Si los padres comen uvas amargas,
Los hijos tienen dentera.
(Ezequiel 18:2)
Yo no le aprecio -dijo el Conejo-, pero siempre es de utilidad saber en qué punto se encuentra un amigo o una relación, tanto si se le quiere como si no.
A.A. Milne, 1882-1956
The House at Pooh Comer.
– Bueno, yo lamento que usted lo vea de esa forma, señora Brodie, pero su hijo ha sido expulsado por pelearse. Si usted no ve nada malo en ese tipo de conducta, entonces no tiene ningún sentido que sigamos hablando.
Lily Brodie apretó los dientes para contener la rabia.
– Mi hijo Shamus no es un gamberro, señor Benton, y usted lo sabe. El sólo tiene diez años y el muchacho con el que se peleaba quince.
El señor Benton sintió pena por aquella mujer. Seguía siendo una mujer atractiva, eso no podía pasar inadvertido a ningún hombre, pero había tenido una vida dura y difícil, igual que sus hijos. Había tenido dos hijos en los diez últimos años y a él no le entusiasmaba en absoluto la idea de que los trajera a su escuela. Los Broches eran más que famosos por los problemas que causaban y él estaba más que harto de ellos.
– El muchacho con el que se peleaba Shamus estaba impidiendo que acosara a su hermano más pequeño. Shamus es un chico grande, fuerte, además de otras muchas cosas, pero no una víctima.
– Su hermano mayor está ahora en casa -dijo Lil-y él cuidará de Shamus. Para eso son los hermanos mayores, ¿no es verdad?
El hombre se echó a reír, con una risa genuina.
– Ah, bien, de acuerdo entonces. Usted dice que su hijo está en casa, es decir, que ya ha salido de prisión, y cree que él lo va a meter en vereda. ¿Y qué es lo que le va a enseñar? Porque imagino que usted se refiere a Patrick Brodie, el mismo Patrick que fue la pesadilla de mi vida.
A Lil no se le pasó por alto el sarcasmo que el hombre empleaba al hablar, pero se dio cuenta de que no tenía ningún sentido seguir discutiendo. Shamus estaba expulsado de la escuela, así de sencillo; y ese jodido moralista le estaba sacando de quicio.
– Shamus también estaba defendiendo a su hermano Pat. Él ha salido de la trena esta semana, como ya le he dicho, y se estaban mofando de él. Shamus lo único que ha hecho es defenderse y ese chico mayor debería haberse dedicado a otras cosas en lugar de interferir en las disputas de su hermano. ¿Cómo va a aprender ese niño lo que está bien o mal si siempre tiene a su hermano cuidándole las espaldas? Ese chico tiene que aprender a tener la boca cerradita y mi hijo Shamus sólo hizo lo que cualquier otro muchacho hubiera hecho en su lugar: defender a su familia. Lo que pasa es que mi familia no cuenta, ¿verdad? Su padre fue asesinado en presencia de sus hijos y, al parecer, eso no le preocupa a nadie. Oh, no, a usted lo único que le preocupa es que él se haya peleado con ese par de mierdas. Pues bien, más valdría que su hermano mayor no se hubiese metido, así aprenderá a defenderse por sí solo.
El señor Benton no quería creer lo que estaba oyendo, a pesar de haber oído esas palabras miles de veces de padres que consideraban la escuela como un mal necesario, no un sitio donde se aprende. Su concepto de aprender no tenía nada que ver con saber los números, las fechas o los acontecimientos que pudieran estudiarse allí, sino con la ley de las calles. Que esa señora pensase que el niño que le había pegado a su hijo merecía una buena tunda ya era prueba suficiente de lo que tenía que afrontar todos los días. Intentar inculcar un poco de decencia en esos niños era completamente imposible. El señor Benton suspiró irritado.
– Bueno, este asunto es meramente académico. Señora Brodie, yo le agradecería mucho que haga todo lo posible para que su hijo no se acerque a la puerta de la escuela ni entre en el patio, bajo ningún pretexto pienso dejar que entre en la escuela.
Lil se echó hacia atrás y examinó al hombre que tenía delante. Era un hombre pequeño, en todos los aspectos, desde su raquítico cuerpo hasta sus huesudas manos y su corta mentalidad. Él sí que era la pesadilla de gente como ella, y tan estúpido que no se daba ni cuenta de ello. Vivía en otro mundo, en un mundo donde las personas hablaban siempre con cordialidad y lavaban su coche todos los sábados por la tarde. Un mundo donde las camisas se gastaban de tanto trabajar, donde las moquetas se aspiraban diariamente, un mundo donde la gente como ella era considerada un fracaso, alguien que está por debajo de ellos, ya que tenían que pelear para ganarse el sustento diario, cosa que él no podría hacer aunque su vida dependiese de ello. En su mundo un hombre así no duraría ni cinco minutos, ya que su forma de ver la vida no interesaría lo más mínimo ni a los niños a los que tenía que enseñar.
Lil se levantó y, con la espalda muy erguida, miró de arriba abajo al hombre que tanto incordio le había causado durante años.
– Señor Benton, mi hijo no volverá a molestarle, le doy mi palabra. Pero antes de irme quisiera decirle una cosa: si usted tuviera alguna capacidad para enseñar, no estaría trabajando en un garito de mierda como éste, y quiero que piense en ello cuando regrese a su casa esta noche. Al igual que los alumnos, los profesores de esta escuela son lo más bajo que hay dentro de su escala. Así que téngalo en cuenta antes de mirar a nadie por encima del hombro. Como le he dicho, a usted este sitio es precisamente el que le corresponde.
Cuando Lil salió del despacho notó que el dolor de cabeza que le había estado molestando desde la mañana empezaba a desaparecer. Shamus estaba sentado en una silla destartalada fuera del despacho del director y, cuando le sonrió con su astuta sonrisa, ella se rió débilmente.
– Vamos, muchachote. Vámonos a casa.
Shamus andaba a su lado. Era un buen chico y ella lo sabía, pero también era un camorrista y eso le traería serios problemas en el futuro.
– Lo siento, mamá -dijo.
Ella sabía que sí, que lo lamentaba de verdad. Siempre le pasaba lo mismo. Pero luego se le olvidaba.
Lil esperaba que sus hijos estuvieran en casa, ya que le preocupaba lo que pudieran estar haciendo. Lance ya era bastante malo, pero ahora que Pat Brodie había vuelto a las calles y ardía en deseos de ganar unas cuantas libras para poder dárselas a ella con ese orgullo que sentía de saber que era el cabeza de familia, cualquier cosa era posible.
Se paró en la tienda del barrio y sacó fiados un paquete de cigarrillos y una" botella de vodka. Necesitaba un descanso de sus hijos, pero sabía que eso era imposible.
– ¿Puedo cogerte un cigarrillo, mamá? -preguntó Shamus.
Su madre le dio un bofetón que, por la cara que puso el niño, debió hacerle daño.
– No me busques las vueltas hoy, ¿de acuerdo? Tengo ganas de pegarle al primero que se me ponga por medio por culpa tuya y de esa jodida escuela. ¿Por qué narices no dejas de una vez de meterte en problemas?
Suspiró desesperada. Ese muchacho acabaría con ella. Impotente dijo:
– No vale la pena ni discutir contigo, ¿verdad que no?
Shamus se encogió de hombros y ella se dio cuenta de que estaba disgustado, sólo que, por esta vez, no le preocupó lo más mínimo. Ahora lo único que deseaba era tomarse un par de copas y echarse a descansar un rato.
Paulie Bramen estaba borracho y, como siempre que se encontraba en ese estado, amaba la vida y el mundo. Cogió sus cigarrillos e hizo una ligera reverencia a sus amigos mientras salía dando tumbos del bar. Respiró profundamente varias veces antes de tomar el camino más corto hacia su casa con toda buena intención, pero, cuando iba caminando por la acera vio que se le acercaba un coche y, con buen talante, sonrió y esperó a que saliesen los hombres y comenzasen a amenazarle. Eso era algo que le sucedía cada semana y sabía que no tardarían en dejarle en paz porque la cantidad que debía no era excesiva. Además, en cuanto cobrara su sueldo pagaría algunos intereses para poder quitárselos de encima, al menos durante unas semanas.
Sin embargo, cuando vio que sólo salía un chico joven se quedó un tanto sorprendido, pues no tenía el aspecto acostumbrado de los matones, sino un rostro enfadado y una mirada huraña en los ojos.
El bate de béisbol le golpeó con tanta fuerza que cayó rodando a la carretera y un coche tuvo que virar para no atropellarle. La bebida que había ingerido le hizo perder el equilibrio y cayó al suelo, pero el joven le golpeó de nuevo con el bate en la espalda, una y otra vez, hasta que comprendió que había confiado demasiado en su suerte. Cuando lo arrastraron junto al bordillo tardó unos segundos en darse cuenta de lo que pretendían hacer con él. Otro joven salió del coche, le cogió del brazo y le obligó a enderezarlo, de manera que su muñeca quedó encima del bordillo y el resto del brazo en el asfalto. Entonces, viendo lo que pensaban hacer con él, comenzó a forcejear. El muchacho le respondió con una sonrisa y un puñetazo en la cara que le dejó aplastada la nariz, y luego le enderezó el brazo de nuevo. Cuando se lo colocó en esa posición, el otro joven le dio un pisotón que le rompió el codo completamente. El dolor fue tan intenso que Paulie Braden empezó a chillar como una rata atrapada mientras que las personas que paseaban por allí presenciaron la escena con aire de resignación. En ese momento pasó un coche de policía, redujo la velocidad mientras los agentes echaban un vistazo y luego aceleraron, desapareciendo en la esquina.
– Por favor, por favor. Te juro que no tengo el dinero, te lo juro…
– Sin embargo, tienes dinero para emborracharte, ¿no es verdad, gilipollas? Pues bien, no soy una persona a la que le guste que le tomen el pelo, de hecho padezco un trastorno de personalidad, o al menos eso es lo que me dijeron los de la pasma cuando le arranqué la oreja a un gilipollas porque pensé que se estaba cachondeando de mí. El muy capullo me cogió el papel higiénico de la celda sin mi permiso, pero la cuestión no es lo que cogiera, es que el muy cabrón se quería limpiar su jodido culo con algo que era esencialmente mío, ¿me comprendes? Para mí lo que es mío es mío, y eso no hay quien me lo discuta.
El hombre le pateó en los huevos, a pesar de que sabía que ese castigo resultaba excesivo para la cantidad de dinero que debía, pero tenía que hacerlo si quería irse haciéndose con un nombre. Eso, además, garantizaría el pago de muchas deudas en los próximos días, ya que todo el mundo sabría que deberle dinero a Mills significaba tener que vender el anillo de bodas de tu mujer incluso tu hijo para solventarla.
Paulie vomitó ruidosamente. La bilis y la cerveza que le salió por la boca corrían por el bordillo hasta llegar a una alcantarilla, nulo ello mezclado con su sangre.
– Le debes a Jackie Mills doscientas libras. Pues bien, yo le he comprado esa deuda por cien más, por lo que me debes trescientas libras y las quiero pronto y rapidito, ¿de acuerdo? Así que no trates de joderme. Si no recupero mi dinero, nos volveremos a ver y la próxima vez no seré tan razonable…
Dejó la frase sin terminar, la amenaza ya estaba hecha.
Encendió un cigarrillo lentamente y le arrojó la cerilla encendida en el pelo mientras se reía. Luego le dijo:
– Tienes tres días, ni uno más.
Silbando alegremente se montaron en el coche y se marcharon.
Annie Diamond estaba lavando su ropa interior en el lavabo i liando oyó que su hija llegaba de la escuela.
– ¿Qué pasa? ¿Cómo ha ido?
Lil entró en la cocina y suspiró.
– ¿Y tú que crees? Lo han expulsado.
Annie se encogió de hombros; tenía los brazos metidos en el recipiente de agua jabonosa y sostenía un cigarrillo entre los labios. Lil le cogió el cigarrillo y le dio una profunda calada.
– Míralo por el lado bueno, Lil. Puede buscarse un trabajillo y traer unas cuantas libras a casa.
– Supongo que sí, pero a veces me gustaría que la vida me diese un respiro.
Annie no le respondió. En los últimos años todos habían aprendido lo que significaba tener dificultades. De hecho, no sabía cómo Lil había sido capaz de soportarlo, especialmente los niños, que habían cambiado de la noche a la mañana.
– ¿Ha enviado Lenny algo de dinero? -preguntó.
Annie asintió.
– Está encima de la mesa camilla, pero sólo hay uno de cien. Es tan usurero como un judío. Yo diría que hasta suenan las trompetas cuando abre la cartera.
Lil se rió, con una risa que no reconoció como suya. Se sirvió un vaso largo de vodka, aunque sabía que su madre se lo estaba reprochando en silencio. No obstante no dijo nada, pues Annie Diamond era el menor de sus problemas en ese momento. Shamus había desaparecido, como de costumbre y ella volvió a maldecir para sus adentros. Era un enano puñetero y esperaba que Patrick Junior lo metiera en vereda y hablase con él ahora que había regresado a casa. Lance no era la mejor compañía para Shamus, pero se portaba bien con las gemelas. A pesar de lo cabrón que era, era generoso con sus hermanas, especialmente con Kathleen. Lil trató de apartar de sus pensamientos de Kathy, pues ya tenía bastante con lo que tenía delante como para preocuparse de ella y sus problemas.
– ¿Dónde están los niños? -preguntó.
Annie enjuagó la ropa interior con los dedos entumecidos, pues el agua estaba helada. Se encogió de hombros y respondió:
– Salieron después que tú y no he vuelto a saber nada de ellos.
Luego se dio la vuelta y le gritó:
– Y tú ponle algo de naranja a la copa. Así al menos simulamos que no tienes un problema con la bebida.
Lil se rió de nuevo.
– Si ése fuese el mayor de los problemas, madre, qué fácil sería la vida.
Los años no habían pasado en balde para Lenny Brewster y él lo sabía. Estaba cansado y le faltaba el aliento. Cuando se retorció de risa después de contar un chiste, la joven que tenía delante sintió deseos de que reventara de una vez para que ella pudiese regresa i a casa y tomar una taza de té y un sándwich, como suele hacer la gente normal. Sin embargo, sabía que Lenny no se lo permitiría, ya que estaba dispuesto a cobrarse hasta el último centavo por lo que había pagado. No obstante, ella estaba decidida a compensarle ampliamente, pues era un jodido tacaño, y no sólo con el dinero, sino con todo; era tan tacaño que no le daría ni una mierda a un muerto, se la vendería.
Sin embargo, ya había logrado sacarle un coche. Bueno, al menos se lo había dejado para que lo utilizase mientras estuviera con él, luego se lo tendría que devolver, pero para empezar no estaba mal.
Los hombres que estaban en el bar acompañándole ya estaban dispuestos a tomarse la primera copa del día. Lenny era un capullo, pero estaba dispuesto a pagar las copas de sus compinches y celebrarlo a lo grande. Uno de ellos dijo:
– Jackie Mills estuvo aquí antes y comentó que había vendido todas las deudas.
Lenny abrió los brazos haciendo un gesto de desinterés.
– ¿Y a mí qué? Jackie Mills nunca fue capaz de ganarse el sueldo de su familia sin mi ayuda. Ya iba siendo hora de que se diese cuenta de que no estaba capacitado para ese trabajo.
Le hizo un gesto al camarero para que trajese otra ronda. Luego preguntó:
– ¿Y a quién se las ha vendido? ¿Al cabrón de Jimmy Brick?
Lenny miró a su antiguo colega, Trevor Highgate, y se dio cuenta de que estaba nervioso y no sabía qué responder. Eso significaba que no eran buenas noticias. Lenny miró a su reducido grupo de amigos, eructó sonoramente y se llevó la mano al estómago:
– ¡Joder! Las tripas me están matando.
Respiró profundamente y haciendo un gesto contenido de dolor dijo:
– Venga, suéltalo ya. ¿Quién coño va a ser el afortunado que va a convertirse en héroe cobrando deudas y trampas?
Lenny estaba molesto, como si las deudas de Jackie Mills fuesen de su interés.
– Al joven Pat Brodie y a su hermano Lance. Supongo que querrán meterse ya en el juego.
Trevor se relajó una vez que se lo dijo, pero Lenny aún no había perdido su carácter y reaccionó como se esperaba.
– ¿A los hijos de Brodie? ¿De verdad le ha vendido sus deudas a ese par de cabrones? Entonces más vale que os metáis las manos en los bolsillos. Seguro que ahora estarán merodeando por nuestra casa pensando en cómo robarnos la bicicleta.
Lenny empezó a reírse, lo que resultaba de lo más preocupante porque estaba cometiendo un grave error si consideraba a los Brodies como un par de niñatos. Ahora ya habían crecido y no había duda de que hacían alarde de su nombre. El hecho de que Lenny le hubiera dado dos hijos más de los que ocuparse a su madre ya debería indicarle que no eran tan niños.
– Bueno, espero que les sonría la suerte, pues la verdad es que se la merecen. El joven Pat acaba de salir de la trena, según tengo entendido.
Todos asintieron, satisfechos de que hubiese aceptado esa noticia con tanta benevolencia. Sin embargo, se preguntaron cómo i s que no sabía a ciencia cierta que el muchacho había salido en libertad. Dadas las circunstancias, él debería haber sido el primero en saberlo.
– Mal asunto ése. El muchacho estaba en todo su derecho, pero ya se sabe cómo son los jueces…
Lenny se encogió de hombros.
– No pude ayudarle. El muchacho lo fastidió todo pegándole a un poli. Ya sabemos todos lo que sucede cuando haces una cosa así…
Todos se rieron al acordarse de ese día, pues, en su momento, fue un acontecimiento muy recordado que puso a Pat en muy buen lugar. De sólo tres puñetazos acabó con uno de la pasma y ellos, sin embargo, necesitaron de toda una patrulla para poder arrestarle. Dejó claro que los tenía muy bien puestos, al igual que Lance, pero fue Patrick el que los dejó boquiabiertos, ya que tenía la misma presencia y modales que su padre.
– Mal asunto ése. Ojalá hubiera podido ayudarle más… -sentenció Lenny.
Pero los hechos no fueron así. La verdad es que Lenny podría haberle ayudado, pero ni tan siquiera se había molestado en ello.
Patrick era hermanastro de los hijos que Lenny había tenido con Lil y eso fue lo que provocó que se iniciaran los chismorreos al respecto. Lenny perdió con ello mucho prestigio, pues no le proporcionó ni un abogado decente que pudiera defenderle. La gente pensaba que debía haberse puesto las pilas y parar el proceso incluso antes de que llegara al juzgado, cosa que pudo hacer. La gente estaba un tanto decepcionada, y él lo sabía tan bien como ellos, pues le habría bastado con llamar a unas cuantas puertas y el asunto se hubiera resuelto.
Con ello perdió mucha credibilidad. Todos sabían que él era capaz de manipular un juicio por asesinato o tráfico de drogas, comprar sentencias por un buen puñado de billetes, sobornar a jueces y fiscales, o incluso a la pasma y a la Brigada Móvil. Sesenta de los grandes garantizaban que una condena de quince años quedara reducida a cinco. Sin embargo, no sólo no había movido un dedo por el chaval, sino que pretendía que todos se creyeran que no había podido ayudarle porque estaba acusado de un delito de agresión y resistencia a la autoridad. Su historia con Lil, además, se cortó repentinamente y eso causó muchas sospechas. Había algo oscuro en todo eso y, como dijo un sabio hace mucho tiempo, hasta los perros tienen suficiente inteligencia como para no acostarse en el mismo sitio donde cagan.
Spider estaba en uno de sus locales bebiendo cerveza negra y viendo un partido de cricket. Hacía un día estupendo y se lo estaba tomando relajadamente con su hijo mayor. Su nombre verdadero era Eustace y había querido que lo llevase también su hijo.
Le llamaban Spider porque de joven había sido un fanático de Spiderman; de hecho, aún guardaba su colección de comics, la cual había ido creciendo a lo largo de los años y había llegado a valer una pequeña fortuna si se le vendía a la persona adecuada. Prefería que lo llamasen Spider que Eustace, pero ése había sido el nombre de su padre, y del padre de su padre, por eso él también quiso ponérselo a su primogénito.
Su hijo era un muchachote grande, con un perfil apuesto y la piel lisa y tostada de un verdadero jamaicano. Desde que nació tenía cara de gustarle la camorra, incluso Pat Brodie llegó a mencionarlo en más de una ocasión. Su abuelo materno, de hecho, había sido boxeador, conocido por todos por el nombre de Mac, aunque su nombre verdadero era Micky McMurray. Spider le puso a su hijo también ese apodo y todos le conocían por Mac o Mackie.
Era un buen muchacho. Era lo suficiente grande como para que cualquiera se lo pensara dos veces antes de pelearse con él y era tan inteligente como para pensárselo dos veces antes de iniciar una pelea. Spider estaba orgulloso de él, al igual que de todos sus hijos.
La puerta del bar se abrió de sopetón y Spider vio a dos jóvenes con el pelo moreno y ojos azules que miraban a su alrededor. Saltó de su asiento y gritó por encima de la barra: Brodies, aquí estoy.
Pat Junior se acercó hasta él apresuradamente y ambos se abrazaron durante un buen rato. Cuando Spider notó la fuerza que tenía el muchacho y el caluroso abrazo que le había dado le entraron ganas de llorar. Desde siempre los había tenido presentes porque sabía que todo lo que su padre les había dado, todo por lo que había trabajado, había desaparecido en un santiamén. Pat Junior era, además, como un clon de su padre y ahora le parecía estar viendo de nuevo a su viejo amigo. Parecía increíble, pero tenía hasta los mismos gestos.
– ¿Estás bien, muchacho? -preguntó Spider.
Pat asintió.
– ¿Y tú? ¿Cómo andas?
Pat se había convertido en un hombre y Spider vio cómo su hijo le abrazaba. También observó que Lance, como siempre, se quedaba al margen, observando y sin hacer nada hasta que no se lo pidieran. Patrick Junior tuvo que cogerlo y arrastrarlo para que se acercara. Spider lo abrazó también, aunque sus sentimientos eran bien distintos. Lance se mantenía rígido y distante, todo lo contrario que su hermano, y se percibía claramente que no sentía la más mínima alegría de verlos. Spider se dio cuenta de que Patrick percibía todo aquello, pero prefería ignorarlo.
Eran, como siempre, dos personas completamente distintas.
– ¿Cómo va el partido? ¿Nos están dando la paliza los Windies como siempre?
Spider y Mac se rieron.
– ¿Qué esperabas? Vosotros los blanquitos habréis inventado el juego, pero luego no sabéis jugarlo.
Todos se rieron.
– Me alegra veros, muchachos.
– Y nosotros a ti, Spider.
La voz de Pat había cambiado; ahora sonaba más grave y hablaba más lentamente, como enfatizando las palabras. Se le veía, además, más robusto, como si hubiese estado haciendo ejercicio, cosa que era normal en alguien que había pasado una temporada en la trena. Sin embargo, le sentaba bien. Era un muchacho grande y robusto, con unos hombros anchos y unos antebrazos que intimidaban a cualquiera. Tenía cierto aire irlandés, es decir, una barba espesa que necesitaba afeitarse dos veces al día y un pelo moreno y unos ojos azules que provocaban el deseo de las mujeres.
Cuando se sentaron en la mesa, Mac le pasó un pequeño paquete y se lo puso en las manos.
– Hierba de primera, tal y como te dijo el médico que tomaras. -Gracias, muchachote. ¿Sabes? Tienes buen aspecto, cabronazo.
Los dos jóvenes se abrazaron de nuevo y Spider se alegró de que los dos chicos hubieran entablado ese lazo de amistad.
– Parecéis gemelos, ¿lo sabéis? -dijo Mac.
Lance y Patrick hicieron un gesto de indiferencia.
– Eso nos lo llevan diciendo toda la vida -respondió Pat-. Y ahora dime, ¿qué tomas?
Spider ya se había adelantado.
– De ninguna manera, chico. Hoy pago yo. De paso, Pat, ¿cómo andas de dinero?
Pat asintió y señalando a Mac le respondió tranquilamente:
– Acaba de echarme un cable, Spider, así que no te preocupes.
Pat vio la cara de sorpresa que ponía Spider cuando oyó lo que decía y se echó a reír de nuevo.
– Ya veo. Entonces te las apañas de momento, ¿verdad? -Perfectamente, colega. Pero estoy sediento.
Cuando Spider se acercó a la barra, Mac sonrió y le dijo:
– Tú coge esa pasta. Ahora vamos a dar una vuelta para presentarnos a los apostadores habituales y asegurarnos de que estamos interesados en pagarles pronto. Imagino que en unas pocas semanas te podré dar pasta. Como ya sabes tengo otros asuntos entre manos.
Mac se rió y sacudió su cabeza enmarañada. -No tendrás un puñetero Scooby Doo, ¿verdad?
Lance estaba observándolo de cerca y dijo: -¿De qué cono hablas?
Mac miró a Lance. Era como una versión reducida de su hermano. Tenía los mismos rasgos, pero le daban un aspecto muy distinto, ya que parecía medio loco la mayor parte del tiempo. Sus ojos carecían de brillo y no manifestaban nada de lo que pudiera sentir.
Pat cogió la jarra de cerveza que Spider había puesto encima de la mesa y, dándole un buen sorbo, dio un suspiro de satisfacción. Se dio la vuelta para dirigirse a su hermano y le dijo tranquilamente:
– Lo que quiere decir es que el dinero es un regalo, pero como es una pasta gansa yo prefiero devolvérsela.
Lance observó la risa afable de su hermano y envidió su capacidad para relacionarse con la gente. Si se lo hubieran dado a él, habría cogido el dinero y no habría dado ni las gracias. De hecho, pensaba que se lo debían, que se lo debían a todos ellos, pero prefirió callarse y no decir nada.
– ¿Cómo te ha ido en la trena? -le preguntó Spider.
Patrick sonrió. Era como un joven Georgie Best mostrando sus blancos dientes, con la misma mirada inocente incluso, una mirada que engañaba la verdadera naturaleza que escondía dentro.
– Bueno, he conocido a algunos cuantos colegas que merecen la pena y a un montón de mierdas. Pero bueno, ya se pasó.
– ¿Te llegó lo que te envié?
– Sí, gracias Spider. Me vino muy bien. Estuve en la misma celda con el joven Terry Mason, un buen tío. Un hueso duro de roer a pesar de lo esmirriado que es. El muy cabrón es como un terrier y una noche, mientras estábamos en la cola de la cena, le arrancó la nariz a un gil ¡pollas, un tipo grande de Liverpool con el que Terry tenía un asunto pendiente. Aunque no os lo creáis, la nariz se le cayó encima del plato de tapioca.
Todos se rieron cuando lo contó.
– Había sangre por todos lados. Yo me metí por medio mando sus compinches vieron que lo estaban moliendo. Fue la primera noche y Terry y yo llegamos juntos, justo a la hora de cenar. Al final ganamos y compartimos la tapioca entre los dos. Nos habían dado palos de todos los colores, pero nos importaba un carajo. Estábamos hambrientos después de pasar todo el día encellados en aquella furgoneta. Después de eso, nos hicimos como una y carne. Bueno, tú ya sabes cómo funciona eso.
Pat dejó de sonreír repentinamente y, mirando fijamente a Spider, le dijo:
– Necesito algunas pistolas y recortadas. ¿Tú podrías conseguírmelas?
Spider asintió lentamente. El muchacho se había convertido en una persona diferente y lamentaba que así fuera, a pesar de que comprendía por qué y cómo se había producido el cambio.
– ¿Dónde está Kathy?
Eileen suspiró. Se quitó el abrigo y lo colgó en el perchero. Luego, con su acostumbrado sarcasmo, respondió:
– Mamá, hoy es viernes y probablemente aún esté en la biblioteca. Ya sabes que cambia los libros todos los viernes y tarda tanto rato que la dejé allí.
– Menuda elementa estás tú hecha -dijo Lil riendo.
Eileen era un caso, de eso no había duda. Era tan diferente de su hermana como el día de la noche. Era espontánea y amistosa, la salsa de cualquier reunión o fiesta. Toda su vida era un completo drama, cosa que además le encantaba, pues pasaba de las risas a las lágrimas en cuestión de minutos y de la cólera al arrepentimiento en cuestión de segundos. Cuando ella estaba cerca no había ni un instante de aburrimiento.
– Lance irá a recogerla de todas formas, como siempre.
Entró en el salón, se echó en el sofá y bostezó.
– Odio esa escuela. Es como estar encerrada en una sauna.
Eileen no le hablaba a nadie en particular y nadie se molestó en responderle. Asistía a una escuela de monjas, pero los fines de semana trabajaba en una casa de apuestas. Había trabajado allí desde que cumplió los catorce años y ya era capaz hasta de dirigir el local. Lenny se había portado bien al menos con las chicas, ya que Kathy también trabajaba en el mismo lugar y no lo hacía nada bien, pues no le gustaba tratar demasiado con la gente. Eileen vigilaba por las dos.
Kathy pasaba la mayor parte del día en la trastienda viendo la televisión y contando las ganancias. Luego colocaba el dinero en un sobre, escribía el nombre del afortunado apostante y lo metía en la caja fuerte hasta que vinieran a recogerlo.
En la escuela era una alumna modelo, pero su hermana también tenía que cuidar de ella cuando estaban allí. Las mismas profesoras habían comentado en muchas ocasiones lo nerviosa que era una y lo tranquila que era la otra. Si no hubiera sido por Eileen, Kathy habría sido una niña solitaria. Eileen atraía a la gente y tenía muchas amigas. Como Kathy era prácticamente idéntica, la gente pensaba que tendría el mismo carácter, pero nada más lejos de la realidad.
– ¿Cómo está tu hermana? -preguntó Lil.
– ¿Quién, Kathy? Como siempre. Jamás te imaginarías lo que ha hecho hoy. Se salió ella sola y se compró el almuerzo.
Lil no se rió,, pues le producía mucha tristeza que una chica joven y guapa como su Kathy fuese tan introvertida.
– ¿Es mi impresión o está más callada que de costumbre?
Eileen no supo que responder, así que suspiró; uno de esos suspiros que a ella se le daban tan bien.
– Déjalo, mamá. Tú ya sabes cómo es. No se va a despertar una mañana convertida en una chica de discoteca sólo porque a ti le guste. No todo el mundo tiene que salir y beber para divertirse. I s una chica tranquila que prefiere los libros y la música, y así debe ser, mamá.
Lil negó con la cabeza.
– No es eso; es que no la veo bien. Tú y ella estáis en la edad de divertiros y ella es cada día más reservada. Sencillamente, creo que está perdiendo el tiempo metida todo el día en su dormitorio.
– Eso es lo que estoy tratando de decirte, mamá. Ésa es su manera de ser. Kathy siempre ha sido callada y reservada. Pero no tiene un pelo de tonta, es sólo tímida.
Lil miró a su bella hija, su pelo espeso y su cara cuidadosamente maquillada. Era como verse ella misma a esa edad y se dio cuenta de que no había envejecido mal, que aún estaba de buen ver considerando la vida que había llevado. Sin embargo, no comprendía cómo Eileen no veía ese vacío en los ojos de su hermana, ese nerviosismo que podía ser consecuencia de haber presenciado la muerte de su padre. Según su madre, Kathleen era una fantasiosa, era como una niña sacada de un cuento de hadas y, aunque aquellas palabras le resultaron reconfortantes cuando era una niña, ya no se lo parecían en absoluto.
– ¿Qué tal ha ido la escuela?
Eileen arrugó la cara en señal de disgusto.
– Mejor no preguntes, mamá.
La puerta principal se abrió de un portazo y entraron sus dos hijos menores. Cuando irrumpieron en el vestíbulo, Lil se quedó sorprendida de lo distintos que eran a los otros cinco. Colleen tenía los ojos grandes y marrones, el pelo rizado, las piernas muy largas y le faltaban los dientes. Su hermano, Christopher, tenía el pelo rubio y los ojos del mismo color que Colleen. Christy, como le llamaban todos, estaba bastante alto para su edad y, al igual que sus hermanastros, sería un chico alto y fuerte.
Colleen se sentó en el regazo de su madre y empezó a contarle todas las actividades que había realizado durante el día. Era una niña cariñosa, de buen corazón, que siempre estaba discutiendo con Christy, aunque estaban muy unidos.
Lenny Brewster le había dado esos hijos. Le pidió que los tuviera porque quería borrar de su cabeza a Patrick Brodie. La había convertido en su mujer y eso a ella le vino bien por un tiempo, ya que tenía cinco hijos y ningún ingreso. Dándole esos hijos la había obligado a meterlo en su vida, pero después del nacimiento de Christy la había abandonado prácticamente. Había conseguido lo que quería y ya estaba dispuesto a buscar en otro sitio.
Ella había esperado que fuese así, pero también había esperado que se ocupase de sus hijos. No obstante, por más que le maldecía por su indiferencia y pasotismo, se sentía agradecida con él por haberle dado esos dos niños.
– ¿Todo bien, Lenny?
La voz de Lance sonaba, como siempre, indiferente. Era un muchacho extraño y Lenny, como había hecho en muchas ocasiones anteriormente, se preguntó a qué se debía ese comportamiento tan tranquilo. A él no parecía importarle darle la espalda o mirarle de frente, algo que resultaba insultante en su mundo. Estaba demasiado ocupado contando las cajas de vino que le había comprado a un joven que, al parecer, tenía mucho futuro y una habilidad especial para robar a los camioneros. Lance también había demostrado unas aptitudes especiales para lo joven que era olfateando buenas mercancías que pudieran robarse. Definitivamente, era un muchacho con el que debía contar en el futuro y, si conseguía que no lo apresaran ni le dieran una buena paliza en los próximos dieciocho meses, pensaría en contratarlo a jornada completa. De momento, le compraría cualquier cosa que le trajera por una parte de su valor y lo tendría bajo su protección.
– ¿Qué te trae por aquí, chico? -preguntó Lenny.
Esperaba una respuesta, pero cuando vio que no le daba ninguna se dio la vuelta lentamente y enarcó una de las cejas, poniendo mirada inquisitiva.
– ¿Qué sucede, Lance? Ahora has perdido el habla.
Sintió un ligero escalofrío de miedo, y no por primera vez. Lance le estaba mirando fijamente con esos ojos fríos y Lenny se dio cuenta de que definitivamente no estaba en sus cabales.
– Le debes dinero a mi madre, Lenny, y tú lo sabes. Vengo a recordarte que ya no somos niños, así que no pretendas jugárnosla.
Lenny se mordió el labio inferior. Su gruesa cara se puso roja de ira y parecía capaz de hacer cualquier cosa. Lance, como la mayoría de las personas que conocían bien a Lenny, sabía que ésa era su mejor arma. Sin embargo, a medida que habían pasado los años, y como nadie había contradicho su autoridad, dejó de simular que era un tío legal. De hecho, estaba cometiendo el error que cometen casi todos los hombres que han llegado a lo más alto en su profesión: había dejado de preocuparse por lo que la gente pensara de él. Creía que estaba por encima de cualquiera y no tenía la más mínima consideración por la opinión y las buenas intenciones de la gente que le había ayudado a ocupar ese lugar.
– ¡Vaya! Por lo que veo ahora te consideras un tipo duro, Lance.
Pronunció las palabras con un desprecio tal que a Lance le sentaron igual que un bofetón en la cara.
– Tú no me asustas, Lenny. Cuando me dé la gana puedo quitarte de en medio. Al contrario que tú, yo no confío en la gente para que me hagan el trabajo sucio, sino que prefiero hacerlo yo, como bien sabes.
Lenny se dio cuenta de que el muchacho empezaba a flexionar los músculos. También sabía que su hermano mayor había salido de chirona y estaba de nuevo en casa, dispuesto a hacerse de una buena reputación, además de sediento por dinero, dos cosas que podían ser muy peligrosas para gente como él si no extremaban las precauciones.
Cuando una persona está bien asentada comete errores, y Lenny estaba cometiendo ahora el error de infravalorar al muchacho tenía delante. Lance era un tipo peligroso, pero sólo si tenía a alguien más grande detrás. Hasta que su hermano salió de la cárcel, él había sido ese alguien. Ahora, sin embargo, la sangre mandaba, como suele suceder en esos casos. Pat y Lance, además, estaban muy unidos, más estrechamente unidos de lo que suelen estar los hermanos, probablemente por las circunstancias que rodearon la muerte de su padre, que causó un trauma a todos sus hijos, de una manera o de otra.
El amor de Lil por su primogénito había sido una pesadilla durante su relación con ella. No es que quisiera con locura a sus hijos, es que veía en él la representación de su padre. Por eso, mientras viviera Pat Junior, jamás se sentiría abandonada por su marido.
A pesar de haber tenido dos hijos con ella, no había logrado ganársela. Le había utilizado, tanto como él a ella, cosa que podía haber llegado a aceptar ella si no lo hubiera considerado siempre como un segundón.
Lenny se había quedado con lo que le había pertenecido a Patrick Brodie, con todo, salvo lo que realmente importaba. Lil Brodie había sido como la fruta prohibida. La había poseído porque no tenía a otra y él lo sabía, al igual que lo supo ella posteriormente. Una vez que la hizo suya dejó de desearla, así que terminó castigándola con la más completa indiferencia. Había utilizado a Lil igual que utilizaba a todo el mundo, aunque algo en mi interior le decía que se había portado muy mal. Además, eso no le había hecho ningún favor, ya que muchas personas de su círculo le perdieron el respeto al ver cómo se había comportado con la viuda de Brodie.
Los hijos de Lil habían crecido y ahora formaban un equipo, por lo que dependería de él ver cómo resolvería ese problema en el futuro. Cuando miró al muchacho supo instintivamente que cada trapicheo que había hecho y cada mentira que había contado, especialmente las relacionadas con la muerte de Pat Brodie, ahora se volvían contra él. Había hecho creer a la gente que él había sido el hombre que había vengado su muerte, el hombre que había hecho justicia, cuando sencillamente se limitó a ser un mero instrumento de su ejecución; es decir, había dejado que sucediera con el fin de quedarse con lo que consideraba suyo por derecho propio. La historia que había tenido con Lil había sido considerada como una forma de agradecimiento por parte de ella por haber sido tan bueno con su familia y porque necesitaba protección. Su esposa, sin embargo, no lo había visto como una historia tan romántica y ahora vivía en Surrey con un banquero llamado Wright, un hombre con un tupé y suficiente dinero para hacerle olvidar su sentimiento de minusvalía y proporcionarle todos los caprichos que se le antojaban.
Que Lenny abandonase a Lil después de darle dos hijos dejó a todo el mundo sorprendido y la gente no estaba dispuesta a perdonárselo. Hasta entonces, lo que pensaran de él no le había preocupado mucho. De hecho, ver tirada a Lil de esa manera le había producido cierta satisfacción, ya que había sido como darle el último guantazo a Brodie y a ella. A ella especialmente, porque siempre le dejó claro que sus hijos eran mucho más importantes que él, cosa que no estaba dispuesto a aceptar.
– Escucha, Lance, aprecio lo que has hecho por mí recientemente y comprendo que no quieras que se entere tu hermano, pues no creo que sea tan abierto como nosotros, ¿verdad que no?
Dejó que las palabras produjeran su efecto antes de continuar. Luego, con ese tono de indiferencia tan suyo, dijo:
– Yo jamás te delataré, puedes estar seguro. Para mí eres como de la familia.
Esas palabras las pronunciaba un hombre que había dejado que su esposa se marchase con sus hijos, un hombre que no mostraba el más mínimo afecto por los de su sangre, ni tampoco por ellos, su madre incluida; en definitiva, un hombre que tenía hijos por el mero hecho de ponerles su sello y así asegurarse de que no lo olvidarían, aunque él sí era muy propenso a olvidarse de ellos.
– ¿Y qué pasa con mi madre? Ahora que mi hermano ha vuelto ya no podrás mearte en ella.
La forma que tenía Lance de corroborar la llegada de su hermano denotaba claramente cuáles eran sus sentimientos por él. Lance quería a su hermano, de eso no había duda, pero también estaba resentido con él porque había sido siempre el ojo derecho de su madre desde que nació. Lenny sabía además que, en lo concerniente a su madre, él no era uno de sus favoritos y de hecho trataba de evitarle en lo posible.
Lance sabía de sobra que a ella le había costado trabajo incluso darle los más mínimos cuidados, ya que no sentía nada por él, por lo que se vio obligado a aceptar resignadamente el amor de su abuela.
– Pat te meterá en cintura, Lenny. Él sabe muy bien cómo conseguir que la gente le obedezca.
Lenny contuvo su cólera al ver la actitud tan bravucona de Lance, ya que, cuando dejaba desatar su cólera, era incapaz de controlarse y eso lo sabía todo el mundo.
– ¿Por qué no dejas que sea yo el que se preocupe de eso, Lance?
Lance volvió a mirarlo y una vez más notó su mirada fría e impasible. El muchacho estaba allí porque se sentía respaldado por Pat, que era quien llevaba la voz cantante. Él sólo era su perrito faldero, siempre había sido así. Lance se sentía ahora intranquilo porque había estado trabajando para Lenny y no sabía cómo le sentaría eso a su hermano. Lance también sabía que su hermano esperaba que él se hubiese ocupado de los intereses de su madre. Sabía que Patrick reclamaría algo para sus hermanos pequeños, por lo que no era de extrañar que le hiciese una visita muy pronto.
– ¿Por qué no te vas a casa y dejas que yo me ocupe del gran señor? -repitió Lenny.
Su sarcasmo era evidente, tan evidente como su desprecio por cualquier cosa que alterara su estabilidad.
Lance sabía que Lenny estaba en una situación de ventaja con respecto a él ahora que Pat había salido en libertad y que, por supuesto, la utilizaría contra él llegado el momento sin pensárselo dos veces.
Cuando salió del almacén, Lance le propinó un empujón a una pila de cajas y las tiró, haciendo que muchas de ellas se rompieran al chocar contra el suelo. El vino empezó a salirse de las cajas, formando hilillos que corrían por el suelo y arrastraban la suciedad hasta que terminaban por desaparecer en el fondo de una alcantarilla.
Lenny se levantó durante unos segundos y observó cómo corría el líquido, pero luego se dio la vuelta y siguió haciendo el inventario que tenía entre manos. Lance había hecho algunos trabajillos que no se podía decir que fuesen legales, por los cuales, además, se le había pagado bastante bien. Eso hacía que Lenny estuviera confiado, pues estaba seguro de que no le agradaría que saliesen a la luz.
Lenny Brewster, sin embargo, se dio cuenta de que debía ofrecerle una calurosa bienvenida al hijo pródigo, en parte porque eso era justamente lo que iba a hacer casi todo el mundo.
Lil trabajaba en el club y, la verdad, no se sentía nada satisfecha. Ella había sido quien había abierto aquel club con su anterior esposo y ahora se veía obligada a tratar con gente que la consideraba una incompetente. El tratamiento que le daba Lenny hacía pensar al resto de las chicas que ella ya no merecía ninguna consideración, por lo que le costaba mucho trabajo imponer algún orden sin recurrir a las amenazas y a las intimidaciones. Sabía que corrían rumores acerca de ella. A los pocos días de estar trabajando allí ya pudo percibir la insolencia debajo de aquellos rostros maquillados. La actitud de Lenny con ella era bien conocida por todos, lo que dificultaba aún más su labor.
Desde que Patrick había salido de la cárcel no pudo dejar de pensar que, en su momento, ella había sido la propietaria del club y que ahora se veía reducida a ser sencillamente la encargada. Para mayor desgracia, la nueva generación de chicas que trabajaba allí creía saberlo todo. A los pocos meses de trabajo ya se creían que tenían un don especial, que lo sabían todo, que incluso podían enseñarle a ella la forma de incrementar sus ganancias.
La peor de todas era una chica nueva que respondía al nombre de Ivana. Tendría unos treinta años, aunque aparentaba unos veintidós y parecía tener una opinión muy negativa de todo lo que le rodeaba. Tenía sus ambiciones con respecto a Lenny, cosa que resultaba evidente por la forma en que le hablaba a Lil y por la forma en que le sonreía, como si estuviese por encima de ella en el club.
Lil no estaba de humor para aguantarla aquella noche y, aunque escuchaba educadamente las quejas de ella por parte de las chicas, no estaba dispuesta a dejarse preocupar más de lo debido. Cuando vio que Ivana se le acercaba se dio cuenta de que le esperaban otros veinte minutos de insinuaciones y comentarios, de frasecitas como que «Lil no sabía en realidad lo que hacía», «si escuchase un poco a lo mejor aprendía algo que merecía la pena». La chica era una puta y todo lo que hablaba lo decía por boca de la experiencia. Tenía la mirada dura y fría de una mujer que había pasado por muchas manos en muy poco tiempo. Lil no estaba interesada en mantener con ella ningún tipo de conversación.
– ¿Qué te pasa ahora, Ivana? ¿Te llega ya tu gordo culo al suelo o es que los clientes no son suficientemente altos? -le dijo Lil tratando de parecer lo más grosera posible.
Ivana abrió los brazos en señal de impotencia. Su delgado cuerpo estaba embutido en un corpiño color crema y una minifalda de cuero negra. Tenía muy bien arreglado el pelo y su maquillaje era perfecto.
Lil tenía que admitir que la chavala era encantadora, quizá demasiado para ese club. Debería estar en otro lugar, haciendo una fortuna y viajando por el mundo para acostarse con los ricachones árabes que pagarían sumas desorbitadas por su cuerpo y su discreción. De esa manera, también podría tener la oportunidad de casarse con alguien rico, ya que había muchos hombres mayores que estaban dispuestos a comprar chicas para casarse con ellas y convertirlas en mujeres respetables, al menos entre sus compañeras del Soho. Sin embargo, la muy perra estaba trabajando allí, siempre quejándose por algo, como si fuese una jodida dependienta. Lil sabía que tramaba algo, pues las chicas como Ivana siempre ven a las personas como meros instrumentos para conseguir sus propósitos.
– Perdona, Lil, pero lo único que intento es que este lugar funcione mejor. Podemos ganar mucho más dinero, tú incluida.
Empezó a sonar la música porque una stripper salió a la pequeña sala de baile y empezó a hacer su numerito. Era una veterana de los clubes del Soho, tendría unos treinta años y tenía su propio espectáculo: tres minutos de placer semidesnudo y diez segundos de completa desnudez. A la audiencia, por supuesto, le parecían muchos más porque, como todo lo que se ofrecía en el Soho, no era nada más que una farsa que prometía el oro y el moro, pero luego no daba nada. La stripper iba de club en club con su cinta de música y su traje. Por cada número que representaba recibía una cantidad acordada, además de un carné del sindicato que certificaba que trabajaba como bailarina exótica.
Lil conocía el Soho como la palma de la mano y tener una chica como aquélla, con las manos en las caderas y cara de sabihonda tratando de darle lecciones le parecía increíble. Se rió de la completa banalidad en la que vivían todas las Ivanas de este mundo y, acercándose hasta poner la cara junto a la suya, le dijo:
– Escúchame un momento, corazón. Tú eres una puta, una puta pura y dura, ¿lo comprendes? Sé que tienes una opinión muy alta de ti misma, pero éste es un club de alterne. No puedo permitir que los clientes se vayan con cualquiera, tengo que garantizar que emparejo a cada uno con su favorita. Si no lo hiciera, ¿qué crees que pasaría con esas mujeres que ya no están tan lozanas y frescas como antes? ¿Cómo crees que reaccionarían? Pues yo te lo diré: te asesinarían sin dudarlo. Sé que te sientes explotada y probablemente sea cierto. Por tanto, cierra tu jodida boca, vuelve a las mesas y deja que yo haga mi trabajo, ¿de acuerdo?
Lil habló lo suficientemente alto como para que se enterasen el resto de las chicas. Estaba tan enfadada que la próxima vez la chica se lo pensaría dos veces antes de llevarle la contraria. Ivana la miró. Parecía estar a punto de llorar. Regresó a su asiento y Lil miró al techo, lo que provocó la risa de las otras chicas. Todas sabían que Lil era capaz de tener una bronca con la primera que se pusiera delante y entonces Ivana tendría todas las de perder. Al igual que Lil, ellas habían sido jovencitas y sabían el valor que tenía la juventud en su oficio.
Subió a la oficina y se sirvió otra copa. Cuando Lil notó que el vodka hacía su efecto cerró los ojos. Tenía siete hijos cuyas edades oscilaban entre los veinte y los ocho años, y tenía el mismo dinero ahora que hace diez años. No tenía dinero, no tenía un trabajo de verdad, su hijo acababa de salir de la cárcel y ya andaba escondiendo armas por la casa. Una de sus hijas era incapaz de decirle lo que le preocupaba, porque seguro que había algo que le preocupaba, de eso estaba segura. Sus dos hijos menores habían sido prácticamente abandonados por su padre, que ahora no se molestaba ni en responder a sus llamadas. Sin embargo, lo peor de todo es que tenía el presentimiento de que estaba embarazada de nuevo. Fue un día que había bebido más de lo debido. Terminó en la cama con un amigo, más por compañía que por otra cosa. Ahora se sentía como una adolescente aterrorizada de pensar que pudiera estar embarazada.
La vida parecía dispuesta a ensañarse con ella. Cada vez que pensaba que podrían mejorar las cosas para ella y su familia, terminaba equivocándose. Su hijo mayor estaba de nuevo en casa y eso le proporcionaba cierta felicidad, pero Lance se había convertido de nuevo en su sombra y, aunque había tratado de esconder sus sentimientos al respecto durante los últimos días, seguía sin confiar lo más mínimo en él.
Lil se bebió la copa y se sirvió otra. Le quedaban quince minutos para realizar el examen físico a las chicas. Jamás había permitido que trabajaran yonquis en su establecimiento porque eran muy agresivas, siempre andaban necesitadas de dinero y envejecían más rápido de la cuenta. Solían meterles prisa a los clientes y eso provocaba muchos problemas para todo el mundo. Era un trabajo duro sin duda el suyo, llevaba haciéndolo años y empezaba ya a resultarle un fastidio. Mientras se servía otra copa, Lil oyó la voz de Lenny acercándose a la oficina y, por lo que se veía, parecía muy enfadado.
Patrick trataba de olvidar que su madre trabajaba en un club de alterne y no pensaba en otra cosa más que en hacerse cargo de la familia, ahora que ya estaba libre. Las gemelas, Kathy y Eileen, eran su principal preocupación; especialmente Kathleen, pues no se la veía nada bien y, con el tiempo, se estaba convirtiendo en una mujer muy extraña.
– Animo, muchacha. ¿Qué te sucede? Siempre pareces tan triste.
Ella negó con la cabeza y él se dio cuenta de que no le sacaría nada. Siempre había sido una persona reservada, pero jamás la había visto tan callada e inmersa en sus pensamientos. Apenas pronunciaba palabra, salvo que se le preguntase, e incluso así se sobresaltaba como si ella misma se sorprendiera de que alguien le dirigiese la palabra.
– Estoy bien, Pat, de verdad -respondió.
Parecía sincera, pero él seguía estando preocupado. Cambió de tema para tratar de no intimidarla con sus preguntas.
– ¿Y cómo va la escuela? ¿Estás estudiando?
Kathleen asintió. Patrick se sorprendió una vez más de lo mucho que se parecía a su hermana, y, sin embargo, lo distintas que eran la una de la otra cuando estaban juntas. Kathleen era como una versión barata de su enérgica y vivaz hermana Eileen y se debía principalmente a su constante y permanente tristeza. Sus ojos azules tenían una mirada profundamente triste que nada hacía desaparecer. No obstante, cuando Eileen estaba cerca, parecía algo más alegre y relajada. Pero en cuanto su hermana se separaba de ella, se encerraba en sí misma y únicamente Lance era capaz de sacarla de ese estado.
Parecía como si estuviese embrujada y eso preocupaba a Patrick porque no comprendía el porqué, pues de niña había sido muy alegre y charlatana. ¿Se debía a todo lo padecido en los últimos años? Patrick pensó que cabía la posibilidad de que su hermana hubiese comprendido más de lo que ellos imaginaban.
Lance entró en la habitación llevando tres tambaleantes tazas de té en una pequeña bandeja. Ver la bandeja hizo reír a Patrick porque la había robado de un bar muchos años antes por la sencilla razón de que le habían gustado los dos perros escoceses que tenía impresos en ella, uno negro y el otro blanco, anunciando la marca de un whisky escocés. En muchas ocasiones la había utilizado para cenar mientras veía la televisión y, al verla de nuevo, le vinieron a la cabeza malos recuerdos relacionados con la muerte de su padre.
Rehuyó los malos pensamientos. El pasado, pasado estaba, lo había aprendido en la cárcel. Cuando uno está allí encerrado se da cuenta de que las cosas suceden fuera y, por mucho que uno se preocupe de ellas, no puede hacer absolutamente nada. Era como estar en el mundo, pero no formar parte de él. Los problemas se hacían enormes, incluso los más pequeños, y uno tenía que asumir su impotencia para resolverlos, para ocuparse de ellos, porque sencillamente habías dejado de formar parte del mundo y no había forma de hacer nada para mejorar las cosas. Todavía se sentía así, sólo que ahora era como si desde fuera mirase hacia dentro. Las gemelas se habían hecho ya mujeres y la pequeña Colleen, que había sido una niña charlatana de cuatro años, era ahora una charlatana de ocho años. Se dio cuenta de que se había perdido una gran parte de sus vidas. Christopher era una alhaja, pero ni tan siquiera le reconocía. Y Shamus había dejado de ser un niño para convertirse en un golfillo al que ya habían expulsado de la escuela. Cuatro años eran muchos en sus infantiles vidas, al igual que en la suya. Las visitas no eran suficientes para que uno estuviera informado de lo que sucedía verdaderamente en una familia, además de que siempre se evitaba hablar de problemas para que la persona que estaba encerrada no se preocupase demasiado. Su actitud era la misma que la del preso: para qué preocuparle si no puede hacer nada al respecto.
Patrick vio cómo los niños se metían en la cama y se dio cuenta de que llevaban años haciéndolo sin su ayuda, cosa que le dolió y le deprimió, al igual que ver a Kathleen. No podía evitar dejar de preguntarse si podía haberle prestado ayuda de haber estado presente. Al parecer, para eso recurría a Lance. Era un buen muchacho y un buen hermano, y siempre estaba cuando ella lo necesitaba. Patrick sabía que sin él la familia se habría desintegrado, especialmente en lo concerniente a Kathy. La llevaba en su coche a todos lados y luego la recogía para que no tuviera que preocuparse de regresar sola a casa. Luego, cuando la veía deprimida, se sentaba con ella en su habitación y pasaba horas enteras haciéndole compañía. Por muy extraño que fuese Lance, siempre se podía contar con él cuando se le necesitaba. Patrick deseó haber estado también allí para quitarle un poco de esa carga de encima.
Ahora él había regresado a casa de nuevo y se iba a ocupar de que a ninguno le faltase nada, además de que no pensaba permitir que ninguno de ellos se separase.
En cuanto a Brewster, pensaba meterlo en vereda en cuanto tuviera tiempo para ello. El muy cabrito se pasaba la vida con putonas cuando su madre aún tenía que dirigir su club. Se estaba tomando su tiempo y, cuando consiguiera lo que tenía entre manos, le iba a hacer pagar a ese capullo su indiferencia por su familia. Lenny iba a darse cuenta de una vez por todas que él tenía una misión en la vida, y ésa era cuidar de su familia, incluso de la familia que él había creado antes de irse de parranda. Patrick se había marchado siendo un muchacho, pero había regresado convertido en un hombre. Había aprendido muchas cosas en la cárcel, y una de ellas era que necesitaba recuperar el control de las personas que se consideraban intelectualmente superiores. Brewster era un capullo y un gilipollas, y él pensaba tomarse su tiempo antes de restregárselo por la cara. Necesitaba primero ver cómo andaban las cosas, ya que le llevaría un tiempo adaptarse a estar fuera. Sin embargo, cuando hubiera evaluado todas las opciones gozaría enormemente vengándose y haciéndoselas pagar por todas.
Mientras tomaban el té, vio que Lance le fruncía el ceño a Kathleen. Sabía que estaba tan preocupado por ella como él. Después de todo, él era el primogénito y, como tal, debía de cuidar de todos. Luego miró alrededor y vio que la habitación apenas había cambiado durante esos años. Tenía el mismo colchón, la misma televisión, la misma moqueta, todo era exactamente igual, sólo que más viejo. De hecho, parecía una habitación de ésas que se ven en los documentales sobre la pobreza en los países occidentales. La habitación entera necesitaba un buen lavado de cara y la mayoría de los muebles estaban para tirarse. Pero siete niños son muchos niños, y la mayoría de los muebles no están hechos para familias tan numerosas.
Aunque Brewster estaba forrado, al parecer nada había ido a parar a manos de su madre. Cuando su padre murió, ella había necesitado a alguien, que la protegiese, tanto a ella como a su familia, y Patrick comprendía por qué lo había hecho e incluso la admiraba por ello. Fue lo suficientemente sensata como para saber que corrían peligro, pues eran una amenaza para los hermanos Williams y para el que estuviera detrás de ellos. Brewster había sido la mejor elección posible y ése era el precio que había pagado por ello.
Lenny solía visitarles en su casa, tanto a Lil como a ellos. Había sido como la respuesta a sus oraciones después de la muerte de su padre. Luego, repentinamente, dejó de venir y su madre se vio con dos hijos más. Patrick, entonces, ya era lo bastante mayor como para comprender lo que había pretendido aquel cabrón con su madre y cuál había sido su intención. Fue entonces cuando él asumió el papel de la persona que trae el sustento y eso le había llevado a la cárcel. Ahora, sin embargo, era un hombre hecho y derecho y no pensaba permitir que interfiriese en su vida nunca más. Su madre se las había apañado para mantenerlos a todos unidos a pesar de todo, pero pensaba quitarle ese peso de encima y volver a asumir el papel de cabeza de familia, tal y como habría deseado su padre que hiciera. Ahora que había regresado y tenía ya alguna idea de lo que se estaba cociendo a su alrededor pensaba urdir mi buen plan de acción y solucionar ese problema para siempre.
– Hola, Lil -dijo Lenny sonriendo.
Lil observó que se le habían oscurecido los dientes desde la última vez que hablaron. Por lo roja que tenía la cara y por lo inflamadas que tenía las venas de las mejillas se podía ver claramente lo que era: un borracho, un viejo, la parodia de lo que fue en su momento. Verlo así resultaba penoso y, por mucho daño que le hubiese hecho, no le deseaba ningún mal; sabía de sobra que las cosas malas ya venían sin que nadie tuviera que desearlas. Como su madre decía, se recoge lo que se siembra. Al parecer eso le estaba sucediendo a Lenny, sólo que antes de lo esperado. Lil sonrió afablemente, sin mostrar ninguna pena ni nerviosismo. Aparentó frialdad y eso le satisfacía.
– ¿A qué debo este placer? -preguntó.
Lenny se encogió de hombros de esa forma suya tan irritante, esa forma tan peculiar suya de mostrar una completa indiferencia por la persona con la que estaba hablando. Le había visto hacer ese gesto a mucha gente y ya casi se había olvidado de lo molesto que resultaba.
La miró y se dio cuenta de que tenía buen aspecto y estaba de buen ver para la edad que tenía y para los siete hijos que había engendrado. Lil tenía ese tipo de piel que todas las mujeres envidiaban y eso lo sabía él de primera mano, pues conocía cada rincón de su cuerpo.
– Te recuerdo que éste es «mi» club y no entiendo que pongas pegas a que venga.
Como siempre estaba recalcándole quién era. No podía evitarlo. Era ese tipo de persona que necesita constantemente herir a los demás, hacerlos sentir inferiores. Sin embargo, por una vez en la vida, Lil no se amilanó. Después de lo ocurrido aquella noche se sentía con ganas de pelea. ¿Quién se había creído que era? ¿Con quién coño creía estar hablando?
– Con todos mis respetos, Len, pero éste era «mi» club mucho antes de que fuera tuyo. Mi marido lo compró hace muchos años, mientras que tú sencillamente te lo apropiaste cuando él murió. ¿Acaso no es verdad?
Lenny se quedó sorprendido al oír aquellas palabras. El sabía que Lil podía cabrearse, pero jamás había mencionado una cosa así anteriormente, jamás había hecho alusión a cómo se habían repartido las propiedades de su marido. Se preguntó si también se lo habría mencionado en alguna ocasión a sus hijos. Ahora ya se habían convertido en hombres y estaban en esa edad en que uno necesita demostrar quién es. Lance ya tenía lo suyo, pero ahora que Pat había regresado se estaba convirtiendo en una persona muy ambiciosa, al igual que la mujer que tenía delante, de eso no cabía duda. Se veía en la necesidad de ponerla en su lugar, pues, al parecer, tenía la impresión equivocada de que era alguien en el club. Un gesto muy feo viniendo de una mujer.
– ¿Me estás hablando a mí, Lil? -dijo con esa dignidad que aparentaba cuando se sentía insultado y agredido.
Lil sonrió, recordando lo muy cabrón que podía ser.
– ¿No piensas ni preguntar cómo están los niños, Lenny?
A Lenny le encantaba oír esa pregunta viniendo de su boca. Se deleitaba demostrándole que no le importaban lo más mínimo sus hijos. Había procurado que ella se quedara embarazada, pero, como le había sucedido con todas sus amantes, una vez que habían dado a luz, perdía el interés por ellas.
Lenny sonrió y ella vio las arrugas de su cara y lo frágil que se había vuelto su pelo. Sintió lástima por él. Lenny la había dejado tirada, le había arrebatado lo que tenía, y no sólo a ella, sino a sus hijos. Luego le había dado un trabajo en ese club, un club que ella había ayudado a levantar. Sin embargo, no había forma de que abriera la mano y le diera un puñado de libras para los hijos que ella le había dado.
– Eres un gusano rastrero, Lenny. Tienes dos hijos bien hermosos y no tienes ni la más puñetera compasión por ellos, ¿verdad que no?
Lenny sacudió la cabeza y empezó a reírse de nuevo, con esa risa sofisticada que él creía que le hacía parecer un hombre de mundo.
– La verdad es que no me importan una mierda, Lil. Al igual que mis otros hijos, no significan nada para mí. Al fin y al cabo, son todos unos hijos de puta, si me perdonas la expresión.
Empezó a reírse de nuevo y Lil se sintió enormemente dolida. Cuando despreciaba a sus hijos de esa manera, se sentía herida en lo más hondo. Podía notar cómo apretaba los puños. Si sus colegas, por decirlo de alguna manera, le oyeran decir esas cosas, no lo creerían. Parecía mentira que pudiera ser tan odioso y repulsivo, pero lo peor de todo es que disfrutaba con ello.
– Asumiendo que tu madre fuese la que te ha parido, entonces no hay duda de que viniste al mundo de manos de una puta. Así al menos tus hijos tendrán algo en común contigo -terminó diciendo.
Luego se quedó callado. Se dio cuenta de que ya no sacaría nada más de él. Su dureza siempre le había seducido a Lenny, pero perdía los estribos cuando algo o alguien amenazaba a sus hijos. En ese aspecto era como un animal salvaje y, cuando estaba como en ese momento, es decir, orgullosa y enfadada, le atraía. La había utilizado, lo sabía, pero no le resultó difícil.
En ese momento alguien llamó a la puerta. Lil la abrió con rapidez, mostrando aún su cólera en el rostro porque se daba cuenta de que era completamente inútil hablar con él.
Ivana estaba de pie, en la puerta, con una sonrisa que decía claramente que la esperaban.
Lenny la miró. Era realmente una chica atractiva, con buenas tetas para lo delgada que estaba, con un pelo rubio que le daba la apariencia de estar más saludable de lo que probablemente estaba. Además, sabía cómo mirar a un hombre, cómo hacerle sentir querido y deseado. Sin embargo, era demasiado profesional para su gusto, a pesar de que ya le había dado un revolcón y consideraba que no estaba mal tenerla de repuesto. Las putas le gustaban en ese aspecto, pues no esperaban nada de él, salvo unas cuantas libras y pasar un buen rato.
Lenny vio la expresión que puso Lil en su cara y disfrutó con ello. Le recordó que ya no era ninguna jovencita y que las chicas que estaban a su servicio estaban también a su alcance. Sabía que la mejor forma de pararle los pies era haciéndola sentir vieja.
– ¿Qué es lo que quieres? -dijo Lil con voz despectiva.
Ivana esperó hasta que Lenny la invitase a entrar, así le dejaría claro a Lil que ella era alguien a quien debía tener en cuenta.
Lenny se quedó mirando con esa impasibilidad de siempre y, comportándose contrariamente a lo que solía hacer, miró a Ivana con el ceño fruncido y le preguntó:
– Bueno, ya has oído a la jefa. ¿Qué es lo que quieres?
Lil sintió lástima de la muchacha cuando la vio ponerse roja. Se dio cuenta de que Lenny pretendía humillarla. Ella no disfrutaba del espectáculo porque se había visto en ese lugar en muchas ocasiones.
Lenny se acercó hasta donde se encontraba la muchacha y le dio con la puerta en las narices.
– Tienes que imponerte más, Lil, se te están subiendo a las barbas. ¿Cómo cono se toma esa libertad? ¿Qué hace una puta como ésa viniendo aquí en busca de compañía?
– ¿Por qué no te vas a tomar por el culo, Lenny?
La voz de Lil sonó tan alta y protectora que, cuando Ivana se marchó, sintió una oleada de gratitud y respeto por la mujer a la.que había despreciado pocos minutos antes.
– ¿Por qué haces eso? ¿Por qué hieres a todos los que te rodean? -le preguntó Lil.
Lenny no le respondió. Le estaba haciendo una pregunta genuina y, por una vez, estaba pensando en darle una respuesta del mismo calibre. Podía ver el desprecio en sus ojos, en su cara y sus gestos. Observó todo aquello sin sentir absolutamente nada.
– Esa chica gana una fortuna y, si tuviera una pizca de cerebro, se largaría de aquí y se buscaría un club de verdad, el New Rockingham o el Pink Pussycat. Cualquiera donde la tratasen con un poco de respeto.
Lenny suspiró. Empezaba a aburrirse del tema y respondió:
– ¿Y a quién le importa eso? A mí desde luego no me importa una mierda. Y ahora dime, ¿cómo está el joven Patrick y cuándo va a venir a visitarme? Tengo algún trabajillo para él.
Lil sabía lo que pretendía. Creía que el muchacho ya había alcanzado una edad en que debía devolverle de alguna manera lo que él había hecho por ellos.
– Déjalo en paz -respondió Lil-. Él no necesita impregnarse con tu mierda. Ya se las apaña bastante bien él solito.
Lenny se mordió el labio inferior; era uno de sus gestos cuando se sentía ofendido.
– Por lo que veo no comprendes el concepto de jefe y empleada, Lil. No te he pedido tu opinión, ¿lo sabes? Así que cuando te hable, tú me haces una reverencia y obedeces. Y ahora dile al chico que venga a verme.
Lil se encogió de hombros, disfrutando de verlo molesto.
– ¿Para eso has venido, Lenny? Imagino que te habrás enterado de que Patrick está de nuevo en casa. Con una llamada telefónica habría sido suficiente para preguntar cómo está.
Lenny no le respondió, sorprendido de ver cómo le hablaba. Sin duda, el poder que había ejercido sobre ella en su tiempo estaba desapareciendo a pasos agigantados. Ahora Pat estaba en casa, asumiría el. papel de cabeza de familia y Lil probablemente no necesitaría de nadie. La observó mientras encendía un cigarrillo. Aspiró profundamente, se pasó la lengua por los labios lentamente y luego le echó el humo en la cara, haciéndole toser.
Lenny agitó las manos para dispersarlo, jurándose que acabaría con su hijo. Le abriría la cabeza y la escucharía a ella llorar mientras él enviaba a su hijo junto a su padre. Al parecer, Patrick había causado una buena impresión en la cárcel y había demostrado a todo el mundo que sabía cuidarse las espaldas y que no requería de nadie para eso. Pues bien, él estaba dispuesto a no permitir que ese pequeño cabrón pusiera un pie en su territorio. Si la gente lo consideraba la viva imagen de su padre, mejor. Ll les recordaría a todos lo que le sucedió a su padre. El había permanecido al margen durante años, esperando el momento adecuado para hacerse con lo que consideraba suyo por derecho propio. Se había adueñado de todo lo que en su día perteneció a Patrick Brodie, incluida su esposa y sus hijos, y ahora no pensaba quedarse de brazos cruzados esperando a que ese muchacho reclamara la herencia de su padre.
Se oían rumores de que la gente estaba esperando para ver si el joven había heredado ese placer por la venganza que siempre tuvo Patrick Brodie. Lenny había utilizado a Lil, se la había tirado y la había tratado como si fuese una cualquiera, además de que se estaba llevando los beneficios de lo que había levantado su marido con tanto esfuerzo. La gente, al parecer, no dejaba de señalárselo ahora que el muchacho estaba de vuelta en casa. Por esa razón, necesitaba ganárselo durante un tiempo, hasta que él supiera por sí mismo qué es lo que se estaba cociendo; entonces, ya vería cómo solucionaba la situación.
– Me he enterado que Patrick está comprando deudas.
Lil asintió.
– Está haciendo lo debido. Como podrás imaginar, necesita dinero. Creo que ha conocido algunos tipos en la cárcel que lo han contratado para eso. Billy Farmer y los antiguos colegas de su padre. Todos le han ayudado a meterse en el negocio y poder ganar algún dinero. Hasta Spider y su hijo trabajan con él ahora.
Le estaba amenazando y Lenny se daba cuenta de ello.
– Entonces dejarás de trabajar pronto, ¿no es así, Lil? -le respondió con un sarcasmo y un cabreo que resultaban más que patentes.
– Eso es lo que él pretende. Es como su padre y sabe cuáles son sus prioridades. Los Mulligan le han pagado tres de los grandes esta misma tarde, así que no tienes por qué preocuparte. Sobreviviremos.
Lil, en definitiva, le estaba diciendo que su hijo había regresado, que ya no era ningún niño y que ella sabía perfectamente lo que andaba planeando. Lenny sabía que él la había tratado desconsideradamente, pero eso no le importaba lo más mínimo, pues él trataba de esa forma a todo el mundo.
No obstante, le dibujó una sonrisa a Lil, sirvió una copa para los dos y, en tono amistoso, le dijo:
– De todas formas dile que tengo un puesto para él si quiere.
Lil no le respondió, pero se preguntó cómo podía tener el descaro de ofrecerle un trabajo a su hijo en lo que un día fue el negocio de su padre. No había duda, no tenía ni la más mínima vergüenza. Sin embargo, ella sabía que su hijo no era estúpido y que Lance era lo suficientemente sensato como para dejar que Pat fuese quien llevara las riendas. Ella quería que su hijo quitase a ese cabrón de en medio, pues había tratado de doblegarla y casi lo consigue. Ahora ya no le tenía el más mínimo respeto, ni ella, ni sus hijos, incluido Lance.
Era un mundo de hombres y ella estaba más que harta de él.
– Lance, relájate cinco minutos y habla conmigo.
Los dos hermanos estaban solos. Patrick se dio cuenta de lo poco que tenían que decirse entre sí, aunque no era precisamente porque él no pusiera de su parte, es que Lance era tan callado que resultaba sumamente difícil sacarle algo. Pasaba casi todo su tiempo libre metido en la habitación de Kathleen, donde pasaban horas charlando. Para ella era un sostén, más incluso que su hermana gemela, y siempre estaba pendiente de ella; incluso comiendo o viendo la televisión, no le quitaba ojo de encima.
Pat abrió la lata de cerveza y le dio un sonoro sorbo. Cuando se echó en el respaldo de la silla, miró a su hermano y sonrió. Lance, por primera vez desde que Pat regresó a casa, le devolvió la sonrisa. Era una sonrisa de verdad que le hizo recordar lo unidos que estaban cuando eran niños.
Desde que su padre murió estrecharon sus lazos; todos los hermanos sintieron la necesidad de mantenerse unidos, de cuidarse los unos de los otros. Él y Lance asumieron la protección de las gemelas. Eileen con él y Kathleen con Lance. Ambos cuidaron de sus hermanas y en todo momento se aseguraban de que no les ocurriese nada.
Durante todo el tiempo que Pat había estado encarcelado, Lance asumió la responsabilidad, o al menos eso le habían dicho. Patrick se dio cuenta de que no debía de haber sido una tarea fácil.
– ¿Quieres sentarte de una vez? Mi amigo Johnny White está a punto de llegar.
Lance se dejó caer en el sofá, a su lado.
– Me alegra de que estés de vuelta, colega -le dijo.
– Y a mí me alegra volver. Ahora dime una cosa: ¿se ha estado ocupando Brewster de la vieja? Por lo que veo la casa está en un estado ruinoso. Según tengo entendido, no le ha dado ni un chelín y ya sabes que la vieja no me dirá nada si le pregunto. Así que dímelo tú antes de que Johnny llegue.
Lance miró aquellos ojos tan parecidos a los suyos y bostezó.
– Bueno, tú ya sabes cómo es Lenny. Yo mismo he estado haciendo algunos trapicheos para él. He hecho lo que he podido para que no nos faltara de nada. Y dime, ¿qué es lo que quiere Johnny?
Pat le dio un puñetazo a su hermano en el brazo. Fue un puñetazo de advertencia, los dos lo sabían. Patrick siempre había sido el más fuerte de los dos, pero Lance el más impulsivo, el de peor carácter y el más chulillo. Sin embargo, aquello había cambiado por completo. Después de la muerte de su padre, Lance se había convertido en una persona retraída, mientras que a Patrick aquel baño de sangre lo hizo aún más fuerte. Lance había dejado de ser una persona agresiva y concentró sus energías en su hermana Kathleen, que, como él, también dejó de ser la niña de siempre y se convirtió en una persona completamente diferente. Ahora era una persona callada, retraída y enfermiza; como un cachorro: sólo ojos y miedo.
– Dime, Pat, ¿qué quiere el pequeño Johnny?
Pat sonrió y Lance se dio cuenta de que el conspirador estaba de nuevo en casa.
– Vamos a dar un palo esta tarde y Johnny será el hombre del mostrador. Necesitamos pasta de verdad y ésa es la forma más rápida de conseguirla. A eso de las cuatro y cuarenta y cinco un camión llegará a la oficina de correos con el dinero para pagar los sueldos. Habrá unos treinta de los grandes, lo cual no está mal si lo repartimos entre los tres. Con esa pasta podremos empezar algún negocio o comprar más deudas.
Lance se encogió de hombros, pero por dentro estaba nervioso. Al contrario que a Patrick, le asustaba estar encarcelado. Pat asumía las consecuencias de sus actos, pero Lance no era así. No soportaría estar encerrado tanto tiempo, estaba seguro de que se volvería loco. Le resultaría muy duro estar lejos de su familia, especialmente de Kathleen, y estaba seguro de que algo en su interior se moriría para siempre, de lo fuertes que eran sus sentimientos por ellos. Incluso cuando había visitado a Pat en chirona había sentido esa especie de claustrofobia, ya que nunca había soportado estar encerrado. Sin embargo, a nadie le había confesado esa debilidad, n¡ tan siquiera a su hermano, pues Pat lo habría descuartizado si se enterase de tal cosa. No obstante, sabía que el asalto saldría bien porque todo lo que planeaba Pat tenía éxito; eso era precisamente lo que más había echado de menos mientras estaba encerrado.
– ¿Qué oficina de correos vamos a asaltar? -preguntó.
– La de Parking High Street. Es perfecta. Los guardias de seguridad dejan el dinero en el suelo, ni tan siquiera se molestan en meterlo en la caja porque saben que vendrán a recogerlo a los pocos minutos. Se toman un té y lo dejan allí, delante de todo el mundo. Lo único que tenemos que hacer es dejar que Johnny haga su trabajo y nosotros entraremos y saldremos en cuestión de minutos.
– ¿Cómo te has enterado de eso tan rápidamente? -preguntó Lance riendo.
– La señora Doyle trabaja allí y su hijo estuvo en la cárcel conmigo. Me pasé por su casa, le compré unas botellas y ella me dio los detalles. Yo le debo a Kevin un favor y le dije que le daría algún dinero a su vieja. Se suponía que el cabrón de Brewster se ocuparía de ella, pero no le ha dado a la pobre vieja ni una libra. Kevin está muy decepcionado con ese gil i pollas y puedo asegurarte que no se andará con chiquitas.
Lance se rió al escuchar la voz animada de su hermano a pesar de que a Pat le afectaba la situación.
– Lenny es un cabrón de mierda, un jodido cabrón de mierda.
– Dime, ¿se ha olvidado de la vieja también? -pregunto Pat.
Lance asintió, pues se dio cuenta de que Pat sabía de lo que iba el rollo sin necesidad de preguntárselo.
– Como te he dicho, he hecho algunos trabajitos para él, pero tú ya sabes como es. Parece muy generoso al principio, pero luego ni se acuerda de tu nombre.
Pat arrugó la lata de cerveza y la arrojó con mucha destreza dentro del cubo.
– Bueno, entonces no me queda más remedio que recordarle que tiene dos hijos que se llaman Colleen y Christie.
Pat aún era joven, pero su rostro denotaba una dureza fuera de lo normal. En dos ocasiones había estado encerrado en las celdas de castigo y, debido a su destreza para las peleas, fue trasladado dentro del sistema penitenciario antes de lo debido. Lance sabía que eso le enorgullecía. Muchos hombres que llevaban encerrados mucho tiempo le respetaban, y no sólo porque era capaz de enfrentarse a cualquiera, sino porque asumía las consecuencias sin rechistar. Tenía los mismos credenciales que su padre y estaba decidido a sonsacarle a todo el mundo cualquier cosa que supieran de él.
Pat era realista y sabía que tenía que intentar que no lo involucrasen en ningún asunto.
– Tenemos que resolver ese asunto por la vieja y los niños y asegurarnos de que no tendrá que trabajar nunca más. Ya ha currado bastante estos años y creo que se lo ha ganado. ¿Qué te parece?
Lance asintió.
Pat miró a su hermano detenidamente y deseó poder meterse en su cerebro, pues se había convertido en una persona muy distinta a la que dejó en el juzgado de Chelmsford Crown antes de que lo encerraran. Ahora, de alguna manera, parecía más vicioso. Pat había oído hablar de sus desvaríos incluso en prisión, y mucha gente lo consideraba un auténtico chiflado. En eso residía su fuerza. Lance era capaz de ejercer una enorme violencia, pero sólo cuando había llegado al límite.
Lance había padecido la indiferencia de su madre y Pat lo sabía. Había tratado de ocultarla durante aquellos años, pero siempre estaba presente, al acecho, esperando para salir en cualquier momento. Pat podía sentirla en ocasiones y, si él se percataba de eso, también se daba cuenta Lance. Pat sabía que su madre no podía olvidar el incidente del autobús porque cada vez que miraba a.Lance veía las cicatrices que ella le había producido con la paliza que le había propinado. Entonces sólo era un niño, pero ahora se había convertido en un hombre, o al menos eso esperaba Pat.
Pat se levantó de la silla para tratar de ahuyentar esos pensamientos.
– ¿Quieres otra cerveza, Lance?
Pat entró en la cocina y, al abrir el frigorífico, volvió a cabrearse. Su padre se lo había jugado todo por ellos y luego Brewster se lo había llevado delante de sus narices.
Se lo dijeron en la cárcel, allí escuchó muchas historias y rumores. También había oído hablar de los trapicheos de Lance con Lenny, pero esperaba que él se los mencionase primero, que confesara que había estado involucrado en ciertos asuntos con él. Pat había sido todo lo paciente que se puede ser con un hermano, además de que lo excusó porque había llevado la carga de la familia durante aquellos años, por lo que probablemente hizo lo que consideró más adecuado. Pero eso se había acabado. Ahora él estaba fuera, cada día recopilaba más información y, cuanto más sabía, más dueño se sentía de su vida. Ahora lo importante eran los planes que tenían para esa tarde. Una oleada de excitación le inundó cuando pensó en ello.
Cuando el pequeño Johnny llegó, Lance se dio cuenta de lo verdaderamente pequeño que era. Mediría poco más de un metro y medio, tenía el pelo moreno y los ojos muy verdes. Llevaba el pelo atado en una coleta y vestía la ropa típica de los asaltantes: chaqueta de cuero, pantalones vaqueros, botas del ejército y una gorra de béisbol que sería reemplazada por un pasamontañas una vez que estuviera dentro de la oficina postal.
Johnny llevaba una bolsa de lona morada con tres recortadas dentro y una Luger alemana que Pat pidió explícitamente. Sabía que necesitaba protegerse y estaba dispuesto a hacerlo. De hecho, tenía una pistola de bolsillo que había pertenecido a su padre. Siempre había sabido dónde la escondía y, desde su muerte, la mantuvo en perfectas condiciones. Nadie sabía de su existencia, pues, como hacía su padre, siempre seguía ese proverbio que dice «ojos que no ven, corazón que no siente».
Llevar una pistola le parecía ahora tan inevitable como saciar su sed de venganza, no sólo por su padre, sino también por su mail re, que había llevado una vida muy dura para poder darles de comer y de vestir, especialmente desde que Brewster había entrado en sus vidas y luego los había dejado plantados. Su madre, que podría haber vivido confortablemente con lo que le había dejado su padre, se había visto obligada a venderse para poder sobrevivir. La bebida se había convertido en el único consuelo, la única razón por la que se había convertido en una persona soportable. Su mail re se había endurecido con los años, pero él estaba dispuesto a hacerle la vida tan fácil como si su padre estuviera vivo.
Como decía Spider, su padre había sido asesinado por los hermanos Williams. Eso era cierto, pero Brewster fue quien se quedó con lo que era suyo, con lo que pertenecía a sus hijos por derecho propio, demostrando de esa manera lo hipócrita y rastrero que era. Ahora pagaría por su traición y, cuando eso sucediese, Pat se sentiría mucho mejor.
Había tenido mucho tiempo para pensar, aprender y planear. Eso era lo único bueno que tenía la cárcel: que uno tiene tiempo de sobra para decidir cómo hacer las cosas una vez que se sale de ella.
Cuando se disponían a marcharse para dar el golpe, miró una fotografía de su padre y estuvo a punto de derramar algunas lágrimas. Lo había adorado y lo había visto morir brutalmente. Sin embargo, su legado proseguiría, de eso se encargaría él.
– Eres una mentirosa, Colleen Brewster.
Colleen se reía, y lo hacía de forma tan abierta, que todas las chicas que estaban a su alrededor se contagiaban de ella. Era una chica muy divertida, pero además de eso, inteligente, pues no se le pasaba por alto que ahora que su hermano estaba fuera todos la trataban de forma diferente. El dependiente de la tienda se negó a aceptar su dinero y le regaló los caramelos. La primera vez que le sucedió pensó que se trataba de una broma, pero luego el dependiente le susurró:
– No te olvides de darle mis recuerdos a tu hermano, ¿de acuerdo?
Fue entonces cuando su hermano Christy y ella se dieron cuenta de la admiración que provocaba Pat. Su padre era un pez gordo, pero nadie trataba de hacerles la pelota, ni de engatusarles esperando sacar beneficios porque era más que sabido que no movería ni un dedo por ellos. Todos los compañeros de escuela conocían los chismorreos de sus padres y no había ninguno que no se hubiese enterado de que su hermano había regresado a casa. Lance ya tenía la reputación de estar chiflado, al igual que Pat, pero si uno provocaba miedo cuando aparecía por la escuela, al otro trataban de evitarlo por completo, pues lo consideraban el más siniestro de los dos. Colleen sabía que, aunque Lance era muy bueno con ella, estaba loco de atar. En una ocasión lo vio perder los estribos y no deseaba bajo ningún pretexto que eso volviera a suceder. Ella estaba jugando en la puerta de la casa de un vecino, quien, al verla, le dijo que se marchara. La niña empezó a llorar y se lo dijo a Lance, que sacó arrastrando al hombre hasta la calle y empezó a pegarle con tal brutalidad que lo dejó inconsciente. Colleen aprendió una gran lección aquel día. A los siete años de edad se dio cuenta de la fuerza que tenía su hermano cuando estaba enfadado y lo difícil que resultaba vivir en un mundo de tontos.
A pesar de lo charlatana que era y de lo mucho que le gustaba reír, empezó a mostrarse más cautelosa. A los nueve años era una verdadera diplomática.
Cuando regresaba a casa de la escuela acompañada de sus amigas, cruzaron la calle y pasaron por una casa de apuestas que había en la calle principal. Su padre, Lenny Brewster, estaba de pie en la puerta, con una chica muy joven acompañándole. Colleen le miró, como solía hacer cada vez que se cruzaba con él. Él le devolvía la mirada, pero luego la ignoraba. Le molestaba que su padre no quisiera saber nada de ella, pero se alegró de ver que le devolvía la mirada. Tenía la cara arrugada, como si estuviera muy enfadado, y los dientes excesivamente grandes para la boca que tenía. Sabía que había heredado su boca, pero en su cara daba una apariencia distinta. Sus gruesos labios y sus dientes ligeramente grandes le daban un toque que algún día sería su mejor baza. Desde que había nacido, todo el mundo le había dicho que tenía una sonrisa encantadora y ella se lo había creído, ya que, cada vez que se reía, todos los demás se contagiaban de ella.
Era lo suficientemente atrevida como para mirarle a los ojos a su padre y dejarle claro que lo había visto tan bien como él a ella. Ahora estaba contenta de que su hermano Pat estuviera en casa y de que todos se alegrasen de ello. Empezaba a comprender que su padre tendría que rendirle cuentas a Pat y se preguntaba cómo acabaría aquello.
Oyó que sus hermanas mayores la llamaban y se dio la vuelta para esperar que se acercaran, con su pelo rubio y el uniforme de la escuela. Las saludó con mucha alegría. Amaba a sus hermanas gemelas; eran como dos madres para ella y para Christy. Dio un abrazo a sus hermanas y se despidió de sus compañeras de clase en la esquina de la calle. Cogió la mano de Kathy, como solía hacer, pero, en vez de sentirse protegida y cuidada por ella, a menudo le parecía que era al revés. A pesar de ser tan sólo una niña, se daba cuenta de que su hermana Kathy necesitaba ayuda, por eso levantó la cabeza y le sonrió dulcemente. Kathy le devolvió la sonrisa y le apretó la mano cariñosamente, pero la tristeza que inspiraban sus ojos le daban ganas de llorar.
Kathleen se detuvo y se dobló agarrándose la tripa.
– ¿Te encuentras bien? -le preguntó Eileen con voz preocupada.
Kathleen asintió y sonrió.
– Tengo otra vez diarrea -dijo.
– Fantástico. Llevas así toda la semana, así que más vale que vayas al médico o visites a la enfermera de la escuela.
– Iré mañana.
Kathy miró a su hermana pequeña. Al ver que miraba a su padre y a su última aventura la estrechó entre sus brazos y le dijo:
– Ignóralo, cariño.
Colleen le devolvió la sonrisa a su hermana, su dulce sonrisa, y le dijo alegremente:
– Al cuerno con él. No me preocupa lo más mínimo.
No era cierto; a veces sí le preocupaba.
El pequeño Johnny y los hermanos Brodie se detuvieron por unos segundos en la puerta de la oficina de correos para ponerse los pasamontañas. Empezaba a oscurecer y la lluvia que había estado amenazando toda la tarde empezaba a caer. Entraron tranquilamente y cerraron la puerta. Luego sacaron las recortadas que tenían escondidas bajo el abrigo y empezaron el atraco. El pequeño Johnny se subió al mostrador y saltó por encima de la pantalla protectora de cristal con suma facilidad. Su pequeña estatura le permitía ser muy diestro para esos menesteres, por eso muchos lo contrataban para realizar esa labor. Era pequeño y escuchimizado y había saltado más pantallas protectoras de las que podía recordar, lo que le proporcionaba una sustanciosa parte a la hora de repartir.
Esperaron hasta que no quedó nadie en la oficina postal, ya que lo que menos deseaban era toparse con uno de esos que pretenden hacerse los héroes. Lance vigilaba la puerta por si alguien decidía entrar en el último momento a comprar algún sello. Si alguien lo hacía, tenía orden de obligarle a que se tirara al suelo y cerrarle la boca.
Las dos mujeres que estaban a cargo de la oficina estaban aprovechando la tranquilidad que reinaba para tomar una taza de té. Cuando vieron a los hombres blandiendo las armas se quedaron tan aterrorizadas que, durante unos segundos, no supieron ni cómo reaccionar.
Sonriendo desde detrás del pasamontañas, Pat les dijo:
– Vamos, muchachitas. Sentaos y quedaos calladitas que lo único que queremos es el dinero, no vuestra virginidad.
Las dos mujeres corrieron a la parte de atrás y observaron consternadas y fascinadas cómo Johnny saltaba por encima del mostrador.
– Sentaos de una vez -les dijo-. Cómo os vea mover un pelo, os vuelo la cabeza.
La voz de Johnny sonaba aterradora. En realidad todo era fingido, pues no tenía ni la más mínima intención de herir a nadie. Sin embargo, era un requisito que impedía que muchos cometieran una estupidez. Arrojó los fajos de billetes por encima de la pantalla protectora y los metieron en una bolsa grande de la compra. Los billetes estaban atados en paquetes muy bien ordenados y llevaban la dirección de la empresa para la que iban destinados o la del banco del que procedían. Asaltos como ése se llevaban a cabo con mucha frecuencia para subvencionar otras operaciones de más envergadura, pero para ellos era tan sólo una forma de hacerse con una pasta que les permitiera comprar algunas deudas más y realizar algún que otro trapicheo. En cuanto pasaran unos meses, seguro que tendrían la tentación de volver a asaltar la oficina de nuevo. Las personas solían pensar que los atracadores nunca volvían a robar en el mismo sitio, pero se equivocaban.
Empezaba a llover con más intensidad, lo cual les favorecía, ya que lo oscuro que estaba el día impediría que nadie viera algo desde fuera.
En sólo siete minutos tocio se había terminado. Por supuesto, a las dos mujeres que trabajaban en la oficina aquel tiempo se les hizo interminable, del miedo que sentían. Luego salieron de la oficina y en cuestión de segundos escondieron la bolsa y las armas. El coche arrancó a la primera y desaparecieron antes incluso de que nadie llamara a la policía o hiciera sonar la alarma. Se quitaron los pasamontañas y salieron a toda prisa en dirección a la casa de un amigo, donde soltaron las armas y se sentaron durante unas horas a charlar y beber cerveza. Cuando Pat consideró que ya estaban a salvo, regresaron a casa.
Lance observó que el pequeño Johnny se alegraba de que Pat fuese el cerebro de la operación e imaginaba que mucha gente sentiría eso mismo a partir de entonces. Pat tenía un don especial para hacer que la gente hiciera lo que él quería, en eso era igual que su padre. Se dio cuenta de que Pat iba a demostrar su fuerza a todo el mundo, lo iba a poner patas arriba y les iba a enseñar quién era.
Annie miró cómo su hija se servía otra copa. Cada día empezaba más temprano y terminaba más tarde. Desde que Patrick regresó a casa trató de controlarse un poco, pero Annie conocía de sobra a su hija como para saber que había algo que le preocupaba más de la cuenta.
Aún era una mujer atractiva, eso lo había heredado de ella. Lil era una de esas personas que, pasara lo que pasara, siempre estaba guapa.
No es que fuese una mujer delgada. De hecho, como casi tocias las mujeres, tenía mejor aspecto cuando tenía unos kilos de más, pero aún conservaba esa voluptuosidad que tanto atraía a los hombres. Tenía el pelo espeso y brillante, bien cortado y muy arreglado, como el resto de su apariencia. Sin embargo, ahora tenía la mirada vacía de los bebedores empedernidos, esa que denota que son incapaces de ver lo que acontece a su alrededor. No es taba abotargada, ni tenía la cara pálida como la mayoría de los bebedores, pero cada día mostraba menos interés por lo que le rodeaba. Únicamente se la veía feliz cuando sus hijos estaban en casa, pero dejaba que su madre fuese la que se ocupara de los asuntos domésticos. No es que eso le molestase a Annie, pues a ella le encantaba estar allí, justo en medio de todo.
– Come algo, Lil -le dijo.
– No tengo hambre, mamá. ¿Cuántas veces tengo que decírtelo?
Annie suspiró y se contuvo para no responder a las palabras tan mordaces que siempre salían de su boca. Lil era capaz de decirle que se marchara y no deseaba que eso sucediese.
– Trata de mantenerte serena. ¿Has visto cómo se encuentra Kathleen? La pobre no se siente nada bien. Le subí una taza de té, pero ya se había quedado dormida.
Lil asintió.
– Se pondrá bien. Fui a verla antes y tiene el estómago revuelto, eso es todo. Fue al médico esta tarde y le mandó algo para cortarle la diarrea. Se le pasará pronto, madre. Un par de días en la cama le vendrán muy bien.
– Seguro que ha cogido la diarrea de comer tantos kebabs de esos que ponen en aquel sitio que hay en la calle principal.
Lil se rió. La bebida empezaba a hacer sus efectos y ya se sentía más relajada; en definitiva, era lo único que quería. Eso le hacía sentirse más contenta, además de que conseguía olvidar en qué se había convertido su vida.
Annie se sentó enfrente de ella. Ya había preparado la cena, había lavado los platos y había recogido la cocina. Hacía todo aquello porque sabía que era la única forma de ganarse a su hija y poder estar en su casa.
– ¿Qué sucede, Lil? ¿Por qué no me lo cuentas, cariño?
Lil se echó pesadamente contra el respaldo de la silla. Los niños no podían oírla, así que decidió confiárselo a su madre, pues le vendría bien desahogarse.
– Lenny se presentó en el club esta noche, todo sonrisas y buenas caras, el muy cabrón. Sin embargo, me he dado cuenta de que está preocupado porque Pat ha regresado a casa y no me fío de él, madre. Él sabe muy bien cómo engañar a la gente y no quiero que utilice a mi hijo, o lo que es peor de todo, le tienda una trampa.
Lil sacudió la cabeza al escuchar lo estúpidas que sonaban sus palabras cuando las pronunciaba en voz alta, pero ella conocía a Lenny Brewster mejor que nadie y sabía de lo que era capaz.
– Pat es muy astuto, Lil. El sabe de lo que va, así que deja de preocuparte. Ya ha cumplido su condena, ahora todo es cuestión de que tenga los ojos bien abiertos y no se meta en líos. Pero no tiene un pelo de tonto.
Lil asintió.
– Ya lo sé, madre. Conozco de sobra a mi hijo. Pero está ansioso de hacerse con un nombre y ser como su padre. Él quiere tener su propio lugar y estoy segura de que Lenny no lo permitirá. 1,1 recuerdo de Patrick está aún fresco en la memoria de muchos, especialmente la suya. A él no le gusta competir con nadie y no lo va a permitir.
Annie no respondió nada. Lo que decía su hija era tan cierto que resultaba evidente para cualquiera que conociera la situación, que supiera de lo que iba el asunto. Pat Junior era un tipo de mucho cuidado y ella, por una vez en la vida, deseaba que recuperara lo que era suyo. Estaba harta de hacer milagros para llegar a fin de mes, harta de arrastrarse a los pies de un viejo verde como Lenny y deseaba que su hija consiguiera cierta estabilidad emocional. Estaba segura de que eso sólo se conseguiría quitando de en medio a Lenny, por eso rezaba todos los días para que eso sucediese.
Se sentó con su hija, escuchando el ruido de la lluvia golpear contra las ventanas. Annie ahora amaba a su hija y deseaba protegerla a cualquier precio. Le cogió de la mano, la apretó con fuerza y le dijo:
– Deja de preocuparte, Lil. Todo irá bien. Los muchachos cuidarán de nosotras.
Lil se rió; una risa triste que sonó vacía y hueca.
– Mamá, creo que estoy otra vez embarazada -dijo.
Annie cerró los ojos por la sorpresa.
– Estarás de broma, ¿verdad?
Lil negó con la cabeza tristemente.
– Ojalá lo estuviera.
Annie se dio cuenta de que hablaba en serio.
– ¿Y de quién es?
El tono elevado de su voz y la rabia que apenas podía disimular terminaron por cabrear a Lil, que aplastó el cigarrillo en el cenicero y gritó:
– ¿Quién coño te has creído, madre? ¿Acaso eres de la policía? Por una vez en la vida, madre, métete en tus asuntos.
Luego vio la cara de su madre y se dio cuenta de lo grave que era la situación.
– Dios santo, madre, ¿qué voy a hacer?
Annie se levantó y puso la tetera en el fuego.
– Dejar la bebida para empezar, de lo contrario el niño va a nacer con una resaca del demonio y un cigarrillo en la boca.
Lil no le respondió; de hecho, se sirvió otra copa y encendió uno de sus interminables cigarrillos. Era lo último que necesitaba en la vida, pero, como le había sucedido siempre, no podía hacer nada para impedirlo.
Christie y Colleen jugaban en el parque de la vecindad, un paraíso de cemento para los niños que vivían por los alrededores. Las paredes que rodeaban el pequeño parque estaban cubiertas completamente de dibujos en graffiti, todos muy coloreados y deliberadamente obscenos. Los vecinos de los alrededores no captaban los mensajes que transmitían a los niños. De hecho, ni ellos ni la policía sabían comprender su significado, si es que tenían alguno, y sencillamente los consideraban travesuras de los niños, cosas que pintaban en sus ratos de aburrimiento. Sin embargo, para los jóvenes tenían mucho sentido, pues estaban escritos por la ICF y esa organización era la encargada de transmitir la información necesaria a sus miembros comunicándoles dónde se iba a i delirar el próximo combate o el próximo rally. Christie y Colleen, a pesar de lo jóvenes que eran, ya sabían cómo descifrar esos mensajes.
Se encontraban jugando en los columpios cuando oyeron el grito de una persona en uno de los pisos de arriba. Aquello no es que resultase extraño en aquellos contornos, más extraño habría resultado no oír ninguno, pues el parque era un lugar bastante peligroso, donde sucedían todo tipo de cosas. El asesinato no era raro y las peleas algo sumamente cotidiano. Sin embargo, para los niños era un lugar donde poder reunirse, hablar, escuchar música o conseguir cualquier cosa que quisieran. Aunque Christy y Colleen aún no consumían nada, el camello sabía que no tardarían en hacerlo. Así empezaba todo, de esa forma sobrevivían los negros, y así era como los niños echaban a perder su vida desde muy temprana edad.
– ¿Has oído eso, Col? -preguntó Christy.
Colleen asintió asustada. No era el típico alboroto que provocaban las parejas que habían bebido más de la cuenta y andaban de pelea, sino algo muy distinto; era el grito de una persona aterrorizada, cuyo pavor se transmitía a cualquiera que lo hubiera oído. Colleen y Christy vieron que algunas personas salían de las casas y se aglomeraban en las terrazas. Después de un rato bajaron las escaleras y vieron que muchos se acercaban hasta el vertedero, ya que la parte baja del edificio se utilizaba con ese fin. Todos se levantaron en perfecta sincronía y, cogidos de la mano, intentaron descubrir de dónde procedían los gritos. Sin duda, algo excitante estaba sucediendo y ellos, como los demás niños que acompañaban a sus padres, querían conocer de primera mano qué había motivado que los adultos dejaran de ver la televisión y salieran a la calle en plena noche.
– ¿Qué haces, mamá?
Lil se estaba preparando para marcharse a trabajar. Se había peinado, maquillado y se había puesto un traje que la hacía incluso más sexy de lo usual. Los muchachos irrumpieron en el piso y una ráfaga de aire vespertino entró en el piso, produciéndole un escalofrío. La verdad es que esa noche no le apetecía lo más mínimo salir, pero no le quedaba más remedio porque necesitaba dinero. Después del último encontronazo con Lenny no deseaba verle, pero sabía que no habría forma de evitarlo.
Notó los labios de su hijo en la mejilla. Pat siempre había sido muy cariñoso y efusivo con ella, y siempre la saludaba con un beso o un abrazo. Lance, por el contrario, sabía que el contacto físico con él la ponía enferma. Ella le sonrió ligeramente e hizo un gesto con la cabeza para indicarle que se había percatado de su presencia. Lance respondió con otro gesto y puso encima de la mesa la bolsa de piel que llevaba. Luego la abrió y empezó a sacar el dinero que había dentro.
Patrick cogió tres mil libras y, soltándolas sobre las rodillas de su madre, le dijo:
– A partir de ahora ya no trabajarás para ese capullo, madre. Así que no quiero que vayas por allí.
No era una petición y Lil lo sabía. Miró el dinero durante un rato y luego lo puso de nuevo encima de la mesa.
– ¿Lo habéis robado?
Su voz no era acusatoria, sino indiferente. En realidad, lo único que deseaba es que se lo confirmasen, cosa que hicieron.
– Por supuesto que lo hemos robado, madre. Y no será el primero, así que coge esa pasta y dile a Lenny Brewster que se meta el trabajo…
Lil asintió. Luego, con una sonrisa en la boca y bien alto añadió:
– Que se meta el trabajo por el culo.
Patrick sonrió de nuevo y Lil se dio cuenta de que Lance también sonreía. Se preguntaba cómo había podido vivir teniéndolo tan cerca, ya que su actitud, su compostura y hasta su voz le irritaban tanto que le provocaban ganas de gritar.
Lil cogió el dinero, se lo puso sobre las rodillas y observó cómo Pat le daba a Annie unas quinientas libras. Vio la cara de alegría que se le puso a la abuela al ver que tenía algo de dinero en el bolsillo para poderlo gastar delante de los vecinos. Annie Diamond jamás cambiaría de forma de ser, no mientras siguiera teniendo un agujero en el culo.
– Gracias, hijo -le respondió con una voz y una mirada que demostraba su gratitud.
– Lance también ha participado, madre. Ha sido un trabajo conjunto.
Los dos hermanos empezaron a reírse y Lil se dio cuenta de que habían fumado hierba. Miró a Lance y le sonrió, pero él se levantó y fue a la nevera para sacar algunas cervezas, incapaz de mirarla de frente.
Pat los observó a los dos. Llevaba años observando la forma en que uno y otro trataban de evitarse y se dio cuenta de que eso jamás cambiaría. Vivían bajo el mismo techo, pero, por el contacto que mantenían, cualquiera diría que vivían en planetas diferentes.
Christopher y Colleen entraron de sopetón en la casa, hablando los dos al mismo tiempo y tan alterados que no había forma de entender lo que decían. Patrick los cogió en brazos y dijo:
– ¿Qué narices pasa? Uno a uno, ¿de acuerdo?
Señaló a Christopher y le dijo:
– Venga, tú solo. Dinos qué pasa.
– La pasma está por todos lados, están entrando en los pisos.
– ¿Por qué? ¿Qué has oído? -le preguntó Lance.
Estaba asustado y todos los que estaban en la habitación se dieron cuenta de ello, incluso los más pequeños. Patrick temía que alguien se hubiera chivado y vinieran a buscarlos.
Colleen cogió un trozo de pastel y se lo metió en la boca antes de decir:
– Han encontrado un bebé. Un bebé muerto metido en un cubo de basura. Alguien lo encontró porque lo oyó llorar, pero cuando la policía llegó, ya estaba muerto. La señora Jones dijo que había muerto porque alguien echó la basura por la tolva y al pobre niño le cayó encima.
– ¡Qué horror, Dios santo! -exclamó Lil consternada por la noticia. Annie sabía que aquello podía afectarle más de la cuenta si estaba embarazada. De todas formas, no era nada extraño en el barrio donde vivían que se encontrasen niños muertos o abandonados.
– ¡Maldita sea! ¿Estáis seguros de lo que decís?
Colleen y Christopher asintieron con la cabeza vigorosamente.
– Vimos cómo se lo llevaban en una ambulancia. Era muy pequeño, y estaba envuelto en una manta blanca.
El carácter dramático de Colleen salió a relucir; como siempre, le estaba sacando todo el provecho posible a eso de ser el centro de atención.
Patrick y Lance se sintieron aliviados. Durante unos segundos ambos creyeron que la bofia andaba detrás de ellos y entrarían en la casa de un momento a otro.
– Bueno, ese pobre niño nos ha salvado esta noche. Lance creía que la pasma ya venía a por nosotros.
– No es eso -respondió Lance-, pero no digas que no se te ha puesto la mosca detrás de la oreja.
Lil vio que Kathleen bajaba lentamente las escaleras que conducían al vestíbulo.
– ¿Te encuentras bien, cariño? -le preguntó con una voz sumamente compasiva.
Sabía que su hija era extremadamente sensible, demasiado para esta vida.
– Os he oído hablar de que han encontrado a un bebé muerto. ¿Es verdad?
Todos asintieron.
– ¡Es terrible! -exclamó.
Kathleen empezó a llorar, pero ella lloraba por la cosa más nimia. Sin embargo, en esta ocasión tenía la mirada más triste de lo normal y se enjugaba las lágrimas con un mantel para el té que había cogido de la encimera. Parecía tan desolada que empezaba a afectarles también a los más pequeños.
Lance se acercó hasta ella, le echó el brazo por el hombro y la acompañó de nuevo hasta su dormitorio. Le hablaba con cariño y mesura, y todos respiraron aliviados cuando ella desapareció de su vista.
Annie empezó a ponerse el abrigo y Lil y los muchachos se miraron entre sí con cierta exasperación.
– ¿Te vas, abuela? -preguntó Colleen, que siempre era la que le hacía la pregunta de costumbre.
– Sí, le dije a Gladys que me pasaría a verla. Seguramente también estará muy afectada, ya sabéis cómo es.
Todos se sonrieron, contentos de que les diera un respiro.
– Anda, vete, mamá, no vaya a ser que te pierdas algo.
Annie apretó los labios en señal de rabia, pero no respondió. Sabía que, por mucho que dijesen, luego todos querrían conocer los detalles a través de ella.
Estaba helando cuando salió a la calle. Cuando bajaba en dirección a los pisos, se preguntó cómo un joven como Patrick podía hacer que las cosas cambiaran tanto desde que había salido de la cárcel. Estaba segura de que él pondría las cosas en su sitio, pues tenía las mismas agallas y la misma ambición que su padre. Lo único que esperaba es que eso no fuese la causa de su muerte, como había sido la de él.
– ¡Hola, Lil! Deja que te vea.
La voz de Jimmy Brick sonaba tan apática como siempre, pero ver a Lil añadió un toque de complacencia que resultaba difícil de detectar a no ser que lo conocieras muy bien.
Lil se dio la vuelta en su asiento para verle y, de inmediato, se dio cuenta de que el tiempo no había pasado en vano. Después de la muerte de Patrick, se le había visto involucrado en algún asunto, pero luego pareció como si se lo hubiera tragado la tierra, pues nadie supo nada de él. Lil sabía que no estaba en el trullo. Parecía más bien como si lo hubiese vendido todo y hubiese desaparecido.
Jimmy aparentaba justo lo que era: un viejo matón. Su aspecto denotaba que había sido un camorrista. De hecho, todavía parecía capaz de cuidar de sí mismo y de poner a cualquiera fuera de órbita.
A Lil se le iluminó la cara al verle y él lo agradeció. La había.visto desde la otra punta del bar y la reconoció al instante, pues, aunque había envejecido, no había cambiado gran cosa. De hecho, le sorprendió lo poco que lo había hecho desde la última vez que le vio. Trató de quitarse ese recuerdo de la cabeza. Si Lil lo sacaba a relucir, hablaría de ello, pero si no, lo dejaría tal cual.
Se había cansado de vivir en España y echaba de menos Londres, mucho más de lo que jamás habría imaginado. España estaba llena de carrozas, chorizos y fumetas. Había regresado a Inglaterra por la misma razón que muchos otros; es decir, porque echaba de menos el clima, las mujeres y las oportunidades que ofrecía a hombres de su calaña. Sin embargo, cuando entró en el Crown, que estaba en Dean Street, y vio a Lil Brodie, el pasado se le echó encima, parecía como si el tiempo no hubiera transcurrido pues los recuerdos seguían aún latentes. Aunque viviera cien años, siempre recordaría cada detalle de lo que sucedió aquel día.
– Dios santo, Jimmy. Cuánto tiempo sin verte.
Jimmy sonrió. Su cabeza calva, afeitada por completo para disimular el poco pelo que le quedaba, le daba la apariencia de ser más viejo, pero su piel bronceada y el traje tan caro que llevaba le sentaban bien. Lil se lo comentó:
– ¡Coño, Jimmy! ¡Qué bien te veo! ¿Dónde te has metido?
Jimmy acercó una silla y, cuando se sentó a su lado, notó el peculiar olor que emanaba: una mezcla de Estée Lauder y barra de labios Revlon.
– Tú sí que tienes buen aspecto, muchacha. He estado viviendo en España. Ahora he regresado por un tiempo, y puede que me quede si todo sale bien. Todavía no lo he decidido.
– Debe ser un lugar muy agradable para vivir.
Jimmy se echó contra el respaldo de la incómoda silla y la observó detenidamente. Así era Jimmy. Lil, además, sabía que él siempre había tenido debilidad por ella.
– España es una puñetera mierda, Lil. Allí no viviría nadie, a menos que esté huyendo de la justicia. Supongo que no está mal si tienes familia, pero si estás solo, no te lo aconsejo.
Lil se sonrió y Jimmy vio sus uniformes dientes. Para él siempre había sido una mujer atractiva con una sonrisa encantadora.
– Tú no eres de los que puedan vivir en otro lado, Jimmy. Tú eres londinense de pies a cabeza, como yo, y no sabríamos vivir en otro sitio.
Los dos se rieron, pero luego se quedaron callados. Ambos se dieron cuenta de que entre ellos había muchas cosas sin aclarar y eso les hizo sentirse repentinamente tímidos al respecto.
– Lil, tengo más hambre que un lobo. ¿Te apetece comer algo?
– ¿Por qué no? Estoy esperando a mis hijos y luego podremos irnos.
Jimmy estaba pidiendo una copa para los dos cuando vio entrar a los muchachos. El mayor, Pat Junior, era la viva imagen de su padre. Nada más verle el corazón se le hizo un puño. Era como ver a Patrick de nuevo, porque tenía la misma estampa, los mismos andares, hasta los mismos gestos. El más pequeño, Lance, por lo que se veía, seguía teniendo esa mirada extraña en los ojos, pero trató de ocultar sus sentimientos. Cuando Lil se los presentó, notó la fuerza que emanaban juntos. Eran una familia que quedó destrozada repentinamente, pero se dio cuenta de que, a su manera, lo habían superado.
Pat Junior se sentó y miró al hombre con cierto interés. Luego dijo:
– Me acuerdo de ti, Jimmy. Sé que eras un buen colega de mi padre y me alegra verte de nuevo. A él le encantaba este bar, lo sé. Cuando estaba en chirona conocí a muchos de sus viejos socios y me contaron muchas historias suyas. Siempre hablaban muy bien de ti.
Era un simple comentario, pero con él se iniciaba una amistad que para los dos resultaba más que obvia. Pat sintió la emoción que le provocaba a Jimmy estar de nuevo con los hijos de su viejo amigo.
Lil vio el intercambio de miradas que hubo entre ellos y se alegró de que ambos se recibieran de esa forma. También observó que, como siempre, Lance permanecía callado y al margen. Eso le hizo sentir el mismo rechazo de siempre, el mismo que ella trataba en vano de disimular. Lance, para ella, era como un intruso. No podía verlo de otra manera, por mucho que lo intentase. Allí estaba, sentado, sin producirle ninguna emoción, salvo la de un profundo rechazo.
Cada vez que Lil veía a Janie se acordaba de lo que su hijo era capaz de hacer. Muchas personas ya lo habían olvidado, lo sabía, pero ella no podía hacerlo y jamás le perdonaría por eso. Lo único que le salvaba era su amor y entrega por Kathleen. Aunque Lil amaba a su hija con todo su corazón, le irritaba tenerla cerca por mucho rato. Deseaba que su hija asimilara de una vez por todas lo ocurrido y dejara de ser tan débil e indefensa, pero sabía que aquello era pedir algo imposible porque Kathleen sería siempre una mujer débil y frágil. Estaba en su naturaleza y Lance era el único que tenía paciencia para soportar su carácter.
Lil se echó contra el respaldo y dejó que los dos hombres terminaran de hablar. Parecía como si hubiesen sido amigos desde siempre y eso lo consideró una buena señal. A Pat le vendría bien tener a alguien como Jimmy Brick de su lado y, al igual que su madre, Patrick también se había dado cuenta de ello. En ese momento sorprendió a Lance mirándola y las buenas vibraciones desaparecieron de inmediato. Aunque no manifestó sus sentimientos y trató por todos los medios de ocultarlos, Lance sabía cómo ella se sentía y eso la complació. No quería que pensase que llegaría un día en que ambos estarían unidos, pues eso no iba a suceder. No había nada ni nadie en el mundo que le hiciese amar a ese hijo suyo.
Kathleen estaba en el salón, viendo la televisión. A ella siempre le gustaba ver las reposiciones de Frank Spencer [12] y a ninguno de ellos se le ocurría nunca cambiar de canal. Ella se reía de sus payasadas, se reía de verdad, con una risa que infundía felicidad a todo el que la rodease. Kathleen no estaba bien de los nervios y había muy poco en la vida que la hiciera realmente feliz. Cuando vio a Frank subido en un monopatín agarrado a la parte trasera del autobús empezó a reírse a carcajadas, contagiando con su risa a Colleen y Christopher. Estaban esperando a que se terminase la serie para poder poner su programa favorito: Los días felices y los Fonz [13]. Sin embargo, en ese aspecto eran como todos sus hermanos y estaban dispuestos a renunciar a cualquier cosa con tal de verla reír, aunque sólo fuese unos minutos.
Eileen entró en el salón con una bandeja llena de tazas de té y vio que la risa de Kathleen se estaba transformando de nuevo en lágrimas. Trató de contener la irritación que eso le producía, sintiéndose además culpable por ello.
– Vamos, Kath, anímate, por favor. ¿Te has tomado las pastillas?
Patrick la había llevado a ver a un doctor que tenía la consulta en Harley Street y la había diagnosticado como maniaca depresiva, aunque no entendía muy bien lo que eso significaba. Le había prescrito algunos antidepresivos, pero a ella no le agradaba lo más mínimo tomarlos y sólo Lance parecía capaz de convencerla para que lo hiciese. Cuando los tomaba, se sentía como si estuviese colocada, pero también más alegre. Eileen se sentó al lado de su hermana y la abrazó calurosamente.
– Vamos, Kathleen. Déjalo ya, ¿de acuerdo? Tómate el té y las pastillas. Si no lo haces, voy a enfadarme mucho. Siempre te las tomas cuando te lo dice Lance, pero esta vez me gustaría decirle que te las has tomado sin poner objeciones.
Kathleen no apartó la mirada de la televisión, pero se tragó las pastillas con el té hirviendo. Eileen respiró aliviada, a pesar de que su hermana no cesaba de llorar. En los últimos días había estado tan baja de ánimo que estuvieron a punto de llevarla de nuevo a ver al médico, pero según Pat, una vez que las pastillas entraran en su sistema nervioso, se sentiría mucho mejor. Ojalá fuese así, pensó Eileen, pues ella era su hermana gemela y odiaba verla en ese estado. Parecía una persona muy desgraciada, pero lo peor era el desinterés que mostraba por todo lo que le rodeaba.
Kathleen era una adolescente y parecía ya una vieja. Su hermana, por el contrario, estaba llena de vida y gozaba de una energía que parecía inagotable. Suspiró de nuevo. Luego cogió un pequeño espejo de mano y empezó a arreglarse las cejas con unas pinzas. Le había echado el ojo a un chico nuevo que había entrado en la escuela y estaba segura de que lo conquistaría.
Por mucho que quisiera a su hermana, había momentos en que se sentía avergonzada de ella. Llevaba unos días faltando a la escuela y tuvo que admitir con vergüenza que había disfrutado de su ausencia, pues, por primera vez en muchos años, no tuvo que cuidarla, ni ocuparse de ella, sino que se limitó a ir a la escuela y ser como una más de sus compañeras. Se sintió avergonzada de pensar tal cosa y sonrió de nuevo a su hermana. A veces deseaba tener la paciencia de Lance; él era, en definitiva, el único que sabía cómo tratarla, por muy desanimada que estuviera.
Sabía que Kathleen era su hermana gemela, pero estaba cansada de derrochar su energía con ella. Eileen era una mujer joven que quería disfrutar de la vida, pero siendo Kathleen como era, no había forma de conseguirlo.
Pat estaba en la puerta de club de alterne donde su madre había trabajado durante muchos años y, la verdad, no se sentía nada impresionado. Era un lugar bastante dejado, pero no con la dejadez típica de los garitos del Soho, iluminados siempre con luces tenues, sino con un abandono que resultaba patente incluso a oscuras.
Vio que el portero de la sala acompañaba a dos hombres al interior del club. Pat observó que hasta él estaba ya más arrugado que una bolsa vieja y que el traje lo llevaba todo raído. Estaba cumpliendo con las formalidades y eso ya le dijo mucho a Patrick acerca de ese lugar. Era sólo una fachada. El dinero que proporcionaba no tenía nada que ver con lo que se cocía dentro. El verdadero negocio debía ser otro, y su madre seguro que estaba enterada de ello, aunque no pensaba presionarla para que se lo dijera porque sabía que no deseaba que él y Brewster tuvieran desacuerdos.
El gorila regresó de nuevo al pequeño vestíbulo y reconoció a Pat. Sabía quién era porque Pat ya se había establecido en el Smoke. No obstante, que ese hombre lo reconociera de inmediato le agradó. O bien era eso, o alguien les había advertido de su llegada, aunque trató de ahuyentar ese pensamiento. Pat se encontraba solo porque Kathleen no se encontraba nada bien y Lance se había marchado a casa para cuidarla.
Pat había telefoneado antes y habló con Eileen. Sabía que deseaba salir y, sabiendo que Lance haría cualquier cosa por su hermana, probablemente había exagerado los síntomas. Pat sonrió al pensar en su hermana Eileen; sin duda, era una chica astuta y sabía cómo apañárselas. ¿Por qué iba a hacer algo si tenía quien lo hiciese por ella?
– ¿Qué desea, señor Brodie?
El hombre le habló con un respeto que Pat reconoció como auténtico. Cuando se le acercó, vio que no era mucho mayor que él. Era un muchacho apuesto, un mestizo, y obviamente dispuesto a tener una encarnizada pelea con el que se le pusiera por delante.
– ¿Dónde está Brewster?
Era una afirmación, más que una pregunta.
El portero se quedó inmóvil por un rato. Se quedó tan quieto como un fiambre, como si estuviera tomando una decisión que afectaría al resto de su vida. Mirando por encima del hombro para asegurarse de que nadie le oía le dijo:
– No se encuentra en este momento, pero regresará dentro de una hora. Está reunido con un conocido suyo.
Patrick asintió lentamente.
– ¿Cómo te llamas? -le preguntó Patrick.
El hombre le tendió una mano carnosa.
– Colin. Colin Butcher.
Se estrecharon la mano y Pat notó lo fuerte y fría que la tenía. Seguro que no sería fácil vencerle y, una vez más, se preguntó si no le estaban tendiendo una trampa. Él sabía los diferentes trucos que se empleaban en su mundo. En la cárcel se los habían enseñado todos, así como la forma de afrontarlos, y se lo habían enseñado precisamente los maestros en ello.
Su instinto, sin embargo, le dijo que el muchacho no era una mala persona y decidió dejarse guiar por él, ya que hasta entonces nunca le había fallado.
– Entonces esperaré, si no te importa.
Colin sonrió, lo que le hizo parecer una persona completamente distinta. Tenía una sonrisa abierta y sincera que hacía que quien la recibiera se sintiera completamente relajado y tranquilo.
Pat, por su parte, se dio cuenta de que el joven valía lo suyo, pues sabía cómo comportarse y tener la boca cerrada.
– ¿Quiere que le traiga algo de beber? -le preguntó el joven.
– Creo que me acercaré a la barra y lo esperaré allí -respondió Pat.
Entraron juntos en el club y Pat se sintió cómodo en su compañía. También se percató de la dejadez del lugar. Era un garito, un lugar de mala muerte, por lo que sería más fácil de reclamar que si fuese un palacio. De repente recordó que había entrado en ese lugar con su padre y que aún tenía el mismo papel en las paredes y la misma moqueta color gris oscuro de antes. Olía a tabaco, sudor y desodorante barato; es decir, que olía igual que Brewster, pensó.
Pidió un whisky doble, se acomodó en la barra y miró a las chicas que trabajaban allí. Lo miraban con cierto recelo, preguntándose si sería tan poca cosa como para trabajar para un tipo como Lenny Brewster. Esperaban que no.
Las putas no le gustaban. No por su forma de ganarse la vida, sino porque su profesión les hacía perder su autoestima y porque habían perdido el goce de estar con un hombre. Una vez que una mujer se metía en ese mundillo, veía a los hombres como alguien a quien poder sacarle algo, por eso jamás se podía confiar en ellas. Las prostitutas no sabían lo que significaba la lealtad, ni tan siquiera con ellas mismas.
Pat no perdía detalle de lo que sucedía a su alrededor, a pesar de que no apartaba la mirada de la bebida. Era otra de las triquiñuelas que había aprendido en chirona, pues allí una mirada en un momento poco oportuno podía suponer la muerte. También había aprendido a tener paciencia. Por eso se quedó donde estaba, completamente relajado y cómodo con el ambiente que le rodeaba, esperando a que regresara Brewster.
Spider veía cómo su hijo jugaba al billar, pero también miraba la hora. Sabía que aún era temprano y que Pat no se quedaría allá por mucho rato, pero estaba nervioso, algo que llevaba mucho tiempo sin sucederle.
El muchacho era un chanchullero, de eso no cabía duda, además de astuto. Había oído hablar de sus hazañas en prisión y sabía que ahora, que estaba fuera y libre, trataría de recuperar lo que consideraba suyo. Y no sólo suyo, sino de su madre. Había sido manipulada descaradamente y todo el mundo lo sabía. Pat y Lance entonces eran sólo unos niños, por eso no comprendieron la gravedad de lo que sucedía. Sin embargo, ahora se habían hecho mayores y se habían convertido en hombres que disfrutaban a tope con la venganza.
Spider miró la gente que había en la barra y muchos de ellos habían tenido sus más y sus menos con Brewster, pues éste no se había preocupado lo más mínimo de conservar a sus amigos. Y eso que la amistad y la familia eran la esencia de su vida, ya que, en ese mundo, necesitas personas en las que poder confiar y de las que poder depender. La lealtad era importante, especialmente si alguien era apresado. Tener la boca cerrada cuando la pasma te interrogaba y cumplir tu condena como un hombre era considerado un deber. Brewster, sin embargo, tenía tantos enemigos que sólo podía confiar en unas pocas personas.
Se había puesto en contacto con Patrick a través de otros, pues le faltaba el coraje para hacerlo directamente, cosa que no extrañó a nadie en absoluto. Todo el mundo estaba esperando y nadie pensaba pronunciarse hasta que ellos dos no se viesen y se decidiera una solución. Hasta entonces sólo se podía esperar, pero la espera debía acabar esa misma noche.
Jimmy Brick y Lil entraron en el club en el mismo momento que Lenny salía de su auto. Su chofer siempre lo dejaba en la misma puerta, delante del portero de la sala y de sus esbirros. El club le proporcionaba algún dinero, pero no tanto como para tirar cohetes. Sin embargo, allí estaba su oficina y allí planeaba la mayoría de sus trapicheos.
Al ver a Lil con Jimmy le invadió la cólera de siempre.
– ¿Cómo estás, Jimmy? Mucho tiempo sin verte -dijo con una voz más alta de lo deseado y simulando una amistad que no sentía.
Jamás habían sido colegas. De hecho, sólo se toleraban. Sin embargo, sabía que debía mostrarse afable, ya que con su antipatía de siempre no conseguiría nada.
El joven Pat, que era como le llamaban todos, parecía tener el mismo valor y entereza que su padre, por lo que la gente se sentía atraída por él. Tenían un concepto muy alto de él y eso que apenas había cumplido los veinte años. Se había pasado de la raya al esperarle como si él fuese un simple camello, pero sabía que debía solucionar ese problema lo antes posible y asegurarse de que los demás le veían, por una vez, hacer lo adecuado.
Ahora, para colmo, estaba Jimmy Brick delante, mirándole como si él fuese a salir por piernas. Lil le miraba. Tenía unos ojos muy bonitos y, haciendo justicia, había que decir que aún resultaba una mujer muy apetecible. Aunque a Lenny se le veía normalmente con jovencitas, disfrutaba mucho más con las maduras. Le gustaba que las mujeres tuvieran algo de experiencia y, sobre todo, le gustaba que hubieran sido la mujer de otro. Para él no había nada como tirarse a la novia de alguien y, si era su esposa, mejor. Eso, además de acrecentar su excitación, era una forma de marcar su territorio, algo parecido a lo que hacen los perros cuando orinan por las esquinas. De esa manera dejaba claro que él había estado ya allí.
Una vez que las había poseído y utilizado, se libraba de ellas sin pensárselo dos veces. Para él se habían convertido en una carga y no había razón para seguir con ellas.
Sin embargo, ahora que entraba en su club siguiendo a un silencioso y callado Jimmy, sintió enormes deseos de echarse a reír. Había organizado una pequeña recepción y estaba deseando ver la cara de sorpresa que ponían cuando vieran lo que les esperaba.
Jimmy Brick no estaba contento de acompañar a Lil, pero no tenía elección, pues ella pensaba entrar con él o sin él.
Cuando subieron las destartaladas escaleras que conducían a la oficina, Lil recordó las miles de veces que las había subido en los últimos años. Al parecer, ese club iba a formar parte una vez más de su destino en la vida, del suyo y del de sus hijos. Se sorprendió de darse cuenta de que estaba temblando.
Seguía pensando que Lance debería haber estado presente. No importaba lo que ella pensara de él, debía de estar allí acompañando a Pat para que solucionara el problema definitivamente. Sabía, además, que todo el mundo recordaría que no había estado presente en una situación como ésa y seguro que traería sus consecuencias.
Pat Junior estaba ya dentro. De hecho se había sentado detrás del escritorio, del viejo escritorio que ella compró una tarde soleada en Camden Market con Patrick. Ahora estaba muy usado y tenía las manchas que habían dejado las miles de tazas de té y los cigarrillos que se había fumado sentada en él. Estaba arañado y manchado, pero seguía teniendo su encanto. Al ver a Patrick le pareció ver a su marido sentado detrás de él. Nunca antes se había parecido tanto. Ahora tenía la misma mirada fría, los mismos modales y el mismo deseo de violencia si no conseguía lo que deseaba.
Lenny lo vio sentado en el escritorio. Tratando de contener su ira, le dijo:
– Espero que te metas en mi tumba igual de rápido, muchacho.
Se acercó hasta el pequeño bar y sirvió unas copas. Se sorprendió de ver que le temblaban las manos, que le temblaban ostensiblemente, y se dio cuenta de que el muchacho se le había adelantado. Nadie le había respondido a su jocoso comentario y, por primera vez, se dio cuenta de la situación tan precaria en la que se había metido. Ninguno de los amigos a los que había llamado había llegado, al parecer ninguno había hecho acto de presencia. Hasta Colin estaba ausente, y eso sí resultaba extraño porque él siempre estaba dispuesto a hacer lo que fuera con tal de ascender de puesto. Ahora que las cosas se ponían feas, sin embargo, prefería mantenerse al margen. Colin no era ningún estúpido, tenía unas dotes especiales para oler la mierda y Lenny era plenamente consciente de eso. A él le pasaba otro tanto y eso le había evitado muchos problemas a lo largo de los años. Hasta ahora, claro. Lenny tenía una carta a su favor, bueno no una, sino dos: tenía hijos con Lil y ellos eran hermanos de sangre de Pat también. Estaba seguro de que Pat no le haría nada ultrajante al hombre que habían engendrado a sus dos hermanos pequeños. Patrick era como su padre y se consideraba demasiado decente como para hacer algo así, lo cual era una debilidad que no tardaría en descubrir.
Lil se había sentado en el sofá que había colocado en la oficina por si alguien necesitaba echarse un sueñecillo o un poco de espacio cuando las cosas no iban bien en el club. Muchas de las mujeres que trabajaban allí habían tomado en alguna ocasión una taza de té y se habían desahogado sentadas en ese sofá. Era una forma de calmar la situación. Las cabareteras solían ser muy peleonas y les encantaba tirarse los trastos a la cabeza. Un desaire o el excesivo consumo de drogas podían hacer que cualquiera de ellas se volviera paranoica. Ahora, al parecer, se convertiría en el trono donde pensaba sentarse cuando su hijo reclamara lo que había sido de su padre.
Todos estaban sentados, salvo Lenny, que se había quedado de pie en su propia oficina. Los miró con su acostumbrado aplomo, como si nada le perturbase. Se apoyó desganadamente en el bar. Su traje hecho a medida estaba arrugado y tenía los ojos enrojecidos por la cantidad de alcohol que había ingerido aquella tarde. Hasta el whisky de siempre le sabía ahora un poco más amargo.
Lenny miraba sin cesar a la puerta, como si esperase que alguien entrara, aunque sabía que tal cosa no iba a suceder. Patrick sabía en qué andaba pensando, por eso le dijo con tranquilidad:
– Nadie va a venir a rescatarte, colega. De eso ya me he encargado yo.
Lenny se encogió de hombros.
– ¿Debería echarme a temblar? -dijo tratando de sonar más seguro de sí mismo de lo que estaba. Luego añadió-: Vamos, Lil, mete en cintura a este muchacho.
Su voz sonó deliberadamente despreciativa, pues sabía que tenía que tratar de impresionar, a pesar de darse cuenta de que estaba metido en serias dificultades. Por primera vez en muchos años estaba asustado, terriblemente asustado.
Lil no respondió. Nadie esperaba que lo hiciera. Sin decir nada, se levantó, se acercó hasta donde estaba su hijo y le besó en la mejilla. Luego dijo:
– De ésta no te vas a librar, Lenny. No te queda más remedio que quedarte ahí de pie y aceptar lo que venga.
Su voz fue la perdición de Lenny. No podía soportar verla allí delante, contemplando como su hijo lo humillaba. Por fin se dio cuenta de que nadie acudiría en su ayuda, que estaba rodeado de enemigos, y lo estaba porque así lo había querido él, ya que, al fin y al cabo, eso era lo único que se había creado.
La chica con la que había estado aquella misma tarde se había escurrido y se dio cuenta de que hasta ella había oído rumores de lo que le iba a suceder. Que una puta como aquélla tuviera conocimiento de algo así terminó por derrumbarle del todo.
El joven Patrick seguía sentado en su sitio. Sus profundos ojos azules carecían de expresión, se le veía joven, fuerte y robusto. Lenny se dio cuenta de que no podría competir con él. Pero distaba mucho de considerarse un hombre acabado y no estaba dispuesto a abandonar sin pelear.
– No pienso tolerar esto, muchacho. Yo no soy tu padre y no pienso permitir que me echen como si fuese un perro rabioso. ¿Quieres celebrar tu cumpleaños este año, hijo?
Lenny jamás había llevado un arma encima, pues sabía que le podían caer siete años por posesión ilícita de armas. Siempre pensó que había sido muy listo de su parte permitir que fuese otro quien la llevara, pero ahora echaba de menos no llevar una con la que poder volarle la cabeza al cabrón que tenía delante.
Patrick no se sintió ofendido por sus palabras. No pensaba dejarse llevar por la cólera, sino todo lo contrario, parecía calmado y tranquilo. Lil vio la reacción de su hijo y, levantándose de un salto, dijo:
– Estaré abajo si me necesitas. Las chicas necesitan que les den un repaso y, cuanto antes empiece, mejor.
Cuando Lil se encaminó hasta la puerta, Lenny, llevado por la rabia, levantó la mano para propinarle un puñetazo. Jimmy y Patrick se levantaron de su asiento para evitarlo, pero fue ella la primera en reaccionar. Cogió un vaso de whisky del bar y se lo estrelló en la cara con todas sus ganas. Cuando Lenny notó que el vaso se rompía abriéndole una brecha en la cara, se quedó tan consternado que ni se movió. Levantó la mano, se la llevó a la mejilla y vio que la piel le colgaba. Luego se apartó la mano de la cara, vio que la sangre le corría y se dio cuenta de que estaba acabado. Lil había tenido la última palabra y él supo apreciar la ironía del asunto. Se había pasado la vida utilizando a todo el mundo y, desde hacía mucho tiempo, sabía que ese momento le llegaría. Era inevitable. Lo único que jamás había imaginado es que viniese de manos de los Brodies. Sonrió con tristeza, acuciado por el dolor. No obstante, reconocía que Lil estaba en su derecho para propinarle ese golpe, pues la había maltratado durante años.
Lil vio cómo la sangre le chorreaba por la cara. Se le veía el hueso y se sorprendió de no sentir náuseas. Tenía un aspecto horrible, pero no le preocupaba en absoluto. Ni tan siquiera podía sentir rencor por todo el daño que le había hecho. Vio que la camisa que llevaba estaba empapada de sangre y sintió un enorme alivio. Ese hombre la había torturado y, lo que era aún peor, había ignorado a sus hijos, a la sangre de su sangre. Todos aquellos años de abusos se habían acabado de una vez por todas.
– Jódete, Lenny. Jódete, pedazo de cabrón. Tú me quitaste a Pat y tú lo sabías cuando viniste arrastrándote como un gusano a mi casa. Tú me has utilizado y además has disfrutado con ello.
Lenny la miró y empezó a reírse.
– Por supuesto. ¿Quién coño va a quererte a ti y a tu familia? No eres nada más que una puta con un montón de niños. Tienes el coño más grande que el túnel de Dartford y nunca has sido otra cosa que eso para mí.
Patrick se acercó hasta donde se encontraba Lenny. Éste, al ver su mirada, se envalentonó aún más.
– ¿Ésa es tu madre, hijo? Pues no es nada más que una puta, una jodida puta de mierda. Ella ha vendido su coño en este mismo club. Lo que es de extrañar es que no se haya follado hasta al mismo Lance. Seamos sinceros, a él le encantaría. Menudo elemento está hecho. Y no hablemos de las gemelas. Una está zumbada y la otra lesbiana. No formaría parte de la familia Brodie ni por toda la coca de Colombia.
Lenny no comprendía por qué nadie hacía nada para callarle. Iodos estaban de pie, como si fuesen invisibles. Luego se dio cuenta de que Lil había levantado la mano, haciéndoles señas para que no hicieran absolutamente nada. El hecho de que la obedecieran con tanto fervor le sorprendió, pues las mujeres no pintaban nada en su mundo. Él jamás se había preocupado por ninguna en toda su vida.
Ahora se daba cuenta del poder que las mujeres ejercían sobre sus hijos y sus amantes, pero se alegró de no verse reducido a nada tan humillante.
– ¿Y qué pasa con Colleen y Christy? ¿Qué pasa con ellos, Lenny?
Se rió. Ahora empezaba a dolerle de verdad la cara y notaba cómo la sangre goteaba en el suelo. Era surrealista, todo le parecía completamente surrealista.
– ¿Qué pasa con ellos? Pues pasa que no significan nada para mí, igual que tú.
Lo dijo con tanto desagrado, con tanta malicia y odio que Lil no quiso seguir escuchándole más.
– Tú me lo arrancaste todo, Lenny, pero no importa, porque yo al menos tengo a mis hijos y ellos valen su peso en oro.
Le miró y vio la sangre, el sudor y el miedo. Estaba aterrorizado y ella se dio cuenta de que siempre había vivido asustado de algo o de alguien. Hasta el mismo Patrick había muerto a manos de los hermanos Williams porque él no tuvo nunca los cojones de hacerlo solo. El había sido el catalizador de todos los males de su familia y, sin embargo, le había dado dos hijos a los que adoraba.
Su miedo por él había desaparecido. Le había marcado, igual que él a ella. Había tenido a sus hijos con el único propósito de encadenarla, pero había ido demasiado lejos. Su hijo cambiaría completamente el rumbo de su vida y ella se libraría de ese hombre para siempre, de él y de su odio.
– Nos vemos los tres más tarde -dijo mientras se iba.
Lil salió de la habitación, sintiendo una liberación que no había sentido en muchos años. La gente pensaba que la violencia no era la mejor forma de solucionar las cosas, y probablemente tenían razón, pero Lil sabía que las personas de su clase recurrían a ella porque a veces era lo único de lo que disponían.
Lenny la observó marcharse. Tenía el aspecto diabólico de un maniaco. Aterrorizado vio cómo Jimmy Brick y Pat Brodie sacaban unas cadenas muy pesadas de los bolsillos y se las enrollaban en los nudillos. Entonces fue cuando se dio cuenta de que iba a morir con una horrible agonía y después de que le propinasen una buena paliza.
– Me lo voy a pasar en grande, Lenny -dijo Patrick-. No eres nada más que una puta mierda.
Se rió de ellos. Ahora era un hombre con el piloto automático puesto.
– ¿Y qué piensas decirle a tus hermanos, Pat? ¿Qué mataste a su padre? No creo que la idea les agrade mucho.
– A ellos no le importas una mierda. Con lo chicos que son ya se han dado cuenta de que eres un gilipollas.
Patrick agarró la cadena con fuerza y le propinó un cadenazo, asegurándose de que le daría justo donde su madre le había hecho la herida. También había aprendido eso en la cárcel. Si tu oponente tiene una herida, golpéale ahí, el dolor es mucho más intenso. También estaba el aspecto psicológico, ya que, cuando tenemos un corte o una herida, nuestra propia naturaleza tiende a protegerla.
– Vas a morir, Lenny, y, como verás, ninguno de tus hombres está aquí para respaldarte. Ninguno de ellos se ha opuesto a que hagamos lo que vamos a hacer.
Jimmy se rió y Lenny se dio cuenta de que para mañana a esa, misma hora ya estaría muerto.
– Eres un gilipollas de mierda que se ha pasado la vida haciendo lo que se le antoja. Ahora es mi turno -le dijo.
Jimmy tenía la cadena enrollada en la mano, pero también llevaba un cúter con el que le abrió la barriga a Lenny.
Lenny notó el dolor de la cuchilla cuando le abrió la piel y vio cómo Patrick se quedaba mirando como si nada pasara. Se dio cuenta de que realmente era el hijo de Patrick Brodie y no se esperaba menos de él. Ahora se había convertido en un hombre y seguro que recuperaría lo suyo. El sabía que Patrick Brodie había muerto sin implorar ni un solo instante por su vida, sino defendiéndose como podía.
Cuando Patrick empezó a golpear a Lenny, Jimmy retrocedió y observó la escena con interés. Miraba al joven y se dio cuenta de que lograría abrirse camino, ya que, como su padre, estaba hecho para los trapicheos y la cárcel. A los pocos minutos vio que Lenny pedía un poco de piedad, pero al parecer nadie estaba dispuesto a ofrecérsela.
Lil oyó cómo gritaba de dolor, al igual que todos los presentes en el club, aunque nadie hizo mención de ello. Las cabareteras que no estaban alternando con ningún cliente se sentaron en las mesas para fumar y tomar una copa, y actuaron como si nada sucediese.
Lil Brodie, por primera vez en muchos años, se sintió en plena forma. Notaba como su rabia y su odio por Lenny desaparecían con cada golpe y, por muy padre que fuera de sus dos hijos, no pensaba que estuviera haciendo nada malo. Subió el volumen de la música hasta que el sonido de los Stylistics ahogó por completo los gritos de Lenny.
Lenny rogaba clemencia por su vida cuando ellos cantaban Betcha By Golly Wow, canción que a Lil le pareció un justo tributo. Las chicas la miraban con cautela y supo que ellas no le causarían ni el más mínimo problema, pues sabían cómo estaba el marcador de tantos mejor que nadie.
Cuando Lil se puso detrás de la barra y miró a su alrededor, notó como si la sangre le volviera a correr de nuevo por las venas. Pensó en su esposo y estaba segura de que se sentiría orgulloso de su hijo. Colin, el portero, le guiñó un ojo y ella le sonrió. La vida sería más fácil a partir de ahora y ella había esperado mucho tiempo a que ese momento llegase.
El cuerpo de Lenny jamás lo encontraron. Lo metieron dentro de una máquina machacadora de un desguace del sur de Londres y su ataúd fue el maletero de un Hillman Imp.
Todavía estaba vivo y consciente cuando Jimmy y Patrick lo metieron allí. Patrick era lo que deseaba hacer y Jimmy se sintió muy satisfecho de complacerle. Lo último que Lenny vio en esta vida fue a esos dos hombres riéndose de él antes de cerrar la puerta. Luego oyó el ruido de la trituradora y notó que el coche se levantaba del suelo. Cuando el coche se balanceó en el aire se sintió como encerrado en una jaula de metal y se dio cuenta de que nadie se preocuparía por él, que nadie intentaría nunca descubrir qué le había sucedido.
El ruido del metal aplastándose hasta convertirse en un reducido cubo ahogó por completo sus gritos. El coche se retorcía y se doblaba mientras él se debatía intentando salir de él. Su instinto por la vida era tan fuerte que luchó por escapar hasta el último segundo, hasta que su cabeza quedó completamente triturada y su cuerpo aplastado como un acordeón. Cuando el pequeño cubo en que había quedado reducido el coche pasó a través de la maquinaria y cayó al suelo produciendo un ruido seco, Jimmy vio que Patrick, hacía un ruido sonoro para tragarse los mocos y escupió en él.
Una hora más tarde, Spider se sorprendió de ver a los dos hombres entrar en su club. Nada más verlos se dio cuenta de que todo había acabado.
Kathleen se había metido en la cama y nadie podía convencerla para que se levantase. Estaba sumamente deprimida. Lance, como siempre, pasaba la mayor parte del tiempo haciéndole compañía. Le hablaba en voz baja durante horas, tratando de que se sintiera más tranquila, facilitando la vida de toda la familia. Lil no tenía paciencia para ello, ya que después de lo que tenía que bregar a diario, los caprichos de una adolescente mimada le sacaban de quicio. El médico decía que estaba deprimida, pero ¿cómo podía sentirse deprimida una niña de su edad? ¿Y por qué iba a estarlo? ¿Por el precio del maquillaje? ¿Por no poder ir a la moda? Le resultaba imposible comprenderlo. Sin embargo, se sentía culpable por su incapacidad para hacerle ver las cosas de otro modo. El doctor le había prescrito unas pastillas.
Ahora se veía obligada a lidiar con toda esa mierda a diario y Annie, siendo como era, también participaba. Se pasaba el día entero con Lance y Kathleen y, por mucho que hubiera cambiado y por muy buena que pudiera parecer ahora, Lil siempre recordaba cómo la había tratado todos aquellos años. Era consciente de que su madre había sido la causa de muchos de los problemas de su vida y, probablemente, también de la de sus hijos.
Lil aún no había asimilado los acontecimientos de esa noche. Aunque su conciencia le decía que no estaba bien lo que habían hecho, sentía un enorme alivio de saber que Lenny Brewster había desaparecido de sus vidas para siempre. Su presencia había sido muy influyente, incluso estando ausente, y su odio parecía envolver la casa como una mortaja. Su desprecio absoluto por sus hijos le había hecho mucho daño, y no sólo a ella, sino también a sus hijos. Se presentaba cuando se le antojaba y su mal humor producía una intensa sensación de incomodidad. Lenny, en cambio, había disfrutado sabiendo el miedo que provocaba y ella se odió a sí misma por permitir que su familia tuviera que pasar por eso. Sus hijos se percataron de su indiferencia desde muy niños, pero a partir de ahora ya no tendrían que soportar nunca más el trauma de saber que andaba cerca, ni tampoco que su ausencia era una forma de castigarles. Su hijo Patrick les había salvado de él, haciendo lo que alguien debería haber hecho muchos años antes: acabar con aquel cáncer que corroía la vida de todos los que tuviera a su alrededor.
Lil estaba en una situación muy penosa cuando Lenny entró en su vida y, aunque sabía que no era el mejor de los hombres, pensó que al menos cuidaría de ellos. Hacerse cargo de la familia Brodie hizo que muchos pensaran que era un hombre bueno y decente, pero nada más lejos de la realidad. Al igual que Patrick, había pensado más en él que en ella y sus hijos, pues, a pesar de ser el amor de su vida, no se había preocupado bastante de su familia y los había dejado completamente desamparados. El debería haberse asegurado que a ellos nos les faltaría de nada, «debería» haberlo hecho, pero no le quedaba más remedio que admitir que no se había molestado ni tan siquiera en pensarlo. No sólo perdió a su marido, al padre de sus hijos, sino que lo perdió todo, viéndoselas negras incluso para llegar a final de mes. Habían tenido cinco hijos, «cinco», y él no había ni tan siquiera hecho un simple testamento. La verdad es que no se había preocupado de su muerte, ni del futuro de sus hijos, y eso le dolía y la desgarraba por dentro cuando pensaba en ello. Le había amado como a ningún otro hombre, lo había sido todo para ella y tenía que reconocer que, mientras estuvo vivo, a ella no le faltó de nada. Sin embargo, con el paso del tiempo se dio cuenta de que tampoco él la había considerado como a una igual, sino tan sólo su «esposa».
Ahora que habían quitado de en medio a Lenny, sintió que la vida le concedía otra oportunidad y no estaba dispuesta a seguir llorando por Patrick y por la vida que había gozado hasta entonces. Su hijo estaba en casa y él se ocuparía de su familia, al igual que había hecho su padre, y esperaba que también cuidase de ella.
Lil subió las escaleras y asomó la cabeza por la puerta para ver a Kathleen. Estaba tendida en la cama, con la cabeza mirando a la pared y con los hombros encogidos bajo las mantas. Tenía una habitación muy agradable, las chicas siempre habían tratado de que su habitación estuviese en buen estado. Lil miró alrededor, como si la viese por primera vez. Estaba limpia, aunque necesitaba urgentemente un cambio de mobiliario. Patrick le había dado dinero suficiente para que pudiera decorar la casa de nuevo, y eso es justo lo que pensaba hacer. Cuando se sentó en la cama, se sintió tan irritada como de costumbre por esa falta de vitalidad en su hija. Trató de ocultarlo como pudo, pero, al ver a esa chica tan guapa con toda la vida por delante tendida en la cama y lamentándose por nada, su enfado aumentó, pues odiaba ver cómo desperdiciaba la vida. ¿Acaso Kathleen era tan joven y estúpida como para no darse cuenta de que la juventud se va volando?
Kathleen abrió los ojos y miró a su madre. Lil vio la misma soledad que había visto en los suyos durante esos años, pero no pudo entenderla. Tenía a su lado a mucha gente dispuesta a ayudarla y, sin embargo, prefería pasar la vida encerrada en su habitación con una tristeza que a ella le hacía sentir cada día más culpable.
Lil trató de controlar su disgusto y, con todo el interés que fue capaz de manifestar, le preguntó:
– ¿Te sientes mejor, cariño?
Kathleen asintió con la cabeza, como si ese gesto fuese una complicada maniobra y la pregunta que le hizo fuese una cuestión de vida o muerte. Lil tuvo que apretar los puños para no dejarse llevar por el arrebato de sacarla de la cama a la fuerza y empujarla hasta la calle para que aprendiera de una vez lo que era la vida real, tanto si quería como si no.
Lil respiró profundamente varias veces, pues, de vez en cuando, sentía esa irritación que apenas lograba controlar. Cuando no lo conseguía, los demás trataban de calmarla y eso le hacía sentirse aún peor. Sin embargo, Kathleen parecía regocijarse en su depresión y eso la exasperaba.
– ¿Has comido algo? -le preguntó.
– No puedo, mamá. No me encuentro nada bien -respondió Kathleen.
Su voz sonaba tan penosa que hacía peligrar la paciencia de Lil, que asintió dulcemente antes de salir de la habitación.
– ¿Mamá? -dijo en voz más alta.
Lil se dio la vuelta para mirarla.
– ¿Dime, cariño? -respondió tratando de contener como podía su irritación, pues su brusco temperamento estaba a punto de estallar. Kathleen le miró a los ojos y Lil vio sus ojeras y el tono grisáceo de su piel, que denotaban que, ciertamente, no se encontraba bien.
– No lo hago a propósito. No creas que me gusta sentirme de esta manera. No me gusta ser como soy, ni me gusta sentirme tan desgraciada y triste. Pero no puedo evitarlo, mamá. No puedo.
La rabia de Lil desapareció repentinamente y una vez más sintió esa oleada de culpabilidad. No sabía qué podía hacer por su hija, qué hacer para que se sintiera mejor. No sabía cómo podía hacer desaparecer el dolor que sentía.
Se acercó hasta ella, se sentó en la cama, le cogió por los bracos y la estrechó entre los suyos.
– Ya sé que no, Kath. Lo único que quiero es que dejes de sentirte tan mal.
Cuando acarició a su hija para tratar de consolarla, ella la apartó y le preguntó:
– ¿Tú nunca odias la vida, mamá?
Lil sonrió, con una sonrisa minúscula y cansada. Luego, con un ligero tono sarcástico en la voz, le respondió con honestidad:
– Cada día de mi vida, cariño. Cada puñetero día de mi vida.
El sargento Smith era un hombre alto y delgado, con claros síntomas de padecer una soriasis aguda. Se pasaba la mayor parte,del día rascándose, y cuando se sentó con Pat y Lance, ambos le miraron con una fascinación casi lasciva. Era igual que un mono del zoológico, salvo que tenía el pelo castaño y los ojos acuosos. Patrick sabía que había estado de buena racha. Ahora creía ser amigo de ellos, o al menos eso pensaba. Era un hombre que no tenía el más mínimo reparo en cambiar de bando cuando lo consideraba necesario, como sucedió con la desaparición de Brewster.
Como cualquier otro policía corrupto, no se podía confiar en él. Si era capaz de jugársela a sus compañeros, e incluso a los que él llamaba sus colegas, entonces es que era tan digno de confianza como un perro rabioso o una puta preñada. Por ese motivo, las personas que colaboraban con él tenían que asegurarse de que disponían de alguna clase de seguro; es decir, algo que pendiera sobre su cabeza en el caso de que fuera necesario recordarle exactamente quiénes eran ellos y, más explícitamente, con quiénes estaban tratando. Se llamaba Roland, pero muy pocas personas sabían eso. Y los que lo sabían no tenían el coraje de llamarle así, por lo que siempre se referían a él con el nombre de Smith.
Cuando se sentó con los hermanos Brodie se sintió dichoso de coger la pasta y luego les aseguró que estaba muy contento con el cambio de dirección que había tenido lugar recientemente. Smith era un tipo astuto con un jefe que era todo un cabrón y siempre se aseguraba de no verse en una situación comprometida.
Smith había sido el intermediario de Pat desde el primer momento y estaba bastante satisfecho con ello. Le pagaba bien y no le pedía nada del otro mundo, aunque ambos estaban seguros de que ese día no tardaría en llegar. Hasta entonces estaban contentos con el caudal de pasta que les entraba.
– Dígale a Scanlon que quiero que nos veamos, y lo quiero pronto.
De repente, Smith no se sintió seguro de cómo debía responderle al joven que tenía delante. Tenía la mirada de un convicto, cosa que no resultaba de extrañar, pues eso es lo que era. Pero también había empleado un tono seco que dejaba claro que no estaba dispuesto a tolerar ni la más mínima estupidez.
– Scanlon jamás se reúne con nadie -respondió Smith con cierta sorpresa.
Él mismo puso cara de no haber escuchado nunca algo tan ridículo.
Pat se levantó y sacó el dinero del cajón mientras los ojos de Smith se abrían de par en par.
– Dile al capullo de Scanlon que si no se reúne conmigo, seré yo el que vaya a buscarle, ¿de acuerdo? Vosotros no sois los únicos polis corruptos que conozco.
Abrió el cajón del escritorio y volvió a meter el dinero dentro.
– No hay reunión, no hay pasta. ¿De acuerdo, colega?
Smith se quedó sentado durante unos segundos, sin saber cómo reaccionar. Luego Lance lo levantó de su asiento y, empujándole, le dijo:
– ¡Largo de aquí! Y dile a ese capullo que mueva el culo.
Lo empujó hacia la puerta y Smith salió a toda prisa, aunque tratando de aparentar que no huía. Lance y Pat se rieron al verlo salir pitando.
– ¡Vaya gilipollas, Pat!
– Ya volverá, no te preocupes.
Pat se desperezó y luego se frotó la cara y los ojos con sus ásperas manos. Hasta el momento había conseguido lo que se había propuesto; de hecho, le resultó más fácil de lo que había creído. Había recuperado lo que les pertenecía, pero aún le quedaba por convencer a algunas personas de que trabajaban directamente para él. Lenny había cometido el error de no darle a cada uno su parte, de no valorar su participación en los trapicheos que tenían entre manos. Pat no pensaba cometer ese error. Sabía que no sería fácil, pero contaba con un buen apoyo.
Pat deseaba averiguar también adonde había ido a parar el dinero de su padre, ya que Lenny no se lo dijo antes de morir. Sin embargo, él sabía mucho más de lo que los demás creían y siempre había escuchado y observado a su padre. Por ese motivo, sabía más de lo que la gente creía, su madre incluida, respecto a quién había estado involucrado en sus negocios. Pat se había prometido a sí mismo hacer las enmiendas necesarias, y no sólo por él, sino por su familia. Cada vez que había sido humillado por Brewster, o que vio que su madre tenía que prostituirse por unas pocas libras, había sentido unos inmensos deseos de vengarse. Su padre había sido asesinado y él pensaba vengarse de todo aquel que estuvo involucrado en su muerte.
Pat pensaba rastrear hasta encontrar la última propiedad que hubiera pertenecido a su padre, aunque fuese eso lo último que hiciera en la vida. Pero debía hacer las cosas bien con el fin de asegurarse de que a su familia jamás le faltase nada.
Pat se sentía capaz de dirigir el negocio, además de darse cuenta de que se había hecho con un nombre y una reputación durante su estancia en la cárcel. Ahora tenía que actuar con normalidad, debía ganarse el respeto y la confianza de las personas con las que trataba. Se tomaría su tiempo y, cuando hubiese recopilado la información necesaria, dejaría que su ira estallase.
Pat jamás olvidaba los últimos instantes de la vida de su padre y no pensaba hacerlo bajo ningún pretexto. Echaba de menos a su padre y había sabido sonsacar información a base de charlas amistosas y preguntas muy bien estudiadas. Por ese motivo, sabía más de los últimos negocios de su padre que nadie y, especialmente, de la gente con la que había tratado en sus últimos días. Había sido un tipo legal y él sabía que en eso se había basado su reputación. Sin embargo, él era el hijo de su padre y algún día iodo el mundo se daría cuenta de ello.
– ¿Te encuentras bien, Pat?
Lance lo había observado mirando al vacío. Desde que eran niños Patrick había tenido la costumbre de ausentarse de pronto y quedarse mirando al vacío.
Lance odiaba esa costumbre, odiaba que no estuviera en su misma onda. Luego vio cómo Patrick cerraba los ojos, respiraba profundamente y regresaba al mundo de los vivos.
– ¿Dónde estabas? -preguntó Lance-. A veces parece que se te va la olla.
Pat se rió.
– Si tú lo supieras…
Los dos se rieron. Lance estaba mucho más contento desde que supo que Lenny había desaparecido y sus negocios con él se habían terminado. Se sentía mejor y más seguro.
Pat no podía comprender que hubiese trabajado para Lenny, aunque reconoció que hizo lo que pudo para tratar de mantener a la familia a flote. Pat siempre le hacía sentir como un inútil, pues él le había aguado muchos momentos buenos cuando eran niños, lo cual lamentaba, lo había lamentado siempre. Sólo era un niño y no comprendió nunca por qué se había comportado así con aquella niña. Si la viera ahora, sentiría un gran disgusto en su interior.
Pat recordaba el día en que su padre murió. La muerte de su padre le hizo comprender a muy temprana edad lo que significaba realmente la muerte y cuánta sangre hay dentro del cuerpo de un ser humano. La sangre de su padre lo había impregnado todo, tanto las paredes como el suelo. Incluso recordaba haber visto partes de su cerebro tiradas por el suelo. Aquella visión jamás le había abandonado, ni a él ni a ninguno de los suyos. Aquello les cambió la vida en cuestión de segundos y todo lo que tenían y todo en lo que creían desapareció instantáneamente. Pat recordaba haber bajado al vestíbulo al día siguiente. Aún colgaban los globos y la comida que con tanto esmero habían preparado. Estaba seca y rancia. Sus regalos aún estaban apilados encima de la mesa. Desde entonces, jamás había vuelto a celebrar un cumpleaños.
Patrick pensó en lo mucho que echaba de menos sus años con su padre, en las tardes que pasaban juntos mientras le enseñaba lo que era la vida y el papel que desempeñaba en su familia. Su padre le había mandado que hiciera algunos recados, además de que husmeara y tratara de enterarse de algunas cosas, por eso sabía tanto acerca de lo que se traía entre manos. Sí, pensaba tomarse su tiempo y luego trataría de recuperar su dinero. Además, trataría de darle la vuelta al saco, enterarse de todo y acabar con aquellos que estuvieron involucrados en el asesinato de su padre. Y, cuando lo hiciera pensaba disfrutar cada segundo de su venganza.
Todo el mundo sabía que él había sido quien había quitado de en medio a Brewster y eso le satisfacía. Quiso que la muerte de Lenny fuese un mensaje, no sólo para las personas que estaban a su alrededor, sino para todos aquellos que estaban en prisión, pues había algunas personas a las que aún no le había demostrado su valía. Lenny ya era agua pasada, pero quería que su nombre estuviera para siempre relacionado con él. Cuando la gente hablase de la muerte de Lenny, también deberían hablar del joven que la había ocasionado.
Sin duda, aquello aumentó su estatus y ya era casi del dominio público. No era un asesinato, sino una matanza, pues Lenny sólo era el primero de una serie.
Jimmy Brick se encontraba en el pub Prospect of Whitby tomando una copa con unos antiguos colegas y se puso muy contento con la recepción que le ofrecieron. Cuando vio que le pagaban la bebida y bromeaban con él, se sintió de nuevo en casa y miembro de un equipo ganador. Al parecer, su contribución a los acontecimientos ocurridos recientemente lo puso de nuevo en buen lugar con algunas personas importantes.
– Dime, Jimmy. ¿Es verdad que Brewster tenía las tripas fuera cuando lo sacasteis del bar?
Jimmy se rió. Pensó que alguno de los testigos lo habrían ido contando y ahora estaría en boca de todos. Con voz jocosa, pero suficientemente alta para que los presentes, y los que tenían la oreja puesta, se enterasen, dijo:
– Bueno, lo que puedo decirte es que cuando la palmó estaba literalmente machacado.
Jimmy asintió con la cabeza irrisoriamente y se dio cuenta de que, de alguna manera, había afirmado algo que se repetiría hasta la saciedad.
Todo el mundo se rió y Jimmy se dio cuenta de que Spider se reía con los demás, pero sin comprometerse a sí mismo. Spider era de esos tipos que nunca ponen la mano en el fuego, pues era, y seguía siéndolo, demasiado astuto para ello. Jimmy sabía lo frágil que era la amistad en su mundo. A no ser que te hubieras criado con alguno, ¿cómo se iba a confiar en ellos? El instinto de Jimmy le estaba diciendo que no debía de confiar en Spider más de la cuenta.
También sabía que Lance había procurado ausentarse cuando llegó el momento de la verdad, lo que le hizo pensar que tampoco era un tipo de fiar. Se tomó la copa y miró a las personas que le rodeaban. Sabía cómo jugar a su juego y eso era lo que le había hecho mantenerse dentro de ese mundillo tantos años. Ahora el joven Patrick Brodie iba a ser como su gallina de los huevos de oro, pues era como tener de nuevo a su padre en el equipo. Y, al igual que su padre, tenía ese don, ese toque especial que hace que la gente te escuche y te respete. También contaba con esa violencia despiadada que resultaba tan cautivadora a los hombres de su calaña.
Jambo Delaney era un tipo bien plantado. Tenía la espalda ancha, una fuerte mandíbula y unos andares muy peculiares que le hacían muy atractivo al sexo contrario. Le habían puesto de joven el apodo de Jambo, que en lengua suajili significa «hola», porque tenía un rostro afable y unos modales que incitaban a que todos quisieran saludarle. Caía bien a todo el mundo y resultaba casi imposible que la gente no sintiera simpatía por él. No sólo era una compañía agradable, sino que se amoldaba a estar con cualquiera. Sin embargo, cuando era preciso también era capaz de dar la cara y tener una bronca con el más pintado. Y no eran broncas de tres al cuarto, sino broncas de verdad, broncas que eran capaces de pararles los pies a los maridos que tenían algo en contra de él.
Dejando eso al margen, era un tipo agradable con el que valía la pena pasarse la tarde tomando una copa. Sin embargo, cuando estaba cabreado, era harina de otro costal. Una vez que veía que le salía sangre, se defendía con tal vigor y fuerza que sus contrincantes terminaban saliendo por piernas. Siempre dejaba que le pegaran primero, por eso luego se sentía en el derecho de defenderse. Y defenderse, sin duda, era algo que sabía hacer muy bien.
Jambo era un buen tío, aunque un poco vago y olvidadizo. A veces no sabía de qué marido estaban hablando, ni se acordaba del nombre de la tía que se había tirado, aunque ellas rara vez se olvidaban de él. Por lo que a él se refiere, ellas sólo eran un interludio, una forma de pasar un buen rato y, en algunos casos, un medio para conseguir un fin. Sin embargo, jamás tenía la más mínima intención de hacerle daño a nadie, ni esposas, ni maridos, ni quería ser la causa de ninguna ruptura.
Jambo se ganaba la vida haciendo de guardaespaldas, cobrando deudas o engatusando. Era un mujeriego y, como todos los mujeriegos, no comprendía que las mujeres lo tomaran tan en serio. ¿Por qué pensaban que las iba a tratar de distinta manera que a las mujeres que había conocido con anterioridad? ¿Por qué pensaban que serían ellas las que, por fin, le iban a hacer cambiar, sentar la cabeza y pasarse la vida al lado de la misma mujer? Sus cuatro últimas frases siempre eran las mismas: «me la he follado, le he dado de comer, me he peleado con ella y la he mandado a tomar por el culo cuando me ha sacado de quicio».
Jambo estaba sentado frente a Lil Brodie, una mujer atractiva con una bonita prole de hijos y un saludable apetito sexual. A él le caía bien Lil, además de que la respetaba. En algunas ocasiones había tomado unas copas con ella, e incluso tuvieron algunos devaneos, pero notó que aquel día no estaba el horno para bollos.
Jambo sabía que su Pat había regresado y estaba causando algunos problemas en las calles. De repente se sintió nervioso. Un marido traicionado era una cosa, pero los hijos, especialmente si eran como Pat Brodie, eran algo muy distinto. No es que no se hubiera defendido si llegase el momento, es que le gustaba el muchacho. Era un buen chico y eso que su vida no había sido fácil.
– Jambo, sé que no te va a gustar lo que te voy a decir, pero estoy embarazada.
Jambo asintió ligeramente. Se dio cuenta de que resultaba innecesario preguntarle si estaba segura, ya que Lil jamás diría una cosa así de no estarlo. Y tampoco pensaba preguntarle si estaba segura de que era suyo porque tenía suficiente sentido común para no hacer semejante cosa.
Lil le miró a la cara y sintió pena por él, pues era un hombre simpático y agradable que no se merecía tal cosa. Sin embargo, sabía que debía decírselo.
– ¿Y tú quieres tenerlo?
No le había preguntado nada, excepto si deseaba tenerlo. Por ese motivo nada más, ya se merecía quererle. No le recriminó nada, no trató de hacerse el loco, ni tampoco hizo ningún gesto que le indicase que en cuanto cogiese la puerta no le iba a ver más el pelo. No. Por el contrario, estaba sereno y lo único que quería saber es qué pensaba hacer ella ante esa situación. Le agradeció que se comportase de esa manera.
– No tengo muchas opciones, colega, ya sabes que soy católica.
Se encogió de hombros y él le sonrió. A él le gustaba Lil, le gustaba de verdad, tanto su actitud ante la vida como ante el amor. Estaba serena y no le estaba exigiendo nada al respecto.
– Dime ¿qué puedo hacer?
Era una pregunta razonable, pensó ella, incluso una pregunta agradable de oír. Sabía que Jambo era un hombre que disfrutaba estando soltero y ella comprendía perfectamente que se sintiera así, pues a ella le pasaba lo mismo en aquella época. Lo que menos deseaba tener en ese momento era otro bebé, pero el niño ya estaba en su barriga y ahora lo mejor que podía hacer es darle su cariño.
Si abortaba,. Lil sabría que ya no tendría ni un solo día de paz en la vida. No es que hubiera tenido muchos en los últimos años, pero Lil era de las que pensaban que el niño no había pedido nacer, por lo que ella no tenía derecho a librarse de él por el mero hecho de no venir en el momento oportuno. Teniendo en cuenta la vida que llevaba, sus ideas católicas contrastaban con sus hormonas.
– ¿Puedo serte sincera, Jambo?
Asintió con la cabeza, pero se mostró cauteloso al respecto.
– Te lo estoy diciendo porque considero que debes saberlo, pero no te estoy pidiendo nada. Ni amor eterno, ni que me trates de forma especial, ni tan siquiera dinero. Lo único que quiero es que me hagas un favor, una sola cosa, y ya no te pediré nada más.
– ¿Qué cosa?
Lil le cogió de la mano y se la apretó con fuerza. Jambo se dio cuenta de que era una mujer de armas tomar y, si le quedaba algo de sentido común, más valdría que le dijera que sí a lo que pensaba pedirle.
– Ocúpate del niño un poco. No todos los días, pues sé que no puedes. Pero por una vez en la vida, me gustaría que uno de mis hijos sintiera que alguien, aparte de su madre, se preocupa por él. Sólo te pido eso: que le visites de vez en cuando y que él sepa quién eres.
Jambo asintió. Se sintió muy triste y conmovido por ella, pues sabía de sobra lo dura que había sido la vida con Lil, lo mucho que su familia significaba para ella y lo muy resentida que se sentía con ellos en ocasiones. Así era la vida real, aunque no todas las personas eran capaces de admitirlo. Las mujeres eran muy desgraciadas, pues se quedaban a cargo de una persona, a veces más de una, y encima se les pedía que se ocuparan de ellos en todos los aspectos. Jamás se les permitía que se sintieran cansadas, que se sintieran solas y abandonadas, o sencillamente hartas por lo que les había caído encima. Y todo por la sencilla razón de haber permitido que un hombre se acercara más de la cuenta. Y también porque se habían dejado llevar por sus inclinaciones naturales y habían engendrado, que es para lo que las creó la naturaleza. Y luego se las abandonaba. El hombre, mientras tanto, seguía inalterable. Nada cambiaba en ellos, ni física, ni mentalmente. Las mujeres, en cambio, se convertían en propietarias de cicatrices y de un niño llorón, por lo que la vida jamás volvía a ser lo mismo.
Jambo lo comprendió, pues sabía de lo que eran capaces los hombres. De hecho, él mismo era un experto dañando a la gente y un experto en librarse de responsabilidades. Sin embargo, Lil lo único que le estaba pidiendo es un poco de su tiempo, no que se casara con ella, ni le prometiera amor eterno. Lo único que le pedía es que su hijo tuviera una especie de padre y él no pensaba negarse. Y no sólo no se negaría, es que estaba dispuesto a hacerlo de buena gana porque ella se lo merecía, y porque no le había pedido nada que no fuese capaz de dar.
– Si crees que soy un modelo a seguir estás muy equivocada, Lil. Sin embargo, haré lo que me pides, siempre y cuando me garantices que no me meteré en problemas. Sus hijos están peleando por convertirse en unos peces gordos y no quiero que intenten tomarse la revancha conmigo sólo para demostrar lo que son.
Lil sonrió satisfecha.
– ¿Quieres que te diga un secreto, Jambo? Mis hijos son todavía lo suficiente jóvenes para hacerme caso, e incluso cuando sean mayores y me estén enterrando, yo seguiré teniendo la última palabra. Así que no te preocupes, ¿de acuerdo? Sólo quiero que este hijo mío tenga la oportunidad de ver que el padre que lo engendró se.interesa también por él. Si es así, tú y yo jamás reñiremos.
¿Era una amenaza, o no lo era? Al igual que él, Lil hablaba de una forma que dejaba que el oyente sacase sus propias conclusiones. Sabía que le estaba pidiendo que asumiese el papel de padre, lo cual significaba mucho para él, pero ya se había comprometido y, además, le intrigaba ver lo que habían creado entre los dos. El color de la piel no era un problema, lo sabía. De algo que estaba completamente seguro es que ninguno de sus hijos cuestionaría nunca que era sangre de su sangre.
El niño probablemente sería mulato, pero él sabía que eso no le preocuparía lo más mínimo a Lil. Él se encontraba, además, en desventaja, pues ella contaba con Pat, un chico del que todo el mundo hablaba maravillas y, por otro, con Lance, un chorizo que ya le había amenazado en privado por sus relaciones con su madre. Sin embargo, Jambo sabía que Lance lo que había hecho es obedecer las órdenes de Brewster, pues, al fin y al cabo, había sido su recadero. No obstante, cuando se lo dijo, vio que también emanaba un odio personal. Lance tenía sus propios motivos para que él se quitara de en medio. Se guardó ese secreto. Estaba satisfecho de poder hacer lo que ella deseaba. Sabía, además, que nada de lo que dijera, podría hacerla cambiar de opinión. Lil era de esa manera.
– De momento voy a guardar en secreto lo del bebé, ya que nadie lo ha notado. Lo único que quería decirte es lo que espero de ti en caso de que siga para adelante.
Jambo asintió de nuevo.
– Si eso es lo que quieres, te prometo que haré lo que me pides. Pero sólo eso, ¿de acuerdo?
Lil se rió, se rió con ganas y estrepitosamente.
– Ni aunque te colgaras diamantes de la polla y te echaras perfume te querría a mi lado, así que no sueñes.
Los dos se rieron y Lil se relajó un poco, contenta de, por una vez, poder hacer lo que deseaba y no tener que esperar a que sucediera. Ese hijo suyo tendría al menos una oportunidad en la vida y ella estaba decidida a concedérsela. Una vez que se conociera la situación y se aceptase, todo iría sobre ruedas, estaba segura. Ya lo había pasado tan mal en la vida que había tenido que prostituirse y había sobrevivido. Ahora estaba más vieja, más endurecida, pero más sabia, por eso estaba segura de poder seguir abriéndose camino en la vida.
Su hijo Patrick estaba en casa y estaba tratando de enmendar algunos asuntos. Esperaba que, más tarde o más temprano, la vida del hijo que llevaba en las entrañas cambiase para mejor.
– Vamos, mamá, pongamos esto en orden, ¿de acuerdo?
La voz de Patrick era tan parecida a la de su padre que a Lil le entró un escalofrío. Una vez más se encontraban en la oficina del club, sólo que ahora estaba recién pintada y decorada con mobiliario barato. El club era, como siempre, la tapadera para otros negocios.
Sin embargo, volvía a ser sus dominios y se dio cuenta de ello. Disfrutaba nuevamente del cargo que ocupaba. Era como en los viejos tiempos, cuando aquél había sido su mundo. Luego Lenny Brewster le arrebató todo lo que consideraba demasiado grande para ella. Ahora lo había recuperado, al igual que había recuperado su vida y su autoestima. Pero lo más importante es que de nuevo estaba trabajando en algo que realmente le encantaba.
Para algunas personas podría parecer una victoria insignificante, pero para ella era como si hubiese ganado el Premio Pulitzer.
Lil sabía que las chicas se daban cuenta de cómo se sentía, y se alegraban por ella, al menos la mayoría. Es decir, aquellas que se habían molestado en conocerla y comprendían por qué exigía cierto reconocimiento, ya que había formado parte de ese mundo.
– ¿Ordenar el qué? -preguntó Lil.
Lil sonreía inocentemente a Pat y se vio a sí misma en sus ojos y en su cólera, no a su padre. Pat era tan impulsivo como ella, pero también tenía la capacidad de controlarse si lo consideraba necesario. Era un muchacho listo, de eso no cabía duda, y ella le quería con toda su alma. Pero además de su hijo, era su socio, tanto si le gustase como si no. Ella era la persona que él había dejado que pusiera las cosas en su sitio y ella sería la que les proporcionaría el dinero para poder vivir. El inspector de Hacienda podía pasar por allí cuando quisiese, pues no encontraría nada sospechoso. En ese aspecto ella era muy rígida y Pat le respetaba, pues sabía que ella jamás dejaría que fuese él quien llevase los negocios. Al fin y al cabo, para ciertas cosas uno sólo puede confiar en sí mismo.
Patrick se rió y sus dientes blancos le hicieron parecer incluso más apuesto de lo normal. Tenía cierto aire irlandés. Sus ojos eran de un azul intenso y tenía unas pestañas que hubieran sido la envidia de cualquier mujer. Tenía el mentón cuadrado y un pelo moreno y fuerte. Sin embargo, también era aficionado a la bebida como ella, y eso le preocupaba, así como el desprecio que manifestaba por cualquier cosa que no fuese de su interés. Ese también había sido el defecto de su padre, aunque no lo supiera nadie. Pat debería haberse cuidado las espaldas. Si hubiera acabado con los hermanos Williams, aún estaría con ellos y Spider lo sabía tan bien como ella.
– ¿Estás embarazada, mamá?
Lil miró a su hijo fijamente a la cara y tuvo que contenerse para no darle un bofetón que lo borrase del mapa. ¿Cómo narices se permitía el lujo de preguntarle una cosa así?
– ¿Lo estás o no lo estás? -volvió a preguntarle.
Le hablaba con lentitud, corno si fuese estúpida y no comprendiese lo que le estaba preguntando.
– ¿Y eso a ti qué te importa? -respondió con la mayor indiferencia que pudo mostrar y con todo el coraje que le salió de dentro.
Patrick suspiró.
– Entonces lo estás, ¿verdad?
Lil había esperado ese momento, aunque se sorprendió de que Pat se hubiera dado cuenta tan pronto. El había estado con algunas chavalas, pero ninguna le duraba más de unos días, por lo que desconocía lo que significaba estar embarazada de primera mano. Sin duda, era un tipo listo al que no se le pasaba ni una. Lil, por un lado, sintió ganas de echarse a llorar, pero bajo ningún pretexto pensaba hacerlo. Lil no sabía qué decirle, se sentía culpable, como si hubiese hecho algo malo. Y en realidad así lo creía. No era él, sino ella la que se veía otra vez preñada y teniendo otro hijo que al final terminaría siendo responsabilidad suya, como todos los demás. Sin embargo, se sentía tan incapaz de librarse de ese niño como se había sentido de los otros. Estaban en los años ochenta y ya nadie veía mal que las mujeres tuvieran hijos sin que contrajeran matrimonio.
– Soy una mujer adulta, y si quiero tener un hijo, lo tendré, tu no eres mi guardián, sino mi hijo. Y nadie te ha dado derecho a que cuestiones mi vida.
Pat Junior miró fijamente a la mujer que más había querido en su vida y sacudió la cabeza, molesto por sus palabras. La rabia que mostraba, además de su secretismo, ya que trataba de ocultarle a él y a sus hermanos que estaba embarazada, le llegaron al corazón. Él no estaba molesto por lo que hubiera hecho, pero ella parecía no darse cuenta de eso. Él la quería, hiciera lo que hiciera.
Era la única mujer que realmente le había amado, que se había preocupado de él, que le había visitado en prisión y que le había ayudado a superar la muerte de su padre. Esa mujer había tenido dos hijos más con Lenny Brewster porque creyó que él le proporcionaría cierta seguridad a la familia, porque pensó que él cuidaría de ella, ella que había llegado a venderse por él y por sus hermanos. ¿Por qué entonces le costaba tanto trabajo entender que él la amaba más precisamente por eso? Todo lo que había hecho por ellos sólo servía para que la admirase más, no para que la despreciase. ¿Tan difícil era darse cuenta de eso?
Pat se acercó hasta ella, la abrazó y le dijo con tristeza:
– Por favor, mamá, sólo quiero ayudarte. Por mí puedes hacer lo que quieras, no te estoy juzgando, ni ninguno de nosotros lo hará. Lo único que quiero es que no lleves tú sola ese peso, pues no tienes por qué. Yo estoy aquí para ayudarte y haré lo que sea necesario, ¿te parece bien?
Lil le abrazó y notó la fuerza que emanaba su hijo. Sabía que sus palabras eran ciertas.
– ¿De quién es, madre?
Lil percibió el nerviosismo en su voz y se dio cuenta de que creía que se había quedado embarazada de Lenny. Pat ni tan siquiera podía pronunciar su nombre, pues resultaría gracioso de no ser tan trágico. ¿Acaso ella era tan estúpida como para eso? Aquello, una vez más, le hizo darse cuenta del concepto que tenían sus hijos de ella. Que su hijo mayor pudiera pensar que ella podría haberse ido a la cama con Lenny, después de lo que les había hecho a ellos, resultaba tan insultante que tuvo que contenerse para no darle un bofetón a su hijo. Sintió deseos de arañarle la cara, de arrancarle la piel y de herirle tanto como él le estaba hiriendo. ¿De verdad la consideraba tan poca cosa como para ser capaz de haber hecho algo así?
Apartó a Pat bruscamente. Trataba de controlar su furia, pero no sabía cuánto tiempo más podría hacerlo.
– Puedes estar seguro de que no es de Lenny -le dijo.
Pat jamás había visto a su madre hablarle en un tono tan frío. Se dio cuenta de que le había leído los pensamientos, pero no le respondió. De todas formas, no era necesario, pues, con su silencio, se lo estaba diciendo todo.
– No le habría concedido ni un minuto de mi vida, así que no comprendo que pienses que podría haberme ido a la cama con él.
Pat no sabía qué decirle, no sabía cómo poder enmendar las cosas. Sabía que Lenny era agua pasada, pero tenía que preguntarle forzosamente, máxime con lo sucedido en los últimos días.
– Yo no he dicho tal cosa, mamá. Además de que no me importa lo que hayas hecho.
Lil se echó sobre el respaldo del sillón de cuero que indicaba a todo aquel que entrara en su oficina que la persona que lo ocupaba era la jefa. Aquel sillón dejaba claro que ella era la dueña indiscutible de todo.
– ¿Qué quiere decir eso de lo que haya hechor1 ¿Qué es lo que he hecho?
Esas palabras le resultaron sumamente hirientes, pues parecían reafirmar su culpabilidad o su estupidez. Le hicieron sentirse responsable de algo que no sabía a ciencia cierta qué era.
– ¡Qué jodido puñetero eres! ¿Cómo te atreves a hablarme de ese modo?
Pat no respondió, pues se dio cuenta de que su madre necesitaba desahogarse. No había estado muy acertado al hacer ese comentario y comprendía que estuviera molesta.
– Hice lo que consideré mejor para la familia, pensando que así podríais tener una vida al margen de lo que se decía de nosotros después de la muerte de tu padre. No me quedó más remedio que hacerlo para protegeros. Tú padre no nos consideró los suficientemente buenos como para dejarnos algo, ¿lo sabías? No nos dejó absolutamente nada. Fue como si no hubiéramos existido. ¿No te das cuenta de que podrían haber acabado con nosotros? Si los hermanos Williams hubieran querido, nadie se lo habría impedido. Tenía que asegurarme de que estábamos protegidos y eso implicaba estar con Lenny. Él nos protegió, por sus propias razones y por sus propios intereses, lo admito, pero nos protegió. Estuvimos a punto de palmarla, muchacho. Mierda. Tú padre no nos dejó nada. Y ahora tú tienes la cara dura de reprochármelo, de juzgarme. ¿Qué esperas de mí? ¿Que aguante que me insultes tan impunemente sin que me defienda?
– Escucha, mamá. Lo único que quiero es ayudarte. Me importa un carajo quién sea el padre.
– No es eso. Tú tienes derecho a saberlo, pero también tienes la obligación de mostrarme un poco de respeto y preguntarme directamente, no insinuar. ¿Te das cuenta de la diferencia?
Patrick se dio cuenta de lo enfadada y cabreada que estaba su madre, pero no podía hacer nada para poner freno a su infelicidad. El sólo había dicho lo que pensaba y esperaba que su madre comprendiese su interés y su preocupación. Le había levantado la voz a su madre, pero eso no entraba dentro de sus planes. Lo único que había querido era una respuesta y pensaba sacársela costara lo que costara.
– Venga, mamá, dímelo de una vez. ¿Quién es el culpable? Dímelo porque a mí no se me ocurre ningún otro. Lo único que quiero es saberlo. Tú eres mi madre y creo que tengo cierta responsabilidad contigo y con el resto de la familia. Creo que mi obligación es cuidar de ti porque, sea quien sea ese puñetero cabrón, quiero estar seguro de que no te va a acosar. Nadie te ha visto salir con ningún tipo, y ni tan siquiera se oyen rumores al respecto. Por tanto, a no ser que quieras decírnoslo, ¿cómo se supone que lo vamos a saber? ¿Qué estás esperando? ¿A que nazca y lo veamos?
Lil no le respondió. Se limitó a mirarle con esos ojos grandes. Pat se sintió culpable por no haber sabido llevar bien la situación.
– No era ésa mi intención -dijo-. Puedes hacer lo que te dé la gana, pero eres mi madre y debes decirme lo que te pasa. Lo único que quiero es ayudarte y facilitarte las cosas. Si el tipo ése necesita que le lean la cartilla, puedo asegurarte de que así será.
Lil dejó de sentirse cabreada. De alguna manera podía comprenderle, pero ¿cómo podía explicarle que se había sentido tan avergonzada que no podía decirle que estaba embarazada de nuevo? ¿Por qué era siempre ella la que tenía que sufrir las consecuencias? A pesar de todo lo que había pasado en la vida, seguía siendo tan estúpida como para volverse a quedar preñada y, una vez más, de alguien que no tenía ni el más mínimo interés en ella. Si Jambo estaba dispuesto a hacer lo que ella le había pedido, era por el miedo que le tenía a sus hijos. Sin embargo, ellos no tenían por qué saberlo. Lance, pensara lo que pensara de él, siempre había sido el que la había defendido con más fervor y sabía que si alguien decía algo contra su madre, se estaba jugando el pellejo. Patrick, sin embargo, pensaba más parecido a ella de lo que creía, y comprendía, hasta cierto punto, claro, que su madre seguía siendo una mujer relativamente joven y necesitaba, no sólo del sexo, sino de algo de afecto, o la fingida ilusión de, al menos por unos minutos, sentirse querida y mimada por alguien, y no al contrario.
– Tenía dieciséis años cuando naciste tú, Patrick. ¿Puedes imaginar lo que es eso? Tuve cinco hijos tan deprisa que apenas me dio tiempo para darme cuenta de lo que eso significaba.
Se rió afablemente. Luego continuó hablando:
– Luego vinieron otros dos más, a los cuales quiero con toda mi alma a pesar de que son hijos de alguien que jamás fue consecuente con sus actos. Me dio dos hijos que nunca significaron nada para él. El mismo que tú has matado.
Se rió de su incongruencia al hablar, de toda la situación.
– Todos mis hijos son huérfanos y sus padres murieron asesinados. ¿Te das cuenta de lo irónico que resulta? Algún día los pequeños querrán saberlo todo, aunque no les importe un rábano. ¿Imaginas cómo me sentiré? Durante toda la vida la gente se ha aprovechado de mí, tú incluido. Tú y tus hermanos. Lo único que habéis hecho es pedir y pedir, porque eso es precisamente lo único que saben hacer los niños. Pedir y pedir más.
Lil encendió un cigarrillo y trató de relajarse para conceder a su hijo al menos un instante de sosiego. Comprender lo que les había sucedido significaría algo para ambos, si era sincera.
– No esperaba este bebé, Pat. Su padre es alguien al que yo deseé y que él me deseó. No es ninguna historia de amor, nada de eso, sólo dos personas que quisieron pasar un buen rato juntos. Ahora estoy embarazada de nuevo y, como soy católica, tener el hijo es la única solución que me queda. Lo mismo que me pasó con todos vosotros, pues jamás me resultó sencillo. No te estoy diciendo esto para que sientas lástima por mí, sino porque así son las cosas. Pero siempre traté de hacerlo lo mejor que pude.
Patrick negó con la cabeza, pero esta vez fue más por desesperación. Lil vio lo mucho que él se preocupaba de ella y se dio cuenta de lo afortunada que era de tenerlos a todos, salvo a Lance, al que no consideraba como hijo suyo. Pat le miró como la madre que era.
– He estado muy preocupado por ti, madre, eso es todo. Lo único que quiero es que seas feliz. Mereces serlo.
– No quiero ningún problema cuando llegue el momento. Yo te diré lo que quieras saber, bueno, casi todo, pero no quiero que le hagáis daño, ni que nadie le amenace. Fui yo la que estuve con él, Lil Diamond, no la esposa de Patrick Brodie, ni la puta de turno de Lenny Brewster, ni la madre de nadie. Por una vez en la vida fue sólo cosa mía.
Sonrió afablemente. Revelar su secreto le devolvió cierto aspecto juvenil al rostro, ya que se le borraron las arrugas y desapareció el miedo con cada palabra que pronunció.
– Una cosa más, hijo.
– Dime, mamá.
Lil le miró fijamente durante un largo instante, el suficiente para que él se diera cuenta de que estaba preocupada porque él le perdiera el respeto que sentía por ella. Esperó a que hablara, temiendo que fuera inoportuno. Sabía que en cuanto supiera el nombre del culpable, le daría lo suyo. En privado y con una pistola si era necesario.
– ¿Qué quieres decirme, mamá?
– Es negro, Patrick.
Lance estaba cobrando una deuda que se debía desde hacía muchos años. Era una deuda considerable, ya que ascendía a quince de los grandes. Patrick la había comprado por dos mil libras, pero sólo porque la persona que había prestado el dinero en primera instancia había utilizado todos los recursos posibles para cobrarla y no lo había conseguido. Ahora la deuda ascendía a diecisiete mil libras, puesto que no sólo había que recuperar el dinero prestado, sino el dinero empleado en adquirirla. Era una buena deuda, no sólo porque había sido barato comprarla, sino porque la persona que la debía era un pez gordo del norte de Londres que necesitaba que alguien le bajase los humos.
Lance quería demostrar quién era. Necesitaba dejarle claro a Pat que él también sabía hacer negocios por su cuenta, que también tenía su iniciativa y, lo más importante, que no quería que Patrick tuviera ningún trato con Donny Barker sin que él no estuviera presente.
Lance sabía que muchos le reprochaban que no hubiera estado presente cuando liquidaron a Lenny, muchos aseguraban incluso que recibió una fuerte reprimenda por ello. La gente no tenía conocimiento de los problemas de Kathleen porque él se había encargado de que así fuese.
Algunas personas habían hecho comentarios acerca de ella, pero él siempre se encargó de acallarlos. Aun así, nadie lo tenía en tanta consideración como a su hermano y estaba decidido a cambiar eso dándole a su imagen un nuevo impulso. Haría que la gente le respetase tanto como respetaban a su hermano.
Su hermano había sido muy afortunado en muchos aspectos. Al ser el hermano mayor le otorgaron las mayores responsabilidades desde que nació. Su madre siempre le había tratado con cariño, mientras que a él jamás se lo había manifestado. Lance estaba convencido de que mucha gente sabía que ella no le prestaba ni el más mínimo cuidado, que todo era un simulacro y que ni tan siquiera le hablaba a no ser que lo considerase estrictamente necesario.
Lance quería a Kathleen con el amor que le debería haber dado a su madre si ella se lo hubiera permitido. Kathleen, al igual que él, le provocaban inseguridad, le suscitaban el sentimiento de haberla jodido, lo cual, sin duda, era cierto, pues ella era de las personas que creían que podían elegir a sus hijos. Pues bien, estaba equivocada.
Su madre era la culpable de todo lo malo que les había sucedido y ni tan siquiera se atrevía a admitirlo. Y no sólo eso, sino que les responsabilizaba de ello a él y a Kathleen. Una vez más estaba embarazada. Estaba claro de que paría hijos como una coneja, sin la más mínima preocupación por lo que eso suponía. Ahora tendría otro bastardo y nadie sabía quién era el padre. Aún no lo había revelado, como si ellos no tuvieran derecho. Sus hermanas, Kathleen incluida, estaban muy entusiasmadas con el acontecimiento y se comportaban como si fuese un acto memorable. Ninguna de ellas se atrevía ni tan siquiera a preguntarle de quién era y esperaban ansiosas a que fuese ella quien lo dijese. Patrick no parecía ni molesto. Lo único que le interesaba era saber quién era el padre y que ella se encontrase bien. Al parecer no le molestaba que se hubiese quedado embarazada, que otro niño viniese al mundo sabiendo lo mala madre que era. Patrick se parecía mucho a ella. No le preocupaba un carajo lo que la gente pensase, ni el concepto de familia que tenían de ellos.
Pues bien, algún día se daría cuenta del daño que les había causado, y de eso se encargaría él. Lance sabía muchas cosas respecto a la familia, pero jamás había dicho nada, aunque eso podía cambiar a partir de ahora. Si el asunto salía a relucir, a él no le importaría lo más mínimo. No era la primera vez que él revelaba la información y tenía el presentimiento de que tampoco sería la última.
Donny Barker salía de su confortable casa. Lance se bajó del coche que había robado aquella misma noche, se puso a andar despreocupadamente por la calle y se aproximó al coche del viejete. Donny se encontraba solo, algo muy raro en su mundo, pero, al ver a Lance y reconocerlo, no sintió el más mínimo miedo e incluso llegó a sonreírle. Cualquiera que hubiera presenciado la escena habría pensado que eran viejos amigos. Sin embargo, si hubieran visto la mirada de Lance, se habrían dado cuenta de lo equivocados que estaban, pues era la viva imagen de una pesadilla.
Eileen y los tres hermanos pequeños estaban viendo la televisión, como de costumbre. Era sábado por la tarde y todos estaban acurrucados en el sofá viendo en la televisión el Equipo A.
Shamus, Colleen y Christy estaban más que acostumbrados a quedarse solos cuando su madre trabajaba. Resultaba extraño, pero desde muy pequeños habían aprendido que si ella no se dedicaba a sus chanchullos, sus vidas habrían sido mucho más difíciles.
Al contrario que sus otros hermanos, que habían sido tan afortunados como para tener un padre al menos durante un tiempo, ellos tres jamás habían conocido ningún tipo de seguridad. Ahora que el padre de Colleen y Christy estaba fuera de órbita, se daban cuenta de que no sentían ni la más mínima pena por él.
Lenny Brewster jamás había formado parte de su vida, por lo que su muerte no significó gran cosa para ellos. Habían oído rumores de todas las clases y, de vez en cuando, tenían noticias de él, pero nada del otro mundo. Eileen se dio cuenta sin ayuda de nadie y, al igual que sus dos hermanos más pequeños, lo aceptó tal cual.
Aún podía recordar la noche en que su padre había sido asesinado. Por muy niña que hubiera sido, aún recordaba algunos detalles con sorprendente claridad. Solía sucederle cuando menos lo esperaba y, sobre todo, cuando menos deseaba recordarlo. Pat Junior jamás había celebrado un cumpleaños desde entonces y no porque ellos no pusieron su empeño en ello. Su madre había intentado de todas las formas que eso volviese a ser un acto de celebración y no el aniversario de la muerte de su padre. Ahora, sin embargo, a ninguno le molestaba. A Patrick no le gustaba celebrar su cumpleaños y ellos, a medida que se hicieron mayores, también dejaron de celebrar el suyo. No obstante, ahora harían un esfuerzo por el pequeño Shamus, cuyo cumpleaños estaba muy cercano.
Eileen miró el reloj. Esperaría cinco minutos más y luego empezaría a arreglarse para salir. A pesar de tener sólo quince años, sabía que aparentaba ser mucho más mayor. También sabía que si no salía de vez en cuando de su casa, la locura de su hermana se le pegaría también a ella. Jamás tachaba de loca a su hermana en público, pero era libre de pensar lo que quisiera en privado y esa era la conclusión que sacaba, frecuentemente al menos.
Kathleen seguía metida en la cama, sin tomar nada sólido, ni hablar con nadie de lo que le sucedía. Eileen era su hermana gemela, pero aun así le resultaba imposible confiar en ella y contarle lo que sucedía en su interior.
Eileen vio que Colleen y Christopher murmuraban entre sí, de la misma manera que había hecho ella con su hermana Kathleen cuando pequeña.
– ¿Qué andáis murmurando? -les preguntó.
Colleen se rió nerviosa.
– Nada en especial. Sólo nos preguntábamos si Lance vendrá a casa pronto. ¿Sabes cuándo va a venir?
Era una pregunta normal, pues sabía que sus dos hermanos estaban preocupados por el regreso de Lance a casa.
Se sintió muy triste por él porque todos sabían que su madre, la mujer que les había dado a luz, no podía soportar estar en la misma habitación que él y eso le dolía. Lo peor que le podía pasar a uno en la vida es saber que tu madre no te quiere lo más mínimo. Lance llevaba años sabiéndolo, al igual que ella, que jamás se molestó en ocultarlo. Hasta sus dos hermanos más pequeños se habían percatado de ello.
– Lance es un hombretón y vendrá a casa cuando le apetezca.
Eileen se levantó y deambuló lentamente por la habitación. Pensaba salir esa noche y lo que menos le apetecía es que nadie tratara de acaparar su atención. No tenía un pelo de tonta y sabía que su familia podía explotar en cualquier momento.
Colleen y Christy esperaron hasta que se marchara para seguir riéndose con Shamus. Sabían dónde iba su hermana y quién le acompañaba. Resultaba extraño que el resto de la familia no tuviera ni la más mínima idea al respecto. Pero para ellos su hermana era una persona adulta que cumpliría los quince en unas semanas y sabían que si decían algo, no dudaría en darles una fuerte reprimenda.
Jimmy Brick y Spider estaban en un club privado de Caledonian Road, bebiendo cerveza negra y tanteándose el uno al otro. Ninguno de los dos sabía hasta qué punto el otro estaba al tanto de sus asuntos, lo cual era un dilema muy normal entre las personas de su mundo.
Mantener una conversación resultaba a veces sumamente difícil, ya que, a menos que estuvieras asociado con alguien o se te hubiera puesto al corriente sobre cierta persona, no resultaba conveniente hablar libremente por miedo a revelar alguna información que pudiera tener consecuencias irremediables. Spider y Jimmy hablaban de tiempos pasados, lo cual convertía el tema en algo aún más espinoso de lo normal. Jimmy había desaparecido de la escena durante muchos años y, para Spider, eso resultaba ciertamente preocupante. Jimmy, por su lado, sabía que Spider tenía su pequeña empresa, que era muy respetada por todos. También sabía que su viejo colega sospechaba de él debido a su larga ausencia, pero de ese tema no había hablado con nadie y no pensaba hacerlo hasta que no llegase el momento oportuno. Por ese motivo, cuando vieron a Pat entrar rodeado de sus muchachos, jóvenes como él que habían estado en chirona por algún tiempo y estaban dispuestos a trabajar para alguien de su misma edad, se sintieron sumamente contentos de verle.
Spider observó cómo Pat saludaba a algunas personas, estrechaba manos o daba algunas palmaditas en la espalda y admiró el don de gentes innato que tenía el chico. Al igual que su padre, sabía cómo tratar a la gente. Todo el mundo que trataba con él se daba cuenta de que contaba con esa ventaja.
Cuando Pat se sentó parecía estar cansado, pero esos dos hombres sabían de sobra que sería capaz de recuperar la compostura si era necesario. Sus nuevos guardaespaldas se apostaron en diferentes sitios de la barra. Spider se dio cuenta de que habían ocupado posiciones estratégicas, por si tenían que protegerle de distintos ángulos. Estaba impresionado. A no ser que fueras un experto, nadie se daba cuenta de ello. Eso le indicó que el muchacho estaba más protegido y más involucrado en asuntos turbios de lo que imaginaba.
– Siento haber llegado tarde, muchachos. Ha sido un día muy duro.
Ninguno de los dos respondió, ni se esperaba que lo hicieran.
– Jimmy, te necesito a mi lado. Imagino que ya sabes por qué.
Jimmy sonrió ligeramente, pero lo suficiente como para demostrar que estaba de acuerdo, como si supiera de verdad lo que estaba tramando.
Pat Junior sonrió y Spider notó, por primera vez, la amenaza que suponía. Había conocido a ese muchacho desde que nació y ahora que lo miraba se daba cuenta de que era una persona muy distinta a la que había visto crecer. Era una persona muy diferente de la que había salido de la cárcel, un joven afable y sonriente al que su propio hijo había visitado y considerado su amigo.
Pat ahora se había convertido en una persona sospechosa, alguien que no tenía el más mínimo escrúpulo en quitarse de encima a sus enemigos, que, al parecer, era todo aquel que le llevase la contraria.
– Voy a encargarme de que las cosas funcionen como antes. Brewster no hizo un mal trabajo, pero no se molestó en utilizar todas las ramas de la organización.
Pat miró a Jimmy de nuevo.
– Ya sabes que mi padre siempre estuvo al tanto de todo. Pues bien, Lenny no permitía que nadie de la empresa se entrometiera demasiado en sus asuntos, todo tenía que pasar por sus manos, y por eso resultó tan fácil quitarle de en medio y sobornar a los que él llamaba sus hombres.
Pat miró a Jimmy y éste tardó unos segundos en darse cuenta de que estaba despedido, que ya no lo necesitaba y que quería que se quitase de en medio hasta que él volviera a necesitar de sus servicios.
Spider vio la cara de sorpresa que se le ponía a Jimmy Brick y se dio cuenta de que sus sospechas sobre Pat no estaban infundadas. También sabía que Patrick Junior era un cabrón de mucho cuidado que no tenía miedo de nadie, ni de nada.
Jimmy se levantó de la mesa y se marchó sin pronunciar palabra, pero eso era algo que jamás olvidaría. Se sentía humillado y no trataba de ocultarlo.
Spider sonrió a Pat y él le devolvió la sonrisa con una mirada que denotaba que a él no se le podía ocultar nada. Se dio perfecta cuenta de lo que el muchacho quería y sabía que no podía oponerse a ello. Ese muchacho tenía ese don con el que todos soñaban: una confianza en sí mismo que resultaba tan preocupante para la gente que le rodeaba como natural para él. Miró a los muchachos que le rodeaban; todos eran jóvenes deseando abrirse camino. Se dio cuenta de que se había convertido en el rey del barrio. Había hecho nuevas amistades en la cárcel y las utilizaba con la precisión de un general del ejército.
Ese hombre era un peligro, y el hecho de no haberse dado cuenta de ello hasta entonces le preocupaba aún más.
Su hijo Mac se sentía tan unido a Pat como un hermano y Spider se preguntó si su hijo se había dado cuenta de lo peligrosa y precaria que podía ser esa amistad.
Lil estaba haciendo lo que su hijo le había pedido que hiciera y, aunque no era un trabajo duro, ni difícil, sabía que era importante para él porque necesitaba de alguien de su absoluta confianza.para llevarlo a cabo. Estaba revisando lo que Lenny había utilizado para adueñarse de todo y tenía que admitir que, al igual que su marido, no tenía ni la más mínima idea de cómo asegurar y garantizar sus principales negocios. Había dejado todo en manos de sus amigos, lo cual podía resultar astuto desde un punto de vista, pero no en otros. Ninguno de los dos, por ejemplo, había sido muy diestro en eso de sacarle dinero a un club, lo cual resultaba más sencillo que andar engañando a la Seguridad Social. Era un negocio más que rentable, ¿cómo no se le iba a sacar dinero? También aprendió, para su perjuicio, que si la persona moría, el resto de los socios que oficialmente eran propietarios del local padecían una especie de amnesia. Después de todo eran los propietarios reales, ¿verdad? Lo sabía mejor que nadie, pues le había ocurrido a ella.
Lil estaba haciendo una lista de las personas a las que pensaba despedir y las que seguirían trabajando. Tenía un don especial para los negocios, hasta su marido tuvo que reconocerlo, lo que pasa es que había nacido en una época equivocada durante la cual a las mujeres ni se les escuchaba, ni se les respetaba. Patrick, a pesar de haber confiado en su juicio, nunca se atrevió a dejarlo todo en sus manos. Lil pensó que debería olvidarlo todo, no pensar más en ello, pero, por mucho que lo intentaba, nunca lo lograba.
Se concentró en lo que tenía delante y, como siempre que tenía ocupada su mente, se relajó. No le costó trabajo desenmarañar el complicado sistema de Lenny, un sistema que, al final, resultó ser tan elemental que hasta un niño hubiera podido descifrar sin mayor dificultad. Una vez más sintió una oleada de desasosiego, producido por el trabajo y el embarazo. El club estaba tranquilo. Las primeras horas de la tarde no resultaban muy rentables para las cabareteras del Soho, por lo que no esperaba de momento a ninguna de ellas. Las que habían llegado más temprano probablemente estarían tratando de ocultarse de los proxenetas o los traficantes, que, a fin de cuentas, eran los que se llevaban su pasta. Eran unas cretinas y Lil sabía que no se darían cuenta de ello hasta que no fuese demasiado tarde para hacer algo al respecto.
La vida que llevaba no era del agrado de todo el mundo, Lil lo sabía, pero su sabiduría casi enciclopédica acerca de los clubes de alterne y su potencial financiero fueron dos cosas que su hijo había sabido valorar. Ella había abierto ese club y había trabajado en él, tanto de una cosa como de otra, y ahora estaba decidida a convertirlo en un verdadero negocio.
Cuando el reloj dio las siete y media, oyó que la puerta de su oficina se abría. Al ver a Ivana entrar en la habitación le entraron ganas de gritar, ya que siempre estaba tratando de acaparar su atención y eso la irritaba enormemente.
– ¿Qué deseas, Ivana? -le preguntó tratando de que su voz sonara lo más amistosa posible, pues, después de todo, esa chica le proporcionaba una pequeña fortuna.
– ¿Puedo preguntarte algo en privado, Lil?
Lil asintió con la cabeza, llevada por la curiosidad de saber qué le pasaba a la chica.
– Por supuesto que sí.
Esperaba que le soltase la cantinela de todas las cabareteras; es decir, que pensaba marcharse porque otro club le había ofrecido más dinero, que pensaba llevarse a sus clientes, cosas de ese estilo. Sabía que algunas de las chicas se citaban con los clientes fuera del club, cosa que comprendía y aceptaba sin poner trabas. No es que lo expresara abiertamente, pero sabía que las chicas no eran tontas y que eso suponía para ellas un dinero extra. Mientras que no sucediese con demasiada frecuencia y no surgieran problemas, Lil estaba dispuesta a pasarlo por alto. Los camorristas de los fines de semana eran los que más solían proponérselo a las chicas, y ella precisamente no los quería dentro. Reservar las mesas a los clientes más adinerados era más importante que una chica se ganara unas libras extra con uno de ellos.
Ivana aún no había dicho nada y Lil se estaba empezando a impacientar más de lo normal.
– Ivana, por favor, ¿te importaría regresar a este planeta?
La chica estaba muy nerviosa y Lil se preguntó qué habría hecho. Muchas de las chicas se encontraban a veces en situaciones ultrajantes por culpa de la naturaleza bestial de los hombres. Una vez que salían del local con un cliente podían ser de lo más vulnerables. Muchas chicas utilizaban un hotel barato que estaba en la avenida Shaftesbury. Estaba sólo a cinco minutos paseando, pero ellas iban en taxi porque la ley no permitía la prostitución en las calles y, mientras que no se les viera con los clientes, podían considerarse a salvo de la pasma. Una vez dentro del hotel las cosas no estaban tan claras. El hombre se podía poner desagradable, negarse a pagarle e incluso algunas habían sido asaltadas a punta de navaja, violadas por un grupo de amigos o vapuleadas por la sencilla razón de ser lo que eran. No había duda; era un juego bastante peligroso. Cuando Ivana se armó de valor para hablar, Lil no esperaba que dijera tal cosa. Fue tal su sorpresa que pensó que estaba soñando.
– ¿Qué has dicho? -volvió a preguntarle.
Ivana se pasó la lengua por los labios de forma un tanto lasciva y Lil tuvo que admitir una vez más que era una joven realmente bella.
– Habla de una vez -le dijo-. No tengo todo el puñetero día.
Ivana respiró profundamente y repitió con voz sosegada:
– Hay un hombre muerto en el sótano.
Lil suspiró pesadamente. ¿Por qué no la sorprendía?
– ¿Estás segura de eso, Ivana? -le preguntó Lil, que sabía que a la chica le gustaba la bebida más de la cuenta y pensó que podía ser efecto del alcohol.
– Por supuesto que sí. Bajé al sótano para ver si estaba Patrick.
Lil asintió. Todas las chicas iban detrás de él, y por algo más que por su atractivo. Ivana prosiguió:
– Y lo vi. Estaba muerto. Luego cerré la puerta y he subido aquí directamente. Tienes que cerrar la puerta, alguien puede bajar y verlo.
Lil miró a la chica de distinta forma. No estaba tratando de ganarse méritos, ni nada por el estilo, sólo parecía realmente preocupada porque alguien pudiera descubrirlo y empezar a causar problemas.
Lil asintió y luego le preguntó con suma tranquilidad:
– ¿Y has reconocido quién era?
Ivana negó con la cabeza vigorosamente.
– No, no le conozco. Es un negro.
Vio que Lil se ponía blanca como la cal y se acercó a toda prisa hasta ella. Lil notó en la voz que estaba verdaderamente preocupada por ella.
– ¿Te encuentras bien, Lil?
Se echó sobre el respaldo y trató de dibujar una sonrisa.
– De acuerdo, Ivana. Gracias por hacérmelo saber.
Ivana la miró a los ojos y Lil se vio a sí misma cuando era adolescente. Se dio cuenta de que eso era lo que le irritaba de ella.
– Escucha, Lil. No se lo he dicho a nadie, y no pienso hacerlo, pero no me trates como a una idiota. He subido para que lo supieras e hicieras algo al respecto.
Lil asintió e Ivana se dio cuenta del cansancio y la preocupación que había impresas en el rostro de aquella mujer. Siempre se había preguntado por qué Lil mostraba tanto desprecio por ella cuando ella la consideraba una mujer modelo.
– Lo sé, cariño. Me aseguraré de que te den algo por ese favor. -Yo no quiero nada, Lil. Lo único que quiero es seguir conservando mi trabajo. Me gusta.
Lil aún se sentía un poco débil, pero se las arregló para poder responder alegremente.
– Por supuesto, corazón. Todavía eres muy joven.
El detective Scanlon no estaba nada contento, sino todo lo contrario: echaba chispas. Cuando fue citado, pues sólo de esa forma podía calificarlo, se preguntó si aquello no sería una completa tomadura de pelo. Él no era una persona que soportara recibir órdenes, ya que sentía una repulsión innata por cualquier persona que se creyese con derecho a decirle lo que debía hacer.
Mientras estaba sentado en su coche, a las puertas del club del Soho, observando cómo la gente paseaba de un lado para otro, sintió de nuevo un brote de rabia por verse allí. Que un mierda como ése se creyera con derecho a decirle lo que debía de hacer le hizo ver lo mucho que habían cambiado las cosas en los últimos años.
Desde que comenzó en su oficio, siempre se había estado ganando un dinero extra pasando por alto algunos asuntos. A medida que transcurrieron los años siguió aceptando dinero porque había llegado a un punto en que lo necesitaba para mantener el estatus de vida que llevaba.
Nunca había tenido ningún problema, pero, ahora que lo citaban como si fuese un niño de escuela, por otro niño además, se dio cuenta de que las cosas se le iban a poner en su contra. Por un lado, imaginaba que a lo mejor lo llamaban para que realizase alguna labor que justificara el dinero que se había estado llevando durante ese tiempo, lo cual, de algún modo, resultaba hasta razonable. Es posible que hubiese llegado el momento de pagar, cosa que no deseaba en absoluto, pero el propietario de ese local le tenía pillado y eso le hacía lamentar lo que había estado haciendo todo ese tiempo.
Salió del coche, se despidió del sargento y caminó bajo la llovizna hasta que entró en el cálido club. La intensidad de la luz que había en el vestíbulo le cegó los ojos después de haber estado sentado en la oscuridad, armándose de valor. Sintió que los ojos se le ponían acuosos. Tosió nerviosamente al ver a una joven con poco pecho acercarse hasta él. Llevaba el traje ajustado, tenía el pelo largo y teñido y le sonreía amistosamente. Sentada sobre un taburete, detrás de un mostrador recién barnizado, daba la impresión de ser más importante de lo que era. Vio que el gorila de la puerta le miraba con una mirada que denotaba claramente que sabían quién era y a qué se dedicaba. Se sintió un poco avergonzado y le preguntó a la joven por Patrick Brodie. El portero le hizo un gesto con la cabeza y él le siguió a través del club, mirando a las chicas fumar y esperar la llegada de los clientes. Cruzó la sala de baile, donde una stripper estaba agachada, completamente desnuda. Acababa de terminar su número y estaba recogiendo la ropa que había tirado al suelo. La mujer ya no era ninguna jovencita. El espeso maquillaje que le daba ese aspecto glamuroso bajo las luces empezaba a desteñirse, pero miró a Scanlon como si fuese algo que se hubiera encontrado en el interior del zapato. Le hizo sentirse más ruin y traidor de lo que realmente era. Aquel lugar olía que daba asco y se fijó en los hombres que estaban sentados alrededor de la sala de baile. Tenían el aspecto de los hombres que pagan por tener una mujer a su lado, y eso podía percibirse lauto en sus ajustados trajes como en los gastados maletines que sus esposas e hijos, que por cierto no tenían ni idea de dónde pasaban su tiempo libre, les habían regalado.
Una canción de rock sonó a través de los altavoces anunciando a la siguiente stripper. Cuando la joven pasó a su lado, notó su olor a sudor rancio y caramelos de menta.
Llegaron a la parte trasera del club y, cuando bajaron las escaleras que conducían hasta el sótano, se sintió mareado. La bilis se le vino a la boca, quemándole la garganta, pero se la tragó como pudo. Estaba a punto de darle un ataque de nervios y, cuando por fin tocó el suelo, se dio cuenta de que había tocado fondo, literalmente hablando.
Pat Brodie estaba sentado en una mesa, tomando un brandy. Scanlon se sorprendió de ver el aspecto tan viril del muchacho y asintió ligeramente en señal de saludo, pero no recibió respuesta alguna. Pat le miró fijamente y, después de lo que pareció una eternidad, señaló un bulto que había en un rincón y le dijo:
– Todo tuyo.
Después de mirarlo detenidamente, Scanlon se dio cuenta de que era el cuerpo de un hombre muerto.
– Deja de ser tan tonta, Kath, y levántate para salir conmigo.
Eileen notó el tono molesto de su propia voz y trató de calmarse, a pesar del sentimiento de desesperación que su hermana le provocaba.
Kathleen era su viva imagen, era como mirarse al espejo, pero carecía de vida por completo. Siempre había estado mal, pero últimamente parecía haber empeorado ostensiblemente. Su aspecto lo decía todo y tenía enormes ojeras. Resultaba desalentador verla.
– No me apetece nada salir, ¿vale?
Eileen apretó los dientes y dibujó una sonrisa como pudo.
– Venga, vamos, Kath. Seguro que te lo pasarás bien. Va a tocar un grupo que se llama los Flanagan's Speakeasy y todas mis amigas van a ir a verlos. Es en el Parking, por lo que no tenemos que preocuparnos de que los muchachos nos molesten.
– Te he dicho que no quiero ir, ¿de acuerdo?
– ¡Pues vas a ir!
Eileen se levantó, tiró de las mantas y sacó a la fuerza a su hermana de la cama. Kathleen se quedó sentada en la cama e intentó arroparse con las mantas de nuevo, pero Eileen se lo impidió y ambas empezaron a tirar de ellas. Se dio cuenta de que Kathleen se había visto en el espejo de la cómoda. Dejó caer las sábanas y se miró a sí misma. Eileen observó a su hermana durante unos segundos, preguntándose qué iba hacer ahora. Tenía los ojos hundidos y le miraba como si jamás la hubiese visto en la vida.
Luego se inclinó hacia delante y, volviendo a coger las mantas, la arropó de nuevo.
– Escúchame, Kath. Tú no estás bien y yo no sé qué puedo hacer para ayudarte. Yo te quiero, como hermana mía que eres, y me gustaría que volvieras a ser la de antes…
Kathleen no le respondió. El silencio de la habitación se hizo tenso a la espera de una respuesta.
– Dime qué te pasa. Soy tu hermana, si no hablas conmigo, ¿con quién vas a hablar?
La voz de Eileen sonaba desesperada. Temía que esa depresión fuese a mayor, pues ya tenía miedo hasta de ver la luz del día.
Dado que eran gemelas, le aterrorizaba pensar que ella pudiera contagiarse. Nadie parecía preocuparse lo más mínimo y todos Ungían que no era tan grave como parecía.
– Por favor, Kath, habla conmigo…
Kathleen se levantó, agarró a su hermana por el cuello y le dijo:
– ¿Te importaría irte a tomar por el culo y dejarme en paz de una vez? Siempre estás con lo mismo. Eres como un disco rayado. Que nos parezcamos no significa que tengamos nada en común. Así que te ruego que me dejes en paz o te haré daño de verdad…
Kathleen apartó a su hermana bruscamente de su lado, cogió las mantas y se las volvió a echar por encima. Luego añadió:
– Y cierra la puerta cuando salgas.
Eileen salía de la habitación cuando vio que su madre subía las escaleras.
– ¿Qué es ese ruido? -preguntó Lil.
Eileen empezó a llorar desconsoladamente.
– Se ha vuelto loca, mamá. ¿Qué le pasa? Lo único que quiero es ayudarla…
Se echó a los brazos de su madre y Lil la abrazó con ternura. Luego, besándole el pelo, le dijo:
– Es una niña muy extraña y no sé qué hacer con ella. El doctor la vio la semana pasada y dice que es una depresión. Ahora toma Valium y no hace más que dormir. No sé qué más podemos hacer por ella.
– Necesita ayuda, mamá. Más de la que le estamos dando…
La puerta del dormitorio se abrió y Kathleen apareció por ella. Tenía el camisón manchado de té, los pies y las uñas de los dedos sumamente sucios.
– ¿Qué pasa, Eileen? ¿Ahora quieres que me metan en el manicomio?
– ¿De qué estás hablando? Yo nunca he dicho una cosa así.
– No pienso ir a ningún lado. Intenta que me lleven a ese sitio y verás cómo me suicido. Te juro que lo haré.
Lil se acercó hasta ella, la sacudió ligeramente y le dijo:
– ¿Qué estás diciendo? Nadie ha dicho nada de llevarte a ningún sitio. Pero no estás bien, y si no te das cuenta de ello, entonces quizá debas hacerlo.
Kathleen se rió al escucharla.
– Me ponéis enferma. Sois todos una pandilla de asesinos lunáticos y, por lo visto, yo soy la única que tiene problemas.
Eileen miró a su hermana y luego empezó a bajar lentamente las escaleras.
– Déjala, mamá. Qué haga lo que quiera.
Cuando llegó a la planta baja añadió:
– De paso, señorita. A ver si se te ocurre mirarte y olerte y usas el cuarto de baño.
– Tiene razón, Kath. Tienes un aspecto horrible.
Lil trató de poner una voz risueña, tratando de calmar la situación.
Kathleen cerró la puerta del dormitorio de un portazo y Eileen la del salón. Lil se quedó en el descansillo, preguntándose con cuál de sus hijas debería hablar primero.
Donny Barker era un hombre de pocas palabras. También era una persona que, cuando se cabreaba, era capaz de abrirle a alguien la cabeza, rajarle la cara y, en algunos casos, hasta el estómago.
Era un hombre sumamente violento, con una reputación de eliminar a todo el que se pusiera por medio. El norte de Londres no era la zona más idónea para nadie que tuviera algo pendiente con él. Le gustaba el fútbol, las peleas, el curry y pasar el día con su madre, justo en ese orden. Él no tenía tiempo para mujeres, ni para hombres tampoco. Donny era una anomalía para todo aquél que le conociese, y sólo se mostraba algo amable con su madre. Era una mujer pequeña, con cara de pájaro, que se llamaba Vera. Siempre hablaba con una voz alta y tosía como un camionero de tanto fumar. Donny besaba el suelo que pisaba y ella también le veneraba.
Cuando se sentó en el porche de la casa de su madre, miró las fotografías que le rodeaban, el tapete que había en la mesa, los respaldos de ganchillo y suspiró de alegría. Lance Brodie era un bicho raro, lo había oído comentar en muchas ocasiones, pero, como eso mismo decían de él, sintió hasta algo de simpatía por el muchacho. También le había agradado su forma de acercarse y, sin duda, se quedó impresionado con su forma de comportarse. Podía trabajar para él, estaba convencido de ello. Al contrario que sus otros guardaespaldas, no le miró como si fuese un bicho extraño. Luego estuvo pensando mucho tiempo en la proposición que le había hecho y se dio cuenta de que no le quedaba más remedio que aceptarla. Al menos de momento.
– ¿Quién coño es? -preguntó Scanlon temblando de pies a cabeza.
Parecía surrealista. Todo lo que le estaba sucediendo aquella tarde era surrealista, como un mal sueño del que ya no iba a despertar. De hecho, se dio cuenta de que su vida iba a cambiar por completo.
– ¿Quién coño eres tú para hacer esas preguntas? ¿Acaso eres de la policía?
Todo el mundo se rió.
Scanlon notó que se le estaba soltando las tripas y se dio cuenta de que el viejo dicho tenía mucho de verdad: uno podía cagarse, literalmente, de miedo.
– ¿Qué quieres de mí? -preguntó.
Patrick dio un sorbo a la copa de brandy y les hizo una señal a sus hombres para que salieran de la oficina. Luego le hizo otra señal a Scanlon para que se acercara a la mesa y le dijo:
– Siéntate y cierra el pico. No se te paga para que hagas preguntas, sino para que no me las hagan a mí.
Scanlon se sentó aliviado, pues se sentía incapaz de sostenerse sobre sus piernas.
Patrick lo vio encogido en la silla y le encantó verlo tan derrotado, pues había oído hablar mucho de él durante todos estos años. Era un chulo que se las daba de bravucón y acosaba a todo el mundo. Se sabía que incluso alardeaba de sus contactos dentro del mundo de la delincuencia. Pues bien, a partir de ahora lo tendría en el bolsillo para siempre.
Los polis corruptos solían salir librados de muchos asuntos. Como cualquier otro sistema, ellos cuidaban los unos de los otros, lo cual le parecía más que razonable. Pat sabía que a ellos no les interesaba que se supiese hasta qué punto estaban corrompidos, además de que la desaparición de un cuerpo era algo ya tan serio que ni ellos se libraban de ir a la cárcel por ello.
– Se llama Jasper y le hemos dado lo que se merecía, eso es lo único que debes saber. Hace mucho tiempo él eliminó a una persona muy vinculada a mi padre y, por eso, ha terminado ahí como le ves. Es algo que suele sucederles a las personas que me molestan.
Scanlon rro4e respondió, pues no estaba seguro de qué poder decir.
– Lo hemos torturado, apuñalado y sacrificado de un disparo. El disparo sobraba, pero me gusta el estilo americano y siempre remato a mis víctimas.
Scanlon escuchaba, pero era incapaz de asimilar nada.
– Quiero que saques el cuerpo con mis hombres y luego te libres de él.
Scanlon sabía que esperaba una respuesta, pero no sabía cuál darle. ¿Qué podía decir ante una sugerencia tan ultrajante?
– Un coche patrulla puede ir a cualquier sitio, ¿no es cierto? Por tanto, quiero que cojas uno y lo pongas en la parte trasera del club a eso de la medianoche. Sé que los utilizas para tu propio beneficio. Nosotros incluso le llamamos el servicio privado de taxis de Scanlon. Así que imagino que no te será un inconveniente llamar a uno y librarte de Jasper, o el Rastafari ambulante, que es como todos le llamaban. Una vez que lo hayas hecho, podremos mantener una relación más cordial.
Scanlon estaba metido en un aprieto y se daba cuenta de ello.
– Tú trabajaste para mi padre cuando empezaste en el oficio y ahora te necesito para que me localices a algunas personas y descubras algunas cosas que pueden ser relevantes para mi investigación. Necesito un poco de ayuda por tu parte y, cuando me la hayas dado, podrás marcharte como si nada de esto hubiera sucedido. Pero si tratas de jugármela, te aseguro que te aniquilo.
Scanlon no le respondió. Podía escuchar la música que venía de la planta de arriba y se dio cuenta de que sonaba una canción que siempre le había gustado. El sonido de My gang de Gary Glitter le resonaba en la cabeza mientras se veía allí, sentado y asintiendo como un idiota.
– Pues venga, muévete, capullo, y pide un coche policial.
Lance, como siempre, estaba solo. A él le gustaba trabajar solo y le agradecía a su hermano que lo comprendiera. Paseaba por el Soho, como de costumbre, pues le gustaba pasear de noche, mirar a la gente y ver lo diferentes que podían ser sus vidas. Paseaba en completo anonimato, ésa era una de sus ventajas y nadie parecía prestarle la menor atención. Esa era una de las razones por las que se había mostrado tan agresivo cuando era un niño. Pat Junior, en cambio, siempre se había hecho notar y todos le miraban y escuchaban; era una cualidad innata en él, por eso no le suponía el más mínimo esfuerzo. Le envidiaba por ello, aunque también se alegraba de que él pudiera mezclarse con la gente sin ser notado. Era un círculo vicioso. Ahora iba de regreso al club, para encontrarse precisamente con él.
Cuando entró vio que el portero hablaba entretenidamente con una de las chicas, una joven pelirroja, con la permanente muy mal hecha y tan lisa como una tabla.
– ¿Tú eres el que vigilas la puerta o qué? -le dijo Lance.
Keith Munroe se dio la vuelta y vio a Lance, pero también vio a una de las chicas que se dedicaban a captar clientes, una rubia iraní que llevaba un impermeable barato y una sonrisa desdentada. Acompañándola había dos hombres de raza árabe que estaban muy nerviosos por el curso que habían tomado los acontecimientos aquella noche.
La chica se encogió de hombros al ver a Lance y le dijo que él no tenía culpa ninguna, ya que temía que le echaran la bronca por ello.
Munroe se acercó hasta ellos, todo sonrisas y camaradería. La chica les habló en árabe a los hombres y ellos asintieron sonriendo. Abrieron la cartera y pagaron las diez libras que costaba la entrada. Una vez que la recepcionista los hizo pasar a la sala, Lance se dirigió a ellos y les dijo:
– Sois un par de gilipollas los dos. Ni tan siquiera le habéis mirado la cartera. ¿Cómo le van a pasar la factura si no saben qué tarjeta llevan?
Normalmente, cuando la entrada se abonaba, el portero se fijaba en la cartera para ver si los clientes llevaban dinero al contado o alguna tarjeta. Luego anotaba en un papel el estado financiero en que se encontraba, la recepcionista pasaba esa información a la encargada y ella se encargaba de cobrarle.
Esa información era de suma importancia, pues de ella dependía la cantidad que pondrían en la factura. Era la forma de actuar de casi todos los clubes. Las chicas, una vez que sabían la pasta que llevaba el cliente, se hacían una idea de lo que podían sacarle. Ella podía exigir un cava de mejor calidad o una caja de cigarrillos extra. Solían contener cincuenta cigarrillos y se les regalaba a las chicas como comisión por haber captado al cliente. Si el cliente no tenía dinero para pagarse un rato con ellas, al menos ya le sacaban algo.
Keith Munroe estaba avergonzado. No es que le diera miedo Lance, ya que él también era un tipo duro de pelar, pero era el hermano de Pat Brodie quien le había reprendido y todo por una puta que sólo intentaba captar clientes. Trató de sonreír y, yendo hacia la puerta, le dijo:
– Lo siento, Lance. Me había distraído con un chochito. Bueno, tú ya sabes lo que es eso.
Lance se dio cuenta de que era una indirecta dirigida específicamente a él. Se la guardó para el futuro. Luego entró en el club, mirando a todas las personas que había dentro y se dio cuenta de que nadie le prestó el más mínimo cuidado. Y las chicas aún menos. Sabía que si le miraban sospechosamente, les causaría problemas. Las putas se acostaban con cualquiera que pudiera pagarles y, en ciertas situaciones, para sacar algún provecho de alguien. Lo lógico es que se le echaran encima como moscas, no que le evitasen, por eso las detestaba. Todas le miraban por encima del hombro cuando debería ser él quien las escogiese. La encargada le saludó respetuosamente y él le devolvió el saludo. Al menos ella sabía cuál era su sitio y sabía reconocer quién era importante y quién no.
Lance vio una mesa con una botella vacía de cava y un cliente que parecía muy enfadado. La chica que estaba sentada a su lado tenía los brazos cruzados y un cigarrillo colgando en la boca. Lance se detuvo y preguntó:
– ¿Va todo bien?
El hombre negó con la cabeza y Lance vio que miraba de mala manera a la chica. Era una chica muy joven, con los ojos verdes y el pelo rubio, pero muy mal cortado. No había duda de que era una novata y hasta él sintió lástima por ella.
– ¿Cuál es el problema? -preguntó.
El hombre era un calculador. Llevaba puesto un traje a rayas, una camisa cara y un reloj barato. Se podía ver con claridad que había bebido más cava que la chica, lo cual era lógico, pues para eso se les pagaba, y estaba de un humor de perros.
– Le he hecho una pregunta -dijo Lance respetuosamente, pero con autoridad.
– Quiero marcharme y no quiere venir conmigo. ¿Para qué coño he venido a este sitio si voy a dormir solo?
Lance miró a la chica, enarcó la ceja y le dijo:
– ¿Y cuál es el problema?
La chica estaba totalmente aterrorizada y el cliente se dio cuenta de ello.» _-Venga, díselo -dijo el cliente.
Lance le señaló con el dedo y eso fue más que suficiente para que cerrara la boca.
– Venga, dime cuál es el problema.
Todos estaban observando y la chica se percató de ello. Las tilicas estaban de pie, alrededor de la sala de baile, como una bandada de pájaros exóticos. Aquello era algo que les afectaba a todas y se daban cuenta de ello.
Lance no se había percatado de ellas, ya que miraba al cliente y su arrogancia. La falta de respeto que le mostraba empezaba a molestarle más de la cuenta. La chica era muy joven y estaba sumamente nerviosa.
– No puedo irme con él hasta que no consuma tres botellas… Son las normas, pero al parecer no quiere entenderlo.
La chica señaló el cubo de hielo, sostuvo la botella y Lance vio que estaba vacía. El hielo también se había derretido, lo que significaba que llevaba más rato de lo normal sin consumir.
Lance se dio la vuelta para mirarle.
– Si usted tiene prisa, señor, le podemos poner las botellas en una bolsa y usted se las lleva al hotel. Pero la chica tiene razón. Hay que consumir tres botellas o ella se quedará aquí.
El hombre empezaba a armarse de valor, pero en ese momento vio que se acercaba otro hombre el doble de grande y se dio cuenta de que estaba en un verdadero aprieto.
– ¿Cuál es el problema, Lance? -preguntó.
La voz de Pat sonaba amistosa, pero el hombre se percató del tono subyacente que escondía la pregunta. Sabía que le estaba pidiendo que no le hiciera ningún daño, pues estaban en presencia de más público. No sabía cómo se había dado cuenta de ello, pero el caso es que así fue. Probablemente se debía a la experiencia, pues era de esos hombres que siempre estaban buscando sexo rápido.
La chica estaba cabizbaja, ya que no podía mirar a nadie más que a ellos.
– Este hombre está tratando de timarnos. Quiere irse con la chica, pero no quiere pagar por la bebida. Lo único que intento es que comprenda la situación, explicarle cómo funciona el club. Supongo que no necesitaré explicarle que no somos una agencia de caridad que recoge dinero para un montón de gilipollas como él.
Patrick sabía que Lance estaba pasando por uno de sus malos momentos. Últimamente tenía la mosca detrás de la oreja y nada le parecería del todo bien hasta que no se hubiera desahogado con alguien. El hombre no parecía darse cuenta de que su vida corría peligro si continuaba llevándole la contraria al hombre que le sonreía tan amistosamente. Tenía que tratar de solucionar la situación y calmar a Lance.
– Págale a la chica y págale ya -le dijo Pat.
El cliente miró a los dos hermanos alternativamente y luego sacó la cartera. Mirando a Patrick, le dijo:
– Por supuesto. ¿Cuánto es?
Lo dijo como si jamás hubiera tratado de timar a la joven.
– Cuarenta libras.
El hombre le dio dos billetes de veinte a la chica y se levantó de la mesa todo lo aprisa que pudo, sin que pareciera que estaba huyendo.
– Y ahora paga la botella en la recepción. Aceptan dinero o tarjetas. Y un consejo: no vengas más.
No tuvieron que decírselo dos veces. Cuando se levantó de la silla, Lance lo cogió del hombro y lo arrastró literalmente fuera del club, pasándolo por delante de las chicas y empujándolo a la acera. Cuando estaba en el suelo le propinó una patada en los riñones.
Cuando entró de nuevo, Patrick negó con la cabeza. Estaba perplejo.
– No vuelvas a pegar a un cliente en la calle. ¿Qué pretendes? ¿Traer a la bofia? ¿Y qué pasa con la factura? ¿Quién va a pagar por la botella de cava que se ha tomado?
Pat le pegó en la cara y trató de calmarlo, para que le quedara claro que no estaba dispuesto a permitir que le causara más problemas.
Lance se dio la vuelta y miró al portero. Tenía ganas de pelearse con alguien y todo el mundo se daba cuenta de eso.
– Tú eres quien tenía que haber solucionado esto. Tú eres el encargado de vigilar las mesas.
Keith había soportado más de lo que era capaz. Aunque Lance fuera alguien importante en el club, estaba harto de que lo tratase como a una mierda.
– Eso es trabajo de la encargada, Lance. Lamento que intentes dejarme como un gilipollas, pero quiero que sepas que yo obedezco órdenes de tu hermano, no de ti.
Pat se puso en medio de los dos, pero Lance no pensaba olvidarlo y se la guardaría. Ya llegaría el momento de ajustarle las cuentas.
– ¿Qué coño os pasa a vosotros dos?
Pat empujó a Lance hacia las escaleras y no le quitó ojo mientras subían las escaleras que conducían hasta la oficina. Una vez allí cerró la puerta y se encaró a su hermano como nunca antes lo había hecho.
– ¿Qué coño te traes, Lance? ¿Se te ha ido la olla o qué?
– ¿Y qué pasa contigo? Estaba tratando de que no perdiéramos dinero. Ese gilipollas se pasa el día de palique con las chavalas y no atiende su trabajo.
Pat levantó la mano, haciendo un gesto para que guardara silencio.
– No le digas a nadie lo que tiene que hacer, a menos que yo te lo diga expresamente, ¿me comprendes, Lance? Aquí yo soy el jefe, y eso te incluye a ti también. Keith sabe hacer su trabajo y los Munroes son una gente de puta madre. Si te peleas con él, vendrán los demás a buscarte y en este momento no puedo permitirme semejante cosa. Así que cierra el pico y no te quejes cuando no hay motivos.
Lance no le respondió. Permanecía de pie, mirándole fijamente. Su cara, como siempre, carecía de expresión alguna, salvo cuando mostraba malestar o disgusto.
Pat se preguntaba a menudo si Lance vivía en su mismo planeta. Lance era su hermano y le apreciaba como tal, pero era un bala perdida y, lo peor de todo, carecía de sentimientos. Salvo cuando se trataba de Kathleen, claro. Era la única persona capaz de inspirarle algo. Era lo único que le salvaba, el único motivo por el que ya le había perdonado en varias ocasiones. Debería darse cuenta de ello.
– Cuéntame, ¿qué ha pasado con Donny?
– Nada. Manso como un corderito. Ya ha devuelto todo el dinero.
– Bueno, ¿y dónde está?
Lance se encogió de hombros, como si estuviera hablando con un memo, alguien sin la más mínima inteligencia. Pat tuvo que contenerse para no matar a su hermano allí mismo.
– Lo he metido en la caja, por supuesto.
Pat asintió. Sabía que si Lance conocía la combinación, entonces lo fisgonearía todo. Tomó nota para que no se le olvidase cambiarla.
– Vamos, Lil, come algo.
– No puedo, Janie. Me siento como una auténtica mierda.
Las dos se rieron.
– Tienes hasta pinta de eso -dijo Janie en tono de broma.
– Estoy un poco mareada.
– Bueno, eso es lo que los niños producen. Yo siempre me he puesto como una perra cuando estaba preñada de los míos.
Janie se sentó a su lado en la mesa de la cocina y luego encendió un cigarrillo.
– Imagino que no podrías ni creértelo, ¿verdad que no?
Lil se rió y su cara, por un instante, pareció rejuvenecer.
– ¡Vaya suerte la mía! -dijo Lil-. Mira que quedarme embarazada a mi edad.
– Míralo por el lado positivo, Lil. Puede que este niño sea el que te cuide cuando seas vieja. Hace muchos años, si una mujer se quedaba embarazada a tu edad, lo consideraban una bendición, pues siempre eran ésos los únicos hijos que luego te cuidaban.
Lil suspiró de nuevo.
– No creo que eso ocurra conmigo, Janie. Los niños de hoy en día no tienen aguante ninguno. Sólo piensan en ellos, nada más.
Janie se encogió de hombros.
– Bueno, no creo que te puedas quejar de los tuyos. Por lo que veo, tú eres su prioridad.
No le respondió. Se sirvió otra taza de té, le dio un sorbo y miró alrededor. La casa tenía un aspecto que no había tenido en años. Tenía una nueva nevera, una nueva lavadora e incluso un lavaplatos. Annie estaba entusiasmada con las novedades, incluso parecía disfrutarlo más que ella. Su madre estaba en su ambiente, una vez más se estaba ocupando de todo y eso se le había subido a la cabeza. A veces, incluso iba al bingo con las amigas y presumía de ello. Muchas mujeres que antes no le dirigían ni la palabra ahora la paraban por la calle para saludarla, pero se debía sólo a que su nieto había vuelto y estaba de nuevo en las calles.
Pat era un buen muchacho, aunque tuvo que pensárselo un poco. Hasta que Lil no vio el cuerpo de Jasper con sus propios ojos, pensó que el tipo que estaba muerto era el pobre Jambo.
Había habido demasiadas muertes en los últimos tiempos y eso empezaba a preocuparle, a pesar de que casi todas ellas habían sido estrictamente necesarias para que la familia sobreviviera. Ese fue el legado que les dejó Pat, a ella y a sus hijos. Su empeño por trabajar solo y ser la única persona que supiera ciertas cosas fue el motivo de su muerte. Las personas se habían agrupado para conspirar en su contra, pues solos jamás se habrían atrevido a ello. Sus hijos lo sabían, especialmente Pat, que a base de sonsacar a sus compañeros de prisión se enteró casi de todo. Él se parecía a su padre en algo más que el físico.
A nadie le molestó que sus hijos recuperaran lo que consideraban suyo y nadie les culpaba después de ver cómo habían sido tratados durante tantos años. Habían presenciado cómo otros se hacían ricos con lo que se suponía que era su herencia, y fueron tratados como ciudadanos de segunda clase al saber lo mucho que a ella le costaba vestirlos y darles de comer.
A veces se sentía mal. Conocía a sus hijos y, hasta Lance intentaba contentarla como podía, pero ninguno parecía darse cuenta de que para ella ya nada sería lo mismo. También reconoció que esa era la excusa que ellos empleaban para justificar el odio y la rabia que sentían.
Es posible que incluso ellos creyeran que lo hacían por ella, pero ella sabía-, y también ellos -sólo que en lo más recóndito de su corazón-, que en realidad lo hacían por sí mismos y no por nadie más. Era una buena razón para justificar todos esos acontecimientos tan macabros que habían tenido lugar recientemente, también sabía que los defendería hasta la muerte y, si llegaba el momento y hacía falta, incluso mentiría en un juicio aunque estuviera bajo juramento o con una pistola encañonándole. Esperaba, no obstante, que ese momento no llegara nunca. Si lo hacía, esperaba que al menos no la cogiera por sorpresa.
Su madre siempre le había dicho que ellos serían lo que Dios quería que fuesen, pero ahora pensaba que posiblemente ella habría desempeñado un papel muy importante. Por supuesto, sin intención, pero a base de errores que ella había cometido y cuyas consecuencias recayeron sobre ellos.
No había duda, ella los había creado. Con la ayuda de su madre, había creado a dos hombres que eran tan peligrosos como enigmáticos.
Hasta Ivana había caído en sus redes. Como cualquier mujer que fuese tan estúpida como para mezclarse con ellos, creía estar de suerte. A veces había pensado en advertírselo, pero seguro que sería inútil, no la escucharía. No más de lo que ella habría escuchado a alguien que le hubiera advertido acerca de Pat. La historia tiene la mala costumbre de repetirse.
Spider escuchaba atentamente a los hombres que le rodeaban. Sabía que casi todos ellos se preguntaban por qué no había intentado hacer algo para evitar que Pat se apropiara del West End. Spider era conocido por no hablar de nada hasta que a él no se le antojara, por eso a nadie le resultó extraño que pasara por alto las indirectas que le habían tirado.
Miró a los muchachos. La mayoría eran jóvenes que se querían abrir paso y estaban aprendiendo el oficio en su barrio. Sin embargo, sabía que alguno de ellos estaría trabajando a sueldo para Brodie Junior, puede que incluso más de uno. No lo sabía porque tuviera la plena certeza de ello, sino porque lo consideraba algo natural. Pat estaba en todos lados y no había chanchullo en donde él no tuviera participación.
Spider sabía que Pat había regresado para vencer. Las personas con las que había compartido celda habían conocido su potencial y hasta el mismo Spider tuvo que reconocerlo. Era un tipo muy astuto para los negocios, que siempre sabía cómo conseguir lo máximo con la ley del mínimo esfuerzo. También gozaba de una reputación más respetable incluso que la de su padre.
No es que le hubiera ofendido personalmente, fue la forma en que regresó y se comportó como el hijo pródigo. Le agradeció la ayuda que le había prestado a la familia durante todos esos años y luego se desentendió de él. Le dijo las palabras adecuadas, pero Spider sabía que no hablaba sinceramente. Sin embargo, su hijo y él estaban más unidos que nunca y, en ocasiones, se preguntaba si su amistad con su hijo no era la razón de que él estuviera vivo. Si había algo que Spider sabía con certeza es que si Patrick decidía eliminarlo, no tardaría en hacerlo.
Spider era realista, sabía en el mundo que se movía y que todos tenían una fecha de caducidad, hasta el mismo Pat Junior. Era la ley de la calle. Si no te comías una condena de muchos años, algún cabrón aparecía y te quitaba de en medio. Las personas de su mundo rara vez morían en la cama, pues cada generación atropellaba a la anterior y, por lo que había oído, a Pat se lo habían puesto en bandeja.
Miró cómo su hijo se hacía un porro. Estaba convencido de que él había entregado Jasper a Pat y lo respetaba por ello, pero lo que no comprendía es por qué ninguno de sus hijos le comentó nada al respecto. Se había enterado por uno de sus muchachos, al que tuvo que sacarle la información como si él fuese un chismoso. Luego no sucedió nada más en muchos meses y todo el mundo se relajó, salvo él. Sabía que Pat era como su padre; ese tipo de personas que le gusta saborear la venganza. Si eso implicaba esperar diez años, no importaba. Siempre esperaba que la persona en cuestión se sintiera segura y a salvo, para luego regocijarse demostrándole lo equivocado que estaba. Ése era el verdadero poder de la venganza: coger a la persona cuando menos lo esperase.
Su hijo había estado involucrado en todo ese asunto y, sin embargo, no se lo había mencionado a su padre. Se sentía como un intruso y lo estaban tratando como a un don nadie. La mayor cantidad de dinero que ganaban sus hijos procedía de la hierba, ya que era prácticamente lo único a lo que se dedicaban y lo que más les seducía. Se pasaban el día entero ciegos y le sacaban de quicio.
Vio a Jimmy Brick entrar y esperó unos minutos antes de reunirse con él. Ambos estaban en la misma barca y, como él, no sabía en qué lugar se encontraba. Además, al igual que él, no lograba sacar ninguna información al respecto. Parecía como si les hubiesen condenado al ostracismo. En las últimas semanas ambos habían estrechado su amistad, cosa que no había pasado inadvertida. Sabían que Pat andaría al tanto. ¡Cómo habían cambiado los tiempos! Resultaba difícil admitir que ya no se era un jovencito cuando uno se sentía más fuerte que nunca.
Lil estaba cansada. El doctor había regresado para ver de nuevo a la pobre Kathleen y le pidieron que hiciera lo que estuviese en su mano. Cuando entró en su habitación, Kathleen actuó como una niña tan normal que hasta Lil se preguntó si no era ella la que estaba imaginándolo todo. Sin embargo, le había comentado al médico que simulara marcharse y que luego, cautelosamente, volvieran hasta su puerta para que él pudiera oír cómo hablaba sola.
Lil se dio cuenta de que el doctor pensaba que era ella la que, estaba loca. No obstante, quiso asegurarse de que lo que le decía no era mentira. A Kathleen le habían salido moratones en los brazos y en los ojos, y nadie de su familia se los había causado. Tenía que haber sido ella sola. Por mucho que le doliera, a Lil no le quedaba más remedio que admitir que así era.
Kathleen ni comía, ni dormía. Bajo ningún pretexto quería salir de la casa, además de que rechazaba cualquier tipo de compañía. Hasta Lance se las veía negras para poder entrar en la habitación y era el único que parecía poder sacarle alguna palabra. Pat también era bien recibido a momentos y a veces ella charlaba con él. La barriga de Lil parecía llamarle la atención y se mostraba muy entusiasmada con la llegada del nuevo bebé, al igual que Colleen y Christy.
Mientras el doctor y Lil permanecían en el rellano, esperando a que su hermosa y problemática hija empezase a hablar sola, Lil se preguntó por qué la vida tenía que estar tan llena de problemas y preocupaciones. Rezaba para que su nuevo hijo viviera una vida más feliz que los otros, que al menos tuviera un poco de paz emocional. Era la última oportunidad que tenía de hacer las cosas debidamente y lo sabía. Por eso, trataba de concentrar su energía en el bebé y en sus tres hijos menores. Sólo esperaba que no estuviese perdiendo el tiempo.
Oyeron la voz de Kathleen. En ese momento hablaba sola, pero en los últimos meses la había escuchado con atención y sabía que Kathleen siempre imaginaba estar hablando con dos personas.
Ella no comprendía las conversaciones, pero Kathleen parecía sentirse mejor, más feliz, y eso era precisamente lo más terrible. Lil no sabía qué hacer, y si el doctor no la curaba pronto, Pat estaba decidido a ingresarla en una clínica mental. Pat pensaba que ya deberían haberlo hecho hace mucho tiempo, pero también sabía que lo que más le aterrorizaba a Kathleen era que la encerrasen, que la considerasen mentalmente enferma.
Hacía unas cosas tan raras que a veces resultaba difícil encontrarles explicación. En ocasiones, lavaba toda la ropa que tenía, pero luego no la guardaba en el armario, ni en los cajones, sino que lo colgaba en la puerta o lo doblaba en la cama, pues necesitaba tenerla a la vista. Aún no había cumplido los quince años y estaba hecha una ruina.
El doctor había oído más que suficiente y empezó a bajar las escaleras con cautela. Lil le siguió con el corazón en un puño, pues presentía lo que le iba a decir.
Eileen estaba en el asiento trasero de la furgoneta de su novio. Era una noche calurosa y el último novio que se había echado, un estibador de treinta años con los ojos marrones y una afición especial por las niñas de escuela, estaba tratando de llevársela al huerto. A ella le había gustado que la besara, pero ahora la cosa se le estaba yendo de las manos. Le había desabrochado el sostén, le había levantado la camisa y le estaba resultando difícil controlar la situación. Cuando le apartó las manos de nuevo, él le cogió por las muñecas y, sonriendo, le apretó las manos contra los costados. Ella estaba echada y le miraba con recelo. Le había conocido hace unas semanas en un bar de Essex, y era un hombre adulto que le hacía sentir a ella igualmente adulta. La había tratado como a una mujer y ahora se estaba dando cuenta de lo que eso implicaba.
– Escucha, muchachita, no seas una calientapollas. No estoy dispuesto a aceptar una negativa, ¿me comprendes?
Eileen intentaba quitárselo de encima, librar sus brazos de los suyos. Él, mientras tanto, se reía, como si le resultase gracioso.
– Por favor, Nick, déjame ir.
Él la observaba con interés. Era joven e ingenua, justo como le gustaban a él. Estaba sudando de miedo y pudo ver su sudor brillando bajo la tenue luz. Pero eso no le preocupaba, al final terminaría cediendo, como todas. Eso le excitaba aún más. Era tan perfecta, tan inocente, su maquillaje le daba un aspecto tan joven que parecía una niñita vestida con los trajes de su madre. El miedo que tenía la hacía jadear y eso lo excitaba aún más. Una gota de sudor de su pecho se escurrió hasta su barriga. Luchaba por mantener su virginidad y trataba en vano de quitárselo de encima, pero Nick Parks era un experto en esos avatares y había desflorado a más jovencitas que pelos tenía en la cabeza.
– Por favor, Nick. Jamás he hecho esto con nadie.
Trataba de razonar con él, trataba de hacerle entender que ella misma se había metido en una situación para la cual no estaba preparada, pues aún no tenía la madurez suficiente como para saber solventarla. Llegó a creer firmemente que lo convencería, que dejaría de intentar forzarla y la llevaría a casa.
Nick inclinó el asiento y ella vio como la empujaba para que quedase de espaldas. Eileen sabía que, una vez que estuviera tendida del todo, no podría hacer nada. Con una mano le estaba manoseando y con una de las rodillas trataba de separarle las piernas. Lamentó haberse puesto un traje de dos piezas. La falda era muy corta y el corpiño apenas le tapaba el pecho. Se sintió toda una mujer cuando se lo puso, pero ahora tenía ganas de llorar. Estaba asustada, pero incluso así pudo notar que Nick tenía la lengua pegajosa de tantos cigarrillos y anfetas que había tomado durante toda la noche. Sintió asco y el estómago empezó a darle vueltas. Le tenía la boca tapada, no podía ni gritar, ni tan siquiera apartar la cara de él, y mucho menos el resto de su cuerpo. Pudo notar que ardía de deseos, así como su pene chocando contra sus muslos. Le estaba bajando las bragas, dejándola en cueros y se sentía tan mortificada que empleó toda su fuerza para tratar de quitárselo de encima, pero con eso sólo consiguió que gozara aún más.
– Venga, muchachita, has estado poniéndome cachondo toda la noche y ahora no me voy a marchar hasta que no consiga lo que quiero.
Ella sollozaba y pensó que lo que le había dicho su madre acerca de los hombres era cierto: ellos sólo querían una cosa y, cuando la habían conseguido, ya dejabas de interesarles. Notó cómo las lágrimas le escurrían por la cara y cómo él insistía con la rodilla tratando de abrirle las piernas. En ese momento la puerta de la furgoneta se abrió.
Nick Parks miró, dispuesto a maldecir al que fuera, pero vio que alguien tiraba de él y le obligaba a separarse de la chica. Le tiró un puñetazo al hombre, pero entonces se dio cuenta de que no era uno, sino dos, y eran policías.
Eileen salió de la furgoneta lo más rápido que pudo y los policías vieron que trataba de bajarse la falda y ponerse la ropa en su sitio.
– ¿Te encuentras bien, chica? -le preguntaron los policías.
– Por supuesto que lo está -interrumpió Nick-. Nosotros sólo nos estábamos sobando.
La forma en que Nick hablaba de ella hizo que Eileen deseara no haber salido nunca de su casa para ir a los bares de Ilford y Barking. Lamentó haber tenido tanta prisa por ser una mujer adulta y querer marcharse de su casa, donde todos la querían y deseaban lo mejor para ella. Empezó a gritar diciendo:
– Quiero irme a mi casa… Quiero irme a mi casa…
Eileen estaba en medio del campo y no tenía dinero para pagarse un taxi. Temía que los dos policías la dejaran sola, pero ellos se dieron cuenta de la situación y sintieron lástima. Los dos serían hombres ricos si les hubiesen dado una libra cada vez que se habían visto en esas circunstancias.
– ¿Cómo te llamas, chica? -le preguntaron.
– Eileen. Eileen Brodie.
– Métete en la furgoneta, puta de mierda y deja de joderla -le dijo Nick.
Nick trataba de comportarse como si fuesen una pareja de novios, pero no resultaba muy convincente. Esta chica, además, le estaba haciendo parecer un pervertido. Si hubiera tenido diez minutos más, la habría desvirgado y la habría llevado a casa. Aún estaba excitado y no le importaría terminar la faena.
– Cierra el pico y deja que la chica hable, ¿de acuerdo? -le ordenó uno de los policías.
Nick la miraba con deseo y ella se dio cuenta de lo retorcido y perverso que podía ser.
– Venga, díselo. No querrás meterme en problemas ahora.
Una vez más había puesto cara de buen chico, como si jamás hubiese roto un plato.
– ¿Pueden llevarme a casa o dejarme en la estación del metro? -les preguntó a los agentes.
– Sube al coche, chica. Nosotros te llevaremos a casa.
Subió al coche de la policía y odió verse allí.
– Ten cuidado la próxima vez -le dijeron los polis a Nick-. Tener relaciones con una menor te puede traer muchos problemas. Y ahora, largo.
Nick subió a la furgoneta y salió disparado de allí. Eileen lo vio marcharse con lágrimas en los ojos. No le gustaban nada esos juegos de adulta, podían ser muy peligrosos. Nick era el último de una serie de hombres adultos con los que se había relacionado y no sabía por qué. No obstante, era la primera vez que le había sucedido una cosa así. Hasta entonces lo único que había hecho es coquetear con ellos en el bar y simular que era más mujer de lo que realmente era. Ahora se daba cuenta de lo peligroso que podía ser ese juego. Los dos policías eran jóvenes y cordiales. El más charlatán de los dos se llamaba Andy y se ofreció a llevarla a casa cuando terminara su turno. Aceptó de inmediato, pues sólo quería irse de allí y salir de la situación en la que se había visto involucrada.
Pat estaba en la cama con Ivana. Ella estaba echada sobre sus brazos, con sus delgadas piernas encima de él. Era muy pequeña y delgada y a Pat le gustaba así. Le gustaba que fuese tan frágil, en comparación con él. Era tan poquita cosa y tan delicada que sostenerla era como poseerla. Ella le hacía sentirse bien por dentro, le provocaba el deseo de protegerla y se daba cuenta de que a ella le gustaba tanto como a él.
Sin embargo, era una prostituta y las prostitutas no están hechas para ser amadas. Era hipócrita por su parte, lo sabía, máxime teniendo en cuenta los antecedentes de su madre. No obstante, también sabía que ella sería la primera persona que le advertiría sobre dejarse llevar por sus sentimientos.
Ivana se apretó contra su cuerpo y él la estrechó aún más. Podía escuchar cómo le latía el corazón y olió el aroma de su loción.
– ¿Es ese tu nombre verdadero? -le preguntó Pat.
Ella se rió.
– Por supuesto que no. A nadie le ponen un nombre como ése. Es mi nombre artístico, un nombre exótico para que resulte más interesante. Mi verdadero nombre es Denise.
Pat se rió y ella con él.
– ¿Estarás de cachondeo?
Ella siguió riéndose, sin sentirse avergonzada de habérselo confesado, sólo de pura gracia.
– De verdad que no. Me llamo Denise Jones. Un nombre muy poco atractivo para una chica que pretendía ser hermosa e interesante.
Continuaba riéndose, aunque ahora no resultaba tan convincente.
Patrick la abrazó nuevamente. Su forma de reírse le hizo sentir un poco de pena por ella. Suspiró. Ella resultaba adictiva.
Se levantó de la cama y encendió el porro a medias que había dejado en el cenicero. El dulce aroma de la hierba impregnó la habitación. Luego miró a Ivana y la vio tendida, con el pelo revuelto por encima de la cara y su pálida y lechosa piel contrastando con el color de las sábanas.
– ¿Te encuentras bien? -le preguntó con voz suave.
Pat volvió a sentarse en la cama y le sonrió.
– Por supuesto que sí. ¿Y tú?
Ella no le respondió, sólo le sonrió dulcemente.
Pat se daba cuenta de que ella le quería, que si él quería estaría a su lado muchos años. Podía casarse, ir a prisión o cualquier otra cosa, pero Ivana, que así es como le gustaba que la llamasen, estaría esperándole. Una lástima que la vida estuviera tan llena de desengaños.
Le daba pena, aunque le gustaría haberla conocido en otro sitio y no como cabaretera vendiendo su cuerpo a todo aquel que le ofrecía dinero por él. Quería retenerla a su lado, y probablemente lo haría, pero se sintió avergonzado de no ser lo suficiente hombre como para aceptarla como era, máxime cuando era sabido por todos. A la larga traería problemas entre los dos, lo utilizaría en contra de ella, pues así es como funciona el mundo. Ella era lo suficientemente lista como para saberlo, no tenía por qué explicárselo, además de que estaba dispuesta a aceptar hasta lo más mínimo de él.
– Tengo que volver al trabajo, colega -dijo.
Pat asintió y ella vio esa cara que, desde el primer momento, la dejó engatusada. Había sido como destello de luz y esperanza y sus sentimientos no disminuían como suele suceder, sino que crecían por días.
Pat se vistió rápidamente, la besó cariñosamente en la ceja y salió.
Ivana se quedó tendida en aquella habitación de hotel que ahora resultaba deprimente, pues tenía la moqueta sucia y las mesitas de noche arañadas. Se preguntó cuál sería el rumbo que tomaría esa extraña relación que mantenía.
Una cosa sí sabía, y es que, pasara lo que pasara, ella estaría a su lado. Estaba perdidamente enamorada y lo necesitaba como no había necesitado a nadie en la vida. De otra cosa también estaba segura: él le rompería el corazón.
Lance vio salir a su hermana de un coche y salió de la casa para ver quién la traía. Se quedó sorprendido al ver a un policía joven vestido de uniforme y conduciendo un Ford bastante antiguo.
– ¿Qué coño sucede? -preguntó.
Eileen deseó estar muerta por unos instantes, pero se dio cuenta de que tenía que aplacar la situación.
– Me he perdido, Lance. Y este señor ha sido tan amable como para traerme a casa.
Lance se inclinó para asomarse por la ventanilla y mirar al interior del coche para ver la cara del hombre.
– ¿Dónde te perdiste?
– Fui a una fiesta en Essex y me perdí de mis amigas. Vi un coche de la policía y le hice señales.
El policía notó el miedo de Eileen mientras hablaba. Vio la cara de Lance y supo, instintivamente, que era un tipo con el que más valía no tener problemas.
– Esto no es un coche de policía. ¿Acaso en Essex los coches de la policía son diferentes? Se supone que deben ser fácilmente reconocibles.
– Perdone, señor -interrumpió el policía-, pero yo terminé en ese momento mi turno y la chica estaba en un aprieto. Me ofrecí a llevarla antes de dejarla sola en la estación del metro.
Lance vio que lo que decía el muchacho resultaba lógico y, con uno de sus cambios bruscos de humor, le respondió con una sonrisa. Fue tan extraño e inusual que a Eileen le resultó más preocupante que su forma normal de comportarse.
– Gracias -respondió Lance-. Ha hecho usted bien. Es sólo una niña.
El joven se dio cuenta del terror que le invadía a la chica y lamentó no tener el valor suficiente para quedarse y ver qué pasaba. De hecho, ya no había razón para que estuviera allí. Arrancó el coche, hizo un gesto y se marchó antes de que ese hombre cambiara de actitud y no se mostrase tan cordial.
Eileen miró a Lance durante unos momentos y se preguntó cómo era posible que alguien que se pareciese tanto a Patrick fuese tan poco atractivo. Tenían los mismos rasgos, pero a Pat lo convertían en un hombre sumamente atractivo y a Lance le daban aspecto de psicópata.
– Ya sé que no me crees, Eileen, pero me preocupo por ti. Todavía eres una niña y hay hombres que pueden aprovecharse de ti y de tu inexperiencia.
Por primera vez se sintió agradecida con Lance por su actitud protectora.
– Gracias, Lance. Ya sé que tienes razón y que lo haces porque te preocupas de mí.
Lance se sorprendió de su respuesta, pues normalmente respondía de mala gana, le acusaba de toda clase de cosas y hacía un drama.
– ¿Está la abuela Annie?
Lance asintió y lo dos entraron amistosamente a la casa.
– ¡Dios santo! La vida nunca deja de sorprendernos -dijo Annie al verlos entrar juntos.
Eileen no se molestó en responderle, sino que se dirigió a la cocina para ver a su madre, que estaba preparando otra de sus teteras.
– ¿Te apetece un té, cariño?
Eileen sonrió y la besó cariñosamente.
– Te quiero, mamá -dijo.
Lil se rió, sonoramente, una de sus risas acostumbradas.
– Dime quién te ha hecho daño.
Estrechó a su hija entre sus brazos.
– Venga, dímelo. ¿Quién fue y dónde vive?
– Mamá… -respondió Eileen.
El comentario tan astuto de su madre sobre lo que acababa de sucederle lo hacía aún más patético.
– Venga, deja de llorar. Recuerda que tienes que besar muchas ranas antes de encontrar al príncipe encantado.
Eileen notó repentinamente lo tenso que estaba el cuerpo de «u madre y soltó un débil gemido.
– El bebé ya está de camino. Me estaba preparando una taza de té antes de marcharme.
Eileen no podía creer lo que estaba oyendo.
– ¿De verdad te vas a poner de parto?
Lil se rió de nuevo, con esa risa ronca tan peculiar de ella.
– Voy a tener al bebé, pero no pasa nada. Va a salir, nos guste o no. Y creo que va a ser muy pronto. Puedo notar cómo baja.
Lil se echó sobre el respaldo de la silla y respiró profundamente varias veces.
– Llama al médico, cariño -dijo-. Debe estar hasta las narices de nosotros. Pero, por favor, antes sírveme otra taza de té. Con un montón de azúcar, por favor. Voy a necesitar mucha energía.
Volvió a doblarse y se dio cuenta de que estaba punto de romper aguas.
– ¡Dios santo, Eileen! Ya se me había olvidado lo mucho que duele.
Lil seguía aún riéndose cuando el niño llegó veinte minutos después.
Pat y Mac entraron en el Eagle. Después de pedir un par de copas se dirigieron a un rincón y Pat sonrió al hombre que estaba sentado allí con una jarra de cerveza negra. Acercando una silla, se dejó caer en ella relajadamente.
– Ha sido un niño. Pensé que te gustaría saberlo.
Mac estaba detrás de Pat y Jambo no estaba seguro de lo que se esperaba de él, así que se limitó a quedarse donde estaba y sonreír afablemente, como siempre.
– ¿Y tu madre? ¿Se encuentra bien? -preguntó.
Pat asintió. Miraba al hombre fijamente y pudo comprender que su madre se hubiese sentido atraída por él. Jambo emanaba una tranquilidad que probablemente ella habría encontrado rejuvenecedora después de los otros hombres que había tenido en su vida.
– Bueno, tú ya la conoces. Ya sabes que se lo toma todo con mucha calma.
Jambo le dio un sorbo a la cerveza.
– No todo, colega. Lo que pasa es que no lo muestra.
Patrick no le respondió, pues no sabía qué responder. Ahora que estaba allí, se sentía como si se estuviera entrometiendo en la vida privada de su madre. Y no es que tuviera mucha, pues había poco aparte de sus hijos, la familia y los problemas que eso acarreaba. Ese hombre era su único entretenimiento, su forma de evadirse de todo.
Pat se había informado sobre Jambo y ya sabía muchas cosas acerca de él. Aunque no era el hombre que a él le hubiera gustado para su madre, no había oído nada malo acerca de él.
– ¿Cuánto ha pesado el niño? ¿Le ha puesto nombre? -preguntó Jambo, un tanto sorprendido de sentirse interesado.
– Casi cuatro kilos, pero aún no le ha puesto nombre.
Mackie los observaba de cerca y se dio cuenta de que ambos necesitaban otra copa. Cuando regresó con ellas, no se sorprendió de verlos charlando. Él conocía a Jambo y sabía que no era mal tío. A él le gustaba estar solo y las mujeres solían encontrarlo atractivo, pues parecía ser muy viril. Tenía un bonito color de piel, no muy oscuro, y ese encanto especial que desarrollan los mujeriegos desde muy temprana edad. Una cosa que había que decir a su favor es que nunca prometía nada que no pudiera dar.
A Pat se le estaban pasando las mismas ideas por la cabeza mientras hablaba con el hombre que había añadido otro miembro a la familia. Jambo se sonrió y Pat comprendió qué es lo que había seducido a su madre: cuando sonreía parecía como si tuviera el mundo en la palma de la mano.
– ¿Conque un niño? Pero ella está bien, ¿verdad?
Se le veía realmente interesado por ella y por el bebé.
– Ella está bien. ¿Por qué no te pasas y los ves? Te podemos llevar al hospital. La llevamos allí para que estuvieran bien atendidos, pues dio luz en la cocina, delante de mi hermana. La pobre se llevó un susto de muerte.
No era una amenaza. Jambo sabía que si no le apetecía ir, nadie pensaba obligarle. Repentinamente le entraron ganas de hacerlo. De hecho se sentía orgulloso y entusiasmado ante la idea. Además, si Pat pretendía algo, más valía saberlo cuanto antes. A él le caía bien Pat, lo conocía desde que era un niño, ya que conoció a su padre mucho mejor de lo que ninguno de ellos imaginaba. Fue así como conoció a Lil.
– Eustace, ¿por qué no te tomas otra copa? -dijo Pat.
Mac sonrió. Nadie le llamaba de esa manera; de hecho, muy pocos sabían que era su verdadero nombre.
– Para brindar a la salud del niño -terminó diciendo.
Pat se acercó a la barra preguntándose cómo sería eso de tener un nuevo hermano a su edad.
Lance sostenía el bebé y Lil lo observaba resignada. Parecía un poco abrumado por los acontecimientos ocurridos durante la noche, como suele sucederles a los hombres cuando llega el momento de concebir. Las mujeres, después del primero, ya se acostumbran a ello. El milagro de la vida era, a fin de cuentas, unas cuantas horas de intenso dolor antes de venir al mundo. El resultado era el bebé, y eso es lo único que interesa a las mujeres.
Por primera vez en muchos años estaba con Lance a solas en una habitación.-No tenía ni ganas, ni el valor de echarle de su lado, pues se sentía sumamente abatida.
Par estaba encantado, pensó Lil. Él era un buen muchacho, como todos sus hijos. Cuando pensó en eso, levantó la cabeza y miró a Lance, pero no estaba segura de poder incluirle en esa lista.
– Dame el bebé, ¿quieres?
Lance sonrió cuando se lo puso en sus brazos.
– Es todo un muchachote, mamá. Un verdadero hombretón.
Lil asintió. Deseaba que su madre regresase de la cafetería, así no tendría que mantener conversación con aquel hombre tan corpulento que siempre la hacía sentir tan incómoda.
El bebé la miraba y ella sonrió complacida. Era un niño muy guapo, y eso no era sólo la opinión de una madre, sino de alguien que estaba segura de que rompería muchos corazones en cuanto se hiciera un poco mayor.
Empezó a llorar, con ese tono tan elevado que una madre oiría hasta en medio de un huracán. Aquel llanto hizo que sus hormonas saltaran en su cansado cuerpo. Lo besó cariñosamente, sintiendo ese nuevo olor y ese nuevo aliento, disfrutando de sus primeras horas fuera de sus entrañas. Sentía que lo había tenido allí desde siempre y se preguntó cómo pudo haber vivido sin él. Era su bebé, el último que tendría, su redentor.
Lance los miró y sintió una oleada de celos y envidia, pues su madre jamás lo había mirado de esa forma. Sabía que jamás le había querido como a sus otros hermanos, eso resultaba más que obvio. Al verla con su bebé, se dio cuenta de la enorme soledad en que siempre había vivido.
– Voy a ver a Kathleen. Esto al menos la ha animado un poco.
Lil asintió de nuevo. Estaba acostumbrada a comunicarse con Lance a base de movimientos y gestos, cualquier cosa menos hablar con él.
Kathleen había visto el parto corno todos los demás y se había puesto a llorar. Le impresionó mucho verlo. Los pequeños también estuvieron a su lado, muy entusiasmados. Ni Shamus pudo ocultar el orgullo que sintió al contemplar a su nuevo hermano, aunque no estaba dispuesto a demostrarlo. Y ella se sentía muy orgullosa de todos ellos, especialmente de Eileen, que fue la que le ayudó a traer al nuevo bebé al mundo.
El bebé lloriqueó de nuevo y Lil lo miró. Supo al instante el nombre que le pondría.
– Shawn -dijo felizmente mirando a Lance-. Se llamará Shawn.
Cuando dijo eso vio que Jambo entraba en la habitación y se acercaba hasta ella. Le puso el bebé en sus brazos sin intercambiar ni la más mínima palabra.
Patrick y Mackie estaban riendo y embobados con el bebé. Lil se sintió más feliz de lo que se había sentido en muchos años.
– Se llama Shawn. Así se llamará.
Jambo miró a su hijo y sintió una oleada de amor y deseo de protección. Ese niño era sangre de su sangre.
Se sentó en la cama al lado de Lil y, con cara de felicidad, dijo:
– Lil. Lo has hecho bien, ¿sabes? Lo has hecho realmente bien.
Shawn era un niño grande, además de feliz, ya que todo el mundo le adoraba. Hasta la misma Kathleen, a la que finalmente le habían diagnosticado una esquizofrenia, parecía disfrutar de su compañía. De hecho, cuando lo tenía a su lado parecía más animada y dejaba de escuchar esas voces que se le habían metido en el cerebro. Resultaba difícil convivir con esa enfermedad, pero con ayuda de los medicamentos parecía al menos tenerla bajo control. Dejando al margen las ideas tan extravagantes que tenía sobre el mundo en general, parecía encontrarse mejor de lo que había estado en mucho tiempo.
La vida resultaba mucho más sencilla cuando la veían contenta, ya que a todos les afectaba, de una manera o de otra, verla decaída. Hasta el pequeño Shawn parecía notar la diferencia, ya que se mostraba más callado y absorbente.
Annie estaba loca por el nuevo bebé, cosa que dejaba más que perpleja a su hija. Lil sabía que su madre tenía una vena racista, al igual que la tuvo su marido, y que no hubiera dicho ni una palabra al respecto la dejó sumamente sorprendida. Shawn no es que fuese totalmente negro, pero sí tenía la piel suficientemente oscura como para deducir su parentesco. Tenía unos ojos que ya de por sí dejaban embelesado a cualquiera, pues eran enormes y de color marrón, con una pestañas muy largas y sedosas. Sus hermanas le envidiaban, así como el color tostado de su piel y su suave y entonada voz. Todo el mundo adoraba a Shawn y él lo sabía.
Era un chico cariñoso que se ganaba a todo el mundo. Lil y el resto de la familia ya no podían imaginar la vida sin él. Hasta Pat solía llevárselo en el coche y Shawn parecía encantado con ello. Le gustaban los coches y disfrutaba de la compañía de sus hermanos mayores. Colleen y Christy se lo llevaban al parque, Shamus le enseñó a decir algunas palabrotas y las gemelas se peleaban por ver quién de las dos lo llevaba a la cama a dormir.
Lil había vuelto a trabajar a las tres semanas de dar a luz y ahora, dos años después, dirigía todos los clubes y supervisaba las deudas. Jambo solía frecuentar la casa, consiguió ganarse la simpatía de la familia y todos aceptaron la forma en que entraba y salía de sus vidas a su antojo.
Lil creía que el nacimiento de Shawn había sido el catalizador para que la suerte les cambiara por completo. Sabía que era una estupidez achacarlo a eso, pero así lo sentía. Desde que había venido al mundo, todo iba sobre ruedas, pues parecía que cada uno de ellos había encontrado una parcela de felicidad que podía considerar propia. Había sido como el amuleto de la suerte, el niño que cuidaría de ella cuando fuese mayor, tal y como le había dicho en una ocasión su amiga Janie. Al parecer todo lo malo había quedado atrás, había días incluso en que ya no se acordaba ni de Patrick, ni de Lenny. Normalmente, cuando alguno de ellos se le venía a la memoria, también lo hacía el otro. Eso emponzoñaba de alguna manera el recuerdo de su marido, pues aún le guardaba resentimiento por no haber dejado a su familia ni un solo penique. Todavía había momentos en que se sentía molesta y enfadada con él, aunque sabía que ya resultaba de lo más irracional, pues el pasado, pasado está. Había sucedido y ya nada podía hacer para cambiarlo.
Pat estaba en su oficina, como solía hacer todos los lunes por la noche. Los lunes era el día en que calculaban las deudas, cobraban los alquileres y decidían dónde iba a estar cada uno de ellos el resto de la semana. Era el día en que tenían más trabajo y Lance estaba sentado enfrente de su hermano, esperando que le soltara la monserga que sabía que le iba a echar. Era un aburrimiento. Pat, por su forma de actuar, se diría que se creía una estrella de cine.
– Lance, estoy empezando a hartarme de ti. ¿Qué te has creído? ¿Que no me entero de lo que haces?
Pat estaba tan enojado que eso era lo único que podía decirle para no darle un bofetón allí mismo.
– ¿Qué he hecho ahora, Pat? ¿Tampoco te gusta mi forma de respirar?
Pat se percató del sarcasmo y se echó en el respaldo del asiento de cuero tratando de relajarse.
– Has apaleado a un pobre trabajador. Ese hombre tiene tres hijos y tú casi le dejas minusválido. ¿Cómo se va a ganar la vida ahora? ¿Y cómo vamos a recuperar nuestro dinero? ¿A ti te parece tan importante esa cantidad como para dejar a un hombre minusválido por novecientas libras? Novecientas libras y tú vas y le pegas con una barra de hierro.
Lance se encogió de hombros, como si sostuviera el peso del mundo con ellos.
– ¿Y qué se suponía que debía hacer? Ya se había retrasado dos semanas.
– ¡Qué gilipollas eres! Sabías que había estado de vacaciones. Él siempre ha tenido cuenta con nosotros y siempre ha sido puntual en sus pagos. Eres un estúpido, un arrogante de mierda.
Pat se había levantado de la silla y Lance se estremeció. Se le veía preocupado.
– Acabas con tres puñeteros hijos y una puñetera vida sin preocuparte lo más mínimo de ello…
Pat se le estaba echando encima y el deseo de pegarle era tan fuerte que podía saborearlo.
– No te lo voy a aguantar más, Lance. Es la última oportunidad que te doy. Te lo advierto.
– Fue un accidente -dijo Lance.
Pat se apartó de su hermano, se acercó a la ventana y miró a la acera.
– ¿Un accidente? Te lo he advertido por última vez, gilipollas de mierda. ¿Cómo voy a poder confiar de nuevo en ti? Hasta Spider y Mackie creen que te has pasado de la raya esta vez. Te estás buscando muchos enemigos, y tus enemigos terminan por convertirse en los míos.
Lance se dio cuenta de que Pat hablaba en serio. Normalmente se cabreaba, pero luego se le pasaba y todo olvidado. Después de todo, su reputación como cobradores de facturas había subido como la espuma por la sencilla razón que ellos no cogían a nadie prisionero. Si el dinero no se devolvía en la fecha indicada, se le advertía a la persona implicada de que no iba por buen camino. Para eso se empleaba la fuerza bruta o se trataba de buscar una forma de intimidación.
– Te has pasado, Lance. Definitivamente, te has pasado.
Pat estaba a punto de coger una barra de hierro él mismo y empezar a pegar a Lance. Así se daría cuenta de lo agradable que es que a uno le peguen con un objeto contundente en la cabeza y en la espalda. Le daban ganas de pegarle, aunque sólo fuese para desahogar su ira. Y todo por menos de uno de los grandes. Resultaba realmente irrisorio.
Pat conocía los aspectos positivos de Lance y los utilizaba para su beneficio. Sin embargo, ese atropello que había cometido ahora sólo era un recordatorio de lo que tenía que afrontar a diario. Lance se estaba convirtiendo lentamente en un verdadero lastre y no sabía cómo podía pararle los pies sin que llegaran a reñir.
Si era sincero, empezaba a detestar la presencia de Lance, aunque reconocía que, cuando no estaban en el trabajo, era una persona muy diferente. Era como si quisiera estar demostrando algo todo el tiempo; él qué era una incógnita.
Pat miró de nuevo a Lance. Era un tipo muy raro, de eso no cabía duda. Con esos trajes tan poco favorecedores y esos zapatos de cuero repujado que utilizaba se parecía al hermano pequeño de Worzel Gummidge. Tampoco llevaba un corte de pelo adecuado y, normalmente, necesitaba un buen afeitado. Parecía tonto, pero no lo era. Eso se había convertido en otro de sus puntos fuertes, pues mucha gente lo consideraba un retardado y, sin embargo, cuando quería era más astuto que un zorro. Vivía como un monje y apenas iba a los bares o los clubes, salvo para arreglar cuentas con alguien. Era un bicho raro y Pat se dio cuenta de que tenía que hacer algo al respecto. Aparte de Kathleen y el pequeño Shamus, no parecía sentir el más mínimo aprecio por nadie y eso empezaba a ser preocupante.
– ¡Lárgate, Lance! Por favor, quítate de mi vista.
Lance permanecía allí sentado, con su pesado cuerpo hundido en la silla y esa sonrisa sarcástica en la cara, como siempre.
Lance sabía que, en esta ocasión, se había pasado de la raya. Pat se estaba distanciando de él. Cada vez pasaban juntos menos tiempo y eso le llegaba al corazón. Lance quería ser, además de su hermano, su mejor amigo, pero parecía imposible. Pat parecía contento de entablar amistad con cualquiera, pero él no podía actuar de esa forma por mucho que lo intentase; y que conste que lo había intentado.
Lance percibía que la gente se sentía incómoda en su presencia, que, por alguna razón, era incapaz de llevarse bien con nadie. Sabía que tenía una apariencia extraña que incomodaba a las personas, aunque no se lo propusiera, al menos al principio. También admitía que utilizaba su personalidad en su propio beneficio, pues verlo a las cinco de la mañana en la puerta de tu casa con esa sonrisa y un instrumento punzante era razón sobrada para que le pagasen sin la más mínima demora. De hecho, había otros que requerían a veces de sus servicios, especialmente deudas muy difíciles de cobrar, y le pagaban bien por ello. No había duda de que, como cobrador de deudas, era el que mejor reputación tenía en el Smoke. Además, se había ganado la admiración de todos porque trabajaba siempre solo. Pat llevaba sin acompañarle bastante tiempo y rara vez utilizaba los servicios de alguien que no fuesen los suyos. Disponía de otros para las pequeñas deudas, pero las grandes siempre se las reservaba para él.
No estaba seguro de por qué se había ido tanto de la manga en esta ocasión, ya que, incluso en ese momento, se dio cuenta de que se había pasado de la raya. La diferencia es que él no se preocupó. El hombre, además, no le caía nada bien, pues era uno de esos guapetones que siempre llevan el traje recién planchado y les gusta apostar. Era un parásito, un mierda, y no podía entender que Pat estuviese tan cabreado porque él lo hubiera metido en vereda. Pero lo estaba y ahora no le quedaba más remedio que demostrar que lamentaba la situación.
– Escúchame Pat, el muy gilipollas se me puso gallito…
Pat se dio la vuelta y le gritó muy enfadado.
– ¡Deja de soltarme tus rollos de mierda! El tío ese no es capaz ni de matar una mosca. Se te fue la olla de nuevo, ¿verdad? No es la primera vez que te pasa. Hace unos meses le rompiste las piernas a Jackie Tenant y aún no ha podido volver a trabajar. Tú eres la razón por la que la gente ha dejado de apostar con nosotros, ¿acaso no te has dado cuenta? Los apostadores no quieren debernos dinero porque temen que les encañones con una pistola por cuatro perras gordas.
Pat le encañonó con el dedo y se lo puso en la cara a Lance.
– Me estás costando una pasta -prosiguió- y eso es algo que no pienso consentir. En cuanto te conviertas en un lastre, te pongo de patitas en la calle.
– Tómate un respiro, Pat. Es cierto que me pasé un poco de la raya, lo admito. Pero al fin y al cabo somos hermanos y me estás tratando como si yo fuese una puta mierda.
Pat vio en sus ojos que era incapaz de comprender que lo que había hecho estaba mal. Siempre había sido así. Fingía estar arrepentido, pero era una completa farsa. Fue así desde que tiró a aquella niña del autobús. Le gustaba acosar a cualquiera que fuese más débil que él. Formaba parte de su naturaleza.
– Seremos hermanos, pero eso no va a hacer que cambien las cosas. Acabaré contigo como si fueses una sabandija si vuelves a hacer algo parecido. La gente no deja de hablar del asunto. A ti puede que no te gustase ese tipo, pero a otra mucha gente sí. Estás atrayendo la atención de mucha gente hacia nosotros y eso no me interesa lo más mínimo. Así que se acabó, ¿de acuerdo? ¡Qué sea la última vez!
– De acuerdo, Pat. Ya te he dicho que lo lamento.
– Tú no lamentas nada, pero dejando tu mierda aparte, te advierto que trates de controlarte.
Pat se dio la vuelta y se dirigió hasta la ventana de nuevo. El corazón le latía con tanta fuerza que podía oírlo, debido a la rabia y el coraje que le provocaba su hermano y su forma de ser.
– De acuerdo, Pat. Me marcho. Una vez más te digo que lo lamento.
– ¿Como lamentaste lo que le hiciste a aquella niña en el autobús? Yo no soy un gilipollas, Lance, así que no me trates como tal. Ahora vete y quítate de mi vista hasta que se me pase el cabreo.
Aún le estaba dando la espalda a su hermano, sabedor de que estaba lo suficientemente molesto como para abofetearle si no lo dejaba un rato a solas.
Cuando se dio la vuelta la oficina ya estaba vacía. Lance se había marchado sin producir el más mínimo ruido, como siempre. Eso se le daba muy bien. Supo que fue su comentario acerca de la chica del autobús lo que le había obligado a irse. Lance odiaba que se lo mencionasen, y seguía preguntándose si la gente todavía hablaba de ello. La niña, en realidad, era la única persona que de verdad le había perdonado, pues a veces venía de visita con su madre y siempre le saludaba. El mundo estaba lleno de acontecimientos extraños, tenía que admitirlo, pero aquél era el más extraño que había presenciado en su vida.
Spider y Mackie estaban en un garaje cerrado en Bethnal Green. El suelo estaba cubierto de bolsas negras de basura repletas de cannabis. El olor era tremendo, pero lo mitigaba el olor a aceite de coche y bidones de residuos.
Mientras esperaban a que llegasen los compradores, se sentaron en un banco y liaron un porro. Era de muy buena calidad, rodo cogollo y nada de semillas. Unas cuantas caladas bastaron para que empezasen a sentirse como flotando. De ahí había salido la música reggae y la comida basura.
Eran conscientes de cada ruido, por muy minúsculo que fuese, y notaban la pesadez que les invadía por todo el cuerpo mientras esperaban.
– La mandanga es de primera calidad, papá.
Spider asintió mientras le daba caladas cortas y rápidas, tratando de colocarse lo más posible.
– Demasiado buena para vendérsela a esa panda de inútiles -respondió Spider.
Los dos se rieron. La mayoría de la hierba que vendían fuera de la comunidad no era de esa calidad.
– Me encanta el silencio -dijo Mac-. Parece como si se te metiera en la piel y dejara que te sumergieras en él.
Spider asintió de nuevo, pues sabía a qué se refería su hijo.
Era como unificarse con el mundo. A menos que alguien te interrumpiera, por supuesto; entonces era bien distinto.
– ¿Has sabido algo de Jimmy Brick últimamente? -preguntó Mac.
Spider negó con la cabeza. Era una pregunta a la que tenía que responder con bastante asiduidad.
– ¿Por qué siempre me preguntas lo mismo?
Mac suspiró.
– Sólo por curiosidad. Sé que está trabajando con Pat, pero pensaba que erais colegas, eso es todo.
– Lo somos, o quizá debería decir lo éramos. Desde que ha regresado de España no es el mismo, aunque no sé por qué.
Mackie miró a su padre y vio lo largas que tenía las trenzas y el brillo de sus ojos negros. Se le veía muy colocado.
– ¿No estuvisteis en contacto cuando estuvo fuera?
– No, ni tan siquiera sabía dónde estaba. Después de que Patrick muriera todo se fue a tomar por el culo. No tenía nada a su nombre y hasta mi amistad con él fue puesta en entredicho. Era un tipo astuto, pero no esperaba morir. Como otras muchas personas, estaba invirtiendo y vivía de los intereses, lo cual, en personas como nosotros, es como tener un descubierto. Hubo muchas disputas al respecto y Brewster se quedó con todo porque era el que contaba con más hombres a sus espaldas. Además, por supuesto, de que pensábamos que estaba vengando su muerte. Una muerte en la que él había también puesto su grano de arena.
Mac escuchaba a su padre con interés.
– ¿Por eso me metiste tan repentinamente en el rollo?
Spider se quedó sorprendido por sus palabras.
– ¿A qué te refieres? -preguntó.
– A eso. Tú tenías una nueva familia, ¿no es así? Tú pagabas por nosotros, pero la verdad es que supiste muy poco de mí hasta que crecí. Yo solía preguntarme en dónde andabas y qué estarías haciendo. ¿Era porque mi madre era blanca?
– ¿Qué coño pasa contigo, muchacho? He cuidado de todos los hijos que te tenido y no creo que te haya faltado nunca de nada. Tu madre era una auténtica pesadilla, ella y su padre, que por cierto me odió desde la primera vez que me vio.
Spider se reía de nuevo, con esa risa ruidosa y socarrona que tienen los que están muy colocados.
– No digas cosas que no son. Tú eres el mayor de mis hijos y te quise desde la primera vez que te vi.
– Tienes tres hijos y los tres se llaman Eustace, ¿no te parece extraño? A mí, si te soy sincero, sí me lo parece.
Spider se encogió de hombros con indiferencia.
– A mí no. Y ahora dejemos esta estúpida charla. He oído llegar un coche. Probablemente sea el de los compradores.
No le mencionó nada a su hijo, pero la conversación le había hecho sentirse incómodo.
Lil estaba en el salón, viendo una película en la televisión. Annie, al ver entrar a Lance, se levantó para prepararle una copa.
– ¿Qué estáis viendo? -preguntó sin dirigirse a nadie en particular, pues siempre empleaba ese modo de hablar cuando estaba su madre presente.
Colleen, que estaba tendida en la cama con las piernas cruzadas, respondió:
– Oficial y caballero. Es realmente buena.
Se sentó en uno de los sillones y Annie le trajo una cerveza. Lance le dio las gracias asintiendo. Lil tuvo que hacer esfuerzos para quitárselo de la cabeza mientras Annie se sentaba en el otro sillón. Eileen, Lil y Colleen estaban recostados en el sofá, Christie.estaba tirado en el suelo, con las manos sosteniéndose la barbilla y Shamus tenía una botella de gaseosa al lado.
– ¿Se encuentra bien Kathleen?
Lance estaba hablando de nuevo a todos en general. Colleen volvió a ser la que respondió:
– Está en su habitación, hablando otra vez sola.
Lil se levantó del asiento y le dio un golpe a Colleen en la pierna.
– ¡No vuelvas a hablar así de tu hermana!
Eileen, sin apartar los ojos de la pantalla, dijo:
– ¿Y por qué no? ¿Acaso no es verdad? Se ha pasado la noche entera dándome el coñazo. Me saca de quicio.
– No puede evitarlo y tú lo sabes, así que deja de ser tan puñetera.
Lil volvió a levantarse. Le habían arruinado la tarde.
– ¿Por qué coño vienes, Lance? Siempre que vienes lo jodes todo. ¿Por qué no nos dejas en paz de una vez por todas?
Nadie dijo ni la más mínima palabra. Christy se encogió de hombros, como si esperase que alguien fuese a propinarle un golpe. Colleen, por su parte, apretó los ojos.
Lil sabía que no debía perder los estribos por tan poca cosa, pero no podía evitarlo. Cuando Lance preguntaba por Kathleen notaba en su voz un tono acusador. Sabía que estaba en lo cierto, que no eran imaginaciones suyas. Él lo enmascaraba muy bien, pero a ella no la podía engañar a ese respecto.
– ¿Has visto el nuevo piso de Pat? -le preguntó.
Lance no le respondió y ella sabía que no lo haría.
– Es hora de que tú hagas lo mismo. Esta casa se está haciendo muy pequeña para todos nosotros y Kathleen necesita tener su propia habitación, al igual que Eileen.
Por fin lo había dicho. Cuanto antes se marchase, mejor. Sabía lo que había sucedido esa semana. De hecho, ella había sido la que se lo había dicho a Pat.
– Déjalo en paz, Lil. ¿Quién va a cuidar de Kathleen si se marcha?
Annie sonaba preocupada. Lance era la única razón que ella tenía para levantarse cada mañana y todos lo sabían.
– ¿Por qué no te vas a vivir con la abuela? -dijo Christy tratando de imponer un poco de paz-. Ella tiene su propia casa y tiene muchas habitaciones libres.
Lil sintió ganas hasta de besarle, pero trató de controlarse.
Annie lo había estado deseando desde hace mucho tiempo y se dio cuenta de que Lance estaba en un dilema que tenía que resolver de una vez por todas.
Le dio un sorbo a la cerveza ruidosamente, miró a su madre y en voz alta y clara dijo:
– No pienso dejar a Kathleen. Soy el único que logra calmarla y tú lo sabes. Yo pago mi parte y si quieres que me vaya, me vas a tener que echar.
La voz de Lance sonó tan fría y seca como siempre. Era una voz sin inflexiones, monótona, tan desagradable como pasar las uñas por una pizarra.
– Considérate echado entonces, Lance. Y no se hable más -respondió Lil decidida.
Annie estaba encantada. Sabía que Lance se iría con ella con tal de estar cerca de Kathleen, además de que no era capaz de vivir independientemente como Patrick. No sabía ni freír un huevo y, puesto que Annie lo había tenido sobre algodones toda su vida, era muy poco probable que pudiera cambiar en ese aspecto. Él ni tan siquiera tenía una novia y, a menos que Lil lo echara del nido, difícilmente tendría ninguna. Salió de la habitación, seguida de Annie, como siempre, y todos respiraron aliviados cuando lo vieron marchar.
– ¿De verdad puedo quedarme con su habitación, mamá? -preguntó Eileen.
– Por supuesto que puedes. Y hazme el favor de decorarla. Te daré dinero para que la pongas a tu gusto.
– ¿Y qué va a pasar cuando yo necesite una habitación?
Lil miró a Colleen, sus florecientes pechos y sus delgadas piernas. Eileen parecía darse cuenta de lo mismo y respondió resignada:
– Te podrás venir a la mía y así Shamus puede estar en la de Christy.
Colleen estaba entusiasmada ante la idea de compartir una habitación con su hermana mayor. A ella le encantaba que la maquillara y le pintase las uñas y Eileen necesitaba alguien que le sirviera de tapadera cuando ella llegase tarde.
Annie regresó de nuevo al salón, con el rostro fruncido, como siempre. Lil se dio cuenta de que había envejecido. Había adelgazado últimamente y tenía la piel amarillenta.
– Ha sido muy cruel de tu parte, Lil.
Lil encendió un cigarrillo.
– ¿De qué te quejas si has conseguido lo que querías? No creo que sea bueno que viva con nosotros hasta que cumpla los treinta y, por lo que veo, cabe esa posibilidad. Necesitamos esa habitación y tú lo sabes tan bien como yo, así que cierra la boca y sírvenos una copa a las dos. Tengo que ir al club más tarde y quisiera tomar un baño, ya que la diversión se ha acabado.
Ivana y Pat estaban sentados en la barra del club. Ahora la mayoría de los negocios se llevaban a cabo en los locales e Ivana contribuía en más de un aspecto al buen funcionamiento del club. Estaba contenta de ser la encargada de acomodar a las chicas y de engatusar a los clientes con la bebida. La verdad es que lo hacía muy bien, pues siempre lo acompañaba con una agradable sonrisa y una buena actitud. Hasta Lil se había sentido más distendida con ella en los dos últimos años. Además, cuanto más útil fuese Ivana, más tiempo podía pasar con Shawn.
Pat sonrió al pensar en el niño. Era realmente gracioso, todo sonrisas y cordialidad. En su mundo eso era más importante de lo que la gente creía.
Pat miró el reloj y le dijo a Ivana:
– Hazme un favor y lleva a la oficina a ese capullo.
Scanlon había hecho acto de presencia en ese momento y Pat sentía un inmenso desprecio por él, a pesar de que lo necesitaba para conseguir su último propósito.
Ivana lo condujo a la oficina que estaba encima de las escaleras pocos minutos después.
Scanlon era ahora un hombre muy distinto del que se había presentado dos años antes. No mostraba esa actitud tan chulesca y estaba más dispuesto a trabajar para ganarse su sueldo. Ahora que ya era conocido por todos no sufría de ese complejo de culpabilidad.
Después de sentarse le pasó a Pat un fajo de papeles.
– ¿De dónde los has sacado?
– De uno de la brigada antivicio. Si he de serte sincero, deberías de hablar con él personalmente.
Patrick lo miró por unos instantes.
– ¿Para qué? -dijo-. Más pasta para polis corruptos. ¿No te habrás creído que pienso sacaros un plan de pensiones?
Hasta Scanlon tuvo que reírse, gesto que le cambió la cara por completo. Era tan extraño verlo reír que incluso Pat se quedó de una pieza.
Scanlon se encogió de hombros.
– Tengo que admitir que hasta yo estoy empezando a interesarme. Cuanto más averiguo, más quisiera saber.
Pat lo podía comprender. El hombre era un solitario, además del hombre perfecto para que husmeara por él porque era, por naturaleza, antisocial y curioso. Una perfecta combinación para Pat.
– ¿Y quién es ese tío de antivicio? ¿Puedes hacer que venga a verme?
– Creo que sí -respondió Scanlon-. Sabe que lo que estoy haciendo no es del todo legal, pero te sorprenderías lo frecuente que eso suele ser. A mucha gente le gusta leer las declaraciones de los testigos, de esa forma averiguan la dirección y lo que dijo. Es una práctica tan común que pronto pondrán una lista de precios.
Pat revisaba los papeles que tenía delante, pero se levantó para servir un par de copas. Luego volvió a sentarse y continuó mirando los papeles.
– Yo estaba en lo cierto, ¿verdad que sí?
Scanlon asintió y le dio un buen sorbo a la copa de brandy.
– Por lo que parece sí.
Scanlon se terminó la copa en silencio. Cuando se marchó, Pat seguía allí, sentado, mirando al vacío.
Kathleen estaba sentada al lado de la ventana de su habitación, donde pasaba horas sin hacer otra cosa que fumar cigarrillo tras cigarrillo. Las cortinas tenían muchos agujeros de quemaduras, ya que olvidaba con frecuencia dónde dejaba el cigarrillo encendido. Cuando se ponía a hablar sola, hacía gestos con la mano que sostenía el cigarrillo, como si estuviese hablando con gente de verdad.
Eileen estaba trasladando sus cosas y Kathleen parecía contenta, por lo que no había razón para que se sintiese mal. De hecho, parecía hasta complacida.
– ¿Pero te sentarás a mi lado cuando me vaya a dormir?
Eileen sonrió.
– Por supuesto que sí. Y si te pones nerviosa, hasta me quedaré a pasar la noche. Yo no me voy a ir a ningún sitio, sólo a otra habitación.
– ¿Sigues saliendo con ese chico, Eileen?
Cogió un puñado de jerséis de la cómoda que estaba al lado de la cama y, dándose la vuelta para mirar a su hermana, asintió con la cabeza.
Kathleen empezó a reírse de nuevo y Eileen le hizo señas para que se callara. Aunque sabía que Kathleen no diría nada, temía que alguno de sus hermanos pequeños oyera algo y lo dijera.
Lance estaba haciendo las maletas y estaba triste por él, aunque, por otro lado, también se alegraba de irse. Su madre al menos sería más feliz.
– ¿Estarás bien, Kath, si se marcha Lance?
– Por supuesto que sí. La abuela Annie estará más que contenta, ¿no es verdad?
– Supongo. Mamá te ha dejado una chocolatina en la nevera. ¿Quieres que te la traiga?
– No, cómetela tú o dásela a los niños.
– Tienes que comer algo, Kath. Estás escuálida.
Kath encendió otro cigarrillo y volvió a acercarse a la ventana para mirar a través de ella. Eileen se dio cuenta de que no volvería a hablar en mucho tiempo.
Se refería a ellos, por supuesto, ya que de nuevo empezó a musitar palabras a no se sabe quién. Eileen se preguntó, por millonésima vez, por qué la muerte de su padre le había afectado tanto a su hermana y no a ella. En cierta ocasión había oído a Janie comentarle a alguien que las gemelas, Kathleen y ella, intentaron abrazar el cuerpo de su padre cuando estaba todo ensangrentado. Ella no podía recordarlo. Lo único que recordaba eran los gritos y a Lance sentado en las escaleras en ropa interior. A veces incluso se preguntaba si sólo eran imaginaciones suyas.
– ¿Te encuentras bien, mamá? -preguntó Eileen con voz suave y muy preocupada.
Lil estaba muy pálida y llevaba tendida en el sofá dos días, algo inusual en ella.
– Estoy cansada, muy cansada -respondió-, aunque no me siento enferma.
– Ve al médico, por lo que más quieras -gritó Annie desde la cocina.
– Mañana iré. Hija, estás muy guapa.
Eileen estaba realmente atractiva y, mientras le cepillaba el pelo, Lil se dio cuenta de lo bonitas que eran las gemelas. Hasta la pobre Kathleen, que no se ponía maquillaje ni se cuidaba, seguía siendo sumamente guapa.
Al extender el brazo para coger un cigarrillo, notó un pinchazo debajo del brazo. Fue un dolor agudo que le dejó sin aliento por unos instantes.
– Llama a Pat y dile que aún no me encuentro bien para ir al trabajo, ¿quieres, hija?
Colleen entró a toda prisa en la habitación y dijo alegremente:
– Yo lo hago. ¿Puedo ir al Wimpy con Lance?
– Por supuesto que sí. Y llévate a Shawn si quieres.
Al oír su nombre Shawn abrió los ojos, bostezó y sonrió a las mujeres de su vida.
– ¿Te importaría vestirle? -preguntó Lil.
Colleen cogió al niño y salió con él alegremente.
Pat entró en ese momento y, después de sonreírle a todos, dijo:
– Mañana tienes cita con el médico en la calle Harley. Te va a hacer una revisión completa, ¿de acuerdo?
– No seas tonto. Sólo estoy cansada.
Pat estaba arrodillado y dándole a Shawn un paquete de gominolas. Respondió con voz tan firme que no admitía discusión alguna:
– Vas a ir, ¿de acuerdo? Y no se hable más.
Lil se echó en el sofá, sintiéndose peor que nunca.
– ¿Qué pasa contigo, Lance? ¿Qué te anda rondando por la cabeza?
Los dos hombres se rieron mientras recorrían el camino de entrada hasta una gran casa situada en Chigwell. La cancela la había abierto Lance con ayuda de un corta cadenas. El camino era de chinarros, por lo que sus pasos alertaron al propietario de su presencia. Abrió la puerta principal con un bate de béisbol en la mano y un cuchillo de carnicero en la otra.
– Eso no es muy galante, ¿verdad que no? -dijo.
El hombre sonreía, pero los dos hombres se dieron cuenta de que estaba asustado, ya que le caía el sudor por la cara y le temblaba el cuchillo.
– Idos a tomar por culo. Aquí no vais a entrar.
– Creo que te equivocas -dijo Lance-. Vamos a entrar y vamos a coger algunas cosas. Y una de ellas son tus huevos, si no te quitas de en medio.
Lance sacó una recortada de debajo del abrigo. La cargó sobre su rodilla y luego, acercándosela hasta el mentón, le apuntó al hombre en la entrepierna.
– Me parece que una recortada tiene ventaja sobre cualquier cuchillo, ¿no te parece Donny?
Donny Barker asintió, como si hubiese reflexionado seriamente sobre la pregunta. Luego respondió con voz más afable:
– Sin duda. Ahora si no te importa tenemos que llegar a un arreglo. O nos das el dinero o nos llevaremos algo.
El hombre sacudía la cabeza. Era calvo, con los ojos negros y pequeños y unos labios excesivamente grandes; no tenía ni el más mínimo atractivo. Su esposa, sin embargo, era una mujer imponente, como solía comentarle a todo aquel que le escuchase. Afortunadamente, sus hijos habían salido a ella. Era esa esposa y esos hijos a quienes trataba de proteger en ese momento.
– No tengo el dinero. ¿Cuántas veces tengo de decirlo? Os lo devolveré en cuanto pueda.
Lance avanzó hasta donde estaba, sin dejar de apuntarle con la recortada. Empujó al hombre dentro del vestíbulo y luego al interior de la cocina.
Era una casa realmente bonita y Lance y Donny estaban estimando mentalmente el precio de los objetos que había en su interior.
– Pon el cuchillo y el bate sobre la encimera y aléjate de ellos -dijo Lance.
El hombre obedeció. Donny los recogió y los observó como si fuesen los objetos más interesantes que hubiera visto en la vida.
– El cuchillo está muy afilado. Podías haberle hecho daño a cualquiera con él.
Donny miró a Lance sonriéndole y éste asintió.
– Se puede sacar un ojo fácilmente o cortarle unos cuantos dedos a alguien con él.
El hombre estaba pálido y los ojos le parpadeaban de nerviosismo. Sabía que el hombre andaba pensando en cómo saldría de ésa y ganar tiempo para buscar el dinero y solventar ese asunto definitivamente. Lance sabía que guardaba una pequeña fortuna en una caja de seguridad, lo que no sabía era dónde se podía encontrar dentro de esa gran mansión hipotecada. Los coches, todo lo que tenía o bien era alquilado o comprado a base de sacarle dinero a las prostitutas. Era como otros muchos con los que tenía que bregar a diario; es decir, todo estampa, fachada y nada más que fachada. Vivían por encima de sus medios y no entendía para qué. A Lance jamás le había entrado eso en la cabeza. ¿Para que un grupo de amigos supieran que tenías un buen coche y una buena casa? Pues vaya timo. Ahora se estaba jugando su última baza y ninguno de ellos acudía para ayudarle.
– Ahora nos debes el dinero a nosotros -dijo Lance-. Hemos comprado la deuda y nosotros somos como los Mounties [14], siempre cazamos a nuestro hombre.
– Escucha, puedo devolverte el dinero ahora mismo…
Lance sonrió.
– ¿Puedes dármelo antes de que venga tu mujer con los niños? Su lección de baile habrá acabado y sería una lástima que tuvieran que presenciar esto.
Donny asintió de nuevo. Tenía un horrible gesto de mofa dibujado en la cara.
– Pobrecillos. Mira que si tienen que presenciar este espectáculo. Veo que se le da bien eso del baile, ¿no es verdad?
Pasó una uña con la manicura muy bien hecha por el filo del cuchillo.
– Una pena que ella perdiera un dedo o dos. ¿No es con ellos con los que mantienen el equilibrio?
Miró al hombre y vio el gesto de miedo y terror que tenía en el rostro.
– No harías una cosa así. Son niños y no creo que te atrevas a hacerle daño a un niño.
Lance respondió:
– Ya verás si puedo. Yo puedo hacerle daño a todo aquel que me deba dinero. Lo tomo como un insulto personal, como si se mofaran de mí, y eso no lo tolero. Ahora dime, ¿dónde tienes la caja fuerte? Ábrela, saca el dinero y páganos. Ya verás qué pronto nos vamos. Si no lo haces, le rebanaré el pescuezo a ese bebé del que te sientes tan orgulloso.
En ese momento oyeron que alguien abría la puerta y decía en voz alta:
– ¿Has visto la cancela? Está abierta y yo la dejé cerrada como me dijiste.
La esposa entró en la cocina y vio lo que estaba sucediendo. Se dio la vuelta rápidamente, pero no lo suficientemente rápido. Sostenía el bebé en brazos y su hija mayor, que acababa de cumplir los doce, aún estaba en el vestíbulo, quitándose el abrigo y las botas. Levantó la cabeza sobresaltada al oír el ruido y, al ver a su madre temblando de miedo mientras un hombre la forzaba a que entrara en la cocina, empezó a llorar. La mujer abrazaba al bebé y trataba de cubrirlo, ya que, al ver la recortada, instintivamente hacía lo que podía por protegerle.
– Por favor, no quiero problemas. Nosotras no sabemos nada… -dijo.
Su voz sonaba entrecortada por las lágrimas y estaba temblando de pies a cabeza.
La hija corrió en su ayuda, llorando desesperadamente y eso sobresaltó al bebé. Había demasiado ruido, pero aun así la voz de Lance se oyó por encima de aquel alboroto.
– Dámelo, ahora.
Donny se quedó tan consternado como los padres del bebé.
– Te he dicho que me des al bebé.
– Déjalo, Lance. Esto no merece una cosa de esa magnitud -dijo.
Lance avanzó y apartó a la hija de los brazos de su madre. La mujer estaba histérica y Lance le gritó:
– Cierra el pico ahora mismo o acabo con todos para tener un poco de silencio.
Agarró a la niña y le apuntó a la cabeza con la recortada.
La niña se calló de inmediato, como si supiera lo seria que era la situación. Las lágrimas le corrían por las mejillas, pero no emitía ni el más mínimo sonido.
– Suéltala, por el amor de Dios, suéltala de una vez, hijo de puta. Suéltala y te daré lo que quieres.
Lance empujó a la hija mayor y casi se cayó. Estaba tan asustada que apenas podía mantenerse en pie. Lance le gritó a la mujer, que acudió en su ayuda para levantarla, sosteniendo al bebé al mismo tiempo.
– Sal de aquí y cierra la puerta. Recuerda que podemos verte, así que no intentes jugárnosla, ¿de acuerdo?
La mujer asintió con la cabeza, aunque Donny se dio cuenta de que estaba a punto de un ataque de nervios. La hija estaba casi en trance y supo de inmediato que el terror que estaba viviendo se quedaría impregnado en sus huesos para siempre.
– Vamos. Fuera de aquí -terminó diciendo Lance.
Salió de la cocina y se dirigió hacia su nuevo invernadero, razón por la cual su padre debía ese dinero. Cuando pasó a su lado, la hija le dijo:
– Mi madre tenía razón con respecto a ti. Ella siempre ha dicho que terminarías en la cárcel o con la cabeza cortada. Y ahora me metes esta calaña en casa.
Lance la empujó para que entrara en el invernadero y dijo:
– Si quieres le corto la suya como regalo por pagarnos. No sé por qué, pero me da la impresión de que tiene que ser un puñetero coñazo, igual que la madre y el bebé. Yo no discrimino, así que me cargo al que más te guste.
Él, por el contrario, sacudió la cabeza y con una voz que denotaba arrepentimiento y cara de pena dijo:
– Por favor, muchachos. Dadme una semana más. Sólo una semana y tendréis vuestro dinero. Os lo juro por la madre que me parió.
Lance empezó a enfadarse de veras. Le parecía increíble que este hombre siguiera jugando con la vida de sus hijos.
– Eres un cabrón de mierda. ¿Intentas jugármela a pesar de que he amenazado a tus hijos? Ya me conoces y ya sabes de lo que soy capaz. Eres un cabrón de mierda.
– Vamos, Lance. Ya sabes que haré lo posible, especialmente si sé que eres tú quien va a cobrarla.
– Sé que has comprado billetes a Dodger Marks para irte a España este jueves. A él también lo tengo cogido por los huevos, igual que te tengo a ti. Yo sé todo acerca de la gente que me debe dinero. Recopilo información antes de invertir mi dinero, así sé qué puedo pedir antes de meter un dedo en el asunto. ¿Qué pensabas? ¿Pagarme desde Benidorm? Me hubiera presentado allí igualmente, capullo. Una vez que decida buscarte, no hay sitio donde puedas esconderte.
Lance sacudía la cabeza y se reía ante la incongruencia de esa persona.
– Ahora te has convertido en mi enemigo de por vida. Si te veo por ahí, te machaco y lamentarás haberme timado. De momento, toma.
Le apuntó al pie y disparó. El sonido del disparo en la cocina fue ensordecedor y la sangre y el hueso del pie saltaron por todos lados. El hombre se quedó mirando lo que hace un momento era un zapato caro, incapaz de creerse lo que había sucedido, pues aún no había sentido ni el más mínimo dolor. La impresión de lo acontecido aún no había mandado las ondas al cerebro para que se diera cuenta de lo ocurrido y reaccionara apropiadamente.
Lance se había convertido en un maniático para entonces. Ahora apuntaba hacia la puerta del invernadero, mientras gritaba de odio y rabia.
– Coge a ese bebé, Donny, y verás como los mutilo a todos. Los voy a mutilar y te acordarás de su desgracia el resto de tu puñetera vida. Vas a desear que los hubiera matado, como vas a desear que te hubiera matado a ti.
Donny estaba tan consternado como el hombre al que había venido a cobrar. Lance estaba loco, completamente loco. Le brillaban los ojos y la cara la tenía roja de ira. Escupía incluso al hablar. Estaba completamente desquiciado.
– ¿Acaso no me has oído lo que te he dicho? Trae a los niños aquí. Quiero darle una lección a este puto cabrón para que sepa que tenía que haber cuidado de su familia, no venderla.
El hombre oía lo que hablaba y, al igual que Donny, se dio cuenta de que era muy capaz de cumplir con lo que decía, sólo para darle una lección y poder demostrarse algo.
Se puso de rodillas y dijo:
– Por favor, Lance, no lo hagas. Te llevaré hasta la caja y te daré dinero, joyas o lo que quieras. Pero por favor, no lo hagas.
Lance miró al hombre durante un buen rato y tanto él como Donny vieron los esfuerzos que hacía por recuperar la compostura.
– Vamos, Lance, coge el dinero y vámonos.
La voz de Donny le llegó al cerebro, pero tardó casi cinco minutos en responderle. Estaba luchando consigo mismo y, aunque ambos hombres habían oído hablar de sus arrebatos, jamás habían presenciado ninguno.
– De acuerdo -respondió.
Miró al hombre que estaba arrodillado y le dijo:
– Muévete y enséñame lo que tienes para mí.
El hombre tuvo que arrastrarse por la cocina. Sus pies estaban empapados de sangre. Tuvo que empujarse por el vestíbulo, subir las escaleras y recorrer el amplio descansillo con Lance detrás mientras Donny vigilaba al resto de la familia. Cuando llegaron a la habitación había perdido ya tal cantidad de sangre que estaba a punto de desvanecerse y morir.
– La caja está detrás del cuadro. La combinación es 999999.
Lance se sonrió por la ironía de la combinación.
– Vaya, el teléfono de emergencias. Precisamente el que tú vas a necesitar. Por lo que veo, vas a necesitar algo más que una escayola para curarte los pies.
Lance abrió la caja, sacó una bolsa del bolsillo y metió todo el contenido dentro. Era mucho más de lo que debía, pero ¿para qué lo iba a querer él ahora?
Había hecho la única cosa que provocaba que Lance perdiera de verdad los estribos.
Le había intentado engañar incluso poniendo en riesgo a su familia. Miró al hombre con desprecio y le dijo tranquilamente:
– ¿Qué prefieres? ¿Que te arranque un pie o que me lleve por delante a uno de tus hijos?
El hombre estaba casi delirando por la pérdida de sangre y por el miedo. Lance le propinó una patada en la cara para tratar de que recuperara la conciencia, pero lo que consiguió fue todo lo contrario. Al verlo inconsciente se enfadó porque le hubiera gustado que le respondiera a esa pregunta.
– Mamá ha estado en el hospital para hacerse unas pruebas, Lance, ¿lo sabías?
Lance asintió. Patrick estaba sentado enfrente de él y esperó hasta que entrara Annie con la bandeja del té para poder continuar.
– Aquí tenéis, muchachos. ¿Queréis unas pastas? También tengo un poco de whisky que guardo para mis invitados.
Pat negó con la cabeza.
– Siéntate, abuela, tengo que hablar con los dos.
Annie se sentó, pero el tono tan serio de su voz ya le dijo lo que tenía que saber.
– ¿Es cáncer? -preguntó en voz baja, temerosa y con un sentimiento de culpabilidad.
Pat asintió tristemente.
– Mañana la ingresan. Le van a quitar uno de los pechos y creen que podrá tener alguna oportunidad.
No se sentía cómodo hablando de temas íntimos de mujeres, además de que estaba perplejo de que su madre, la persona más fuerte que había conocido, estuviera enferma, muy enferma, cuando aún era relativamente joven y tenía niños pequeños. Era como si todo estuviese siempre en su contra, como si no hubiera tenido ya bastante en la vida.
Lance le dio un sorbo al té. Sonándose la nariz, dijo:
– Necesitará ayuda. La abuela y yo nos podremos traer a Kathleen aquí, así estará más tranquila la casa y los demás no tendrán que ocuparse de ella.
Patrick estaba sorprendido por el giro que habían dado los acontecimientos, pero cuanto más pensaba en ello, más sentido le encontraba. Lance parecía darse cuenta de sus dudas, por eso dijo en voz alta.
– Ella que se preocupe de ponerse bien. No es precisamente una madre modelo, como todos sabemos, pero debe saber que yo siempre cuidaré de ella y, por mucho que piense lo que quiera, yo tengo un amor especial por Kathleen. Recuerda que cuando éramos niños yo siempre cuidaba de ella; como tú de Eileen. Mamá podrá descansar mejor sabiendo que las chicas no tienen que cuidar de ella. Con el pequeño Shawn tiene más que de sobra.
Annie asintió mostrando su acuerdo.
– Tiene razón, Pat. Ella debe preocuparse de cuidarse y no de los demás.
Pat sorbió el té sin responder. Conocía a su abuela y sabía que si Annie se encargaba de Kathleen, se vería libre de la responsabilidad de tener que cuidar al resto. Ella quedaría bien con todo el mundo y eso la haría ganarse méritos, aunque la mayor carga recayese en él y las chicas.
Pat se dio cuenta de donde procedían los rasgos de la personalidad de Lance. Él despreciaba y aborrecía a Annie, pues siempre iba detrás de algo. Sin embargo, no lo mencionó porque trataba de disponerlo todo de la mejor forma posible. Si no lo hacía él, no lo haría nadie. Se dio cuenta de que Annie tampoco se había molestado en preguntarle detalles de la mastectomia, ni de cómo se sentía su hija, ni de cuáles eran las horas de visita en el hospital. Lo único que estaba pensando era en cómo le iba a afectar a ella en el futuro. Ella sería la pieza clave para sus nietos y eso le permitiría la oportunidad de hacerse valer. Era una manipuladora; lo había sido siempre y siempre lo sería.
No le dijo nada a ninguno de los dos. En su lugar se tomó el té rápidamente y luego les pidió disculpas por haberles interrumpido. Los dos le hacían sentirse sucio y odiaba estar rodeado por ellos, especialmente si estaban juntos. Annie Diamond tenía mucho de lo que responder y su hermano era uno de los pesos que debía tener sobre su conciencia.
– ¿Habéis visto a Colleen? -preguntó Christy con una voz que denotaba preocupación y que hizo que todos le mirasen.
– No, pensábamos que estaba contigo.
– No la he visto en todo el día, ni tampoco nadie.
Eileen suspiró pesadamente y miró a Lance, que le estaba ayudando a traer una cama al salón para su madre.
Éste puso los ojos en blanco, pero no se molestó en contestarle a su hermano, pues estaban muy liados en ese momento. Su madre regresaba del hospital esa misma tarde y pensaron que se sentiría mejor estando en el salón, rodeada de sus hijos.
Hacía seis semanas que le habían extirpado el pecho y una semana desde que había terminado la radioterapia. Tenía un aspecto enfermizo y era una sombra de lo que había sido, pero era una luchadora nata y eso les hacía pensar que se recuperaría. Lo único que necesitaba era reposo y volverse a poner de pie. Al menos eso es lo que se decían ellos entre sí, pues el peor pensamiento que se les podía venir a la cabeza era el de perderla. Desde que le diagnosticaron la enfermedad se dieron cuenta de lo mucho que sus vidas dependían de ella.
– No puedo encontrarla por ningún lado -dijo Christy.
– Colleen estará probablemente con sus amigas, así que no te preocupes.
Christy se sentó en el sofá y respiró profundamente, haciendo reír a Eileen. Era un niño tan dramático cuando se le antojaba.
– Ya aparecerá. ¿Has estado en la biblioteca? Esta mañana dijo que tenía que ir por allí.
– Sus amigas me dijeron que no ha ido a la escuela hoy.
Lance dejó lo que estaba haciendo y se dio la vuelta alarmado.
– ¿Qué quieres decir? ¿Que no la has visto?
Christy negó con la cabeza y respondió de mal humor:
– Eso es lo que estoy tratando de decirte. Pensé que estaba con sus amigas, pero ninguna de ellas la ha visto.
Eileen percibió en el tono de su voz que estaba realmente preocupado. Los dos estaban muy unidos, pero sabía que Christy no se preocupaba si no había motivo.
– ¿No la has visto en todo el día? -le preguntó.
Negó con la cabeza, cansado de repetir la misma frase.
– No viene conmigo a la escuela. Ella queda con sus amigas y yo con mis amigos. Tampoco la veo siempre en la escuela, pues estamos en clases diferentes. Pero siempre regresamos juntos. Quedamos para hacer la última parte juntos y siempre hablamos de todo.
Se refería a la enfermedad de su madre, pero no quiso mencionarlo. Eileen comprendía su reticencia, pues a los demás les sucedía otro tanto. En ocasiones les daba miedo hablar, parecía como si todo fuese más real. Les hacía vivir lo que ninguno de ellos quería que sucediese: perder a su madre y que ya no estuviera con ellos nunca más.
– ¿Le has preguntado a sus amigas?
Asintió.
– ¿No hay ninguna con la que haya salido o esté jugando a la pata coja?
Christy negó con la cabeza y se levantó.
– Voy a buscarla de nuevo, pero ella nunca juega a la pata coja. Además, sabía que mamá venía hoy. Estaba deseando verla y me extraña que haya ido a ningún otro lado. Especialmente sin decírselo a nadie. ¿Por qué narices no usáis vuestro cerebro?
Estaba molesto porque, al parecer, nadie se daba cuenta de que su hermana no se comportaba así normalmente, que era una chica responsable. Él era el que siempre andaba de bromas y metiéndose en problemas, pero no Colleen. Era una buena chica y a él le molestaba que los demás pensaran lo contrario.
– Quédate aquí, Christy -dijo Eileen.
Salió al vestíbulo y cogió el teléfono.
– Voy a llamar a Pat a ver qué dice.
Lance miró a su hermano pequeño, se sentó a su lado y de nuevo le dijo:
– ¿Seguro que no sabes dónde puede estar? ¿No te habrás olvidado de alguien?
Christy ni se molestó en responderle. Negó con la cabeza con desánimo y suspiró de nuevo.
El policía miraba con interés a Patrick Brodie y no porque estuviera denunciando a una persona desaparecida, sino porque había oído hablar mucho acerca de la familia y ésta era la primera vez que estaba delante de uno de ellos. Eran como una leyenda y este agente se sentía como si estuviera en presencia de algún miembro de la realeza. Seguro que de ese encuentro hablaría durante mucho tiempo.
– ¿Eres un poco lento o qué te pasa? -le dijo Pat-. Ve y llama al detective Broomfield ahora mismo.
El joven no le respondió. La forma en que le miraba Pat lo tenía aterrorizado y se dio cuenta de que debería haber prestado más atención a lo que le decía.
– ¿Estás sordo o es que eres gilipollas del culo?
Patrick le estaba chillando. La rabia le salía por las orejas y apenas podía contenerse al ver que ese memo no le prestaba la debida atención.
El joven reaccionó y, apartándose de la mampara que se suponía debía protegerle de los miembros más violentos de la sociedad, dijo:
– Llamaré a un detective de inmediato, señor.
Pat permanecía de pie en el vestíbulo de la comisaría, tratando de controlar su carácter como podía. A su alrededor había muchas fotografías de ladrones y pillos que no valían un pimiento, y, para colmo, se veía obligado a hablar con un memo al que no le hubiera confiado ni para que fuese al supermercado, mucho menos para encontrar a una persona desaparecida. El lugar olía a pasma; es decir a tabaco y mentiras. Los odiaba a todos, odiaba lo que representaban y lo que otras personas pensaban de ellos. Él conocía un aspecto muy distinto de la policía y eso no lo convertía en un ser entrañable para ellos.
Era casi medianoche y Colleen aún no había aparecido. Él, como todos, estaba preocupado, pues no era la clase de chica que fuese a ningún sitio sin decírselo a ellos primero. Colleen era una niña en muchos aspectos y jamás había pasado una noche en casa de una amiga.
Oyó que una voz familiar le llamaba y vio que la puerta que daba acceso a la comisaría estaba abierta. Teddy Broomfield, un viejo colega de su padre, le hacía señales para que pasase.
– Pasa, muchacho. Tomemos un té y veamos qué podemos hacer.
Pat cruzó la puerta, sintiéndose mejor ahora que empezaba a hacerse algo constructivo. El, por su parte, tenía a todos sus hombres buscándola y nadie había visto ni oído nada. Era como si se la hubiese tragado la tierra. Además, era impensable que no hubiera esperado en casa el regreso de su madre. Le explicó todo eso a Teddy, quien, además de estar de acuerdo con él, se lo estaba tomando más seriamente que el mierda con el que se había topado en la recepción.
Eso le preocupó aún más. Era como si ahora que hubiese denunciado su desaparición se diera verdadera cuenta de que su hermana había desaparecido, que había que buscarla hasta encontrarla. Repentinamente se dio cuenta de lo seria que era la situación.
Lil, a las veinticuatro horas, supo que su hija jamás regresaría a casa. No sabía cómo había llegado a esa conclusión, y ni tan siquiera se lo mencionó a nadie, pero lo sabía, sabía a ciencia cierta que ya jamás vería más sonreír, ni hablar a su hija Colleen, que ya no la oiría más cantar, ni practicar con su flauta.
Se dio cuenta de que, para bien, se había ido.
Sabía que si la volvería a ver, sería para identificar su cuerpo. La policía estaba convencida de que se había escapado de casa, pero eso resultaba inimaginable. Ella jamás hubiera hecho una cosa así.
Lil había visto cómo Eileen se culpaba a sí misma, cómo sus hijos hacían otro tanto, y cómo los vecinos se quedaban sin palabras de aliento.
Estaba tendida en la cama, con el bebé en brazos, preguntándose por qué Dios la castigaba de esa forma después de lo que había tenido que soportar durante aquellos años. Se negó a ver al sacerdote y juró que jamás volvería a comulgar.
La vida sigue. Eso era un dicho que se había repetido infinidad de veces durante todo ese tiempo, pero ahora se daba cuenta de que eso no era nada más que una puñetera mentira. La vida no seguía. Vivía día a día, tratando de esconder su desconsuelo, su rabia y su miedo de no saber qué le podría haber sucedido a su encantadora hija.
Sin embargo, por las noches le acuciaban todas las pesadillas que sólo una madre puede imaginar. Todas las cosas que había leído en los periódicos o que había oído en la televisión se habían convertido en reales y posibles, habían dejado de ser un sueño y se habían convertido en realidad.
Se preguntaba si su hija tuvo miedo, si le hicieron daño, si abusaron de ella. ¿Había gritado pidiendo su ayuda? ¿La habría llamado y ella no acudió a su respuesta?
Lo peor de todo es que no se sabía nada al respecto; era como si se hubiese esfumado. Nadie sabía dónde podría haber ido, ni dónde estaría. Era como si no hubiera existido, aunque ellos sabían que sí. Su ropa estaba aún en la cómoda y sus zapatos seguían guardados en el armario que había debajo de las escaleras. Todo demostraba que había existido, que había vivido en aquella casa, con ellos. Era como si se hubiese marchado y pronto volvería a aparecer de nuevo, lo que pasa es que cada uno lo sentía a su forma. Se daba cuenta de cómo sus hijos trataban de asimilar lo sucedido.
Ninguno de ellos volvería a ser el mismo, eso era lo que más le dolía a Lil. La destrucción de su familia, a pesar de ser tan gradual, era tan completa que ya resultaba irremediable. Empezó a imaginar que sucedería un milagro, que algún día su hija Colleen entraría por la puerta y les haría darse cuenta de que estaban en un error. Luego, esa esperanza desapareció y lo único que ya esperaba encontrar es un cuerpo que poder enterrar, algo que pusiera fin a esas especulaciones que le atormentaban cada noche.
Si al menos tuvieran su cuerpo para poder enterrarlo, podrían llorarla, sabrían lo que le sucedió y comprender por qué se había marchado. Cada Navidad, cada cumpleaños, les recordaba su pérdida. Sin embargo, lo peor de todo era la espera, la espera de saber algo que terminara por romperles el corazón del todo.