– Marcus…
La llamada telefónica de Ruby lo despertó. Siempre se levantaba al amanecer, pero aquella noche casi no había dormido, pensando en los acontecimientos del día.
No sabía cómo, pero Rose había conseguido atravesar sus defensas. Y él se había involucrado. Hasta el fondo.
Esperaba que estuviera durmiendo, que su cama no le pareciera demasiado grande y extraña.
Pensó en ella, sola en su frío apartamento, y por primera vez deseó haberlo decorado más acogedoramente. También había pensado en ello por la noche, y cuando finalmente había conseguido dormirse, prácticamente había decidido contratar a otro decorador. Pero no, eso sería una pérdida de tiempo, porque en cuanto Rose se marchara, a él dejaría de interesarle el piso.
Consiguió contestar a Ruby al teléfono, con voz somnolienta.
– ¿La sacaste de allí? -preguntó ella.
– ¿Qué?
– De aquel hotel. ¿La sacaste? -Ruby parecía impaciente.
– Sí. Está en mi casa.
– ¿En tu casa? -Marcos pudo oír el tono de interés en la voz de Ruby.
– Yo estoy en el club.
– De acuerdo. En el club, en la otra punta de la ciudad. Muy acogedor.
– ¿Qué es lo que quieres, Ruby?
– Una boda.
– ¿Hay algún problema? -preguntó, preocupado.
– Ninguno para casarte. He encontrado un juez que está dispuesto a hacerlo, y nuestro equipo legal ya lo tiene todo en orden.
– Entonces, ¿qué ocurre?
– Lo que no me gusta es que Rose vaya a dejar el país -contestó Ruby-. Vuelve a su casa mañana, ¿no?
– Eso creo.
– Y tú te vas a quedar aquí.
– ¿Y qué otra cosa puedo hacer?
– Un marido de verdad iría con ella.
Marcus se tensó y concentró toda su atención en la conversación.
– Ruby, no es un matrimonio real.
– Eso no es lo que dirán los papeles. Esto tiene que ser serio, Marcus, no simplemente una ceremonia y un certificado de matrimonio, o Charles lo echará todo por tierra a la menor oportunidad. No funcionará a menos que paséis un tiempo juntos. Si te casas con la chica, tienes que hacerlo correctamente.
– ¿Correctamente? ¿Y qué sugieres?
– Bueno -Marcus la oyó inspirar profundamente, como si fuera a decir algo de lo que no estuviera segura- Adam, Gloria y yo hemos estado pensando.
Adam y Gloria. Las mejores mentes del equipo legal. Y Ruby. Los tres juntos eran la mano derecha de Marcus.
– ¿En qué habéis estado pensando?
– En que deberías tomarte unas vacaciones.
Marcus se quedó callado, pensativo.
– ¿Sigues ahí? -preguntó Ruby.
– Sí.
– ¿Te has tomado vacaciones alguna vez?
– No necesito…
– Marcus, has estado haciendo dinero desde que tu madre te abandonó cuando tenías doce años -lo cortó Ruby, y él casi dejó caer el teléfono.
– Pero, ¿qué demonios…?
– ¿Pensabas que no lo sabía? ¿Que ninguno de nosotros lo sabía? Has luchado cada segundo de tu vida, Marcus. Lo único que sabes es hacer dinero.
– Ruby…
– Sí, ya lo sé.
Nunca se entrometían en la vida del otro. Jamás.
Y les gustaba que fuera así, pero Ruby estaba rompiendo las reglas.
– Marcus -siguió diciendo ella-, empecé a trabajar en los negocios porque perdí a mi marido y a mi hija en un accidente de coche. Lleno mi vida con el trabajo porque he amado y ya no me queda nada. Pero tú… Tú ni siquiera has empezado.
¿Ruby había tenido un marido y una hija? ¿Y habían muerto? ¿Por qué él nunca lo había sabido? Nunca había preguntado porque no era asunto suyo.
Y ella tampoco se había metido en su terreno personal. ¿Por qué lo hacía ahora?
– ¿Me estás diciendo que tengo que enamorarme?
– No esperamos milagros -contestó Ruby-. Pero acabas de cerrar el trato comercial con Forde y no ocurrirá nada en las siguientes semanas de lo que Adam, Gloria y yo no podamos ocuparnos. Si realmente quieres que tu matrimonio tenga validez, necesitas unas vacaciones. Tienes que ir a Australia.
– Unos cuantos días no solucionarán nada.
– Unos cuantos días no, pero dos semanas sí. Lo he comprobado. Hay un precedente en el caso de Amerson contra Amerson. Los Amerson se casaron, tuvieron una luna de miel de dos semanas y después cada uno se fue a vivir a un país diferente. Se llamaban por teléfono una vez a la semana y se escribían muchísimo por e-mail. Él murió y la mujer heredó, pero el hermano del marido reclamó la herencia, argumentando que el matrimonio no había sido válido. Pero el juez decretó qué sí lo había sido, así que ése es el precedente que vas a usar. Vas a estar dos semanas en Australia, y después llegarán las llamadas y los e-mails. O eso, o nada.
– ¿Dos semanas?
– Como mínimo.
– No puedo -afirmó Marcus.
– Claro que puedes. Es una chica muy agradable.
– ¿Es qué?
– ¿No lo es? Bueno, ya me dirás qué más cosas es -dijo Ruby suavemente, y colgó.
Marcus se quedó atónito. Debería salir de aquel lío en ese mismo momento. Las cosas se estaban complicando demasiado. Entonces recordó dónde había encontrado a Rose la noche anterior; pensó en su propia situación varios años atrás y en todo lo que había luchado para conseguir lo que tenía.
Pensó en Ruby, y en por qué él nunca le había preguntado por su vida privada. Recordó a Rose, tomándole las manos, besándolo.
Unas vacaciones. ¿Qué daño podrían hacerte dos semanas?
Rose permanecía de pie en la capilla donde se estaba celebrando el funeral. El sacerdote estaba pronunciando palabras de despedida para su querida tía.
No había nadie más. Charles, por supuesto, no había acudido. Rose observó el ataúd de madera y se esforzó por no pensar en lo triste que estaría Hattie si supiera que su hijo no había ido a despedirla.
Intentó pensar en los buenos momentos, pero los recuerdos se negaban a aflorar. La apenaba enormemente tener que despedir a Hattie allí, en lugar de en su querida iglesia de Australia. Rose odiaba todo aquello. Además, se estaba viendo obligada a casarse con un desconocido para proteger su herencia.
El matrimonio era una locura. Tenía que ser su imaginación, parte de la pesadilla que tuvo la noche anterior. En aquel momento, Marcus era sólo un recuerdo nebuloso.
El ataúd que tenía delante era la única cosa real en aquel caos. El sacerdote estaba murmurando la última bendición. Era un hombre amable; sabía que a Rose le apenaba que el funeral fuera tan corto, pero tenía que celebrar tres más esa misma mañana.
La cortina se cerró delante del ataúd… y todo se terminó.
– Le habría alegrado mucho saber que estás aquí.
La voz familiar la sobresaltó, y cuando Marcus le puso una mano en el hombro, Rose estuvo a punto de volverse hacia él y echarse a llorar. Definitivamente, no era un recuerdo nebuloso; Marcus era muy real.
– Volví a mi apartamento y vi que ya te habías ido -añadió-. Luego Ruby me llamó y me dijo que el funeral era ahora. Siento no haber llegado antes.
– Pero… ¿porqué?
– Pensé que necesitarías ánimos. Además, para eso están los maridos -le dedicó una sonrisa que casi la derritió-. La querías -Rose asintió-. He estado haciendo algunas averiguaciones. Tu tía sólo vino a Estados Unidos cuando se puso enferma. Y porque Charles insistió -ambos miraron hacia la cortina. Un ruido de ruedas les indicó que el ataúd de Hattie estaba dejando paso al siguiente.
– Australia era su hogar -dijo Rose con voz cansada-. Pero Charles quiso que su madre muriera aquí.
– ¿Por qué? -preguntó él.
– ¿No lo adivinas? Charles hizo un viaje relámpago a Australia cuando los médicos le dijeron a Hattie que le quedaba poco tiempo, e insistió en que volviera aquí con él. Creo que, en su estado, estaba tan agradecida de que se interesara por ella que habría hecho cualquier cosa. Cuando hablábamos, decía que todo iba bien. Pero de repente dejó de telefonearme y Charles no contestaba a mis llamadas. Me preocupé tanto que decidí subirme a un avión y venir.
No añadió que en el viaje se había gastado todos sus ahorros. Él la miraba fijamente.
– ¿Y Charles no la estaba cuidando bien?
– ¿Tú qué crees? Por supuesto que no. Era australiana y no tenía seguro médico. Ni siquiera la estaban tratando. Había empeorado y Charles la llevó a una horrible residencia, abandonándola allí. Se alegró tanto de verme… Estaba muy confusa. Conseguí que un medico la viera, pero ya era demasiado tarde. Él cáncer se había extendido tanto que sólo tenía algunos momentos de lucidez, pero por lo menos sabía que yo estaba con ella. Murió una semana después de que yo llegara.
– Tras haber cambiado el testamento a favor de su hijo -intervino Marcus.
– Estaba en su derecho.
– Creo que voy a disfrutar de este matrimonio -miró a Rose, que estaba pálida, y decidió dejar su furia para otro momento. Además, había otro funeral esperando para ser celebrado-. Deja que te compre algo de comer.
– No -Rose intentó serenarse-. No, gracias.
El director de pompas fúnebres se acercó a ellos, impaciente por despejar la sala para que pudiera celebrarse el siguiente funeral. Miró a Marcus con curiosidad y, al reconocerlo, abrió mucho los ojos.
– ¿Marcus… Benson?
– Sí -Marcus le tendió la mano y la impaciencia del hombre desapareció al instante.
– No tengan prisa. Hay otro funeral ahora, pero tómense su tiempo.
– Gracias.
– Tengo que irme -dijo Rose.
– ¿Tienes miedo de mí? -preguntó él, con voz suave-. El miedo no es una buena base para un matrimonio.
– No tengo miedo de ti. Ni siquiera te conozco. Y eso tampoco es una base pata un matrimonio.
– Es cierto. Y ahí está el problema.
– ¿Hay algún problema? -preguntó Rose.
– Así es.
– Bueno, entonces… -le echó otra mirada a la cortina, como si no supiera si debía irse o no. Pero había gente esperando al otro lado de la puerta, y el director estaba impaciente. Hattie se había ido, y posiblemente su roturo también, porque el hombre que iba a solucionarle la vida acababa de decir que había un problema-. No hace falte que me digas qué problema es. La idea de casarnos era una locura. Tengo que tomar un avión mañana, y estoy segura de que tú tienes mucho trabajo. Gracias por haber venido esta mañana y por haberme alojado en tu casa. Has sido muy amable.
– Gracias.
– Bueno, no todos los días se recibe una proposición de matrimonio de alguien tan agradable como tú -miró al director de la funeraria y le dedicó una sonrisa-. No se preocupe, nos vamos -entonces le tendió la mano a Marcus y se la estrechó en un gesto de despedida rápidamente, antes de que se derrumbara-. Adiós -murmuró, y se dio la vuelta.
Marcus volvió a agarrarla de la mano y le hizo darse la vuelta.
– No.
– ¿No?
– Lo del matrimonio sigue en pie. Ruby dice que puedo casarme contigo.
– Bien por Ruby. ¿Tu ayudante te ha dado permiso para casarte?
– No. Bueno, sí. Ella se ha encargado de todo, y le he pedido que le pase el testamento a mis abogados para estudiarlo. Sería una pérdida de tiempo casarse y no poder darle la vuelta al testamento. Los abogados dicen que si nos casamos y luego tú te vas y yo me quedo, Charles puede argumentar que el matrimonio ha sido una farsa.
– Entonces, ¿qué estás diciendo? ¿Que tenemos que consumar el matrimonio?
Marcus hizo una mueca.
– No, no es eso.
– Es un alivio -dijo ella.
– Sabía que dirías eso.
Rose sonrió. Era la primera vez que sonreía en ese día, y le sentó bien. Le estaba muy agradecida a Marcus. Aunque el plan que tenían entre manos no funcionara, su presencia durante esos dos días la había aliviado mucho. La había hecho sonreír. La había hecho sentirse como si alguien se preocupara por ella.
– Si no hay que consumar el matrimonio, ¿qué tenemos que hacer?
– Ruby dice que necesitamos una luna de miel. Legalmente, tenemos que pasar algún tiempo juntos si queremos que nos vean como un matrimonio de verdad. Acabo de cerrar un trato que nos ha llevado tres años. Ruby dice que no me he tomado vacaciones en diez años, y tiene razón. En cualquier caso, si te gustaría tener una luna de miel… si quieres… Puedo volver a Australia contigo y quedarme un par de semanas.
– Estás bromeando -dijo, mirándolo estupefacta.
– Nunca bromeo.
– ¿Quieres venir a casa conmigo? Pero… No. Yo no quiero un marido.
– Eso está bien, porque yo no quiero una mujer -Marcus se encogió de hombros y sonrió-. Pero Ruby dice que, ya que me he ofrecido a hacer esto, tengo que hacerlo bien. Además, nunca he estado en Australia.
– Estoes una locura. No puedes tomarte dos semanas de vacaciones por una desconocida.
– Sí que puedo. Por vacaciones. Ruby dice que tengo que quedarme en tu granja.
– ¿Quieres quedarte en mi granja? -preguntó ella.
– No. Pero estoy preparado para hacerlo.
– Marcus, no puedo enfrentarme a esto -dijo Rose negando con la cabeza.
– Lo entiendo. Pero si realmente deseas quedarte con la granja, tienes que tragarte el orgullo, aceptar mi ayuda y asimilar que no quiero nada a cambio -le tomó las manos y la miró intensamente-. ¿Eres lo suficientemente fuerte como para aceptar esto? Recibir es duro, Rose. Lo sé bien. Pero… puede que no te quede otra opción.
Marcus estaba tan confuso como ella, pero no lo demostraba. Su mirada decía «confía en mí» y le mostraba el camino que debía tomar. Aunque era una auténtica locura, para Rose, que nunca había tenido a nadie que le mostrara el camino, la idea resultaba tremendamente atractiva.
– ¿Sin ataduras? -logró preguntar.
– Sin ataduras -respondió él.
– Te haré un par de calcetines para Navidad.
– ¿Eso significa que aceptas?
– No tengo elección. Te estoy muy agradecida, y odio tener que estar agradecida, así que… ¡Tendrás que acostumbrarte a mis calcetines!
Entraron en una cafetería cercana y tomaron café y pastas en silencio. Rose era consciente de que Mateos la observaba, como si quisiera ver es su interior, pero ella no podía hacer nada. Y tampoco estaba muy segura de importarle.
– ¿Qué les pasó a tus padres? -preguntó él, y a Rose se le contrajo el estómago.
– Mi madre murió de eclampsia al dar a luz a Harry. Y mi padre falleció cuando su tractor volcó hace diez años.
– ¿Y desde entonces has mantenido a tus hermanos?
– También estaba Hattie-dijo ella.
– ¿Hattie te cuidaba?
– Yo tenía dieciséis años. Era fuerte y podía hacerme cargo de la granja. Quería a Hattie y no podría haberlo conseguido sin ella, pero mi tía tenía artritis.
– A ver si lo he entendido bien. Tenías dieciséis años cuando te quedaste sola con una granja y cuatro niños. ¿Qué edad tenía el mayor?
– Daniel tenía once años.
– ¿Y tu primo? ¿Charles?
– Es bastante mayor que yo. Se fue antes de que mi padre muriera. Hattie le enviaba su parte de los beneficios, y solamente sabíamos algo de él cuando quería más dinero.
– ¿Estabas todavía en el instituto?
– Tuve que dejarlo, pero no me importó. Me encanta trabajar en la granja, y he conseguido que prosperara.
– ¿Los chicos te ayudan?
– Claro. Daniel y Christopher están en la universidad y William asiste a una escuela especial en la ciudad. Daniel será veterinario y Christopher está en su primer año de Derecho. Y William es brillante. Ganó una beca y estudia en una escuela especial para niños con talento.
– Pero… ¿los mantienes a todos?
– No. Ellos también me ayudan. Durante las vacaciones.
– Pero el resto del tiempo sólo estas tu.
– Y Harry -sonrió ampliamente al pensar en su hermano pequeño-. Harry es maravilloso, te encantaría conocerlo.
– ¿Dónde está ahora? -preguntó Marcus.
– Con Daniel en su residencia de la universidad, escondido como un polizón. No le gustó que me fuera, y pensé que estando con los chicos se sentiría mejor. Los chicos están cuidando de él, pero tengo que volver.
– Ya lo veo. Estás llevando toda esa responsabilidad tú sola…
– Son mi familia -respondió Rose, a quien no le había gustado el tono que había usado él-. ¿Tú qué harías?
Se miraron en silencio y ella pensó que, de haber estado en su lugar, Marcus habría salido corriendo.
Pero él miró por encima de su hombro y sonrió, y cuando Rose se dio la vuelta, vio a Ruby en la calle, que los saludaba con la mano.
– Te diré lo que vamos a hacer -dijo Marcus, devolviéndole el saludo a Ruby-. Te voy a dejar en manos de Ruby para que te convierta en una bonita novia. Yo tengo que atar algunos cabos sueltos, pero después me casaré contigo y te llevaré a Australia. Con dos condiciones.
– ¿Cuáles?
– Que no me hagas ordeñar una vaca y que no me dejes a cargo de un chico de doce años.
Ruby tenía la idea de un verdadero vestido de novia y nada podía hacerle cambiar de opinión. Además, ¡la boda era en cuatro horas!
– Puedo casarme con lo que llevo puesto -dijo Rose, que ya se sentía condenada.
– La mitad de las mujeres de todo el mundo están deseando casarse con Marcus Benson… ¿y tú vas a llevar ropa de diario? Rose, te está haciendo un favor. Lo mínimo que puedes hacer es aceptar la forma en que lo hace.
Parecía razonable. Pero para aceptarlo, Rose tenía que hacer algo: tragarse su orgullo.
– Estoy arruinada -admitió finalmente.
– Sí -contestó Ruby, tras dudar ligeramente-. Pero Marcus me ha dado un generoso cheque y con él te vamos a preparar para la boda.
Rose dejó escapar un suspiro.
– Le dije…
– Sí, se lo dijiste. Ayer me contó que te había ofendido. Dijo que había intentado comprarte ropa formal y que tú se la arrojaste a la cara. La verdad es que yo también lo habría hecho, pero rechazar un vestido de novia es diferente.
– Él no… No creo que…
– Te vas a casar con él -dijo Ruby con suavidad-. Y no tienes que sentirte culpable por ello, porque Marcus no se casará con nadie más.
– Pero no puedo aceptar su dinero.
– Sí que puedes. Y le estarías haciendo un favor, porque por primera vez se está implicando en algo.
– ¿Qué quieres decir? -preguntó Rose, sorprendida.
– ¿No sabes nada de él?
– Nada, aparte de lo de su madre. Pero el que ella arruinara su vida no quiere decir que Marcus tenga que estar solo para siempre.
– Luchó en la Guerra del Golfo -dijo Ruby-. ¿Y sabías que procede de una familia muy humilde?
– Sí, me lo contó -pero, ¿qué tenía eso que ver con ella?
– ¿También te contó que invirtió el primer centavo que ganó? Es extraordinariamente bueno haciendo dinero. Uno de sus padrastros lo introdujo en el mundo de la informática y desde entonces no ha parado. Invirtió en Internet, incluso antes de que la mayoría de la gente supiera qué era. Pero nunca pudo escapar de su pasado. Su madre desapareció cuando tenía doce años, y desde entonces ha estado solo, luchando con uñas y dientes. Cuando su última familia de acogida lo echó a la calle, se unió al ejército. Dios sabe por qué, pero imagino que porque nunca ha tenido un hogar. Tal vez viera en el ejército algo parecido a una familia, o tal vez no le interesara seguir viviendo.
– Ruby, eso es horrible.
– Lo mismo le ocurrió en las Fuerzas Armadas-continuó Ruby-. Se supone que yo no sé esto, pero un sargento de su regimiento vino a verlo un día que Marcus estaba fuera de la ciudad. Darrell también lo ha pasado muy mal y, siguiendo un impulso, lo invité a comer. Así me enteré de toda la historia. Al principio Marcus era un chico abierto y bromista, pero cuanta más muerte veían, más callado se volvía. Entonces su batallón cayó en una emboscada y murieron casi todos. Para Marcus fue el final. Lo interiorizó todo, nunca habla de ello. Al volver se concentró en construir un imperio y ya está, en su vida no hay nada más. Pero entonces apareciste tú.
– ¿Yo? ¿Qué tengo yo que ver en esto?
– Le importa lo que te ocurra. Por primera vez, se está preocupando por alguien. Está pensando en tu bienestar y se ha ofrecido a casarse contigo. Aunque el matrimonio dure sólo dos semanas, tú serás la única novia que tenga en toda su vida. Piénsalo bien, Rose. ¿No crees que podrías formar parte de esta historia?
– Pero… ¿cómo? ¿Por qué?
Ruby sonrió y tomó las manos de Rose en las suyas.
– Lo único que sé es que va a dejar de hacer dinero por dos semanas porque se está preocupando por ti. Tal vez, si tú le correspondieras haciéndolo divertido…
– ¿Divertido?
– Sospecho-dijo Ruby lentamente- que los dos tenéis problemas en comprender esa palabra; Mira, Marcus me ha dado un cheque por una cantidad obscena de dinero para organizar una boda -dudó un momento y la expresión de su cara cambió-. Una vez tuve una hija. Si Amy siguiera viva, ahora tendría tu edad. Yo podría comprarle un vestido de novia.
Rose la miró atónita. Parecía que no era ella sola la que tenía ciertas carencias.
– Así que, ¿no somos solamente Marcus y yo los que necesitemos divertirnos? -se aventuró a decir.
– Exacto. Y hoy… tal vez hoy y durante las siguientes dos semanas podamos conseguirlo -Ruby sonrió y Rose pudo ver en sus ojos un atisbo de ruego-. Si me dejas, me gustaría convertirte en la novia más hermosa del mundo. Me gustaría demostrarles a todos lo que se puede conseguir en unas pocas horas. Y después escribiré una bonita invitación y se la mandaré a Charles Higgins por correo urgente.
– ¿A ti tampoco te gusta Charles?
– No lo soporto -Ruby se levantó, aún sonriendo-. Bueno, ¿qué me dices? ¿Estás preparada para dejar de lado tus escrúpulos y pasártelo bien? Marcus puede permitírselo, y será maravilloso. Y organizar una boda en cuatro horas puede ser divertido, ¿no?
Rose la miró, sintiendo que cada vez entendía menos lo que estaba ocurriendo y que perdía el control de la situación. Pero si ya había perdido el control, ¿por qué no dejarse llevar durante el resto del día? ¿Por qué no… divertirse?
– Una novia vestida de blanco -murmuró.
– Sí. Y todo lo demás. Conozco el lugar apropiado -afirmó Ruby.
– Es una locura.
– Hagámoslo, Rose. Sé dónde vive ese sargento; está sólo a media hora de aquí. ¿Te parece bien si yo soy la dama de honor y Darrell el padrino? Y seguro que Charles vendrá. Esperará encontrarse con una farsa, pero se encontrará una boda de verdad. Hagámoslo. ¿Por qué no?
– Se me ocurren mil razones -respondió Rose.
– ¿Y alguna de ellas es más importante que disfrutar? -Ruby te echó una mirada a la funeraria que había al otro lado de la calle e hizo una mueca-. La vida es para, vivida. Vamos, te desafío a que lo hagas.