El Mazo

—¡El Mazo de Kharas!

La triunfal exclamación resonó en el gran salón de audiencias del rey de los Enanos de la Montaña. Le siguió un bullicioso alboroto —las profundas y resonantes voces de los enanos entremezcladas con los gritos algo más agudos de los humanos—, a la vez que las inmensas puertas del salón se abrían de par en par para dar paso a Elistan, clérigo de Paladine.

A pesar de que el salón en forma de cuenco era grande, se hallaba completamente abarrotado. La mayor parte de los ochocientos refugiados de Pax Tharkas se alineaban en las paredes, mientras los enanos se apiñaban sobre los bancos de piedra labrada.

Elistan apareció al pie de un largo pasillo central, sosteniendo respetuosamente en las manos el gigantesco mazo de guerra. Al ver al clérigo de Paladine, vestido con su túnica blanca, el griterío aumentó, retronando contra la inmensa cúpula del techo y reverberando por la sala hasta que pareció que el suelo temblaba debido a las vibraciones.

Tanis se encogió, pues el ruido retumbaba en su cabeza. Se sentía sofocado en medio de tanta gente. Además, no le gustaba estar bajo tierra y, aunque el techo era tan alto que se alzaba sobre la llameante luz de las antorchas desapareciendo en la penumbra, el semielfo se sentía encerrado, atrapado.

—Estaré bien cuando esto acabe —le susurró a Sturm que estaba a su lado.

Sturm, siempre melancólico, parecía más preocupado y cavilante que de costumbre.

—No me gusta nada todo esto, Tanis —murmuró cruzando los brazos sobre el reluciente metal de su antigua cota de mallas.

—Lo sé —le respondió Tanis nervioso—. Ya lo has dicho, no una vez, sino varias. Ahora ya es demasiado tarde. Lo único que podemos hacer es intentar que esta situación se resuelva lo más satisfactoriamente posible.

El final de esta frase se perdió en otro ruidoso vitor al levantar Elistan el Mazo sobre su cabeza, mostrándoselo a los asistentes antes de comenzar a avanzar por el pasillo. Tanis se llevó la mano a la frente. Empezaba a sentirse mareado, pues la fresca caverna subterránea iba caldeándose con el calor de los cuerpos.

Elistan comenzó a caminar por el pasillo. En el centro del salón, sobre una tarima, estaba Hornfel, gobernador de los enanos de Hylar, quien se levantó para recibirlo. Tras él había siete tronos de piedra labrada, todos ellos desocupados; Hornfel estaba en pie frente al séptimo trono, el más suntuoso de todos, el trono del rey de Thorbardin. Vacío durante mucho tiempo, volvería a ser ocupado cuando Hornfel aceptara el Mazo de Kharas.

—Hemos luchado para recuperar ese mazo —dijo Sturm , con lentitud, contemplando fijamente el reluciente objeto—. El legendario Mazo de Kharas, utilizado para forjar las lanzas dragonlance, teniendo como modelo la Dragonlance de Huma. Ha estado perdido durante cientos de años, encontrado y perdido de nuevo. ¡Y ahora lo entregamos a los enanos! —exclamó con repulsión.

—Ya fue entregado a los enanos anteriormente —le recordó Tanis fatigado, sintiendo resbalar por su frente gotas de sudor—. Si has olvidado la historia pídele a Flint que te la cuente. De cualquier forma, ahora es realmente suyo.

Elistan había llegado al pie de la tarima de piedra donde le esperaba el gobernador, vestido con la pesada túnica y las gruesas cadenas de oro que los enanos adoran. Elistan se arrodilló al pie de la tarima; un gesto político, ya que de otra forma el clérigo hubiera estado cara a cara con el enano, a pesar de que la tarima se elevara algo más de tres pies de altura sobre el suelo. Los enanos lo vitorearon por ello. Tanis notó a los humanos más apagados y vio que algunos murmuraban entre sí, enojados al ver a Elistan postrado ante el enano.

—Aceptad este regalo de los nuestros... —las palabras de Elistan se perdieron en un nuevo vitor de los enanos.

—¡Regalo! —espetó Sturm—. La palabra «rescate» sería más adecuada.

—A cambio del cual—prosiguió Elistan cuando pudo ser oído—, agradecemos a los enanos su generosa oferta de permitimos refugiarnos en su reino.

—Por el derecho a quedar sellados en una tumba... —murmuró Sturm.

—¡Y suplicamos el apoyo de los enanos si sobreviniera una guerra! —gritó Elistan.

Los vítores resonaron por toda la sala, subiendo de tono cuando Hornfel se inclinó para recibir el mazo. Los enanos patearon el suelo y silbaron.

Tanis comenzó a sentir náuseas. Miró a su alrededor. No los echarían de menos. Hornfel iba a hablar; así como cada uno de los otros seis gobernadores, por no mencionar a los miembros del Consejo de Sumos Buscadores. El semielfo tocó a Sturm en el brazo, haciéndole un gesto para que lo siguiera. Ambos salieron en silencio de la sala, teniendo que agacharse al pasar bajo un estrecho arco. A pesar de seguir en el interior de la montaña, por lo menos estaban lejos del ruido.

—¿Estás bien? —preguntó Sturm, advirtiendo la palidez de Tanis bajo su barba. El semielfo aspiraba largas bocanadas de aire fresco que se filtraba a través de algunas grietas de la montaña.

—Ahora sí. Ha sido el calor ...y el ruido.

—Pronto saldremos de aquí. Siempre que el Consejo de Sumos Buscadores apruebe que partamos hacia Tarsis.

—Oh, no hay duda alguna de lo que votarán —dijo Tanis encogiéndose de hombros—. Ahora que ha traído a la gente a un lugar seguro, Elistan controla claramente la situación. Ninguno de los Sumos Buscadores osará llevarle la contraria, por lo menos cara a cara. No, amigo mío, tal vez antes de un mes estemos navegando en uno de los barcos de alas blancas de Tarsis, la Bella.

—Sin el Mazo de Kharas —añadió Sturm con amargura y en voz baja, como recordando una leyenda, dijo: «Los dioses nunca abandonaron a los mortales y concedieron a un escogido, el Ser del Brazo de Plata, el poder de forjar una nueva Dragonlance como la del caballero Huma y muchas más, capaces de derrotar a los Dragones. Y el Mazo de Kharas se devolverá al reino de los enanos...»

—Y ha sido devuelto —exclamó Tanis haciendo un esfuerzo por contener su creciente enfado.

—¡Ha sido devuelto y va a quedarse aquí! —Sturm escupió las palabras—. Podríamos haberlo llevado a Solamnia para forjar nuestras propias lanzas dragonlance...

—¡Y así tú te convertirás en un nuevo Huma, cabalgando hacia la gloria con una dragonlance en tus manos! Mientras tanto dejarías morir a ochocientas personas...

—¡No, no las dejaría morir! —gritó Sturm con ira—. La primera posibilidad de que disponemos para poseer las lanzas dragonlance y...

De pronto dejaron de discutir, al advertir repentinamente una silueta deslizándose entre las oscuras sombras que los rodeaban.

—Shirak —susurró una voz y comenzó a resplandecer la brillante luz de una bola de cristal, incrustada en la dorada garra de un dragón y labrada sobre un sencillo bastón de madera. La luz iluminó la túnica roja de un mago.

El joven mago caminó hacia ellos, apoyándose sobre su bastón y tosiendo levemente. La luz del bastón iluminaba un rostro esquelético, cuyos finos huesos estaban recubiertos por una reluciente y tirante piel metálica de color dorado. Sus ojos resplandecían también con un tono dorado.

—Raistlin —dijo Tanis con voz tensa—, ¿querías algo?

A Raistlin no parecieron preocuparle en absoluto las enojadas miradas que ambos hombres le dirigieron, aparentemente acostumbrado al hecho de que muy pocos se sentían cómodos en su presencia ni deseaban que estuviera a su alrededor.

Se detuvo ante ellos y alargando una mano frágil dijo:

—Akular-alan suh Tagolann Jistrathar. —y ante los atónitos Tanis y Sturm se perfiló la tenue imagen de un arma.

Era una lanza de unos doce pies de altura. La punta estaba hecha de plata pura, afilada y reluciente, y el asta labrada en madera bruñida. El extremo inferior era de acero y estaba diseñado para poder ser clavado en el suelo.

—¡Es preciosa! —exclamó Tanis admirado—. ¿Qué es?

—Una Dragonlance —replicó Raistlin.

Sosteniendo la lanza en su mano, el mago avanzó entre Sturm y el semielfo, quienes se hicieron a un lado para dejarle pasar, como si no quisieran ser tocados por él. Sus ojos estaban fijos en la lanza. En ese instante Raistlin se volvió y se la tendió a Sturm.

—Aquí tienes tu Dragonlance, Caballero. Sin ayuda del Mazo ni del Ser del Brazo de Plata. ¿Cabalgarás con ella hacia la gloria, recordando que, para Huma, con la gloria: llegó la muerte?

Los ojos de Sturm relampaguearon. Al alargar el brazo para asir la Dragonlance, contuvo la respiración, sobrecogido. Ante su asombro, ¡su mano la atravesó! Al querer tocarla, la Dragonlance se evaporó.

—¡Otro de tus trucos! —le espetó al mago. Girando sobre sus talones, se alejó de allí intentando sofocar su ira.

—Si pretendías gastarle una broma —dijo Tanis pausadamente—, no ha tenido ninguna gracia.

—¿Una broma? Deberías conocerme mejor, Tanis.

Sus extraños ojos dorados siguieron al caballero mientras éste se encaminaba hacia la espesa negrura de la ciudad de los enanos bajo la montaña. El mago rió con aquella extraña risa que Tanis había escuchado tan sólo una vez. Después, haciendo una sardónica reverencia ante el semielfo, Raistlin desapareció, perdiéndose en la penumbra tras el caballero.

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