Capítulo 9

La chica luchó por controlar el pánico pese a que su corazón latía con rapidez. ¿Cuánto había averiguado… cuánto había adivinado? ¿Se habría ella delatado sin darse cuenta? Pero no teñía tiempo para seguir especulando porque Ven, dio un paso hacia adelante con obvia impaciencia, y Fabia empezó rápidamente a hablar.

– ¡Sí, me apellido Kingsdale! -quiso seguir el engaño.

– ¿Estás segura? -le gritó él antes de que ella pudiera recuperar el aliento.

– ¡Claro que estoy segura!

– De verdad tu nombre no es señora Barnaby Stewart? -preguntó él y Fabia dejó de temblar. Adivinó que ya no iba a tener cómo defenderse cuando con la expresión más severa que nunca, él le ordenó-. Terminaremos esta conversación adentro -y aunque Fabia hubiera preferido que sólo le hiciera entrega de las llaves de su auto y la dejara ir, comprendió que existen ciertas responsabilidades en la vida que uno tiene que enfrentar.

Sintiéndose más infeliz que nunca y considerando que en efecto le debía una explicación, entró con él y Azor a la casa. En el vestíbulo Ven le dio la orden al perro, de que se fuera de allí y luego caminó hacia la puerta de la sala.

– ¡Aquí dentro! -le ordenó con tono agrio y le abrió la puerta. No podía hacer más que obedecer-. ¡Toma asiento! -pareció gruñir.

Pero ella no quería sentarse, deseaba terminar lo más rápido posible el fastidioso asunto. De modo que se quedó de pie y preguntó:

– ¿Cómo lo averiguaste?

– Yo soy el que va a hacer las preguntas -la calló con un grito. Y mientras ella pensaba en eso, él murmuró algo en checo-. ¡Maldición, cómo lograste engañarme! -gritó y mientras ella pensaba que su indignación se debía al hecho de que ella había pretendido ser una reportera y no lo era, él prosiguió con el rostro lívido, haciendo más crítica la situación-. Querías tanto, esa entrevista que estabas dispuesta a cometer adulterio para…

– ¡Adulterio! -interrumpió ella, sintiendo náuseas y palideciendo también-. ¡Estás casado! -exclamó.

– ¡Yo no! -gritó-. ¡Tú!

– Yo no estoy casada -declaró Fabia y por un momento se sintió confundida porque él le había dicho que no era casado, hasta que comprendió que creía que ella era la señora Barnaby Stewart. Era obvio por la siguiente pregunta agresiva:

– ¿Entonces quién demonios eres tú?

Era una pregunta justa y Fabia sabía que le debía una explicación. Además de que, allí de pie con una expresión que no permitía negativas, no le estaba dejando más alternativa, Respiró hondo.

– Me llamo Fabia Kingsdale -le confesó-. Cara Kingsdale, la señora Barnaby Stewart, es mi hermana.

No sabía qué esperar después. Probablemente Ven quería matarla por el engaño. Pero para su asombro no hizo nada parecido, sino que sacudió la cabeza con alivio.

– No creí que me había equivocado con tu inocencia -declaró enfadado y empezó a recuperar el color-. Tu virginal timidez cuando estuvimos juntos -empezó a decir, pero Fabia no quería hablar del asunto ni en ese momento ni nunca. Aunque desde su punto de vista ella había estado tan dispuesta que no había siquiera recordado la timidez. Pero el hecho de que él hubiera encontrado inocencia en sus respuestas…

– Bueno -lo interrumpió ella de prisa-. No estoy aquí para discutir tales… tales…! Vine a recoger mi auto.

– ¿Tu auto?

– Sí, ¿no lo sabías? Lubor me avisó por teléfono…

– Le había dado instrucciones de que te avisara -la interrumpió Ven.

– Comprendo -murmuró la joven, aunque no entendió. Pero, contenta de haber evadido el tema de su virginal inocencia y de la contradicción de estar casada.

– Bueno, si no te importa, recogeré mi coche y regresaré a Inglaterra y…

– ¡Sí que tienes descaro, señorita inglesa, eso te lo puedo asegurar! -le gritó Ven antes que ella pudiera terminar y Fabia supo que retirarse no sería tan fácil como esperaba. De hecho estuvo segura de eso cuando-. Como no te vas a ir a ninguna parte, quizá quieras mejor tomar asiento -le sugirió él.

Esa vez le pareció buena idea. Las piernas, admitió, ya no la sostenían. Se alejó de él y se acomodó en el sofá donde se había sentado anteriormente. Pero esa vez no estaba a gusto allí y cuando él colocó una silla cerca del sillón y se sentó frente a ella, Fabia tuvo el horrible presentimiento de que no la dejaría en libertad hasta que no le revelara hasta el último detalle.

Cosa que, admitió para sí, era su pleno derecho, considerando que, creyendo que era otra persona, la había alojado, alimentado, paseado… Llegó de pronto a una decisión. Le revelaría todo acerca de su engaño y de la razón por la cual había pretendido ser Cara Kingsdale, pero nada de la idiota de Fabia que estaba perdidamente enamorada de él.

– No sabes cuánto lo siento -empezó ella-. Sé que eso no es excusa para que yo haya tratado de suplantar a Cara, pero esa ha sido la única mentira.

– ¿Tienes veintidós años?

– Sí.

– ¿Eres reportera?

– No, perdóname -se volvió a disculpar-. Trabajo con mis padres.

– ¿En Gloucestershire con los perros? -le preguntó él, haciéndola sentir bien porque lo había recordado.

– Correcto. Me encargo de cuidarlos. Lo siento -repitió-, no era una broma -titubeó y añadió-. Es que estoy nerviosa.

– ¿Por mí? No deberías estarlo -le aseguró Ven. Ella lo miraba asombrada-. Jamás te haría daño.

– Yo… Hmm… nunca pensé que podrías hacerme daño… -lo miró con los ojos bien abiertos-. Pero… debes estar furioso conmigo.

– Lo estaba, pero es por otra razón… -calló, pensando cómo seguir. Y de hecho cambió el tema-. ¿Quieres explícame el motivo por el cual, malamente, intentaste asumir el papel de tu hermana la reportera?

– ¿Malamente? -preguntó ella-. ¿Lo hice tan mal?

– Pésimo -respondió y se ganó de nuevo su simpatía al sonreír. Permítame decirle señorita Kingsdale que su técnica para entrevistar es apabullante.

– ¡Pero si nunca pude siquiera empezar! -protestó Fabia.

– Precisamente -respondió él-. Por experiencia con la comunidad periodística puedo decir que para ellos no existen preguntas demasiado íntimas o personales. Y no existe ningún miembro del personal a quien no traten de sobornar. Te aseguro que tu hermana no hubiera perdido tantas oportunidades como las que tú tuviste.

– No conseguí ni una respuesta a todas las preguntas de la lista -reveló Fabia.

– ¿Tienes una lista?

– Bien larga. Cara me la entregó. Esta entrevista significa tanto para ella -explicó de prisa-. Estábamos listas para venir a Checoslovaquia para que ella te entrevistara y para que ambas tomáramos unas vacaciones mientras su esposo iba a trabajar a los Estados Unidos. Luego Cara iba a tomar un avión para ir a vacacionar con su esposo. Pero cuando llegué con mi auto a Londres para recogerla como habíamos quedado, me encontré con que había recibido, una hora antes una llamada y le avisaron que Barney estaba enfermo. De modo que era natural…

– Que ella volara a Estados Unidos para estar con él -la interrumpió Ven.

– Yo me hubiera ido con ella, pero, como te dije, la entrevista significaba tanto para Cara que no podía cancelarla, ni quería dejar que alguien la hiciera, quiero decir, ningún otro periodista.

– Y te escogió a ti -murmuró él.

– Sinceramente no quería engañarte -declaró Fabia con angustia-. Pero Barney estaba tan enfermo y Cara tan preocupada, que parecía tremendo que yo no quisiera dedicar una hora de mi vida en hacer ese gran favor.

– De modo que aceptaste, al grado de querer usar su nombre.

– Te juro que no quería hacerlo. Créeme, pero…

– ¿Pero lo hiciste por el cariño que le tienes a tu hermana?

– ¿Puedes entenderme? -murmuró Fabia, mirándolo con sus grandes ojos verdes con expresión de súplica.

– Sí -respondió él-, por lo poco que te conozco entendería menos si te hubieras negado.

– ¡Oh! -murmuró ella y no estaba segura de qué sentía después de esa respuesta. No sabía si deseaba que él supiera más acerca de su persona y de lo que la hacía reaccionar-. Ya sé que tú dijiste que tú eras quien haría las preguntas y tenías todo el derecho -añadió-, pero… hmm ¿cuándo descubriste que yo no era reportera y que Cara era la esposa de Barnaby Stewart? ¿Me lo puedes decir?

– No veo para qué -respondió, pero la contentó al agregar-: Lo haré tratándose de ti. Era aparente desde un principio que sí eras una reportera, aunque no de las más tercas.

– ¿Yo sola me delaté?

– Me dejabas desviar tus preguntas con demasiada facilidad -le respondió-. ¿Te sorprende que desde la primera vez que te vi… me intrigaste?

– ¡Oh! -murmuró Fabia de nuevo. Pero ordenó a su estúpido corazón que no se entusiasmara, que Ven sólo había querido decir que lo intrigó su método como reportera porque era diferente al de otros periodistas-. Hmm… entonces… ¿cómo descubriste que Cara estaba casada?

– Fue muy sencillo -se encogió de hombros-, llamé por teléfono a la revista Verity.

A Fabia se le cayó la mandíbula, no se le había ocurrido eso, aunque pensándolo bien, era algo muy natural.

– ¿Querías certificar que yo era la que decía ser?

– No -Ven agitó la cabeza-, viniste bien preparada con la tarjeta de presentación de tu hermana y una carta con mi membrete.

– Pero… -pensó que su cerebro no funcionaba bien, porque si él había estado seguro desde un principio de que ella era Cara, ¿para qué había llamado a Londres?-. ¿Por qué? -tuvo que preguntar-. ¿Cuándo? -y extrañamente sintió la tensión en el ambiente. Aunque no se podía imaginar que existía alguna razón por la que Ven tuviera que sentirse tenso y descartó la idea por absurda.

– ¿Cuándo? Hoy. ¿Por qué? -repitió él y la miró a los ojos-. Porque huiste de mí, por eso -declaró con algo de agresividad o quizá, se preguntó Fabia sorprendida, no era agresión, sino nerviosismo. Tonterías, se dijo y tiró la idea al basurero-, pensé que eras buena y decidí que era conveniente tener la dirección de donde vives -añadió en el mismo tono.

– Sí -murmuró ella, pero lo único que comprendió fue que la pregunta que se había hecho, de si él había regresado ese día a Mariánské Lázne, ya estaba contestada. Ya que creía que ella había "huido" de él, debió estar en Praga esa mañana y debió regresar al hotel luego de que ella había partido. Lo que quería decir es que había conducido rumbo a Mariánské Lázne un poco después. Pero empezaba a preocuparle su comentario de que ella había huido de él; no tenía intenciones de entrar en averiguaciones de "por qué" y "para qué", y como ya se había disculpado por haberlo engañado, y había salido bastante bien librada, se puso de pie, extendió la mano y empezó a decir:

– Has sido muy bondadoso…

– ¡Bondadoso! -repitió el hombre ignorando su mano y gritando de nuevo con agresividad-. ¿Adónde demonios crees que vas?

– A Inglaterra, claro -ella bajó la mano y trató de tranquilizarse-. Mis vacaciones han terminado. De hecho -continuó cuando Ven no pareció muy impresionado-, mis padres esperan que regrese hoy a casa.

– Siéntate -le ordenó-. Después los llamarás por teléfono.

– Sí, pero… verás… -dijo con mayor seguridad en sí misma.

– ¡Qué verás, ni qué nada! -la interrumpió él-. ¡No he terminado contigo y falta mucho, mucho!

– Pero me dijiste… bueno me diste a entender, estoy segura -tartamudeó confundida por completo-, me dijiste que ya no estabas furioso conmigo.

– Ya no lo estoy, no porque hayas tomado el lugar de tu hermana. No ahora que ya sé… -calló y cambió el tema-. ¿Estás dispuesta a regresar a Inglaterra sin la dichosa entrevista? -Santo Cielo, tembló Fabia y prefirió no responder. Pero Ven no estaba dispuesto a dejarla en paz-. Porque -la retó-, siendo honesta, ya lo sé, y sin embargo, te prestaste a tal engaño con un solo propósito, ya que siendo tan importante para tu hermana, a quien tanto quieres… -apareció un extraño brillo en sus ojos e hizo una pausa antes de continuar mirándola a los ojos-, una hermana por la que estabas dispuesta a todo, como lo comprobaste cuando abandonaste Inglaterra para venir aquí, ¿por qué estás lista para abandonar todo el proyecto como si nada?

¡No! Fabia sintió terror al pensar que Ven podría llegar a averiguar que estaba enamorada de él. De nuevo decidió callar.

– ¿Qué sucedió, Fabia? -insistió él sin descanso, buscando la respuesta-. ¿Qué ha sucedido que es más poderoso que tu cariño por Cara, que estés dispuesta a perder la confianza que ha depositado en ti?

– ¡Basta! -exclamó Fabia, sintiéndose desgarrada. Pero él no se detuvo.

– ¿Qué es tan importante en tu vida que, a pesar de que yo te prometí que discutiría contigo la posibilidad de concederte la entrevista, prefieres irte antes…?

Ella había llegado al límite de la tolerancia y no pudo soportarlo más, de modo que lo interrumpió.

– ¿No crees que acusarme de ser una mujer "empalagosa" sea razón suficiente? -le gritó enardecida.

¡Moje milá! -exclamó Ven-. ¡Te he lastimado! Confieso que quise herir tu orgullo, pero Fabia amada mía -dijo él con ternura y, desechando su agresividad, la estrechó entre sus brazos con gentileza.

Era el paraíso para ella poder sentir su abrazo, recargarse en él, respirar su calor, su fresca virilidad. Pero la muchacha ya había estado antes en esos brazos y atormentada por su propia debilidad, comprendió que debía liberarse mientras pudiera. De inmediato al primer empujón de pánico contra él, Ven se apartó.

– ¡Gracias! -gritó ella-. No necesito que cures mi orgullo. Yo puedo…

– Yo no quise herir tu orgullo -señaló él-. Tuve que hacerlo.

– Gracias de nuevo -declaró-. Es un misterio para mí que hayas tenido que hacerlo, pero no me hagas ningún…

– ¿Qué no entiendes? ¿No recuerdas lo que sucedió? -le preguntó cuando todo había quedado grabado para siempre en la mente de ella-, te sentía cálida y entregada en mis brazos hasta que, en un momento indeseable de timidez, te arrepentiste. En ese momento un hilo de sensatez iluminó mí cerebro y comprendí que tenía que protegerte… ¡de mí!

– ¿De ti? -así como había aparecido su ira, así desapareció, con la misma rapidez, aunque estaba tan confundida que tuvo que admitir-. Creo que no te entiendo.

– No me sorprende -replicó Ven y suspiró-. Creo que no lo estoy haciendo bien -declaró-, pero cuando menos estamos hablando y eso hace las cosas más sencillas de lo que esperaba -y mientras todavía confusa Fabia no hacía más que observarlo, le puso la mano en el brazo y en vez de ordenarle que se sentara, la invitó con tono amable-. ¿No quieres sentarte? ¿Sentarte y concederme el tiempo necesario para que te lo pueda explicar todo?

Fabia lo contempló por un instante. Había creído que limpiaría el piso con ella cuando averiguara que lo había engañado. Y, ahí estaba, mirándola a los ojos, conociendo la verdad, ¡y él quería explicarle todo a ella! De pronto ya no tuvo prisa de irse. Y súbitamente, sintiendo tensión, comprendió que, debido al amor que sentía por Ven, y aunque estuviera pisando terreno peligroso, debía ser valiente y quedarse para escucharlo. ¡Por qué de alguna manera… parecía importante!

Tomó asiento de nuevo en el mismo sofá. Ven ya había arrimado su silla más cerca y cuando se acomodó estaba tan cerca que podía examinar cualquier cambio en la expresión del rostro de Fabia.

Tienes que ser valiente, se repitió la joven y trató de mostrar dureza.

– Gracias, Fabia -empezó Ven y pareció animado por el hecho de que ella se había quedado-. Para explicar mejor el motivo por el cual era necesario ser brutal cuando tú eras tanto deleite… -se detuvo mirándola a los ojos-. Yo tampoco lo entendí muy bien. Lo único que sabía en ese momento, era que tenía que protegerte de mí, tenía que darme cuenta y estudiar el hecho de que no podía quitarte la virginidad y luego abandonarte.

– ¡Yo jamás te hubiera pedido nada! -protestó Fabia con orgullo.

– ¿Crees que no lo sabía?

– Jamás pensé en…

– Ese es el problema -la interrumpió Ven-, ninguno de los dos estaba pensando. Hasta aquel momento en que sentiste timidez, todo parecía tan natural, embrujante, maravilloso, pero sin tomar en cuenta las consecuencias -¡Ven!, quería la chica gritar, ya que así había sido también para ella-. Luego allí estaba yo, luchando por controlarme y tú deseando volver a estar cerca de mí -Fabia sintió el impacto-. Yo no soy un hombre superdotado querida -alivió el golpe con el cálido termino de "querida"-, ¿qué otra cosa podía yo hacer, aunque no estaba pensando con claridad, sino apelar a tu orgullo?

– Al principio no pude reaccionar -murmuró ella.

– ¡Ay, Fabia, no tienes idea de lo que me costó a mí! -aplicó más bálsamo a sus heridas-. Fue por ti que tuve que abandonar la suite y no regresar hasta el amanecer.

– ¿Te quedaste afuera toda la noche… nada más por mí?

– Le pedí prestada a mi hermano una cama, porque una habitación al lado de la tuya era estar demasiado cerca, para el estado en que yo me encontraba -le confesó y mientras ella recuperaba su orgullo-. ¿Te puedes imaginar, mujer, lo que sentí cuando regresé al hotel y descubrí que te habías ido?

Ella abrió la boca y luego la cerró. Estaba en total excitación y trataba con todas sus fuerzas de calmarse, porque era obvio que lo único que Ven había querido decir al final era que, habiéndola llevado él a Praga, sentía que era su responsabilidad llevarla de regreso a Mariánské Lázne.

– Yo… hmm… tenía que tomar el tren -quiso explicar.

– ¡Tenías que tomar el tren! ¡No dejaste siquiera una nota para mí!

– ¿Creíste que te iba a escribir después de lo que me dijiste? -exclamó la joven sintiendo más tranquilidad, ya que comprendió que su única preocupación era saber dónde estaba, no por ella en particular.

– ¿No me vas a perdonar eso nunca? -preguntó Vendelin y lo dijo con tal encanto que Fabia se alegró de estar sentada.

– Claro que sí -declaró y trató de pensar en otra cosa-, la recepcionista del hotel te pudo haber dicho que había tomado un taxi para la estación de trenes de Praga.

– Y lo hizo -le reveló él-, pero hasta que aclaré mis pensamientos cuando descubrí que te habías llevado todas tus pertenencias y comprendí que te habías ido, pensé en media docena de posibilidades hasta que se me ocurrió llamar a la recepción.

– ¿Llamaste? -preguntó extrañada de que Ven hubiera estado tan preocupado.

– ¡Claro! -contestó él sin titubear-. Pensé que te habías ido a otro hotel en Praga, aunque lo dudaba. Creí que te habías regresado a Mariánské Lázne o quizá al aeropuerto de Praga. Entonces recordé que dejaste parte de tu equipaje aquí, y tu auto. ¿No ibas a regresar a tu casa sin él, verdad? ¿Por qué habrías de hacerlo? -Fabia no quiso comentar que estuvo a punto de hacerlo y después de una pausa, él continuó-. Sabía que había herido tu orgullo, pero había sido necesario cuando mi pasión por ti amenazaba con entorpecer mi razón. ¡Pero te lastimé tanto que estabas dispuesta a regresar a Inglaterra, aun sin la entrevista! -Fabia empezó a sentirse preocupada, él se estaba acercando y averiguaría que cuando el orgullo lastimado se da la mano con el amor herido, nada más importa en el mundo. Pero, por suerte, él no continuó en esa dirección-. Pensé que, ya fuera para pedir un taxi o para ir al aeropuerto o para regresar a Mariánské Lázne, tuviste que pedir ayuda para dar las instrucciones en checo.

– Y llamaste a la recepción. Lo siento -se disculpó Fabia, comprendiendo que había hecho mal en no dejarle una nota dado que ya sabía que sólo había querido protegerla y que por eso le había dicho que era "empalagosa"-. Yo… yo no pensé en ese momento que estarías tan interesado…

– ¡Interesado! -exclamó Ven y casi la hace caer cuando continuó-. De alguna manera, mujer, he estado interesado en ti desde que acerqué mi auto al tuyo, desde que me dijiste, mirándome con esos adorables ojos verdes, que tu auto estaba descompuesto.

– ¿Interesado? -Fabia contuvo el aliento y lo contempló atónita. Trató de mostrar calma, ¿qué podía significar "interesado?"-. ¿Quieres decir que te importaba como reportera? -tenía que averiguarlo.

– Si recuerdas -Ven la contempló durante un minuto-, no fue sino hasta el día siguiente que me enteré que la hermosa mujer de ojos verdes y cabellera rubia era una "reportera".

– Ah. S… sí -tartamudeó sintiendo demasiada energía en su corazón. Pero, cuando recordó la salida con él al día siguiente, comprendió que tenía que estar equivocada acerca del significado de la palabra "interesado" y de la connotación que había querido darle-. No comprendo qué quieres decir -declaró-, pero te portaste bastante hostil hacia mí cuando me viste al día siguiente y todavía era antes de que supieras que yo era una "reportera".

– Me sentí alarmado cuando vi que Azor te había atacado. Y eso me puso furioso -explicó-, pero aunque te haya parecido así, no creo que sentía hostilidad, ¿cómo podía ser así cuando, desde que supe en que hotel te alojabas, té habría llamado si no hubieras tú ido a mi casa.

– ¿Lo hubieras hecho?

– Estoy seguro -respondió, pero los violentos latidos de ella bajaron su ritmo cuando él añadió-, por tu auto, ¿necesitaba más razones para llamarte?

– No -murmuró ella y tuvo que sonreír para que no se percatara de que se le había ido el alma a los pies.

– Aunque no necesitaba utilizar el vehículo como pretexto, porque tú te presentaste en mi casa. E incluso, cuando me enteré de que eras una reportera, y a pesar de que prefiero siempre salir solo a caminar, te invité para que me acompañaras.

Fabia sintió entonces que si él continuaba hablándole así y si luego la sumía en el polvo, iba a tener un ataque al corazón. Recordó aquella caminata con él y lo feliz que se había sentido, y se preguntó si desde entonces se había enamorado de él.

– Fue… este… fue muy agradable caminar contigo -pensó que hacía bien en comentárselo.

– ¡Agradable! -exclamó Ven-. Yo me he dado cuenta de que fue el principio de mi fin.

– Yo… -era inútil, no le funcionaba el cerebro-. ¿Cómo? -tuvo que preguntar para aclararlo.

– ¿Cómo? -repitió él, pero a pesar de que ella pensó que estaba un poco irritado y aunque pareció titubear, como si no estuviera muy seguro, la miró a los ojos y declaró-. Puedo hacerte una lista de las cosas que he hecho por ti, que ni yo creería que haría jamás. Cosas que para mí han sido ilógicas y sin embargo, nada en la tierra me hubiera impedido hacerlas.

– ¿De veras? -susurró ella, mientras algo en su mirada, algo en la manera en que estiró las manos hacia adelante para tomarle las suyas, hizo que casi le estallara el corazón.

– Claro que sí -dijo él-. Desde aquel lunes que te había presentado a mi secretario y hasta el momento en que él se ofreció a llevarte a tu hotel, no había pensado siquiera en cómo te ibas a regresar.

– Tú tenías que salir y me llevaste -le recordó Fabia.

– No tenía que ir a ningún lado -le confesó-. Lo inventé en ese instante. Sólo, ahora lo entiendo, para que Lubor Ondrus no te llevara.

Fabia abrió la boca atónita. La sensación de sus manos en las suyas, el roce de su piel la confundía, pero creía que le estaba diciendo que había estado celoso… ¡de Lubor! ¿Sólo un poco?

– ¡Oh! -exclamó con voz quebrada.

– ¿Qué…? -murmuró Ven, y pareció entender que era un acto favorable que ella dejara sus manos entre las suyas-. ¿Qué me está pasando?, porque yo amo mi privacía y jamás invitaría a una reportera a husmear en mi casa y sin embargo, te pedí que vinieras a cenar.

A Fabia le hubiera gustado mucho saber de veras qué le estaba pasando, pero, a pesar de su entusiasmo tenía miedo de preguntarle, no fuera a llevarse otra desilusión.

– Yo creí entonces, cuando pasaste frente a Lubor y a mí esa vez a la hora del almuerzo y te veías tan furioso, que ibas a cancelar la invitación -ella sintió que podía comentárselo.

– ¿Furioso? ¡Estaba que estallaba! -le informó Ven.

– ¿Por qué pensaste que yo iba a sacarle alguna información sobre tu persona?

– Ya me había comprobado que era un excelente secretario confidencial y que jamás le revelaría nada a nadie, a pesar de su debilidad por el sexo opuesto y no importaría que tan bella fuese -contestó Ven-, pero puede ser que te hice sospechar eso cuando tuviste el desatino de no dejar de hablar de tu almuerzo con él cuando cenamos…

– ¿No dejé de hablar de él? -Fabia estaba sorprendida, segura de que no hubiera podido ser tan mal educada.

– Así me pareció -declaró Ven, pero luego aclaró-. Es que, hasta que te conocí, jamás había sentido celos.

– ¡Celos! -exclamó Fabia casi sin aliento-. ¿Tú estabas celoso? ¿Celoso de Lubor? -y no supo dónde estaba ya que en ese momento, como si no le hubiera parecido estar sentado frente a la joven, en una silla, cuando tenía todo el sofá, Ven se cambió y se acomodó junto a ella. Luego, Fabia tenía un nudo en el estómago, la tomó de los brazos, cosa que no la ayudó a sentirse mejor y la hizo volverse hacia él. Y fue entonces que, mirándola a los ojos, le confesó.

– Sí, celoso de Lubor Ondrus. Celoso, aunque no había admitido que se trataba de ese sentimiento hasta hace poco -Fabia lo miraba, atónita, muda, cuando él soltó uno de sus brazos, colocó el brazo sobre sus hombros y le preguntó con voz ronca-. Mi adorada Fabia, ¿no te das cuenta de lo que siento?

– No estoy segura -ella no supo cómo logró encontrar las fuerzas para hablar. Luchaba por mantener los pies en la tierra que algo maravilloso, algo imposible; algo imposible y maravilloso estaba sucediendo, ¿o no?

– ¡Oh!, milácku -susurró él-. ¡Tú no estás segura! ¿No lo sabes, no puedes sentir que yo tampoco lo estoy? Por favor dame alguna esperanza -insistió-, porque aparte de la incertidumbre en mi corazón de que miluji te, jamás he tenido más dudas, ni me he sentido más aprensivo en toda mi vida.

Fabia trató de hablar, pero tenía la garganta cerrada. Sentía que estaba temblando en sus brazos, pero cuando se percató de que algo de ese temblor provenía de Ven, comprendió que debía estar bajo gran tensión, y, por él, rompió su barrera del miedo.

Tosió para aclarar su garganta y pronunció con dificultad:

– ¿Qué quiere decir "milácku"?

– Querida -respondió él sin titubear y con el corazón latiendo como un loco, ella derribó otra barrera.

– ¿Y miluji te -preguntó sin aliento.

La respuesta de Ven fue tomar su barbilla con la mano y mirándola con sinceridad, tradujo:

– Te amo.

– ¡Ay, Ven! -exclamó la chica con lágrimas en los ojos.

– ¡Amor mío! -susurró el hombre con voz ronca y como tratando de creer lo que los ojos de ella le estaban diciendo, la abrazó con fuerza-. ¿Son esas lágrimas, las que apenas puedes contener, lágrimas de alegría? -le preguntó angustiado.

– Yo también te amo -respondió Fabia con sencillez.

Eran las palabras que él había deseado escuchar y con un grito de alegría y con ambas manos rodeándola, la presionó más contra él. Le habló en una mezcla de checo y de inglés.

Moje milá, dulce milácku, te quiero tanto -le confesó con voz temblorosa y la arrulló en sus brazos, besó sus mejillas y luego ella acomodó una mano en la parte trasera de la cabeza de Ven y pegó su mejilla al rostro masculino. Pero, después de unos minutos de deleitarse con la sensación de su piel, Ven se hizo para atrás y Fabia miró con timidez sus ojos negros, nunca había ella visto una expresión de tanta alegría en el rostro de un hombre-. ¡No puedo creerlo! -exclamó y la abrazó con tanta fuerza que ella tuvo la impresión de que, si todo era verdad, no tenía intenciones de dejarla ir-. ¿Cuándo? -le preguntó.

– Ayer -la verdad era que Fabia no podía creerlo-. Ayer, frente a la estatua del poeta -le comunicó con voz suave.

– Dulce, hermosa Fabia, amor mío -musitó besando sus labios.

– ¡Ay, Ven! -susurró la joven sonriendo le preguntó-. ¿Y tú, cuándo?

– Lo supe hoy, definitivamente. Pero ha estado aumentando para que yo lo confirmara, si hubiera podido…

– ¿No querías estar enamorado?

– No tenía esa experiencia, no quería reconocerlo, pero ya estaba allí cuando mi corazón se debilitó al ver la cortesía que le mostraste a mi ama de llaves, la sonrisa que le ofreciste; estaba allí cuando te invité a cenar sin siquiera saber por qué lo había hecho, sólo que seguro no era por la entrevista. Allí, en el hecho de que, durante esa misma velada, te prometo que siempre he sido un hombre sincero, pero asombrado descubrí que estaba diciendo mentiras.

– ¿Me has dicho mentiras? -preguntó la joven sin recordar que ella había hecho eso y más.

– Perdóname, querida -le suplicó con tanto encanto que Fabia estaba dispuesta a dejarse seducir por él-. Me preguntaste acerca de tu auto, y te dije que les tomaría una semana o más localizar el repuesto.

– ¿Y no era verdad?

– Esa mañana habían entregado tu auto aquí -le respondió para su asombro y ella abrió mucho los ojos-. Estaba y todavía está, encerrado en una de los edificios exteriores.

– Pero, ¿por qué? -tuvo ella que decir-. ¿Para qué mentir? ¿Por qué no podías…?

– ¿Por qué no podía revelártelo? -Fabia sintió-. ¿Para qué? -dijo él con arrogancia-. Quizá te lo hubiera dicho, pero me puse furioso cuando almorzaste con mi secretario y celoso, claro -insertó-, y luego pasaste la cena platicándome de eso de todas maneras -terminó sonriendo-, aunque no quería admitir el poder que tenías sobre mí, creo que desde entonces no quería saber que podías irte adonde yo no podría localizarte con facilidad.

– ¡Eres un demonio! -exclamó la muchacha con ternura.

– ¿Me quieres?

– Tanto -susurró ella y se derritió ante sus ojos, después él inclinó la cabeza y la besó en los labios.

– Mi ángel -dijo con respiración entrecortada unos minutos después, al contemplar su hermoso rostro y sus mejillas ruborizadas por sus besos.

– ¡Ay, Ven! -suspiró y lo adoró más cuando él se inclinó y le plantó un tierno beso en la frente.

– ¿No es natural, que, aunque fui demasiado terco para aceptar lo que me estaba sucediendo, no puedo negar que aquella noche me dio un brinco el corazón.

– ¿Cuándo?

– Cuando en esta habitación, después de describirte lo de la fuente que canta, tu dijiste: qué maravilla y pensé que eras la criatura más adorable en cuerpo y alma, que jamás había conocido.

– ¡Me dices las frases más conmovedoras! -ella suspiró.

– Te digo sólo la verdad, amada mía -y esa vez Fabia levantó la cara y lo besó y luego descubrió que ella era la que estaba recibiendo el beso, con tal pasión que cuando Ven se hizo hacia atrás ella sintió que estaba en otra órbita.

– ¿Este, tu… hmm… ya no me has dicho más mentiras? -estaba tratando de recuperar el control de sí misma, aunque por lo visto los besos de Vea tenían el poder de impedirle pensar con sentido común-. ¿Sólo la de… mi auto? -logró decir con cierta coherencia.

– ¡Ah! -dijo Ven y confesó-: Bueno, en una ocasión, después de estar pensando en ti toda la noche, te llamé al hotel esperando que no te molestara.

– Fue el jueves pasado -ella lo recordó al instante. -Correcto.

– Tenías que ir a Karlovy Vary y me invitaste a ir contigo.

– Incorrecto -replicó él y Fabia lo contempló admirada-. Estaba impaciente por hablar contigo, por verte -le reveló-. Cuando vi que Ivo iba a enviar un paquete por correo a la prima de su esposa en Karlovy Vary, le dije que iba a ir para allá y que se lo dejaría en la tienda donde trabaja la prima de Edita.

– ¿Entonces no tenías para qué ir a Karlovy Vary? -le preguntó ella asombrada.

– Para nada, sólo que tú habías dicho que deseabas conocerlo, y quería estar contigo.

– ¿Ya té dije que eres muy capaz?

– ¿Ya te dije que eres adorable?

– ¡Oh, Ven! -al tiempo se detuvo mientras se abrazaban y se besaban. Luego, Ven se apartó de ella.

– Créeme… jamás tuve la intención de acostarte en el sofá de mi sala -comentó él, con la intención de aclararlo todo.

– Lo siento -la joven se disculpó conteniendo el aliento, estaba tan confundida para entonces que no sabía de qué se estaba disculpando.

– Y deberías -reclamó Vendelin con tono severo, hizo una pausa, tragó saliva, y luego preguntó-. ¿De qué estábamos hablando? ¿Qué fue lo que te dije?

– Hmm -Fabia estaba fascinada de que estuviera igual de confundida que ella-. Creo que hablábamos de Karlovy Vary.

– Ah, sí. Esa mañana, de nuevo por celos, me enfureciste cuando estábamos tomando café y te atreviste a mencionar a otro hombre -recordó él-. Comprendí en ese momento que mi decisión de mandar a mi secretario de viaje de negocios era la correcta.

– ¿Lo mandaste de viaje por mí? -preguntó atónita.

– ¡Puedes estar segura! -replicó con tono fuerte y sin disculpas. Aunque luego sonrió al recordar-. ¿Pero la pasamos mucho mejor, verdad?

– Ay, sí, fue maravilloso -declaró-. Almorzamos en un lugar llamado Becov y…

– Y cuando estacioné el auto sentía que tenía una necesidad abrumadora de besarte.

– ¿De veras?

– Sí -confirmó y la besó.

– ¡Ven! -musitó.

– Si te hubieras fijado en mí entonces, cuando te dejé en tu hotel, cuando me dejé vencer por esa necesidad y te besé… aunque sea en la mejilla, estoy seguro que hubieras pensado, "pobre Ven".

– ¿Crees?

– No recuerdo haber manejado hasta mi casa. Pero cuando salí del auto y caminé hacia la puerta me percaté de que estaba cayendo bajo el embrujo de esa inglesa que había sido una compañía tan encantadora y agradable todo el día.

– ¡Oh! -exclamó ella, fascinada y con una sonrisa traviesa, pidió-. Sigue.

Era conmovedor verlo sonreír y la besó en la punta de la nariz por su imprudencia.

– Y así me pasaba el día pensando en ti, y no descansaba ni cuando trataba de dormir en las noches.

– Cuanto lo siento -dijo ella feliz.

– Se te nota -él se rió, y continuó-. En la mañana decidí irme a Praga.

– ¿Por mi culpa? -preguntó pasmada.

– ¡Claro que por tu culpa!

– Pero, ¿por qué?

– Porque, aunque siempre había permitido que se expresaran mis sentimientos, esa vez, por alguna razón que no podía comprender, sabía que no podía hacerlo contigo.

– ¿Por lo de la entrevista? -adivinó Fabia.

– Para ser sincero, moje milá

– ¿Qué quiere decir moje milá?

– Amor mío -le tradujo.

– Gracias -murmuró Fabia feliz y le recordó-, para ser sincero…

– Para ser sincero -repitió él-, me tenía sin cuidado lo que escribieras en tu entrevista. Lo que sí me importaba era esa necesidad de obedecer a un instinto que me advertía que debía alejarme de ti.

– ¿Es… estabas temeroso?

– ¿Por qué no? Jamás había sentido la fuerza de esa emoción que llaman amor. Ese sentimiento que, incluso cuando había planeado ir a Praga, y aunque había admitido sólo que me simpatizabas lo suficiente como para evitar más problemas, me hizo darle instrucciones a Lubor…

– ¿Acerca de mi auto? -bromeó ella.

– Eso era diferente -le contestó-. Después de asegurarme de dejarlo bastante ocupado todo el fin de semana y sin esperar que pudieras ponerte en contacto con él para nada, le di instrucciones de que te ayudara en caso de que tuvieras algún problema.

– Pero aclarando que sólo lo hiciera de manera impersonal.

– ¡Aja! -confesó Ven-. No creí que te lo dijera. Claro que lo estaba haciendo por celos de nuevo -admitió.

– Yo creí que era porque no me tenías confianza y pensabas que yo iba a interrogar a Lubor acerca de tu vida personal.

– Amor mío -murmuró él y con sus besos borró cualquier herida, luego sacudió la cabeza y dijo burlándose de sí mismo-. Y yo creí que yendo a Praga te eliminaría de mis pensamientos.

– No fue así, me llamaste por teléfono de Praga la noche siguiente -recordó ella con facilidad-. Pensaba que me llamabas por esa maldita y abominable entrevista, pero estabas de tan mal humor -calló al ver que él levantaba la ceja. Comprendió en ese momento que no lo perdonaría si le recordaba que ella tampoco había sido muy dulce pero él no lo hizo y sonrió.

– ¿Y por qué no habría de estar de mal humor? -preguntó él-, te había llamado sólo porque sentía la necesidad de escuchar tu voz y, ¿qué había conseguido por mi debilidad? Esa voz no perdió tiempo en informarme que había salido a cenar la noche anterior con mi secretario.

– Válgame Dios, los celos…

– Sí -admitió él-. Y como si no fuera suficiente tú, a pesar de que me estaba dando cuenta de que era idiota de mi parte enfurecerme porque tú y Lubor parecían caerse tan bien, tú que no le tienes ningún miedo a mi perro, de hecho aquel día lo llevaste de paseo, parecías ya habértelo apropiado también. Decidí que era hora de regresar.

– Volviste por unos papeles.

– Mentí.

– ¡Oh! -ella quedó boquiabierta y entonces se le ocurrió algo-. ¡Eres un demonio! -lo acusó con tono de adoración-. Me preguntaste si ya me habían regresado el auto del taller, cuando lo tenías encerrado aquí bajo llave.

– Tú dijiste que planeabas ir a Praga. Para mi modo de pensar ya habías visto demasiado a Lubor y en ese momento decidí que alejarte de él era una excelente idea.

– Y por eso me invitaste en ese momento a llevarme en tu auto a Praga.

– Claro, y me enamoré más y más almorzando contigo, cenando juntos, observando tu inocente regocijo mientras admirabas el reloj astronómico al dar la hora. Cuando te besé aquella noche, y acepté que te deseaba, comprendí que, estando la situación tan explosiva, debía sacarte de allí y regresar contigo a Mariánské Lázne.

– Pero no lo hiciste.

– Creí que iba a poder controlarme, pero al día siguiente habíamos estado recorriendo Praga y regresamos a nuestra suite y te miré a los ojos y sentí que me ahogaba. La única manera en que podía protegerte era desapareciendo esa noche.

– Me dijiste que tenías un compromiso.

– ¿Te acuerdas de todo?

– Te amo -volvió a decir ella con sencillez y recibió un beso de recompensa.

– ¡Ay, adorado corazón! -Ven suspiró y la estrechó en sus brazos durante largos, largos minutos de felicidad.

– Si te sirve de consolación -murmuró Fabia, un poco después-, yo estaba verde de celos cuando saliste esa noche.

– ¿De veras? -exclamó él retirando la cabeza para verla.

– Sí, pero no quise admitirlo.

– Claro -asintió Ven, pero añadió para deleite de ella-. Y yo desde luego, no tenía ningún compromiso esa noche.

– ¿En serio?

– De verdad. Quería quedarme contigo, pero por amor a ti, tenía que irme. Y tampoco me atreví a regresar hasta estar seguro de que estabas dormida y de que no iba a caer en tentación -muda, lo observaba con incredulidad-. Luego, anoche, después de un día sublime, salimos a cenar y yo empecé a admitir que me estaba enamorando de ti.

– Pensé que estabas un poco preocupado -murmuró ella feliz.

– Y yo -replicó él acariciando su nariz-, pensaba que estabas un poco fría a ratos.

– Perdón -se disculpó-. Como defensa, sólo puedo alegar que apenas me acababa de dar cuenta de que estaba enamorada de ti. Mi conciencia, sobre ese dolor de cabeza de la entrevista que me encargó Cara, no me dejaba en paz, porque te estaba yo engañando haciéndote pensar que yo era ella.

– ¡Ay mi pequeña y adorable mujercita! -susurró él y por su tono ella sabía que la había perdonado-. No sé ni cómo decirte esto… -hizo una pausa, pero había decidido obviamente, decírtelo todo-. Es un hecho, querida, que yo jamás le prometí una entrevista a tu hermana, ni a ninguna otra persona que representara a la revista Verity.

– ¿Cómo?

– Si lo hubiera hecho puedes estar segura de que hubiera estado ese viernes para cumplir con lo prometido.

– ¡Pero… pero Cara tenía una carta tuya! -Fabia trató de comprender y de aclarar el asunto-. Ella…

– Ella recibió una carta de Milada Pankracova, firmada por ella, pero…

– ¡Tú no se la dictaste!

– Creo que fue lo último que hizo antes de que dejara el trabajo.

– Tú la despediste -recordó Fabia.

– No hacía su trabajo como Dios manda. Sin embargo, cuando escuché que utilizaba un lenguaje despreciable con mi ama de llaves y que era grosera con Ivo, decidí que no era la persona que necesitaba.

– La despediste allí mismo.

– Le di una hora para vaciar su escritorio. Una hora en la que, a sabiendas de que yo nunca concedo entrevistas, le escribió a tu hermana, y le concedió una cita.

– ¡Válgame Dios! -exclamó Fabia-. Eso no estuvo nada bien.

– Y eso es decir poco -Ven sonrió y la miró con adoración-. No sólo habría puesto a tu hermana en un aprieto, ya que no hubiera podido encontrarme si todo hubiera resultado como yo lo tenía planeado…

– ¿Por qué te fuiste a Praga?

– No tenía planeado ir a allá entonces. De acuerdo a mis planes, debía estar concentrado en el último capítulo de mi obra, que es cuando por nada del mundo acepto interrupciones y Milada lo sabía muy bien. Lo que ella no sabía, claro, era que había terminado de escribir unos días antes de lo que esperaba y por eso no estaba aquí cuando tú, en lugar de tu hermana, llegaste.

– ¿Quieres decir que cuando te mostré la carta que Milada le envió a Cara era la primera noticia que tú tenías de la entrevista? -ella no daba crédito a lo que le estaba diciendo.

– Efectivamente -pero antes que ella se sintiera mortificada expresó-. ¿Te he dicho ya lo feliz que estoy con toda mi alma de que hayas venido?

– ¡Oh, Ven! -suspiró-. ¡Así que Lubor no estaba bromeando cuando le sorprendió que tú hubieras concedido una entrevista! Él sabía que era un error.

– Cuando regresé de dejarte en el hotel aquel lunes, le pedí que me trajera toda la correspondencia con Verity. No había ninguna.

– ¿La había destruido Milada Pankracova?

– Así parece.

– ¡Qué odiosa mujer!

– Pero Lubor me dijo que la entrevista estaba anotada en tu diario -recordó Fabia de repente-. ¡Me aseguró que la habían pasado por alto, te lo juro!

– ¿No te dije que es muy buen secretario? -sonrió-. En sus referencias estaba que es una persona de gran lealtad.

– ¡Caramba! -exclamó ella y reflexionó sobre todo lo que había sucedido porque Milada había querido jugarle a Ven una mala pasada-. Y allí estaba yo, en Praga, pensando que no querías discutir lo de la entrevista porque estabas fatigado de haber trabajado durante tanto tiempo sin ningún descanso.

– Puedo recuperarme muy rápido -la informó Ven-. Aunque ya que hablamos de Praga otra vez, tengo que explicarte que, cuando regresamos a nuestra suite después de cenar esa noche, sintiendo que mis emociones estaban en ebullición, tuve que inventar que tenía una cita con alguien…

– Inventar… no…

– Necesitaba estar solo para pensar las cosas, tú me distraías demasiado -murmuró él.

– Qué bueno -comentó ella-. Y yo me acosté a dormir sintiéndome desgraciada y con la conciencia llena de Culpa por mis pecados, tuve la horrible pesadilla dé que tú estabas en peligro. ¡Fue casi dormida que salí corriendo a la sala, para tratar de salvarte!

– ¡Tú querías salvarme! -exclamó con felicidad Ven y tuvo que besarla-. Yo necesitaba ayuda de alguien cuando volví al hotel y descubrí que habías tomado el tren de regreso a Mariánské Lázne.

– Tú… hmm… ¿regresaste por mí?

– Corriendo como conejo. A pesar de que todavía no me había percatado bien del motivo por el cual lo estaba haciendo, decidí regresar y estuve aquí una hora antes de que el tren oficialmente llegara. ¡Y estaba retrasado!

– ¿Sabías que había llegado retrasado? ¿Llamaste a la estación?

– A la estación. Al hotel. A Inglaterra, yo estaba hecho un nudo de tensión, de nervios y de miedo.

– ¿Miedo? -ella abrió más los ojos.

– Miedo de que te fueras de Checoslovaquia sin antes ir a tu hotel -le reveló y luego esbozó una sonrisa amarga-. Por primera vez en mi vida no podía pensar con lógica, porque ¿para qué ibas a tomar un tren a Mariánské Lázne si pensabas irte del país?, para eso tomarías el avión desde Praga. Descubrí que el amor no tiene lógica.

– De modo que no podías razonar -advirtió ella encantada de estar escuchando todo lo que le había revelado-, y…

– Y -continuó él-, me puse más y más nervioso porque no tenía tu dirección en Inglaterra.

– ¿Me hubieras buscado allá?

– Claro -declaró él sin titubeos, haciendo que el corazón de Fabia estallara de alegría-. Gracias a Dios no tuve que hacerlo. Aunque entonces no lo sabía, así que llamé a tu hotel y mientras insistí en que me avisaran, sin que tú supieras, en el momento en que llegaras…

– ¡Les pediste que te llamaran!

– Seguro -señaló-. Y al mismo tiempo les pedí tu dirección en Inglaterra.

– ¡Cielos! -ella empezó a comprender lo angustiado que debía haber estado.

– Pero ellos, incompetentes y tontos, creí, me dieron tu dirección en algún lugar en Gloucestershire, cuando yo quería tu dirección en Londres.

– Estabas a punto de descubrir mi engaño -insertó Fabia.

– Faltaba poco para que me volviera loco -la corrigió Ven-. En mi trabajo lo más natural es confirmar todos los datos de la investigación. En ese momento recordé que Lubor me dijo que había dejado tu tarjeta de presentación en mi escritorio.

– No me digas que todavía la tenía.

– Sí; con el pretexto de tener que regresarle una pluma que había olvidado, Cara Kingsdale, en mi casa, objeto que podía tener algún valor sentimental, llamé a la revista Verity.

– ¿Ellos te dieron la dirección de la casa de Cara?

– No sólo eso, sino que mostrándose ansiosa de complacerme, la mujer con quien hablé sugirió que, en vez de mandar el paquete a nombre de Cara, lo enviara, para estar más seguro de que le llegara, con su nombre de casada.

– Sálvame, Dios -musitó la muchacha.

– Puedes sentirte avergonzada. ¡Pasé un infierno! -la regañó Ven-. Estaba tan alterado, ¡casada!, repetí y para encubrir mi sorpresa le dije: Se ve demasiado joven para ser casada, y la amable mujer contestó: Cara me va a matar por revelarlo, pero cumplirá veintinueve en agosto. Lo sé porque cumplimos el mismo día.

– Te dije que tengo veintidós años.

– Sí, me daba cuenta de que no podías tener veintinueve. Pero como todo estaba explotando a mi alrededor, todavía no salía de mi confusión cuando me llamaron del hotel para decirme que acaba de llegar.

– Tú… -empezó Fabia a decir y luego entendió-. ¡Le ordenaste a Lubor que me llamara para avisarme que habían entregado ya mi auto.

– ¡No estaba de humor para hablar contigo personalmente! ¿Tienes idea, mujer, de lo que sentía mientras esperaba mirando desde la ventana que llegaras en el taxi?

– ¿Ya sabías entonces que estabas enamorado de mí?

– Supe en el momento en que colgué el auricular después de llamar a Inglaterra, que no sólo te amaba con todo mi corazón, sino que de ninguna manera podía aceptar que estuvieras casada con nadie más que conmigo.

– ¡Ay! -exclamó ella apabullada.

– ¿Sí me quieres, verdad? -preguntó Ven con ansiedad.

– Claro que te quiero y mucho.

– Mira como me has dejado… -sonrió él con ternura-. Pero claro, no tuve más que un rato para pensar por qué querías irte, si estabas dispuesta a no cumplir la promesa que le hiciste a tu hermana, ¿qué podía ser?, sospeché que estabas huyendo de mí porque me amabas y porque te había lastimado mucho que te acusara de empalagosa.

– Eres muy inteligente -susurró ella temblando.

– Entonces saca a este hombre inteligente de su desolación y dime… ¿vas a casarte conmigo?

– ¿Estás seguro? -preguntó ella sin dar crédito a sus oídos.

– Jamás he estado más seguro en toda mi vida. Cásate conmigo, Fabia -insistió-. Deja que vaya contigo a Inglaterra, a conocer a tus padres y a concederle a tu hermana la entrevista que te trajo a mí, y…

– ¿Permitirías que Cara te entrevistara?

– No hay nada que no esté dispuesto a hacer por ti -contestó él, y frustrado imploró-. Por amor de Dios, mujer -recordando un comentario que ella había hecho durante el almuerzo en Becov-, dame una respuesta directa a una pregunta directa, ¿vas a casarte conmigo?

– ¡Oh, Ven, amor mío! -sollozó ella-. Sí, claro que sí.

– ¡Por fin! ¡Gracias amada mía! -declaró fervientemente y cuando inclinaba la cabeza para besarla con ternura, declaró-: Nos casaremos pronto, núlacku. ¡No quiero esperar más a tenerte de nuevo apasionada en mis brazos… serás mía.

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