Capítulo 10

A aquella conversación siguieron cinco días llenos de tensión. -¿Ya no os gustáis? -preguntó Harry.

– Claro que nos gustamos -le dijo Marcus. Estaba cocinando un guiso de ternera con vino tinto y champiñones del que luego Harry le llevaría un plato a Rose.

Ella se había negado a seguir comiendo con él, y había preferido dedicarse al trabajo. Marcus le había pedido que fuera su mujer y ella lo había rechazado. Para él, era imposible amar a una mujer. Era imposible amar a nadie.

Pero se estaba encariñando con Harry más de lo que quería reconocer. Mientras Rose les dedicaba su tiempo a las vacas, Harry llevaba los deberes a la casa rosa cada tarde, y charlaba mientras Marcus cocinaba o trabajaba con su portátil. Era un muchacho curioso, agradable y lleno de entusiasmo, y Marcus sabía que cuando terminaran las dos semanas no iba a echar de menos sólo a Rose.

– Soy un tipo solitario -le dijo a Harry mientras picaban cebollas-. Y Rose también. Por eso quiere cenar sola. Además, somos muy diferentes. Mi vida está en Nueva York y la de ella, aquí. Si nos… encariñamos…

– ¿Estás diciendo que si cenáis juntos podéis enamoraros?

– ¡No!

– Creo que sí-Harry era un muchacho inteligente y muy intuitivo. Sonrió ampliamente-. Eso sena genial. Podrías estar aquí todo el tiempo y podrías llevarme al colegio en el Morgan. Puedes trabajar desde aquí con el ordenador y por teléfono.

– Pero hay otras cosas. Harry, no tienes ni idea de toda lo que exige mi vida.

– Estoy seguro de que la vida aquí es mejor.

– Tengo un Porsche en Nueva York -dijo Marcus, intentando poner las cosas de modo que Harry pudiera comprenderlas.

– Pero el Morgan está aquí. Y nosotros tenemos un tractor genial. ¿O es que quieres que Rose vaya contigo a Nueva York y que conduzca el Porsche?

– Rose se va a quedar aquí y yo voy a volver a Nueva York. Ella se quedará con su tractor y yo con mi Porsche.

– Sí, pero ella tiene muchas más cosas. Tiene a las vacas y a los perros. Tiene la casa y me tiene a mí. Vas a tener que ofrecer algo mejor que un Porsche para competir con nosotros.

– No quiero competir -afirmó Marcus.

– Rose también dice que no se va a enamorar de ti. Yo creo que los dos estáis locos.

Rose se quedó con las vacas mucho más tiempo del necesario. Pronto se iría a casa y comería sola un plato de algo delicioso hecho por Marcus. Harry pensaba que era una tonta. Y tenía razón.

Pero no. Lo que estaba ocurriendo era peligroso. ¿Y cómo no podría haberse enamorado? El la había salvado, la había vestido como una princesa y le ofrecía… su mundo. ¿Debería contentarse con unas migajas? Claro que no, pero eso era lo que Marcus le estaba ofreciendo. Porque no le ofrecía su corazón.

Pero aquella noche podría dormir en sus brazos… Sí, claro, cuando a él le convenía Y el resto del tiempo dormiría allí sola, en una gran casa construida con su dinero, o en aquel frío apartamento de Nueva York.

– Esto es una estupidez -le dijo a Ted cuando la cabeza del animal le rozó la mano-. Marcus está jugando a cuentos de hadas, pero uno de los dos tiene que ser sensato.

«Pero no quiero ser sensata. Quiero ir allí y cenar con ellos, reírme con Marcus y después volver con él hasta el porche y…»

– Ya basta -se dijo.

Le dio una palmadita al perro y se dirigió a la casa. Cenaría y se iría a la cama. Sola.

Era media mañana cuando llegaron. Rose estaba en el prado, limpiando un canal de agua, cuando vio que el coche entraba en el camino que conducía a la casa. Marcus estaba dentro, seguramente absorto en alguna vídeo conferencia. Tal vez debería volver e interceptar el coche antes de que interrumpieran a Marcus, pensó.

Pero no. Sería mejor mantenerse alejada de él, igual que Marcus estaba haciendo con ella, desde la noche en la playa.

Rose bajó la vista hacia su ropa; estaba llena de barro del canal. Se limpió la cara con el dorso de la mano y deseó no haberlo hecho.

¿Y quiénes eran los visitantes?

«Que no sea nadie importante, por favor».

Marcus miraba la pantalla de su ordenador sin ver nada realmente. Se distraía mirando por la ventana viendo cómo Rose trabajaba fuera, seguramente haciendo algún duro trabajo.

– ¿Está ahí, señor Benson?

Aún mantenía la vídeo conferencia y debería estar concentrado en ella. Pero Rose…Allí estaba, en el prado. Podía verla llena de barro…

– Estoy aquí -dijo esforzándose por fijar la mirada en la pantalla.

Entonces oyó el motor de un coche. Genial. Tendría que ocuparse él; Rose estaba demasiado lejos para recibir a los visitantes.

– Tengo que dejarlos, caballeros -le dijo a la pantalla, sin preocuparle que los problemas que estaban discutiendo aún no habían sido resueltos.

Tenía sus propios problemas, y éstos no tenían nada que ver con Nueva York. O tal vez sí. Salió al exterior mientras el coche aparcaba frente a la casa y se quedó atónito al ver salir a Darrell. Darrell lo saludó con la mano y después abrió la puerta del copiloto.

Ruby.

– Era demasiado complicado hacerlo desde Nueva York.

Estaban los cuatro sentados en el porche de Rose. Ésta había sacado limonada y se comportaba como la perfecta anfitriona. Se había quitado las botas de goma y Marcus podía ver el agujero de uno de sus calcetines. Un dedo asomaba por él. Si alguien le hubiera dicho que encontraría erótico el dedo del pie de una mujer, se habría echado a reír.

– ¿Qué era complicado hacer desde Nueva York? -le preguntó a Ruby. La mujer parecía completamente satisfecha y Darrell, a su lado, tenía el mismo aire de satisfacción.

– Es sobre tu testamento -contestó Ruby.

– ¿Mi testamento?

– El testamento de la tía de Rose. Por el amor de Dios, Marcus, concéntrate.

– De acuerdo. El testamento de Hattie. ¿Qué ocurre?

– Me pediste que lo investigara y, como no había tiempo de hacerlo antes de la boda, lo hice después -se volvió hacia Rose-. ¿Le dijiste a Marcus que tu tía se sentía confusa durante sus últimas semanas de vida?

– Yo… sí. Estaba un poco confusa. Yo empezaba a preocuparme.

– ¿Y sabías que había otro testamento, uno anterior?

– Sí. Me dijo que había escrito uno, pero eso fue mucho antes de irse a Estados Unidos.

– Por supuesto que sí -dijo Ruby, sonriendo ampliamente-. Y lo hemos encontrado. Lo escribió dos años antes de morir, mucho antes de enfermar. También hemos comprobado sus informes médicos y, ¿adivináis lo que hemos encontrado? Marcus tenía razón. Su estado mental no era bueno, pero empeoró mucho en Estados Unidos. Su buen juicio dejó de existir, al menos, seis semanas antes de su muerte. Darrell y yo llevamos aquí dos días, cotejando las opiniones legales de varios abogados australianos y americanos. Todas coinciden. El nuevo testamento no es válido, Rose. La granja es tuya. Casada o no, Charles no puede hacer nada.

Rose la miraba completamente atónita, sin terminar de comprender.

– ¿Es…? ¿La granja es mía?

– Eso es. Marcus me dijo que hiciera todo lo posible por darle la vuelta al testamento. Él sospechaba esto. De otra forma, nunca se habría casado contigo.

– No, claro que no -dijo Rose mirando inexpresivamente a Marcus.

– Así que lo único que tenéis que hacer es anular el matrimonio -les dijo Darrell-. Podéis usar el argumento de la no consumación. A menos que hayáis…

– No -lo cortó Marcus-. No lo hemos consumado.

– Eso está bien -intervino Ruby, aunque ya no sonreía-. Me alegra ver que has tenido sentido común. He traído los formularios de anulación. Si los firmáis, podréis seguir con vuestras vidas como si nada hubiera ocurrido. Marcus, ya no tienes que estar aquí. A menos que quieras tomarte unas vacaciones.

– Esto no se parece mucho a unas vacaciones -contestó él.

– El alojamiento no es de cinco estrellas -murmuró Rose, ruborizándose-. Entonces, ¿puedes irte?

– Sí -no había nada más que decir.

– Tengo que darte las gracias. Has hecho tanto por mí… No sé cómo podría compensarte.

– Mi oferta aún sigue en pie -dijo Marcus. Ruby y Darrell observaban en silencio.

– Sí, tu oferta de un matrimonio que me deja fuera.

– No seas ridícula. Si estuvieras preparada para darle una oportunidad…

– ¿A qué hay que darle una oportunidad? -preguntó Ruby.

– Quiere construirme una mansión aquí. Quiere venir un par de semanas al año y durante el resto del tiempo quiere que me instale en su apartamento de mármol negro y que mantenga la cama caliente para los veinte minutos al día que puede pasar conmigo.

– Eso no es justo -dijo Marcus.

– ¿Qué más me puedes ofrecer?

– Dirijo un imperio financiero, Rose. ¿Qué más quieres?

– A ti -Rose suspiró y se volvió hacia Ruby y Darrell-. ¿Tenéis que volver a Estados Unidos inmediatamente o puedo ofreceros alojamiento durante algunas noches? Aunque aquí no hay lujos.

– A mí me parece estupendo -dijo Darrell-. No necesito mármol negro.

– Hace años que no tengo vacaciones -le dijo Ruby a Marcus-. ¿Te importa si yo también me quedo?

– Yo me voy a casa, pero quédate, no hay problema. Si te gusta el rosa, claro.

Se fue media hora después de que Harry regresara del colegio. Se sintió incapaz de marcharse sin decirle adiós al chico.

– Esperaba que esto durara más -dijo el muchacho-. Me gustaba cocinar y me ayudabas con los deberes.

– Tus hermanos volverán pronto.

– Sí, pero no es lo mismo. Hacías reír a Rose… Podrías hacerlo de nuevo si quisieras, ¿no?

– Tengo que irme.

– ¿No te vas a despedir de ella?

– Está ordeñando -contestó Marcus.

– Creí que eras un amigo.

– Harry…

– Hasta luego -recogió su mochila y se metió en la casa.

Ruby y Darrell no estaban a la vista. Rose estaba con las vacas. Nadie lo vio irse.

Darrell y Harry se habían ido a la cama y Ruby y Rose se quedaron en el porche.

– ¿De verdad te pidió que siguieras casada con él? -preguntó Ruby.

– Ya lo oíste, algo así. Nunca dijo que me quería. Le gustaba hacer de hada madrina y quería construirme aquí una mansión. Dijo que podría visitarlo, ésa fue la palabra que usó, en Nueva York, y quedarme en ese horrible mausoleo que tiene, esperándolo.

– No parece una propuesta muy romántica… Querida, has hecho lo correcto. Tiene que darse cuenta…

– Nunca se dará cuenta.

– A veces ocurren milagros -respondió Ruby-. Por ejemplo, Darrell y yo. Él me necesita y yo… después de prepararte para la boda y ver lo que le estaba ocurriendo a Marcus… Bueno, supongo que bajé la guardia. Darrell me llevó a casa después de la boda y empezamos a hablar. Hablamos y hablamos y hemos estado juntos desde entonces -sonrió suavemente-. Supongo que estaremos juntos para siempre. Es así de sencillo.

– Pero Marcus no se da cuenta -dijo Rose.

– ¿Lo amas?

– Claro que sí. Y cuando se lo dije me ofreció matrimonio. Con sus condiciones.

– Bueno, lo que necesitamos es un plan.

– ¿Un plan? Pero Ruby…

– ¿No te irás a echar atrás ahora? Además, aún no hemos anulado el matrimonio.

– De acuerdo. ¿Cuál es el plan?

– El silencio. Marcus ha probado algo que ni siquiera sabía que existiera. Dejemos que piense en ello.

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