– ¿Te encuentras bien, mamá?
Lil suspiró profundamente y se rió dibujando una mueca de dolor.
– No, la verdad es que no. Pero tú ya lo sabes.
Era una mujer tan jovial, tan llena de vida que parecía increíble que se estuviera muriendo.
– No sé qué vamos a hacer sin ti, mamá.
Lil bostezó. Era una estratagema que molestaba a sus hijos.
– Sobreviviréis. Ya sabes que la mierda flota. Recuerda que tienes que cuidar de tus hermanas, especialmente de Kathleen. Ella va a precisar de cuidados siempre y, por mucho que te saque de quicio, recuerda que en mi lecho de muerte te he pedido ese favor.
Christy se rió y Patrick se dio cuenta de lo mucho que se parecía a su madre. El, por el contrario, era igual que su padre, como dos gotas de agua, según le recordaba todo el mundo a cada instante.
– La culpa es una herramienta muy útil cuando necesitas algo.
Patrick sonrió.
– Las promesas en el lecho de muerte son como la corteza de una empanada; hechas para romperse.
Lil se rió con ganas.
– De verdad, os lo pido. Eileen tiene a Paulie, pero Kathleen no tiene a nadie. Recuerda por lo que ha pasado.
– Mamá, yo cuidaré de todos, así que no te preocupes -dijo Patrick.
Lil sabía que lo haría, pero eso no le servía de mucho. No estaba contenta de que su vida estuviera a punto de acabarse, a pesar de que se sentía preparada para ello. No obstante, debía tratar de convencerles pues, por mucho que ella estuviera deseando morirse de una vez, no estaba segura de que ellos estuviesen preparados para ese golpe.
– Ya sabes que estoy preparada para lo que venga. El dolor es cada vez más intenso, pero antes de nada necesito saber que cada uno tenéis vuestro sitio y sois felices a vuestra manera.
Suspiraron al unísono. Lil notó su dolor, como ellos el suyo. Estaba apoyada sobre la almohada y los miraba. Le encantaba verlos juntos; eran una familia muy unida, de eso no cabía duda.
– Mamá, somos una pifia, así que deja de preocuparte.
Era cierto. Todos se querían y se amaban entre sí, cada uno a su manera, de eso no había duda alguna.
– Patrick, ¿estás ahí?
– Por supuesto, mamá. ¿Qué quieres?
– ¿Qué pasó con Lance al final? ¿Reclamó mi madre su cuerpo?
Miró a Ivana porque sabía que ella le diría la verdad, aunque Patrick no lo hiciera. La joven asintió.
– Sí, madre. Ella lo reclamó.
Eileen hizo una señal de disgusto con los labios y dijo:
– ¡La muy pelleja! No ha dejado de preguntarnos si podía venir a verte.
Todos pusieron cara de no querer hablar del tema y le dejaron ese trabajo a Eileen.
Lil sonrió, pues sabía lo que pensaban cada uno de ellos. Agradecían a Eileen su honestidad al hablar. Lil tenía el mismo aspecto que años antes, cuando ellos eran pequeños y tenía la suficiente energía para cuidar de ellos.
– Me gustaría verla por última vez, sola. Necesito hablar con ella para quedarme en paz -dijo Lil mirándolos a todos.
Jambo estaba presente y ella le tendió la mano para que se acercara y como muestra de agradecimiento de que estuviera allí con ella.
– Me hiciste muy feliz al darme mi hijo pequeño y te estaré agradecida por eso eternamente. Tú y yo siempre nos entendimos bien, ¿verdad que sí?
Jambo asintió con la cabeza y le besó la mano.
– Dile que llamen a mi madre, ¿quieres? No descansaré en paz si no lo hago.
Nadie dijo nada, ni nadie lo haría, pues no querían llevarle la contraria. Ella cambió de tema.
– ¿Qué se sabe del juicio, Pat?
Él se encogió de hombros.
– No pueden demostrar que lo hice. Al parecer las pruebas desaparecieron en ese incendio que tuvieron hace tiempo. Yo y otros tres traficantes hemos quedado libres, así que no hay juicio que valga.
Pat se rió. Luego añadió:
– También me ha dicho un pajarito que la coCaina que pensaban quemar al parecer había desaparecido con antelación. Como ves, el sistema judicial británico funciona. El mejor del. mundo dicen que es.
Lil se rió. Conocía de sobra el meollo del asunto. No obstante, se dio cuenta de que se estaba tirando un farol; otra cosa es que hubiera conseguido un permiso temporal, o que estuviera en libertad condicional.
Él superaría la muerte de su hermano, y así debía ser. Pat simulaba que no estaba preocupado, que nadie se había percatado del asesinato de Lance. Había estado en libertad preventiva durante mucho tiempo y sólo lo habían dejado salir porque su muerte era inminente. Ella sabía que su enfermedad había hecho que el juez se mostrara algo más compasivo, eso y la muerte de su hermana. Lil pensaba que, para los intrusos, su familia y su vida deberían resultar ultrajantes. Los periódicos, al menos, así la definían, sacando a relucir la muerte de su marido, la desaparición de Colleen y ahora el asesinato de Lance. Los periódicos ya lo habían señalado como culpable. Pobre Pat. Llevaba mucho tiempo en libertad preventiva y ahora se enfrentaba a un juicio en el que, gracias a los periódicos, el jurado lo consideraría culpable.
La verdad es que la muerte de su hermano había sido un alivio para todos ellos. Lance era la pesadilla que no querría vivir ninguna madre. En realidad, se había convertido en ese terror que uno no ve, ni que puede prever. Era una pesadilla para cualquier madre y el soldadito de plomo de la abuela. Pobre Kathy. El miedo que habría tenido que padecer todos esos años mientras ellos pensaban que su preocupación por ella era de lo más sana, la única cosa que tenía a su favor, al menos para Lil. Su preocupación por ella les hizo pensar que, en su interior, una buena persona se debatía por salir. Su madre, sin embargo, que lo sabía todo, se lo había hecho ver como algo normal.
Lil aún trataba de asimilarlo, se preguntaba cómo alguien tan inestable podía ser hijo suyo, cómo alguien de su misma sangre podía ser capaz de hacer algo semejante.
La hija de Pat se acercó para sentarse a su lado e Ivana se puso a su espalda, con las manos sobre los hombros. Era una bonita estampa y Lil disfrutaba viéndola.
– Eres una buena chica, Ivana. Si Pat tuviera dos dedos de frente…
Todos se rieron. Lil no dejaba de mencionar que ya iba siendo hora de que se casasen.
Los muchachos estaban a su alrededor y ella les hizo una señal para que se apartaran. Sabía que aún le quedaba un buen rato antes de irse para siempre. No tenían por qué saberlo. Eran demasiado jóvenes para darse cuenta de que ellos también se verían así algún día y aún creían tener mucho tiempo por delante para hacer los preparativos de su propio funeral.
En realidad, estaba deseando morirse. Estaba preparada, más que preparada. Simular que no estaba preocupada por nada empezaba a resultar cansino, a pesar de que lo hacía por sus hijos, pues eran ellos los que aún no estaban preparados. Aun así supo que estarían bien, pues su familia era una familia unida y se cuidarían entre sí.
– Dile a mi madre que venga. Quisiera verla mañana.
– ¿Estás segura? -preguntó Pat.
– Por supuesto que sí. Tengo cáncer, no Alzheimer. Haz lo que te digo, ¿de acuerdo?
Asintieron. Ella sintió deseos de llorar por cada uno de ellos.
Poco después la dejaron y, por fin, pudo relajarse. El dolor era tan intenso que no podía ni respirar. Se tomó la morfina con la ansiedad de uno se esos yonquis a los que tanto había detestado por considerarlos personas débiles. No obstante, el dolor de ellos era mental, mientras que el suyo era físico. Rezaba por tener una muerte digna, aunque aún estaba esperando para ver al sacerdote. Sabía que, a pesar de lo sucedido en el pasado, moriría cumpliendo con los Sagrados Sacramentos.
La muerte no le asustaba, la esperaba con agrado, incluso. Creía que, de alguna manera, era algo predestinado; eso significaba que podría reunirse con su hija, su pequeña Colleen.
Su marido estaría esperándola, de eso también estaba segura. No sabía por qué imaginaba tal cosa, ni por qué estaba tan convencida, pero así era.
La muerte no hace distinciones, pues nadie puede evitarla. Ni el dinero, ni el poder la logran retener. La muerte. Ya de por sí es una ley impuesta, algo a lo que uno tiene que enfrentarse solo. Como su marido decía, ni los reyes, ni los pobres se libran de ella. En una ocasión había leído que Isabel I, en su lecho de muerte, dijo: «Daría todas mis riquezas por un momento más de vida».
Ella no pensaba de la misma forma. Se alegraba de que todo acabase por fin. Se alegraba de morir y así poder dormir sin ese dolor que aún le decía que estaba en la tierra de los vivos. Los niños necesitaban, además, alejarse un poco de su subimiento. Ya iba siendo hora de que la enterrasen y ellos pudieran seguir haciendo sus vidas sin estar pendientes a cada momento de su enfermedad.
Una vez que muriera podrían recuperar su vida normal y recordarla como la mujer que fue, fuerte y vibrante, siempre pendiente de ellos, y no como lo que era ahora, un mujer pequeña y carcomida por el dolor, deseando tanto la muerte como antes la vida.
Kathleen se pondría bien, lo mismo que Eileen. De hecho, últimamente ambas parecían haberse recuperado un poco. La muerte de Lance había impresionado tanto a Eileen que dejó la bebida, le hizo ver que en la vida había algo aparte de sus problemas. Y Kathleen se había librado de él, de ese cabrón que había abusado de ella. Ahora las dos habían vuelto a sentirse más unidas, tan unidas como siempre.
Podía morir en paz. Les había dado todo lo que pudo a sus hijos y ya lo único que podía hacer por ellos es darles una muerte feliz. La muerte de su padre había sido extremadamente violenta y sangrienta. Ella, en cambio, quería marcharse haciéndoles sentir que lo hacía sin ningún sentimiento de culpa, ni de miedo. Ahora comprendía que, como madre que era, lo que más podía desear es despedirse de ellos y desearles tranquilidad de espíritu.
Deseó recibir la extremaunción en ese momento, a pesar de que no había ido a la iglesia en mucho tiempo. Deseó ver al sacerdote, necesitaba confesarse por última vez y recibir la comunión. Se había acordado que el sacerdote viniera por la mañana y estaba deseando que llegase ese momento.
Dios había sido generoso a su manera, pues le había dado la vida que había tenido. Ahora, mirando a la muerte de frente, se dio cuenta de que si había aprendido algo en esta vida era que merecía vivirla, por muchas adversidades que hubiera en ella.
Patrick entró de nuevo en la habitación y ella le aferró la mano.
– Dile a mi madre que venga esta noche. No creo que me quede tanto tiempo como pensaba.
– ¿Estás segura de que quieres verla, mamá?
Suspiró.
– Por favor, Pat. Bien sabes que no puedo irme sin verla por última vez.
La abrazó delicadamente, a sabiendas de lo que le dolía el cuerpo. Sabía que el cáncer se había extendido por todo el cuerpo, llegando incluso a los huesos. Ella, al enterarse de que el cáncer había brotado de nuevo, se negó a recibir ningún tratamiento. De hecho, lo había mantenido en secreto. Quería morir y, aunque la odiaba por eso, respetaba su decisión.
– Llámala, ¿quieres? Estoy tan cansada, Patrick. No sólo del cáncer, sino de todo lo demás. Yo sé que sobreviviréis sin mí y también sé que cuidarás de los más pequeños. Eres un buen muchacho, Patrick. Siempre fuiste mi predilecto. Siempre he confiado en ti, como confío en este momento. Así, que por favor, llama a mi madre y concédeme ese deseo.
Lil casi lloraba. Luego, con una fuerza que ni ella creía tener añadió:
– Déjame ir en paz. Si tardo mucho en morir, me recordaréis como la mujer que estaba agonizando y no como la mujer que era. Olvidarías lo que hice para hacerte la vida más sencilla a ti y a los otros y no es eso lo que deseo.
– No queremos perderte. El doctor dice que aún se te puede aplicar la quimio.
– Yo no quiero más quimioterapia. ¿Qué significaría eso? ¿Unas cuantas semanas más? No, gracias, Patrick. Quiero de nuevo ser dueña de mi vida y tú tienes que asegurarte de que lo haga de forma agradable, sin dañar a nadie. Estoy preparada para morir y quiero hacerlo mientras continúo lúcida. No quiero que mis hijos me recuerden como un saco de huesos y un puñado de carne podrida. Quiero que me recuerden viva, así que deja de hablar sandeces y trae a mi madre. Lo único que quiero es hablar con ella, nada más.
Pat asintió.
– De acuerdo. Pero yo me quedo contigo, ¿vale?
– Por supuesto. Y puedes oír lo que digo, pero no interfieras.
Se rió de nuevo, con esa risa sonora y estridente que resultaba tan falsa como el pelo rubio de Ivana.
– Vamos, Patrick. Llámala. Estoy sumamente cansada y quiero que me concedas ese deseo.
Annie estaba entusiasmada ante la idea de ver a su hija. Se había enterado de que estaba seriamente enferma y quería hacer las paces con ella. Desde lo sucedido con Lance había sido repudiada por todo el mundo y no podía soportarlo. Necesitaba estar rodeada de su familia y esperaba que Lil se asegurara de eso. Annie había borrado por completo de su memoria a Lance, lo que había hecho, así como lo que ella había provocado y ocultado. Era como si nunca hubiese sucedido.
Annie, por lo que a ella respecta, tenía la conciencia completamente tranquila.
Al entrar en la habitación de su hija, percibió el olor a cáncer, a desesperanza y a medicamentos. Se sentó en la cama. Llevaba un tiempo sin ver a su hija y su aspecto la impresionó. Estaba sumamente delgada y de su cara, de su bonita cara, sólo quedaban ojos y huesos. Tenía el pelo intacto, aunque había perdido mucha cantidad y podía ver su cuero cabelludo. Era sumamente cruel y doloroso verla así.
– Hola, mamá.
Annie, por primera vez en la vida, sintió el dolor de otra persona. Se dio cuenta de que se estaba muriendo y se consideró afortunada de tener esa oportunidad para disculparse.
– ¿Cómo te encuentras, cariño?
Por primera vez en la vida, Lil notó pena en la voz de su madre, verdadera pena. Por primera vez la vio preocupada de que su hija estuviera enferma.
– Estoy bien, madre. Preparada para morir. Me alegra que por fin todo se acabe. Por eso le pedí a Patrick que te hiciera llamar, quería hablar contigo.
Le sonrió a su hijo mayor al verlo sentarse en la silla que había al lado de la ventana.
Annie asintió. Le alegraba que su hija hubiera solicitado su presencia antes de morir. Había rezado para que llegase ese momento y Dios había escuchado sus plegarias.
– ¿Te ocupaste del funeral de Lance?
Annie asintió de nuevo. Por fin vuelve a querer saber de Lance, pensó. Al fin y al cabo, había sido su hijo y quería saber si había recibido sepultura debidamente.
– Yo me ocupé de su entierro, así que no tienes nada de qué preocuparte.
Lil se rió afablemente.
– ¿Te das cuenta de que me estoy muriendo, mamá?
Annie afirmó con la cabeza y le cogió de la mano.
– Antes de morirme quiero decirte una cosa. Necesito hacerlo para irme en paz. Para darles paz a mis hijos, ¿comprendes?
– Lily, hija mía…
Ver a su hija morir le estaba haciendo darse cuenta de que verdaderamente la estaba perdiendo, de lo mucho que la echaría cié menos y de lo mucho que había significado para ella.
Nadie la había llamado Lily en mucho tiempo.
– Mamá, necesito decirte una cosa.
Annie afirmó. Lil vio en sus ojos el alivio que llevaba tiempo esperando.
– No necesitas decirme nada, cariño. Lo sé.
– Pero quiero hacerlo, madre. No me queda mucho tiempo. La verdad es que estoy deseando pasar a la otra vida. Pero antes quiero decírtelo.
Lil le dio un sorbo a la bebida. La pajita tenía un color anaranjado dentro del vaso y la sorbió como si su vida dependiera de ello.
– Espero, mamá, que te mueras de cáncer, sola y sin nadie que te quiera a tu alrededor. Espero que dejen tu cuerpo pudrirse y que te des cuenta de ello. Espero que no vuelvas a tener ni un solo momento de sosiego en la vida. Ése es mi último deseo: quiero verte muerta, pero antes quiero que te des cuenta de que nadie te quiere, ni te cuidará. Eso es lo que quiero. Quiero que mueras sola y que te pudras antes de que nadie encuentre tu cuerpo. Ahora vete a tomar por el culo y no vuelvas a acercarte a mí, ni a los míos.
Annie sintió que el mundo se le caía encima. Miró hacia abajo, a su única hija.
– No puedes decirme eso, hija. Estoy segura de…
– Puedes estar segura de que eso es lo que siento, madre. Espero que no conozcas lo que es un momento de sosiego y que te pudras en tu propio odio. Por eso rezo. Dios es bueno y generoso, y siempre le da a cada uno lo que merece. Yo puede que me esté muriendo de cáncer, pero tú te morirás de odio y culpa, sin nadie a tu lado. Ese será tu castigo, como fue el de Lance. Espero que vivas muchos años y que nadie cuide de ti. Espero que no sepas lo que es la paz, ni el descanso. Te odio tanto que seguro que hará mella en ti. Ahora vete y no te acerques a ninguno de mi familia.
Annie lloraba. Sus sollozos podían oírse en la habitación.
– Sácala de aquí, Pat, y asegúrate de que no vuelve.
– Por favor, Lil, deja que me explique, deja que te diga lo arrepentida que estoy…
– Si necesitara un riñón o un trasplante de algo y tú fueras la única persona que pudiera dármelo, me dejaría morir con tal de no tener nada tuyo. Ya te llegará la hora, madre. Te vas a morir sola, sin nadie a tu lado que mire por ti. Saber eso alegra mi muerte. Mi pobre Kathleen fue víctima tuya y de Lance. Torturasteis a mi hija y pusisteis en bandeja a mi Colleen, con el único fin de que tú y Lance pudieseis jugar a los hombrecitos. Cuando muera, incluso entonces, te estaré vigilando y procuraré que no tengas un segundo de descanso. Mis hijos te odian y eso no va a cambiar. Yo dejo este mundo contenta de saber que te morirás sola.
– Te quiero Lil. Por mucho que digas, te…
Lily Brodie miró a la mujer que le había dado la vida y la que se encargó de hacérsela insoportable. Luego miró a su hijo mayor y le dijo con desagrado:
– Sácala de aquí. No quiero verla en lo poco que me queda de vida.
Se rió y luego le dijo a Annie:
– Y eso no tardará en suceder. Pero moriré con mis hijos a mi lado. Y moriré sabiendo que me han querido. Y eso es más que suficiente para mí.
Janie Callahan lavaba a su amiga. Sabía que estaba sufriendo lo suyo y que el dolor era insoportable. Mientras la lavaba, para que estuviera presentable ante cualquier visita, se dio cuenta de que ya no tardaría mucho en morir.
– Gracias, Janie. Agradezco lo que estás haciendo por mí.
Janie le sonrió, se sentó a su lado y le sostuvo la mano como si su vida dependiera de ello.
– Te echaré de menos, amiga, lo sabes. Siempre te he apreciado y siempre lo haré. Pasara lo que pasara, siempre hemos sido amigas y siempre te has portado bien conmigo. Odié a Lance por lo que le hizo a mi niña, pero jamás te culpé por ello porque nunca lo consideré como hijo tuyo, y tú lo sabes.
– Yo también te echaré de menos, y no quiero dejar a mis hijos, pero debo hacerlo. Hazme un favor: vete a casa y disfruta el resto de tu vida…
Janie se puso muy triste al oír sus palabras, pero Lil comprendió su reacción.
– Escucha. La vida es corta. Lo único que quiero es estar con mis hijos en estos últimos momentos. Espero que siempre recuerdes nuestra amistad.
Janie se fue a casa llorando por la vida que se acababa, por aquella mujer a la que tanto quería y admiraba.
Patrick estaba sentado al lado de Lil, como siempre. Notaba que le sostenía la mano, y ella se aferraba a la suya, aunque ya no tenía fuerzas para hacerse sentir. Estaba débil, sumamente débil.
Estaba agonizando y ahora que sentía marcharse no estaba segura de que quisiera irse. El instinto de supervivencia era algo muy fuerte. Temía que sus hijos no supieran afrontar su muerte.
– Patrick, recuerda que siempre os he querido con toda mi alma. A todos vosotros.
Le besó la mano cariñosamente.
– Lo sé, mamá, como nosotros a ti. Siempre te he querido y siempre te querré, más que a nadie en la vida.
– Haz pasar al sacerdote. Estoy preparada. Quiero ver de nuevo a mi Colleen y estrecharla entre mis brazos.
Cerró los ojos y sus hijos supieron que se estaba preparando para entregar su alma. Parecía tranquila cuando el sacerdote le dio la última bendición, dispuesta a morir.
Todos rodeaban su lecho y la observaban con miedo e inquietud, porque la mujer que lo había sido todo en su vida se estaba yendo para siempre. Jambo le sostenía una mano y Patrick la otra. Las gemelas, Shamus, Christy y Shawn estaban presentes mientras el sacerdote terminaba de rezar.
Lil Brodie abrió los ojos y dijo alegremente:
– Mira mi esposo, está sentado al final de la cama, me está llamando, me está llamando.
Así falleció. Fue demasiado rápido para ser un momento tan solemne. Cerró los párpados y se fue.
Kathleen y Eileen estaban muy conmovidas. Mientras lloraban, el joven Shawn dijo:
– Espero que viniera a por ella. Ojalá la estuviera esperando.
Patrick Brodie añadió con tristeza:
– ¡Claro que lo estaba! La estaba llamando, de eso no cabe duda. Jamás vi a dos personas más unidas.
Shawn sonrió y, después de mirar a cada uno de los de su familia, se levantó y dijo:
– Eso es lo que somos nosotros, Pat: una familia unida. Más unida de lo que la gente piensa y más de lo que mamá imaginaba.
Patrick se rió.
– Ella lo sabía de sobra. Nosotros estamos unidos por ella. Ella ya se aseguró de eso y nosotros tenemos que cumplir con sus expectativas y cuidar unos de otros. Al fin y al cabo, es lo único que tenemos.
– ¿Crees que superaremos su muerte?
Pat miró a sus hermanos y hermanas y los vio tal y como su madre los había visto, todos necesitándole y todos necesitándose entre sí.
– Por supuesto que sí. Ella es lo mejor que nos ha sucedido en la vida. Ella nos mantuvo unidos, nos hizo una familia. Ahora lo que nos deja es a nosotros mismos.
Christy miró a todos con tristeza y dijo en voz baja:
– Amén. Que así sea.
Martina Cole