Aunque mi amante vampiro y yo tuvimos que vivir en la oscuridad,
nuestra existencia estuvo llena del dorado brillo del amor
y las ardientes llamas de la pasión.
Cada noche era una nueva aventura, y sabía que teníamos toda la eternidad para amarnos.
El beso de lady Vampiro,
Anónimo
Dos años después…
Sentada en una de las ocho bibliotecas que había en la reconstruida mansión que Logan y ella poseían en Berkeley Square, Emily levantó la copa de champán y sonrió. Su anillo, que el lacayo John le había devuelto tan pronto como lo encontró, captó un rayo de sol y salpicó de reflejos brillantes toda la estancia.
– Por la Sociedad Literaria de Damas Londinenses.
Carolyn, Sarah y Julianne levantaron sus copas, y el tintineo del delicado cristal resonó en la estancia.
– Por el segundo relato de vampiros de Emily -añadió Carolyn.
– Para que tenga tanto éxito como el primero -dijo Julianne con una sonrisa.
Un rubor de felicidad cubrió las mejillas de Emily.
– Gracias. Apenas puedo esperar a escribir el tercero.
– Nosotras tampoco podemos esperar a leerlo -dijo Carolyn con una amplia sonrisa. -Quiero saber qué nueva diablura se le ocurrirá a esa picara lady Vampiro.
– También tenemos que decidir cuál será nuestra siguiente lectura -dijo Sarah, subiéndose las gafas por la nariz. -Tengo varias sugerencias…
Sus palabras fueron interrumpidas cuando se abrió la puerta de golpe. Un grupo de niñas de corta edad se dirigieron hacia ellas seguidas por cuatro hombres sonrientes. La primera en cruzar la biblioteca fue Daphne, la hija de dos años de Sarah, que se lanzó contra las rodillas de su madre y le brindó una radiante sonrisa. Luego la siguieron las hijas de Julianne y Carolyn, Francés y Beatrice, que se arrojaron a los brazos abiertos de sus madres, donde fueron recibidas con besos y sonrisas. La última en acercarse fue Amanda, que se parecía tanto a Logan que, con sólo verla, a Emily se le ponía un nudo de emoción en la garganta. La regordeta manita de Amanda se aferraba al dedo índice de su padre y caminaba a trompicones hacia Emily que la miraba con una sonrisa babeante y el corazón derretido.
– Mamá.
Emily buscó a su marido con la mirada, y el corazón se le derritió de nuevo, como siempre que lo veía. Intercambiaron una cálida e íntima mirada, luego Logan se volvió hacia Matthew, Daniel y Gideon y, señalando con la cabeza a las cuatro niñas que había en la habitación, dijo:
– ¿Os dais cuenta de lo que tenemos aquí? Son la siguiente generación de la Sociedad Literaria de Damas.
Daniel se estremeció de manera exagerada.
– Que el cielo nos ayude. Preveo un caos total en Mayfair en los próximos años.
Logan cogió a Amanda en brazos, que lanzó un gritito de deleite antes de tirar bruscamente del cabello de su padre.
– ¿Os habéis dado cuenta de que nos ganan en número?
– Sí, Dios mío -dijo Matthew. -No veo más que mujeres por todas partes.
– Y aquí están, dispuestas a elegir otro libro que leer. -Gideon chasqueó la lengua. -Y ya sabemos lo que eso significa.
Los cuatro hombres intercambiaron una mirada y asintieron con la cabeza.
– Problemas -dijeron todos al unísono.
– Pero algunas veces son problemas buenos -señaló Gideon.
– Algunas veces -dijo Matthew, -son muy buenos.
– Y algunas veces -añadió Logan -son extremadamente buenos. Por eso hemos decidido formar nuestro propio club.
Emily arqueó las cejas.
– ¿Qué clase de club?
– Ya que no nos habéis permitido unirnos a la Sociedad Literaria de Damas, hemos decidido fundar nuestra propia sociedad de caballeros.
Emily y sus amigas intercambiaron miradas divertidas.
– ¿Ah, sí? ¿Y cuál es la finalidad de ese club? -preguntó ella.
– Es alentar a nuestras esposas a que lean sus libros escandalosos lo más deprisa posible.
– Y que luego compartan los detalles más licenciosos con sus maridos -dijo Daniel con voz muy seria.
– Hasta el último detalle -añadió Gideon, mientras Matthew asentía con la cabeza.
– ¿Y si nos negamos a satisfacer esas ignominiosas demandas? -preguntó Emily.
– Entonces nos veremos obligados a tomar cartas en el asunto en nombre de nuestro club y haceros desaparecer a cada una de vosotras en un lugar privado hasta que estéis dispuestas a colaborar.
– Y en mi caso, voy a tener que hacerlo de inmediato -dijo Daniel. Con los ojos brillando por el amor y la promesa de la pasión, le tendió la mano a Carolyn. Ella lanzó una mirada de fingida consternación a sus amigas, y Emily contuvo una risita ahogada. Carolyn seguía siendo una pésima actriz.
– Al parecer debo irme -dijo ella, deslizando su mano en la de su marido y levantándose. Daniel cogió a su hija en brazos y abandonaron la habitación en un abrir y cerrar de ojos.
– No sé de qué te ríes -dijo Matthew, dirigiéndose a Sarah mientras fruncía el ceño de una manera exagerada. -Tú eres la siguiente.
Sarah se puso en pie, apoyó a Daphne en la cadera y alzó la nariz con desdén.
– Bueno, si insistes… -Salieron de la habitación como un barco a toda vela.
Julianne se puso en pie, cogió a Frances en brazos y miró a Gideon.
– Supongo que crees que voy a aceptar tranquilamente ese plan tuyo de hacerme desaparecer en sólo Dios sabe dónde.
– Supongo que sí.
– ¿Y qué ocurrirá si me pongo a gritar? Gideon sonrió ampliamente.
– Por mí vale. Me encanta cuando no paras de gemir y…
– ¡Vámonos! -dijo ella, agarrándole de la mano con la cara totalmente ruborizada. Salieron de la estancia y cerraron la puerta tras ellos.
– Por fin solos -dijo Logan con una lenta sonrisa.
Emily se levantó y lo observó acercarse a ella. Amanda tenía los ojos medio cerrados y apoyaba la cabeza, de pelo oscuro y rizado, contra su ancho hombro.
Logan se detuvo ante ella y la atrajo contra su cuerpo con el brazo libre. Sus labios se encontraron en un cálido y apasionado beso que la dejó sin aliento. Cuando él levantó la cabeza, un estremecimiento atravesó a Emily al ver el deseo ardiente en los ojos de su marido.
– Supongo que también tienes planes para mí-dijo ella.
– Los tengo. ¿Es eso un… problema?
– No, pero conozco esa mirada en tus ojos, lo que quiere decir que esos planes tuyos tienen como finalidad hacer que me tumbe de espaldas.
Él se acercó para acariciarle el cuello con sus cálidos labios.
– Vuelvo a preguntar… ¿supone eso un problema?
– No. De hecho, tengo curiosidad por saber qué tienes en mente en esta ocasión.
– Mmm… Me gusta que seas tan curiosa.
– Me gusta que seas tan atrevido… e intrépido.
Él le brindó una sonrisa con los ojos rebosando tanto amor, tanta felicidad y tanta pasión, que Emily pensó que explotaría.
– Emily, cariño, la aventura no ha hecho más que empezar.