La cabeza de Rona descansaba sobre el hombro de Simon, y bajo su mano apoyada en el pecho de él, su corazón latía con golpes lentos. La habitación olía a sexo y a su colonia sutil. Cuando él la atrajo hacia sí, ella se lo permitió, necesitando ese confort como una barrera contra la progresiva sensación de pérdida que la atravesaba. El conocimiento de lo sola que estaría en unos minutos.
Cuando él la dejara ir.
Esto simplemente no tenía ningún sentido. Ella acababa de tener un buen… no, fantástico… sexo, pero ahora… Ella parpadeó para contener las lágrimas que picaban en sus ojos.
El brazo alrededor suyo se apretó, y su mano libre le acarició la mejilla.
– Muchacha…
– Tenemos que levantarnos, -ella lo interrumpió rápidamente, con voz ronca. Él sabía. Y ella no quería hablar sobre eso. Sobre nada.
Su mano se detuvo, y su pecho subió y bajó en un silencioso suspiro.
– Muy bien. Soy el anfitrión, supongo. -Le acomodó el pelo detrás de la oreja. -Pero hablaremos de lo que te está preocupando más tarde.
La suavidad y sin embargo, la determinación, en su voz le hizo arder los ojos de nuevo. ¿Por qué tenía que ser tan… tan perfecto? Maldito sea. Él ya la había arrastrado dentro de su deseo por él, a pesar de su promesa de encontrar a otros hombres primero. Nunca se había sentido así antes. Yo pertenezco a este lugar. La idea desencadenó su movimiento… se había sentido cómoda con su marido también, y mira en lo que había resultado.
Así que tal vez no había encontrado a Mark tan totalmente caliente, ni había sido tomada tan profundamente, ni se había corrido tan duro… dos veces… ni… Crom, ¿puedo llegar a ser más ilógica? Se incorporó y salió de la cama.
– Bueno, mmm, gracias por un grandioso momento.
Aún tirado en la cama, Simon puso sus brazos detrás de la cabeza y la observó con una tranquila mirada fija.
– Eres muy bienvenida.
– Voy a bajar ahora. -Ella necesitaba encontrar a alguien que la ayude a sacar su mente de este… hombre abrumador. Se puso la capa de Santa, deseando el maldito cinturón para mantenerla cerrada. Esperaba que su sujetador y tanga aún estuvieran en la sala de estar.
– Por hablar y tratar de irte sin permiso, serás multada con tu ropa interior, -dijo Simon, su tono de voz estable, sin una pizca de humor. -Puedes continuar usando el saco.
– Pero…
– ¿Deseas perder el saco también?
Ella sacudió la cabeza. ¿Pero sin ropa interior? Miró hacia abajo. Oh cielos. Sus pezones se mantenían en un vívido rojo, y casi de color fluorescente, su clítoris todavía asomaba entre sus labios vaginales. Ella tiró de la chaqueta para cerrarla.
Simon se puso en pie. Sin hablar, abrió el abrigo y ahuecó sus pechos en sus manos. Ella le agarró las muñecas, luego bajó los brazos cuando su mandíbula se puso rígida. Sin piedad, bromeó sus pezones hasta convertirlos en rígidos puntos, continuando hasta que sus dedos se curvaban en la alfombra.
– Ahora puedes volver a la planta baja. ¿Y, Rona? -Le inclinó la barbilla hacia arriba, obligándola a mirarlo. -Me gusta ver tus pechos y tu coño, y por esta noche, voy a permitir que mis invitados también participen de la vista. Así que si veo que sostienes el saco cerrado, te lo voy a quitar.
Su garganta se cerró ante la mirada de sus ojos. Oscura, posesiva… embriagadora.
– ¿Qué me dices, sub?
– Sí, Maes… -No, no, no. Él no lo es. -Sí, señor.
Su boca se comprimió, y ella vio el músculo de su mandíbula flexionarse.
– Eso no es correcto, pero voy a dejarlo pasar por ahora. Creo que cambiarás de opinión, Rona, -dijo en voz baja, pasándole los dedos sobre los labios.
– No. No lo haré. -Se apartó de él y salió de la habitación. No debo.
Recordó los largos y aburridos años de conversación estúpida, de acostarse al lado de su marido, preguntándose donde incluso la pequeña pasión que habían compartido, se había ido, los tiempos cuando hacían el amor en la posición del misionero, y si Mark se sentía enormemente audaz… o había bebido un par de copas… por detrás.
Sin embargo, ella no podía borrar el recuerdo de la última hora, el implacable agarre de Simon, sus dedos bromeando a su clítoris hinchado. ¿Podría alguna vez el sexo con él ser aburrido?
Tal vez, tal vez no. Ella no podía… no debería… tomar la oportunidad. Se debía a sí misma tener una muestra de todo lo que una vida estando sola tenía para ofrecer.
El ruido de la fiesta explotó sobre ella cuando llegó al final de las escaleras.
Tomando un aliento, dejó las solapas de su saco abiertas… maldito sea el hombre… y fue en busca de alguna otra diversión.
Una hora más tarde no podía entender qué había pasado con ella. Los hombres eran maravillosos y agradables, y ella seguía diciéndoles que no. Debido a Simon. Tenía que irse. Estar cerca de él afectaba a su juicio, no había dudas.
En el camino hacia el toilette, pasó por delante de una escena en un rincón debajo de las escaleras. Ella miró y se detuvo.
Encadenada a un poste, una mujer con una bola-mordaza sollozaba violentamente, las lágrimas corrían por su rostro, mientras un gran Dom la golpeaba repetidamente con un bastón grueso. Furiosos verdugones carmesí cubrían todo el cuerpo de la sub.
La mujer vio a Rona, y a pesar de la mordaza, la palabra que dijo, “rojo”, se evidenció con la suficiente claridad. La palabra de seguridad.
El Dom la ignoraba. Rona no lo hizo, y levantó su voz para que todos en la zona pudieran oír.
– ¡Rojo! Ella está diciendo “rojo”. Deténgase ahora mismo.
El Dom la miró por encima del hombro.
– Consigue el infierno fuera de mi escena, puta. -Y se volvió, preparado para golpear a su sub.
Rona dio un paso adelante, estaría condenada si iba a quedarse cruzada de brazos, cuando un brazo de acero alrededor de su cintura la giró hacia un lado.
– Mi trabajo, muchacha. Gracias por el aviso. -El Maestro Simon atrapó el bastón cuando estaba descendiendo y se lo arrancó al Dom. Rona se estremeció al darse cuenta que el Dom era más joven, más alto que Simon, y que lo superaba en por lo menos veinte kilos.
Él se volvió. Simon le dio un manotazo al fornido brazo hacia un lado, se adelantó, y enterró su puño en el intestino del hombre. El hombre hizo un sonido horrible y se dobló hacia adelante, apretándose el abdomen. Volviéndose un poco, Simon golpeó la cara del tipo con la rodilla levantada.
El crack de la ruptura de la nariz retorció el estómago de Rona.
Simon dejó que el hombre lamentándose cayera al suelo y miró a los invitados reunidos.
– Logan, ¿puedes empacar su bolsa, por favor? Jake, ¿lo sacas?
Jake asintió con la cabeza, el rostro rígido.
– Buen trabajo, amigo, -dijo Logan.
Haciendo caso omiso de los demás, Rona se dirigió a la sub. Le desató la mordaza de bola y comenzó con las restricciones. Un segundo después Simon se unió a ella, trabajando en el otro brazo.
Una vez desatada, la sub se derrumbó, salvada de una mala caída sólo por el brazo de Simon alrededor de su cintura. Tenía moretones por todo el cuerpo, y se sacudía tan fuerte que los dientes rechinaban.
Rona frunció el ceño por la piel fría debajo de su mano. Señaló a una sub de la multitud.
– Dame un par de mantas.
Se dirigió a otro elfo.
– Necesito una bebida caliente. Café, té, chocolate caliente… cualquier cosa.
– Sí, señora. -Esa sub corrió hacia la cocina, mientras la otra regresaba con una manta suave. Rona envolvió a la sub en la manta y siguió a Simon mientras la llevaba a la sala de estar. Aún sosteniéndola, él miró a su alrededor y dijo:
– Jake, ella necesita un cuerpo caliente.
Uno de los robustos hermanos había regresado. Tomó a la sub y se instaló en el sofá, acurrucándola en su contra y murmurando con voz cavernosa.
Precioso. Rona aceptó el té caliente de la sub que había enviado y probó el líquido con un dedo. Agradable y cálido. Después de sentarse al lado de Jake, sostuvo la taza en la boca de la sub. -Bebe, cariño.
La sub ni siquiera parecía oírla.
La gran mano de Jake se cerró alrededor de la taza, y su voz se profundizó, oscureciéndose.
– Pequeña sub.
La sub se puso rígida en sus brazos.
– Bebe esto ahora.
Rona casi se encuentra a sí misma estirándose hasta la taza para obedecer la orden contundente.
En cambio, se sacudió el efecto, se levantó y observó a la sub beber el té obedientemente.
Cuando los temblores de la joven disminuyeron, dejó caer la cabeza contra el hombro de Jake, y él simplemente la acurrucó más cerca.
Simon envolvió una manta adicional alrededor de la chica, su rostro todavía tenía las líneas duras.
– Hablaré con ella más tarde acerca de la seguridad y las elecciones de Doms.
– Yo me encargo de eso, Simon, -dijo Jake. -Vi al idiota más temprano y no me gustó entonces. Tendría que haberlo observado con más cuidado.
– Y yo debería haber comprobado mi lista de invitados más cuidadosamente. Déjenme saber si alguno de ustedes necesita algo.
Al darse cuenta de que estaba mirando como una estúpida y que no había nada más para que ella haga, Rona comenzó a alejarse. Su interior aún se estremecía ante la violencia, más por la brutalidad del Dom que por el rápido e increíblemente elegante ataque de Simon. Sacudió la cabeza, recordando el puñetazo natural. Demasiado alto y oscuro y refinado como para ser Chuck Norris [12], pero sin duda tenía los mismos movimientos. Y esa constante actitud de protección. Crom, eso la atraía como a un imán.
Maldita sea, ella seguía eligiéndolo en lo más profundo.
– Rona. -La resonante voz de barítono de Simon, a pesar de todas sus auto-advertencias, seguía provocándole estremecimientos, como si su cuerpo estuviera a ritmo con su tono.
Se dio la vuelta.
– ¿Sí, señor?
Él se acercó a ella, parándose lo suficientemente cerca como para que ella pudiera oler su loción de afeitar y jabón ácido. Sentir su calor. Puso rígida la espalda y miró hacia arriba.
Sus oscuros, oscuros ojos todavía contenían un rastro de cólera. Luego sonrió, y todo en ella se calmó como si hubiera recibido el soplo de la primavera después de un largo invierno.
– Muchacha, lo hiciste bien. No sólo reconociste que la chica necesitaba ayuda, sino que la conseguiste. Y la ayudaste.
Ella se encogió de hombros.
– Cualquiera hubiera hecho lo mismo.
– No, cariño. A ti te importa, y actúas. Con eficacia. Esa es una rara combinación.
Maldita sea, su aprobación no debería complacerla tanto. Ella ignoró el calor ardiente en su estómago y cambió de tema.
– ¿Por qué no te sentaste con ella en lugar de dársela a Jake? Tú eres… – Reconfortante. Nadie podía ser tan reconfortante y seguro como el Maestro Simon.
– Jake no está involucrado.
– Entonces tú sí.
Sus ojos se arrugaron, y pasó un dedo por su mejilla, su mirada decidida.
– Yo rápidamente estoy comenzando a involucrarme.
– ¡No! -La fuerte respuesta estalló de ella. -Yo no estoy involucrándome. No contigo ni con nadie. Yo voy a experimentar, a jugar y a disfrutar de todo tipo de hombres. No me voy a limitar a uno solo. Nunca, nunca más.
Se volvió rápidamente para escapar de su reacción y alejarse deprisa.
Simon se quedó mirándola desde atrás, medio inclinado a golpear su puño a través de algo. Tal vez una pared. Tal vez vería si aquel Dom idiota seguía fuera todavía.
– Bueno, ella dejó eso lo suficientemente claro. -A pocos metros de distancia, Logan tenía su brazo alrededor de su bonita y curvilínea sub, Rebecca.
– Sin lugar a dudas no tiene ningún problema en expresar sus pensamientos, -gruñó Simon.
Rebecca se echó a reír, empezó a hablar, y se contuvo. Ella miró a su Dom.
– Adelante, pequeña rebelde.
– No creo que ella estuviera tan molesta si no te quisiera, -dijo Rebecca. -Ella me recuerda… bueno, a mí. Profesional, un poco aturdida por las cosas del BDSM, pero atraída. -Ella sonrió. -He visto cómo te busca y te observa, y odia eso, pero no puede evitarlo.
Logan asintió con la cabeza.
– Ella definitivamente te quiere.
– Ya lo sé. -Simon frunció el ceño ante la puerta por la que su sub había huido. -Pero está dispuesta a desaparecer antes que enfrentarse a eso. -Su ex era un hijo de puta incompetente que había jodido su matrimonio con ella y la mantuvo allí hasta que ella se vio envuelta en una trampa. ¿Cómo superar eso?
– Puede insistir en que está buscando a otros hombres, pero no ha aceptado ninguna oferta en toda la noche, -dijo Logan. -Incluso Jake la tachó. Ella es tuya, mi amigo. No lo quiere admitir.
Ella piensa que quiere un montón de hombres. Simon se pasó la mano por su mandíbula.
Cuando Rebecca se inclinó en contra de su Dom, distraídamente se acarició su collar. Simon había estado en el club la noche que Logan le puso el collar. Rebeca había llegado por primera vez, queriendo comprobar si los otros Doms tenían el mismo efecto en ella que Logan.
Cuando Simon la había tocado, él había sabido que ella respondía al dominante en él, pero no al hombre… porque su corazón pertenecía a Logan.
¿Podría él tolerar lo que se necesitaría hacer para demostrarle a Rona lo mismo? ¿Observar a otro hombre dominarla? Y si arreglaba esto, él tendría que observar. Tal vez verla irse con otro hombre. Los músculos de su estómago se contrajeron como si se anticipara a un golpe de karate.
Logan frunció el ceño.
– Lo que sea que estás pensando se ve espantoso.
– Doloroso como el infierno, -murmuró Simon. -Probablemente no sea espantoso.
Él asintió con la cabeza a Logan y a su sub y se fue para asegurar la cruz de San Andrés.
Esto debía ser tan público como fuera posible.
Necesitando un momento para recuperarse, Rona fue a la cocina y bebió un vaso de vino. Al salir, vio al Maestro Simon limpiando la cruz de San Andrés. Era evidente que planeaba hacer una escena con una de las subs, y que… ¿por qué eso le importaba?… Bueno, no lo hacía.
Un lugar profundo dentro de su pecho comenzó a doler. Probablemente no era un ataque al corazón. Por desgracia. Realmente tengo que irme a casa ahora.
Una vez en el tocador, Rona comenzó a agarrar su ropa de calle.
La puerta se abrió detrás de ella, y la sub con el collar de Logan entró. La pelirroja sonrió y le dijo:
– Aquí estás. Te he estado buscando.
– ¿Algo está mal?
– Bien. -La sub juntó las cejas -No exactamente, pero… Vamos. Te mostraré. -Sin esperar la respuesta de Rona, ella empujó su ropa dentro de la bolsa otra vez y la llevó a la salida. Por ser una sumisa, parecía terriblemente arremetedora.
– ¿Es sobre esa pobre chica? -Rona se apresuró a ponerse al corriente. La pelirroja se movió increíblemente rápido, a través del vestíbulo y hacia la gran sala.
Ante la vista del Maestro Simon de pie junto a la cruz… sin ninguna otra sub allí…
Rona se detuvo y se volvió para retirarse.
– Rona, -espetó el Maestro Simon.
Sus pies se detuvieron en seco, sus manos se humedecieron, y su corazón daba esos molestos saltos hacia arriba y hacia abajo a ritmo con el Maestro Simon. Se dio la vuelta.
Él encorvó un dedo hacia ella. Ven aquí.
Una ola de ansiedad corrió a través de ella, pero sacudió cabeza.
– No voy a hacer una escena contigo.
– No conmigo. Ven aquí. -Alzó la barbilla sólo esa cantidad infinitesimal que fundía todos sus huesos y cada onza de resistencia en su cuerpo. ¿Cómo hacía eso?
Sintiéndose como una condenada en dirección a la horca, caminó hacia adelante.
– Bien. -Él le sonrió, pero la mirada de sus ojos era… diferente. Ninguna sonrisa se escondía en las profundidades.
– ¿Qué pasa? -Ella susurró.
Con las manos en sus hombros, la empujó hacia atrás contra el marco de madera y levantó su brazo sobre su cabeza.
Snap.
– ¡Hey! -Ella tiró de la muñeca que él había restringido sólo a la parte superior del brazo de la X.
Maldita sea, ella había olvidado que aún llevaba los puños. Ignorando sus luchas, él aseguró el otro brazo.
– ¿Qué estás haciendo?
– Rona, tú insistes en que deseas una variedad de hombres, no sólo uno, pero no lo has llevado a cabo. Yo voy a permitirte experimentar la variedad que quieras.
El suelo parecía hundirse por debajo de ella. ¿Hombres? ¿Otros hombres?
Antes de que ella pudiera reaccionar, él arrastró su pierna izquierda hacia afuera y abrochó el puño del tobillo a la parte baja del marco de la X. El tacto de sus manos callosas enviaba calor desplazándose rápidamente a través de su cuerpo.
– Maestro Simon… No. -Su voz salió débil. Totalmente ineficaz, teniendo en cuenta que él no se detuvo.
Sin hablar, ancló su otra pierna, y luego apretó las restricciones hasta que no se podía mover en absoluto, no podía hacer otra cosa más que contonear las caderas. Él la ignoraba mientras se volvía y levantaba la voz lo suficientemente alta como para repercutir por toda la casa. -Doms sin compromisos. He ubicado a una sub en la cruz para vuestro placer. Su palabra de seguridad es “Houston”. Cada Dom tendrá tres minutos para obtener una respuesta interesada de ella, utilizando las manos o la boca… no juguetes. Cualquiera que tenga éxito podrá eliminar sus restricciones y tomarla. Después de eso, ella vuelve a la cruz.
– Simon, -susurró ella. -No puedes…
– ¿No es esto lo que dijiste que querías? -La mirada inclaudicable que le dirigió le dijo: retráctate o cállate.
Pero…
Le tocó la mejilla con la punta de los dedos.
– Mantén la calma, mascota. Voy a estar a un lado para asegurarme que nada se salga de control. Estás absolutamente segura para disfrutar de tu variedad de hombres.
Pero…
Y se alejó.
El aliento de Rona quedó atrapado dentro de su garganta hasta que se sintió como si acabara de ahogarse. La habitación se había vuelto silenciosa, permaneciendo sólo el áspero susurro de los latidos de su corazón en sus oídos. No podía dejar de tirar de los puños, pero él había hecho un buen trabajo al encadenarla arriba. Por supuesto que él lo haría. Maestro Fanfarrón Simon. Ella miró a sus anchas espaldas y se dio cuenta que sus mangas estaban abajo. No quería participar.
La decepción tenía un sabor amargo.
Ella apartó la mirada de él, sus ojos se agrandaron. Cada hombre soltero de la fiesta que había estado en la multitud de la sala de estar, todos la miraban con esa examinadora mirada dominante. Ella reprimió su primera tentación… gritar Houston y sácame de aquí… y trató de mantenerse racional.
¿Sólo que qué era racional respecto al sexo?
Pero este era su objetivo y exactamente el motivo de haber venido a la fiesta. Ella había querido entretenerse, pero en su lugar se había enfocado obsesivamente sobre el maldito-vete-al-infierno-Simon así que no había notado a ninguna otra persona. Bastante estúpido por parte de ella, realmente, sobre todo porque el Señor Me Estoy Involucrando, obviamente, no tenía ningún problema en entregarla a otros hombres. Su garganta se apretó, y ella tragó y tragó otra vez, tratando que el dolor se aleje.
Supéralo, Rona. Este es el objetivo de tu lista de metas; atente al plan, chica. Levantó la barbilla. Ella le demostraría a él cuánto iba a disfrutar de cada uno de estos tipos.
Y le agradecería por el banquete después.
Los Doms cortaron las tarjetas que recogían para ver quién iba en primer lugar. Uno tiró su carta de triunfo y se dirigió hacia ella. Altura media, treinta años tal vez. El sólido rubio se veía muy bien en sus pantalones de cuero y camiseta negra.
– Uh. Hola, -ella ofreció.
Los ojos azul hielo se encontraron con los suyos.
– Cállate. Cuando quiera hablar, te lo haré saber.
Pfft. Ella frunció el ceño. ¿Por qué su orden la tentaba a llamarlo idiota, pero la misma orden viniendo de Simon le habría enviado curiosos pequeños escalofríos por todo el cuerpo?
Él fue directo a matar, una mano ubicada sobre su coño y la otra en su pecho. Ella seguía estando sensible por las atenciones de Simon y el cupping, y le dolía cuando este idiota tiraba de su pezón. Cuando masajeó su clítoris, se encogió ante la seca incomodidad.
Cuando el Maestro Simon anunció:
– Tiempo, -ella dejó caer su cabeza hacia atrás por el alivio.
El Dom le dirigió una mirada fría y se alejó.
El siguiente era aún más joven, veinticinco años, y dulces ojos severos.
Tenía una amplia sonrisa cuando le dijo:
– Mmm, me gusta lo que hace la bomba de vacío.
La besó suavemente, y su mano rozó su pecho. Muy agradable. Ningún dolor en absoluto.
Se inclinó y succionó su pezón. Ella se echó hacia atrás, sólo que no había retroceso contra la incomodidad de la sensación. Su mano le tocó el coño y…
– Tiempo.
– Infierno. Eso no es suficiente. -Se lamió los dedos y gruñó. -Encuéntrame más tarde, dulzura, y continuaremos.
Ella le devolvió la sonrisa, sin prometer nada. Su toque había sido agradable, pero ¿dónde estaba la chispa?
– Mírame a mí. -La voz del siguiente Dom se deslizó dentro de sus pensamientos como un bisturí a través de un Kleenex.
Su mirada se disparó hacia arriba y dentro de los intensos ojos azules. El Dom llamado Jake.
– ¿Dónde está la chica? -Preguntó Rona y se encogió. No hables.
Cuando sus ojos se arrugaron, él le recordó a Simon, sólo que su corazón permaneció estable en lugar de estar dando volteretas. -Una amiga de ella la llevó a su casa. Nos aseguraremos de que todo está bien.
– Oh, bien.
Su gran mano ahuecó su mejilla, y le inclinó la cabeza hacia arriba.
– Eres una hermosa sub, dulzura. Me gustas.
– Tú también me gustas, -dijo ella. Él había cuidado de esa pobres sub con tanta dulzura y…
– Mírame. Sólo a mí, chica. -El Dom con voz… áspera. Sus ojos se encontraron con los de él y fueron capturados. Su mano rozó sobre su pecho, deslizándose hacia abajo de su estómago, y avanzando lentamente hacia su monte. Y se dio cuenta que con cada hombre que la tocaba, disfrutaba cada vez menos.
Su boca se curvó.
– Esto es lo que yo pensaba, -murmuró y se inclinó para decirle en voz baja al oído, -Habría disfrutado burlando a ese precioso clítoris, pero parece que no vas a disfrutar del toque de nadie, excepto del de un Dom determinado.
Ella lo miró con consternación.
– No.
– Oh, sí. -Su mano se deslizó hacia abajo sobre su coño, y ella tuvo que obligarse a no alejarse. Haría esto para ella misma.
– Algunas pequeñas subs disfrutan de una variedad, y algunas sólo disfrutan de hombres especiales. Y algunas quieren sólo a uno. Sólo a su propio Maestro. -Sus dedos acariciaban suavemente su coño mientras apoyaba un brazo en uno de los montantes y hablaba con ella.
Un maestro. Sólo uno. Maestro.
– Debo decir, -dijo en voz baja, como si hablara sólo para sí mismo: -Yo solía pensar así también. Querer sólo a una. Pero lo he hecho, y es… Si no funciona… -Se encogió de hombros, y ella vio el ardiente dolor en sus ojos.
Oh, cariño. Su corazón se apretó. Renunciar al amor…
– No, Jake, sólo porque una vez no funcionó, no debes dejar de intentarlo.
– Tiempo.
Su mano presionó contra su clítoris, aún sin excitarlo, mientras rozaba un beso sobre sus labios.
– Rona, sólo porque una vez no funcionó…, -él le repitió lo mismo a ella, -…no debes dejar de intentarlo.
La mirada que le ofreció se deslizó a través de sus defensas, como el bisturí de un cirujano.
Simon cerró los ojos y suspiró. Si hubiera tenido que observar las manos de Jake sobre Rona durante un segundo más, habría roto algo. Con un buen control, ese algo podría haber sido la mesa, de lo contrario, la mandíbula del bastardo.
Su sub le había sonreído a Jake. Había hablado con él y no se había apartado. Con la mandíbula lo suficientemente tensa como para dolerle, Simon reseteó el pequeño temporizador de cocina y asintió con la cabeza al próximo Dom. ¿Cuánto más de esto él podía soportar?
Pero si ella realmente deseaba variedad, entonces él se encargaría de que lo consiguiera, aunque sus tripas se retorcieran en dolorosos nudos. Ella lo quería, él sabía eso, pero ella debería darse cuenta ahora… o nunca lo haría. Y si encontraba a alguien que la excitara… Simon cerró los ojos ante la puñalada de puro dolor, entonces eso sería todo. Nadie dijo que la vida tenía que ser justa, o que si caías duro por una mujer, ella debería devolver el favor.
Inhaló y se dispuso a sí mismo para aguantar un poco más.