Me recuesto sobre las almohadas y extiendo
mis brazos hacia él, que acude a mí ansioso y de buena gana,
sin percatarse ni preocuparse ni un momento del peligro que le acecha.
Mis colmillos comienzan a palpitar y sé que
la sed de sangre que me atraviesa tiene que ser satisfecha esta noche.
El beso de lady Vampiro,
Anónimo
Logan se encontraba bajo las sombras del único olmo que había en el pequeño jardín helado de la parte trasera de la casa de lady Emily. La luna iluminaba la zona con un intermitente resplandor plateado mientras las nubes se deslizaban en el cielo arrastradas por el viento gélido. El aliento de Logan empañaba el aire y, aunque intentaba calentarse las manos soplándose los dedos enguantados, un intenso frío le penetraba la piel.
Aun así, apenas lo sentía mientras observaba la ventana del dormitorio de lady Emily. Una tenue luz titilaba a través de ella, una solitaria vela, supuso, y se preguntó si la joven estaría leyendo o preparándose para irse a dormir. Pensar en Emily, tras esa ventana, quitándose la ropa y deslizándose entre las sábanas suaves con los sedosos mechones de su pelo extendidos sobre la almohada, lo acaloraba de tal manera que parecía que hiciera calor en esa gélida noche de enero.
Había pensado constantemente en ella.
Todo el día. Toda la tarde. En especial desde que había relevado a Simón Atwater, el detective de Bow Street que Gideon envió para protegerla, y ocupara su lugar después de que Emily hubiera regresado de la casa de Sarah. No había visto nada amenazador ni cualquier cosa que resultara sospechosa en los alrededores; lo que esperaba que significara que ella no corría peligro. Sacó el reloj del bolsillo y colocó la pieza de oro bajo un rayo de luna. Poco más de medianoche. Sí, iba a ser una noche larga y fría.
A menos que… Dejó volar la imaginación y pronto imaginó a lady Emily en la cama. Desnuda. Con aquellos hermosos ojos nublados de excitación. Humedeciéndose los labios exuberantes con la lengua. Los pezones oscuros y erectos. Se vio arrodillándose entre sus muslos abiertos, urgiéndola a separarlos todavía más. Se le escapó un gemido ahogado ante la vivida imagen que llenaba su mente de los pliegues femeninos, hinchados y húmedos por el deseo. Por él. Alargó la mano para tocarla…
– ¿Qué demonios está haciendo aquí?
Aquel susurro siseante sonó directamente detrás de Logan que, alarmado, casi soltó un grito. Se dio la vuelta al tiempo que se agachaba, cerrando los dedos en torno a la empuñadura del puñal que llevaba en la bota. Se encontró mirando una capa de piel. Levantó la cabeza de golpe y vio a lady Emily observándolo fijamente.
– ¿Piensa responderme o tiene intención de permanecer arrodillado toda la noche?
Soltando una obscenidad, Logan volvió a deslizar el puñal en la funda.
– ¿Qué demonios está haciendo aquí? -inquirió él en un ronco susurro.
Ella arqueó la ceja.
– Creo que yo he preguntado primero.
– ¿Cómo diablos se le ocurre acercarse a mí de esa manera? -Maldita sea, esa mujer le había hecho envejecer diez años de golpe.
– Dado que usted se me ha acercado a hurtadillas más de una vez, me parece justo devolverle el favor.
– Podría haberle cortado el cuello.
Ella volvió a arquear la ceja.
– ¿Con qué? ¿Con sus reflejos de espadachín?
Molesto consigo mismo y con ella, le lanzó a Emily su mirada más feroz e intimidatoria que, maldita fuera, no pareció intimidarla en absoluto.
– Con el puñal que llevo en la bota -respondió él en tono helado.
Emily resopló.
– Podría haberle golpeado media docena de veces antes de que sacara ese puñal.
Logan apretó los dientes. Maldita sea, ella tenía razón, y eso sólo le exasperaba aún más.
– ¿Qué está haciendo aquí fuera? -preguntó él de nuevo.
– Le vi desde la ventana. Al parecer tiene por costumbre andar escondiéndose por los alrededores. Me acerqué para averiguar qué estaba haciendo aquí fuera. Aparte de intentar cortarme el cuello, claro. -Emily cruzó los brazos sobre el pecho. Logan escuchó un débil taconeo y se dio cuenta de que la joven golpeaba el suelo con el zapato. -¿Y bien?
Por Dios, se sentía como un idiota. Y todo por culpa de ella. Si no hubiera estado tan ensimismado fantaseando con la joven, desnuda, excitada, húmeda y… Logan sacudió la cabeza para disipar la erótica imagen que invadía su mente. Si no hubiera estado distraído con esos pensamientos, Emily no habría podido acercarse a hurtadillas. Consideró mentirle sobre su presencia allí pero, en realidad, no había otra explicación plausible, salvo la verdad, de por qué estaba en el jardín a medianoche.
– Tras el incidente de hoy con el carruaje estaba… preocupado. Así que decidí comprobar los alrededores de su casa y asegurarme de que no hubiera nada sospechoso.
La irritación desapareció de la mirada de Emily, que parpadeó varias veces.
– ¿Estaba preocupado… por mí?
A Logan le palpitó un músculo en la mandíbula.
– Sí. ¿Sabe en qué me convierte eso?
– En un… ¿acosador preocupado?
El entrecerró los ojos.
– Más bien en un hombre preocupado.
– ¿Cuánto… cuánto tiempo lleva aquí?
Maldita sea. De nuevo deseaba mentirle y responderle que llevaba esperando apenas cinco minutos, pero su conciencia no le permitió otra cosa que decir la verdad.
– Unas horas.
– ¿Unas horas? -repitió ella con un susurro aturdido. -¿Cuánto tiempo tiene intención de quedarse?
Demonios, tampoco podía mentirle en eso.
– Hasta el amanecer.
– Porque está preocupado por mí. -Ella dijo las palabras lentamente, como si le costara trabajo comprenderlas.
El apretó los labios y asintió con rigidez. Estaba claro que la única manera de que lo comprendiera era contándole toda la verdad.
– Lo que pasó hoy, lo del carruaje… No creo que fuera un accidente. -Se apresuró a contarle los recientes incidentes que había habido contra él, concluyendo con: -Creo que alguien intenta hacerme daño. Puede que también esté intentando lastimar a mis conocidos. Si nos han visto juntos en el parque, puede que piense que somos algo más que…
– Amigos -terminó ella cuando él vaciló.
– Sí. Quería asegurarme de que estaba a salvo, así que… aquí estoy.
– Y por eso lleva aquí fuera varias horas -murmuró ella, todavía sonando y pareciendo aturdida. -Y pretende quedarse aquí durante varias horas más.
– Sí.
Emily abrió y cerró la boca varias veces sin decir nada. Él no recordaba a nadie que le hubiera parecido más confundido que la joven.
– Eso es… muy amable por su parte -dijo ella finalmente tras aclararse la garganta.
– Esto no tiene nada que ver con la amabilidad. Simplemente me siento responsable. Aunque, por otra parte, debo añadir que me parece bastante ofensivo que parezca continuamente asombrada por el hecho de que pueda hacer algo amable… si esto fuera un gesto de amabilidad, claro. Lo que, obviamente, no es.
Emily pareció no oírle. De hecho, parecía mirarlo como si nunca lo hubiera visto antes.
– Bueno, como puede observar, estoy bien.
– Sí. -Lo estaba. Extraordinariamente bien. Emily estaba bajo un rayo de luna que iluminaba su piel con un etéreo resplandor plateado, haciendo que sus ojos parecieran radiantes. Logan tuvo que cerrar los puños para no alargar las manos hacia ella y tocarla.
– Debe de estar muerto de frío -dijo ella. -Sólo llevo aquí unos minutos y ya estoy helada hasta los huesos.
«Había tenido frío.» Hasta que se puso a pensar en ella desnuda y excitada, húmeda y abierta y… Maldición, de nuevo volvía a dejarse llevar por la imaginación. Aunque se apresuró a ahuyentar aquellos pensamientos eróticos, el daño ya estaba hecho y sentía como si tuviera la piel ardiendo.
– En realidad estoy bastante bien. Usted, sin embargo, debería regresar a la casa. -Ahora mismo. Antes de que él cediese a la tentación de tomarla entre sus brazos y aplacar aquel maldito infierno que ella había desatado en su interior.
Emily asintió con la cabeza.
– Tengo que volver adentro. -Se llevó la mano enguantada a la nariz y se la frotó. -Creo que estoy empezando a congelarme. Ya no siento la cara. -Luego alargó la mano y le tocó el brazo. -Por favor, acompáñeme. Mi padre tiene un brandy excelente. Le ayudará a combatir el frío.
El se quedó paralizado ante la caricia y el ofrecimiento. Y también consternado por las ganas que tenía de aceptar.
– Su familia no lo aprobaría, igual que no aprobaría que usted esté aquí fuera.
– Mis padres se acostaron hace más de una hora y siempre duermen de un tirón. Jamás se enterarán de que ha estado en casa.
– ¿Y el resto de la familia?
– Todos duermen profundamente.
– Todos menos usted.
Emily miró al suelo y Logan tuvo la impresión de que se había sonrojado. Maldijo para sus adentros la oscuridad que los rodeaba y que le impedía averiguar si era cierto.
– No… simplemente no tenía sueño. Pero en cuanto me quedo dormida, soy como el resto de la familia. Es como si me hubieran golpeado la cabeza con un yunque.
Logan soltó una carcajada, empañando el aire entre ellos.
– Sin duda es una buena manera de dormir de un tirón.
Una lenta sonrisa curvó los labios de la joven, y que lo condenaran si él no se sentía como si el sol hubiera salido por el horizonte.
– Sí, si luego puedes soportar el horrible dolor de cabeza. -Emily retiró la mano de su manga y se rodeó con los brazos. -Por favor, acompáñeme adentro y caliéntese un poco ante el fuego. Después de todo lo que ha hecho por mí hoy, es lo menos que puedo ofrecerle.
Una vocecita interior advirtió a Logan de que estaba a punto de jugar con fuego, pero Emily lo miró suplicante, con aquellos hermosos ojos del color del mar, y su resistencia se desmoronó.
– De acuerdo. Pero sólo un momento. Luego seguiré vigilando aquí fuera.
– Es evidente que no se le ha ocurrido pensar que podrá vigilarme mucho mejor si estamos en la misma habitación.
Oh, claro que se le había ocurrido, Con todo lujo de detalles. Y la habitación en cuestión era el dormitorio de ella. Donde estaba desnuda y excitada, húmeda y abierta, y… Santo Dios, no iba a permitir que sus pensamientos siguieran ese rumbo otra vez. Claro que no.
– Vamos. -Ella se encaminó hacia la casa y él la siguió. Un momento después, Emily abrió una puertaventana. Así era como había salido de la casa. Logan negó con la cabeza. Maldita sea. Sí que debía de haber estado ensimismado en aquellos pensamientos eróticos para no haberla oído deslizarse por una de las puertaventanas que era claramente visible desde donde él estaba vigilando.
La siguió al interior y la observó fijamente mientras cerraba la puerta de vidrio. Luego se giró para examinar la estancia, deteniéndose ante un enorme globo terráqueo y las paredes cubiertas de estanterías del suelo al techo y repletas de libros con encuadernación de piel. «Maldita sea», tal y como a los británicos les gustaba decir.
Estaban en la biblioteca.
Imágenes de los apasionados besos que había compartido con esa mujer las últimas dos veces que se encontraron a solas en una habitación como aquélla irrumpieron en su mente, dejando un rastro ardiente en su piel.
– ¿Le gustaría tomar un brandy? -preguntó ella, dirigiéndose a un juego de licoreras de cristal dispuesto en un aparador que había cerca de la chimenea de piedra, donde resplandecía un débil fuego que arrojaba doradas sombras danzantes en la estancia.
– Dentro de un momento. -La cogió por el brazo y con suavidad la condujo hasta la chimenea. -Antes nos calentaremos un poco.
Cuando se detuvieron ante la lumbre, él se giró hacia ella. El corazón de Logan dio un brinco al ver la nariz roja, los labios temblorosos y los dientes castañeteantes de Emily. Parecía estar helada hasta los huesos y más dolorosamente hermosa y provocativa que cualquier mujer que hubiera visto nunca. Comprendió que jamás debería haber entrado allí con ella. Los siguientes quince minutos, hasta que pudiera escaparse y regresar a la fría noche donde pertenecía, iban a ser toda una tortura. Bien, sometería sus manos -y sus labios -a un rígido autocontrol, y se marcharía antes de que hubiera ocurrido nada complicado entre ellos.
Se puso en cuclillas y después de quitarse los guantes, removió la leña con un atizador. Un torrente de chispas brillantes se alzó hacia el tiro de la chimenea. Luego usó el fuelle para avivar el fuego que muy pronto ardió, emitiendo calor.
Se incorporó y puso las manos en los hombros de Emily para frotarle enérgicamente los brazos de arriba abajo.
– Pronto entrará en calor -dijo él, sin dejar de frotarle los brazos mientras se negaba a pensar en el hecho de que la estaba tocando. Y en lo menuda y delicada que era bajo sus manos.
– ¿Y cómo entrará usted en calor? -preguntó ella, mirándolo a los ojos y con la barbilla aún temblándole por el frío.
«Gracias a ti siento como si mi piel estuviera en llamas.»
– Estoy acostumbrado al frío. No me molesta demasiado.
Un fuerte estremecimiento la sacudió de los pies a la cabeza y él tuvo que combatir el abrumador deseo de estrecharla entre sus brazos y calentaría con algo más interesante que un masaje.
– ¿Cómo se acostumbra alguien al frío? -preguntó ella con los dientes castañeteando.
Él vaciló y luego se encogió de hombros.
– Cuando uno pasa demasiadas noches durmiendo en la calle, acaba acostumbrándose a la incomodidad. -No añadió que uno acababa por acostumbrarse a todo con tal de sobrevivir un día más.
Emily le lanzó una mirada compasiva y él negó con la cabeza.
– No sienta lástima por mí. No lamento ninguna de esas adversidades. Me han convertido en lo que soy ahora. -Esbozó una media sonrisa. -Ya sabe, un grosero americano.
La simpatía en los ojos de Emily dio paso a una expresión de timidez. Resultaba evidente que iba a decirle algo, pero justo en ese momento él cogió sus manos entre las suyas y se las llevó a los labios. Sin dejar de mirarla a los ojos, Logan lanzó un largo suspiro contra los dedos femeninos.
– ¿Va entrando en calor? -preguntó, pronunciando las palabras contra los guantes de Emily.
La mirada de la joven se desvió de sus ojos a sus labios, y Logan tuvo que contener un gemido. Maldición, lo miraba de una manera tan intensa que parecía como si le hubiera besado de verdad. Volvió a mirarle a los ojos.
– Sí, voy entrando en calor -susurró ella.
El soltó otro largo suspiro y alargó la mano para rozar la fría mejilla de Emily con la yema de un dedo.
– ¿Siente ya la cara?
– S… sí.
Santo Dios, Logan quería seguir tocándola, pero dado el perjudicial efecto que esa mujer ejercía sobre su control, sabía que no debería hacerlo. Aunque no parecía poder detenerse. Lo haría… pero todavía no. A pesar de la tentación que ella representaba, él siempre lograba controlar todos los aspectos de su vida, y éste no sería una excepción. Así que se controlaría.
Le soltó las manos y buscó el cierre delantero de la capa.
– El fuego calienta más ahora. Entrará en calor antes si se quita esto.
Emily permaneció inmóvil y en silencio mientras él le desabrochaba la prenda y se la deslizaba lentamente por los hombros y los brazos, revelando un vestido de color azul que recordaba al mar bajo la cálida luz del sol. Logan deseó al instante que la estancia estuviera mejor iluminada para poder distinguir la manera en que aquel color resaltaría aquellos ojos de ninfa, igual que resaltaría una aguamarina bajo una esmeralda.
Un sutil olor a flores y azúcar le inundó las fosas nasales, y Logan inspiró profundamente para captar mejor aquel elusivo perfume. Maldición, cada vez que lo olía quería enterrar la cara en la dulce curva donde el cuello de Emily se unía a su hombro, y simplemente inhalar su esencia hasta que lograra comprender cómo era posible que la joven oliera de una manera tan deliciosa.
Sin apartar la mirada de ella, dejó la capa encima de la silla más cercana y le cogió la mano. Le quitó el guante con lentitud y lo dejó sobre la capa. Luego envolvió la mano de Emily entre las suyas y comenzó a masajearla suavemente.
La joven respiró hondo y soltó el aliento en un largo suspiro.
– Oh, Dios mío -susurró ella. -Eso que hace es maravilloso.
No cabía duda de que lo era. Si alguna vez había tocado una piel más suave que la de ella, no lo recordaba. Le quitó el otro guante y le frotó la mano suavemente, acariciando cada delicado dedo con un largo y lento masaje.
– ¿Se siente mejor?
Ella se humedeció los labios con la punta de la lengua, un toquecito rosado que envió toda la sangre de Logan a su ingle y que casi le hizo perder ese control del que tan orgulloso estaba.
– Sí -susurró ella.
Apretando los dientes, Logan se obligó a soltarla y dando un paso atrás se giró hacia el fuego.
– Bien. En ese caso… -«Vete. Sal de aquí mientras puedas.» Sólo Dios sabía que eso era mucho más fácil de decir que de hacer. En vez de eso, se limitó a decir: -Bueno, ahora sí que tomaré ese brandy.
Logan escuchó el susurro del vestido de Emily cuando ésta se dirigió al aparador, pero no la miró para probarse a sí mismo que podía contenerse. Se quitó el abrigo y lo dejó en el sillón de orejas.
– Aquí tiene -dijo ella con suavidad. Logan se giró, dado que ahora no tenía más remedio que hacerlo, y contuvo un gemido. Emily estaba preciosa. Mientras que la luna la bañaba con su luz plateada, la luz del fuego arrancaba destellos dorados y rojizos del brillante pelo de la joven. Con la mirada clavada en la de ella, alargó la mano para coger la copa. Los dedos de ambos se rozaron, y Logan apretó los dientes ante el escalofrío que le subió por el brazo. Maldición, era ridículo que se sintiera tan excitado por un simple, inocente e insignificante roce.
Se obligó a volverse hacia el fuego y tomó un largo trago de brandy, degustando el líquido ardiente que le bajó por la garganta y le calentó el estómago. No fue una reacción muy bienvenida, ya que no necesitaba sentir más calor en el vientre. Dejó la copa con rapidez sobre la repisa de la chimenea.
– Tenía razón -dijo él, mirando las llamas, -es un brandy excelente.
– Me alegro de que le guste, aunque no entiendo cómo puede soportarlo. Yo lo probé una vez. -Por el rabillo del ojo, él vio cómo ella se estremecía. -Arggg, es así como imagino que saben los peores venenos. Sabe incluso peor que los infames pasteles de hierba.
Sin poder contenerse, él giró la cabeza hacia ella. Emily estaba mirando el fuego con las manos extendidas para absorber el calor de las llamas, aunque él no podía explicarse cómo podía seguir teniendo frío. Entre el cálido fuego de la chimenea y el que le inspiraba la cercanía de la joven, se sentía como si estuviera a punto de estallar en llamas.
– ¿Pasteles de hierba? -repitió él.
Emily se giró hacia él y sus miradas se cruzaron. Logan sintió al instante la fuerza de esos ojos, como si se sintiera atraído a las profundidades del mar.
Ella asintió con la cabeza.
– Un pastel hecho de hierba. De ahí el nombre.
– ¿Dónde demonios ha visto tal incongruencia culinaria? ¿Y cómo es posible que se atreviera a probarlo?
– Esos pasteles eran una de las recetas que preparaba en el jardín de nuestra hacienda en Kent. Tenía siete años. Los hice porque me gustaban mucho las espinacas y, bueno, la hierba es muy parecida. Sin embargo, no tardé en descubrir que la hierba, en especial cuando se mezcla con la tierra del jardín, no sabe en absoluto como las espinacas. -Curvó un poco los labios. -Intenté engatusar a Kenneth para que probara mi obra maestra, pero huyó despavorido.
– Chico listo. Yo habría hecho lo mismo. -Un estremecimiento recorrió a Logan. -No me gusta nada la comida verde.
– ¿Ni siquiera los espárragos?
– No.
– ¿El brócoli?
– El brócoli aún menos.
– ¿Los guisantes?
– Son casi tolerables, siempre y cuando no los sirvan como puré, que es lo que suelen hacer los británicos.
– Oh, ¿prefiere los guisantes duros?
– En realidad, prefiero no probarlos.
– Mmm. ¿Sabe en qué le convierte eso?
– ¿En un hombre muy listo?
– En un hombre que odia la comida verde.
Él consideró la cuestión, luego asintió con la cabeza.
– Es un título merecido, aunque no llega a la grandiosidad de campeón invicto de cazadores de ranas.
– ¿Le gustan las nueces?
– Si no son verdes, sí. Además, ¿a quién no le gustan las nueces?
– A mí, desde luego, sí. Y, por fortuna para nosotros, también le gustan a mi padre.
– ¿Y por qué eso es una suerte para nosotros?
Como única respuesta, Emily cruzó la estancia hacia el enorme escritorio de caoba situado delante de las librerías que flanqueaba la puertaventana. Logan la observó abrir un cajón y sacar una caja metálica cuadrada.
– Es una suerte para nosotros -dijo ella mientras regresaba junto a la chimenea -porque mi padre siempre guarda en la biblioteca un suministro secreto de nueces de la receta especial de nuestra cocinera.
– Es evidente que su padre tendrá que buscar un nuevo escondite.
Emily se rio, y Logan se encontró a sí mismo fascinado e incapaz de apartar la mirada.
– Oh, está cambiándolas de sitio siempre. Pero soy una experta en descubrirlas. Esta vez las ha guardado en el cajón del escritorio, un lugar muy evidente, sin duda pensando que no se me ocurriría mirar en un escondite tan fácil. -Quitó la tapa de la caja y se la tendió. -Le aseguro que jamás ha probado nada tan delicioso.
Logan cogió una nuez y la sostuvo ante el fuego para verla mejor.
– ¿Qué es lo tiene encima? -Ladeó la cabeza y le dirigió al fruto seco una mirada suspicaz. -No estará recubierta con tierra y hierba del jardín, ¿verdad?
– No. Además, ésa es mi receta secreta, no la de la cocinera. Pruébela y verá.
Logan la miró de reojo.
– Y usted, ¿no va a coger una?
– Claro que voy a cogerla. Aunque una vez que empiezo, me resulta casi imposible detenerme. Además, no es de buena educación que la anfitriona se sirva antes que los invitados.
Él le lanzó una mirada al extraño aspecto de la nuez recubierta con sólo Dios sabía qué cosa, luego señaló la caja con la cabeza.
– Primero usted.
Emily se rio.
– ¿Siempre es tan desconfiado?
– En realidad, sí.
Ella chasqueó la lengua.
– No se puede vivir así.
– No estoy de acuerdo, pues me ha ido bien hasta ahora. ¿No se da cuenta su padre de la súbita falta de nueces?
– Oh, sí. Pero cree que mi madre es la culpable y, como jamás le niega nada, finge que no se da cuenta.
– Ya veo. Pero es usted la que se apropia de las nueces que se ha reservado su padre.
– Me temo que soy culpable del cargo que se me imputa.
– ¿Por qué piensa su padre que es su madre la que le roba las nueces?
Los ojos de Emily brillaron con picardía mientras la joven esbozaba una sonrisa.
– Puede que yo se lo haya insinuado. Logan estuvo a punto de estallar en carcajadas, pero se contuvo y le dirigió a Emily una mirada de reproche.
– ¿Sabe en qué la convierte eso?
– ¿En una mujer ingeniosa?
– En una cuentista y en una ladrona. Debo decirle, lady Emily, que me ha sorprendido.
– En absoluto. Lo que está es asustado. De esa diminuta nuez que sostiene entre los dedos. Debo decirle, señor Jennsen, que me ha sorprendido.
Maldición. Le había salido el tiro por la culata. Odiaba que le ocurriera eso. Logan soltó un suspiro exagerado y miró la nuez que sostenía en la mano.
– Es evidente que sólo hay una manera de redimirme.
– Cierto. Pero si le sirve de consuelo, le aseguro que le gustará.
El se volvió y la miró de frente. El calor del fuego crecía entre ellos. Logan sólo tendría que estirar el brazo para tocarla, para sentir esa piel sedosa que le tentaba como el canto de una sirena.
– ¿Y si no me gusta? ¿Qué me dará a cambio? -preguntó él con suavidad.
Ella inspiró bruscamente y pareció que sus ojos se oscurecían. De repente, Logan sintió como si el aire que los rodeaba se hubiera vuelto húmedo, caliente y espeso por la tensión. Y por el deseo. Dios sabía que él era dolorosamente consciente de que estaban solos. De lo cerca que estaban el uno del otro. De lo hermosa que era Emily. De cuánto deseaba besarla. Tocarla. Estrecharla contra su cuerpo. Oírla gemir profundamente al derretirse entre sus brazos.
– N-no creo que haya que considerarlo siquiera. Le gustará seguro.
– Quizá. Pero soy un hombre que prefiere estar preparado ante cualquier eventualidad.
– Entiendo. Pero me temo que no tengo nada más que ofrecerle a cambio.
Sin pensarlo siquiera, él podría enumerarle una docena de cosas que ella podría ofrecerle. Incapaz de resistirlo más, Logan alargó la mano libre y le pasó la punta del dedo por la suave mejilla. La piel de Emily era como cálido terciopelo.
– Qué pena. En ese caso, aceptaré una prenda. De mi elección. Que reclamaré más tarde.
Ella se apartó de su mano y entrecerró los ojos.
– Pero eso es un escándalo. ¡Podría pedir cualquier cosa que se le antojara!
Él curvó una de las comisuras de su boca.
– Sí, podría. Pero si tan segura está de que me va a gustar… -Logan sostuvo en alto la nuez, -no hay razón para que se niegue.
Emily frunció los labios.
– Es evidente que me toma por tonta, señor Jennsen. Sin embargo, dada mi vasta experiencia con cinco hermanos traviesos, no soy tan ingenua como para que consiga convencerme de aceptar una apuesta que podría acabar en desastre.
– De acuerdo. La prenda deberá ser algo razonable.
– Mejor, pero sigue sin ser aceptable.
El consideró la cuestión durante varios segundos.
– Vale, usted tendrá que estar de acuerdo con la prenda que elija -dijo finalmente.
– ¿Y si no es así?
– En ese caso tendré que elegir otra cosa que usted considere más conveniente.
– ¿Y si no me gusta la segunda elección?
– Entonces tendría que continuar sugiriendo prendas hasta dar con algo que la satisfaga. ¿Recibe eso su aprobación?
Ella lo consideró un momento y luego asintió con la cabeza.
– Sí, eso me parece aceptable.
– Entonces trato hecho. -Logan le tendió la mano y, tras una breve vacilación, Emily se la estrechó. Las palmas de ambos se tocaron y una cálida sensación subió por el brazo de Logan. Bajó la mirada. Su enorme mano morena parecía engullir la de ella, más pálida y menuda. Maldita sea, le encantaba ver los delicados dedos de Emily envueltos en los suyos, sentir la calidez que emanaba de la suave palma anidada en la suya.
En lugar de soltarle la mano tras una breve sacudida, él se la llevó a los labios y le besó suavemente el dorso de los dedos.
La piel de Emily parecía satén y conservaba un leve perfume a flores y a azúcar.
– Es usted una negociadora nata -dijo.
Ella suspiró de una manera que hizo que la sangre de Logan fuera directa a su ingle.
– Como le he dicho, tengo mucha experiencia. -Le soltó la mano y luego señaló la nuez con la mirada. -Ahora le toca a usted, señor Jennsen.
– Logan. Ante el espíritu amigable de nuestras palabras y la satisfactoria apuesta a la que hemos llegado tras tan intensas negociaciones, creo que podemos tutearnos. ¿No te parece?
– Lo que creo, señor Jennsen, es que vuelve a buscar pretextos ante el temor que le provoca esa diminuta nuez.
Sin dejar de mirarla a los ojos, Logan se llevó la nuez a la boca. Un untuoso y dulce sabor le estalló en la lengua. Mordió, sorprendido por la inusual consistencia de aquel fruto seco, que parecía crujiente y suave a la vez. El sabor le inundó la boca, tan delicioso que casi gimió en voz alta. Sin apartar la mirada de Emily ni un momento, masticó lentamente y tragó.
– ¿Y bien? -preguntó ella con una sonrisa socarrona insinuándose en las comisuras de sus labios.
– No me ha gustado.
– ¿Acaso no era verdad? Le había encantado. Y se aseguraría de conseguir la receta para que su propia cocinera pudiera prepararla.
La expresión de Emily cambió como si hubiera visto hundirse una bala de cañón en el Támesis.
– ¿Perdón?
– No. Me. Ha Gustado.
Emily entrecerró los ojos y puso los brazos en jarras. -Está mintiendo. Claro que le ha gustado. Me he dado cuenta.
Maldición, cómo le gustaba la joven, cómo admiraba la manera en que ella se enfrentaba a él. No se doblegaba ni le acosaba con falsos cumplidos, ni le decía lo que creía que él quería oír. Todo aquello que se había convertido en una parte de su existencia desde que se había hecho rico. Y además, ella era, sencillamente, preciosa. Y él se encontraba muy solo. Y la tentación de tocarla era demasiado abrumadora.
– De acuerdo, he mentido. Pero voy a cobrarme mi prenda de todas formas.
Emily negó con la cabeza. -Las cosas no funcionan así.
– Lo sé. Pero no ha sido siguiendo las reglas cómo he llegado a donde estoy ahora. -Acortó la distancia entre ellos con un solo paso y la tomó entre sus brazos. -Me cobraré la prenda. Ahora mismo. En forma de un beso.