Capítulo 5

MArcus llegaba tarde. Cuando había entrado en su despacho vio que había mil cosas por hacer. Irse a Australia con tan poco tiempo parecía imposible. Pero Ruby se había encargado de organizado todo y allí estaba él, en la limusina con Robert, con diez minutos de retraso.

– Espero que su novia no se haya marchado -dijo Robert, y Marcus lo miró a través del espejo retrovisor.

– ¿Cuánta gente sabe que me voy a casar esta tarde?

– Supongo que todo el mundo. El teléfono de la oficina no ha parado de sonar. Parece que no ha sido muy discreto con sus planes de boda.

No, no lo había sido. ¿Qué ocurriría si había fotógrafos?, pensó de repente. ¿Y si se había enterado la prensa? Deseó que Ruby hubiera sido capaz de convencer a Rose para que se comprara un vestido. Algo bonito.

Rose esperaba en la entrada de Justicia, sintiéndose ridícula. Pero también se sentía extrañamente bien. Ligera. Y libre.

Ruby había tenido razón: lo habían pasado de maravilla. Habían ido al emporio nupcial más grande de Nueva York y cuando Ruby había explicado que la boda era aquella tarde, que Rose se iba a casar con Marcus Benson y que el dinero no era ningún problema, se habían volcado en ellas completamente.

Rose se había probado varios vestidos fabulosos, aunque el que eligieron finalmente era bastante sencillo. Era de seda de color marfil, con finos tirantes y un escote en forma de corazón. Parecía hecho especialmente para ella. Se le ajustaba perfectamente a la cintura y después caía en elegantes pliegues hasta los tobillos.

Después habían escogido unas sandalias blancas, el esteticista le había puesto unos pequeños lazos blancos en el cabello y le había aplicado un poco de maquillaje. Cuando por fin Rose se miró en el espejo, se encontró con una hermosa imagen que no reconoció.

Luego, a instancias de Rose, los empleados de la tienda habían centrado su atención en Ruby. Habían encontrado un bonito traje de color azul pálido, con sombrero y zapatos a juego. El esteticista también había decidido mejorar los rizos de Ruby, así que al final ésta se había quedado tan sorprendida con su imagen como Rose.

Una limusina blanca, adornada con orquídeas del mismo color, las esperaba para llevarlas a la cita con Marcus. De camino, habían bebido champán.

Una vez en el lugar acordado vieron que Marcus aún no había llegado, pero sí Darrell, el sargento. Se había vestido con el uniforme de gala militar, y estaba tan imponente que Rose apenas se fijó en las cicatrices de su cara.

– Me alegro mucho por ti -le dijo Darrell-. Marcus se merece a alguien que le haga feliz.

– ¿Estás segura de que vendrá? -le susurró Rose a Ruby.

– Eso espero. Si no, tendrás que casarte con Darrell.

Estupendo. Rose miró con nerviosismo hacia la calle. Había un montón dé fotógrafos, obviamente esperando a alguien importante. Ya estaban allí cuando ella llegó, pero la habían ignorado.

– Esto es una locura -murmuró Rose. Bajó la vista al precioso ramo de orquídeas blancas, sin creer lo que veía-. No puedo…

En ese momento un coche que le resultaba familiar se detuvo frente a la puerta. Robert salió de él, y después Marcus. Estaba increíblemente atractivo. Llevaba un traje oscuro y una orquídea blanca en el ojal.

Su… ¿marido?

Sintió unos deseos irrefrenables de salir corriendo, pero Ruby, sonriente, la agarraba del brazo, y Darrell estaba entre ella y la puerta. No había escapatoria.

Entonces se abrió la puerta y él la vio. Por un momento Marcus pensó que se había equivocado de lugar. Había esperado un despacho oficial y a Rose vestida con algo respetable y formal. Pero en lugar de eso tenía… una novia.

Se quedó helado y por un instante revivió la pesadilla de su infancia, el brillo y el glamour de las horribles bodas de su madre. Pero fue sólo un momento. No era una pesadilla, sino Rose. Ella estaba hablando con Ruby y, cuando Marcus entró, se dio la vuelta, lo miró y le sonrió.

Aquello no era como todas las bodas horrorosas de su madre. El vestido de Rose era sencillo, pero hermoso, y ella estaba preciosa. La sonrisa de Rose se amplió y por un momento los dos se miraron a los ojos fijamente. En aquel instante, algo en Marcus se evaporó: el convencimiento de que nada ni nadie podría conmoverlo.

Nunca antes había pensado que una mujer podía ser tas adorable. Y no se debía al vestido ni a los lazos del cabello, sino a sus ojos, a su sonrisa, a la forma en que lo miraba, queriendo que compartiera con ella ese momento.

Rose no paraba de sonreír, y eso fue suficiente para que el corazón de Marcus sufriera una sacudida. El inmutable e intocable corazón de Marcus Benson.

Pero la de Rose no era la única sonrisa. También estaba Ruby, con un traje de color azul pálido que, de alguna manera, la hacía parecer menos dura. Ruby sonreía a Marcus y a Rose, y la mirada que te dirigía a ella era de puro orgullo.

Y Darrell. ¿Cómo se habría enterado Darrell de aquello? Normalmente era un hombre severo de mediana edad a quien la vida no había tratado bien. Su mujer lo había abandonado cuando tuvieron que hacerle injertos en la piel, estaba muy traumatizado por los acontecimientos del Golfo y prácticamente no tenía nada por lo que sonreír. Pero allí estaba, vestido con su imponente uniforme militar, sonriendo como si fuera una boda de verdad.

Marcos se acercó a Rose y ella le puso una mano en el brazo como si él ya fuera suyo, con un gesto de posesión. Eso tendría que haber bastado para que echara a correr, pero había cuatro personas sonriéndole, incluyendo el juez de paz, y fuera la prensa esperaba para ver si era capaz de cumplir aquel compromiso.

Pero no era un compromiso, se dijo con desesperación. Sólo se trataba de un papel, nada más. Y no sonreír habría sido estúpido, incluso cruel, cuando todo el mundo estaba esperando. Miró a Rose una vez más y fue demasiado para él. Las comisuras de los labios empezaron a elevarse, sus ojos se iluminaron… y sonrió para ella.

Marcus le tomó las manos firmemente, se volvieron hacia el juez y pronunciaron sus votos.

– Yo os declaro marido y mujer.

¿Por dos semanas…?

Se habían olvidado de Charles.

Ruby le había enviado la invitación, y nadie había vuelto a pensar en él. Pero mientras el juez pronunciaba las últimas palabras y Marcus miraba a su novia, sorprendido por lo que acababa de ocurrir, la puerta se abrió violentamente y entró el primo de Rose.

Se quedó de pie en la entrada, con los ojos desorbitados. En su rostro se veía una furia incontrolada casi criminal. Perversa. Cuando Rose se dio la vuelta para ver quién era, Charles arremetió contra ella.

Marcus supo de inmediato que estaba a punto de golpearla. Había visto suficiente violencia en su vida como para reconocerla, y también para reaccionar rápidamente. Con un solo movimiento, se puso delante de Rose para protegerla de la furia de su primo.

– ¡Tú, pequeña…! -Charles se movió hacia un lado para agarrarla, pero Marcus se le adelantó, tomándolo fuertemente por los hombros.

– ¿Qué demonios crees que estás haciendo?

– ¡Esa… zorra! -Charles estaba fuera de control-. Cuando llegué al despacho después de comer me encontré con esto -dijo sacando la invitación del bolsillo-. ¡Esto! No sé cómo ha podido convencerlo para…

– No me ha convencido nadie -contestó Marcus fríamente.

– Seguro que lo ha hecho. Esa zorra, esa…

– Cuidado con lo que dices. ¡Estás hablando de mi mujer!

Mujer. La palabra actuó como un muro de hielo. Charles se calló y los miró.

– No es posible… ¿Por qué querría casarse con ella?

– Nos estás ofendiendo -dijo Marcus, conteniéndose.

– Ella es quien me está ofendiendo -espetó Charles-. Está haciendo esto para robarme lo que me pertenece por derecho. La granja es mía. Me tomé muchas molestias en traer aquí a la vieja y…

– Sal de aquí -ordenó Marcus. Entonces, se volvió al juez de paz-. ¿Hay guardias de seguridad en el edificio?

– Tengo invitación -susurró Charles.

– La invitación queda rescindida.

– Y también este matrimonio. Esto es una farsa, es ilegal. No puede casarse con ella y desaparecer con mi propiedad. Haré que lo anulen.

– No tengo intención de casarme con Rose y desaparecer. La voy a llevar a Australia -Rose salió de detrás de él y Marcus le pasó un brazo por los hombros-. La voy a llevar a casa, con todos los honores. Vete acostumbrando -Marcus se giró hacia Darrell-. Darrell, si no hay guardias de seguridad, ¿quieres ayudarme a deshacerme de… esto?

– Será un placer -contestó Darrell.

– Os ayudaré-afirmó Ruby.

– Yo también -intervino Rose-. Al fin y al cabo, es mi primo.

– Tienes que hacer otra cosa -le recordó Ruby-. Algo importante. Si ha terminado ya… -añadió, dirigiéndose a Charles.

– No, no he terminado -dijo Charles, retrocediendo hacia la puerta mientras Darrell daba unos pasos hacia él-. Mis abogados se pondrán en contacto con vosotros.

– Espero que tengan mejores modales que tú -respondió Marcus, y luego se volvió hacia Ruby-. ¿Qué ha olvidado hacer mi novia?

«Mi novia». La expresión le sonaba extraña. Era como un gesto de protección, una declaración de intenciones de que los abogados de Charles no podrían hacerle daño. Pero, ¿en dónde se estaba metiendo? Mientras Darrell cerraba la puerta tras el primo de Rose, Marcus la miró, y vio que estaba tan confundida como él. Le estaba ofreciendo protección, pero para Rose la protección era algo desconocido.

Pero no, todo era una ilusión. Lo que sentía hacia ella, la forma de abrazarla, apretándola contra su cuerpo… Sólo era una fachada para convencer a Charles de que aquello era una boda real.

– ¿Qué ha olvidado hacer? -preguntó Marcus de nuevo.

Ruby los unió aún más y miró al juez, que estaba sorprendido porque la ceremonia se hubiera interrumpido tan violentamente. Pero era un juez experto, y seguramente habría visto todo tipo de matrimonios extraños.

– ¿Podemos continuar? -preguntó Ruby, y el hombre logró sonreír.

– Bien, ¿dónde estábamos? Ah, sí. Yo os declaro marido y mujer -inspiró profundamente y miró a Rose y a Marcus. La interrupción había sido desagradable, pero ante él había una pareja cuyo lenguaje corporal lo decía todo-. Eso es todo, amigos -dijo cerrando su libro-. Excepto por la última parte, mi favorita. Puedes besar a la novia.

No.

La palabra comenzó a subirle por la garganta, pero consiguió no pronunciarla. Marcus miró a Rose y vio en sus ojos el mismo pánico que él sentía.

Allí estaban, mirándose atónitos, como si no pudieran creer que estaban haciendo aquello. Pero Marcus inclinó la cabeza, le levantó a Rose la barbilla, la miró intensamente a los ojos y…

No quería hacerlo. No quería…

Era mentira. Lo que más deseaba en el mundo era besarla.

«Será sólo un beso», se dijo. No significaría más que unas firmas en un papel.

Pero entonces sus labios rozaron los de Rose y se dio cuenta de que significaba mucho más. Toda su vida cambió en aquel mismo instante. El frío Marcus Benson que no hacía nada sin pensar, cuya vida era una sucesión de movimientos calculados, que no perdía nunca el control; de repente estaba perdido.

Le puso las manos en la cintura para acercarla un poco más a él, con suavidad. Al instante sintió la calidez del cuerpo de Rose y entre ellos surgieron chispas.

Y su boca… Rose sabía… En realidad no sabía a nada que Marcus hubiera experimentado antes. Rose era suave y tierna, pero a la vez despedía una gran energía.

Se estaba arqueando hacia él y Marcus sabía que estaba tan sorprendida como él por las sensaciones, unas sensaciones que no podía analizar, porque no tenía nada con que compararlas.

Marcus era ajeno al pequeño grupo de testigos, que los miraba divertido. Sólo era consciente de los labios de Rose, de su sabor…

– Estoy seguro de que seréis muy felices.

Las palabras del juez rompieron la magia. El beso había durado mucho. Marcus se apartó, pero sólo un poco. Sus manos permanecieron en la cintura de Rose y la miró, descubriendo la confusión en sus ojos.

– No quería…

– Lo siento…

Hablaron los dos a la vez y la magia terminó de romperse.

– No tenéis que disculparos -el oficial, aún sonriendo, le tendió una mano a Marcus, obligándolo a soltar a Rose-. Un hombre no tiene que disculparse por besar a su mujer, y viceversa. Tenéis toda la vida para hacerlo -le estrechó la mano a Marcus y después besó a Rose-. Siento la interrupción que hemos tenido, pero no parece haber arruinado el momento. Ahora sólo tenéis que firmar unos papeles. Felicidades, señor y señora Benson. Bienvenidos a vuestra nueva vida.

Durante la hora siguiente Marcus se movió como un autómata. Firmó en el registro, aceptó felicitaciones, se enfrentó con la prensa y protegió a su mujer lo mejor que pudo. Comió, sin saber el qué, en el restaurante que Ruby había reservado, escuchó el tímido discurso de Darrell y sonrió.

A su lado Rose también sonreía, con una sonrisa que parecía tan forzada como la suya. Finalmente, las formalidades terminaron.

– Darrell y yo tomaremos un taxi para ir a casa -le dijo Ruby a su jefe. Metió la mano en el bolso y sacó un sobre-. Aquí están los billetes de avión, el pasaporte y toda la documentación que necesitarás durante las próximas semanas. Vuestro avión sale mañana a las nueve de la mañana.

Ruby se había tomado la libertad de cambiar el vuelo de Rose, que salía el mismo día, pero por la noche, argumentando que la boda estaría en todos los titulares y que, saliendo por la mañana, no tendrían que enfrentarse con la prensa.

– La prensa del corazón ha estado intentando emparejar a Marcus desde que amasó su primer millón de dólares -dijo Ruby.

– Y ahora lo han atrapado -Darrell sonrió a Ruby-. Es fantástico.

– Pero yo no he atrapado a nadie -protestó Rose.

Ruby se colocó el bolso al hombro y miró a Darrell.

– ¿Qué te parece si los dejamos solos?

– Me parece estupendo -Darrell sonrió. Le estrechó a Marcus la mano con fuerza y besó a Rose en ambas mejillas-. Cuídalo bien -dijo dirigiéndose a Rose-. Marcas es el mejor amigo del mundo y te necesita más de lo que imaginas. Os deseo todo el amor posible.

Allí estaban, solos en un reservado del restaurante. La sensación era… increíble.

«Si al menos no estuviera tan adorable…», pensó Marcus. «Si no pareciera tan vulnerable…»

– Necesito quitarme todo esto -dijo Rose- Me siento como la muñequita que va encima de la tarta.

Tal vez vulnerable no fuera la palabra apropiada. Y Rose tema razón: necesitaban volver a la normalidad. Pero volver a la realidad dolía…

– Incluso Cenicienta tenía hasta medianoche -dijo él-. ¿Quieres prolongar el cuento de hadas?

– ¿Hacer qué?

– Te vas de Nueva York mañana y no has paseado por Central Park. ¿Te gustaría hacerlo?

Rose lo miró como si se hubiera vuelto loco. Después hizo una mueca y se señaló el vestido.

– ¿Llevando esto?

– Los mejores cuentos de hadas terminan llenos de glamour -contestó Marcus con cautela, sin estar muy seguro de lo que estaba haciendo-. ¿Confías en mí?

– No confío en nadie que me ofrezca cuentos de hadas -dijo ella, pero le dedicó una sonrisa traviesa-. El príncipe siempre me pareció algo afeminado.

De pronto Marcus también se encontró sonriendo.

– Prometo no ser afeminado. ¿Qué dices? ¿Vamos a divertirnos?

Divertirse. Marcus la miró y supo instintivamente que para Rose la palabra era tan desconocida como para él.

– ¿Quieres que nos divirtamos? -preguntó ella.

– Sí. Quiero que nos olvidemos del imperio financiero Benson, de la granja O'Shannassy y de tu primo Charles. Hoy llevas un vestido de cuento de hadas y yo nunca había estado casado. ¿No podemos hacer que dure un poquito más?

– De acuerdo -su bella mujer lo tomó del brazo con confianza-. De acuerdo, señor Benson. Por esta tarde, Cenicienta y su príncipe seguirán con el cuento de hadas. Salgamos a Nueva York y divirtámonos.

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