Capítulo 22

¿Dónde está?

Eso fue cuanto Harry logró articular antes de abalanzarse sobre el príncipe. Había seguido a Vladimir hasta una habitación de la parte posterior de la casa mientras el pánico crecía a cada paso que daba. Sabía que estaba siendo un idiota; podría tratarse de una encerrona. Era evidente que alguien se había enterado de que trabajaba para el Departamento de Guerra, ¿si no cómo iba a saber Vladimir que hablaba ruso?

Podría estar yendo a su propia ejecución.

Pero era un riesgo que tenía que correr.

Aun así, cuando vio al príncipe ahí de pie, iluminado por una sola vela que había encima de una mesa desnuda, Harry se le tiró encima. El miedo le dio más energía incluso, y cuando ambos cayeron al suelo, lo hicieron con asombrosa fuerza.

– ¿Dónde está? -chilló de nuevo Harry-. ¿Qué le ha hecho?

– ¡Basta! -Vladimir se interpuso entre los dos hombres y los separó. Fue sólo cuando Harry volvió a levantarse, y estaba a un brazo de distancia del príncipe, que se dio cuenta de que Alexei no había contraatacado.

El pánico creció en la boca de su estómago. El príncipe parecía pálido, serio; asustado.

– ¿Qué está pasando? -susurró Harry.

Alexei le dio un papel. Harry lo acercó a la vela y lo examinó. Estaba escrito en cirílico; no protestó. Éste no era el momento de fingir que no podía leerlo.

La chica vivirá si coopera. Le costará caro.

No se lo diga a nadie.

Harry alzó la vista.

– ¿Cómo sabemos que es ella? No mencionan su nombre.

Sin decir palabra, Alexei alargó la mano. Harry bajó los ojos. En la mano había un mechón de pelo. Harry tuvo ganas de decir que tal vez no fuese de Olivia, que podía haber otra mujer con ese color de pelo, ese increíble tono dorado y mantequilla, con el mismo tipo de rizo, a medio camino entre tirabuzón y onda.

Pero supo que era suyo.

– ¿Quién ha escrito esto? -preguntó en ruso.

Vladimir habló primero.

– Creemos…

¿Creen? -rugió Harry-. ¿Creen? Más les vale empezar a saberlo, y pronto. Si le pasa algo…

– Si a ella le pasa algo -interrumpió el príncipe con gélida precisión-, yo mismo les cortaré el cuello. Habrá justicia.

Harry se giró lentamente hacia él, tratando de reprimir el remolino de ácido de su barriga.

– No quiero justicia -anunció con voz grave y apagada por la ira-. La quiero a ella.

– Y la rescataremos -se apresuró a decir Vladimir. Le lanzó al príncipe una mirada de advertencia-. No sufrirá daño alguno.

– ¿Quién es usted? -exigió saber Harry.

– Eso no importa.

– Yo creo que sí.

– También trabajo para el Departamento de Guerra -dijo Vladimir. Se encogió ligeramente de hombros-. Algunas veces.

– Discúlpeme si no ha logrado ganarse mi confianza.

Vladimir lo miró de nuevo con esa mirada fija, dura y directa que había desconcertado a Harry en el salón de baile. Saltaba a la vista que era mucho más que el criado amenazante que fingía ser.

– Conozco a Fitzwilliam -dijo Vladimir en voz baja.

Harry se quedó helado. Nadie conocía a Fitzwilliam; no a menos que así lo quisiera él. La cabeza le dio vueltas. ¿Por qué iba Winthrop a ordenarle que observara al príncipe Alexei si ya tenían a Vladimir para ese cometido?

– Winthrop, su contacto, no me conoce -dijo Vladimir anticipándose a la siguiente pregunta de Harry-. No tiene un cargo lo bastante alto para conocerme.

Que Harry supiera, la única persona que había por encima de Winthrop era el propio Fitzwilliam.

– ¿De qué va todo esto? -preguntó esforzándose por mantener la voz serena.

– No soy un simpatizante de Napoleón -dijo el príncipe Alexei-. Mi padre lo era, pero yo… -escupió en el suelo-, no.

Harry miró a Vladimir.

– Él no trabaja conmigo -dijo Vladimir, moviendo la cabeza hacia el príncipe-. Pero… nos da su apoyo. Ha dado dinero. Y el uso de sus tierras.

Harry sacudió la cabeza.

– ¿Qué tiene esto que ver con…?

– Hay quienes intentarían aprovecharse de él -interrumpió Vladimir-. Es muy útil, vivo o muerto. Yo lo protejo.

Era asombroso. Vladimir era realmente el guardaespaldas de Alexei. Una minúscula verdad en una red de mentiras.

– Tal como ha asegurado, está aquí para ver a su primo -continuó Vladimir-. Y así yo también puedo reunirme tranquilamente con mis compañeros de Londres. Por desgracia, el interés del príncipe por lady Olivia no ha pasado desapercibido.

– ¿Quién la ha secuestrado?

Vladimir apartó la vista unos instantes y Harry supo que eso no era nada bueno. Si Vladimir no podía mirarlo a los ojos, es que Olivia corría grave peligro.

– No estoy seguro -contestó Vladimir al fin-. Aún no sé si hay motivaciones políticas o es únicamente por dinero. El príncipe tiene una fortuna considerable.

– A mí me habían dicho que su fortuna había disminuido -dijo Harry con sequedad.

– Así es -confirmó Vladimir mientras alzaba una mano para impedir que Alexei se defendiera-, pero sigue teniendo mucho. Tierras, joyas, más que suficiente para que un criminal quiera exigirle un rescate por la liberación de alguien de su entorno.

– Pero ella no es…

– Alguien cree que pretendía pedirle a lady Olivia que se casara conmigo -interrumpió Alexei.

Harry se encendió.

– ¿Es eso cierto?

– No. Puede que en su momento me lo plantease, pero ella… -El príncipe agitó una mano en el aire con desdén-. Ella está enamorada de usted. No necesito una mujer que me quiera, pero no soportaría que amase a otro hombre.

Harry cruzó los brazos.

– Pues al parecer sus enemigos no tienen suficientemente claras cuáles son sus intenciones.

– Ahí sí que debo pedirle disculpas. -Alexei tragó saliva y, por primera vez desde que Harry lo conocía, le pareció que se sentía violento-. No puedo controlar lo que los demás piensan de mí.

Harry se dirigió a Vladimir.

– ¿Y ahora qué hacemos?

La mirada que le lanzó Vladimir le indicó que no le gustaría lo que venía a continuación.

– Esperar -le dijo-. Volverán a ponerse en contacto con nosotros.

– No pienso quedarme aquí a…

– ¿Y qué sugiere que hagamos entonces? ¿Interrogar a todos y cada uno de los invitados? La nota decía que no se lo dijéramos a nadie. Ya hemos desobedecido diciéndoselo a usted. Si estos hombres son como creo que son, no conviene que los hagamos enfadar.

– Pero…

– ¿Quiere darles un motivo para que hagan daño a lady Olivia? -preguntó Vladimir.

Harry creyó que se ahogaba. Era como si un tentáculo interno lo estuviera estrangulando desde dentro. Sabía que Vladimir tenía razón, o por lo menos sabía que él mismo no tenía ninguna idea mejor.

El miedo y la impotencia lo estaban matando.

– Alguien tiene que haber visto algo -comentó.

– Iré a investigar -dijo Vladimir.

Acto seguido Harry se dirigió hacia la puerta.

– Voy con usted.

– No -ordenó Vladimir, levantando una mano para detenerlo-. Está demasiado implicado. No tomará buenas decisiones.

– No puedo quedarme con los brazos cruzados -confesó Harry. Volvió a sentirse pequeño, joven e impotente ante un problema para el que no había ninguna solución adecuada.

– Y no lo hará -le aseguró Vladimir-. Tendrá mucho que hacer, pero más adelante.

Harry observó a Vladimir yendo hacia la puerta, pero antes de que éste pudiera irse, le gritó:

– ¡Espere!

Vladimir se giró.

– Lady Olivia fue al cuarto de baño -dijo Harry-. Se fue al lavabo después… -Carraspeó-. Sé que fue al lavabo.

Vladimir asintió despacio.

– Es bueno saberlo. -Salió rápidamente por la puerta y desapareció.

Harry miró hacia Alexei.

– Habla usted ruso -dijo el príncipe.

– Es por mi abuela -repuso Harry-. Se negaba a hablarnos en inglés.

Alexei asintió.

– Mi abuela era finlandesa y hacía lo mismo.

Harry lo miró fijamente durante varios segundos, luego se desplomó en una silla y hundió la cabeza entre las manos.

– Es bueno que hable usted nuestro idioma -dijo Alexei-. Muy pocos compatriotas suyos lo hablan.

Harry intentó ignorarlo. Tenía que pensar. No sabía por dónde empezar, qué información tenía que pudiese ayudar a localizar el paradero de Olivia, sin embargo sí sabía que tenía que devanarse los sesos.

Pero Alexei no paraba de hablar.

– Siempre me sorprende que…

– ¡Cállese! -le espetó Harry-. Cállese, por lo que más quiera. No hable. No diga una maldita palabra a menos que sea para encontrar a Olivia. ¿Me entiende?

Alexei se quedó unos segundos inmóvil. Luego, en silencio, cruzó la habitación hasta una librería y cogió una botella y dos vasos. Sirvió el líquido (probablemente vodka) en ambos vasos y sin hablar dejó uno delante de Harry.

– No bebo -dijo éste sin molestarse en levantar la mirada.

– Le sentará bien.

– No.

– ¿Y dice que es ruso? ¿Y no bebe vodka?

– No bebo alcohol -contestó Harry con sequedad.

Alexei lo observó con cierta curiosidad, luego se sentó en el extremo opuesto de la habitación.

El vaso permaneció intacto durante casi una hora hasta que Alexei, aceptando al fin que Harry decía la verdad, lo cogió y se lo bebió él mismo.


Al cabo de unos 10 minutos, Olivia consiguió por fin relajar lo suficiente el cuerpo como para que su mente funcionara debidamente. No tenía la menor idea de lo que podía hacer para contribuir a su rescate, pero le pareció sensato reunir toda la información que pudiera.

Era imposible averiguar dónde estaba encerrada ¿o no? Logró sentarse y examinó la habitación lo mejor que supo. Era prácticamente imposible ver nada bajo la tenue luz; el hombre se había llevado la vela.

La habitación era pequeña y el mobiliario escaso, pero no parecía desvencijado. Olivia se arrimó a la pared y escudriñó el yeso. A continuación frotó la mejilla contra éste. Estaba en buen estado, no desconchado ni descascarillado. Al mirar hacia arriba vio una moldura de corona en la unión de las paredes con el techo. Y la puerta… resultaba difícil apreciarlo desde la cama, pero el pomo parecía de buena calidad.

¿Estaba aún en la residencia del embajador? Parecía posible. Se aovilló y apoyó la mejilla contra la piel desnuda de sus brazos. Tenía la piel caliente. Si la hubiesen sacado a la calle, ¿no tendría frío? Naturalmente no sabía cuánto rato había estado inconsciente, a lo mejor llevaba horas allí. Aun así, no tenía la sensación de haber estado fuera.

Fruto del pánico, amenazaron con borbotar de su garganta unas carcajadas. ¿En qué estaba pensando? ¿Qué quería decir que no tenía la sensación de haber estado fuera? ¿Iba a empezar a tomar decisiones instintivas acerca de lo que podía o no haber pasado estando inconsciente?

Se obligó a hacer una pausa; necesitaba calmarse. No sería capaz de conseguir nada si cada cinco minutos le daba un ataque de histeria. Era más lista que eso. Podía mantener la cabeza fría.

Tenía que mantener la cabeza fría.

¿Qué sabía de la residencia del embajador? Había estado dos veces en ella, la primera de día, cuando fue convocada por el príncipe Alexei, y luego esta noche para el baile.

Era un edificio enorme, una auténtica mansión en pleno corazón de Londres. Seguramente habría un sinfín de habitaciones en las que ocultar a una persona. Tal vez estuviese en las dependencias del servicio. Arrugó el entrecejo intentando recordar las habitaciones de los criados de la casa Rudland. ¿Tenían también molduras? ¿Y los pomos de las puertas eran de tan buena calidad como los del resto de la casa?

No tenía ni idea.

¡Maldita sea! ¿Por qué no lo sabía? ¿No debería saberlo?

Se giró hacia la pared del fondo. Había una ventana, pero la tapaban unas gruesas cortinas de terciopelo. ¿De color vino quizás? ¿Azul oscuro? Imposible saberlo. La noche estaba engullendo todo el color que la rodeaba. La única luz que entraba era la de la luna, que se filtraba por la ventana semicircular que había encima del rectángulo tapado por las cortinas.

Se paró a pensar. Algo estaba llamando a la puerta de su memoria.

Se preguntó si podría mirar por la ventana, si sería capaz de bajarse de la cama. Sería dificultoso. Le habían atado los tobillos tan juntos que difícilmente podría dar siquiera pasos diminutos. Y no había caído en la cuenta de la sensación de desequilibrio que tendría con las manos atadas a la espalda.

Por no mencionar que tendría que hacerlo todo en absoluto silencio. Sería desastroso que su captor volviera y se la encontrara en cualquier otro sitio menos en la cama, que era justo donde la había dejado. Muy lenta y cuidadosamente alzó las piernas de la cama y fue desplazándose hacia el borde hasta que tocó el suelo con los pies. Con idéntico control de movimientos, pudo ponerse de pie y luego, apoyándose en diversos muebles, se dirigió hacia la ventana.

La ventana. ¿Por qué le resultaba tan familiar?

Probablemente porque era una ventana, se dijo con impaciencia. No es que las ventanas estuvieran precisamente repletas de detalles arquitectónicos únicos.

Cuando llegó a su destino, se inclinó con cuidado hacia delante intentando abrir las cortinas con la cara. Empezó con la mejilla y a continuación, una vez que las hubo separado un poco, pegó el rostro a la ventana tratando de empujar el borde de éstas con la nariz. Fueron necesarios cuatro intentos, pero finalmente lo consiguió, rotando incluso el hombro hacia delante para impedir que las cortinas se volvieran a cerrar.

Apoyó la cabeza en el cristal y vio… no vio nada. Tan sólo el vaho de su respiración. Volvió a girar la cabeza, usando la mejilla para borrar el vaho. Cuando miró de nuevo hacia delante, contuvo el aliento.

Aun así no pudo ver gran cosa. Lo único que supo con seguridad era que estaba a bastante altura, tal vez en un quinto o sexto piso. Veía los tejados de otros edificios, pero poca cosa más.

La luna, veía la luna.

Había visto la luna en la otra habitación, donde había hecho el amor con Harry. La había visto a través del montante de abanico.

¡La ventana semicircular!

Retrocedió un poco, con mucho cuidado para no perder el equilibrio. Esta ventana tenía también otra semicircular en su parte superior. Lo cual no es que fuese muy significativo, sólo que la estructura era la misma, diversos listones de madera que dividían la ventana desde su base haciendo que se pareciera bastante a un abanico desplegado.

Exactamente igual que la de la planta baja.

De modo que seguía en la residencia del embajador. Cabía la posibilidad de que la hubieran trasladado a otro edificio cuyas ventanas tuviesen exactamente la misma estructura, pero era poco probable, ¿verdad? Y la residencia del embajador era enorme; prácticamente un palacio. No estaba en el centro de Londres, sino bastante alejada de Kensington, donde había mucho más espacio para edificaciones tan grandes.

Se acercó de nuevo a la ventana y volvió a apartar el borde de las cortinas con la cabeza, esta vez lo consiguió al primer intento. Pegó la oreja al cristal, tratando de escuchar… cualquier cosa. ¿Música? ¿A la gente? ¿No tendría que haber algún indicio de que en el mismo edificio se estaba celebrando una gran fiesta?

Quizá no estuviera en la residencia del embajador. No, no, era un edificio gigantesco. Perfectamente podía estar lo bastante lejos del salón de baile como para no oír nada.

Pero oyó unos pasos. Le dio un vuelco el corazón, fue hasta la cama medio arrastrando los pies medio a saltos y consiguió tumbarse en ella justo cuando oyó el clic de los dos cerrojos al abrirse.

Cuando abrieron la puerta empezó a forcejear; fue lo único que se le ocurrió para explicar que estaba sin aliento.

– Le he dicho que no haga eso -la reprendió su captor. Cargaba una bandeja con una tetera y dos tazas. Olivia olió a hierbas de té desde el otro lado de la habitación. El aroma era celestial.

– Soy muy considerado, ¿verdad? -le preguntó mientras levantaba ligeramente la bandeja antes de dejarla encima de una mesa-. He llevado esa mordaza con anterioridad. -Señaló la cinta que la amordazaba-. Hace que uno tenga la boca muy seca.

Olivia se limitó a mirarlo a los ojos. No sabía muy bien cómo contestarle. Cómo, en sentido literal, porque seguro que él sabía que no podía hablar.

– Le quitaré eso para que pueda tomar un té -le dijo él-, pero tiene que permanecer callada. Si hace algún sonido, cualquier sonido que supere un susurro de agradecimiento, tendré que volverla a dejar inconsciente.

Ella abrió los ojos desmesuradamente.

Él se encogió de hombros.

– Es bastante fácil de hacer. Lo he hecho una vez, y debo decir que bastante bien. Apuesto a que ni siquiera le duele la cabeza.

Olivia parpadeó varias veces. No le dolía la cabeza. ¿Cómo lo había hecho pues?

– ¿Estará calladita?

Olivia asintió. Necesitaba que le sacaran la mordaza. Tal vez hablando con él podría convencerle de que todo esto era un error.

– No intente ninguna heroicidad -le advirtió, aunque con mirada burlona, como si le fuese imposible imaginársela dándole susto alguno.

Ella meneó la cabeza tratando de mantener la mirada seria. Cabeza y ojos eran sus únicos sistemas de comunicación en tanto él no le quitara la mordaza.

Su captor se inclinó hacia delante, alargando los brazos, pero entonces se detuvo y los retiró.

– Creo que el té está listo -anunció-. No es conveniente que se… ¿cómo se dice?

Era ruso. Con ese «¿cómo se dice?», Olivia pudo finalmente reconocer su acento y determinar su nacionalidad. Hablaba exactamente igual que el príncipe Alexei.

– ¡Qué tonto soy! -exclamó el hombre mientras servía dos tazas de té-. No puede hablar. -Al cabo se acercó a Olivia y le quitó la mordaza.

Olivia tosió y necesitó unos segundos hasta tener la boca lo bastante húmeda para hablar, pero al hacerlo miró directamente a su captor y le dijo:

– Recocer.

– ¿Cómo dice?

– El té. No es conveniente que se recueza.

– Recocer. -Repitió la palabra, pronunciándola al parecer con la boca y en su mente. Tras una expresión de aprobación le dio una taza.

Ella hizo una mueca de disgusto y se encogió ligeramente de hombros. ¿Cómo pretendía él que sujetara la taza? Aún tenía las manos atadas a la espalda.

Él sonrió, pero no fue una sonrisa cruel. Fue incluso compasiva, casi… de tristeza.

Lo que a Olivia le dio esperanzas, no muchas, pero sí algunas.

– Me temo que no me fío bastante de usted para desatarle las manos -dijo él.

– Le prometo no…

– No prometa nada que no pueda cumplir, lady Olivia.

Ella abrió la boca para protestar, pero él le interrumpió.

– No creo que prometa usted en falso de forma consciente, pero le parecerá ver una oportunidad, será incapaz de dejarla escapar y entonces cometerá alguna estupidez, y yo tendré que hacerle daño.

Fue un modo eficaz de zanjar la discusión.

– Sabía que lo entendería -le dijo a Olivia-. Veamos, ¿confía en mí lo bastante para dejar que le sostenga la taza?

Ella sacudió lentamente la cabeza.

Él se rio.

– Chica lista. Así me gusta, porque no soporto la estupidez.

– Alguien que merece todos mis respetos me aconsejó que no confiara nunca en un hombre que me dice que confíe en él -comentó Olivia en voz baja.

Su captor volvió a reírse entre dientes.

– Ese alguien… ¿es un hombre?

Olivia asintió.

– Pues es un buen amigo.

– Lo sé.

– Tenga. -El hombre le acercó la taza a los labios-. En esta ocasión no tiene más remedio que confiar en mí.

Ella tomó un sorbo. La verdad es que no había otra opción y tenía la garganta seca.

Él dejó la taza y cogió la suya.

– Las he servido de la misma tetera -comentó antes de tomar un sorbo. Al tragar añadió-: Aunque eso no significa que deba confiar en mí.

Olivia levantó la mirada para encontrarse con la suya y dijo:

– No tengo ninguna relación con el príncipe Alexei.

Él esbozó una media sonrisa.

– ¿Me toma por idiota, lady Olivia?

Ella sacudió la cabeza.

– Empezó a cortejarme, es cierto, pero dejó de hacerlo.

Su captor se inclinó varios centímetros hacia delante.

– Esta noche ha desaparecido durante casi una hora, lady Olivia.

Ella abrió la boca. Notó que se sonrojaba y rezó para que él no pudiese verlo en la oscuridad.

– Y el príncipe Alexei también.

– Pues conmigo no ha estado -se apresuró a decir Olivia.

El hombre de pelo canoso tomó tranquilamente un sorbo de té.

– No sé cómo decir esto sin ofenderla -musitó-, pero huele a… ¿cómo se dice?

Olivia intuyó que sabía perfectamente cómo se decía y por humillante que fuera no tuvo más remedio que confesar:

– He estado con un hombre. Con otro hombre, no con el príncipe Alexei.

Lo que acaparó el interés de su captor.

– ¿En serio?

Ella asintió una sola vez, con contundencia, como dándole a entender que no tenía intención alguna de entrar en detalles.

– ¿Lo sabe el príncipe?

– No es asunto suyo.

Él tomó otro sorbo de té.

– ¿Discreparía él de usted al respecto?

– ¿Cómo dice?

– ¿Consideraría el príncipe Alexei que sí es asunto suyo? ¿Se enfadaría?

– No lo sé -contestó Olivia intentando ser honesta-. Hace más de una semana que no viene a verme.

– Una semana no es mucho tiempo.

– Conoce al otro caballero y creo que está al tanto de lo que siento por él.

Su captor se dedicó unos instantes a analizar esta nueva información.

– ¿Puedo tomar un poco más de té? -preguntó Olivia. Porque estaba bueno y tenía sed.

– Por supuesto -dijo él en voz baja volviéndole a acercar la taza.

– ¿Me cree? -quiso saber Olivia cuando acabó de beber.

Él habló despacio.

– No lo sé.

Ella esperaba que él le preguntase por la identidad de Harry, pero no lo hizo, lo que le pareció curioso.

– ¿Qué va a hacer conmigo? -dijo Olivia en voz baja, rezando para no parecer estúpida por preguntarlo.

Él había estado mirando fijamente a un punto de la pared que ella tenía a sus espaldas, pero enseguida volvió a mirarla a la cara.

– Eso depende.

– ¿De qué?

– Veremos si el príncipe Alexei sigue apreciándola. Será mejor que no le hablemos de su falta de discreción por si todavía ansía que se convierta usted en su esposa.

– No creo que…

– No me interrumpa, lady Olivia -le dijo con voz lo bastante amenazadora como para recordarle que no era su amigo ni estaban en una merienda cualquiera.

– Lo siento -susurró ella.

– Si aún la desea, le conviene que crea que es usted virgen ¿no le parece?

Olivia se quedó inmóvil hasta que se hizo evidente que no se trataba de una pregunta retórica. Finalmente, asintió una vez con la cabeza.

– Cuando él haya pagado su rescate -dijo su captor encogiendo los hombros con fatalismo-, ya lo arreglará usted como mejor le parezca. A mí me dará igual. -La escudriñó en silencio unos instantes, luego dijo-: Tenga, tome otro sorbo de té antes de que vuelva a amordazarla.

– ¿Es necesario que lo haga?

– Me temo que sí. Es usted más lista de lo que me había imaginado. No puedo dejar que disponga de arma alguna, ni siquiera de su voz.

Olivia tomó el último sorbo de té y a continuación cerró los ojos mientras su captor volvía a ajustarle la mordaza. Cuando éste acabó, ella volvió a tumbarse mirando impasible hacia el techo.

– Le sugiero que descanse, lady Olivia -le dijo él desde la puerta-. Es la mejor manera de pasar el tiempo aquí.

Olivia no se molestó en mirarlo. Seguro que él no esperaba respuesta alguna, ni siquiera la que pudiera dar únicamente con los ojos.

Su captor cerró la puerta sin hacer más comentarios. Olivia escuchó los clics de los dos cerrojos y entonces, por primera vez desde que empezara este suplicio, tuvo ganas de llorar. No de forcejear, ni de enfurecerse, simplemente de llorar.

Notó las lágrimas, silenciosas y punzantes, resbalando por las sienes hasta caer en la almohada bajo su cabeza. No podía enjugarse el rostro y de algún modo aquello le pareció la mayor de las humillaciones.

¿Qué se suponía que tenía que hacer ahora? ¿Quedarse ahí tumbada esperando? ¿Descansar, tal como le había sugerido su captor? Imposible; la inacción la estaba matando.

A estas alturas Harry seguramente se habría dado cuenta de su desaparición. Aunque nada más hubiera permanecido unos minutos inconsciente, él tenía que haberse dado cuenta. Llevaba por lo menos una hora encerrada en ese cuarto.

Pero ¿sabría qué hacer? Era un exsoldado, cierto, pero esto no era un campo de batalla con unos enemigos claramente identificados y visibles. Y si ella aún estaba en la residencia del embajador, ¿cómo iba él a interrogar a nadie? Más de la mitad de los criados hablaba únicamente en ruso. Harry sabía decir por favor y gracias en portugués, pero con eso no llegaría muy lejos.

Tendría que escapar por sus propios medios o como mínimo hacer lo posible para facilitarle las cosas a la persona que fuera a rescatarla.

Sacó las piernas de la cama y se sentó, abandonando resueltamente su momentánea actitud autocompasiva. No podía quedarse con los brazos cruzados.

A lo mejor podía hacer algo con las cintas que le inmovilizaban pies y manos. Estaban firmemente atadas, pero no tanto como para apretarle la piel. Quizá pudiese llegar con las manos a los tobillos. Sería difícil, porque tendría que doblarse hacia atrás, pero valía la pena intentarlo.

Se tumbó de lado y llevó las piernas hacia atrás, más y más…

Ya estaba. Lo tenía. Lo que sujetaba sus tobillos no era cuerda, sino más bien una tira de tela atada con un nudo sumamente fuerte. Soltó un gemido. Seguramente sería más fácil cortarlo que tratar de deshacerlo.

Nunca había tenido paciencia para esta clase de cosas. Igual que para el bordado, que detestaba, y las lecciones que se había saltado…

Si lograba deshacer este nudo, aprendería francés. ¡No, aprendería ruso! Eso sería más difícil aún.

Si lograba deshacerlo, acabaría de leer La señorita Butterworth y el barón demente. Incluso encontraría el libro aquel que trataba de un misterioso coronel y también lo leería.

Escribiría más cartas, y no sólo a Miranda. Repartiría personalmente las cajas destinadas a beneficencia, no se encargaría sólo de prepararlas. Y acabaría todo lo que empezara.

Todo.

Y de ninguna manera se enamoraría de sir Harry Valentine y renunciaría a casarse con él.

De ninguna manera.

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