Capítulo 10

Un cartel colgaba sobre la entrada del Pub de Quinn anunciando la reapertura del «mejor pub irlandés de Southie» para dos días después. Se ofrecerían sandwiches de ternera y caldo irlandés gratis para recuperar a los clientes habituales tras las semanas que habían tenido que cerrar.

Aunque los problemas del bar se iban solucionando con sorprendente facilidad, la situación de su padre no mejoraba. Liam la había llamado a Nueva York para informarla. A pesar de sus esfuerzos, ni Conor ni Sean habían conseguido localizar a Lee Franklin. El juicio tendría lugar en dos días y el jurado condenaría a Seamus o no basándose en el testimonio de Ken Yaeger. Aunque Seamus se había declarado inocente, la última palabra la tendría el jurado, si realmente tenían que acabar yendo a juicio.

Keely se preguntó por qué habrían elegido reabrir el pub el mismo día del juicio. Sospechaba que era una forma de darse ánimos y transmitir energía positiva a una situación que tenía muy mala pinta. Pero había vuelto a Boston con un último rayo de esperanza para sus hermanos y su padre. Miró hacia atrás, donde había aparcado el coche, justo frente al pub. No estaba segura de que lo que estaba a punto de hacer estuviera bien, pero en el fondo de su corazón así lo sentía.

Cuando entró, el interior era un caos de sillas desperdigadas de cualquier forma y cajas de botellas en mitad del suelo. Brendan levantó la cabeza, sonrió al verla y la saludó. Liam y Sean estaban detrás de la barra, colocando botellas en las estanterías. Y Conor y Dylan aparecieron poco después por la puerta que comunicaba con la cocina.

– Hola, hermanita -la saludó Brian según entraba, tirando de Keely hacia la barra-. ¿Has venido a echarnos una mano?

– Sí, parece que os hace falta -dijo ella sonriente.

– Dado que el pub tiene tu apellido, debes considerarlo como una obligación de familia. Agarra un trapo y ponte las pilas.

Keely miró a su alrededor en busca del miembro de la familia que faltaba.

– ¿Dónde está Seamus? -preguntó.

– En la cocina -contestó Dylan-. No ha salido desde que le dijimos que ibas a venir. Espero que estés unos días por aquí. Puede que le cueste decidirse a salir.

– Entonces, ¿sabe quién soy?

– Se lo dijimos anoche -intervino Conor-. Creo que tiene miedo de hablar contigo… Papá, sal. Tienes que conocer a una persona -añadió, gritando hacia la cocina.

Todos esperaron a que Seamus saliera. Apareció con un mandil sucio que se quitó en seguida. Se atusó el pelo con las manos y se acercó a Keely. La sorprendió su indecisión. Estaba acostumbrada a un Seamus Quinn seguro de sí mismo, al que le gustaba llevar la voz cantante en las discusiones. Un Seamus Quinn que bromeaba con ella y la llamaba «pequeña».

– Así que eres mi hija -dijo sin rodeos, mirándola a los ojos.

– Sí -Keely asintió con la cabeza y enderezó la espalda-. ¿Te parece bien?

Seamus la miró unos segundos y, por fin, esbozó una sonrisa complacida.

– No tenía ni idea de que tuviera una hija. Puede que hubiese actuado de otra forma si lo hubiese sabido -Seamus se encogió de hombros-. Al menos no podrás quejarte de lo mal padre que he sido, ¿no?

– Supongo que no.

Como no parecía querer un abrazo, Keely se limitó a acercarse y darle un beso en la mejilla.

Seamus le dio una palmadita en el hombro y se puso rojo de vergüenza.

– Bienvenida a la familia, pequeña. Si es que la aguantas.

– Toda una bienvenida, papá -bromeó Conor-. A ver si, después de esto, se vuelve a Nueva York y no vuelve a querer saber nada de nosotros.

– No te rías, chaval -Seamus apuntó con un dedo hacia Conor-. Ya he tenido bastantes sorpresas últimamente y no quiero… -de pronto se calló, clavando la vista más allá de Keely y los chicos, atónito. Todos se giraron a ver lo que había causado esa reacción. Keely contuvo la respiración al ver a su madre entrar en el pub. Luego miró a sus hermanos, cuyos rostros reflejaban la misma cara de asombro que la de Seamus. Le había dicho a su madre que esperara hasta que fuese a buscarla, pero era evidente que Fiona se había acabado impacientando.

Keely la invitó a acercarse, pero Fiona permaneció pegada al suelo.

– Le he pedido a mi… a nuestra madre que viniera a Boston conmigo -explicó Keely-. Tiene información sobre el Increíble Quinn y está dispuesta a declarar en favor de Seamus. Y cree que puede saber dónde encontrar a Lee Franklin.

Durante unos segundos, a los hermanos no pareció importarles lo que fuera de Franklin.

Se quedaron mirando a Fiona como si fuese un fantasma. Conor fue el primero en hablar después de un largo silencio.

– Hola, mamá -dijo, al tiempo que se acercaba a ella-. ¿Te acuerdas de mí? -preguntó, conduciéndola a la barra.

Los ojos se le arrasaron de lágrimas, le tembló el labio inferior. Pero también se le iluminó la cara de alegría y Keely supo que había hecho bien llevándola a Boston.

– Por supuesto que me acuerdo, Conor – Fiona miró a sus seis hijos, uno a uno-. Sería capaz de reconoceros entre una multitud. No habéis cambiado nada. Al menos a mis ojos. Aunque sois más altos de lo que jamás imaginé.

– Tú también estás igual -dijo Conor. Cuando Fiona estiró un brazo para acariciar la mejilla de su hijo mayor, se le saltó una lágrima. Se rió mientras se la quitaba.

– Eres un buen chico, Conor. Siempre lo fuiste. Y te has convertido en un buen hombre. Tengo entendido que estás casado.

– Sí. Y Olivia, mi esposa, va a tener un bebé. Y Dylan y Brendan están a punto de casarse también. Dylan en Junio y Brendan después, cuando vuelva con Amy de Turquía.

De uno en uno, Fiona fue reencontrándose con sus hijos después de tantos años. Ninguno se mostró resentido, tal como había esperado Keely, la cual se preguntó cómo podían aceptar la vuelta de su madre tan fácilmente después de haberlos abandonado hacía tanto. Luego recordó que les habían contado que estaba muerta.

Cuando Fiona llegó a Liam, las lágrimas le fluían en abundancia. Lo apretó contra el pecho y le dio un fuerte abrazo.

– Eres el que más me preocupaba -dijo-. Sabía que Conor, Dylan y Brendan eran fuertes. Y los gemelos se tenían el uno al otro. Pero me daba miedo que te sintieras solo.

– Sobreviví, mamá. Todos lo hicimos. Y nos alegra que vuelvas, aunque haya tenido que pasar tanto tiempo.

– Estáis hechos unos hombretones -dijo Fiona, sonriente, abarcándolos a los seis con la mirada. Luego se sorbió la nariz y se giró hacia la última persona de la sala. Respiró profunda antes de saludar-. Hola, Seamus.

– Hola.Fi.

– Ha pasado mucho tiempo -comentó esta acercándose a él.

Seamus le tomó la mano en un gesto de caballerosidad que sorprendió a Keely. Sintió que a ella también se le saltaban las lágrimas al ver a sus padres juntos. A juzgar por cómo se miraban, era evidente que todavía había algo entre los dos.

– Tenemos toda una familia, ¿no te parece? -dijo Seamus.

Fiona rió. Keely había esperado desconfianza, animadversión, tal vez sarcasmo por parte de su madre. Pero Fiona miraba a su marido como si no se hubieran separado nunca y siguieran siendo la misma pareja joven que estaba empezando su aventura en Estados Unidos, Seamus con sus sueños y Fiona confiando en que este haría realidad los de ella.

– No has cambiado nada -añadió Seamus-. Sigues siendo la chica más guapa que conozco.

– Tenemos muchas cosas de qué hablar – dijo Fiona.

– Sí -murmuró Seamus-. Muchas cosas. ¿Te enseño el pub? Me va bastante bien. Servimos bebidas y comida. Y hay una mesa de billar en la parte de atrás. ¿Quieres ver la cocina?

– Me encantaría.

Ambos desaparecieron, dejando a los siete hijos totalmente mudos. Brian sacudió la cabeza.

– Fijaos en el viejo -dijo con respeto-. Quién diría que es el mismo hombre que nos contaba todas esas historias sobre los increíbles Quinn. Después de todo este tiempo y está completamente embelesado.

– ¿Qué historias? -preguntó Keely.

– Ah, tendremos que contarle a Keely algunas de las historias, para que conozca los peligros de enamorarse -contestó Brendan-. Según papá, el amor destruirá a cualquier miembro de la familia Quinn que sucumba a su llamada. Como ves, Conor es un desastre, y Dylan y yo estamos en este mundo porque tiene que haber de todo. Y a Sean, Brian y Liam les están intentando echar el lazo unas mujeres perversas. Tú no estarás enamorada, ¿no?

– No, no, en absoluto -contestó Keely.

Aunque era una mentira descarada, no tenía valor para explicar que estaba enamorada… de un hombre al que odiaban. Tendría que solucionar esa cuestión más adelante, cuando fuera necesario, si llegaba el caso.

– Bueno, supongo que tenemos que hablar con el abogado de Seamus e informarlo de que tenemos un nuevo testigo -dijo Conor-. ¿Y dices que nuestra madre puede saber dónde encontrar a Franklin?

– Comentó que su esposa había dicho algo de un hermano que vivía en Florida Keys y que llevaba una auditoría. Si lo encontráis, puede que sepa dónde está Lee Franklin.

– ¿Sabes? -Conor pasó el brazo sobre los hombros de Keely-. En todas las historias de los increíbles Quinn, nuestros antepasados aparecían a caballo para rescatar a una damisela en apuros. Parece que esta vez eres tú quien ha venido en nuestro auxilio, así que está claro que das la talla como increíble Quinn. -Me alegra ser de ayuda -dijo ella. ¿Pero sería suficiente para borrar su otro pecado?, ¿el pecado de amar a su enemigo? ¿Aceptarían que Rafe formara parte de su vida?, ¿o el resentimiento sería demasiado grande? No podría saberlo hasta que no les hablara de su relación con él. Pero, tal como había dicho Seamus, ya habían tenido bastantes sorpresas ese día.

Esa confesión tendría que realizarla en el momento preciso… si es que al final llegaba a realizarla.


El día de la reapertura el pub estaba hasta los topes cuando Rafe entró. Se acercó despacio a la barra y se sentó cerca de un extremo. Echó un vistazo a su alrededor hasta encontrar a Keely. Estaba de pie, junto a la mesa de billar, hablando con dos mujeres que estaban jugando a los dardos. La mujer de Conor y la prometida de Dylan, si no se equivocaba. Keely no llevaba mandil, de modo que supuso que no estaba trabajando. Deseó poder quedarse a solas con ella un momento. Solo así, quizá, pudiera solucionar las cosas.

Se había enterado de la decisión del jurado. Se había negado a presentar cargos contra Seamus. Al principio había pensado que había existido algún tipo de amaño, pero luego se había enterado de que habían localizado a Lee Franklin, el cual había realizado una declaración jurada de que Seamus no había intervenido en la pelea que había tenido lugar en el Increíble Quinn, sino Ken Yaeger, en estado de embriaguez. De hecho, Seamus estaba intentando parar la pelea cuando Sam Kendrick había caído al mar por un violento cabeceo del barco en medio de la tormenta. Indignado, Seamus Quinn había corrido la voz sobre el comportamiento de Ken Yaeger y ningún capitán lo había vuelto a aceptar en su tripulación durante años.

Lo cual explicaba el rencor de Yaeger hacia Seamus. Todo encajaba y si no se hubiese precipitado, Rafe podría haber evitado los problemas que le había creado a Seamus Quinn… y los que entorpecían su relación con la hija de este.

La muerte de su padre había sido un accidente. Rafe siempre había pensado que no podría continuar con su vida hasta saberlo con certeza. Pero una vez que estaba seguro, se sentía vacío, a la deriva, como si siguiera buscando algo. O a alguien. Hasta ese momento, había tenido demasiado miedo para arriesgarlo todo: para jugarse el corazón. Pero ya no tenía que pensar en el pasado. Podía tener un futuro con Keely y quería intentarlo.

La miró mientras se acercaba a la diana. Llevaba unos vaqueros que se ceñían a su trasero y un top con un escote bajo que dejaba al descubierto ese punto entre sus pechos que tantas veces había besado. Se estaba riendo y, aunque el sonido de su risa quedaba ahogado por la multitud. Rafe se sorprendió sonriendo.

– ¿Te pongo algo?

Rafe levantó la vista y, de pronto, notó cómo cambiaba la expresión, en un principio amistosa, de Liam Quinn.

– ¡Eres tú! -exclamó-. No sé cómo te atreves a venir aquí después de todo lo que nos has hecho.

– Solo quería averiguar la verdad -contestó Rafe-. ¿Cómo iba a imaginar que Yaeger mentía?

– Sean, mira quién ha venido -Liam llamó a su hermano-. Es nuestro amigo Rafe Kendrick. Ha venido a presentarnos sus respetos.

El bullicio del bar fue apagándose mientras los seis hermanos se acercaban al extremo de la barra. Rafe se levantó, dispuesto a pelear con todos si hacía falta. No se acobardaría. Seis contra uno no le dejaba muchas opciones, pero no saldría corriendo… si eso suponía alejarse de Keely. Tenían la misma estatura y el mismo peso que él aproximadamente. El problema sería si lo atacaban todos a la vez. Entonces la pelea terminaría antes de empezar.

– No he venido a crear problemas -explicó Rafe-. Solo quiero hablar con Keely.

– ¿Keely?, ¿qué quieres de nuestra hermana? -preguntó Conor.

– He venido a decirle una cosa.

Dylan se acercó y le dio un empujón hacia la puerta. Rafe contuvo las ganas de plantarle un puñetazo en la mandíbula. No sería él quien diera el primer golpe.

– Lárgate de aquí, Kendrick -le ordenó Dylan-. Aquí no eres bienvenido. Y mucho menos por Keely.

– ¿No crees que eso debería decidirlo ella?

Dylan hizo ademán de agarrarle las solapas, pero Rafe le retiró la mano. El movimiento solo sirvió para aumentar la hostilidad de los Quinn. Sean saltó por encima de la barra y agarró los brazos de Rafe por detrás. Y Dylan le pegó un puñetazo en el estómago. El siguiente le impactó en la mandíbula.

– ¡Basta!, ¿qué estáis haciendo! -Keely apartó a Dylan de un empujón y miró a Sean pidiéndole que soltara a Rafe.

– ¿Conoces a este tipo? -preguntó Conor.

– Sí. Y os agradecería que dejarais de pegarle. ¿Qué sois, una panda de matones?

– Keely, es Rafe Kendrick -explicó Conor-. El que ha intentado amargarle la vida a Seamus. Fue él quien buscó a Yaeger para que declarara ante la policía.

– Solo quería averiguar la verdad -contestó Keely, empujando también a Conor.

– No hace falta que me defiendas -dijo Rafe-. Puedo hacerlo yo solo.

Keely se llevó las manos a las caderas y lanzó una mirada de advertencia a sus seis hermanos.

– No tendrías por qué defenderte. Debería bastar con que les pidiera que te dejaran en paz. ¿O no?

– ¿Os conocéis? -repitió Conor.

– Sí -dijo Liam de pronto-. Ahora me acuerdo. Estabais juntos una noche. Le tiraste una copa a la cara, Keely.

– Ya os he dicho que lo conozco -admitió ella.

Sean soltó a Rafe de mala gana y le dio un pequeño empujón.

– Decías que habías venido a hablar con Keely. Dile lo que tengas que decirle y lárgate.

– No creo que quieras oír lo que tengo que decir -contestó Rafe frotándose la mandíbula y apretando los dientes para comprobar su estado.

– Ya está bien. No quiero peleas. Conor, eres policía. Si dejas que se peleen, no estarás cumpliendo con tu labor -dijo Keely. Luego se dirigió a Rafe-. Dime lo que has venido a decirme.

– Keely, de veras creo que sería mejor que habláramos en privado.

– No tengo nada que esconder a mis hermanos.

– Está bien. Si es lo que quieres -Rafe carraspeó-. Keely Quinn, te quiero. Lo sé hace tiempo, pero creo que no me di cuenta hasta que me sedujiste aquella noche en la cabaña. Cuando te marchaste, pensé que podría olvidarlo todo. Pero no puedo… Cásate conmigo -le pidió después de tomar su mano y llevársela a los labios.

– ¿Qué? -exclamó atónita Keely.

– ¿Has pasado la noche con esta sabandija? -preguntó Brian.

– Sí -reconoció Keely-. Pero no…

– ¿Lo sedujiste? -se adelantó Sean.

– ¿Qué pasa? No era la primera vez. Él me había seducido la noche anterior. Y la anterior fue de mutuo acuerdo -Keely hizo frente a sus hermanos-. No me miréis así. Nunca dije que fuera virgen. Y vosotros no sois los más indicados para hablar precisamente. ¿A cuántas mujeres habéis seducido?

La prometida de Dylan se acercó desde la diana para sumarse a la discusión.

– Eso -dijo, animando a Keely con una sonrisa-. Buena pregunta.

– A mí también me gustaría saberlo -añadió la mujer de Conor.

Otra mujer se unió al grupo, agarrándose a Brendan por un brazo.

– Yo prefiero no hurgar mucho la cosa.

– ¿Cómo es posible que se nos haya vuelto esto en contra? -preguntó Dylan-. Yo sigo pensando que deberíamos ajustarle las cuentas a Kendrick.

– ¡Basta!, ¡nada de peleas en mi pub! – Seamus apareció con un bate de béisbol en la mano, palmeándolo contra la otra. Miró a Rafe-. Tu padre era un buen hombre y habría sido bien recibido en este pub. Pero preferiría que tú no volvieras. Y tú, Keely, vas a tener que tomar una decisión. Él o nosotros.

– Pero…

– Ya me has oído -atajó Seamus-. No hay más que hablar.

– Me da igual lo que crea tu familia, Keely -Rafe le dio un pellizquito en la mano-. Te quiero y si hace falta que me pegue con todos. lo haré -añadió mirando a su alrededor las caras hostiles de sus hermanos antes de devolver la atención a Keely.

Podía ser que Seamus tuviera razón. Ya no había más que hablar. Keely sabía lo que sentía por ella y el sentir también de su familia. Era su decisión.

Se apartó despacio, luego le soltó la mano. Keely siguió con la mirada clavada en su espalda mientras Rafe se dirigía a la puerta. Le costó lo indecible separarse de ella, pero si de veras lo quería, lo elegiría a él.

Pero al llegar a la calle, solo. Rafe suspiró derrotado. Se alisó el cabello.

– La fuerza del amor -murmuró-. Supongo que no lo conquista todo -añadió mientras se encaminaba hacia el coche.

De pronto, la puerta del pub se abrió y Keely salió corriendo y se lanzó a sus brazos.

– Lo siento, lo siento. Debería haberme ido contigo, pero no sabía qué hacer.

Rafe le acarició el pelo antes de besarla en la boca. Había olvidado lo bien que sabía, cómo le gustaban sus labios.

– Te he echado de menos, Keely. No he sido consciente de cuánto hasta ahora -dijo al tiempo que recorría las curvas de su cuerpo con las manos. Al verla temblar, se dio cuenta de que había salido sin abrigo. Rafe se quitó el suyo y lo puso por encima de ella, atrayéndola contra él-. Tengo algo para ti -añadió, labio contra labio.

– ¿Qué? -preguntó Keely y Rafe la abrazó con fuerza. Luego metió la mano en el bolsillo y sacó una cajita de terciopelo-. ¿Qué es?

– Si no te gusta, podemos elegir otro. Keely se apartó del pecho de Rafe lo justo para abrir el estuche. Los ojos se le desorbitaron, se quedó sin respiración.

– ¿Es un anillo de compromiso?

– ¿Qué si no? -contestó él con una cálida sonrisa-. Te he pedido que te cases conmigo, ¿no?

– Creía… que solo lo decías para enfurecer a mis hermanos.

– Vamos, Keely -Rafe rió-. No hago estas cosas a la ligera. Lo que te he dicho lo he dicho de verdad. Te amo y quiero casarme contigo.

– Pero apenas nos conocemos -dijo ella mirando el anillo-. Aunque nos conocimos en octubre, en realidad solo hemos estado un mes juntos.

– ¿Tú me quieres?

– Sí -murmuró Keely.

– ¿Y quieres casarte conmigo?

– Sí. Pero hay tantas cosas…

– Entonces quédate el anillo -dijo Rafe-. No tienes que ponértelo ahora. Cuando estés preparada, cuando tu familia esté preparada, te lo pondré yo mismo para hacerlo oficial. Ahora quiero que vuelvas al pub. Se estarán preguntando adonde has ido -añadió antes de darle un beso en la frente.

– Pero quiero quedarme contigo.

– Cariño, vamos a pasar el resto de nuestras vidas juntos. De momento, creo que será mejor que suavices las cosas un poco con tu familia. Les has soltado un bombazo. No creo que haga falta que entres en detalles sobre nuestra vida amorosa.

– No sé por qué he dicho eso -contestó Keely, mirándolo a la cara sonriente-. A veces no entiendo lo que sale por mi boca. Probablemente no ha sido lo más inteligente con mis hermanos ahí dispuestos a matarte.

– ¿Puedo creer que te casarás conmigo? Keely se puso de puntillas y lo besó.

– Sí, Rafe Kendrick. Me casaré contigo. Rafe se apoderó de su boca una vez más y la besó a fondo. Un beso que tendría que bastarles hasta que volvieran a verse. Pero tras haber obtenido las respuestas que quería, ya no le importaba si tenía que esperar un día, una semana o hasta un mes. Keely Quinn era suya y nada se interpondría entre los dos.

– Llámame esta noche -murmuró él-. Quiero oír tu voz antes de dormirme. O mejor, ven y pasa la noche en mi cama.

– No puedo -dijo Keely-. Me estoy quedando con Conor y Olivia y sabrán que pasa algo si no vuelvo a casa.

– Ya les has dicho que no eres virgen. ¿Crees que se sorprenderán?

– Pero no quiero tensar la situación -contestó ella-. Quiero darles la oportunidad de enfriarse para que pueda explicarles lo que siento. Mi relación con mi familia es demasiado reciente.

– Y la nuestra.

– Pero yo sé que me tú me quieres, Rafe. Con eso puedo contar. Puedo contar con eso, ¿verdad?

Rafe la abrazó de nuevo y posó los labios sobre su cabello.

– Para siempre -murmuró.


Rafe miró la dirección que había garabateado en un trozo de papel.

– Aquí es: East Beltran, 210. Paró el coche en la curva y aparcó unas puertas más abajo de la Repostería McClain, en Brooklyn.

Después de quitar la llave de contacto, salió del coche y se apretó el abrigo para protegerse del frío de enero.

El viejo edificio, impecablemente conservado, se encontraba en una calle tranquila de casas antiguas de ladrillo y pintorescos escaparates. Camino de la entrada, miró a través del cristal a un exhibidor lleno de tartas de todos los tamaños y formas. Se paró. Cuando Keely le había contado que preparaba tartas, se había imaginado algo más sencillo. Pero las muestras del escaparate eran auténticas obras de arte, esculturas dulces producto de una imaginación deliciosa. La imaginación de Keely.

Se ajustó la corbata, puso la mano en el pomo. No se había molestado en llamar a Keely para avisarla. En la última semana, no habían tenido ocasión de verse, aunque se habían llamado todas las noches y habían mantenido un par de conversaciones de alto contenido erótico. Rafe sonrió. Aunque al principio le había resultado excitante, no podía compararse con tener a Keely entre los brazos, mirarla, besarla y tocarla a su gusto. Así que había decidido darle una sorpresa.

Le había pedido a Sylvie que llamara por él, haciéndose pasar por una novia que quería encargar una tarta para su boda. Luego había reservado habitación en el Plaza como parte de su plan, que incluía invitar a Keely a comer, pasar la tarde de compras y una noche de pasión sin teléfonos por medio.

Un juego de campanas sonó sobre su cabeza al entrar. La parte de delante de la repostería servía de galería y en las paredes podían verse fotografías de las tartas. Se fijó en un diseño con forma de camisa hawaiana. En la siguiente, la tarta estaba decorada con pequeñas frutas.

– Es uno de nuestros diseños en mazapán.

Rafe se giró y se encontró ante una mujer mayor.

– Es bonito -comentó-. ¿Pero dónde encontráis piezas de fruta tan pequeñas?

– No es fruta de verdad -explicó ella-. Es mazapán, modelado y coloreado para que parezca fruta.

– ¿Mazapán?

– Exacto. Todo lo que ve en la tarta es comestible y delicioso -la mujer le tendió una mano-. Fiona McClain, ¿puedo ayudarlo en algo?

La madre de Keely, pensó Rafe al tiempo que negaba con la cabeza. Ya sabía que Keely se parecía a sus hermanos, pero también tenía la sonrisa cálida y la nariz delicada de su madre. No había caído en que tendría ocasión de conocerla en ese viaje, pero intentaría sacar partido de la novedad.

– Quiero encargar una tarta.

– ¿Qué clase de tarta?

– ¿Una tarta de boda?

– No suena muy seguro -Fiona rió-. ¿Quizá debería venir con su novia para ayudarlo a decidir?

– Me temo que no va a ser posible. Al menos en este viaje. ¿Puede enseñarme algunos diseños?

– Mi hija, Keely, se encarga de todos los diseños. Cada tarta es una creación exclusiva. Le gusta reunirse con sus clientes y comentar qué ideas tienen.

– ¿Está por aquí?

– Acaba de salir, pero no tardará en volver -contestó Fiona-. ¿Podría ir contándome un poco en qué clase de tarta piensa?

– ¿Qué precio tiene una como esta? -preguntó Rafe, apuntando hacia una de mucho colorido

– Hacemos tartas para todo tipo de presupuestos -Fiona sacó un álbum de fotos-. Esta costó diez mil dólares. Y esta otra ocho mil.

– ¿Por una tarta? -preguntó sorprendido Rafe.

– Depende del tamaño y la complejidad. La tarta de boda hay que elegirla tan cuidadosamente como el vestido de novia -explicó ella-. El vestido es el centro de atención durante la ceremonia y la tarta es la protagonista del banquete. Solo habrá un vestido y una tarta para ese día único. Así que tiene que ser la mejor tarta. Solemos recomendar a las novias que piensen en la tarta tanto como en el vestido. Dígame, ¿cuándo es la boda?

– Todavía no tenemos fecha fija -contestó Rafe.

– No podemos hacer un hueco en la agenda si no tiene fecha -dijo Fiona con el ceño fruncido-. Y hay que encargar con mucha antelación. Tenemos tartas pedidas para dentro de un año.

– ¿De veras?

– ¿Está seguro de que quiere elegir una tarta?

– Lo cierto es que no estoy preparado. En realidad no he venido por la tarta. Solo quería conocerla.

– ¿ A mí?-preguntó sorprendida Fiona.

– Me llamo Rafe Kendrick, estoy enamorado de su hija y tengo intención de casarme con ella. Así que supongo que tendrá que preguntarle a ella por la fecha.

– No… no entiendo -Fiona frunció el ceño-. ¿Conoce a mi hija?

– Nos conocimos en Boston. Soy el hijo de Sam Kendrick -explicó-. Puede que lo conociera, o a mi madre, Lila. Sam viajó en el barco de Seamus Quinn una vez.

– Primero lo interrogan las autoridades por la muerte de tu padre y ahora aparece…

– Es una historia muy larga y complicada que Keely y yo estamos tratando de desliar – se adelantó Rafe-. Nos conocimos antes de que ella supiera quién era yo y de que yo supiera quién era ella. Como imaginará, su padre y sus hermanos no están entusiasmados con nuestra boda. Y tenía la esperanza de contar con su apoyo. Keely y yo nos conocemos hace poco, pero la quiero de verdad. Y sé que ella también me quiere.

– ¿Y quiere que le dé permiso para casarse con mi hija? -preguntó desconcertada Fiona -. No estoy segura de poder dárselo, señor Kendrick- No lo conozco. Mi hija nunca me ha hablado de usted. Y no creo que pueda darle mi bendición en estas circunstancias.

– Soy un buen partido -dijo Rafe-. Soy dueño de una empresa consolidada. No pretendo fanfarronear, pero tengo mucho dinero. Puedo ofrecerle a Keely todo lo que quiera: una casa bonita, una buena vida. Puedo hacerla feliz.

– Señor Kendrick…

– Rafe, por favor.

– Rafe -repitió ella-, tengo entendido que le ha creado muchos trastornos a Seamus. Lo conozco y no es un hombre que perdone fácilmente. Creo que sería mejor que tratara de convencerlo a él antes que a mí. Además, Keely nunca me hace caso cuando se le pone una cosa entre ceja y ceja.

– Entonces quizá deba decirle que no aprueba nuestra unión.

– No la apruebo -contestó Fiona -. Solo os conocéis hace… ¿cuánto?, ¿un mes?

– En realidad son cuatro -dijo él-, Y a veces cuatro meses es suficiente.

– Y a veces no lo son cinco años.,Mi hija tiene su vida aquí, un negocio. No puede marcharse sin más a Boston.

– Sé que hay muchos obstáculos entre nosotros, pero estoy decidido a casarme con ella.

Las campanas de la puerta sonaron de nuevo y ambos se giraron para ver entrar a Keely. Esta sonrió y corrió a darle un abrazo.

– ¿Qué haces aquí?, ¿por qué no me has dicho que venías?

– He venido a invitarte a comer. Le pedí a mi secretaria que llamara para pedir cita, así que no puedes rechazar mi oferta. Tengo reservas en cinco restaurantes diferentes, tú eliges -Rafe se giró hacia Fiona -. ¿Nos acompaña a comer?

Solo entonces se dio cuenta Keely de que su madre estaba delante. Se apartó de Rafe y esbozó una sonrisa violenta.

– Su… supongo que debería presentaros.

– Ya lo hemos hecho -dijo Fiona.

– Rafe y yo estamos saliendo -explicó Keely-. Nos conocimos en Boston la primera noche que fui allí, el pasado octubre.

– ¿Sí?

– Sé que debería habértelo contado, mamá, pero estaban pasando muchas cosas. Rafe me ha pedido que me case con él y le he dicho que sí.

– Os conocéis hace muy poco, Keely.

– Lo sé. Pero tampoco vamos a casarnos mañana deprisa y corriendo. Todavía tenemos que planear la boda y tomar muchas decisiones. Y no podemos fijar una fecha hasta haber diseñado una tarta. Una tarta muy especial.

– Keely, no me parece bien. Y no creo que se lo parezca a tu padre, aunque no detestara a tu prometido.

– No voy a discutir esto -contestó con firmeza Keely-. Rafe y yo vamos a casarnos y nada de lo que podáis decir Seamus ni tú conseguirá separarnos. Y, ahora, ¿comes con nosotros o no?

– No -contestó Fiona -. Y tú deberías quedarte y ayudarme a terminar esta tarta.

– Luego. Mañana. Mañana tendré tiempo de sobra -Keely se agarró al brazo de Rafe-. Ahora mismo tengo que ir a comer con mi prometido.

Mientras salían de la repostería. Rafe le pasó un brazo sobre los hombros y la apretó contra su cuerpo. Pero una vez afuera, la sonrisa decidida de Keely dio paso a una expresión de preocupación.

– ¿Qué vamos a hacer?

– De momento, comer. Y luego se me había ocurrido que podíamos ir de tiendas a comprar algunas cosas que necesitaremos después de la boda. Y después tengo una suite en…

– ¡No! ¿Qué vamos a hacer con mis padres y mis hermanos? Todos te odian.

– Lo acabarán aceptando, Keely. Si estoy contigo, se verán obligados a aceptarme.

– ¿Cómo puedes estar tan seguro?, ¿y si no lo hacen? Conflictos así pueden arruinar el mejor matrimonio -insistió ella-. Además, mi familia no es la única preocupación. Tengo un negocio aquí. Hay gente que cuenta conmigo. No puedo hacer las maletas y largarme a Boston así como así, ni tú puedes mudarte aquí. Aparte de mis padres y mis hermanos, nos separan más de cuatrocientos kilómetros de tráfico.

– Por no hablar de los tres o cuatro meses tan espantosos que hemos compartido -añadió Rafe con ironía. Luego respiró profundo y volvió a abrazarla-. Venga, olvidémonos de todo aunque solo sea por hoy. Tenemos una tarde y una noche enteras para disfrutar en Nueva York. Y vamos a aprovecharlas… ¿Me quieres? -preguntó mirándola a los ojos.

– Sí, pero…

Rafe le puso un dedo en los labios.

– Nada de peros. Con eso basta por ahora. Ya arreglaremos lo demás poco a poco.

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