MARTES, 2 DE OCTUBRE DE 2001

(dos meses más tarde)

Capítulo 32

Martes, 2 de octubre de 2001.

Urbanización Bassindale

Eileen Hinkley dijo que Jimmy estaba montando un numerito cuando este sacó de una bolsa de plástico una manta de viaje de vivos colores, le cubrió las rodillas y la remetió por los lados de la silla de ruedas.

– Es un regalo -dijo él, antes de desaparecer en el dormitorio de la anciana y mirar dentro de los armarios.

– Si buscas algo que robar pierdes el tiempo -le advirtió ella a voces con tono alegre-. La única cosa de valor que poseo es mi anillo de pedida… y tendrás que rebanarme el dedo para quitármelo.

Jimmy volvió al salón con una colección de sombreros en las manos.

– Ya lo sé -repuso-. Me di cuenta la primera vez que la vi. -Sostuvo en alto una boina-. ¿Qué le parece este? ¿No? Este otro. -Desechó los demás dejándolos en el sofá y colocó un sombrero de fieltro marrón sobre el cabello cano y lacio de la anciana ladeándolo con un aire desenfadado-. Perfecto.

– ¿Por qué tengo que llevar sombrero? -inquirió Eileen con recelo, mientras Jimmy hacía girar la silla de ruedas para empujarla después en dirección a la puerta de entrada.

– Fuera hace frío.

Habían limpiado y pintado el ascensor desde que la agente Hanson había manchado de sangre el suelo del mismo. Uno seguía sin saber cómo se lo encontraría, y los jóvenes del lugar continuaban utilizándolo como retrete los fines de semana, pero los vecinos del bloque habían elaborado una lista de turnos de limpieza y el ascensor olía con más frecuencia a desinfectante que a orina. También se observaban otros pequeños cambios. Alguien había importado unas macetas al vestíbulo, y las colillas solían barrerse con regularidad. No tardarían en empezar a verse alfombrillas y cortinas, pensaba a menudo Jimmy.

El joven empujó la silla a través del portal para sacar a Eileen a aquella borrascosa tarde de octubre.

– ¿Adónde vamos? -preguntó ella sujetándose el sombrero.

– No muy lejos.

La anciana se remetió la manta bajo los muslos.

– ¿Te he dicho que Wendy Hanson vino a verme el otro día?

– ¿La policía?

– Sí. Va a volver a la universidad para formarse como maestra de parvulario. Dice que cree que se llevará mejor con los menores de cinco años.

– ¿Y será así o qué?

La anciana soltó una risita.

– Me imagino que no. Se morirá de miedo en cuanto empiecen a pelearse. Ha visto demasiadas películas. Tiene la idea de que los niños pequeños son angelitos y que la corrupción no empieza a darse hasta el instituto.

– ¿Sigue yendo a ver al viejo que le pegó?

Eileen hizo un gesto de desaprobación.

– Es una masoquista… dice que es un enfermo de Alzheimer en toda regla… que ni siquiera la reconoce… pero siente que tiene el deber para con él de pasar una hora a la semana en el hogar de ancianos. ¿Alguna vez has oído semejante estupidez? El viejo casi la mata, y ella cree que tuvo la culpa por alterarlo. Tendría que haberse hecho monja. El martirio y la santidad le llaman.

Jimmy esbozó una sonrisa burlona.

– Ya la han timado bien. Corre el rumor de que el abogado del viejo lo internó en un hospital psiquiátrico para evitar que lo llevara a juicio. Vamos, que si de verdad hubiera tenido Alzheimer, no habría podido meterla en el ascensor y pegar el letrero de averiado en la puerta. Es de cajón.

Pasaron por delante del economato, también pintado de nuevo y reformado. Habían plantado árboles jóvenes en la nueva zona peatonal que habían creado delante y abierto más tiendas -subvencionadas con dinero público-, lo que confería a la zona un aire de prosperidad social inconcebible hasta entonces. Eileen comentó lo bonito que empezaba a verse el lugar antes de ladear la cabeza al oír el sonido de máquinas excavadoras a lo lejos.

– ¿Ya han empezado en Humbert Street?

– Sí. Ayer tiraron la primera casa.

– ¿De verdad van a derribarlas todas?

– Hasta el último ladrillo. Y las de Bassett Road también. Van a echar abajo todo lo que hay entre Bassindale y Forest para empezar de nuevo.

– Ya era hora -dijo Eileen con franqueza-, aunque sea como cerrar la puerta del establo cuando el caballo ya se ha desbocado. ¿Estás contento en tu nueva casa, Jimmy?

– Ya lo creo. Es un palacio comparada con la última. Esta vez tenemos un jardín como es debido, y además nos han dado la posibilidad de quedarnos en ella o mudarnos a una de las nuevas cuando las acaben de construir. Vamos a esperar a ver cómo son antes de decidirnos.

Eileen se giró para mirarlo.

– ¿Es ahí adonde vamos?

– No se lo voy a decir.

– ¿Habrá gente a donde vamos? ¿Por eso me has tapado con una manta y me has puesto un sombrero? ¿Te avergüenzas de mí, Jimmy?

Jimmy le apretó el hombro.

– Estoy orgulloso de usted. Todo el mundo lo está. Es usted la señora mayor más famosa de Acid Row. Consideran que salvó más vidas que nadie al convencer a sus amistades y los parientes de estas de que abrieran las puertas de sus casas.

– Pero no lo suficiente -observó Eileen con tristeza-. Sigo pensando en el pobre Arthur Miller y en el joven Colin. Qué pérdida tan terrible, Jimmy. Gaynor nunca lo superará, ¿no crees?

– No -respondió Jimmy con franqueza-, aunque no tiene tanto tiempo para pensar en él desde que usted le ofreció que hiciera visitas a domicilio a las socias del Teléfono de la Amistad. Se lleva a Johnnie, Ben y Rosie con ella, y las señoras mayores se vuelven locas. La mitad de ellas están tan confundidas que creen que son sus nietos… pero al menos les hace volver a sentirse parte de una familia.

– ¿Y tú qué, Jimmy? ¿Llegarás algún día a superarlo?

– Supongo -respondió con tono grave-. Cuando deje de tener deseos de matar a Wesley y a esa zorra de asesora sanitaria. Sigue intentando hacer creer al personal que le dijo a Mel que Milosz no era peligroso… dice que no es culpa suya que Mel sea tan burra que lo entendiera todo al revés.

La anciana volvió la cabeza.

– Nadie la cree, querido. A la gente se la juzga por sus acciones, y la señorita Baldwin ha sido maliciosa toda su vida. Todos lo que la conocen lo saben. Es una mujer necia. En la vida se cosecha lo que se siembra, y ella va sembrando animadversión allí por donde va. Wendy Hanson dice que sus ex compañeros están hasta la coronilla de sus quejumbrosas excusas y están estudiando la manera de presentar cargos contra ella por instigación.

– Nunca podrán probarlo-repuso Jimmy.

– Quizá no, pero puede que sirva para que se enfrente a lo que hizo. En este mundo hay mucho agitador, y poco conciliador. -Eileen tendió su garra de anciana hacia el hombro para darle unas palmaditas a Jimmy en la mano-. Sean cuales sean tus otros pecados, Jimmy, tú eres un conciliador. Una rara especie, y de las buenas. Nunca permitas que la ira te convenza de lo contrario.

Jimmy le plantó un beso en los dedos nudosos.

– ¿Qué otros pecados? Recuerde que soy el Gran J. El hombre importante. El héroe de la hora sangrienta. El que por primera vez en su vida obró como debía.

Eileen soltó otra risita.

– ¿Y cómo lo llevas?

– ¿Qué puedes esperar cuando te pagan una miseria por llevar un centro juvenil destartalado?. Tengo la impresión de pasarme el día haciendo de Cetshawayo entre las bandas para impedir que se maten entre sí. Aunque entre ellos hay buenos músicos, todo hay que decirlo.

– ¿Es ahí adonde fue a parar todo el equipo sonoro?

– ¿Qué equipo sonoro?

– Los aparatos que desaparecieron misteriosamente del número veintitrés.

Jimmy, divertido, lanzó un gruñido.

– No hay ningún misterio. Milosz me lo cedió por escrito en agradecimiento por haberle salvado la vida. Tengo el documento que lo prueba firmado de su puño y letra.

– Sophie me dijo que se pasó tres días inconsciente.

Jimmy mostró una amplia sonrisa.

– Fui a verle unas cuantas veces al hospital mientras operaban a Mel. Tuvo un extraño momento de lucidez a las dos de la noche. Se incorporó y firmó el documento. Llévatelo todo, me dijo, tienes mi consentimiento.

Eileen chasqueó la lengua con vehemencia.

– Hay que joderse -dijo con tono alegre-. Tú te lo agenciaste antes de que otro pudiera hacerlo. Dolly Carthew me dijo que sacaste el material a escondidas por detrás mientras la policía registraba la parte de delante, y lo guardaste en una de sus habitaciones vacías durante una semana.

– Esa boca, señora H.

– Tú has sido una influencia muy mala para mí. Digo palabrotas… soy cómplice de actos delictivos… y nunca me había sentido tan útil desde hacía años.

La risa contagiosa de Jimmy sonó sobre su cabeza.

– Sigo pensando si no habría sido mejor pirarse de aquí con Mel y los críos. Estaría haciendo mucha más pasta vendiendo drogas a niñatos de Londres que intentando poner paz en Acid Row.

– Nunca podrías hacerlo -repuso Eileen, segura de lo que decía-. Al fin y al cabo, eso no deja de ser otra forma de maltrato infantil. Te preocupas demasiado, ese es tu problema. Si no fuera así, no le habrías dicho a Milosz que desapareciera del mapa.

– ¿Cómo sabe que le dije eso?

– Sophie me lo contó. -Hubo un brillo en sus ojos que Jimmy no pudo ver-. Por lo visto, hiciste varias alusiones a Armaguedón. Un discurso del tipo… la próxima vez que el bien y el mal se enfrenten ante sus ojos, échele valor y póngase del lado de los ángeles en vez de optar por la salida del cobarde… o algo por el estilo.

– Sí, bueno, había tenido tiempo de pensar en ello, y me parecía muy fuerte que un tipo dejara que su padre pegara una paliza a una mujer porque tuviera miedo de él. Vale, el tipo tuvo una infancia de mierda, pero eso nos ha pasado a muchos. En la vida hay que elegir… y lo único que ha elegido él ha sido hacer a su padre peor de lo que es. Decía que habría sido distinto si hubiera sabido que su padre se cargó a su madre. -Jimmy se encogió de hombros-. Pero creo que en eso miente. Por eso siempre se recluye en sí mismo y nunca la menciona. Sabía que estaba muerta, incluso puede que presenciara su muerte… pero ¿qué ha hecho al respecto desde entonces?

Eso fue más o menos lo que Sophie había dicho, pero resultaba interesante ver que ni ella ni Jimmy sentían compasión alguna por Milosz en ese aspecto.

– Debió de ser una experiencia espantosa para un niño pequeño -señaló Eileen.

– Seguro -convino Jimmy-, pero se hizo adulto, ¿no? Nunca es tarde para cambiar de actitud. Debería haber entregado al cabrón de su padre hace años en vez de volver a vivir con él. Eso lo convierte en un hijo de puta integral, por mucho que su declaración corrobore la versión de los hechos de Sophie. No debería haber permitido que ocurriera… no debería haber dejado que su padre zurrara a las putas. No me importa lo cagado que puede llegar a estar un tipo… pegar a una mujer no esta bien.

Jimmy era sin duda un gigante tierno, pensó Eileen. Duro como una roca por fuera, blando como la manteca por dentro. El cariño que sentía por él amenazaba con estallarle en el pecho.

– Tú y Sophie sois de la misma pasta -sentenció con brusquedad-. Un corazón grande como una montaña… y tolerancia cero para con los pecadores.

– Depende del pecado -repuso Jimmy-. Nuestro Col era un ladrón… pero yo lo quería. Y Sophie tiene más cojones de los que yo tendré jamás. Yo no podría haber caminado hasta el altar con el careto del hombre elefante. Para eso hay que tener clase de verdad. Ella es como es, y a quien diga lo contrario que le den… eso es estilo. Yo, en cambio, soy un vanidoso. El día que me case quiero que todo el mundo diga: ¡Hala! ¡Ahí va un dandi!

Eileen se echó a reír.

– Eso lo dirían fueras como fueses. Es la conducta lo que hace a un hombre, Jimmy, no la belleza de su rostro.

Jimmy dobló la esquina hacia Carpenter Road y se detuvo enfrente de la tercera casa. Se agachó delante de la anciana y apoyó la palma de las manos sobre las rodillas de ella.

– ¿Lista? -le preguntó.

– ¿Para qué?

Jimmy señaló con la cabeza hacia la puerta.

– Para conocer a mi hija. Mel ha dado a luz a las tres de esta noche con la ayuda de Sophie, en casa, en nuestra cama. Es la criatura más bonita que ha visto en su vida.

Los ancianos ojos de Eileen se iluminaron de la emoción.

– ¡Ah, Jimmy, es maravilloso! -exclamó batiendo palmas de alegría-. ¿Y cómo se llama?

Jimmy mostró una amplia sonrisa.

– Colinna Gaynor Eileen Sophie Melanie James.

Eileen se rió.

– ¿Recordará todos los nombres?

– Más le vale -contestó él. Asió los brazos de la silla de ruedas y la hizo girar para empujarla por el camino que conducía a la puerta de entrada-. Son las primeras palabras de su historia.

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