Ocho meses después.
Había sido un buen día. Sam se había pasado toda la mañana haciendo surf con Lorissa y había abierto el Wild Cherries II a tiempo para servir la comida a una multitud. En aquel momento, mientras el sol se ocultaba en el horizonte, vio las luces en el aparcamiento.
Estaba en la cocina del café, con el corazón en un puño y esperando ansiosa. Entonces, y sólo entonces, abrió lentamente el horno y miró el interior.
– ¡Dios mío! -exclamó.
Contuvo la respiración y sacó lo que parecía una hornada de brownies perfecta. Dejó la fuente en la encimera y los contempló.
Jack apareció detrás de ella.
– Huelen muy bien.
– Creo que lo he conseguido -murmuró, sin apartar la vista de los dulces-. Pruébalos, estoy muy nerviosa.
– Es gracioso, porque yo también estoy nervioso.
Ella se giró y lo miró llena de preocupación. Hacía ocho meses que eran inseparables. Después de un tiempo en casa de Lorissa, Sam había encontrado un piso. Sin embargo, sólo había pasado una noche allí, porque Jack le había pedido que se mudara con él, recordándole que le había dado un sí a ciegas. Pero ella no había necesitado que la convenciera y se había ido a vivir con él sin dudarlo. Y aunque nunca había imaginado que sería feliz en una casa en la que pudiera perderse, estaba tan enamorada de la finca como del hombre que la habitaba.
Él la había acompañado durante todo el proceso de reconstrucción del Wild Cherries. Ella lo había apoyado para que empezara una nueva etapa en su carrera, y ahora se dedicaba a dar cursillos de baloncesto en los centros de enseñanza locales, enseñando a los jóvenes a disfrutar del juego.
– ¿Qué pasa? -preguntó ella, después de darle a probar un bocado de brownie-. ¿Has conseguido el permiso de…?
Jack masticó.
– He conseguido el permiso del Ayuntamiento. Los chicos tendrán sus canchas nuevas -hizo una pausa y la miró impresionado-. Mmm…
Ella soltó una carcajada ante su sorpresa, pero le había dado a probar sus brownies durante meses y no se fiaba.
– ¿Estás seguro de que están buenos? ¿O sólo lo dices para dejarme satisfecha?
– Espero dejarte satisfecha con otras cosas -dijo, comiendo otro bocado-. Y en serio, están buenos. Apunta la receta -sacó una cajita del bolsillo-. Ahora recuerda que ya has dicho que sí.
A ella se le paró el corazón.
– ¿Que sí a qué?
– A casarte conmigo.
Jack respiró profundamente y la miró a los ojos mientras abría la caja. Sam vio el destello de un precioso anillo de diamantes.
– Sé amable -susurró él, repitiendo las palabras que ella le había dicho ocho meses atrás.
Sam se quedó mirando el anillo con un nudo en la garganta.
– ¿Jack?
– ¿Sí?
– Esto es mejor que los brownies.
– ¿Estás satisfecha, Sam?
– Oh, sí.
– No me refiero a la cama.
– Bueno, lo estoy. Pero también lo estoy aquí.
– Me estás matando. Contéstame. ¿Eso es un sí? ¿Te casarás conmigo?
– Sí, sí, sí -exclamó ella, arrojándose a los brazos de Jack entre risas y lágrimas-. Sí a estar enamorada de ti; sí a ser tú esposa. Sí a todo, Jack. Para siempre.