16

En silencio y sin sorprenderse, Na-sinisul le conduce hasta una celda vacía y le indica que se quite la ropa. Gundersen se desnuda. Sus dedos sólo luchan con los cierres de resorte y los ganchos. Por indicación del sulidor, Gundersen se acuesta en el suelo, como han hecho todos los demás candidatos al renacimiento. La piedra está tan fría que silba cuando su piel desnuda la toca. Na-sinisul sale. Gundersen observa los fungoides brillantes en el alto techo abovedado. La cámara es lo bastante grande para contener cómodamente a un nildor; a Gundersen, acostado como está en el suelo, le parece inmensa.

Na-sinisul regresa con un cuenco hecho con un tronco hueco. Se lo ofrece a Gundersen. El cuenco contiene un líquido de color azul claro.

—Bebe —dice el sulidor suavemente.

Gundersen bebe.

El sabor es dulce, como el del agua azucarada. Se trata de algo que ha probado con anterioridad y sabe cuándo fue: años atrás, en la estación de las serpientes. Es el veneno prohibido. Vacía el cuenco y Na-sinisul se va.

Dos sulidores a los que Gundersen no conoce entran en la celda. Se arrodillan a ambos lados de él e inician un cántico bajo y murmurante, una especie de ritual. No comprende nada. Amasan y acarician su cuerpo; sus manos, con las temibles garras retraídas, son asombrosamente suaves, como las patas de un gato. Gundersen está tenso, pero la tensión se diluye. Ahora siente que la droga le hace efecto; un engrosamiento de la nuca, una tirantez en el pecho, un opacamiento de la visión. Na-sinisul está de nuevo en la habitación, aunque Gundersen no le vio entrar. Lleva un cuenco.

—Bebe —dice.

Gundersen obedece.

Se trata del alma de Kurtz. Este se acerca a Gundersen, o al revés, y aquél no está dormido.

Ahora estás entre nosotros, dice Kurtz, y Gundersen responde: Sí, al fin estoy aquí. El alma se abre al alma y Gundersen atisba la tiniebla en la que Kurtz se ha convertido, más allá de la cortina de color gris perla que envuelve su espíritu, en un lugar de terror donde figuras negras van y vienen con sus múltiples piernas por tramas acanaladas. Las formas caóticas se enlazan, se expanden y disuelven en el interior de Kurtz. Gundersen mira más allá de esa zona lúgubre y oscura y encuentra una luz brillante, fría y dura que brilla lechosa desde lo más profundo y entonces Kurtz pregunta: ¿Ves? ¿Ves? ¿Soy un monstruo? Tengo bondad en mi interior.

No eres un monstruo, replica Gundersen.

Pero he sufrido, agrega Kurtz.

Por tus pecados, dice Gundersen.

He expiado los pecados con mi sufrimiento y ahora debería ser liberado.

Has sufrido, coincide Gundersen.

¿Entonces cuándo acabará mi sufrimiento?

Gundersen responde que no lo sabe, que no es él quien pone los límites a esas cuestiones.

Kurtz dice: Te conocí. Un tío agradable, algo lento. Seena dice maravillas de ti. A veces desea que todo hubiese sido mejor para ella y para ti. Pero se casó conmigo. Aquí yazgo. Aquí yacemos. ¿Por qué no me liberas?

¿Qué puedo hacer?, inquiere Gundersen.

Déjame regresar a la montaña. Déjame concluir mi renacimiento.

Gundersen no sabe qué decir y busca por el circuito de g'rakh, consulta a Na-sinisul, a Vol'himyor, a todos los nacidos muchas veces y ellos se unen, se aúnan, hablan con una sola voz, le dicen a Gundersen con una voz atronadora que Kurtz está liquidado, que su renacimiento está cumplido y que no puede retornar a la montaña.

Gundersen repite esas palabras a Kurtz, pero éste ya las ha oído. Kurtz se encoge. Kurtz se hunde en la tiniebla. Queda entrampado en sus propias redes.

Compadécete de mí, grita a Gundersen a través de un vasto abismo. Compadécete de mí porque este es el infierno y estoy en él.

Gundersen dice: Te compadezco, te compadezco, te compadezco, te compadezco.

El eco de su propia voz se pierde en el infinito. Todo está en silencio. Súbitamente, de la nada surge la respuesta sin palabras de Kurtz, un agudo y ensordecedor crescendo de ira, odio y malevolencia, el chillido de un Prometeo falible que lucha contra el pico que lo atraviesa. El chillido alcanza un clímax de abrumadora intensidad. Se apaga. La temblorosa trama del universo vuelve a quedar en paz. Aparece una suave luz violeta que absorbe las persistentes incongruencias de ese grito terrible.

Gundersen llora por Kurtz.

El cosmos se inunda de lágrimas brillantes y Gundersen flota en ese río salobre, viajando sin voluntad, visitando este mundo y aquel, pasando a la deriva entre las nebulosas, encumbrándose por encima de soles extraños.

No está solo. Le acompañan Na-sinisul, Srin'gahar, Vol'himyor y todos los demás.

Toma conciencia de la armonía de todas las cosas g'rakh. Ve por primera vez los lazos que unen la g'rakh con la g'rakh. Él, que yace en el renacimiento, está en contacto con todos ellos, que también están en contacto entre sí en cualquier momento, en todo momento: todas las almas del planeta unidas en una comunicación sin palabras.

Ve la unidad de todo lo g'rakh, que le aterra y le somete.

Percibe la complejidad de ese pueblo doble, el ritmo de su existencia, el vaivén incesante e infinito de ciclo tras ciclo de renacimiento y nueva creación y, sobre todo, la unión, la unidad. Percibe su monstruoso aislamiento, los muros que le aíslan de otros hombres, que aíslan al hombre del hombre, cada uno de ellos prisionero de su propio cráneo. Ve cómo es la vida entre las personas que han aprendido a liberar al prisionero del cráneo.

Ese saber le consume y le abruma. Piensa: los esclavizamos, los llamamos bestias y en todo momento estuvieron vinculados, hablaron en sus mentes sin palabras, transmitieron la música del alma de uno en uno en uno. Nosotros estábamos solos y ellos no y en lugar de arrodillarnos ante ellos y pedirles que compartieran el milagro, les hicimos trabajar.

Gundersen llora por Gundersen.

Na-sinisul dice: No es el momento de la congoja. Srin'gahar dice: El pasado es el pasado, y Vol'himyor dice: Quedas redimido a través de los remordimientos— Todos hablan con una sola voz y simultáneamente y él comprende. Comprende.

Ahora Gundersen comprende todo.

Sabe que nildor y sulidor no son dos especies distintas sino meras formas del mismo ser, no son más distintas que gusano y mariposa, aunque no puede saber cuál es cuál. Repara en cómo eran las cosas para los nildores cuando aún se encontraban en su estado primitivo, cuando nacían como nildores y morían irremediablemente como nildores, pereciendo cuando la descomposición ineludible de sus almas se apoderaba de ellos. Conoce el temor y el éxtasis de los escasos primeros nildores que aceptaron la tentación de las serpientes, bebieron la droga de la liberación y se convirtieron en cosas con piel y garras, deformes, contrahechas, transmutadas. Y comprende su dolor cuando fueron arrojados a la meseta a la que ningún ser poseedor de g'rakh se atrevería a ir.

Comprende sus sufrimientos en la meseta.

Conoce el triunfo de los primeros sulidores que, superando su aislamiento, retornaron del yermo con su nuevo credo. ¡Ven y sé cambiado, ven y sé cambiado! ¡Renuncia a esa carne a cambio de otra! ¡Deja de apacentar para cazar y comer carne! ¡Renace, vuelve a vivir y conquista el pesado cuerpo que arrastra al espíritu hacia la destrucción!

Ve que los nildores aceptan su destino y se entregan gozosamente al renacimiento, primero unos pocos, luego más y más, más tarde campamentos y poblaciones enteras que no iban a ocultarse en la meseta de la purificación sino a vivir de un nuevo modo en la región en que rigen las brumas. No pueden resistir porque con el cambio de su cuerpo se produce la bienaventurada liberación del alma, la unidad, el vínculo de g'rakh con g'rakh.

Ahora comprende cómo fueron las cosas para esas personas cuando llegaron los terrícolas —los terrícolas impacientes, entrometidos, ignorantes, despreciables y efímeros—, que eran seres de g'rakh pero no podían o no querían participar de la unidad, los que coquetearon con la droga de la liberación pero no fueron capaces de llegar hasta las últimas consecuencias, cuyas mentes estaban cerradas con relación a las demás, cuyos caminos, edificios y empedrados se extendieron como los hoyos de la viruela sobre la tierra tierna. Ve cuán poco sabían los terráqueos, qué poco fueron capaces de aprender, cuánto se impidió que supieran porque lo comprenderían erróneamente y por qué los sulidores consideraron necesario ocultarse en las brumas durante todos los años de la ocupación y no dar a los desconocidos ni siquiera indicios de que podían estar emparentados con los nildores, de que eran los hijos y también los padres de los nildores. Si los terráqueos hubiesen conocido aunque sólo fuera una parte de la verdad, habrían retrocedido aterrorizados porque sus mentes están cerradas con relación a las demás y no lo habrían aceptado de ningún otro modo, salvo los pocos que se atrevieron a enterarse y la mayoría de ellos eran individuos siniestros y poblados de demonios, como Kurtz. Siente un gran alivio porque el tiempo de la simulación ha terminado en ese mundo y porque ya no es necesario ocultar nada; los sulidores pueden bajar a las regiones de los nildores y deambular libremente, sin temor a que el secreto y el misterio del renacimiento sean revelados accidentalmente a aquellos que no podrían soportar tanta sabiduría.

Conoce la alegría de haber ido allí, sobrevivido a la prueba y soportado su liberación. Ahora su mente está abierta y ha renacido.

Desciende y se une a su cuerpo. Vuelve a tener conciencia de que yace sumergido en gelatina congelada sobre el frío suelo de una celda oscura que linda con un largo pasadizo del interior de una montaña rosa-roja cubierta de bruma blanca en un mundo extraño. No se levanta. Aún no ha llegado su momento.

Se entrega a los tonos, los colores, los olores y las texturas que inundan el universo. Deja que éstos le lleven hacia atrás y flota fácilmente a lo largo de la línea del tiempo, de modo que ahora es un niño que observa el velo de la noche e intenta contar las estrellas, ahora bebe tímidamente veneno puro con Kurtz y Salamone, ahora se alista en la Compañía y le dice a la computadora de personal que su mayor deseo consiste en estimular la expansión del Imperio Humano, ahora hace el amor con Seena en una playa del trópico bajo la luz de varias lunas, ahora la ve por primera vez, ahora tamiza cristales en el Mar de Polvo, ahora monta a un nildor, ahora baja corriendo por una calle de la infancia, ahora dirige su antorcha hacia Cedric Cullen, ahora asciende a la montaña del renacimiento, ahora tiembla mientras Kurtz entra en una habitación, ahora recibe la hostia con su lengua, ahora observa la maravilla de un pecho blanco que llena su mano ahuecada, ahora avanza bajo la luz moteada de un sol extraño, ahora se inclina sobre el cuerpo entumecido de Henry Dykstra y ahora y ahora y ahora y ahora…

Oye el tañido de poderosas campanas.

Siente que el planeta se estremece y gira sobre su eje.

Huele unas danzarinas lenguas de fuego.

Toca las entrañas de la montaña del renacimiento.

Siente las almas de los nildores y los sulidores a su alrededor.

Reconoce las palabras del himno que entonan los sulidores y canta con ellos.

Crece. Se encoge. Arde. Se estremece. Cambia.

Despierta.

—Sí —dice una voz apagada y baja—. Ahora sal de ello. Ha llegado el momento. Siéntate, siéntate. Los ojos de Gundersen se abren. Los colores ondean en su cerebro embotado. Transcurren unos minutos hasta que logra ver.

Un sulidor permanece de pie en la entrada de su celda.

—Soy Ti-munilee —dice el sulidor—. Has vuelto a nacer.

—Te conozco, pero no por ese nombre —asegura Gundersen—. ¿Quién eres?

—Estírate hacia mí y verás —responde el sulidor.

Gundersen se estira.

—Te conocí como el nildor Srin'gahar —asevera Gundersen.

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