Nota de la autora

En el otoño de 1991 yo trabajaba como redactora nocturna en la redacción de noticias del periódico vespertino Expressen, de Estocolmo.

Una noche recibí una curiosa llamada. Me la pasó uno de los redactores varones, quien pensó que era algo apropiado para mi ocupación.

Se trataba de una mujer joven que estaba al otro lado del aparato. Me contó que ella era la responsable de una nueva y completamente fantástica actividad: una organización que escondía y de hecho podía llegar a eliminar de todos los registros públicos a gente perseguida por diversos motivos. Simplemente, ellos podían hacerlos desaparecer. Dado que persecuciones de este tipo suelen afectar a mujeres y niños, me decidí a escucharla.

Llegué a encontrarme con la mujer varias veces al cabo de los seis meses siguientes. En un primer momento me sentí profundamente impresionada por su compromiso y conocimientos: me pareció muy competente y por completo creíble.

Pero al intentar contrastar sus datos, di con demasiada frecuencia pasos en falso. Nada de lo que me había dicho podía ser comprobado, ya que todo estaba, si no eliminado, sumergido en el mayor de los secretos.

Como periodista, no podía escribir nada que no pudiese confirmar, y en razón de ello los artículos se iban postergando. Tampoco logré información alguna acerca de dónde provenían los fondos de la fundación.

Finalmente, logré contactar con una mujer que estaba profundamente involucrada en las actividades de la fundación. Sabía, además, quién había sido ella antes de esto, dado que habíamos hablado en varias ocasiones. Llegó a ser conocida como Maria Eriksson.

Con ayuda de Mia pude revelar las mentiras en base a las cuales había sido construida la fundación. Los artículos se publicaron en Expressen un año después de mi primer contacto con la responsable.

Aquella serie de artículos tuvo grandes consecuencias en la continuidad de mi vida profesional.

En parte, porque fui procesada por calumnias graves y la dirección del periódico me dejó literalmente en la estacada. Eso me llevó a decidir abandonar el Expressen. (La demanda nunca prosperó: la responsable la retiró el día antes de que se abriera un proceso por la libertad de expresión).

También, en parte, porque llegué a conocer mejor a Mia Eriksson, con quien luego escribí dos libros, Gömda (Escondidos) y Asyl (Asilo).

Pero, sobre todo, porque estos hechos me permitieron pensar acerca de lo que hacemos nosotros por nosotros, la gente. Cómo funcionamos, de qué modo nos sentimos responsables por los demás.

Durante los primeros años de la década de 1990, se desreguló una buena parte del sector social, muchos centros de salud se privatizaron, de pronto comenzaron a circular grandes sumas de dinero para empresas que obtuvieron grandes ganancias en la supuesta asistencia de personas adictas, ancianos, en fin, gente vulnerable. ¿De quién es, en verdad, la responsabilidad de cuidar de los débiles y enfermos? ¿De la sociedad? ¿De los grandes capitales? ¿O de las familias?

Si la abuela me cuidó cuando yo era pequeña, ¿es responsabilidad mía cuidarla a ella cuando está enferma?

O cuando en un matrimonio las partes siguen rumbos diferentes y alcanzan otras cosmovisiones, ¿qué es lo que hay que salvar primero? ¿La pareja que prometió amarse y cuidarse hasta que la muerte los separara o a sí mismo, a las propias convicciones?

Desde luego, no son preguntas sencillas.

¿Y qué es lo que sucede cuando el propio Estado está lleno de malhechores, como los que aparecieron durante la guerra en los Balcanes?

Todo esto lo he meditado continuamente a lo largo de algunos años, y el resultado de estas reflexiones es esto que acaban de leer.

Paraíso es quizá mi libro más trágico. Sobre él Collin Nutley ha realizado un estupendo film, con Helena Bergström como una muy convincente e increíble Annika Bengtzon.

Fue distinguido como Libro del Año 2002 por los lectores de la revista sueca QX.

Liza Marklund

Hälleforsnäs, marzo de 2005

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