Fabia cambió de posición al despertar en su habitación del hotel ese lunes y al empezar a recordar, volvió a cerrar sus hermosos ojos verdes y deseó por un momento estar de regreso en Inglaterra. Un segundo o dos después volvió a abrirlos, se sentía agitada. Debía ver la situación por el lado optimista, pero el único problema era, se dijo con desaliento, qué aparte del lugar en el que estaba, el encantador balneario de Mariánské Lázne, en Checoslovaquia, un país que siempre había querido visitar, no había ninguna otra cosa interesante.
Debió estar loca, total y ridículamente loca, pensó, para haberse dejado convencer por su hermana y hacer ese viaje, sola. Sin duda, en las mismas circunstancias, a Cara le hubiera ido mucho mejor.
Su hermana era más sofisticada que ella, pero a los veintiocho años de edad, seis más de los que Fabia tenía, era de esperarse que lo fuera. Y, de todas maneras, Cara no habría durado más de dos minutos en su trabajo como periodista si no hubiera madurado.
Madurado o no, Fabia siempre defendía a su hermana incluso con el pensamiento, ésta tenía un gran e importante talón de Aquiles, Barnaby Stewart, quien era una gran persona y era brillante como científico, pero por otro lado distraído y en general bastante inútil. Había ocasiones, y Fabia lo sabía muy bien, en que Barnaby conducía a su ordenada y eficiente hermana a una total confusión. De todas maneras, Cara estaba profundamente enamorada de él y hacía un año que se habían casado.
La chica estiró la mano hacia la mesa de noche para tomar su reloj. Era temprano y no tenía prisa en empezar un día que podría caer en la misma categoría desafortunada que el anterior, el anterior, repitió incorporándose en el lecho y recargándose en la cabecera.
Los acontecimientos no habían resultado como los había planeado. ¡Cómo deseaba que su hermana estuviera allí! Debía estar con ella, de hecho era Cara la que iba a hacer el viaje a Checoslovaquia sola.
Sin querer, Fabia recordó su hogar en Gluocestershire donde vivía con sus padres en el pueblo de Hawk Lacey. Su familia tenía una pequeña empresa y una instalación para cuidar perros mientras sus dueños salían de vacaciones. A Fabia le encantaban los canes y los gatos, y había pensado estudiar para veterinaria. Estaba estudiando para el examen de admisión cuando su padre descubrió que se había estado durmiendo con un atractivo spaniel lo que hizo al señor expresar sus dudas en palabras.
– Sé que alguien tiene que dedicarse a ello, cariño -declaró con sensibilidad-, pero creo que no tienes el carácter para soportar el lado triste de esa profesión.
– ¿No te sentirás desilusionada si no entro a estudiar esa carrera? -le había ella preguntado, y se sintió más contenta que hacía semanas cuando le respondió.
– No seas tonta -bromeó él.
Cuando Fabia dejó la escuela, parecía estar hecha para dedicarse a darles de comer y ejercitar a los perros proporcionándoles todo el amor y la atención que tanto necesitaban.
A su hermana también le gustaban los animales, pero nunca había tenido nada que ver con ellos, se había salido de su casa al cumplir los dieciocho años. Cara se había casado y vivía con Barney en Londres, pero iba a visitarlos a Hawk Lacey siempre que podía. A veces Barney la acompañaba, pero, como a menudo ella podía coordinar las visitas con algún reportaje en esa área, iba sola.
Fue en una de esas ocasiones, en febrero, dos meses atrás, cuando, habiendo manejado a Cheltenham para hacer una entrevista, se desvió para verlos. Fabia sintió que estaba muy emocionada y comprendió que no era la única cuando apenas se sentaron a tomar el té, su padre le preguntó ya que era muy observador:
– ¿Nos lo vas a contar o es un secreto?
– Adivinen quién…-empezó Cara a decir.
– ¡Vas a tener un niño! -trató de adivinar su madre, aflorando un nietecito.
– ¡Mamá! -exclamó Cara, exasperada-. ¡Ya tengo bastante tratando de cumplir con mi profesión y tener que limpiar todo el tiradero que deja Barney para todavía añadir un niño a mi carga de trabajo!
A Norma Kingsdale le mortificaba que su hija mayor no tuviera ninguna intención de abandonar su carrera, pero esperaba que lo hiciera cuando se decidiera a tener familia. Como no habían visto a Cara desde Navidad, y como podrían pasar otras cinco semanas o más, antes que la volvieran a ver, no discutió más y la animó para gozar del momento que tenían.
– Dijiste, "adivinen quién…"
Cara no necesitaba que la motivaran y sus ojos volvieron a brillarle de emoción.
– Adivinen a quién le acaban de otorgar la entrevista del año.
Después de un periodo de trabajo por su cuenta, la joven estaba trabajando para la connotada revista bimestral Verity. Para Fabia, que pensaba que su hermana era lo máximo, la entrevista era una prueba más de que era una excelente profesionista.
– ¿La que acabas de hacer en Cheltenham? -le preguntó emocionada mientras esperaba que le diera más detalles.
– ¡No, válgame Dios! -negó Cara-. Esa entrevista casi no tiene importancia comparada con esto.
– ¡Aja!, se trata de una entrevista que aún no has realizado -dijo Godfrey Kingsdale.
Cara asintió con la cabeza y prosiguió a decirles que había escuchado decir, esa mañana cuando entró a su oficina para ver si había recibido correspondencia, antes de irse a Cheltenham, que le habían asignado la entrevista con el famoso Vendelin Gajdusek.
– ¿El escritor checo? -preguntó Fabia. Aunque no había leído ninguno de sus libros, sabía que lo tenían en alta estima dentro del mundo literario.
– ¡El mismo! -exclamó Cara-. Casi no puedo creerlo. Me pellizco, para saber si estoy dormida o despierta.
– ¿Pero, creí que él nunca otorgaba entrevistas? -recordó Godfrey Kingsdale.
– Así es -asintió Cara-. Por eso mismo es tan extraordinario que después de semanas y semanas de acaramelar a su secretaria por fin logré convencerlo. Todavía no lo puedo creer, aunque tenga yo aquí la carta para probarlo.
Los siguientes minutos todos la felicitaron ya que comprendían que había sido un gran logro. Luego la señora Kingsdale preguntó:
– ¿Tendrás que ir a su hotel a entrevistarlo?
– ¿Hotel? -dijo Cara, pero de inmediato comprendió-. Ah, él no vendrá a Inglaterra, yo debo ir a Checoslovaquia.
– ¡Checoslovaquia! -exclamó la señora.
– Está en Europa Oriental, mamá, no en Marte -Cara se rió, todavía muy entusiasmada por las noticias de esa mañana.
– ¿Y Barney está de acuerdo con que vayas? -preguntó Norma.
– Él está más emocionado que yo -respondió Cara, revelando que le había llamado por teléfono cuando se enteró de la noticia-. Y no, mamá, no le importa. Mientras yo esté feliz en mi profesión, él me apoyará -sonrió para no dar la impresión de que le fastidiaba el hecho de que su madre pensara que debería dedicarse más a su hogar, porque ya estaba casada-. Además, como lo más pronto que me puede recibir el señor Gajdusek es la primera semana de abril, todo ha resultado perfecto.
– ¿No tenía Barney que ir a los Estados Unidos a finales de marzo? -intercaló Fabia.
– Te acordaste -Cara sonrió y le reveló-. En realidad estaba preocupada al pensar en qué iba a hacer durante las cuatro semanas que él estaría de viaje, ya me acostumbré a tenerlo en casa -admitió, aunque todos pensaban lo contrario-. Ahora ya hice planes para pasar con él las dos últimas semanas, juntos, como en una especie de vacaciones, pero las dos primeras semanas… -se quedó pensando y miró a Fabia-. Acabo de tener una maravillosa idea, ¿por qué no me acompañas a Checoslovaquia?
– ¡No hablas en serio! -exclamó la joven, emocionándose de inmediato.
– Claro que sí -replicó Cara-. Serás la mejor compañía y te fascinará, estoy segura.
– Creo que estás recordando la época en que todos los chicos estaban volviendo a sus padres locos con la música pop, Fabia tocaba día y noche obras de Smetana, Janácvek y Dvorvák -murmuró su padre a secas.
– Estás exagerando -Fabia soltó una carcajada, pero no pudo negar que había sido una gran aficionada de los compositores checos y todavía lo era.
– ¿Entonces, qué opinas? -preguntó Cara y Fabia se volvió para preguntarles a sus padres.
– ¿Creen que puedo? ¿No me necesitarán?
– Hace mucho que debiste tomarte unas vacaciones -declaró de inmediato su madre.
– Podemos estar solos una semana -y luego miró intrigado a Cara-, ¿o dos?-preguntó.
– El señor Gajdusek vive en la región de Checoslovaquia llamada Bohemia Occidental y quería llegar en avión, encontrar Mariánské Lázne donde tiene su casa y volar de regreso a Inglaterra -respondió Cara-. Pero si Fabia me acompaña podemos ir manejando, tomar el transbordador a Bélgica, cruzar Alemania y… -cuando su padre la miró frunciendo el ceño dijo-. Podemos tomar turnos para manejar y parar en algunos lugares en Alemania -corrigió mirando de reojo a Fabia que sonreía-, y una vez que haya concluido mi entrevista tomarlo como vacaciones, quedarnos unos días y conocer los alrededores. Incluso podríamos ir a Praga.
– ¿Podemos? -preguntó entusiasmada Fabia y quedaron de acuerdo.
Durante los dos meses que quedaban Fabia hizo varias veces el equipaje, y adquirió un libro de frases checoslovacas traducidas al inglés. Cuando su padre opinó que el auto que él y su madre le habían reglado para sus cumpleaños era más confiable en carretera que el elegante auto de Cara, que no tenía un motor tan potente, decidieron que utilizarían su cuidado Volkswagen para el viaje.
Las hermanas hablaban por teléfono muy seguido. Y mientras crecía el entusiasmo de Fabia ante la perspectiva de ir a conocer el país de sus compositores favoritos, crecía también la alegría de Cara ante la idea de ir a hacerle una entrevista a Vendelin Gajdusek. Era como si todavía no quisiera creer que era tan afortunada, que ella, entre tantos afamados periodistas que buscaban entrevistarlo, había sido aceptada por él. ¡Era obvio que estaba en la cúspide de su carrera!
Para cuando llegó la semana en que emprenderían el viaje, Fabia había conseguido y leído una de las obras de Vendelin Gajdusek traducida al inglés y sentía tanta admiración por el escritor como por su hermana. Aunque prefería el estilo suave y poco agresivo de escribir, no podía dejar de admirar la afilada narrativa del checoslovaco.
Debía ser una emoción increíble poder conocer al hombre que era autor de esa obra, pensaba cuando cerraba la maleta por última vez, el martes en la mañana, aunque sabía que eso iba a ser imposible. Habían planeado con mucho cuidado el primer día de lo que llamaban su "experiencia checoslovaca", así que Fabia sabía por adelantado que nunca llegaría a conocer a Vendelin Gajdusek.
De nuevo, Cara repasó los primeros días de su itinerario en su memoria. Barney había volado a los Estados Unidos el jueves anterior, y ella debía llegar manejando al apartamento donde vivían en Londres, el martes por la tarde. De allí, Cara lo tenía ya todo meticulosamente planeado; ella y Fabia irían conduciendo a Dover y tomar el transbordador a Ostend el miércoles en la mañana. Cruzarían Bélgica y entrarían tranquilas en Alemania donde pasarían la noche. El jueves debían llegar a la frontera Checa. De acuerdo a los planes de Cara, quien había hecho reservaciones en el hotel en Mariánské Lázne, debían llegar a su destino ese día en la tarde.
Tenían bastante tiempo, había declarado, para descansar antes de salir, un poco antes de las once de la mañana, para acudir a su valiosa cita con el señor Gajdusek el viernes en la mañana. Después de eso, tendrían vacaciones.
Fabia no podía pensar más que en la "Experiencia Checoslovaca", cuando se despidió de sus padres junto a su auto.
– Recuerda hija que debes…
– No te preocupes, mamá -Fabia sonrió a su madre que estaba preocupada-. Ya conoces a Cara, es de lo más eficiente, todo saldrá a la perfección.
Sólo unas horas después Fabia deseó, con todo su corazón, haber tocado madera cuando hizo esa declaración. Porque algo había salido mal. ¡Muy mal y todavía antes de salir de Londres!
Contenta, sonriente y confiada, había quitado de su frente unos cabellos, largos y rubios y los había puesto detrás de la oreja y esperaba que su hermana fuera a abrirle la puerta.
La sonrisa en su rostro se desvaneció de pronto en el momento en que Cara abrió la puerta y contempló la desusual palidez de su rostro y las señales, casi inequívocas, de que había estado llorando.
– ¡Cara! ¡Cariño! ¿Qué te pasa? -entró al apartamento con ella.
– ¡No puedo ir! -exclamó a secas.
Fabia se estremeció, pero estaba más interesada en ese momento en averiguar qué podía hacer para ayudar en lo que fuera y por lo que fuera, que preocupada porque parecía que su anticipado y emocionante viaje a Checoslovaquia no se llevaría a cabo.
– ¿Por qué? ¿Qué ha sucedido?
– Barney… está enfermo -respondió con angustia; había llorado bastante, pero ya estaba más controlada.
– ¡No! ¡No, cariño! -se lamentó Fabia y abrazó a la joven, luego ambas tomaron asiento-. ¿Qué le pasa? -preguntó rogando a Dios que no fuera algo grave.
– Todavía no lo saben. Me llamaron por teléfono hace como tres cuartos de hora. Ha contraído algún virus y está delirando de fiebre mientras los doctores hacen lo imposible por averiguar qué es lo que tiene.
– ¿Vas a ir con él? -era más una declaración que una pregunta.
– Llamé de inmediato al aeropuerto, ya reservé en el primer vuelo que sale hacia allá. ¿Podrías llevarme? Me siento demasiado nerviosa para manejar -confesó Cara.
– Claro que sí -respondió Fabia sin titubear, y estaba a punto de añadir que se iría en el mismo vuelo cuando notó un cambio en la expresión de su hermana. Conociéndola bien, Fabia se maravillaba de que a pesar de que Barney estaba por lo visto, bastante grave, Cara hacía un gran esfuerzo para sobreponerse a la noticia que había recibido hacía menos de una hora.
Se maravilló todavía más cuando la eficiencia de su hermana salió a flote al declarar:
– Según mis cálculos tendrás tiempo todavía de llegar a Dover después de dejarme en el aeropuerto -y continuando en la misma línea antes de que Fabia la convenciera de que no iría a Checoslovaquia sin ella-. Te tardarás como cuatro horas en cruzar de modo que podrás dormir y descansar antes de… -se calló, pero parecía tratar con desesperación de no pensar en la gravedad de su adorado marido hablando de su trabajo-. Es increíble que tenga que perder la oportunidad de entrevistas a Gajdusek -suspiró temblorosa-. Era la entrevista de una vida.
Fabia había olvidado todo acerca de la cita de su hermana para el viernes a las once, pero sintió lástima por ella.
– Cuánto lo siento -le dijo con ternura, consciente de todo lo que significaba para Cara. Por lo tanto sólo pudo amar y admirar más a su hermana porque al tener que escoger entre la entrevista más importante de su carrera y volar para estar junto al lecho del enfermo había elegido, sin titubear, adonde estaba su esposo. Fabia sintió que las lágrimas la iban a traicionar, comprendió que estaba en peligro de mostrarse abrumada y eso no ayudaría en nada. De modo que, reprimiendo el llanto, trató de ofrecer alguna ayuda más práctica-. Quizás -sugirió tentativamente-, otra persona pueda hacer esa entrevista en tu lugar.
– Tienes razón -Cara se volvió para verla, daba gusto que estuviera sonriendo con valentía. Fabia le sonrió a su vez, pero la sonrisa desapareció cuando un segundo después declaró, con claridad-. Tú.
– ¡Yo! -exclamó Fabia, sabiendo que en una situación como esa, su hermana no bromeaba.
– Eres la más indicada para hacerlo -dijo e ignorando que su hermana la miraba con incredulidad, prosiguió-. He tenido tiempo para pensarlo bien y con cuidado, han sido los tres cuartos de hora más largos de mi vida, entre la llamada y tu llegada y tienes que ser tú. Ya hice la lista de las preguntas que debes hacerle…
– ¡Cara! -protestó, tratando de detenerla antes que fuera demasiado tarde-. ¡No puedo hacerlo! -tuvo que decirle y cuando su hermana, de pronto, la miró con hostilidad expresó-: Estoy segura de que le puedes escribir o llamar por teléfono al señor Gajdusek, si quieres yo puedo hacerlo por ti -se ofreció apresurada, no queriendo contrariarla-. El señor Gajdusek comprenderá, sin duda te dará otra cita si…
– ¡Claro que no! -la interrumpió Cara con hostilidad-. Sudé sangre para conseguir que aceptara verme. Te aseguro que yo no voy a arruinarlo todo diciéndole que no puedo acudir a la única cita que me ha concedido. Además, su secretaria, Milada Pankracova, me mandó decir en su carta que su jefe no tenía deseos de repetir dos veces las cosas, y que esa era la última vez que trataban el asunto. Lo único que tenía que hacer era presentarme en la fecha mencionada, y él cumpliría con su promesa. Sólo que -Cara se detuvo y miró con seriedad a su hermana-, esta vez, no seré yo quien lo vea, sino tú.
– Pero… -Fabia empezaba a sentir desesperación, recordando que cuando su hermana tenía algo en mente era difícil disuadirla-, ¿no puedes llamarle a alguno de tus colegas para que asista a la entrevista? Ellos son profesionales y…
– ¡Has de estar loca! Ya te expliqué todo lo que tuve que hacer para conseguir esta entrevista. Si crees que voy a dejar escapar esta preciosa joya por la que he trabajado toda mi vida, y que otra persona de la revista Verity firme estás completamente…
– ¿No aceptarían, dadas las circunstancias, poner tu nombre…?
– ¡Válgame Dios, cuánto te falta aprender! -le gritó. Pero al mismo tiempo se le llenaron de lágrimas los ojos y Fabia se conmovió. Le costaba trabajo controlar su propio llanto y la periodista le pidió con voz temblorosa-: ¿No podrías hacerme este gran favor? Sólo te estoy pidiendo una hora de tu vida… eso es todo.
– ¡Ay, Cara! -lloró, sintiéndose el ser más malvado de la tierra. ¿Qué significaba una hora en toda una vida, por amor de Dios?
– No te estoy pidiendo que escribas la entrevista. Yo puedo hacerlo cuando tú me entregues tus anotaciones. Lo único que te estoy pidiéndoles que consigas algunos datos relevantes, respuestas que yo pueda redactar -explicó con voz temblorosa-. ¿Harías eso por mí, cariño?
– Claro que sí -¿cómo podía rehusarse?, y desde ese momento hasta que llegó la hora de ir al aeropuerto estuvo escuchando intensamente todas las instrucciones que Cara tenía que darle.
Para cuando estaban en camino, Fabia ya conocía la dirección de Vendelin Gajdusek y se devanaba los sesos pensando en qué otra cosa debería saber.
Llegaron al aeropuerto con bastante tiempo de anticipación, y Fabia le sugirió a su hermana que llamara a sus padres para avisarles de Barney.
– No, no lo creo -declaró Cara-. Además ya se habrán acostado a dormir. Si Barney empeora -prosiguió y se le quebró la voz-, los llamaré. Por lo pronto me harás un gran favor si tú tampoco les avisas. Tratarán de desanimarte para que no vayas a Checoslovaquia a hacer mi trabajo, ya sabes como son.
– ¡No puedo decirles mentiras! -replicó Fabia reacia, aunque en vista de lo qué estaba pasando su hermana, se resignó.
– No tendrás que hacerlo. Ellos saben que ambas manejaremos durante estas vacaciones de trabajo. No esperarán que enviemos tarjetas postales separadas, así que cuando quieras enviarles alguna sería conveniente que añadieras mi nombre. Y hablando de tarjetas -prosiguió mientras Fabia pensaba que añadir su nombre era mentir-, llévate un par de mis tarjetas profesionales -buscó en su bolsa, las sacó de su cartera y se las entregó a su hermana, quién sabía que ella usaba su nombre de soltera en su trabajo; leyó las tarjetas: "Cara Kingsdale, Revista Verity". La periodista siguió dándoles instrucciones-. Guárdalas en caso de que el señor Gajdusek quiera pruebas de que tú representas a Verity. ¡Oh! -exclamó de pronto al ver un sobre con el sello de Checoslovaquia en su bolsa-. Llévate también esto. Es la importante carta donde me avisan de la fecha y de la hora de la entrevista.
– ¿No se ofenderá el señor Gajdusek de que lo entreviste una persona que no es periodista profesional? -preguntó con inocencia y quedó horrorizada no sólo ante la expresión de ira en el rostro de su hermana sino por su respuesta.
– ¡En serio! -explotó con impaciencia-, ¡no le puedes revelar que tú no eres una profesional! -gritó, y murmurando algo que sonaba desagradable agregó-: ¡Tienes que fingir que eres yo… Cara Kingsdale! -insistió.
– ¡Yo no puedo hacer eso! -exclamó Fabia asombrada.
– ¡Por amor de Dios! No es como si ya nos conociera a ambas o si fuera a volvernos a ver -silbó Cara y cuando las personas empezaban a mirarlas, su tono cambió por completo-. ¿Te avergonzaría tanto fingir que eres yo por una hora? -preguntó lamentándose. Y, jugando su última carta-. ¿Me defraudarías… ahora?
Fabia condujo el auto hasta Dover, disgustada consigo misma porque en lugar de cooperar cuando Cara tenía tanto de qué preocuparse, había puesto obstáculos. Trató de animarse cuando subió al transbordador porque habiéndose rendido de inmediato y completamente le había asegurado a su hermana que podía irse al lado de su marido con toda tranquilidad y que habiéndole dado su palabra, jamás la defraudaría si de ella dependiera.
El cruce a Ostend fue rápido y Fabia cuando no rezaba para que se aliviara Barney, trataba de enfrentarse al hecho de que, a pesar de tener aversión innata al engaño y a las mentiras, acababa de aceptar practicar ambos. Tenía que mentir al escribir el nombre de Cara en las tarjetas postales que enviaría a sus padres. ¿Y no era un engaño presentarse en el hogar de Vendelin Gajdusek fingiendo que era su hermana?
Fabia condujo el auto a través de Bélgica y entró a Alemania deseando con toda su alma que llegara el sábado y que pasara la tan mentada entrevista con el famoso escritor.
De pronto se percató de que no le había preguntado a su hermana una cosa fundamental, ¿cuándo debería regresar a Inglaterra?
Debido a todo lo acontecido había disminuido su emoción ante la perspectiva de conocer Checoslovaquia. Sin embargo, tenía la impresión, por la sugerencia de Cara, de que mandar tarjetas postales a casa, quería decir permanecer fuera las dos semanas como habían planeado. ¿Qué era lo que la periodista quería que hiciera? Para Fabia la idea de terminar con la entrevista, sin arruinarla, y regresar de inmediato a Ostend, era muy atractiva. Por otro lado, algo la llamaba y le decía… todavía no.
Comprendió entonces que estaba fatigada y confundida. Miró su reloj, al que le había aumentado una hora por el cambio de horario desde Ostend, y vio que eran más de las seis de la tarde y que, aparte de tomar gasolina y detenerse en Aachen para tomar café, había estado manejando sin parar desde las nueve de la mañana.
Un poco después se detuvo frente a un hotel en esa ciudad que tenía mil años de antigüedad, Bamberg. Al día siguiente atravesaría las fronteras de Alemania y de Checoslovaquia hasta llegar a su destino en Mariánské Lázne. Ya había adelantado bastante.
Fabia despertó en la habitación del hotel en Bamberg y pensó que si Cara estuviera con ella, y como ya no estarían lejos de su destino, hubieran aprovechado la oportunidad de conocer la ciudad. Le habría encantado conocer la plaza de la catedral y ver el castillo de Bamberg. Pero estaba sola, y mientras rezaba porque se aliviara Barney, se puso nerviosa, y sintió que tenía que seguir su camino.
Deteniéndose sólo para llenar el tanque de gasolina de nuevo, cruzó la frontera de Alemania y seis millas después se detuvo en Cheb, cerca de la frontera de Checoslovaquia, donde cambió libras esterlinas por coronas checas, y siguió manejando pensando si su nerviosismo seguiría hasta después del almuerzo del día siguiente. Para entonces tendría ya las respuestas a todas las preguntas que había escrito Cara, y podría relajarse y respirar tranquila. Desafortunadamente, no todo resultó como lo había planeado. Es decir, hasta cierto punto. Llegó al hotel en Mariánské Lázne el jueves en la tarde, donde tomó un bocadillo en su habitación mientras estudiaba la lista de preguntas que le entregó su hermana y trató de memorizarlas bien antes de presentarse ante el señor Vendelin Gajdusek al día siguiente. Luego, sintiéndose tensa, salió del hotel para pasear por Hlavní Trida, la avenida principal. Pero eso no alivió su ansiedad y sintiendo que le era imposible vivir con la conciencia sucia y la culpa, regresó al hotel pensando que no le volviera a suceder tener que suplir a su hermana.
No tenía mucha hambre, pero bajó al comedor del hotel como a las ocho de la noche y fuego regresó a su habitación para pasar una noche inquieta.
Al día siguiente, se asomó a la ventana de la habitación del hotel, en el área forestal Slavkosky, hacia las colinas cubiertas de árboles que rodeaban Mariánské Lázne, y tampoco tuvo apetito. Tomó café y yogur, y después fue a la recepción a pedir informes de cómo llegar a la casa del señor Gajdusek. De allí regresó a su habitación, luego salió con bastante anticipación, dado que la casa quedaba en las afueras de Mariánské Lázne, vestida con su mejor traje sastre, en lana verde de cuello redondo y saco largo y habiendo peinado con cuidado su cabello rubio.
Pero para entonces estaba tan tensa, por el engaño que por amor y lealtad se veía forzada a realizar que no vio los imponentes edificios que dejaba atrás, conduciendo rumbo al valle donde terminaba el pueblo y empezaba una carretera a través de los bosques.
Era en el área boscosa donde se dividía la carretera en una muy amplia y en otra secundaria, ésta era la que, le habían dado instrucciones, debía tomar. Al final dio vuelta a la derecha, y a unos cuantos metros se encontró frente al más elegante edificio de cuatro pisos. Ella sabía que ahí vivía el hombre que entrevistaría.
Consultó su reloj, sintiendo gran nerviosismo. ¡No tenía el carácter para hacer esas cosas! Y lo comprobó, además, por las náuseas que sentía. Faltaban aún quince minutos para que fuera la hora convenida.
Durante un momento trató de calmarse y de aparentar seguridad en sí misma, luego, más tranquila, salió del auto y se acercó a la imponente puerta principal del edificio.
De pronto un ataque de pánico casi la hizo retroceder, pero sin hacer caso a sus emociones presionó el timbre de porcelana. Era demasiado tarde para huir, y empezó a luchar, desesperada por mantener la calma repasando de nuevo toda la lista de preguntas, pero no recordaba ni una.
En ese momento, con el corazón en los pies, escuchó que alguien se acercaba. Si había pensado que era el hombre que allí vivía, habría sentido desilusión. No era un hombre quien abrió la puerta, sino una mujer regordeta como de cincuenta años.
– Buenos días -dijo Fabia sonriendo a la señora.
– Dobryden -respondió la mujer con sus propios "buenos días".
Por el bien de su hermana, Fabia continuó sonriendo, pero se desanimó al comprender que esa señora fuera su esposa, ama de llaves o ambas cosas, no sabía hablar inglés. Y tampoco, por la expresión de intriga en su rostro, estaba informada de su visita.
– Me llamo Fa… hmm -tosió para encubrir su primer error, ¡y todavía no había empezado!-. Me llamo Cara Kingsdale -volvió a sonreír, y como vio que no obtenía respuesta, continuó-. Vine a ver al señor Gajdusek -sin embargo, aparte de parpadear al reconocer el nombre, la mujer tampoco respondió. Fabia empezó a devanarse los sesos, pensando en como derribar la barrera del idioma. De alguna manera recordó las tarjetas de presentación que le había dado Cara y con la esperanza de que la mujer se la entregara al dueño de la casa, buscó en su bolsa y la sacó de su cartera para entregársela a la mujer.
Sintió alivio cuando, después de mirar el pedazo de papel, que de seguro no significaba nada para ella, la mujer dijo con amabilidad.
– Prosím za prominutí -y desapareció.
Fabia no entendía ni una palabra de checo; sólo había averiguado que prosím significaba "por favor", esperaba que la cordial mujer se hubiera disculpado para ir a entregarle su tarjeta a Vendelin Gajdusek.
Cuando Fabia volvió a escuchar pisadas que se acercaban adonde estaba ella, se estremeció de nervios. Pero la mujer a quien le había entregado la tarjeta apareció acompañada de otra señora, de uniforme, con un plumero en la mano y de la misma edad, a quien había distraído de sus labores de limpieza.
– Buenos días -le dijo la señora en inglés, con acento extranjero.
Con acento o no, Fabia sintió aminorar su tensión al oír a alguien hablando inglés. Pero un minuto después se sentía igual de tensa. Porque, después de volver a repetir su ritual de presentación y de señalar el motivo de su visita, se enteró, si entendió bien, que el hombre con quien tenía la cita, ¡no estaba allí!
– ¿Salió por un momento? -Fabia preguntó despacio, tratando de aclarar su situación. Luego, cuando comprendió que no le habían entendido, repitió la pregunta todavía más despacio.
Esperó un momento y, cuando vio que se iluminó el rostro de la otra mujer, empezó a creer que por fin le responderían.
– Praga -anunció la mujer de uniforme.
– ¿Praga? -repitió Fabia esperando haber entendido-. ¿Dice usted que el señor Gajdusek está en Praga?
– Allí está -fue la increíble respuesta.
– ¡Allí está! -exclamó Fabia, y todavía no lo quería creer, pese a que la mujer asentía con la cabeza.
– Ano, sí -tradujo.
– ¡Pero si yo tengo cita con él! -protestó Fabia y comprendió que la mujer desconocía la palabra "cita". Como el hecho de encontrar otra palabra no iba a cambiar la situación, se preguntó si el escritor regresaría para cumplir con el compromiso o si se habría retrasado por algún motivo imprevisto. De modo que les preguntó:
– ¿Esperan que regrese hoy el señor Gajdusek? -y como vio que no comprendieron, señaló su reloj y volvió a preguntar-. ¿A qué hora lo esperan de regreso?
– Una semana -le informó la mujer dejándola atónita.
Diez minutos después, Fabia iba conduciendo de regreso al hotel, sintiendo incredulidad y asombro. Había insistido a la recamarera que le confirmara si había comprendido su última pregunta y de nuevo le había repetido "una semana". Fue en ese momento que Fabia recordó a Milada Pankracova con quien se había comunicado su hermana.
– ¿Está la secretaria del señor Gajdusek? -había preguntado.
– ¿Secretaria?
– Milada Pankracova.
– ¡Ah! -habían reconocido el nombre, pensó Fabia, animada-. No está -había añadido la mujer y Fabia creyó que eso quería decir que el señor Gajdusek había ido a Praga para un asunto de negocios y se había llevado a su secretaria con él. ¿Y entonces qué iba a pasar?
¿Qué podía hacer?, se preguntó y comprendió cuando llegó al hotel y entró al bar a tomar café, que tendría que regresar a Inglaterra cuanto antes. Había intentado hacer lo que le pidió Cara. De hecho, estuvo a punto de cumplir con ella desde el momento en que llegó a la casa de Vendelin Gajdusek a tiempo para la cita y además había tocado el timbre.
Con toda calma, Fabia bebía su café. Sí, decidió, lo había intentado, había hecho todo lo posible por Cara, pero… irritada empezó a cuestionarse. ¿Todo lo posible? ¿Era la verdad?
En ese momento no necesitaba la pesadilla de su conciencia, pero al continuar los sondeos, se preguntó en serio si en verdad era suficiente haberse presentado en la casa de Vendelin Gajdusek y nada más. Empezó a pensar en su querida hermana y todo lo que debía estar pasando, y, aunados el amor y los remordimientos, empezó a convencerse de que podía hacer algo más.
Para empezar se suponía que estaba de vacaciones, por amor de Dios, de modo que no tenía prisa alguna por regresar a su casa. Y además, teniendo en cuenta todo lo que esa entrevista significaba para su hermana, ¿no podía quedarse una semana más en Mariánské Lázne?
Fabia decidió esperar a que regresara Gajdusek, aun cuando no tenía ninguna garantía de que el escritor le concedería entonces la entrevista. Pero considerando la carta que, con las instrucciones, le había enviado Milada Pankracova a Cara, tal vez cumpliría con su promesa de verla a ella… o a su hermana.
La joven trataba de contrarrestar los sentimientos de miseria, al pensar que estaba mal, de parte del escritor, estar ausente cuando sabía que alguien iría desde Inglaterra sólo para verlo. De acuerdo, la cita se había acordado hacía dos meses, y era posible, suponía, que él o su secretaria hubieran llamado a la revista Verity, el miércoles, para dejar el recado de que había tenido que salir de viaje. No hubiera podido adivinar que la periodista que estaba esperando había decidido tomar el camino largo por carretera en vez de abordar un avión el jueves.
Se molestó con Vendelin Gajdusek, pero el enfado duró poco y desapareció, dejándola preocupada por Cara y Barney, y por la entrevista que ya debía haber concluido, pero que no había siquiera iniciado. Cualquiera le hubiera podido decir que tendría otra semana para sufrir agonías como la de ese día.
Fabia creía, sin embargo, que no debía pensar en eso, aunque era más fácil decirlo que hacerlo; iba a tratar y disfrutar todo lo que pudiera la siguiente semana, pasando cada día como si realmente estuviera de vacaciones y sin preocupaciones.
Al final, Fabia, muy buena para caminar, abandonó el hotel para explorar las avenidas y caminos de Mariánské Lázne. Se detuvo un par de veces a tomar algo, regresó al hotel como a las seis de la tarde, contenta de que el poblado fuera tan encantador.
El sábado volvió a caminar, durante varias horas, alrededor de las amplias y limpias avenidas y por las calles bordeadas de árboles del balneario con sus artísticas columnas y sus manantiales curativos. Había leído que el balneario formaba parte de lo que se conocía como el Triángulo de Balnearios de Bohemia Occidental, los otros dos eran Karlovy Vary y Frantiscovy Lázne.
Pasó frente a hermosos edificios del siglo XIX, de cuatro pisos, con techos amarillos, blancos, rojos y verdes, con prados bien cuidados y regresó al hotel. Faltaban todavía cinco días para que pudiera entrevistarse con Vendelin Gajdusek y se le ocurrió, entusiasmada de pronto ir a conocer los otros dos balnearios, ya que tenía el auto, si no quedaban muy lejos.
– ¿Podría informarme a qué distancia están Karlovy Vary y Frantiscovy Lázne? -le preguntó al recepcionista del hotel.
– Con mucho gusto -el hombre sonrió disfrutando sus hermosos rasgos y su cutis exquisito.
Cuando se despertó el domingo en la mañana, pensó en Cara, en Barney y en el hombre que aún no conocía, pero que esperaba conocer, y luego intentó eliminar, su ansiedad recordando que Frantiscovy Lázne estaba a menos de veinticinco millas y que ahí pasaría el día.
Un poco después del desayuno, Fabia condujo su Volkswagen hacia el otro balneario y cincuenta minutos después estaba paseando por el parque del pueblo, entre árboles, bancas y un escenario para una banda de música. Durante más de una hora caminó por el lugar que el dramaturgo Goethe llamó "un paraíso terrenal", y deseó tener más vacaciones para poder explorar mejor la zona.
Estaba en el mejor estado de ánimo que recordaba desde hacía mucho tiempo cuando regresó, más tarde a su auto. Había conducido muy poco cuando tuvo que detenerse a consultar el mapa, y luego, para su asombro, ya no pudo encender el motor.
En un principio se quedó allí sentada, incapaz de creer que su auto no arrancara. Pero, cuando comprendió totalmente que no podría hacerlo, pensó que dados sus escasos conocimientos de mecánica, tenía un serio problema.
Bajarse y levantar la tapa del motor no le serviría de mucho, dado que la falla podía estar frente a sus ojos y ella jamás la reconocería.
En un estado de suprema ansiedad, miró distraída por el espejo retrovisor y, santo Dios, pensó al percatarse de que estaba en un sendero estrecho bloqueando el paso por completo y que había un Mercedes negro detrás de ella, esperando pacientemente que lo dejara pasar.
Entendió que no podía hacer otra cosa que ir a disculparse y, de ser posible, explicar que su auto no arrancaba, puso la mano en el picaporte de la puerta y supo que no tenía necesidad de moverse. Desde su espejo vio que abrían la puerta del Mercedes y que bajaba de allí un hombre alto y aristocrático.
Dios me ayude, se dijo mientras bajaba el vidrio de su ventana al ver que él se acercaba… No tuvo ni oportunidad de preocuparse de que no la entendiera, porque en el instante en que el hombre, vestido en forma elegante aunque informal, se inclinó y le preguntó en perfecto inglés.
– ¿Algún problema?
– Sí. ¡Mi auto no arranca! -respondió de prisa, sintiendo latir con fuerza su corazón al mirar los ojos negros, penetrantes e inteligentes, que contemplaban su largo cabello rubio, sus ojos verdes, sus rasgos y su cutis delicado-. No había fallado, pero ahora de repente no quiere arrancar -añadió ella con mayor lentitud, tratando de controlarse y comprendiendo que con la placa de Gran Bretaña nadie tendría que ser un genio para adivinar que ella era inglesa.
– ¿Ya debe haber intentado todo supongo? -preguntó el hombre de cabello negro con tono cordial y agradable ganándose un buen trato debido a que no le hablaba con prepotencia.
– Me falta ver el motor. Aunque a mí no me ayudaría hacerlo -le confesó al hombre alto y delgado que le pareció de unos treinta y cinco años.
– No significaría mucho tampoco para mí -respondió con cierto encanto y, mientras dio un brinco el corazón de la joven, él se encargó del problema señalando un recodo hacia la derecha-. Mueva el volante hacia allá. Yo lo empujaré hasta un taller mecánico.
Fabia estaba todavía sorprendida de que su Volkswagen iba a ser empujado por un Mercedes, cuando el extraño caminó hacia su auto y ella tuvo que recuperarse y mover el volante.
Todavía estaba incrédula cuando media hora después estaba en un taller.
– Muchas gracias por traerme hasta aquí -le dijo al hombre que había terminado de hablar con un mecánico-. Espero no haberle quitado su tiempo -se disculpó pensando en que quizá tenía alguna cita y tenía que irse.
– No tengo prisa -respondió él haciéndola sentirse bien y añadió con encanto natural-. Estoy de vacaciones.
¿Quería decir que estaba de vacaciones por ser domingo o que estaba pasando algunos días en la zona? A Fabia le hubiera gustado preguntarle, pero no se conocían lo suficiente para ningún comentario que fuese más que superficial.
– De todas maneras se lo agradezco mucho -insistió ella y sonrió. Notó que él fijaba la vista en su boca y luego el mecánico se acercó a ellos.
Mientras los dos hombres discutían en un idioma que no entendía, Fabia se quedó escuchando, rezando porque el problema no fuese muy serio. Cuando los dos terminaron de hablar, contempló al alto y encantador hombre.
– Me temo que no tengo buenas noticias -empezó él a decir-. Su auto necesita un nuevo alternador.
– ¡Válgame Dios! -musitó la joven, tratando de aparentar que comprendía, aunque un alternador no significaba nada para ella. Sin embargo, como parecía que no podría llevar su auto a ningún sitio, preguntó-: ¿Podría poner uno el mecánico, lo más pronto posible? -mostró ansiedad y se percató de que él ya había hecho esa pregunta.
– Podría hacerlo si tuviera uno en existencia especial para la marca de su auto -respondió él.
Con un demonio, pensó Fabia, y por un momento no supo qué hacer. De alguna manera tuvo la incómoda sensación de que los alternadores para Volkswagen Polo no abundaban en Checoslovaquia.
– Este… ¿cuánto tiempo necesitaría para conseguir ese accesorio? -dijo ella temiendo lo peor.
– Varios días -respondió el extraño.
– ¿No puedo llevarme hoy el auto? -preguntó ella rápidamente haciendo lo imposible por no mostrar pánico y él negó con la cabeza. ¿Cómo demonios iba a regresar a Mariánské Lázne?
– ¿Adónde está usted hospedada? -preguntó él como si le hubiera leído el pensamiento y supiera que estaba esforzándose por controlar el miedo.
– No en Frantiskovy Lázne -replicó ella-. Vine conduciendo desde Mariánské Lázne.
Descubrió que el hombre, aunque encantador, se reía poco. Sin embargo, la favoreció con un gesto tranquilizador y le dijo:
– Yo voy camino a Mariánské Lázne, así que eso ya no sería un problema -y mientras sentía alivio al saber que ese amable extraño le ofrecía llevarla de regreso a su hotel, él le dio instrucciones al mecánico y luego éste le informó:
– Tratarán de conseguir la pieza lo más pronto posible, pero mientras tanto, tendrá que dejar aquí su auto.
Después Fabia estaba sentada al lado del extraño, y su auto se deslizaba a toda velocidad, por la carretera, y en media hora haciendo algunos comentarios impersonales, Fabia empezó a recuperarse de su última calamidad.
Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo y continuaba pensando en su auto descompuesto, en los mecánicos que podían arreglarlo y en que tenía que dejárselos allí, comprendió que no iba a ser posible recorrer la zona como lo había planeado y que podía olvidarse de ir a conocer Karlovy Vary. Sin embargo, a pesar de que Vendelin Gajdusek estaba muy lejos y que tenía pendiente la entrevista, no poder conocer el otro balneario era su menor preocupación.
– ¿Vino de vacaciones a Checoslovaquia? -preguntó de pronto el extraño, y Fabia sintió simpatía hacia él. Le pareció que se percataba de sus pensamientos y de sus preocupaciones y, aunque no tenía ninguna necesidad de molestarse, había decidido distraerla.
– Sí -respondió ella.
– ¿Está disfrutando del viaje?
– Mucho -respondió, bueno le había gustado mucho Mariánské Lázne, y él parecía un hombre demasiado sofisticado para aburrirlo con sus problemas.
– ¿Vino sola?
– Sí -respondió Fabia y como estaba a punto de confesarle que iba a acompañarla su hermana y luego aburrirlo a morir con el resto de los detalles, añadió-. Completamente sola -y fingió alegría.
– ¿Y a sus padres no les importa que viaje sola?
– ¡Tengo veintidós años! -declaró Fabia, un poco molesta de que él pensara que era una niña.
– Perdón -se disculpó-, se ve usted tan jovencita -y ella lo perdonó al instante por su encanto, y por su tono de voz-. ¿Ya le había preguntado cómo se llama? -dijo él y la chica sonrió, pensando que era obvio que a ese hombre no se le podía olvidar nada.
– No, todavía no. Me llamo Fabia K… -en ese momento saltó un venado frente al auto y le dio el susto de su vida antes de poder terminar. Por suerte, y gracias claro al buen conductor no le pasó nada a ella, ni al venado, ni al Mercedes-. Estuvo cerca -murmuró viendo al animal desaparecer detrás de los arbustos al otro lado de la carretera.
– ¿Eso es lo que llaman subestimación británica? -comentó él con tono burlón a medida que se acercaban a las afueras de Mariánské Lázne y Fabia tuvo que reír.
Él se volvió para mirarla, el sonido de su risa fue agradable a sus oídos. Luego le preguntó el nombre del hotel y en un momento estaban allí y Fabia sintió que uno de los más fascinantes pasajes de su vida excepto por el alternador había terminado, él se bajó del auto para abrirle la puerta y luego se quedó parado en la acera con ella.
– Na shledanou, Fabia.
– Muchas gracias por toda su ayuda -expresó con sinceridad, pero cuando sintió un verdadero deseo de saber cómo se llamaba, comprendió que haría un papel de tonta si se lo preguntaba en el momento de despedirse-. Adiós -dijo, entonces sonriendo entró al hotel.
Era extraño, pero no dejó de pensar en ese hombre el resto del día. Parecía ser una persona bastante sofisticada. De inmediato había encontrado un taller con un mecánico que trabajaba los domingos. ¡Era tan encantador…!
Fabia bajó a cenar diciéndose que era obvio que no estaba alojado en ese hotel de ser así se lo hubiera mencionado, quizá decidiera cenar allí, había posibilidades ya que estaba en Mariánské Lázne de vacaciones. Incluso era probable que estuviera visitando los balnearios.
Fabia se acostó era noche a dormir sin haber visto al hombre que la haba llevado al hotel, pero con una preocupación más seria en mente. A pesar de que no había podido olvidar al extraño, recordó de pronto que no sabía el nombre del taller donde había dejado su auto, ¡ni la dirección! ¡Por Dios cómo podía llamar para averiguar si habían conseguido la pieza!
Durmió poco, tuvo pesadillas donde Barney se iba en su auto y Cara la culpaba de haberlo dejado llevárselo.
Por lo tanto le dio gusto que amaneciera… Luego, mientras un coche afuera hacía ruido, olvidó su sueño y regresó al presente dándose cuenta de que era lunes, ¿qué iba a quedarse todo el día en cama?
Con poco entusiasmo, Fabia salió del lecho obsesionada por sus problemas y por el hecho de que donde quiera que fuera tendría que hacerlo a pie, entró al baño para darse una ducha.
Bajo la regadera se le ocurrió, cruzando los dedos, que quizás no hubiera muchos talleres mecánicos en un perímetro de digamos diez millas en Frantiskovy Lázne. Pero, aunque llegase a encontrar el nombre y la dirección, no tenía sentido tratar de localizarlos ese día ya que habían dicho que les tomaría tiempo conseguir el alternador.
Por lo visto, se dijo con optimismo, tenía todo el día para pasear con tranquilidad por Mariánské Lázne. El problema era que, estaba tan inquieta, que no podía tomar las cosas con calma.
Muy bien, decidió el lado positivo de su personalidad, ya que no iba a poder hacer nada respecto a su principal problema: el auto, ¿qué tal si se ocupaba de su otro gran problema, la entrevista?
– ¿Cómo? -se preguntó cuando bajó a desayunar. A menos que no hubiese entendido bien a la señora uniformada en casa de Vendelin Gajdusek, no esperaban que regresara antes del jueves.
Fabia había empezado a cortar un pedazo de queso cuando de pronto tuvo una idea. ¿Habría malentendido? ¿Estaba equivocada? Regresó de nuevo a la conversación con la mujer uniformada. Había dicho definitivamente, una semana. Pero la verdad era que no hablaba bien inglés. De pronto, Fabia sintió la misma agitación interior de cada vez que la entrevista estaba cerca.
Por un momento pensó en llamar por teléfono a la casa del señor Gajdusek y preguntar por él. La desanimó el hecho de que, si él y su secretaria estaban fuera todavía, corría el riesgo de tener la misma conversación insatisfactoria con la señora que no hablaba inglés. Y si él y su secretaria ya habían regresado, sentía que tenía más posibilidades de lograr la entrevista si se presentaba allí en vez de llamar.
Regresó a su habitación diciéndose que de todas maneras no tenía nada más que hacer en todo el día. Ya había dado largas caminatas alrededor de Mariánské Lázne, de modo que caminar unas tres millas hasta la casa de Vendelin Gajdusek no debería ser difícil, ¿o sí?
Durante la siguiente media hora, Fabia luchó con su conciencia, su sentido común le advertía que no quería hacerlo y que además, sería un esfuerzo inútil.
Cinco minutos después había aplacado sus nervios y concluido dos cosas. Una era que ya que iba a ser inútil su caminata, no iba a vestirse de modo elegante. Dejó a un lado su mejor traje, optó por cubrirse sus largas y torneadas piernas con un pantalón y eligió unos zapatos cómodos, una blusa y un suéter. La otra decisión era que, siendo que tenía cierto porcentaje de posibilidades de encontrarlo y como era cuesta arriba casi todo el camino y no quería llegar allí fatigada y sudando, tomaría un taxi de ida y regresaría a pie.
Faltaba un minuto para las diez cuando la recepcionista la llamó para avisarle que ya la esperaba su taxi. Sintiendo las conocidas mariposas en el estómago, Fabia se puso una chaqueta y salió de su habitación. Mucho antes que estuviera preparada, la dejaron frente a la casa de Vendelin Gajdusek, y aunque tuvo la intención de ordenar al taxista que regresara, ya no lo alcanzó.
Respiró profundamente, contempló la elegante mansión y enderezó sus hombros. Cuando estaba a punto de caminar y subir hasta la puerta principal para presionar el timbre un ruido proveniente de un rincón de la casa llamó su atención. Un segundo después supo que lo que había escuchado era el ladrido de un hermoso dobermann que de pronto se le echó encima.
Hasta ese momento Fabia se percató de cuánto extrañaba a sus perros.
– Hola -le dijo y como agradecimiento el perro le mordió el tobillo. Un error, reconoció ella; la agresión era una advertencia, nada más. Acostumbrada como estaba a los animales, no le dio miedo, pero se quedó inmóvil. Cosa que de haberlo pensado, debió hacer en el instante en que vio al can acercarse, en vez de responder como lo había hecho.
Otro ruido llamó su atención y levantó la vista para ver quién iba a ayudarla. Pero tuvo que volverse a estremecer, y sólo pudo mirar atónita, al alto hombre delgado y de porte aristocrático que caminaba hacia ella.
En silencio, con los ojos bien abiertos, incrédula, lo contempló. ¡Una persona que, por segunda vez en dos días, iba a ayudarla! Y, claro lo reconoció y él a ella también.
El hombre llamó al perro en checo y el animal obedeció de inmediato, la olvidó y fue hacia su amo, pero ya no era el individuo encantador que la ayudó, sino una persona iracunda que le gritaba en perfecto inglés:
– ¿No tiene usted sentido común?
– ¡No! -respondió Fabia. Debió preguntarle su nombre el día anterior, pero en ese momento creía que ya lo sabía. ¡Santo Cielo!, se dijo en su interior, si él era Vendelin Gajdusek, tenía el triste presentimiento de que habían empezado muy mal.