerando lo que no se vendió y lo que se gastó para concluir que no lo deberíamos vender, Lamento haber ocasionado tantos perjuicios al Centro, Son gajes del oficio, unas veces se pierde, otras veces se gana, en cualquier caso no fue grave, se trata de un negocio minúsculo, Yo podría, dijo Cipriano Algor, invocar también mis propios escrúpulos éticos para negarme a cobrar por un trabajo que las personas rehusaron comprar, pero el dinero me viene bien, Es una buena razón, la mejor de todas, Pasaré por ahí a la tarde, No necesita preguntar por mí, vaya directamente a la caja, ésta es la última operación comercial que hacemos con su extinta empresa, queremos que guarde los mejores recuerdos, Muchas gracias, Y ahora disfrute del resto de la vida, está en el lugar ideal para eso, Eso me ha parecido, señor, Aproveche la racha de suerte, Es lo que estoy haciendo. Cipriano Algor colgó el teléfono, Nos pagan las figurillas, dijo, no lo hemos perdido todo. Marta hizo un gesto con la cabeza que podría significar cualquier cosa, conformidad, desacuerdo, indiferencia, y se retiró a la cocina. No te sientes bien, le preguntó el padre, asomándose a la puerta, Sólo un poco cansada, será el embarazo, Te encuentro apática, ajena, deberías distraerte, dar unas vueltas por ahí, Como usted, Sí, como yo, Le interesa mucho todo lo que hay fuera, preguntó Marta, piense dos veces antes de responderme, Es suficiente con que lo piense una, no me interesa nada, sólo finjo, Ante usted mismo, claro, Ya eres bastante mayor para saber que no hay otra manera, aunque lo parezca, no fingimos ante los otros, fingimos ante nosotros mismos, Me alegra oírlo de su boca, Por qué, Porque confirma lo que pensaba de usted en el asunto de Isaura Madruga, La situación se ha modificado, Todavía me alegra más, Si la ocasión llega hablaré, ahora soy como Marcial, una boca cerrada.

La expedición auricular de Cipriano Algor no obtuvo resultado alguno, después, durante el almuerzo, por una especie de acuerdo tácito, ninguno de los tres osó tocar el delicado asunto de las excavaciones y de lo que allí habría sido encontrado. Suegro y yerno salieron al mismo tiempo, Marcial para retomar su trabajo de escucha y espionaje, tan infructífero, probablemente, como había sido, para uno y otro, el de la mañana, y Cipriano Algor para preguntar, por primera vez, cómo se llegaba al departamento de compras desde el interior del Centro. Constató que su distintivo de residente, también con retrato e impresión digital, le proporcionaba ciertas facilidades de circulación, cuando el guarda a quien hizo la pregunta le indicó el camino como si se tratara de la cosa más natural del mundo, Vaya por este pasillo, siempre recto, al llegar al final sólo tendrá que seguir las indicaciones, no tiene pérdida, dijo. Estaba en el piso bajo, en algún lugar del recorrido tendría que descender al nivel del subterráneo donde, en tiempos más felices, juicio que seguramente el subjefe simpático no compartiría, se presentaba para descargar sus platos y sus tazas. Una flecha y una escalera mecánica le dijeron por dónde ir. Estoy bajando, pensó. Estoy bajando, estoy bajando, repetía, y luego, Qué estupidez, es evidente que estoy bajando, para eso sirven las escaleras cuando no sirven para subir, en una escalera, aquellos que no bajan, suben, y aquellos que no suben, bajan. Parecía haber alcanzado una conclusión incontestable, de esas para las que no existe ninguna posibilidad de respuesta lógica, pero de súbito, con el fulgor y la instantaneidad del relámpago, otro pensamiento le cruzó la cabeza, Descender, descender hasta allí. Sí, descender hasta allí. La decisión que Cipriano Algor acaba de tomar es que esta noche intentará bajar hasta donde Marcial está haciendo su guardia, entre las dos de la madrugada y las seis de la mañana, no lo olvidemos. El sentido común y la prudencia, que en estas situaciones siempre tienen una palabra que decir, ya le están preguntando cómo imagina que va a llegar, sin conocer los caminos, a un lugar tan recóndito, y él respondió que las combinaciones y composiciones de las casualidades, siendo efectivamente muchísimas, no son infinitas, y que más vale que nos arriesguemos a subir a la higuera para intentar alcanzar el higo que tumbarnos bajo su sombra y esperar a que nos caiga en la boca. El Cipriano Algor que se presentó en la caja del departamento de compras después de haberse perdido dos veces, pese a las ayudas de las flechas y de los letreros, no era aquel que nos habíamos acostumbrado a conocer. Si las manos le temblaron tanto no se debía a la excitación mezquina de estar cobrando por su trabajo un dinero con el que no contaba, sino porque las órdenes y las orientaciones del cerebro, ocupado ahora en asuntos de más trascendente importancia, llegaban inconexas, confusas, contradictorias a las respectivas terminales. Cuando regresó al área comercial del Centro parecía un poco más tranquilo, la agitación le había pasado al lado de dentro. Dispensado de preocuparse con las manos, el cerebro maquinaba sucesivamente astucias, mañas, ardides, estratagemas, tramas, sutilezas, llegaba hasta el punto de admitir la posibilidad de recurrir a la telequinesia para, en un santiamén, transportar del trigésimo cuarto piso a la misteriosa excavación este cuerpo impaciente que tanto le cuesta gobernar. Aunque todavía tuviese ante él largas horas de espera, Cipriano Algor decidió volver a casa. Quiso darle a la hija el dinero recibido, pero ella dijo, Guárdelo para usted, no me hace falta, y después preguntó, Quiere un café, Pues sí, es una buena idea. El café fue hecho, servido en una taza, bebido, todo indica que por ahora no habrá más palabras entre ellos, parece, como Cipriano Algor ha pensado algunas veces, aunque de estos sus pensamientos no hayamos dejado registro en el momento justo, que la casa, ésta donde ahora viven, tiene el don maligno de hacer callar a las personas. Sin embargo, al cerebro de Cipriano Algor, que ya tuvo que dejar a un lado, por falta de adiestramiento suficiente, el recurso de la telequinesia, le es indispensable una cierta y determinada información sin la cual su plan para la incursión nocturna se irá, pura y simplemente, agua abajo. Por eso lanza la pregunta, mientras, como si estuviese distraído, mueve con la cuchara el resto del café que quedó en el fondo de la taza, Sabes a qué profundidad se encuentra la excavación, Por qué quiere saberlo, Simple curiosidad, nada más, Marcial no ha hablado de eso. Cipriano Algor disimuló lo mejor que pudo la contrariedad y dijo que iba a dormir una siesta. Pasó la tarde toda en su habitación, y sólo salió cuando la hija lo llamó para cenar, ya Marcial estaba sentado a la mesa. Hasta el final de la cena, tal como sucedió en el almuerzo, no se habló de la excavación, fue sólo cuando Marta sugirió al marido, Deberías dormir hasta la hora de bajar, vas a pasar la noche en claro, y él respondió, Es demasiado temprano, no tengo sueño, cuando Cipriano Algor, aprovechando la inesperada relajación, repitió su pregunta, A qué profundidad está esa excavación, Por qué quiere saberlo, Para tener una idea, por mera curiosidad. Marcial dudó antes de responder, pero le pareció que la información no debería formar parte del grupo de las estrictamente confidenciales, El acceso es por el piso cero-cinco, dijo por fin, Pensé que las excavadoras estaban trabajando mucho más profundo, En todo caso son quince o veinte metros bajo tierra, dijo Marcial, Tienes razón, es una buena profundidad. No se volvió a hablar del asunto. Marcial no dio la impresión de quedarse contrariado por la breve conversación, al contrario, se diría que hasta algo le alivió el haber podido, sin entrar en materias peligrosas y reservadas, hablar un poco de una cuestión que lo viene preocupando como fácilmente se nota. Marcial no es más medroso que el común de las personas, pero no le agrada nada la perspectiva de pasar cuatro horas metido en un agujero, en absoluto silencio, sabiendo lo que tiene detrás. No hemos sido entrenados para una situación de éstas, le dijo uno de sus colegas, ojalá los especialistas de quienes habló el comandante se presenten rápidamente para que seamos retirados de este servicio, Tuviste miedo, preguntó Marcial, Miedo, lo que se llama miedo, tal vez no, pero te aviso que vas a sentir, en cada momento, como si alguien detrás de ti fuera a ponerte una mano en el hombro, No sería lo peor que podría suceder, Depende de la mano, si quieres que te hable con toda franqueza, son cuatro horas luchando contra un deseo loco de huir, de escapar, de desaparecer de allí, Hombre prevenido vale por dos, así ya sé lo que me espera, No lo sabes, sólo lo imaginas, y mal, corrigió el colega. Ahora es la una y media de la madrugada, Marcial está despidiéndose de Marta con un beso, ella le pide, No te entretengas cuando acabes el turno, Vendré corriendo, mañana te lo cuento todo, lo prometo. Marta lo acompañó a la puerta, se besaron una vez más, después volvió adentro, ordenó primero algunas cosas, y luego se acostó. No tenía sueño. Se decía a sí misma que no había motivo de preocupación, que ya otros guardas estuvieron de centinelas y no aconteció nada, cuántas veces sucede que se arman por un quítame allá esas pajas misterios terribles, como si fuesen auténticas serpientes de siete cabezas, y cuando se miran de cerca no son más que humo, viento, ilusión, voluntad de creer en lo increíble. Los minutos pasaban, el sueño andaba lejos, Marta se acababa de decir a sí misma que haría mejor encendiendo la luz y poniéndose a leer un libro, cuando le pareció oír que se abría la puerta del dormitorio del padre. Como él no tenía hábito de levantarse durante la noche, aguzó el oído, probablemente iría al cuarto de baño, sin embargo, los pasos, poco a poco, comenzaron a sonar cautelosos pero perceptibles, en la pequeña sala de la entrada. Quizá vaya a la cocina a beber agua, pensó. El ruido inconfundible de una cerradura hizo que se levantara rápidamente. Se puso la bata a toda prisa y salió. El padre tenía la mano en el tirador de la puerta. Adonde va a estas horas, preguntó Marta, Por ahí, dijo Cipriano Algor, Tiene derecho a ir a donde quiera, es mayor y está vacunado, pero no puede irse sin decir ni una palabra, como si no hubiese nadie más en casa, No me hagas perder tiempo, Por qué, tiene miedo de llegar después de las seis, preguntó Marta, Si ya sabes adonde quiero ir, no necesitas más explicaciones, Al menos piense que le puede crear problemas a su yerno, Como tú misma has dicho, soy mayor y estoy vacunado, Marcial no puede ser responsabilizado por mis actos, Quizá sus patrones sean de otra opinión, Nadie me verá, y en caso de que aparezca alguien echándome atrás, le digo que padezco sonambulismo, Sus gracias están fuera de lugar en este momento, Entonces hablaré en serio, Espero que sea así, Está pasando algo ahí abajo que necesito saber, Haya lo que haya no podrá permanecer en secreto toda la vida, Marcial me ha dicho que nos lo contaría todo cuando volviera del turno, Muy bien, pero a mí una descripción no me basta, quiero ver con mis propios ojos, Siendo así, vaya, vaya, y no me atormente más, dijo Marta, ya llorando. El padre se aproximó a ella, le pasó un brazo por los hombros, la abrazó, Por favor, no llores, dijo, lo malo de todo esto, sabes, es que ya no somos los mismos desde que nos mudamos aquí. Le dio un beso, después salió cerrando la puerta con cuidado. Marta fue a buscar una manta y un libro, se sentó en uno de los sillones de la sala, se cubrió las rodillas. No sabía cuánto tiempo iba a durar la espera.

El plan de Cipriano Algor no podía ser más simple. Se trataba de bajar en un montacargas hasta el piso cero-cinco y a partir de ahí entregarse a la suerte y a la casualidad. Con muchas menos armas se han ganado batallas, pensó. Y con muchas más se han perdido, añadió por escrúpulo de imparcialidad. Había observado que los montacargas, probablemente por el hecho de que se destinaban casi exclusivamente para el transporte de materiales, no estaban provistos de cámara de vídeo, por lo menos que se vieran, y si alguna hubiese, de ésas minúsculas y camufladas, lo más seguro sería que la atención de los vigilantes de la central se encontrara fijada en los accesos exteriores y en los pisos comerciales y de atracciones. De estar equivocado no tardaría en saberlo. En primer lugar, suponiendo que los pisos de viviendas sobre el nivel del suelo formaran un bloque con los diez pisos subterráneos, le convenía usar el montacargas más cercano a la fachada interior para no tener que perder tiempo buscando un camino entre los mil contenedores de todo tipo y tamaño que imaginaba guardados en los sótanos, en particular en el tal piso cero-cinco que le interesaba. No se quedó demasiado sorprendido cuando se encontró con un espacio amplio, abierto, despejado de mercancías, que obviamente se destinaba a facilitar el acceso al lugar de la excavación. Un paño de pared maestra, entre dos pilares, había sido demolido, por allí se entraba. Cipriano Algor miró el reloj, eran las dos y cuarenta y cinco minutos, pese a ser reducida, la iluminación permanente del piso subterráneo no dejaba distinguir si alguna luz en el interior de la excavación amortiguaba la negritud de la bocacha que lo iba a engullir. Debería haber traído una linterna, pensó. Entonces recordó que un día había leído que la mejor manera de acceder a un lugar a oscuras, si se quiere ver inmediatamente lo de dentro, es cerrar los ojos antes de entrar y abrirlos después. Sí, pensó, es eso lo que tengo que hacer, cierro los ojos y me caigo por ahí abajo, hasta el centro de la tierra. No se cayó. Casi a ras de suelo, a su izquierda, había una luminosidad tenue que no tardó en concretarse, pasos andados, en una hilera de bombillas dispuestas a todo lo largo. Iluminaban una rampa de tierra que formaba al fondo un rellano desde donde nacía otro declive. Tan espeso, tan denso era el silencio que Cipriano Algor podía oír el batir de su propio corazón. Vamos allá, pensó, Marcial se va a llevar el mayor susto de su vida. Comenzó a bajar la rampa, llegó al rellano, bajó la rampa siguiente, un rellano más, ahí paró. Ante él, dos focos colocados a un extremo y a otro, de manera que la luz no diera de lleno en el interior, mostraban la forma oblonga de la entrada de una gruta. En un terraplén a la derecha había dos pequeñas excavadoras. Marcial estaba sentado en un escabel, a su lado una mesa y sobre ella una linterna. Todavía no había visto al suegro. Cipriano Algor salió de la media penumbra del último rellano y dijo en voz alta, No te asustes, soy yo. Marcial se levantó precipitadamente, quiso hablar pero la garganta no dio paso a las palabras, no era para menos, que tire la primera piedra quien crea que diría con toda la calma del mundo, Hola, usted por aquí. Sólo cuando el suegro se encontraba ante él, Marcial, aunque costándole, consiguió articular, Qué hace aquí, cómo se le ha ocurrido la estúpida idea de venir, sin embargo, al contrario de lo que mandaría la lógica, no había enfado en la voz, lo que se notaba, aparte del alivio natural de quien finalmente no está siendo amenazado por una aparición nefasta, era una especie de satisfacción vergonzosa, algo así como un emocionado sentimiento de gratitud que tal vez algún día acabe confesándose. Qué hace aquí, repitió, Vine a ver, dijo Cipriano Algor, Y no se le ha ocurrido pensar en los problemas que me caerán encima si se llega a saber, no piensa que esto puede costarme el empleo, Dirás que tu suegro es un redomado idiota, un irresponsable que debería estar internado en un manicomio, enfundado en una camisa de fuerza, Ganaría mucho con esas explicaciones, no hay duda. Cipriano Algor volvió los ojos hacia la cavidad y preguntó, Viste lo que hay ahí dentro, Lo he visto, respondió Marcial, Qué es, Compruébelo usted mismo, aquí tiene una linterna, si quiere, Vienes conmigo, No, yo también he ido solo, Hay algún camino trazado, algún paso, No, tiene que ir siempre por la izquierda y no perder el contacto con la pared, al fondo encontrará lo que busca. Cipriano Algor encendió la linterna y entró.

Me olvidé de cerrar los ojos, pensó. La luz indirecta de los focos todavía permitía ver unos tres o cuatro metros de suelo, el resto era negro como el interior de un cuerpo. Había un declive no muy pronunciado, pero irregular. Cautelosamente, rozando la pared con la mano izquierda, Cipriano Algor comenzó a bajar. A cierta altura le pareció que a su derecha había algo que podría ser una plataforma y un muro. Se dijo a sí mismo que cuando volviera averiguaría de qué se trataba, Probablemente es una obra para retener las tierras, y siguió bajando. Tenía la impresión de que había andado mucho, tal vez unos treinta o cuarenta metros. Miró atrás, hacia la boca de la gruta. Recortada contra la luz de los focos, parecía realmente distante, No anduve tanto, pensó, lo que pasa es que estoy desorientándome. Percibía que el pánico comenzaba, insidiosamente, a rasparle los nervios, tan valiente que se imaginara, tan superior a Marcial, y ahora estaba casi a punto de volverse de espaldas y correr a trompicones pendiente arriba. Se apoyó en la roca, respiró hondo, Aunque tenga que morir aquí, dijo, y recomenzó a andar. De repente, como si hubiese girado sobre sí misma en ángulo recto, la pared se presentó ante él. Había alcanzado el final de la gruta. Bajó el foco de la linterna para cerciorarse de la firmeza del suelo, dio dos pasos e iba a la mitad del tercero cuando la rodilla derecha chocó con algo duro que le hizo soltar un gemido. Con el choque la luz osciló, ante sus ojos surgió, durante un instante, lo que parecía un banco de piedra, y luego, en el instante siguiente, alineados, unos bultos mal definidos aparecieron y desaparecieron. Un violento temblor sacudió los miembros de Cipriano Algor, su coraje flaqueó como una cuerda a la que se le estuvieran rompiendo los últimos hilos, pero en su interior oyó un grito que lo obligaba, Recuerda, aunque tengas que morir. La luz trémula de la linterna barrió despacio la piedra blanca, tocó levemente unos paños oscuros, subió, y era un cuerpo humano sentado lo que allí estaba. A su lado, cubiertos con los mismos paños oscuros, otros cinco cuerpos igualmente sentados, erectos todos como si un espigón de hierro les hubiese entrado por el cráneo y los mantuviese atornillados a la piedra. La pared lisa del fondo de la gruta estaba a diez palmos de las órbitas hundidas, donde los globos oculares habrían sido reducidos a un grano de polvo. Qué es esto, murmuró Cipriano Algor, qué pesadilla es ésta, quiénes eran estas personas. Se aproximó más, pasó lentamente el foco de la linterna sobre las cabezas oscuras y resecas, éste es hombre, ésta es mujer, otro hombre, otra mujer, y otro más, y otra mujer, tres hombres y tres mujeres, vio restos de ataduras que parecían haber servido para inmovilizarles los cuellos, después bajó el foco de la linterna, ataduras iguales les prendían las piernas. Entonces, despacio, muy despacio, como una luz que no tuviera prisa en aparecer, aunque llegaba para mostrar la verdad de las cosas hasta en sus más oscuros y recónditos escondrijos, Cipriano Algor se vio entrando otra vez en el horno de la alfarería, vio el banco de piedra que los albañiles dejaron abandonado y se sentó en él, y otra vez escuchó la voz de Marcial, ahora con palabras diferentes, llaman y vuelven a llamar, inquietas, desde lejos, Padre, me oye, respóndame, la voz retumba en el interior de la gruta, los ecos van de pared a pared, se multiplican, si Marcial no se calla un minuto no será posible que oigamos la voz de Cipriano Algor diciendo, distante, como si ella misma fuese también un eco, Estoy bien, no te preocupes, no tardo. El miedo había desaparecido. La luz de la linterna acarició una vez más los míseros rostros, las manos sólo piel y hueso cruzadas sobre las piernas, y, más aún, guió la propia mano de Cipriano Algor cuando tocó, con respeto que sería religioso si no fuese humano simplemente, la frente seca de la primera mujer. Ya nada le retenía allí, Cipriano Algor había comprendido. Como el camino circular de un calvario, que siempre encuentra un calvario delante, la subida fue lenta y dolorosa. Marcial bajó a su encuentro, alargó la mano para ayudarlo, al salir de la oscuridad hacia la luz venían abrazados y no sabían desde cuándo. Exhausto de fuerzas, Cipriano Algor se dejó caer en el escabel, inclinó la cabeza sobre la mesa y, sin ruido, apenas se notaba el estremecimiento de los hombros, comenzó a llorar. No se contenga, padre, yo también he llorado, dijo Marcial. Poco después, más o menos recompuesto de la emoción, Cipriano Algor miró al yerno en silenció, como si en aquel momento no tuviera una manera mejor de decirle que lo estimaba, después preguntó, Sabes qué es aquello, Sí, leí algo hace tiempo, respondió Marcial, Y también sabes que lo que está ahí, siendo lo que es, no tiene realidad, no puede ser real, Lo sé, Y con todo yo he tocado con esta mano la frente de una de esas mujeres, no ha sido una ilusión, no ha sido un sueño, si volviese ahora encontraría los mismos tres hombres y las mismas tres mujeres, las mismas cuerdas atándolos, el mismo banco de piedra, la misma pared ante ellos, Si no son los otros, puesto que no existieron, quiénes son éstos, preguntó Marcial, No sé, pero después de verlos pienso que tal vez lo que realmente no exista sea eso a lo que damos el nombre de no existencia. Cipriano Algor se levantó lentamente, las piernas todavía le temblaban, pero, en general, las fuerzas del cuerpo habían regresado. Dijo, Cuando bajaba tuve la sensación de ver algo que podría ser un muro y una plataforma, si pudieras mudar la orientación de uno de esos focos, no necesitó terminar la frase, Marcial ya estaba girando una rueda, accionando una manilla, y luego la luz se extendió suelo adentro hasta chocar con la base de un muro que atravesaba la gruta de lado a lado, pero sin llegar a las paredes. No había ninguna plataforma, sólo un paso a lo largo del muro. Falta una cosa, murmuró Cipriano Algor. Avanzó algunos pasos y de repente se detuvo, Aquí está, dijo. En el suelo se veía una gran mancha negra, la tierra estaba requemada en ese lugar, como si durante mucho tiempo allí hubiera ardido una hoguera. No merece la pena seguir preguntando si existieron o no, dijo Cipriano Algor, las pruebas están aquí, cada cual sacará las conclusiones que crea justas, yo ya tengo las mías. El foco volvió a su sitio, la oscuridad también, después Cipriano Algor preguntó, Quieres que me quede haciéndote compañía, No, gracias, dijo Marcial, vuelva a casa, Marta debe de estar angustiada, pensando lo peor, Entonces, hasta luego, Hasta luego, padre, hizo una pausa, y luego, con una sonrisa medio constreñida, como de un adolescente que se retrae en el mismo instante en que se entrega, añadió, Gracias por haber venido.

Cipriano Algor miró el reloj cuando llegó al piso cero-cinco. Eran las cuatro y media. El montacargas lo llevó al trigésimo cuarto piso. Nadie lo había visto. Marta le abrió la puerta silenciosamente, con los mismos cuidados volvió a cerrarla, Cómo está Marcial, preguntó, Está bien, no te preocupes, tienes un gran hombre, te lo digo yo, Qué hay abajo, Deja que me siente primero, estoy como si me hubiesen dado una paliza, estos esfuerzos ya no son para mi edad, Qué hay abajo, volvió a preguntar Marta después de haberse sentado, Abajo hay seis personas muertas, tres hombres y tres mujeres, No me sorprende, era exactamente lo que pensaba, que se trataría de restos humanos, sucede con frecuencia en las excavaciones, lo que no comprendo es por qué todos estos misterios, tanto secreto, tanta vigilancia, los huesos no huyen, y no creo que robarlos mereciese el trabajo que daría, Si hubieses bajado conmigo comprenderías, todavía estás a tiempo de ir allí, Deje esas ideas, No es fácil dejar esas ideas después de haber visto lo que he visto, Qué ha visto, quiénes son esas personas, Esas personas somos nosotros, dijo Cipriano Algor, Qué quiere decir, Que somos nosotros, yo, tú, Marcial, el Centro todo, probablemente el mundo, Por favor, explíquese, Pon atención, escucha. La historia tardó media hora en ser contada. Marta la oyó sin interrumpir una sola vez. Al final, dijo, Sí, creo que tiene razón, somos nosotros. No hablaron más hasta que llegó Marcial. Cuando entró, Marta se le abrazó con fuerza, Qué vamos a hacer, preguntó, pero Marcial no tuvo tiempo de responder. Con voz firme, Cipriano Algor decía, Vosotros decidiréis vuestras vidas, yo me voy.


Sus cosas están aquí, dijo Marta, no era mucho, caben de sobra en la maleta más pequeña, parece que intuyó que iba a estar sólo tres semanas, Llega un momento en la vida en que debería bastarnos con llevar a la espalda el propio cuerpo, dijo Cipriano Algor, La frase es bonita, sí señor, pero lo que me gustaría es que me dijera de qué va a vivir, Mira los lirios del campo, que no hilan ni tejen, También es bonita esa frase, por eso ellos nunca consiguieron dejar de ser lirios, Eres una escéptica rabiosa, una cínica repugnante, Padre, por favor, estoy hablando en serio, Perdona, Comprendo que haya sido un choque para usted, como también, incluso sin haber estado allí, lo fue para mí, comprendo que aquellos hombres y aquellas mujeres son mucho más que simples personas muertas, No sigas, porque ellos son mucho más que simples personas muertas yo no quiero seguir viviendo aquí, Y nosotros, y yo, preguntó Marta, Decidiréis vuestra vida, yo ya he decidido la mía, no voy a quedarme el resto de mis días atado a un banco de piedra y mirando una pared, Y cómo vivirá, Tengo el dinero que pagaron por las figurillas, dará para uno o dos meses, luego ya veremos, No me refería al dinero, de una u otra manera no le faltará lo necesario para alimentarse y vestirse, lo que quiero decir es que tendrá que vivir solo, Tengo a Encontrado, vosotros iréis a visitarme de vez en cuando, Padre, Qué, Isaura, Qué tiene que ver Isaura con esto, Me dijo que la situación entre ambos había cambiado, no explicó cómo ni por qué, pero me lo dijo, Y es verdad, Siendo así, Siendo así, qué, Podrían vivir juntos, quiero decir. Cipriano Algor no respondió. Tomó la maleta, Me voy, dijo. La hija se abrazó a él, Iremos en el primer descanso de Marcial, mientras tanto vaya dando noticias, cuando llegue telefonéeme para decir cómo estaba la casa, y Encontrado, no se olvide de Encontrado. Con un pie fuera de la puerta, Cipriano Algor dijo aún, Dale un abrazo a Marcial, Ya se lo ha dado, ya se ha despedido de él, Sí, pero dale otro. Cuando llegó al final del pasillo, volvió la cabeza. La hija estaba al fondo, entre las puertas, le hacía un gesto de adiós con una mano mientras se tapaba la boca con la otra para no estallar en sollozos. Hasta pronto, dijo, pero ella no lo oyó. El montacargas lo llevó al garaje, ahora era necesario saber dónde había dejado estacionada la furgoneta y si arrancaría después de tres semanas sin ser movida, a veces las baterías juegan malas pasadas, Era lo que faltaba, pensó, inquieto. No sucedió lo que temía, la furgoneta cumplió con su obligación. Es cierto que no hizo contacto a la primera ni a la segunda, pero a la tercera arrancó con un ruido digno de otro motor. Minutos después Cipriano Algor estaba en la avenida, no diremos que tenía el camino abierto ante él, pero podría haber sido mucho peor, pese a la lentitud era la propia corriente del tráfico la que lo llevaba. No es de extrañar que el tránsito sea intenso, los automóviles adoran los domingos y para el dueño de un coche es casi imposible resistir la llamada presión psicológica, al automóvil le basta estar allí, no necesita hablar. En fin, la ciudad quedó atrás, los barrios de la periferia van pasando, dentro de poco aparecerán las chabolas, en tres semanas habrán llegado a la carretera, no, todavía les faltan unos treinta metros, y luego está el Cinturón Industrial, casi todo parado, sólo unas cuantas fábricas que parecen hacer de la elaboración continua su religión, y ahora el triste Cinturón Verde, los invernaderos pardos, grises, lívidos, por eso las fresas habrán perdido el color, no falta mucho para que sean blancas por fuera como ya lo van siendo por dentro y tengan el sabor de cualquier cosa que no sepa a nada. Giremos ahora a la izquierda, allí a lo lejos, donde se ven aquellos árboles, sí, aquellos que están juntos como si fueran un ramillete, hay un importante yacimiento arqueológico todavía por explorar, lo sé de buena fuente, no todos los días se tiene la suerte de recibir una información de éstas directamente de la boca del propio fabricante. Cipriano Algor se ha preguntado cómo es posible que se haya dejado encerrar durante tres semanas sin ver el sol y las estrellas, a no ser, forzando el cuello, desde un trigésimo cuarto piso con ventanas que no se podían abrir, cuando tenía aquí este río, es cierto que maloliente y menguado, este puente, es cierto que viejo y mal cuidado, y estas ruinas que fueron casas de personas, y el pueblo donde había nacido, crecido y trabajado, con su carretera cruzándolo y la plaza a un lado, esos que van por allí, aquel hombre y aquella mujer, son los padres de Marcial, todavía no los habíamos visto pese al tiempo que ya dura esta historia, a esta distancia nadie diría que tienen el mal carácter que se les atribuye y del que dieron pruebas suficientes, es el peligro de las apariencias, cuando nos engañan siempre será para peor. Cipriano Algor saca el brazo por la ventanilla de la furgoneta y les saluda como si fuesen viejos amigos, mejor hubiera sido que no lo hiciese, lo más probable es que ahora vayan pensando que se burló de ellos, y no es verdad, la intención no era ésa, lo que sucede es que Cipriano Algor está contento, dentro de tres minutos verá a Isaura y tendrá a Encontrado en los brazos, si no es precisamente al contrario el acontecimiento, es decir, Isaura en los brazos y Encontrado dando saltos, esperando que le presten atención. La plaza se quedó atrás, de repente, sin avisar, se le encogió el corazón a Cipriano Algor, él sabe de la vida, ambos lo saben, que ninguna dulzura de hoy será capaz de aminorar el amargor de mañana, que el agua de esta fuente no podrá matarte la sed en aquel desierto, No tengo trabajo, no tengo trabajo, murmuró, y ésa era la respuesta que debería haber dado, sin más adornos ni subterfugios, cuando Marta le preguntó de qué iba a vivir, No tengo trabajo. En esta misma entrada, en este mismo lugar, como en el día que venía del Centro con la noticia de que no le compraban más loza, Cipriano Algor disminuyó la velocidad de la furgoneta. No quería llegar, quería haber llegado, y entre una cosa y otra ahí está la esquina de la calle donde vive Isaura Madruga, la casa es aquélla, de súbito la furgoneta tuvo mucha prisa, de súbito frenó, de súbito saltó de ella Cipriano Algor, de súbito subió los escalones, de súbito tocó el timbre. Llamó una vez, dos, tres veces. Nadie apareció para abrir la puerta, nadie dio señal desde dentro, no vino Isaura, no ladró Encontrado, el desierto que era para mañana se había adelantado a hoy. Y deberían estar aquí los dos, hoy es domingo, no se trabaja, pensó. Desconcertado regresó a la furgoneta, cruzó los brazos sobre el volante, lo normal sería preguntarle a los vecinos, pero nunca le había gustado dar a saber de su vida, verdaderamente, cuando estamos preguntando por alguien estamos diciendo sobre nosotros mucho más de lo que se podría imaginar, lo que nos salva es que las personas preguntadas, en su mayoría, no tienen el oído preparado para comprender lo que se oculta tras palabras tan aparentemente inocentes como éstas, Por casualidad ha visto a Isaura Madruga. Dos minutos después reconocía que, pensándolo bien, tan sospechoso debería ser estar parado esperando frente a la casa como ir, con ademán de falsa naturalidad, a preguntarle al primer vecino si, por casualidad, se había fijado en la salida de Isaura. Voy a buscar por ahí, pensó, puede ser que los encuentre. La vuelta por la aldea resultó inútil, Isaura y Encontrado parecían borrados de la faz de la tierra. Cipriano Algor decidió irse a casa, volvería a intentarlo al final de la tarde, Salieron a algún sitio, pensó. El motor de la furgoneta cantó la canción del regreso al hogar, el conductor ya veía las ramas más altas del moral, y de repente, como un relámpago negro, Encontrado vino desde arriba, ladrando, corriendo ladera abajo como si hubiese enloquecido, el corazón de Cipriano Algor estuvo a una pulsación del desfallecimiento, y no por causa del animal, este amor, por muy grande que sea, no llega a tanto, es que piensa que Encontrado no está solo y que, si no está solo, sólo hay una persona en el mundo que pueda estar con él. Abrió la puerta de la furgoneta, de un brinco el perro se le subió a los brazos, al fin el perro fue el primero, y le lamía la cara y no lo dejaba ver el camino, ese en el que aparece atónita Isaura Madruga, suspéndase ahora todo, por favor, que nadie hable, que nadie se mueva, que nadie se entrometa, ésta es la escena conmovedora por excelencia, el coche que viene subiendo la ladera, la mujer que en lo alto da dos pasos y de pronto no puede andar más, vean sus manos apretadas contra el pecho, a Cipriano Algor que sale de la furgoneta como si entrara en un sueño, Encontrado que va detrás y se le enreda en las piernas, sin embargo no sucederá nada malo, era lo que faltaba, caerse antiestéticamente uno de los personajes principales en el momento culminante de la acción, este abrazo y este beso, estos besos y estos abrazos, cuántas veces será necesario que os recuerde que el mismo amor que devora está suplicando que lo devoren, siempre ha sido así, siempre, pero hay ocasiones en que nos damos más cuenta. En un intervalo entre dos besos Cipriano Algor preguntó, Y cómo es que estás aquí, pero Isaura no respondió en seguida, había otros besos que dar y recibir, tan urgentes como el primero de todos, por fin tuvo aliento suficiente para decir, Encontrado huyó al día siguiente de que te fueras, abrió un agujero en la cerca del huerto y se vino aquí, no hubo manera de obligarlo a volver, estaba decidido a esperarte hasta no sé cuándo, el único remedio era dejarlo, traerle la comida y el agua, hacerle un poco de compañía, aunque yo crea que no la necesitaba. Cipriano Algor buscaba en los bolsillos la llave de casa, mientras iba pensando e imaginando, Vamos a entrar los dos, vamos a entrar juntos, y la tenía finalmente en la mano cuando vio que la puerta estaba abierta, que es como deben estar las puertas para quien, viniendo de lejos, llega, no necesitó preguntar por qué, Isaura le decía tranquilamente, Marta me dejó una llave para que viniera de vez en cuando a airear la casa, a limpiarle el polvo, así, con esto de Encontrado, he estado viniendo todos los días, por la mañana antes de ir a la tienda, y al final de la tarde, después de acabar el trabajo. Dio la sensación de que tenía algo más que añadir, pero los labios se le cerraron con firmeza como para impedir el paso a las palabras, no saldréis de ahí, ordenaban, pero ellas se juntaron, unieron fuerzas, y lo máximo que el pudor consiguió fue que Isaura bajara la cabeza y redujera la voz a un murmullo, Una noche me quedé a dormir en tu cama, dijo. Entendámonos, este hombre es alfarero, trabajador manual por tanto, sin finuras de formación intelectual y artística salvo las necesarias para el ejercicio de su profesión, con una edad ya más que madura, se crió en un tiempo en que lo corriente era que las personas tuvieran que refrenar, cada una en sí misma y todas en toda la gente, las expresiones del sentimiento y las ansiedades del cuerpo, y si es cierto que no serían muchos los que en su medio social y cultural podrían echarle un pulso en cuestiones de sensibilidad y de inteligencia, oír decir así de sopetón de boca de una mujer con quien nunca yaciera en intimidad, que durmió, ella, en la cama de él, por muy enérgicamente que estuviera andando hacia la casa donde el equívoco caso se produjo, forzosamente tendría que suspender el paso, mirar con pasmo a la osada criatura, los hombres, confesémoslo de una vez, nunca acabarán de entender a las mujeres, felizmente éste consiguió, sin saber cómo, descubrir en medio de su confusión las palabras exactas que la ocasión pedía, Nunca más dormirás en otra. Realmente, esta frase tenía que ser así, se perdería todo el efecto si hubiese dicho, por ejemplo, como quien pone su firma en un pacto de conveniencia, Bueno, puesto que tú dormiste en mi cama, iré yo a dormir a la tuya. Se habían abrazado nuevamente Isaura y Cipriano Algor después de que él dijera, no cuesta nada imaginar con qué entusiasmo lo hacía, pero tuvo un súbito sobresalto del que los sentimientos de la pasión, al parecer, no participaban, Olvidé sacar la maleta del coche, fue esto lo que dijo. Sin prever todavía las consecuencias del prosaico acto, con Encontrado dando saltos tras él, abrió la puerta de la furgoneta y sacó la maleta. Tuvo la primera intuición de lo que sucedería cuando entró en la cocina, la segunda cuando entró en el dormitorio, aunque la certeza cierta sólo la tuvo cuando Isaura, con una voz que se esforzaba en no temblar, le preguntó, Has venido para quedarte. La maleta estaba en el suelo, a la espera de que alguien la abriese, esa operación, si bien que necesaria, podía aguardar para más tarde. Cipriano Algor cerró la puerta. Hay momentos así en la vida, para que el cielo se abra es necesario que una puerta se cierre. Media hora después, ya en paz, como una playa de donde se va retirando la marea, Cipriano Algor contó lo que había pasado en el Centro, el descubrimiento de la gruta, la imposición del secreto, la vigilancia, el descenso a la excavación, la tiniebla de dentro, el miedo, los muertos atados al banco de piedra, las cenizas de la hoguera. Al principio, cuando vio que la furgoneta subía la ladera, Isaura pensó que Cipriano Algor volvía a casa por no haber podido aguantar más la separación y la ausencia, y esa idea, como es de suponer, halagó su ansioso corazón de amante, pero ahora, con la cabeza descansando en lo cóncavo del hombro de él, sintiendo su mano en la cintura, las dos razones le parecen igualmente justas, y, además, si nos tomáramos el trabajo de observar que hay por lo menos una cara, la de la insoportabilidad, en que una y otra se tocan y se hacen comunes, automáticamente deja de existir cualquier motivo serio para afirmar que las dos razones son contradictorias entre sí. Isaura Madruga no es particularmente versada en historias antiguas e invenciones mitológicas, pero sólo necesitó de dos palabras simples para comprender lo esencial de la cuestión. Aunque las conozcamos ya, no se pierde nada en dejarlas escritas otra vez, Éramos nosotros.

Por la tarde, como estaba acordado, Cipriano Algor telefoneó a Marta para decirle que había llegado bien, que la casa estaba como si la hubiesen dejado ayer, que a Encontrado poco le faltó para enloquecer de felicidad y que Isaura le mandaba un abrazo. Desde dónde está hablando, preguntó Marta, Desde casa, por supuesto, E Isaura, Isaura está aquí a mi lado, quieres hablar con ella, Sí, pero dígame primero qué pasa, A qué te refieres, A eso mismo, a que esté Isaura ahí, Te molesta, No diga disparates y deje de darle vueltas a la noria, respóndame, Isaura se queda conmigo, Y usted con quién se queda, Nos quedamos el uno con el otro, si es lo que querías oír. Al otro lado hubo un silencio. Después Marta dijo, Me ha dado una gran alegría, Por el tono nadie lo diría, El tono no tiene que ver con estas palabras, sino con las otras, Cuáles, El día de mañana, el futuro, Tendremos tiempo para pensar en el futuro, No finja, no cierre los ojos a la realidad, sabe perfectamente que el presente se ha acabado para nosotros, Vosotros estáis bien, nosotros ya nos arreglaremos, Ni yo estoy bien, ni está bien Marcial, Por qué, Si ahí no hay futuro, tampoco lo habrá aquí, Explícate mejor, por favor, Tengo un hijo creciéndome en la barriga, si él alguna vez quiere, cuando sea señor de sus actos, vivir en un sitio como éste, habrá hecho lo que era su voluntad, pero parirlo yo aquí, no, Deberías haber pensado en eso antes, Nunca es demasiado tarde para enmendar un error, incluso cuando las consecuencias ya no tienen remedio, y éstas todavía lo pueden tener, Cómo, Primero tenemos que conversar mucho, Marcial y yo, después ya veremos, Piensa bien, no te precipites, El error, padre, también puede ser la consecuencia de haber pensado bien, aparte de eso, que yo sepa, no está escrito en ninguna parte que precipitarse tenga que acarrear forzosamente malos resultados, Espero que nunca te equivoques, No soy tan ambiciosa, sólo querría no equivocarme esta vez, y ahora, si no le importa, punto final en el diálogo padre e hija, llámeme a Isaura, que tengo mucho que hablar con ella. Cipriano Algor le pasó el teléfono y salió a la explanada. Ahí está la alfarería donde un resto de barro solitario se va resecando, ahí está el horno donde trescientos muñecos se preguntan unos a otros por qué diablo los hicieron, ahí está la leña que inútilmente espera que la echen en el fogón. Y Marta que dice, Si ahí no tenemos futuro, aquí tampoco lo hay. Cipriano Algor ha conocido hoy la felicidad, el cielo abierto del amor que declarado se consumó, y ahora ahí están nuevamente las nubes de tormenta, las sombras malignas de la duda y del temor, basta ver que lo que el Centro le ha pagado por las estatuillas, aunque se aprieten el cinturón hasta el último agujero, no llegará para más de dos meses, y que la diferencia entre lo que la dependienta Isaura Madruga gana en la tienda y el cero debe de ser prácticamente otro cero. Y después, preguntó, mirando al moral, y el moral respondió, Después, viejo amigo, como siempre, el futuro.

Pasados cuatro días Marta volvió a telefonear, Apareceremos allí mañana por la tarde. Cipriano Algor hizo unas cuentas rápidas, Pero el descanso de Marcial no era ahora, Pues no, Entonces, Guarde las preguntas para cuando lleguemos, Quieres que vaya a buscaros, No merece la pena, tomaremos un taxi. Cipriano Algor le dijo a Isaura que le parecía extraña la visita, Salvo si, añadió, la distribución de las libranzas tuvo que ser alterada a causa de alguna confusión burocrática que el descubrimiento de la gruta haya provocado, pero en ese caso lo natural sería que ella lo hubiera dicho sin mandar que me guardara las preguntas para cuando estén aquí, Un día pasa deprisa, dijo Isaura, mañana lo sabremos. Al final, el día no pasó con tanta rapidez como Isaura auguraba. Veinticuatro horas pensando son muchas, veinticuatro horas se dice porque el sueño no es todo, de noche, probablemente, hay otros pensamientos en nuestra cabeza que corren una cortina y siguen pensando sin que nadie lo sepa. Cipriano Algor no se había olvidado de las categóricas palabras de Marta referidas al hijo que va a nacer, Parirlo aquí, no, una frase absolutamente explícita, sin rodeos, no uno de aquellos conjuntos de sonidos vocales más o menos organizados que incluso cuando afirman parecen dudar de sí mismos. La conclusión, por tanto, en buena lógica, sólo podría ser una, Marta y Marcial iban a abandonar el Centro. Si lo hicieren será un disparate, decía Cipriano Algor, de qué van a vivir después, Esa misma pregunta se nos podría hacer a nosotros, dijo Isaura, y no por eso me ves preocupada, Crees en la divina providencia que vela por los desvalidos, No, creo que hay ocasiones en la vida en que debemos dejarnos llevar por la corriente de lo que sucede, como si las fuerzas para resistir nos faltasen, pero de pronto comprendemos que el río se ha puesto a nuestro favor, nadie más se ha dado cuenta de eso, sólo nosotros, quien mire creerá que estamos a punto de naufragar, y nunca nuestra navegación fue tan firme, Ojalá que la ocasión en que nos encontramos sea una de ésas. No tardaría mucho en saberse. Marta y Marcial salieron del taxi, descargaron del maletero algunos bultos, menos de los que antes se llevaron al Centro, y Encontrado desahogó la emoción con dos arrebatadas vueltas alrededor del moral, y cuando el coche bajó la ladera para regresar a la ciudad Marcial dijo, Ya no soy empleado del Centro, pedí la baja como guarda. Cipriano Algor e Isaura no consideraron conveniente manifestar sorpresa, que encima sonaría a falsa, pero por lo menos una pregunta estaban obligados a hacer, una de esas preguntas inútiles sin las que parece que no podemos vivir, Estás seguro de que es lo mejor para vosotros, y Marcial respondió, No sé si es lo mejor o lo peor, hice lo que debía ser hecho, y no fui el único, también se despidieron otros dos colegas, uno externo y un residente, Y el Centro, cómo reaccionaron ellos, Quien no se ajusta no sirve, y yo ya había dejado de ajustarme, las dos últimas frases fueron pronunciadas después de la cena, Y cuándo sentiste que habías dejado de estar ajustado, preguntó Cipriano Algor, La gruta fue la última gota, como también lo fue para usted, Y para esos colegas tuyos, Sí, también para ellos. Isaura estaba de pie y comenzaba a quitar la mesa, pero Marta dijo, Déjalo, luego lo arreglamos entre las dos, tenemos que decidir qué vamos a hacer, dijo Cipriano Algor, Isaura opina que nos deberíamos dejar llevar por la corriente de lo que acontece, que siempre llega un momento en que sentimos que el río está a nuestro favor, Yo no he dicho siempre, corrigió Isaura, dije que hay ocasiones, de todos modos no me hagáis caso, es sólo una fantasía que me ha pasado por la cabeza, Para mí sirve, aprobó Marta, por lo menos se parece mucho a lo que nos ha venido sucediendo, Qué vamos a hacer entonces, preguntó el padre, Marcial y yo vamos a buscar nuestra vida lejos de aquí, está decidido, el Centro se acabó, la alfarería ya se había acabado, de una hora para otra hemos pasado a ser extraños en este mundo, Y nosotros, preguntó Cipriano Algor, No esperarán que sea yo quien les aconseje lo que tienen que hacer, Entiendo bien si entiendo que estás proponiendo que nos separemos, Entiende mal, lo que yo digo es que las razones de uno pueden no ser las razones de todos, Puedo dar una opinión, sugerir una idea, preguntó Isaura, en realidad no sé si tengo ese derecho, estoy en la familia no hace ni media docena de días, incluso me siento como si estuviera a prueba, como si hubiese entrado por la puerta trasera, Ya estabas por aquí desde hace meses, desde aquel famoso cántaro, dijo Marta, en cuanto a las otras palabras que has dicho, que te responda mi padre, Salvo que tiene una opinión que dar, una idea que sugerir, nada más he oído, así que cualquier apreciación mía en este momento estaría fuera del debate, dijo Cipriano Algor, Cuál es tu idea, preguntó Marta, Tiene que ver con aquella fantasía de la corriente que nos lleva, dijo Isaura, Explícate, Es la cosa más simple del mundo, Ya sé cuál es la idea, interrumpió Cipriano Algor, Cuál, preguntó Isaura, Nos vamos también, Exacto. Marta respiró hondo, Para tener ideas provechosas, no hay nada como ser mujer, Conviene que no nos precipitemos, dijo Cipriano Algor, Qué quieres decir, preguntó Isaura, Tienes tu casa, tu empleo, Y, Dejarlo todo así, volverle la espalda, Ya lo había dejado todo antes, ya le había vuelto la espalda antes cuando apreté aquel cántaro contra el pecho, realmente era necesario que fueras hombre para no comprender que te estaba apretando a ti, las últimas palabras casi se perdieron en una súbita irrupción de sollozos y de lágrimas. Cipriano Algor extendió tímidamente la mano, le tocó un brazo, y ella no pudo evitar que el llanto redoblase, o tal vez necesitara que así ocurriese, a veces no son suficientes las lágrimas que ya lloramos, tenemos que pedirles por favor que continúen.

Los preparativos del viaje ocuparon todo el día siguiente. Primero de una casa, luego de otra, Marta e Isaura escogieron lo que consideraron necesario para un viaje que no tenía destino conocido y que no se sabe cómo ni dónde terminará. La furgoneta fue cargada por los hombres, auxiliados por los ladridos de estímulo de Encontrado, nada inquieto hoy con lo que era, con claridad total, una nueva mudanza, porque en su cabeza de perro ni siquiera podría entrar la idea de que pretendieran abandonarlo por segunda vez. La mañana de la partida apareció con el cielo grisáceo, había llovido por la noche, en la explanada se veían, aquí y allí, pequeñas pozas de agua, y el moral, para siempre agarrado a la tierra, todavía goteaba. Vamos, preguntó Marcial, Vamos, dijo Marta. Subieron a la furgoneta, los dos hombres delante, las dos mujeres atrás, con Encontrado en medio, y cuando Marcial iba a poner el coche en movimiento, Cipriano Algor dijo bruscamente, Espera. Salió de la furgoneta y dirigió los pasos al horno, Adonde va, preguntó Marta, Qué irá a hacer, murmuró Isaura. La puerta del horno fue abierta, Cipriano Algor entró. Poco después salió, venía en mangas de camisa y se servía de la chaqueta para transportar algo pesado, unos cuantos muñecos, no podría ser otra cosa, Quiere llevárselos de recuerdo, dijo Marcial, pero se equivocaba, Cipriano Algor se aproximó a la puerta de la casa y comenzó a disponer las estatuillas en el suelo, de pie, firmes en la tierra mojada, y cuando las colocó a todas, volvió al horno, en ese momento ya los otros viajeros habían bajado de la furgoneta, ninguno hizo preguntas, uno a uno entraron también en el horno y fueron sacando los muñecos al aire libre, Isaura corrió a la furgoneta para buscar un cesto, un saco, cualquier cosa, y las figurillas iban poco a poco ocupando el espacio frente a la casa, y entonces Cipriano Algor entró en la alfarería y retiró con cuidado de la estantería las figurillas defectuosas que había juntado, y las unió a sus hermanas correctas y sanas, con la lluvia se convertirán en barro, y después en polvo cuando el sol las seque, pero ése es el destino de todos nosotros, ahora ya no es delante de la casa donde las figurillas están de guardia, también defienden la entrada de la alfarería, al final serán más de trescientos muñecos mirando de frente, payasos, bufones, esquimales, mandarines, enfermeras, asirios de barbas, hasta ahora Encontrado no ha derribado ninguno, Encontrado es un perro consciente, sensible, casi humano, no necesita que le expliquen lo que está pasando aquí. Cipriano Algor cerró la puerta del horno, dijo, Ahora podemos irnos. La furgoneta hizo la maniobra y bajó la cuesta. Llegando a la carretera giró a la izquierda. Marta lloraba con los ojos secos, Isaura la abrazaba, mientras Encontrado se enroscaba en una esquina del asiento por no saber a quién acudir. Algunos kilómetros andados, Marcial dijo, Escribiré a mis padres cuando paremos para almorzar. Y luego, dirigiéndose a Isaura y al suegro, Había un cartel, de esos grandes, en la fachada del Centro, a que no son capaces de adivinar lo que decía, preguntó, No tenemos ni idea, respondieron ambos, y entonces Marcial dijo, como si recitase, EN BREVE, APERTURA AL PÚBLICO DE LA CAVERNA DE PLATÓN, ATRACCIÓN EXCLUSIVA, ÚNICA EN EL MUNDO, COMPRE YA SU ENTRADA.


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