Capítulo Nueve

Duncan nunca había disfrutado en las reuniones del consejo de administración, pero aquel día era peor que nunca. No porque hubiera quejas, eso podía manejarlo, sino por cómo le sonreían todos. Sonriendo de verdad, como si estuvieran orgullosos de él. ¿Qué demonios estaba pasando allí?

– Los dos últimos artículos sobre ti han sido excelentes -dijo su tío-. Muy positivos.

– Estoy haciendo lo que acordamos que haría.

– Este periodista… -uno de los miembros del consejo se puso las gafas de leer- Charles Patterson, parece pensar que has tenido una revelación. ¿Quién es Annie McCoy?

– La chica con la que Duncan está saliendo -contestó su tío por él.

Los demás miembros del consejo lo miraron.

– Dijisteis que buscase una buena chica y eso es lo que he hecho. Es profesora de primaria y muy guapa. Creo que Charles se ha quedado prendado de ella.

– Bien hecho -lo felicitó uno de los miembros de más edad-. Deberías traerla un día para presentárnosla.

– No hace falta -respondió Duncan, pensando que lo último que necesitaba Annie era un montón de viejos intentando coquetear con ella.

– Annie es especial -dijo Lawrence-. Y a Duncan le ha sentado muy bien salir con ella.

Su sobrino lo fulminó con la mirada.

– Estamos saliendo juntos hasta que terminen las fiestas, de modo que es un acuerdo de conveniencia. Me pedisteis que buscase una buena chica y lo he hecho, no penséis que es nada más.

– A mí no me parece que sea sólo eso -insistió su tío.

– Las apariencias engañan a veces.

No pensaba contarle a su tío, ni a los miembros del consejo, que también él pensaba que Annie era especial. No tenían por qué saber que se había hecho un hueco en su vida y, lo más curioso, que no lo había hecho a propósito. Pero, fueran cuales fueran sus sentimientos por ella, cuando terminasen las fiestas, también terminaría su relación.

Cuando la reunión terminó, Duncan se quedó en la sala de conferencias esperando que los miembros del consejo se marchasen.

– ¿Has dicho en serio lo de cortar con Annie cuando terminen las fiestas? -le preguntó su tío.

– Por supuesto.

– Os he visto juntos, Duncan. Esa chica te gusta, deberías casarte con ella.

Él negó con la cabeza.

– Ya estuve casado una vez.

– Con la mujer equivocada, sí. No sé qué quería Valentina, pero sé que no era a ti ni un matrimonio de verdad. Annie es diferente, Duncan. Es la clase de chica con la que uno se casa.

¿Y eso lo decía un hombre que había estado casado cinco veces?

– ¿Cómo lo sabes?

– He vivido más que tú. He visto cosas, he cometido errores. Y hay pocas cosas que uno lamente más que saber que has dejado escapar a la mujer de tus sueños. Tú siempre has sido más listo que yo en casi todo, no seas un idiota ahora.

– Gracias por el consejo -murmuró Duncan, levantándose.

– Pero no vas a hacerme caso.

– He hecho lo que me pedía el consejo. Eso es todo lo que pienso hacer.

Lawrence lo miró durante largo rato.

– No todo el mundo va a dejarte, Duncan.

Él sabía que su tío estaba equivocado. Casi todas las personas que le habían importado en la vida lo habían dejado. Por eso había aprendido que era mejor no encariñarse con nadie. Más seguro.

– Annie no es de las que se van. Mira su vida…

– ¿Qué sabes tú de ella?

– Lo que tú me has contado: vive con sus primas, cuida de ellas… las ayuda a pagar su educación. Y aceptó salir contigo para que su hermano no fuera a la cárcel. No es una persona que se rinda fácilmente.

Cierto, pensó Duncan. Annie era una persona seria, responsable.

– Lo de su hermano es diferente.

– No lo es y tú lo sabes. Annie te da pánico porque con ella todo es posible -suspiró Lawrence-. No dejes que lo que pasó con Valentina destroce tu vida. No vivas lamentando haberla dejado escapar, los remordimientos te comerán vivo.

– No pasará nada de eso.

– Muy bien, puedes intentar convencerte a ti mismo si quieres, pero no es verdad. Annie es lo mejor que te ha pasado, hijo.

– Annie aceptó salir conmigo para salvar a su hermano, no tiene nada que ver conmigo.

– Tal vez al principio no, pero ahora sí. Se está enamorando de ti, Duncan. Tal vez ya lo está. Y estas cosas no ocurren a menudo, yo lo sé muy bien.

Después de eso, Lawrence salió de la sala de juntas y Duncan se quedó a solas, pensativo. ¿Lamentaría dejarla escapar?, se preguntaba.

La verdad era que su tío tenía razón, Annie le daba pánico. Con ella había posibilidades, muchas posibilidades.

Pero él ya le había entregado su corazón a una persona y había un sido un tremendo error. El amor era una ilusión, una palabra que las mujeres usaban para utilizar a los hombres. Tal vez Annie era diferente, pero no sabía si quería arriesgarse.


A pesar de llevar tres días trabajando casi sin parar, Duncan no podía olvidar las palabras de su tío. Y no podía dejar de pensar en Annie.

Arriesgarse en el amor era algo que se había prometido no volver a hacer y, sin embargo, sentía la tentación de hacerlo. Era la única explicación para que estuviera en unos grandes almacenes una semana antes de Navidad, abriéndose paso entre la gente y buscando un regalo para sus primas y para Kami.

Debería haberle pedido a su secretaria que lo hiciera. ¿Cómo iba a saber él lo que querían unas universitarias?

Estaba a punto de marcharse cuando vio un cartel que decía: Todas las mujeres adoran el cachemir. Y en el escaparate había un montón de jerséis de diferentes colores.

– ¿Quiere comprar algo para su mujer o su novia? -le preguntó la dependienta.

– Para sus primas -contestó él-. Y para una amiga. Están en la universidad y no sé si les gustaría un jersey de cachemir…

– A una mujer siempre le gusta recibir un jersey de cachemir. ¿Sabe la talla?

– Pues… no, no la sé -Duncan señaló a una joven que estaba en la tienda-. Más o menos como esa chica.

– Muy bien. ¿De qué colores?

– Necesito tres… de distintos colores. Pero elíjalos usted misma.

– ¿Quiere que los envuelva en papel de regalo?

– Sí, por favor.

– Déme diez minutos y lo tendré todo preparado. Mientras tanto, puede tomar un café en el bar, ahí, al lado de la zapatería.

Duncan se dirigía hacia allí, pero se detuvo frente a una tienda de árboles de Navidad. Eran pequeños, de poco más de medio metro, con lucecitas y adornos en miniatura. El que llamó su atención estaba decorado en blanco y dorado, con docenas de angelitos.

Todos eran rubios, de aspecto inocente y ojos grandes. Y, por alguna razón, le recordaron a Annie.

Sin pensarlo dos veces, Duncan entró en la tienda y se acercó al mostrador.


Annie miró ansiosamente la caja de galletas que iba sobre el asiento del pasajero. A pesar de que había frenado bruscamente en un semáforo, la caja no se había movido. Normalmente era una conductora muy prudente, pero aquella noche no parecía capaz de controlar los nervios. Tal vez porque Duncan la había sorprendido con la imitación de que «pasara por su casa para tomar algo».

Llevaban cuatro días sin verse porque no habían tenido que acudir a ninguna fiesta. Aunque a partir del jueves tendrían que acudir a una diaria hasta Nochebuena. Cuando vio el calendario le había parecido estupendo tener unos días libres, pero la verdad era que lo echaba de menos. Esos cuatro días y cuatro noches le parecían eternos.

Y entonces Duncan la llamó para invitarla a pasar por su casa.

¿Por qué?

Annie quería que la echase de menos, pero no había ninguna razón para pensar que su relación hubiera cambiado… al menos por parte de Duncan. Ella, corría el peligro de enamorarse locamente de él.

Algo muy lógico, además; Duncan era guapo, inteligente, divertido, considerado. ¿Cómo no iba a enamorarse?

Pero debía ser sensata. Enamorarse era algo inevitable, pero no iba a dejarse llevar por los sentimientos. Cuando aquello terminase su orgullo podría ser lo único que quedara intacto; tenía que recordar eso.

Después de tomar el ascensor hasta el dúplex llamó al timbre y Duncan abrió enseguida.

– Gracias por venir -le dijo, en sus ojos había un brillo de deseo que la hizo temblar.

– Gracias por invitarme -Annie le ofreció la caja de galletas-. Las he hecho yo. No sé si te gusta el chocolate. Si no, puedes llevarla a tu oficina y…

En lugar de tomar la caja, Duncan cerró la puerta y buscó sus labios urgentemente.

Y Annie se agarró a él cuando el mundo empezó a dar vueltas. Sólo existía Duncan. Sabía que estaba excitado porque su erección rozaba su bajo vientre, pero consiguió dejar la caja sobre una mesa y tirar su bolso antes de echarle los brazos al cuello.

Sus lenguas bailaban, tocándose, jugando a un juego erótico que la volvía loca. Duncan la tomó en brazos para llevarla al dormitorio y una vez allí la dejó suavemente en el suelo. Pero, en lugar de tumbarla sobre la cama, la tomó por los hombros para que se diera la vuelta…

Y Annie se quedó helada.

Sobre la cómoda había un árbol de Navidad con las lucecitas encendidas. Y hasta tenía un angelito en la punta.

– Pensé que no querías tener un árbol.

– Ya, pero es que lo vi y pensé en ti.

Esas palabras, susurradas en su oído, hicieron que los ojos de Annie se empañaran. Pero, diciéndose a sí misma que él no agradecería tanta emotividad, hizo lo que pudo para contener las lágrimas.

Aunque estaba emocionada. No sólo de deseo, sino de amor. No podía escapar a la verdad. Amaba a Duncan con todo su corazón. Pasara lo que pasara, terminase como terminase aquella relación, estaba enamorada de él.

Nunca había sentido algo tan poderoso y tendría que hacer un enorme esfuerzo para olvidarse de él porque, por mucho que quisiera creer que lo suyo iba a funcionar, debía ser realista. ¿Duncan y ella… en qué planeta?

Pero por el momento era suyo y estaba decidida a aprovechar la situación. No podía decirle lo que sentía, pero podía demostrárselo, pensó, mientras acariciaba sus poderosos brazos.

Cuando levantó su jersey para pasar los dedos por su torso, él entendió la pista y se lo quitó de inmediato, dejándolo caer al suelo. Annie se inclinó para apoyar los labios sobre su pecho…

Durante un segundo Duncan se mostró pasivo, aceptando sus caricias. Pero después levantó su cara con las manos para besarla mientras tiraba de ella hacia la cama. Cayeron sobre ella abrazándose y riendo, intentando quitarse la ropa el uno al otro.

El sujetador salió volando y los vaqueros siguieron el mismo camino. Annie apenas tuvo tiempo de ver que sus calzoncillos habían desaparecido cuando Duncan puso una mano en su estómago y, después de un segundo de vacilación, la deslizó hacia abajo para tirar del elástico de las braguitas. Cuando se libró de la prenda acarició el interior de sus muslos, acercándose cada vez más a la tierra prometida, pero sin tocarla. Annie contenía el aliento, desesperada, dispuesta a hacer lo que fuera para que la acariciase allí.

Pero, por fin, cuando Duncan tocó el diminuto centro de placer, un escalofrío la recorrió de arriba abajo. Despacio al principio, sin presionar demasiado, empezó a hacer círculos con el dedo mientras Annie levantaba las caderas al mismo ritmo. No había nada más, sólo él y cómo la hacía sentir. Cada vez estaba más cerca hasta que la caída era inevitable…

Quedó como suspendida por un momento, experimentando un intenso placer, temblando y jadeando hasta que las olas de placer terminaron.

Cuando abrió los ojos, Duncan estaba mirándola y sus ojos grises parecían ver dentro de su alma. Annie sonrió antes de besarlo.

– Gracias. Ha estado… bien.

Él enarcó las cejas.

– ¿Bien?

– Sí, bueno, ha sido maravilloso.

– Estás destrozando mi ego.

Annie alargó una mano para acariciar su erección.

– Tu ego está perfectamente. Deberíamos aprovecharnos.

– Si insistes…

– Insisto.

En cuestión de segundos se había puesto un preservativo y se colocaba entre sus piernas, mientras ella se movía para acomodarlo.

La llenó con una precisa embestida y Annie sintió que la ensanchaba mientras empujaba, al principio despacio, luego cada vez con más pasión. El placer endurecía sus facciones y podía ver las venas marcadas de su cuello…

Annie cerró los ojos para concentrarse en él y en lo que estaba sintiendo. Tanto que al principio apenas notó la presión en su interior, el instinto de moverse hacia él para incrementar la fricción. Pero pronto ese deseo se volvió frenético y se encontró apretando su espalda, esperando que empujase más rápido, más profundo, más fuerte.

Cuando abrió los ojos encontró a Duncan mirándola y no pudo controlarse. Aquél no era un encuentro silencioso, aburrido, era una locura. Annie se agarró a sus brazos, levantando las caderas con cada embestida, jadeando porque no podía llevar aire a sus pulmones. Su cuerpo no parecía ser suyo y una fuerza que ni entendía ni controlaba parecía empujarla…

El orgasmo la pilló por sorpresa. Un segundo antes hacía lo que podía para encontrar aire y, de repente, se veía envuelta en una ola de placer que la hizo arquear la espalda y gritar como no lo había hecho nunca. Poco después, Duncan dejó escapar un gemido ronco y cayó sobre ella, convulso y agotado.

Cuando terminaron, Annie supo que nada volvería a ser lo mismo. Ella nunca sería la misma. Podría no estar con Duncan, pero nunca aceptaría nada menos que amar a alguien con todo su corazón. Eso era lo que le había faltado antes, pensó. Auténtico amor, auténtica pasión, una combinación explosiva.


Más tarde, con la cabeza apoyada sobre su hombro y el brazo de Duncan sobre su cintura, Annie cerró los ojos. Quería recordar todo lo que había pasado para recordarlo en detalle.

– ¿Te has dormido? -le preguntó él.

– No, estaba… pensando. Hacer el amor contigo es maravilloso.

– Ah, «maravilloso» me gusta mucho más que «bien».

Annie sonrió, abriendo los ojos.

– No quería decir eso.

– ¿Qué querías decir entonces?

– Mis otros novios no eran como tú. O a lo mejor era yo, pero nunca había sentido… bueno, no era lo mismo.

Duncan frunció el ceño.

– ¿Por qué no? No me malinterpretes, pero contigo es fácil.

Annie se sentó en la cama, tapándose con la sábana. ¿Fácil? Ella pensando en amor y romance y él decía que era «fácil».

– No, lo retiro -dijo Duncan entonces, sentándose también-. Debería haber dicho que respondes muy fácilmente. He estado con mujeres a las que les costaba trabajo llegar al orgasmo, pero tú no eres una de ellas y eso es bueno. Que seas así es el mejor halago para un hombre.

– Ah, menos mal.

– ¿No era así con tus otros novios?

– No, el sexo era… bueno, no muy interesante.

Y no había estado realmente enamorada de ellos, se daba cuenta ahora.

– ¿Nada de fuegos artificiales?

– Nada en absoluto. Me gustaba, pero nunca entendía por qué todo el mundo hablaba de ello como si fuera algo increíble.

Duncan colocó un almohadón en su espalda.

– Háblame de esos novios.

– No hay mucho que contar. Conocí a Ron en la universidad, donde estaba estudiando ingeniería, y creo que, como yo, era primerizo.

– Y no te hacía feliz.

– Sí era feliz. Bueno, en realidad no sabía qué esperar. Ron era divertido e inteligente y lo pasábamos bien juntos. Yo pensé que todo era perfecto.

Ron y ella habían salido juntos durante casi tres años. Había creído estar enamorada de él y pensó que Ron sentía lo mismo.

– Pero al principio del último año rompió conmigo -siguió-. Me dijo que había conocido a otra persona, que no quería hacerme daño… y que deberíamos seguir siendo amigos -Annie arrugó la nariz-. Pero yo no quise volver a verlo.

– ¿Y con el otro novio?

– A.J. -suspiró Annie-. Era el ayudante del rector de mi facultad. Lo conocí el primer día y empezamos a salir juntos enseguida.

Duncan quería tener la información, pero no le gustaba oír hablar de los otros hombres de su vida. El hecho de que las relaciones hubieran terminado mal no cambiaba eso. En realidad, quería encontrar a Ron y A.J. y darles una paliza. ¿Cómo se atrevían a hacerle daño a Annie? Él la querría para sí mismo…

Hasta que terminasen las navidades, pensó.

– A.J. también era inteligente y divertido, no sé, era como si estuviéramos destinados a estar juntos. Incluso hablamos de casarnos.

– ¿Y qué pasó?

– Mientras yo soñaba con una gran boda, a él le ofrecieron un puesto en la universidad de Baltimore y decidimos seguir la relación a distancia, pero unos meses más tarde me dijo que, aunque no había nadie más, no quería seguir saliendo conmigo. Y, por supuesto también quería que siguiéramos siendo amigos -Annie respiró profundamente-. Nunca supe qué había pasado.

– Mejor cortar antes de irte a vivir con él, ¿no?

– No hubiera vivido con él antes de casarme.

– Pero te acostabas con él -dijo Duncan, con el ceño fruncido.

– Eso es diferente, es privado. Vivir con alguien normalmente no lo es. Yo soy profesora y tengo que dar ejemplo.

Diez minutos antes había estado gritando entre sus brazos, pensó Duncan, intentando disimular una sonrisa. Annie era una chica muy interesante y llena de contradicciones.

– Pero no habrás dejado de buscar a tu alma gemela, ¿verdad?

– No, algún día la encontraré -sonrió ella-. Quiero casarme y tener hijos, quiero hacerme mayor con un marido que sea mi amigo y mi amante, quiero cuidar de él y que él cuide de mí. Todo eso es demasiado tradicional para ti, ¿verdad?

– Sé que a ti te gustan las tradiciones.

– Pero tú no crees en ellas.

– He comprado un árbol de Navidad, eso es tradicional.

– Por lo menos es un principio.

Duncan sintió que ella necesitaba más, que quería que le hiciese alguna promesa. Pero no podía. Lo había intentado una vez, había confiado en Valentina y ella le había roto el corazón.

Annie no podía ser más diferente a su ex. Si la hubiera conocido antes… pero no era así. Y ser lo que ella necesitaba, lo que ella se merecía, era imposible. Además, el acuerdo no había cambiado. Cuando terminasen las fiestas se marcharía… y no le pediría que siguieran siendo amigos.


– ¿Por qué caminas así? -le preguntó Duncan-. Relájate.

– No puedo -murmuró Annie, intentando parecer despreocupada pero incapaz de respirar.

No era el vestido de noche lo que la impedía respirar ni los zapatos con diez centímetros de tacón sino el peso del collar y los pendientes. No, no el peso sino su valor.

Annie tocó el diamante que colgaba de su cuello. Ella no sabía mucho sobre joyas, pero era la piedra más grande que había visto nunca. Estaba rodeada de otros diamantes más pequeños y colgaba de una cadena de platino con pendientes a juego.

Las joyas habían sido enviadas a su casa con un fornido guardia de seguridad que había obligado a Duncan a firmar varios documentos oficiales antes de darle las cajas de terciopelo.

– Están asegurados, ¿verdad? Si alguien me los robase o se rompiera el engarce…

Duncan suspiró.

– Pedí las joyas porque pensé que te gustarían. No quería que te pusieras tan nerviosa.

– Dime que no valen millones de dólares y me relajaré.

Él le guiñó un ojo.

– No valen millones de dólares.

– Estás mintiendo.

– ¿Yo? ¿Cómo puedes decir eso?

Mejor no saberlo, pensó ella mientras entraban en el elegante salón del hotel. Muy bien, llevaría los diamantes y se alegraría de que Duncan hubiera tenido ese detalle. En cuanto se le pasaran las ganas de vomitar estaría contenta.

En la fiesta había más de doscientas personas y, aunque no solía beber alcohol, tal vez aquella noche le iría bien una copa de vino. Además, un poco de vino haría que la idea de llevar esos carísimos diamantes fuese menos aterradora.

– Mira, hay una pista de baile.

– Pensé que bailar te pondría más nerviosa.

– No, ya no.

Sus ojos se encontraron entonces. Annie no sabía lo que estaba pensando, pero ella recordaba la última vez que hicieron el amor, cuando la hizo sentir cosas que no había esperado sentir nunca. Cuando había aceptado el hecho de que estaba totalmente enamorada de él.

En la mirada de Duncan había fuego y sintió la respuesta en su bajo vientre…

– No tenemos que quedarnos mucho tiempo -dijo él entonces.

– ¿Estás seguro? Pensé que estaríamos aquí tres o cuatro horas, por lo menos.

– Quince minutos máximo -sonrió Duncan, atrayéndola hacia sí-. O podríamos subir a una de las habitaciones, tienen jacuzzi.

– ¿Y cómo sabes tú eso?

– ¿Duncan?

La persona que lo llamaba tenía una voz ronca, sexy… la clase de voz que se escuchaba en la radio. Annie se volvió para ver a una mujer increíblemente alta, guapísima, con un vestido negro muy sexy. Estaba sonriendo, sus ojos azules brillando de alegría.

– Cuánto me alegro de verte. Te he echado mucho de menos.

Duncan se puso tenso.

– ¿Qué demonios haces aquí?

– He venido a verte -siguió sonriendo la mujer, mirando a Annie-. ¿Vas a presentarme a tu amiga?

Él vaciló durante un segundo.

– Annie, te presento a Valentina, mi ex mujer.

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