CAPÍTULO 8

El martes de la semana siguiente acababa de llegar a su casa del instituto cuando sonó el teléfono.

– ¿Sí? -contestó ella pensando que sería Jarod, que solía llamarla a esas horas todos los días.

– ¡Alooooohhhhaaaaa!

– ¡Gilly, ya estás aquí!

– ¡Sí!

– ¿Qué tal?

– No hay palabras para describirlo -respondió Gilly con voz temblorosa.

– Te comprendo perfectamente.

– Cuéntamelo ya -dijo Gilly, dándose cuenta de que algo le ocurría a su amiga.

Sydney sonrió.

– ¿De cuánto tiempo dispones?

– Estoy totalmente disponible hasta que mi amo vuelva.

– Y seguro que estás deseando oírme, ¿no?

– Sí, lo confieso.

– Bueno, como sé que tu marido está loco por ti y que no tardará en volver, intentaré contártelo todo rápidamente.

– Has conocido a un hombre, lo sé.

– ¿Cómo lo sabes?

– Porque te lo noto en la voz. Después de lo de Jarod, no creía que…

– Es Jarod -la interrumpió Sydney.

Se hizo un profundo silencio al otro lado de la línea y Sydney se imaginó a Gilly levantándose del suelo después de haberse desmayado por la impresión.

Los ojos se le llenaron de lágrimas cuando empezó a explicarle la situación a su amiga:

– Dejó el sacerdocio y vino a buscarme hace diez días. Nos vamos a casar el sábado a las diez de la mañana, en Ennis. Queremos que Alex y tú seáis testigos de nuestra boda.

– ¡Sydney! -gritó su amiga-. Haz el favor de empezar todo por el principio. No te saltes nada. Quiero saberlo todo, absolutamente todo.

Sydney había estado esperando ese momento. Gilly era la única persona que sabía cuánto había agonizado durante quince meses. Sólo Gilly, que había perdido a su primer marido, Kenny, podía comprender la clase de sufrimiento que ella había padecido.

Resultó muy terapéutico confiarle todo a su amiga; sobre todo, las buenas noticias.

Después de diez minutos, Sydney llegó a lo triste de la historia.

– La pena es que ningún miembro de nuestras familias va a venir a la boda.

– ¿Tus padres no van a ir?

– No. Los he llamado por teléfono para decirles el día y la hora. Jarod ha hecho lo mismo con su familia, pero nadie nos ha contestado.

– Es horrible. Sin embargo, sé lo mucho que quieres a Jarod. Y él tiene razón, a los treinta y ocho años no puede perder más tiempo.

Continuaron hablando hasta que, por fin, cortaron la comunicación.

Sydney se preguntó por qué Jarod no la habría llamado aquella tarde y decidió ir a buscarlo al trabajo para darle una sorpresa. Su jornada laboral estaba a punto de terminar.

Una hamburguesa y una película la ayudarían a soportar otra tarde mientras esperaba a estar con él día y noche durante el resto de sus vidas.

Maureen le sonrió cuando ella entró en la oficina.

– Jarod está ocupado -le dijo Maureen.

– ¿Está solo?

– No, está con un empleado en una sesión de terapia, pero no creo que tarde. ¿Te apetece beber algo mientras esperas?

– No, gracias -Sydney titubeó un momento-. ¿Se sabe algo más sobre lo tuyo y lo de Jarod?

– Va a haber una reunión informal con los de la junta dentro de un par de semanas. No te preocupes demasiado, no dejes que este asunto te estropee la boda.

– No lo haré.

– Creo que jamás he visto a un hombre tan entusiasmado antes de casarse.

– Jarod es un hombre maravilloso -confesó Sydney de corazón.

– ¿En serio? -preguntó Jarod, justo detrás de ella.

Sydney se dio media vuelta.

– No sabía que habías acabado…

Pero no pudo continuar. Con ese traje gris y sus ojos verdes, Jarod le quitó la respiración.

– El empleado con el que estaba ha salido por la otra puerta. Bueno, dime, ¿qué más le estabas contando a Maureen de mí?

– Es un secreto -respondió Maureen.

Últimamente, Jarod sonreía mucho, pensó Sydney con felicidad.

Ambos se despidieron de Maureen y salieron de la oficina agarrados del brazo.

– Esta noche quiero que hagamos algo que todavía no hemos hecho juntos: vamos a ir a ver una película -declaró Sydney-. Como sólo hay un cine, no podemos elegir.

Jarod le soltó el brazo para ponérselo alrededor de la cintura y estrecharla contra sí.

– No me importa la película que pongan porque voy a pasar todo el rato mirándote. No puedo apartar los ojos de ti.

Fueron a tomar una cena frugal y luego cruzaron la calle para entrar en el cine.

– Gilly ha vuelto -le dijo ella una vez empezada la película-. Me ha dicho que la isla de Maui, donde ha pasado la luna de miel, es magnífica. ¿Te gustaría ir allí de viaje de luna de miel?

– Aunque estoy seguro de que es un lugar precioso, ¿qué te parecería ir a Tahití? Hay allí una pequeña isla en la que podríamos estar solos los dos.

El tono íntimo de Jarod la hizo estremecer de excitación.

– Ojalá fueran ya navidades -dijo él.

– Será Navidad para mí todos los días una vez que pueda acostarme contigo por las noches.

Instintivamente, Sydney lanzó un suspiro. Sólo faltaban unos días parta la boda, pero a ella se le estaba haciendo una eternidad.

– Yo también estoy deseando que llegue el momento -dijo Jarod, como si le hubiera leído el pensamiento.

Cuando llegaron delante de la casa de Sydney, él la acompañó hasta la puerta y ella le rodeó el cuello con los brazos.

– Aún no se lo he preguntado a Gilly, pero he pensado que podía invitarlos a cenar aquí mañana por la noche. Dime cuál es tu plato preferido y lo prepararé -le susurró ella junto a sus labios.

Sydney necesitaba un beso desesperadamente. El deseo le había impedido darse cuenta de lo callado que, de repente, Jarod se había quedado. Pero pronto notó la falta de pasión que, normalmente, Jarod habría exhibido y levantó la cabeza.

– ¿Qué te pasa, cariño?

Jarod pareció titubear antes de contestar.

– El obispo quiere hablar conmigo.

Se produjo un tenso silencio. Un temor desesperado se apoderó de ella.

– ¿Crees que es para decirte que has obtenido dispensa papal? -Sydney se estaba agarrando a un clavo ardiendo y lo sabía.

Los ojos de Jarod mostraron una profunda tristeza.

– No, Sydney. En caso de que eso ocurriera, sería demasiado pronto.

– ¿Puedes ignorar entonces al obispo? Quiero decir que…

– Sé lo que quieres decir -susurró él interrumpiéndola-. Si el obispo quiere algo de mí, claro que puedo ignorarlo. Yo ya no soy sacerdote.

– Pero tanto el obispo como la Iglesia siguen siendo importantes para ti.

– Sí, así es. El obispo ha sido mi amigo durante años. No, no podría ignorarlo.

– Lo sé -Sydney intentó contener un sollozo, pero no lo logró.

Jarod la abrazó con fuerza.

– ¿Tienes idea de por qué quiere hablar contigo?

– No.

– Así que es así de fácil, ¿eh? El obispo te llama y tú acudes corriendo a su llamada -dijo ella con voz temblorosa.

– Es probable que el obispo sea uno de los hombres más comprensivos que he conocido en mi vida. No me pediría que fuera a verlo si no se tratara de un asunto realmente importante. Tengo que ir.

Sydney asintió. Empezaba a sentirse relegada a un segundo lugar en la vida de Jarod.

«La Iglesia siempre será lo primero», pensó ella.

– ¿Sabe algo de mí?

– Lo sabe todo -contestó Jarod.

– Debes de tener una ligera idea de lo que quiere…

Jarod suspiró.

– Puedo hacer unas suposiciones, pero como el obispo jamás discute asuntos personales por teléfono, sé tan poco como tú. Me ha pedido que vaya a verlo con toda urgencia, eso es lo que sé.

– ¿Cuánto tiempo vas a estar fuera? -Sydney no podía soportar la agonía que sentía.

– No lo sé con seguridad, pero no tienes de qué preocuparte. Volveré a tiempo para nuestra boda.

– ¿Sabe el obispo que vamos a casarnos?

– No se lo he dicho, pero es posible que lo sepa por Rick.

– ¡En ese caso, puede que lo que quiera sea convencerte de que no es demasiado tarde para que vuelvas a la Iglesia!

– No puedo hablar por él. Pero lo importante es que sé que voy a casarme contigo el sábado.

– Puede que sí y puede que no.

– Sydney…

– Tengo miedo, Jarod.

– Lo sé. Vas a tener que confiar en mí.

Era su primera prueba…

Sydney trató de recuperar la compostura.

– ¿Cuándo vas a marcharte?

– Ahora mismo.

El dolor que sintió en esos momentos fue indescriptible.

– No hay vuelos para Bismarck por la noche.

– La Iglesia tiene un avión para casos de urgencia. Me lo han enviado y, en el aeropuerto, habrá un coche esperándome.

¿El obispo había enviado un avión para que Jarod fuera a verlo?

El dolor que había sentido casi se transformó en ira. Luchó por controlarla.

– Si sabías esto antes de ir a cenar y al cine, ¿por qué no me lo dijiste?

– Porque quería estar contigo. No quería perderme la tarde que habías planeado.

– De haber salido antes, podrías haber tomado un vuelo comercial. De habérmelo dicho con tiempo, yo podría haberlo arreglado todo para acompañarte a Bismarck.

– ¿Habrías ido a casa de tus padres mientras me esperabas?

– Lo más seguro es que no -admitió ella.

Sus padres le habían hecho demasiado daño con su silencio.

– En ese caso, es mejor que me esperes aquí a hacerlo en la habitación de un hotel.

Sydney no podía negar la lógica de esas palabras, pero seguía dolida.

Jarod fue a abrazarla, pero ella se apartó.

– Iré a averiguar qué quiere el obispo y volveré inmediatamente -declaró Jarod.

– ¿Y el trabajo?

– De camino al aeropuerto, llamaré a Maureen para decírselo.

Destrozada por el inesperado giro que habían tomado los acontecimientos, Sydney abrió la puerta de su casa.

– Debes marcharte ya, será mejor que no siga entreteniéndote.

– No me estás entreteniendo, Sydney.

– Que tengas un buen vuelo.

– Sydney… -dijo él con voz grave.

– Por favor, vuelve sano y salvo.

«Y vuelve», pensó Sydney.

Cuando cerró la puerta, estaba totalmente aterrorizada.


– ¿Tom?

– Hola, Jarod. Vaya, ya estás aquí. Gracias por venir tan rápido. Vamos, entra.

Jarod entró en el cuarto de estar privado del obispo.

Ambos hombres se sentaron, uno frente al otro, el obispo con pijama y bata. Sin duda, estaba durmiendo y el ama de llaves debía de haberlo despertado cuando él llegó.

Alto y delgado, tenía una presencia impresionante.

– Sé que debes de estar preguntándote a qué se ha debido mi llamada y por qué tanta urgencia. Para tu información, a Janine Adams, una de tus feligresas, la ha atropellado un coche este mediodía de camino a su casa a la salida del instituto.

– ¿Janine?

Jarod cerró los ojos con fuerza. Janine había sido quien lo había ayudado a encontrar a Sydney.

– ¿Ha muerto? -preguntó Jarod en un susurro.

– No. Pero si logra recuperarse, puede que se quede paralítica.

Jarod lanzó un gruñido de dolor.

– Al parecer, al recuperar la consciencia, ha preguntado por el padre Kendall. Todos necesitan al padre Kendall.

Jarod se puso en pie.

– Al igual que al resto de la gente, le han dicho que el padre Kendall está de retiro -continuó el obispo-. El padre Lane ha estado con la familia de Janine. Rick Olsen y su esposa se están encargando del resto de la familia mientras los padres de Janine están con ella en el hospital.

Jarod se cubrió el rostro con las manos.

– Es horrible -dijo Tom-. También sé que debe de ser muy duro para ti oír algo así en un momento tan delicado de tu vida.

Jarod se puso tenso.

Sí, se sentía vulnerable. Tenía miedo de no poder satisfacer las expectativas de Sydney. Tenía miedo de no poder ser todo lo que ella necesitaba que fuera.

¿Acaso también Tom lo consideraba lo suficientemente vulnerable para hacerle considerar la posibilidad de volver al sacerdocio?

El accidente de Janine era una tragedia, algo que no había imaginado que pudiera ocurrir. Y Tom sabía lo mucho que iba a afectarlo.

El obispo le había dejado claro lo mucho que le apenaba que hubiera dejado el sacerdocio. A su manera, Tom lo había tratado como a un hijo.

– Ya no soy sacerdote -declaró Jarod-. No puedo ir a visitar a Janine en calidad de cura.

El obispo se quedó mirándolo durante unos momentos.

– Quizá ahora no…

¿Quizá ahora no?

Jarod se dio cuenta de lo que quería el obispo: aún albergaba la esperanza de que volviera a la vida religiosa.

Los temores de Sydney habían estado bien fundados.

– Dios te está dando esta oportunidad para que reconsideres tu decisión, Jarod -dijo el obispo confirmando las sospechas de Jarod-. Con más reflexión y más plegarias, podrías volver a vestir los hábitos. Todos los feligreses te quieren.

A pesar de la amabilidad de esas palabras, Jarod se dio cuenta de que era el obispo quien estaba hablando en ese momento, no el amigo.

– ¿Has estado con Sydney Taylor?

– Sí.

– Ya. ¿Y qué ha resultado del encuentro?

– Nos vamos a casar este sábado.

– ¿Tan pronto? -el obispo pareció dolido.

– Sí. Ella tiene tantas ganas como yo de empezar una vida juntos.

El otro hombre suspiró como si llevase el peso del mundo sobre los hombros.

– Dadas las actuales circunstancias, sé que no te va a gustar la pregunta que voy a hacerte, pero tengo que hacerlo debido a lo mucho que te aprecio.

– Adelante -dijo Jarod.

– ¿Es ella más importante que tus feligreses, tan necesitados de tu ayuda como guía espiritual? Y no te pido que me contestes, sólo quiero que recapacites, por el bien de tu alma. Por favor, quédate aquí unos días para reflexionar sobre la enormidad de lo que estás a punto de hacer.

El obispo se interrumpió un momento y respiró profundamente antes de añadir:

– El ama de llaves ha preparado una habitación para ti, la misma que utilizabas cuando nos visitabas. Por la mañana, me gustaría que desayunaras conmigo para charlar un poco más.

Jarod asintió.

Los ojos del hombre ya mayor se humedecieron.

– Confieso que me alegro mucho de volverte a ver.

Jarod se aclaró la garganta.

– Lo mismo digo, Tom. En ese sentido, nada ha cambiado y no cambiará nunca.

– Estupendo. Ahora, vete a la cama. Debes de estar agotado. Si tienes hambre, ve a la cocina y sírvete lo que quieras.

– Gracias. Buenas noches.

Las dudas asaltaron a Jarod aquella noche. Pero cuando el ama de llaves llamó a su puerta para anunciarle que el desayuno estaba listo, la respuesta a sus dudas y preguntas le resultó tan clara como una hermosa mañana primaveral.

Cuando llegó al comedor, lo esperaba un extraordinario desayuno. El ama de llaves se había esmerado. Tom estaba sentado en su silla, a la cabeza de la mesa.

– ¿Qué tal has dormido, Jarod?

Jarod se sentó a la izquierda del obispo.

– Como puedes imaginar, no he pegado ojo.

El otro hombre frunció el ceño.

– Lo siento.

– ¿Esperabas que durmiese?

– No -respondió Tom tras quedarse pensativo unos segundos-. Por eso eres un hombre y un sacerdote excepcional.

– No voy a volver, Tom.

– Al no venir a hablar conmigo a las cinco de la mañana, lo he supuesto. Sabía lo que ibas a decirme. Ahora que lo he pensado mejor, creo que no ha estado bien por mi parte pedirte que vinieras y decirte lo de Janine.

Jarod sacudió la cabeza.

– Me alegro de que lo hayas hecho. Esta noche he tenido tiempo para pensar. El hecho de que ya no sea sacerdote no significa que no pueda ir a ver a Janine como amigo. Antes de volver a reunirme con Sydney, voy a ir a Cannon a hacerle una visita a Janine. Es lo menos que puedo hacer. Antes, le preguntaré a su marido si le parece buena idea.

– Te admiro mucho. Espero que siempre seas mi amigo.

– Sabes perfectamente que así será, Tom. Has sido como un padre… -pero Jarod no pudo continuar, tenía un nudo en la garganta y se levantó de la mesa-. Este desayuno tiene una pinta magnífica, pero no puedo comer y creo que lo comprendes.

– Por supuesto -el obispo también se levantó-. Llévate el coche que quieras. Lo único que tienes que hacer es pedirle las llaves a la secretaria.

– Gracias.

– Siempre rezaré por ti, Jarod.

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