47

La rendición oficial tiene lugar al aire libre, en la plaza de armas del Palacio Real. Allí está Akkarat para saludar a Kanya y aceptar su khrab de sumisión. Los barcos de AgriGen ya han atracado en los muelles y han empezado a vaciar sus bodegas, repletas de arroz U-Tex y SoyPRO. Las semillas estériles de los monopolios cerealistas, algunas de ellas destinadas a alimentar al pueblo ahora, algunas para que los agricultores tailandeses las utilicen en el próximo ciclo de siembra. Desde su puesto, Kanya puede ver las velas de las corporaciones, cuyos logotipos de trigo rojo ondean por encima del borde del dique.

Se rumoreaba que la Reina Niña presidiría la ceremonia y cimentaría el nuevo mandato de Akkarat, por lo que la multitud de asistentes es mayor de lo esperado. Pero en el último momento se anunció que la regente no iba a asistir, después de todo, de modo que todos los curiosos soportan estoicamente el calor de una estación seca que ya se ha prolongado más de la cuenta, sudando y sofocados mientras Akkarat sube al estrado al compás de los cánticos de los monjes. Como nuevo somdet chaopraya, jura proteger al reino mientras dure este tumultuoso estado de ley marcial; se gira y contempla al ejército, a los civiles y a los restantes camisas blancas a las órdenes de Kanya, todos ellos desplegados ante él.

Aunque el sudor surca las sienes de Kanya, se niega a moverse. A pesar de que ha dejado el Ministerio de Medio Ambiente en manos de Akkarat, todavía desea presentarlo de la manera más favorable y disciplinada posible, de modo que se mantiene en posición de firmes, sudando, con Pai a su lado en primera fila, escrupulosamente cincelados sus rasgos en una expresión de inmovilidad.

Divisa a Narong que está de pie algo por detrás de Akkarat, contemplando el procedimiento. El hombre inclina la cabeza en su dirección, y Kanya debe realizar un esfuerzo para no perder los estribos y gritarle que toda esta devastación es obra suya. Caprichosa, absurda y evitable. Kanya rechina los dientes, suda y taladra la frente de Narong con su odio. Es ridículo. A quien en realidad odia es a sí misma. Va a rendir oficialmente ante Akkarat a los últimos de sus hombres, a aceptar la disolución de los camisas blancas.

Jaidee se encuentra a su lado, atento y pensativo.

– ¿Tienes algo que decir? -masculla Kanya.

Jaidee se encoge de hombros.

– El resto de mi familia ha perecido. Durante el conflicto.

Kanya contiene el aliento.

– Lo siento. -Desearía poder estirar el brazo. Tocarlo.

Jaidee esboza una sonrisa lacónica.

– Así es la guerra. Es lo que he intentado explicarte siempre.

Kanya se dispone a responder, pero Akkarat le hace una seña. Ha llegado el momento de la humillación. Cómo detesta a ese hombre. ¿Cómo es posible que la rabia de su niñez se haya malogrado de esta forma? De pequeña juró destruir a los camisas blancas, y sin embargo ahora el hedor de los jardines incendiados del ministerio impregna su victoria. Kanya sube los escalones y ejecuta su khrab. Akkarat deja que permanezca postrada un buen rato. Sobre su cabeza, Kanya puede oír cómo se dirige a la muchedumbre.

– Es natural llorar por la pérdida de una persona como el general Pracha. Aunque no fuera leal, sí era apasionado, y al menos por eso le debemos un ápice de respeto. Sus últimos días no fueron los únicos. Dedicó muchos años al servicio del reino. Trabajó por defender a nuestro pueblo en épocas de gran incertidumbre. Nunca criticaré su labor, aunque, al final, se descarriara.

Tras una pausa, continúa:

– Nosotros, como reino, debemos sanar. -Pasea la mirada sobre los reunidos-. Como muestra de buena voluntad, me complace anunciar que la reina ha aceptado mi petición de conceder el indulto a todos los contendientes que lucharon a las órdenes del general Pracha y a favor de su intento de golpe de Estado. Incondicionalmente. Para todos aquellos que aún deseéis servir al Ministerio de Medio Ambiente, espero que desempeñéis vuestra labor con orgullo. Nos enfrentamos a todo tipo de retos y nadie sabe qué nos depara el destino.

Le indica a Kanya que se levante y se acerca a ella.

– Capitana Kanya, aunque te opusiste al reino y al palacio, te concedo el perdón y algo más. -Otra pausa-. Debemos reconciliarnos. Todos nosotros, como reino y nación, debemos reconciliarnos. Tendernos la mano unos a otros.

Kanya siente cómo se le revuelven las tripas, asqueada por toda la ceremonia.

– Puesto que ostentas el rango más alto dentro del Ministerio de Medio Ambiente -prosigue Akkarat-, te designo como su líder. Tu deber es el mismo de antes. Proteger al reino y a Su Majestad la Reina.

Kanya se queda mirando fijamente a Akkarat. Detrás de él, Narong sonríe ligeramente. Inclina la cabeza en señal de respeto. Kanya no tiene palabras. Compone un wai, muda de asombro. Akkarat esboza una sonrisa.

– General, tus hombres pueden retirarse. Mañana debemos empezar a reconstruir.

Kanya hace un nuevo wai y se da la vuelta, sin recuperarse de su consternación. De su garganta solo sale un graznido. Traga saliva y repite la orden, con la voz rota. Las miradas que sostienen la suya muestran tanta sorpresa y recelo como siente ella. Por un momento teme que la tomen por una farsante, que se nieguen a obedecer. Un instante después, sin embargo, las filas de camisas blancas se vuelven como un solo hombre y comienzan a desfilar. Los uniformes resplandecen a la luz del sol. Jaidee se aleja con ellos pero, y esto es lo más doloroso de todo, no sin antes despedirse de Kanya con un wai reservado a los generales de verdad.

Загрузка...