PROLOGO

DE THÉOPHILE GAUTIER

A LA EDICIÓN FRANCESA DE 1853

Las AVENTURAS DEL BARÓN DE MÜNCHHAUSEN alcanzan en Alemania una celebridad popular, que, según creemos, no dejará de adquirir en otros países, a pesar de su fuerte sabor germánico, y acaso por esta misma causa: el genio de los pueblos se revela por el chiste. Como las obras serias tienen por fin, en todas las naciones, el bello ideal, la belleza misma, que es de suyo una, se parecen necesariamente más y llevan menos impreso el sello de la individualidad etnográfica. Lo cómico, al contrario, ofrece una multiplicidad singular de recursos, consistiendo en una desviación más o menos marcada del modelo ideal; porque hay mil maneras de no conformarse con el arquetipo. La jovialidad francesa no tiene ninguna relación con el humor británico; el witz alemán difiere mucho de la bufonería italiana y del donaire español, y el carácter de cada nacionalidad se muestra en su libre expansión.

El barón de Münchhausen, a pesar de su increíble locuacidad, no tiene ningún vínculo de parentesco con el barón de Crac, otro ilustre embustero. La blague francesa, permítasenos la palabra, chisporrotea, espuma como el champaña; pero muy luego se extingue, dejando apenas en el fondo de la copa dos o tres perlas de licor.

Esto sería demasiado ligero para tragaderos alemanes, acostumbrados a las cervezas fuertes y a los vinos ásperos del Rin: quieren ellos otra cosa, más espesa, más pesada, más sustancial. Para que el chiste haga impresión en aquellos cerebros llenos de abstracciones, de idealidades, de humo, necesita ser algo pesado; en efecto, es menester que insista, que vuelva a la carga y no se insinúe con medias palabras que no serían comprendidas.

El punto de partida del chiste alemán es rebuscado, poco natural, de extravagancia complicada, y pide muchas explicaciones previas, harto laboriosas. Pero ya abierto el camino, entramos en un mundo extraño, burlesco, fantástico, quiméricamente original, de que no teníamos ninguna idea. Es la lógica del absurdo llevada al extremo y sin temor a nada. Detalles de sorprendente verdad, razones de sutil ingenio, afirmaciones científicas expuestas con la mayor seriedad, sirven para hacer probable lo imposible.

Cierto que no se llega a creer una palabra de las narraciones del barón de Münchhausen; pero apenas se han leído dos o tres de sus aventuras, se deja uno llevar del candor o naturalidad de su estilo, que no sería diferente si tuviera que referir el autor una historia verdadera. Las invenciones más extravagantes y monstruosas toman cierto aire de verosimilitud, expuestas con esa tranquilidad ingenua y esa perfecta calma. La íntima conexión de esas mentiras, que se encadenan tan naturalmente unas con otras, acaba por destruir en el lector el sentimiento de la realidad, y la armonía de lo falso se lleva tan adelante, que produce una ilusión relativa, semejante a la que hacen sentir los viajes de Gulliver a Lilliput y a Brobdingnag, o bien la Historia verdadera de Luciano, tipo antiguo de estas fabulosas narraciones, tantas veces imitadas después.

Aquí el lápiz de Gustave Doré aumenta también el prestigio: nadie mejor que este artista, que tiene al parecer ese ojo visionario de que habla Víctor Hugo aludiendo a Alberto Durero, sabe hacer vivir, con vida misteriosa y profunda, las quimeras, los sueños, las pesadillas, las formas impalpables, inundadas de luz y de sombra, las siluetas chuscamente caricaturescas y todos los monstruos fantásticos.

Gustave Doré ha comentado, por decirlo así, LAS AVENTURAS DEL BARÓN DE MÜNCHHAUSEN con dibujos que parecen las láminas de un viaje de circunnavegación por la fidelidad característica de su exótica extravagancia. Creeríase que el pintor de la expedición ha tomado del natural todo lo que describe el facecioso barón alemán, con lo que el texto adquiere un valor de burla fría que lo hace más germánico aún.


THÉOPHILE GAUTIER

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