EPÍLOGO

La gente de por allí decía que Dakota del Norte estaba teniendo el peor febrero en veinte años. Una nueva tormenta de nieve cayó por las praderas, cubriendo todo lo que a su paso encontraba.

Pero a Sydney eso no le preocupaba. La iglesia a la que sus padres llevaban yendo treinta y cinco años soportaba viento y marea. Era tan fuerte como una roca.

Los demás feligreses, sin duda, sentían curiosidad respecto a las nuevas caras aquella mañana de domingo. Gilly, embarazada, y su esposo Alex habían ido en avión desde Yellowstone, al igual que Larry y su esposa, y el jefe Archer y Janice.

Los seis se sentaban en el mismo banco que Rick y Kay.

En otro banco, el antiguo amigo de Jarod del colegio, Matt Graham de Long Island, estaba allí con su esposa y sus tres hijos, el mayor de doce años.

Jarod había llevado a Sydney junto a sus padres a un banco del medio. La familia de su tía Lydia los acompañaba.

Jarod depositó en sus brazos a su precioso bebé de seis semanas, que estaba profundamente dormido, y luego fue hacia la parte posterior de la iglesia para llevar a su familia hacia delante, al banco que debían ocupar. Sus padres, su hermano y hermana y las familias de ambos habían ido.

Otro milagro.

Cuando Jarod se sentó a su lado por fin, le susurró:

– Cielo, adivina quién más ha venido. Están sentados en el último banco.

Ella volvió la cabeza para mirar.

– No sé a quién te refieres.

– El obispo y el padre Pyke.

A ella se le hizo un nudo en la garganta de la emoción. Le dio un suave beso en la mandíbula. ¿Cuántas veces había hecho eso durante el casi año y medio que llevaban casados?

– Te quieren mucho, Jarod. De no ser así, no habrían venido a una iglesia de otra religión.

– Si me lo hubieran dicho diecisiete meses atrás, no lo habría creído.

– Ni yo.

En ese momento, apareció el pastor Gregson. Tras saludar a todos, miró a Jarod:

– Por favor, acercaos Sydney y tú con la niña.

Bautizaron a la niña con el nombre de Noel Taylor Kendall. La ceremonia no fue larga. Cuando concluyó, el pastor dijo:

– No es costumbre que el padre de la criatura hable; pero en este caso, vamos a saltarnos las normas porque sé que a Jarod le gustaría decir unas palabras en este día tan importante.

Jarod le estrechó a ella la mano antes de volverse hacia los allí congregados.

– Sydney y yo no tenemos palabras para agradeceros a todos los presentes lo felices que nos hace que hayáis venido -Jarod miró a su esposa con inmensa ternura-. Fui muy feliz el día de mi boda, pero la llegada de Noel nos ha traído una felicidad infinita. Sé que jamás habría podido apreciar un momento tan maravilloso como éste de la manera que lo aprecio si no estuvieran aquí mis hermanos, que me han enseñado lo que es la devoción y el sacrificio.

Jarod se interrumpió brevemente antes de continuar:

– Ante Dios prometo dedicar mi vida a mi mujer y a nuestra hija. Noel representa lo mejor de la familia Taylor y de la familia Kendall. Merece lo mejor de sus padres.

Sydney bajó la cabeza, enternecida por las palabras de su marido.

El pastor Gregson sonrió.

– Alza a la niña par que todos puedan verla.

Jarod alzó a su hija y la mostró con orgullo. Después, su esposa y él, con la niña, volvieron a su banco. Allí, la madre de Jarod extendió una mano hacia Noel, que acababa de despertarse.

Cuando Sydney miró a los verdes y húmedos ojos de su marido, se dio cuenta de que ambos estaban pensando lo mismo. Cuando Noel fuera mayor, su padre podría contarle una larga historia respecto a su trayectoria en la vida.

– Te quiero, señora Kendall -susurró él.

– No tanto como yo a ti, señor Kendall.

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