Ahí estás. Simon se detuvo al ver a la mujer que había estado buscando.
Alguien más había capturado a su presa primero y asegurado sus brazos a las cadenas que colgaban de las bajas vigas suspendidas. El Dom, uno de los más jóvenes, le había quitado el vestido y enaguas, dejándola en un corsé, camisa sin mangas y bragas.
Qué hermosa imagen. Bonitas curvas suaves y piel pálida, ojos grandes y una barbilla obstinada.
Sin embargo, para alguien tan completamente restringido, la sumisa había tomado el control de la escena.
– Lamentable, -dijo Xavier, uniéndose a él. El propietario de Dark Haven llevaba una levita como la de Simon sobre un chaleco de cachemira plateado y azul. Muy apuesto, especialmente con su pelo negro trenzado casi hasta el culo.
Simon levantó una ceja a su amigo.
– ¿Conoces a la sub?
– No. Ella no ha estado aquí antes.
¿Entonces por qué le era tan familiar? Simon miró por un momento e hizo una mueca cuando Rona se rió del Dom. Es cierto que tenía una risa adorable, baja, pero el Dom había perdido totalmente el control de la escena. Por la infeliz expresión del joven, él no sabía cómo recuperarlo, si alguna vez lo había tenido. El término "sumiso" no significa necesariamente “pan comido”.
– Le dije a David que se enrede con una sub fácil, -dijo Xavier.
– ¿Es amigo tuyo?
– Tomó una de mis clases para dominantes. No es malo, sólo inexperto.
Xavier se dirigió hacia la escena, pero una camarera lo detuvo, parloteándole acerca de un problema. Él levantó una mano para detenerla, luego se volvió hacia Simon.
– Hazme un favor y rescata a David, ¿quieres? Me reuniré contigo en breve.
Simon escuchó a Rona ordenarle al Dom que busque algo en su bolsa y sonrió.
– Ella es una mandona.
Las cejas negras de Xavier se levantaron.
– Te gusta, ¿verdad? Tal vez no te deba un favor después de todo.
– No, mi amigo, yo te deberé uno. Sin embargo, dado que es nueva en el estilo de vida y en la comunidad, te agradecería una referencia. -Simon le dio una palmada en el hombro y se movió hacia donde él pudiera ser visto pero sin interferir si David optaba por ignorarlo. No es que hubiera alguna escena dinámica que destruir aquí.
David parecía confundido cuando vio a Simon, pero se acercó. La frustración había tensado sus músculos y mandíbula.
– Eres Simon, ¿no?
– Xavier me ha enviado en caso de que no quieras seguir. Conocí a la sub antes, y no me importaría trabajar con ella.
– Infierno, sí. Disfrútala. -El Dom frunció el ceño. -Xavier me advirtió acerca de no ir más allá de mi capacidad. Ahora entiendo lo que quería decir.
– Al igual que cualquier otra cosa, se necesita práctica. ¿Ella tiene algún límite rígido o peticiones?
– Nada de sangre. Nada anal. Quería jugar el resto de acuerdo al momento y eligió “Houston” como palabra de seguridad.
– ¿Cómo “Houston, tenemos un problema”? [5]
David sonrió.
– Síp.
Ella definitivamente tenía sentido del humor. Simon asintió con la cabeza su reconocimiento y volvió su atención a Rona, su expectativa en aumento. Había deseado a esta mujer desde el momento en que ella lo tocó. Era totalmente ilógico, pero en la vida, como en las artes marciales, había aprendido que sus instintos rara vez se equivocaban.
Escuchó a David tomar su bolsa de juguetes y marcharse, pero no prestó atención al enfoque de la sub sobre él. La había atrapado tan hábilmente como a cualquiera de los animales que había cazado en su juventud.
Ella había estado divirtiéndose, girando y balanceándose en las cadenas como una niña, y reprimió su sonrisa.
Mirando hacia arriba, vio a su Dom marcharse.
– ¡Hey! David, ¿a dónde vas? ¡Hey!
Simon dio un paso hacia delante. Lentamente.
Ella lo vio. Sus ojos se abrieron.
Perfecto.
Oh dulce cielos… El Maestro Simon. Cuando Rona lo miró fijamente, la risa se apagó en su interior, y su corazón comenzó con el molesto ritmo acelerado otra vez.
Su negra mirada vagó sobre ella, acariciándola con calor. Su vestido yacía a un lado, pero ella no se había sentido especialmente expuesta… hasta ahora.
Después de dejar su gran bolsa de cuero, el Maestro Simon se quitó la chaqueta y la tiró sobre una silla, quedándose con la camisa blanca y el chaleco. Sus movimientos sin prisas, se quitó los gemelos. Cuando los dejó caer en la mesa con un tintineo metálico, la respiración de Rona se dificultó.
Él giró, subiéndose las mangas y exponiendo sus musculosos antebrazos.
Oh, Crom. Espera, intentó decir, pero nada salía de su congelada garganta.
Lo intentó de nuevo.
– Espera. Tú no eres… yo no… ¿Dónde David… el otro tipo… se fue?
Sus ojos oscuros se clavaron sobre ella mientras se movía hacia delante.
– El otro tipo es un Dom, pero tal vez tú te confundiste y pensaste que él era un sumiso. -El nivel de su tono le enviaba congelados escalofríos por la espalda. -No creo que vayas a cometer ese error conmigo.
– No pienso que…
– Muy bien. -Él cortó directamente su oración. La sensación de su callosa mano ahuecando su barbilla la silenció por completo. -Pensar es mi trabajo, no el tuyo. Tu palabra de seguridad es "Houston". Úsala si algo, mental o físicamente, se vuelve demasiado para ti.
Ella consideró gritarla y respiró.
Su mandíbula apretada le quitó esa idea instantáneamente.
– No juegues conmigo, mascota, -le dijo en voz baja.
Ella sacudió la cabeza. Yo no. No, nunca.
– Me gusta esa inocente mirada sumisa. -Su mirada pasó por encima de ella. -De hecho, me gusta verte en las cadenas.
Sus palabras la hicieron consciente de sus limitaciones, y un temblor de miedo se unió al calor en su vientre.
Él ahuecó su mejilla, su gran mano desconcertantemente suave. -No, no te asustes. Sólo vamos a hablar. Primero quiero que conozcas a alguien.
El Maestro Simon miró a un hombre de pie a un lado y le indicó que se acerque. También con un formal traje victoriano, el otro hombre tenía un color ligeramente más oscuro que el de Simon.
Y a medida que la atención de ellos se centraba en ella, se sentía como un ratón atrapado en un festival de felino.
– Um. ¿Hola?
Los labios del Maestro Simon se arquearon.
– Rona, este es el Maestro Xavier, el dueño de Dark Haven. Los sumisos aquí lo llaman "mi señor".
Su reacción inicial… tienes que estar bromeando… murió ante la falta de expresión en los oscuros y tranquilos ojos de Xavier.
– Es un placer conocerte, Rona, -dijo el maestro Xavier, su voz tranquila, pero fácilmente de escuchar sobre los innumerables ruidos.
– Encantada de conocerte. -Me encanta conocer gente estando parada con mi ropa interior.
– Ya que estamos inmersos en el siglo XIX, esta noche, quiero presentarte formalmente al Maestro Simon. -Parpadeó una sonrisa en los labios de Xavier. -Él es muy conocido en la comunidad BDSM, tiene una reputación impecable como Dom. Y yo lo considero mi amigo.
La deliberada añadidura de la última parte le decía que Xavier no ofrecía su amistad a la ligera.
– Um. -Ella miró hacia arriba a Simon. Una arruga apareció en su mejilla como si encontrara a su desconcierto divertido. Patearlo podría ser satisfactorio… si él no fuera el dueño de un flogger. -Gracias, Xa-uh, mi señor. Agradezco la información.
Xavier asintió y se alejó. Ninguna conversación frívola para él.
Y la dejó con el Maestro Simon. La sensación de hundimiento en su estómago no había mejorado.
– ¿Disfrutaste tu recorrido, muchacha? -Le preguntó cortésmente.
Muchacha. Su abuelo de Glasgow la había llamado así, pero viniendo de este hombre completamente seguro, la hizo sentir divertida… joven e insegura. Y linda.
– Sí. Es un lugar interesante. -¿Él quería tener una conversación normal con ella estando aquí en las cadenas?
– ¿Has probado antes el BDSM? ¿En casa, tal vez?
Pensándolo bien… volvamos a la normalidad. Sus manos se apoderaron de las cadenas.
– No. Nunca.
Acarició con un dedo a través de la nuca de su cuello, justo debajo de su moño. -Entonces te daré tu primera lección.
– Pero… ¿por qué? ¿Por qué yo? -Cada mujer que pasaba caminando cerca de este hombre dirigía miradas anhelantes a su manera. Yo no soy joven. Ni delgada. Ni hermosa.
– Tú, muchacha, tienes un problema de auto-imagen.
Bueno, eso podría ser un poco cierto, pero también había un espejo. No era que ella fuese fea, era que la competencia era demasiado hermosa. Y joven.
– Simon, yo…
Sus ojos se entrecerraron, y su interior se derritió como un helado en un día de sol.
– No creo que quiera que me llames Simon. No en el club o cuando estés restringida… o en mi cama.
La oleada de excitación ante la idea de estar en su cama, fue todo el camino hasta la punta de sus pies. Y él lo había hecho deliberadamente, ¿no? Ella contuvo el aliento.
Mantén la cabeza en el juego.
– ¿Qué te gustaría?
– Puedes llamarme “Señor” o “Maestro Simon” -Él pasó los dedos por su mejilla. -Creo que a ti te permitiría simplemente “Maestro”.
¿Maestro? No, eso sonaba muy exagerado. Ella sacudió la cabeza.
– Oh, creo que lo harás -murmuró. -Ahora hablemos de lo que veo cuando te miro.
Oh, eso no.
– En primer lugar, no tienes… veinte o incluso treinta años. -Casi distraídamente, le quitó una de las horquillas que sostenía el moño en su lugar, ignorando su ceño fruncido, y quitó otra.
– Pero me gusta una mujer con alguna experiencia de vida, una que no esté a merced de sus emociones, y para quien una fecha olvidada o un argumento no constituya el fin del mundo.
Recordando la última crisis de su hijo Eric, cuando su nueva novia lo había dejado plantado, Rona se echó a reír.
– Ahora. Eso es hermoso, -dijo Simon. De alguna manera el calor en sus ojos se deslizó directamente dentro de su cuerpo. Él pasó una mano por la parte superior de su brazo y lo apretó suavemente. -Creo que los músculos de una mujer son hermosos, pero me gusta la suavidad en mi cama. Y debajo de mí.
Todo lo que decía enviaba una necesidad más urgente encrespándose a través de su cuerpo, y ella bajó la mirada.
– Bien. -Santo cielo, ¿cuando había llegado a ser tan incapaz de expresarse? Ella hacía posible las reuniones plenarias de médicos, por el amor de Dios. Enderezó sus hombros y le dirigió una mirada a su mismo nivel. -Me complace que tu…
– Sí. -Él le sonrió. -Sí, esto es exactamente a lo que me refiero por experiencia. No te encoges fácilmente. -Otra horquilla se deslizó fuera de su cabello. -Rona, es tu elección, pero me gustaría introducirte con cualquier elemento del BDSM que te interese.
El hombre era suave y peligroso, justo como ella había pensado. Pero, oh, tan tentador. Sus ojos bajaron a la bolsa de cuero de él llena de… cosas, y un escalofrío recorrió todo su cuerpo. ¿Dejarlo hacer… algo?
Sus labios se curvaron.
– Ah, ahora eso fue un sí. -Quitó la última horquilla, y su cabello rubio oscuro cayó sobre sus hombros en un lío ondulado. Metió sus horquillas en el bolsillo de su chaleco y pasó los dedos por su pelo. Cada pequeño tirón enviaba hormigueos por la espalda. -Hablaremos, y tú puedes decirme lo que te gusta.
– Uh-huh. -¿Contarle sus fantasías? No iba a pasar.
Se detuvo, y su dedo debajo del mentón le levantó la mirada a la de él.
– Rona, la primera regla en una relación de Dom-sub: compartes tus pensamientos, abierta y honestamente, sin esconder nada.
– Yo no te conozco.
– Es cierto. Pero has oído que soy de confianza. Te sientes atraída por mí. ¿Puedes confiar en mí lo suficiente como para compartir lo que encontraste interesante en el club hasta ahora? ¿Es eso mucho pedir?
Ella no se había sentido tan acorralada desde que las enfermeras habían irrumpido en su oficina con un lanzamiento de instrumentos de cirujano.
– No. Yo puedo hacer eso.
– Excelente. Teniendo en cuenta tu posición actual, obviamente, encuentras que el bondage y la escena pública son aceptables. -Puso la mano en su nuca, el pulgar curvado alrededor del lado de su cuello. Sus penetrantes ojos enfocados en su rostro. -El BDSM incluye otros placeres. Como la flagelación.
¿Cómo le había hecho a esa mujer?
La risa formó líneas al lado de su boca profundamente.
– Tu pulso se aceleró. Excelente.
– Flagelación.
Ella se acobardó. Anteriormente, ella había visto a un Dom usar un látigo largo para crear horribles rayas rojas en su víctima.
– No.
– Común y corriente, el culo al aire, azotes con las manos desnudas.
Ella tragó saliva ante la idea de estar sobre las rodillas de un hombre… del Maestro Simon.
Su lista de fantasías definitivamente necesitaba revisión.
– Um, tal vez.
– Así que todo, excepto el látigo. -Él asintió con la cabeza. -Luego está la cera caliente. -Hizo una pausa. -Perforaciones.
¿Agujas? ¿Para divertirse? Infierno, no. Ella trató de apartarse, y su mano se apretó en la parte posterior de su cuello con firmeza.
– Tranquila, muchacha. Yo diría que la cera es un tal vez, pero las perforaciones es un no rotundo. ¿Es eso correcto?
¿Él leía a todo el mundo tan fácilmente o sólo a ella? Asintió con la cabeza.
Sus ojos se arrugaron, y luego le rozó la boca con la suya. Sus labios se demoraron, firmes y aterciopelados, y sin ningún pensamiento por su parte, ella inclinó la cabeza hacia atrás por más.
– Eres una dulzura, -murmuró él y le tomó la cara entre las manos, sosteniéndola mientras su boca instó a la suya a abrirse. La besó despacio. Profundamente.
Minuciosamente.
Con las muñecas restringidas, ella estaba a su merced, y la comprensión envió expectativa zumbando a través de su sistema.
Él levantó la cabeza para mirarla durante un largo rato, luego sonrió y la besó de nuevo hasta que cada gota de sangre se acumuló en su mitad inferior. Su cuerpo palpitaba por más.
Él se movió una fracción de centímetro hacia atrás y le acarició la mejilla.
– ¿Dónde me detuve? Ah, hay una variedad de juguetes para divertirse… como un consolador. Un vibrador. Un tapón anal.
Sólo la idea de que alguien utilice esas cosas sobre ella la hizo estremecerse.
– Tal vez.
Uno de los lados de la boca de él se curvó hacia arriba en una sonrisa.
– Eso fue más que un “tal vez”, muchacha. ¿Alguna vez has utilizado un tapón anal?
Su parte trasera se tensó, pero con las manos encadenados sobre su cabeza, no podía cubrir… nada.
– No.
– Estoy ansioso por ver tu reacción. ¿Has visto el cupping [6] antes?
Oh, ella definitivamente había visto eso.
– Sí. -Su voz salió ronca.
Él levantó una ceja.
– Interesante. ¿Y donde más crees que un Maestro puede aplicar esas tazas?
El Dom las había puesto sobre el trasero de su sub, pero ella las había imaginado en los pezones o incluso… en su clítoris. Una ola de calor rodó en su rostro, tan inevitable como el sol de verano.
Él se rió entre dientes.
– Disfrutaré de eso casi tanto como tú.
– Yo no he dicho que sí. -No lo hizo, maldita sea.
– No tenías que hacerlo. -Él agarró la cinta de la parte superior de su camisa y la abrió. Sus pezones se fruncieron.
– ¿Qué tal los juguetes electrónicos?
Demasiado consciente de la calidez de su mano justo por encima de sus pechos, ella trató de concentrarse en lo que él había preguntado.
– ¿Juguetes electrónicos? -Negó con la cabeza, luego recordó que la unidad TENS [7] había utilizado un quiropráctico en su dolor de espalda. ¿Podrían esos electrodos colocarse en otro lugar? Su vagina se apretó, haciéndola consciente de lo húmeda que se había puesto.
– Oh, sí. -El brillo en sus ojos hizo que su estómago se retuerza incómodo.
Tragó saliva.
– ¿Por qué tantas preguntas para una sola vez?
– Siempre hay otra vez, mascota. Una pregunta más. -Él estudió su cara mientras corría los nudillos hacia abajo de la división de su camisa ahora expuesta, y cuanto más cerca su mano llegaba a sus pechos, los pezones más se apretaban. -¿Y el sexo?
¿Sexo? Se quedó sin aliento. ¿Sexo con él? Cada célula de su cuerpo saltó a la vida, agitando pompones, y animándose. Ella bajó la mirada hacia su cintura, a… Levantó la vista hacia arriba a toda prisa. ¿En qué estaba pensando?
– Oh no. No lo creo.
– Entonces, por esta noche, utilizaré sólo mis manos. -No hizo una pregunta.
– Uh… -Ella asintió con la cabeza. Las manos parecían lo suficientemente seguro. La idea de que él la tomara, que estuviera dentro de ella… No estaba preparada para esa intimidad. No podría estar lista para esto tampoco.
– Muy bien, -dijo suavemente. -Vamos a comenzar. -Él caminó a su alrededor, y ella realmente podía sentir su mirada acariciando sobre su cuerpo apenas vestido. -Te ves hermosa en ropa interior victoriana, mascota, pero están en mi camino. -Sin pedirle permiso, le desabrochó el corsé, ganchito a ganchito, y lo arrojó sobre una mesa cercana, dejándola con la camisa y las bragas.
Para su sorpresa, corrió sus fuertes manos sobre sus costillas y luego masajeó los dolorosos surcos del corsé. Ella gimió por el alivio.
– Gracias.
Su sonrisa brilló, un momento de sol en la rigidez de su rostro.
– He oído que son incómodos. -Estirándose hacia arriba, desenganchó su muñeca derecha y le bajó el brazo.
Cuando recogió su camisa hacia arriba, se dio cuenta de que él pensaba sacársela por la cabeza, dejando sus pechos al descubierto.
Tenía un brazo aún encadenado, y su instintivo retroceso no llegó a ninguna parte.
Él arqueó las cejas.
Con el otro Dom, David, ella se había sentido a cargo. No con el Maestro Simon. Señor, ni siquiera hablaba, se limitaba a mirarla, y su desafío rezumaba a la distancia. Dejó escapar un bajo suspiro.
– Buena chica, -dijo, su voz tan suave como una caricia. Después de que ella deslizara su brazo afuera de su camisa, le tendió la mano, la palma hacia arriba.
Ella no pudo moverse por un segundo. ¿Quería que él le encadenara la muñeca otra vez?
Su estómago se agitó en un terremoto interno. Y luego puso su mano en la suya.
La aprobación calentó sus ojos.
– De esto se trata la sumisión, Rona, -le dijo al tiempo que abrochaba su puño a la cadena sobre su cabeza. -Puedo doblegarte con bastante facilidad, pero eso es abuso. En dominación, el único poder que ejerzo es el que tú me das libremente.
Después de repetir el proceso con el otro brazo, tiró de la camisa sobre su cabeza, dejándola desnuda de cintura para arriba.
Cuando la frescura rozó sobre sus pechos, ella miró a su alrededor. Oh Señor, dos Doms y sus subs se habían detenido a observar. Un rubor caliente subió por su cara. ¿Qué estaba haciendo aquí, dejándose desnudar?
– Mírame, mascota.
Su mirada volvió a él, y él se la sostuvo hasta que todo lo demás se esfumó, excepto sus ojos oscuros. La estudió por un largo rato hasta que sus músculos se agarrotaron por la expectativa. Luego ahuecó un pecho con cada mano.
Oh Crom. El placer se precipitó a través de ella como un maremoto. Sus pezones que ya habían estado duros, ahora se apretaron hasta el dolor.
– Tienes unos pechos adorables, Rona. -Hizo una pausa y entonces frunció el ceño. -La respuesta correcta a un elogio es “gracias, señor”.
– Gracias, señor -susurró. Sus suaves pellizcos en ambos pezones la hacían querer alejarse por la vergüenza y sin embargo empujar hacia adelante por más. Y ella había creído estar húmeda antes, ahora estaba empapada.
Como si hubiera escuchado su pensamiento, él puso la bota entre sus pies descalzos y le empujó las piernas abriéndolas.
– ¿Tus bragas son tradicionales?
Cuando pasó un dedo sobre su piel descubierta, justo por encima del elástico de la cintura, los músculos de su estómago se estremecieron.
– ¿Tradicionales?
– ¿Sin entrepierna? -Puso la mano entre sus piernas, justo encima de su coño expuesto.
Se quedó sin aliento.
Su sonrisa blanca brilló en su rostro bronceado.
– Me encanta la precisión histórica. -Pasó un dedo relajadamente a través de sus pliegues húmedos, de ida y vuelta, sin tocar nunca el lugar que latía enloquecidamente. Mientras su cabeza le daba vueltas, comenzó a arrastrar sus rodillas juntándolas y obtuvo otra de esas miradas que había empezado a reconocer.
– No te muevas, mascota, o voy a restringir tus piernas también.
Ella se congeló.
Sus muslos temblaban incontrolablemente mientras sus dedos la exploraban aún más íntimamente, rastreando sobre su clítoris, alrededor de su entrada. Cuando empujó un dedo suavemente hacia adentro, se levantó en puntas de pie, ahogando el gemido en su garganta.
– Muy hermosa, -murmuró, y oyó la aprobación en su profunda voz a través del silbido de su pulso en sus oídos. Su dedo fue más profundo dentro de ella, y la otra mano le tocó el pecho, tirando suavemente del pezón.
Oh Crom. Una pura y enloquecida necesidad barrió sobre ella como una avalancha. Cuando el pulgar presionó sobre el clítoris, todo retrocedió, salvo la sensación de sus manos sobre ella. Sus ojos se cerraron mientras su interior se contenía.
– No, todavía no, cariño, -dijo. Su toque se detuvo. -Te quiero sobre el borde cuando te muestre el dolor.
Sus ojos se abrieron ampliamente. ¿Dolor?
El flogger que sacó de su bolso no parecía el mismo que había utilizado antes, pero igual… el mango cubierto de cuero, múltiples contundentes tiras de gamuza.
– ¿Vas a azotarme? -Su voz temblaba.
Los ojos oscuros brillaban con diversión.
– Oh, creo que sí. -Pasó el flogger por encima de sus piernas, su estómago, y burló las suaves tiras colgantes sobre sus pechos hasta que los picos dolieron. El olor del cuero llenaba el aire mientras él lo rozaba ligeramente arriba de sus brazos y debajo de su espalda, continuando hasta que su piel se puso tan sensible que cada pequeña caricia enviaba una pulsación excitante a través de ella. El flogger le rozó el culo, y luego las tiras se voltearon a través de su trasero en el primer golpe.
Ella saltó. Pero no dolió, ni siquiera picó. En cambio los extremos se clavaron en su piel como diminutos martillos. Más toques parpadeantes se deslizaron por sus piernas y hacia el frente. Como pestañas golpeando lentamente hacia arriba de sus muslos, su corazón comenzó a latir con fuerza. Ella juntó las piernas.
– Quédate en esta posición, o encadenaré tus tobillos, mascota. -Ningún enojo, sólo una declaración.
Movió las piernas hacia afuera. Un poco. Captó la expresión de sus ojos y las abrió completamente, dejando su coño peligrosamente vulnerable a esas tiras. Un estremecimiento pasó por ella. ¿Por qué no usaba esa palabra de seguridad que él le había dado?
Pero su intensa mirada la mantuvo en su lugar. Y también lo hizo la forma en que ella se sentía… increíblemente excitada… cada nervio vivo y cantando con entusiasmo.
Se metió el mango del flogger en su cintura y se acercó.
– Estás siendo una buena chica.
Sus manos ahuecaron sus pechos, sus pulgares rodearon los pezones hasta que el flujo de electricidad fluyó directamente a su clítoris. Su expuesto clítoris. La posición abierta de sus piernas sólo rogaba por su toque. Sus caderas se inclinaron hacia adelante, y se mordió el labio, avergonzada. Ella no era así, nunca había rogado por nada. Nunca. Y sin embargo… Por favor, tócame.
Él movió una mano a su coño, deslizándola a través de su humedad. Cuando su dedo rastrilló sobre su clítoris, ella jadeó por la pura necesidad. Pero el dedo se alejó, reunió la humedad, y luego trazó círculos sobre su clítoris. Vueltas y vueltas.
La presión se acumuló en su interior, y todo se apretó, rogando sólo por un poquito más. Ella gimió.
– Adorable, -murmuró y se alejó. Antes de que ella pudiera gemir una protesta, el flogger la azotó otra vez, arriba y abajo de sus piernas, adelante y atrás, y luego sobre su trasero, y una picadura se unió a las entorpecidas sensaciones. No lastimando, no realmente. Sobre sus hombros ligeramente y sus caderas, los impactos eran en círculos, y cada vez, las tiras aterrizaban un poco más fuerte.
Todavía no dolía, exactamente, pero hubiese preferido tener las manos de él sobre ella.
Sus ojos se estrecharon. -Ahí está esa mente tuya, distrayéndote. Definitivamente necesitas un poco más.
Ella contuvo la respiración, esperando que él la tocara. Asombrándose de cómo sus inhibiciones habían desaparecido.
Sonriendo ligeramente, él puso el flogger al lado de su bolso y sacó un collar de cuero, tan ancho como su mano.
¿Un collar? ¿Qué tipo de "más" era esto?
Él lo ubicó alrededor de su cuello, ajustando su barbilla para que descanse en una pequeña muesca, y lo abrochó. Luego se puso de pie delante de ella, acariciando su mejilla. Esperando.
No lo había fijado demasiado ajustado, y sin embargo, cuando ella trató de moverse, se dio cuenta de que le levantaba la barbilla y le impedía mirar alrededor o hacia abajo. Un destello de pánico pasó por ella y murió ante la persistente mirada de sus ojos.
– No te abandonaré, cariño. Si cualquier cosa te molesta demasiado, utiliza tu palabra de seguridad. ¿Entendido?
Ella trató de asentir con la cabeza y no pudo.
Sus ojos se estrecharon.
– Di: “Sí, señor”.
– Sí, señor.
– Bien. Ahora sólo quédate quieta mientras me divierto.
¿Qué significaba eso? Sus manos se curvaron en puños mientras él se arrodillaba. Con la barbilla levantada por el collar, no podía verlo. Hijo de puta. Sin embargo, la excitación en su cuerpo subió otro escalón mientras esperaba por su toque. Tenía que esperar, no podía hacer nada más.
Escuchó un murmullo, sintió las manos sobre su coño, y maldita sea, se sentía tan bien, sus manos inflexibles haciendo cualquier cosa que él quisiera. Abrochó algún tipo de arnés alrededor de sus muslos y su cintura. Bueno, eso no era tan malo, pero entonces algo empujó hacia arriba dentro de ella. Algo frío. Duro. No sus dedos.
– ¿Qué estás haciendo? -Su voz temblaba.
– Cualquier cosa que quiera, cariño. -Roció un líquido por su coño, húmedo y frío, y ella saltó. Sintió un pinchazo sobre su clítoris, que no manifestó. No era doloroso, pero… sí desconcertante. Unos pocos sonidos de broches y luego tiró ligeramente del arnés. -Estoy ajustando todo para que se mantenga en su lugar.
¿Qué tenía que mantenerse en su lugar? Ella palpitaba por la presión de lo que fuera que estaba en su interior y por lo que fuera que estaba sobre su clítoris. ¿Qué estaba haciendo?
Cuando se levantó, tenía un micrófono en su cuello y una caja… ¿una caja de control?… sujetada en la cintura.
Antes de que ella descubriera lo que significaba esa combinación, él pasó sus manos firmes sobre ella, acariciando su piel, ahuecando sus pechos, haciendo que el calor creciera en ella nuevamente. Sus labios se ubicaron sobre los suyos, y tomó un largo beso. Dios, él sabía besar. Su cuerpo se relajó… y se calentó.
Él se retiró, sonriéndole a los ojos, y luego movió un interruptor en la caja.
Algo comenzó a golpear sensaciones sobre su clítoris y dentro de ella. Como diminutos martillos. Ella se sacudió, los ojos muy abiertos.
– ¿Qué es eso?
– Te lo mostraré en un segundo. Tu único trabajo es hacerme saber si algo llega a ser incómodo. -Puso un dedo en su barbilla y le dirigió una mirada sin concesiones. -De lo contrario, no quiero oírte hablar. ¿Soy claro mascota?
Ella se puso rígida aún derretida por dentro ante su voz baja y resonante y la autoritaria mirada en sus ojos.
– Sí, señor.
A medida que los golpecitos aumentaban… de alguna manera diferente a un vibrador, más adentro que afuera… su clítoris se apretaba hasta que lo sentía como si fuera a estallar. Todo allí abajo se enroscaba, dolorido por más, y no era suficiente. Ella sofocó un gemido. Y se dio cuenta que él se había alejado unos pasos para estudiar sus reacciones.
Él asintió con la cabeza.
– Perfecto. -Y entonces su flogger le golpeó los muslos. La sensación agregada conmocionó a través de ella y zumbó directamente a su clítoris. Sus piernas se tensaron, y ella se sacudió. Él no se detuvo. Las tiras de cuero golpearon ligeramente arriba de su espalda, y cada golpe hacía que la ardiente necesidad en su coño empeorara, demasiado.
Ella cerró los ojos, inundada por las sensaciones.
Él atacó su trasero, la parte de atrás de sus muslos.
– Rona.
Con su palabra, el cosquilleo en su clítoris aumentó en fuerza y velocidad, y ella gimió incontrolablemente.
Un segundo después el golpeteo disminuyó. El flogger no lo hizo.
– Rona. Mírame.
Una vez más, las vibraciones se intensificaron durante unos segundos. Ni de cerca lo suficiente.
Y el flogger nunca se detuvo, tejiendo un hechizo sensorial a su alrededor. Arriba de sus piernas, casi tocando su coño.
Oh Dios, sólo un poquito más. Tenía las manos cerradas en puños, y su cuello arqueado.
– Mí-ra-me.
Una vez más, los golpecitos se fortalecieron, acelerándose, y la ardiente ola de excitación en su interior y a través de su clítoris casi la hacen llegar, pero entonces las vibraciones disminuyeron. Se obligó a abrir los ojos.
Su sonrisa brilló en aquel rostro cincelado.
– Esa es una chica.
Su espalda se arqueó cuando el salto de las sensaciones sopló a través de ella otra vez. A medida que disminuían, ella se quedó mirando el micrófono abrochado en su camisa. Oh, Crom. Él podía cambiar la intensidad de las vibraciones con su voz… con el control de sonido.
El flogger la golpeó más duro, cada golpe un dolor intermitente que picaba y enviaba más urgencia a través de ella hasta que cada nervio parecía tragado por la necesidad.
Pero ella no podía, no podía llegar. Ella gimió.
– Oh, por favor…
Él se rió entre dientes, y sólo esa pequeña cantidad de sonido disparó a través de ella como si hubiera pinchado su clítoris.
Sus manos se apretaron cuando sobrevoló por el borde, el dolor y el placer enrollándose juntos tan afianzadamente, que ella simplemente podría morir.
– Muy bien, cariño, -murmuró.
Oh, Dios, la tocó con sus palabras. El sudor corría por su espalda mientras se tensaba hacia el clímax que no podía alcanzar.
Y luego dijo en voz alta, oh muy alta:
– Déjanos oír tus gritos, mascota. -Las vibraciones se volvieron exquisitamente poderosas por dentro y a través de su clítoris, y su flogger azotó a través de sus pechos.
Ella explotó, ola tras ola de ardiente placer fluyendo a través de cada nervio de su cuerpo, temblando como si fuera una muñeca de trapo. Sus piernas simplemente colapsaron.
– Muy bien, -dijo, y el sonido dio inicio a más vibraciones. Cuando los intensos espasmos impactaron a través de ella, no podía moverse, no podía hacer otra cosa que sentir la repercusión de cada onda. Cuando finalmente se detuvieron, colgaba floja de las cadenas, su mente abrumada. Satisfecha. Aturdida.
Apenas lo registró a él quitándole todo, desabrochando el arnés de sus muslos, luego su collar. Demasiado pesada para mantenerse erguida, su cabeza estaba apoyada sobre el brazo encadenado.
– Sostente otro minuto, muchacha. -Él desencadenó sus muñecas y la agarró por la cintura cuando ella se hubiera ido directamente al suelo. Un segundo más tarde su cerebro penetró en el remolino de montaña rusa. Ella parpadeó con asombro… ¿él me está acarreando?… Y vio las venas de su cuello y su dura mandíbula. Fuertes brazos la sostenían contra su pecho sólido, y el olor de su colonia sutilmente almizclada la rodeaba.
El desconcertante sentido de fragilidad se mezcló con la maravillosa sensación de ser apreciada.