Alguien debería encerrarme en un psiquiátrico.
Rona McGregor tomó un soplo del aire fresco de la noche. La visita a un club de BDSM estaba en el tercer lugar de su lista de fantasías, pero ella había decidido no seguir el orden. Sólo por esta vez. Con una sonrisa entusiasta y con el corazón palpitante, se levantó la falda-larga-hasta-los-tobillos y abrió la puerta del conocido club de San Francisco llamado Dark Haven.
Ella no había hecho nada ni remotamente tan aventurero en los últimos veinte años, pero su tiempo para la locura había llegado finalmente. Sus hijos estaban en la universidad. Ya no tenía marido, gracias, Dios. Había perdido peso – miró hacia abajo a su muy henchido corpiño – bueno, algo de peso. Pero en realidad, no se veía tan mal para una mujer acercándose a los cuarenta.
En lugar de la caverna del pecado que Rona había esperado, la pequeña entrada era deprimentemente insulsa. Un puñado de personas, también vestidas con ropa del siglo XIX, formaban una fila para darle sus entradas a la mujer detrás del mostrador. Unos minutos más tarde Rona llegó al frente.
La desenvuelta joven le sonrió.
– Hola. Bienvenida a la noche victoriana de Dark Haven. Los miembros deben registrase aquí. -El vestido púrpura de la recepcionista hacía juego con las rayas en las puntas de su cabello. Aparentemente había arrancado el corpiño, dejando sólo la malla rosada sobre sus pechos.
Rona reprimió una carcajada. Tal vez el lugar no era tan insulso.
Después de años como enfermera, los pechos desnudos no la perturbaban, pero nunca los había visto tan claramente exhibidos antes. -Yo no soy miembro.
– No hay problema. Oh, hey, me encanta tu traje. Notoriamente auténtico. ¿Fuiste a la Feria de Dickens en el Cow Palace hoy?
Rona asintió con la cabeza.
– Ahí es donde me enteré de la fiesta temática de esta noche. -Y le había parecido como una señal del cielo. Y allí había conseguido el atuendo perfecto.
– Puesto que no he estado en un lugar como este antes, ¿hay algo que debo saber?
– Nah. Aquí tienes un formulario de adhesión y el descargo. Complétalo y son veinte dólares para entrar y cinco más para la inscripción, y estás lista para entrar. -La recepcionista empujó una tablilla de papeles sobre el escritorio. -Si te das prisa, agarrarás al Maestro Simon dando una demostración de azotaina erótica.
– ¿Al Maestro Simon?- Una mujer joven en la fila chilló. -¡Oh Dios, eso es tan caliente!
Ella agitó la mano delante de su rostro tan vigorosamente que Rona casi le ofrece el abanico de encaje adherido a su cintura. Rona completó los formularios y observó a los demás firmar. La satisfacción alivió sus nervios al ver los trajes: un vestido de noche sobre amplios aros, un vestido de tarde formal como el de ella, dos trajes de mucama con delantales. Cualquier otra noche no habría tenido idea de qué usar para ir a un club de BDSM, pero esta noche se ajustaba perfectamente. ¿Cómo podría haberse resistido?
Entonces se dio cuenta que una señora llevaba sólo una enagua. Otra mujer se quitó el abrigo, revelando un prístino delantal blanco… y nada más. Una pequeña insinuación de malestar se retorció en el estómago de Rona. Le dio a la recepcionista el papeleo y le preguntó:
– ¿Tengo demasiada ropa?
– Por supuesto que no. -La chica tomó el dinero y le entregó una tarjeta de membrecía.
– Las Dommes van vestidas en gran parte, y muchas de las subs comienzan a quitarse la ropa. Lo hace más interesante cuando tienes que desvestirte, ¿no?
¿Desvestirme? ¿En un bar? ¿Yo? Ella había previsto sólo mirar. El pensamiento de realmente participar le envió un escalofrío de excitación por su columna vertebral. -Bien.
Rona metió la tarjeta en su bolso, se alisó el vestido, luego abrió la puerta del santuario y entró al siglo XIX. Su sobresaltado aliento captó perfumes, cuero, sudor y sexo. Mientras el apasionado sonido del Concierto para Piano en La Menor de Grieg la rodeaba, se movió por la habitación poco iluminada llena de hombres con levita y mujeres con vestidos acampanados. Qué divertido.
Caminó hacia adelante lentamente, tratando de no mirar como una estúpida. Las mesas y sillas de madera oscura cubrían el centro de la enorme sala. Una pequeña pista de baile tomaba una esquina en el extremo posterior, una barra de metal brillante, con dos barmans detrás de ella ocupaba el otro extremo. Todo bastante normal. ¿Dónde habían escondido las cosas pervertidas que sus novelas de romance erótico habían prometido?
Entonces pasó un hombre vestido con nada más que un aterrador arnés atado a su pene y testículos. Rona se quedó con la boca abierta. Crom [4], ella casi podía sentir su inexistente equipo masculino encogerse con horror.
Sacudiendo la cabeza, se dirigió hacia la barra, entonces notó que las paredes a la derecha y a la izquierda sostenían un pequeño escenario.
Una plataforma estaba vacía. En la otra… Rona dio un involuntario paso hacia atrás, tropezó con alguien, y murmuró una disculpa, sin apartar la vista del escenario donde… seguramente esto era ilegal…un hombre estaba azotando a una mujer encadenada a un poste.
BDSM. ¿Recuerdas, Rona? Ella había leído acerca de látigos y cadenas y esas cosas, pero… ¿verlas? Whoa.
Presionó una mano sobre su acelerado corazón y reprimió el impulso de ir y arrebatar el látigo de él. Como si ella pudiera de todos modos. Parado tenía un buen metro ochenta de alto para un hombre maduro de sólida construcción, tenía la sensación de que si alguien fuera a darle un puñetazo, él simplemente lo amortiguaría. En consonancia con el tema de la noche, llevaba un chaleco de seda verde sobre una blanca camisa tradicional. Las mangas enrolladas mostraban musculosos antebrazos.
Por el contrario, su víctima estaba completamente desnuda, su piel morena brillaba con un intenso rojo oscuro por los efectos del látigo… No, esto se llamaba flogger, ¿verdad? Las múltiples tiras acariciaban su espalda tan uniformemente que Rona podía nivelar su respiración al ritmo. Hipnotizada, se acercó, abriéndose camino a través de las mesas y sillas esparcidas alrededor del escenario, y eligió una mesa cerca de la parte delantera.
Azotaina. La palabra sonaba brutal, pero esto… esto era casi hermoso. El hombre abrió el flogger formando un ocho, golpeando un lado de la mujer, luego el otro. Rona se inclinó hacia delante, ubicando los codos sobre la mesa. Él nunca golpeaba sobre la columna vertebral o los costados de la morena, obviamente evitando sus riñones con una habilidad terriblemente impresionante.
Redujo la velocidad y se detuvo un momento antes de rozar los hilos sobre la espalda y las piernas de la mujer. La mujer estaba de frente a la audiencia, y Rona le podía ver la cara enrojecida y los ojos vidriosos. Ella estaba jadeando por el dolor o… el trasero de la víctima estaba inclinado hacia afuera, zarandeándose de una manera que implicaba excitación, no dolor.
Excitación.
Una sonrisa brilló sobre el rostro bronceado del hombre. Acariciaba la parte interna de los muslos de la mujer con las hebras de cuero, arriba y abajo, cada vez acercándose más a la V entre sus piernas. Ella gimió y se contoneó.
Rona inhaló lentamente, tratando de amortiguar la excitación crepitando por sus venas.
El hombre comenzó la flagelación de nuevo, por la parte baja de la espalda de la mujer, el trasero y los muslos. Repentinamente, alteró el patrón y golpeó despacio las tiras entre sus piernas, directamente sobre su coño. La mujer se quedó sin aliento.
Lo mismo hizo Rona. Había estado tan inmersa que sintió como si el látigo la hubiese golpeado a ella… allí.
Su interior se fundió en un charco de calor líquido. La recepcionista le había informado correctamente… se trataba de una flagelación erótica. Menos mal.
La música cambió, comenzando el final dramático del movimiento, e incluso las conversaciones murmuradas se apagaron. Rona casi podía oler la excitación en la sala, y sus manos formaron puños. Tan violento… tan excitante.
Él estaba azotando los muslos de la mujer ahora, los golpes moviéndose gradualmente hacia arriba, aún más duros que antes. Y otra vez golpeó los hilos ligeramente entre sus piernas.
El chillido de la mujer se convirtió en un bajo gemido. Luego su espalda, debajo de sus muslos, y hacia arriba lentamente. La tercera vez que le pegó a su coño, la mujer gritó y llegó a su clímax, retorciéndose en sus cadenas.
Un hilo de sudor corrió por el hueco de la base de la columna vertebral de Rona, y su respiración entrecortada luchaba contra el apretado corsé. ¿Cómo podría algo como esto… unos latigazos… ponerla tan caliente?
La multitud aplaudía mientras el hombre liberaba a su víctima. Aunque víctima no podía ser la palabra correcta, no con esa expresión de satisfacción en su rostro. Rona parpadeó sorprendida cuando un hombre joven saltó al escenario y tomó a la mujer en sus brazos. Después de un beso muy cargado de lengua, la pareja se detuvo el tiempo suficiente para que los dos hombres se dieran la mano y para que la mujer besase la parte de atrás del mango del flogger.
¿Él había azotado a una mujer que no era suya?
Rona tragó duro. Su fantasía de un amante amarrándola, tal vez incluso azotándola, parecía pálida al lado de la realidad de lo que acababa de ocurrir.
A través de la sala, un hombre y una mujer comenzaron a preparar el equipo sobre la plataforma vacía. A medida que la música cambiaba a Nine Inch Nails, la multitud se dividió: algunos al otro escenario, algunos a la pista de baile. Quedándose solo, el hombre que había hecho la flagelación limpió el puesto y colocó su arma dentro de una bolsa de cuero. Sopesando la bolsa por encima del hombro, bajó los escalones del escenario y fue detenido por un pequeño grupo… Rona resopló… ¿de admiradoras? ¿Los BDSMs tenían admiradoras?
Sacudiendo la cabeza con desconcierto, se dio la vuelta para buscar una camarera. Tal vez debería añadir "Probar a un caliente Dom" a su lista. Ella sonrió. Su ex siempre se había burlado de sus planes de cinco-años para lograr sus metas, como si la desorganización fuera mejor. Habría tenido insuficiencia cardíaca si hubiera visto su lista de fantasías.
Ninguna camarera a la vista. Volvió su atención hacia el escenario y suspiró por la decepción. Vacío, al igual que muchas de las sillas a su alrededor. La mayoría de las personas se habían trasladado al otro lado.
Un golpe le llamó la atención en la mesa junto a la de ella, y jadeó como una idiota. El hombre del escenario estaba parado allí con la bolsa de cuero a sus pies. Sobre la mesa había una levita negra y gemelos pasados de moda que él debería haberse quitado antes de iniciar su demostración.
Lo observó mientras se bajaba las mangas de su camisa. Sus ojos oscuros parecían casi negros, y su cara muy bronceada era delgada y dura. Con líneas de dolor y risa alrededor de su boca y ojos, y el plateado brillando en su cabello negro bien recortado, debería estar alrededor de los cuarenta. Y cuando se movió los músculos ondularon y estiraron los hombros de su camisa blanca.
No era grande, pero sí mayor que ella. Sin embargo, ella ni siquiera consideró coquetear. No con este. Era demasiado… demasiado intimidante. No como un joven entusiasta modelo de ropa interior, todo magnífico y espléndido, sino de una manera mucho-más-peligrosa.
Oh, por supuesto que es peligroso… él tiene un flogger, y sabe cómo usarlo.
Toda su minúscula experiencia con el BDSM venía de la lectura de novelas eróticas.
Siempre había querido intentar algunas cosas, pero Mark se había reído de ella y se negó a hacer cualquier cosa para animar su vida sexual. No es que incluso hubieran tenido una vida sexual en los últimos años.
Sus horizontes se habían ampliado definitivamente desde el divorcio, pero no lo suficiente para que ella salte dentro de las cosas seriamente retorcidas. Ella había planeado simplemente mirar y anotar algunas ideas para agregar a su lista de fantasías, pero ciertamente no hacerle un pase a un muy, muy experimentado practicante de BDSM.
No importa cómo de magnífico luciera.
No babees. Ella intentó inclinarse hacia atrás casualmente, pero encorvada en un corsé era imposible. Frustrada, volvió su mirada hacia el otro escenario, donde una mujer vestida como una maestra de escuela envolvía cuerdas alrededor de un hombre joven que vestía únicamente pantalones. Rona consiguió mantener su atención allí por, oh, un buen minuto, antes de regresar al hombre.
Ella frunció el ceño. Él estaba tratando de conseguir abrochar un gemelo en su camisa y fallaba miserablemente. Por alguna razón, los dedos de su mano izquierda no se doblaban. Su gruñido frustrado cambió la imagen en su mente de un pedazo-de-hombre a alguien que la necesitaba.
Ella se acercó, le quitó la mano a un lado, y rápidamente enlazó de gemelo de plata.
– Listo. -Con una sonrisa, le dio unas palmaditas en el brazo para reconfortarlo. -Ahora.
Ella miró hacia sus intensos y poderosos ojos, y cada célula de su cuerpo se disolvió. Él la inmovilizó con esos ojos oscuros, estudiándola como si pudiera ver a través de su alma.
Se acercó, obligándola a inclinar la cabeza hacia atrás para mirarlo. Cuando ella contuvo el aliento, los labios de él se curvaron en una leve sonrisa.
– Ni siquiera pensaste antes de venir a mi rescate, ¿verdad?, -Preguntó, y su voz era tan profunda y suave como todo lo demás en él.
Debería disculparse.
– Yo-yo…
– Cállate.
Su garganta simplemente se cerró por completo, y las líneas de la risa alrededor de los ojos de él se arrugaron ligeramente.
– Sumisa, -murmuró. -Pero ninguna sumisa alejaría las manos de un Maestro y tomaría el control. ¿Eres nueva?
No esperó una respuesta, sino que pasó un dedo hacia abajo de su mejilla, su cuello, a través de la parte superior de sus sobresalientes pechos.
Su toque quemó a través de ella, dejándole una dolorosa necesidad. El temblor dentro de su estómago se exteriorizó hasta que sus piernas se tambalearon.
– Por favor, -susurró.
Él inclinó la cabeza.
– ¿Por favor, qué, mascota?
– Por favor, no te burles de mí. -Sintiéndose como una idiota, una muy confundida y excitada idiota, bajó la mirada y trató de dar un paso atrás.
Su mano se cerró alrededor de la parte superior del brazo, con la suficiente firmeza como para hacerle saber que ella no iba a ir a ninguna parte.
– Mírame. -Un dedo debajo de su barbilla le levantó el rostro. Sus labios se curvaron en una leve sonrisa. -Muy nueva, ya veo.
– Sí. -Su siguiente esfuerzo para moverse hacia atrás encontró el mismo resultado, nada.
– Una sumisa no tiene por qué llamar a cualquier Dom que no sea el suyo propio “Señor”, pero si se acerca a un Dom por su cuenta y luego reacciona de esta manera -su dedo dejó su mentón para acariciar sobre sus labios temblorosos, -entonces debe dirigirse a ese Dom como “Señor”.
Plenamente consciente de la calidez de su dedo aún sobre los labios, se sintió como si se estuviera ahogando en el aire derretido.
Él hizo una pausa y luego la instruyó:
– Di: “Sí, señor”.
Oh.
– Sí, señor. -Ella había usado la frase antes, bromeando con los médicos del hospital, sarcásticamente con idiotas, pero ahora reverberaba a través de ella como el sonido de un bombo.
– Muy bien.
Una mujer vestida sólo con un corsé, medias de red y zapatos de tacón alto de repente se dejó caer de rodillas junto a la mesa.
– Maestro Simon. ¿Puedo servirle de alguna manera?
Él dio la vuelta.
Liberada de su mirada, Rona trató de retirarse, pero su mano, dura y despiadada la apretó. La sensación de ser controlada inundó sus sentidos.
Su corazón estaba acelerado como si hubiera recibido una inyección de adrenalina, pero con su atención desviada, se las arregló para tomar una estabilizadora respiración. Soy una mujer madura, una administradora, inteligente y profesional. ¿Por qué me siento como un ratón acorralado? Y esto la encendió como si alguien hubiera abierto un grifo de hormonas.
Ella miró a la mujer de rodillas e hizo una mueca. No sólo estaba dispuesta a darle al Maestro Simon cualquier cosa que él quisiera, sino que también era rubia, esbelta, hermosa. Y joven.
Rona no era nada de eso. Escapa. Definitivamente momento de escapar.
– Gracias, no, -le dijo Simon a la sub de rodillas, sacudiéndola de manera cortés pero firme. Otra joven. Él sofocó un suspiro. Las entusiastas jóvenes parecían demasiado subdesarrolladas. Él prefería mujeres, sin embargo, las interesantes subs mayores por lo general estaban comprometidas, o tenían problemas emocionales. No había conocido a una sumisa bien equilibrada en mucho tiempo.
Estoy solo. Divorciado desde hacía varios años, su hijo en la universidad, su casa vacía, recientemente había tomado consciencia de lo mucho que le gustaría tener a alguien para abrazar en la noche, con quien hablar por las tardecitas, para compartir todo, desde un nuevo postre a los logros y fracasos del día. Podía encontrar un cuerpo dispuesto demasiado fácilmente, pero no un corazón abierto, una mente interesante, y un espíritu independiente.
Pero esta… Simon volvió su atención a la sumisa que se había atrevido a ayudarlo sin pedir permiso. No era una jovencita, probablemente atravesando la treintena. Su rostro tenía líneas que decían que había conocido la tristeza. Que había reído. Sus pechos, empujando alto y tensos, tenían las estrías plateadas que demostraban que algún bebé había sido sostenido contra su corazón y alimentado. Por la forma en que enérgicamente había alejado sus manos del gemelo, ella estaba acostumbrada a estar a cargo. Por la derretida mirada en sus ojos cuando él la había tocado, ella era sumisa.
Muy atractiva. Y extrañamente familiar. ¿Había visitado el club antes?
Pero ella seguía tratando de irse. ¿Por qué? Por supuesto, un Dom podría poner nerviosa a una sub inexperta, pero ella definitivamente había mostrado su interés antes… antes de la interrupción. Sus ojos se estrecharon. La sub arrodillada había sido joven y bonita. ¿Ésta segura mujer estaba insegura de su aspecto?
Ella tiró de su brazo otra vez y realmente le frunció el ceño.
– No creo que hayamos terminado nuestra conversación, -dijo Simon.
Su mirada se levantó. En la barra oscura, sus ojos parecían azules o verdes. Su cabello, un color entreverado entre rubio y castaño, estaba recogido en un feo moño victoriano. Esa sería la primera cosa que él arreglaría.
Le tendió su mano libre. -Mi nombre es Simon.
Tan cautelosa como un gato arriba de un árbol, ella se las arregló para decir cortésmente: -Es un placer conocerte, Simon.
Esa amable, baja voz se profundizaría después de que se corriera un par de veces. Sus dedos se cerraron sobre los de ella, y mantuvo su otra mano envuelta alrededor de su brazo. Ahora la tenía seguramente atrapada, y el conocimiento apareció en sus ojos. Su respiración se aceleró, chasqueó la lengua sobre sus labios, y se tambaleó, casi imperceptiblemente, hacia él. Sí, la sensación de estar controlada la excitaba.
Ahora, ¿no luciría encantadora con cuerdas?
– ¿Y tú eres…? -Él preguntó.
– Rona.
– ¿Escocesa? Sí, te sienta bien. -Miró hacia abajo a sus ojos, disfrutando del ligero temblor de sus dedos sobre los suyos. -¿Es esta tu primera vez en un club de BDSM, Rona?
– Sí.
– ¿Y cuánto tiempo llevas aquí?
– Ni siquiera una hora.
Ni siquiera. La expresión implícita lo desequilibró. Y él definitivamente la había empujado, seguía empujando, eso no era apropiado u honorable para hacerle a una dulce novata. Cuando abrió sus manos y la soltó, el sentimiento de pérdida lo sorprendió. Quiero quedarme con ella.
Pero las elecciones, siempre le pertenecían a la parte sumisa… a menos que y hasta que ella le cediera libremente esas opciones a él.
– ¿Quieres un guía, o prefieres explorar por tu cuenta?
Ella dudó.
– Um. Bueno…
Ella no quería un guía. A pesar de su obvia atracción hacia él, ella prefería observar el lugar por su cuenta. Él casi se rió de su propio disgusto. ¿Estaba demasiado acostumbrado a la adulación, no? Esta mujer podría temblar, pero no se arrojaría a los pies de nadie, y eso sólo aumentaba su interés.
– Está bien. -Corrió un dedo por su mejilla, marcándola como suya con una indefinible forma de dominación. -Te veré más tarde, entonces.
Cuando el Maestro Simon se alejó con un paso fácil y seguro, Rona se quedó mirándolo. Él sólo la había tocado con un dedo, y su pulso se había incrementado a taquicardia grave.
Ella había leído libros sobre BDSM, pero ninguno había captado realmente el poder que una posición dominante podía ejercer. Ese caminar, esa conversación intimidatoria, había manejado con destreza sus ojos y su… su presencia entera… tan hábilmente como había utilizado ese flogger. El Señor la ayude.
Después de tomar una respiración, sacudió la cabeza, le dijo a su cuerpo que dejara de reaccionar, y se dirigió a la barra. Una botella de agua surgió de pronto.
La diversión y el agua helada funcionaron, y en unos pocos minutos, su auto-control regresó. Apoyando su espalda en la barra, miró a su alrededor.
Mucha gente, pero ningún Maestro Simon a la vista. La decepción la embargó, más fría que el agua helada. Y qué estupidez estar decepcionada después de haberlo rechazado. Pero había hecho lo correcto. Él era simplemente demasiado, demasiado… su botella se detuvo a medio camino de su boca… y ella se había acobardado totalmente, ¿no?
Y aquí ella había tomado todas esas resoluciones para deshacerse de su imagen de Señorita Decoro, dejando ir su pensamiento Soy-una-madre-y-una-esposa-y-no-una-mujer-sensual, sin embargo, cuando un hombre impresionante mostraba su interés, se había escapado literalmente.
Por supuesto, su plan para una vida emocionante, no había incluido salir con un tipo que disfrutaba manipulando látigos, pero aún así…
Lo haría mejor la próxima vez. Por el momento, necesitaba explorar el lugar. Aparte de las demostraciones sobre los escenarios, no había visto ninguna de las "escenas" que había leído. Pero la gente seguía desapareciendo bajando las escaleras cerca de la parte de adelante, así que tal vez las cosas divertidas sucedieran en el nivel inferior. Cogió la botella y se encaminó más allá de un grupo de personas, entre ellas una mujer de pelo negro que llevaba un corsé rosa y blanco. Rona notó las rayas de color rosa brillante en el cabello de la mujer y sonrió, recordando a la recepcionista. Emparejar el color del cabello con la ropa… no era exactamente correcto para esta época.
En la parte inferior de la escalera, se detuvo, sintiendo como si hubiera descendido literalmente al infierno. Mierda, algunas de estas personas necesitan un examen psicológico. Como la rubia dejando que un tipo le clave agujas en sus pechos. Con el más puro reflejo, Rona cruzó los brazos sobre su pecho cuando el hombre empujó otra aguja, justo a través del pezón de la mujer.
Ahora esto estaba simplemente mal. Tal vez debería ir al coche y traer su botiquín de primeros auxilios.
En cambio, se adentró más en la habitación. La industrial música gótica del piso de arriba se mezclaba con los sonidos de la carne golpeada, gemidos, gritos fuertes, el chasquido de un látigo, un gemido largo y tembloroso. Una serie de crujidos sonó demasiado cerca, y ella saltó, miró a su alrededor, y luego soltó una carcajada. Había apretado su botella de agua con tanta fuerza que el plástico se había arrugado. Ruidosamente.
Puso los ojos en blanco. Con suerte nadie le gritaría ¡boo!, o ella se iría directo a un paro cardíaco.
En la segunda parte del lugar, se dio cuenta que los tipos la observaban. Bien. Movió las caderas e hizo que su larga falda se bambolee. Soy sexy. Entonces una mujer joven pasó por delante vestida con sólo una tanga, toda piel firme y pechos altos. Correcto. Soy tan sexy como la ropa que estoy usando. Ella podría haber perdido algo de peso y eso mejoraba un poco las cosas, pero las cosas seguían siendo así pasando los treinta años.
Una hora o así más tarde ya conocía un infierno de mucho más sobre lo que la gente pervertida hacía para divertirse. Observar la demostración de azotaina de Simon no la había preparado para bastones o látigos negros, a pesar que nadie en el lugar estuvo acorde a su habilidad, por no hablar de cera caliente, agujas, mordazas y máscaras. Mientras un dominante aplicaba una línea de pequeñas ventosas hacia arriba de la espalda de una mujer, Rona se preguntó si las copas de cristal tocarían más puntos… íntimos.
Mentalmente lo agregó a la lista de cosas para intentar – algún día – y sólo el pensamiento envió una bala de excitación directamente a su clítoris.
Como si no estuviera lo suficientemente excitada ya. Unos pasos más allá, miró por una gran ventana dentro de una muy auténtica ambientación de mazmorra medieval. Una mujer de cabello negro estaba esposada a la pared de piedra, y un hombre en jeans abofeteaba a la pobre mujer entre las piernas, haciéndola ponerse sobre las puntas de sus dedos del pie. Un minuto más tarde, él cayó de rodillas, agarró sus nalgas, y puso la boca sobre su coño.
Rona tragó saliva y se abanicó la sobrecalentada cara mientras se alejaba. Sorprendente y erótico como el infierno.
Para el momento en que había recorrido la sala, las ballenas del corsé se sentían como dedos huesudos clavándose en sus costillas, y su ropa como si pesara unos veinte kilos.
Encontrando un sillón vacío, se desplomó sobre él. Uy. Las adecuadas señoras victorianas no se derrumbaban como rocas, sino que, sin duda, se hundían con gracia hasta un asiento y, por supuesto, se sentaban erguidas en lugar de inclinarse hacia atrás.
Ella habría sido una pésima dama victoriana.
Probablemente sería una pésima persona aficionada al BDSM también. De hecho, ni siquiera le gustaría practicarlo, a pesar de que observar cosas como la forma en que ese cinturón había golpeado el redondo trasero de la mujer la puso realmente… caliente.
Tal vez, mientras estuviera aquí, podría intentar un poquito, sólo un bocado, no una comida completa.
Pedirle a alguien que le ate las manos o algo así. Un escalofrío recorrió su interior ante la idea de en realidad actuar algunas de sus fantasías.
Con la boca repentinamente seca, se bebió lo último de su agua tibia. En primer lugar tendría que encontrar a un Dom. Podría observar alguna demostración. Pero las muestras – escenas – aquí parecían más personales. Más íntimas. Si Simon quisiera zurrarla, ella preferiría hacerlo aquí que en el piso de arriba.
Se ahogó con el agua. ¿Qué diablos había traído a Simon a su mente?
Bueno, ella sabía la respuesta a eso. Cualquier mujer lo desearía, con esa devastadora combinación de modales amables e implacable autoridad. Y sin pensar en su voz tan suave y profunda… como el chocolate negro Dove. La piel de gallina se erizó hacia arriba de sus brazos, y suspiró.
Desesperada, ella sólo estaba desesperada. Y el Maestro Simon estaba fuera de su liga.
Necesitaba a alguien menos intimidante.
Miró a su alrededor. Hmmm. No ese viejo de allá ni aquel gordo. Estudió en la otra dirección y vio a un rubio alto, tal vez en sus treinta años.
Más bien guapo. Estaba de pie con las manos detrás de su espalda, mirando una escena cercana.
Cuando miró a su alrededor, su mirada se reunió con la de Rona. Ella le sonrió. Tú. Sí, tú. Ven aquí, cariño.
Él parpadeó y se dirigió hacia ella.
– Hola. ¿Eres nueva aquí?
– Así es.