El lunes por la noche, Molly dejó el teléfono móvil en el mostrador. Como había aprendido en los últimos años, la vida no era sino una sorpresa constante, pero no sabía qué deducir de todo aquello.
– Por la cara que tienes, todavía no has tenido noticias del médico -dijo Dylan.
– No, pero había otro mensaje de mi jefe.
– ¿Todavía quiere que vuelvas?
– Sí -frunció el ceño-. Al parecer, es muy importante para ellos. Me está ofreciendo un salario inicial mayor y un despacho más grande.
Dylan se estiró en su silla y le sonrió.
– Genial. Si aguantas un poco más, podrás sacarles unas cuantas acciones.
Molly cruzó el suelo de linóleo y se sentó en su silla. Estaban en la pequeña mesa en el rincón de la cocina. Apoyó la barbilla en las manos y lo miró.
– Eso es lo extraño. No digo que no hiciera un buen trabajo, al contrario. Dirigía un departamento importante y lo tenía siempre todo organizado. Trabajaba para conseguir los mejores tratos y los créditos más beneficiosos para ellos. Pero no es como si fuera la directora de ventas y después de haberme ido estuvieran perdiendo a sus mejores clientes. Mi trabajo es sólo interno.
– ¿De qué te quejas?
– No me quejo, sólo estoy confundida.
– Las empresas suelen precipitarse cuando compran una compañía más pequeña. Supongo que el viejo Harry despidió a demasiada gente y ahora está tratando de recuperar a algunos de ellos. Es evidente que te considera valiosa para la compañía.
Los argumentos de Dylan tenían sentido. Harry había estado muy presionado cuando se produjo la fusión y ella misma había preparado una memoria sobre los beneficios de esperar a ver cómo el negocio se vería afectado por el cambio de propiedad antes de empezar a prescindir de personal. Harry le había dado las gracias por su opinión y luego había tirado el documento a la basura. Al parecer, al final, había tenido que leerlo.
– Es muy agradable volverse popular de repente -sonrió.
– Apuesto a que sí. ¿Qué vas a hacer?
– No lo sé. De momento, nada. Tal vez vuelva, pero no voy a tomar ninguna decisión hasta que no tenga noticias del médico.
– Me parece sensato -le dijo Dylan mientras deslizaba un dedo por su antebrazo.
Le gustaba cómo trataba de fingir que todo saldría bien. Con Dylan no le importaba hablar de sus miedos, ni demostrar que estaba asustada. A veces él le decía que también tenía miedo, otras se limitaba a abrazarla.
– Me he prometido a mí misma no arrepentirme de nada -le dijo-, y no quiero olvidar esa lección. Aunque las noticias del médico sean buenas, no quiero volver a mi vida de antes. Apostaba por lo seguro en todo y sólo vivía la vida a medias. Merezco más que eso.
– No tengo ninguna duda de que vas a empezar a dar guerra.
Su expresión corroboraba sus palabras. Dylan creía en ella y en su capacidad de cambiar y ésa era sólo una de las miles de razones por las que lo amaba. Y lo amaba de verdad. Y ese amor era lo mejor que tenía, porque le hacía desear arriesgarse y vivir la vida. De repente, se enderezó y puso las manos sobre la mesa.
– Ya basta de hablar de mí. ¿Qué me dices de esa oferta? Todavía no puedo creer que alguien de tu oficina viniera aquí en coche para traértela.
Dylan pasó el dedo por el fajo de hojas que había llegado durante su almuerzo.
– No lo sé. Tiene buena pinta. Mi abogado dice que estaría loco si no acepto. Hay varias razones por las que aceptar y muy pocas por las que rechazarla.
– ¿Pero? -lo instó Molly.
– Dímelo tú -Dylan se encogió de hombros-. Los números están bien. Mis empleados tienen garantizado el trabajo durante cinco años. No hay motivo para rechazar la oferta.
– Claro que la hay. Debe de haber varias, si no, no te lo estarías pensando tanto. ¿Cuánto control mantendrás?
– Dirigiré la sección encargada del diseño. Cualquier innovación les pertenecerá y podrán aplicarla a sus motos.
– Es decir, que perderás el derecho de patente, ¿no?
– Claro, pero eso es normal en la industria. Si uno inventa algo como empleado de una compañía, la invención les pertenece a ellos. Después de todo, estás utilizando sus recursos, sus locales, y ellos te pagan por tu tiempo.
– ¿Eso te molestaría?
Reflexionó durante un par de minutos.
– Creo que no. He tenido que dejar unas cuantas ideas aparcadas por falta de tiempo. Me ocupo de muchas cuestiones del día a día que me quitan horas y no tengo tanto capital como necesitaría, o si lo tengo, creo que lo emplearía en otras cosas. Si vendo la empresa, tendría un presupuesto de diseño generoso y no tendría que preocuparme mucho por hacer la nómina.
– También tendrías seguridad económica para el resto de tus días.
– Eso también cuenta -dijo, y se recostó en su silla, maldiciendo en voz baja-. A veces me gustaría simplemente echar una moneda al aire.
Molly lo miró. Su pelo negro brillaba bajo la luz de la lámpara del techo. Era el hombre más atractivo que había conocido. Sabía que estaba realmente sentada detrás de aquella mesa con él, y que hablaban de algo importante y que él valoraba su opinión. También sabía que más tarde irían al dormitorio y harían el amor. Dylan la besaría y la abrazaría, tocándola de formas que nunca había imaginado.
– Dime qué te parece. ¿Qué harías tú en mi lugar? De verdad, quiero saberlo. No sólo porque tienes buena cabeza para los negocios, sino porque sé que realmente te preocupas por mí.
Sus dos cumplidos la emocionaron. Apoyó los codos sobre la mesa y se inclinó hacia él.
– Al final se reduce a elegir entre la seguridad económica y la libertad profesional. ¿Qué es más importante para ti?
– Las dos me parecen bien.
– Siempre has sido un espíritu libre -le recordó-. ¿Crees que podrás renunciar a tu libertad?
– Todavía no tengo la respuesta a esa pregunta -extendió el brazo y tomó la mano en la suya-. Pero gracias por escucharme -le dijo-. Eres una buena amiga.
Había algo en sus ojos. Algo que, si pudiera apostar, habría dicho que era afecto, afecto amoroso. Pero no estaba segura y no se atrevía a preguntar. Tampoco se atrevía a hablarle del amor que la embriagaba. Amor por él. Así que reprimió el sentimiento y las palabras. Tal vez llegaría el día en el que tendría valor para ser sincera. Pero todavía no.
Dylan se enjabonó lentamente bajo la ducha y luego se aclaró el champú del pelo. Era la primera ducha que tomaba solo en varios días y echaba de menos la presencia de Molly. Sin embargo, él había sido el único que había cortado leña después de la cena, así que era el único que había sudado. Molly se había ofrecido a frotarle la espalda, pero había declinado su oferta. Iban a sentarse junto al fuego y a ver una película que habían alquilado. Estaba decidido a pasar un par de horas sin llevarla a la cama. No quería que pensara que era lo único que le importaba.
Sus pensamientos derivaron a la conversación que habían mantenido antes sobre su negocio. La oferta de compra era generosa. Cuando sumaba los pros y los contras, le parecía sensato vender, pero algo en su interior hacía que se resistiera. Recordó lo que Molly había dicho, que no trabajaría bien para otra persona, y eso era algo que debía pensar muy seriamente. Si no tenía autonomía, tal vez acabara detestando su trabajo. No quería vivir así.
Molly lo conocía bastante bien. De hecho…
La puerta del baño se abrió de golpe.
– ¡Dylan! -gritó Molly, y luego apartó a un lado la cortina de plástico para meterse en la bañera con él-. ¡Dylan! ¡He llamado, he llamado!
Estaba riendo y llorando y abrazándolo con tanta fuerza que no podía respirar. Se había empapado de pies a cabeza. Lo besó en los labios y, entonces, comprendió.
Se sintió lleno de gozo. Era como si la cuerda que habían tensado alrededor de su pecho desde que había sabido que le habían extirpado un bulto del pecho se hubiera soltado sola. La estrechó con fuerza, dando vueltas con ella de pie en la bañera.
– Has tenido noticias del médico.
Molly lo miró y asintió. El pelo húmedo le caía por la espalda y la camiseta se adhería a sus senos. Sonreía de oreja a oreja.
– Ni siquiera sé por qué he llamado. Lo había hecho hace un par de horas, ¿recuerdas? Fue como si alguien me hablara al oído y tuviera que llamar. Mi médico había dejado un mensaje hacía diez minutos. El bulto era benigno. No era cáncer ni nada por el estilo. ¿No es estupendo?
Era un regalo del cielo.
– Maravilloso -dijo Dylan, y la besó.
El agua siguió cayendo sobre ellos. Dylan entreabrió los labios y Molly hizo lo mismo, luego profundizó el beso. Sabía tan dulce como siempre. Cálida y accesible.
Estaba bien. El mensaje llegó a su cerebro y lo liberó de su miedo. No iba a perderla, no iba a morir en cualquier momento. La garganta se le cerró y los ojos le escocieron. No sabía si el agua en las mejillas era de la ducha o de las lágrimas de alegría, pero no le importaba. Molly estaba sana y salva.
El agua empezó a enfriarse. Dylan cortó el beso y cerró el grifo.
– Será mejor que te quites esa ropa mojada -le dijo.
– Lo siento -rió Molly-. No pretendía interrumpirte la ducha.
– Lo hiciste, pero me alegro -le tocó la mejilla-. Me alegro por todo.
– Yo también. Dylan, ¿sabes lo que esto significa? Tengo una segunda oportunidad. Te juro que no voy a volver a la vida patética que llevaba antes. Juro que será diferente.
– Te creo -le dijo Dylan, contemplando su mirada intensa.
Molly se quitó la ropa mojada y se envolvió en una toalla.
– ¿Te importa que haga una rápida llamada a Janet? Ella también ha estado preocupada.
– Adelante.
Salió corriendo del cuarto de baño y en un par de segundos oyó su voz alegre, seguida de risas. Se sentía tan feliz por ella. Era lo que se merecía… Había recuperado su trabajo y tenía una segunda oportunidad para hacer las cosas bien. Muy pocas personas la tenían.
Se secó con la toalla. Había dejado la ropa limpia en la habitación, así que se sujetó la toalla alrededor de la cintura y salió a la cocina. En la balda inferior de la nevera, escondida detrás de una bolsa llena de bróculi, había guardado una botella de champán. La había comprado una tarde en que Molly se había quedado echándose la siesta y él había hecho la compra. No creía que la hubiera visto.
Si las noticias hubieran sido malas, habría mantenido oculta la botella y la habría dejado allí al volver a Los Ángeles. Pero había confiado en poder tener la oportunidad de abrirla. Mientras hablaba con su hermana, Dylan sacó dos copas, luego la botella y la abrió. Cuando Molly vio lo que estaba haciendo, sus ojos se agrandaron. Enseguida le dijo a Janet que tenía que dejarla y prometió llamarla al día siguiente.
– ¿Qué es eso? -preguntó.
– ¿A ti qué te parece?
– Champán. ¿Vamos a celebrarlo?
Le pasó su copa y sonrió.
– ¿Tú qué crees?
– Gracias, Dylan -su expresión alegre se tornó seria-. Por todo. Por estar a mi lado y por el champán. Me sorprende que pudieras meterlo en casa sin que me diera cuenta.
– Soy un tipo listo -acercó su copa a la suya-. Por que vivas muchos años rebosante de salud. Por tu futuro.
– Gracias.
Tomaron un sorbo de champán. Dylan la miró, fijándose en cómo la luz del techo de la cocina iluminaba sus rasgos. Era tan bonita y estaba tan feliz que resplandecía. ¿Cómo podía haber pensado alguna vez que era menos que hermosa? Molly era una mujer increíble y se sentía afortunado de haber pasado aquellas semanas con ella. Sólo deseaba que hubiera más.
Pero bastaba con saber que ella estaba bien.
– Estoy aliviado y feliz, pero tú debes de estar en la gloria -le dijo.
Molly se apoyó en la mesa y sonrió.
– Por dentro estoy temblando. No puedo creer que por fin haya tenido respuesta y que haya sido tan buena noticia -se llevó una mano al pecho-. Mis senos están encantados.
– Yo también.
Molly soltó una risita. Cuando se volvió para sacar una silla y sentarse, su toalla se quedó enganchada en una esquina de la mesa y amenazó con caerse. Cuando Molly quiso reafirmarla en su sitio, Dylan le tomó la mano y la detuvo.
– Déjala caer.
Molly se quedó sin aliento. Tragó saliva y lo miró mientras la toalla caía lentamente al suelo.
Antes se habría cubierto rápidamente y le habría dado vergüenza estar desnuda delante de él. Una noche, en la oscuridad, ella le había hablado de su cuerpo, de cómo detestaba que sus senos fuesen tan llenos, y de que pensaba que su vientre sobresalía demasiado y las piernas eran demasiado gruesas. Pero Dylan no veía nada de eso. Veía unas curvas perfectas, una piel suave y blanca, y el lugar dulce entre sus muslos donde encontraba cobijo. Veía a Molly y la deseaba.
Lo miró ociosamente y luego extendió el brazo y tiró de la toalla que llevaba a la cintura.
– Estás demasiado vestido para la ocasión -le dijo con voz ronca y baja. Dylan se puso erecto antes de que la toalla tocara el suelo-. Impresionante -continuó, y lo acarició todo a lo largo.
Tomó un sorbo de champán y luego dejó la copa sobre la mesa. Después, se puso de rodillas, se acercó a él y lo tomó en su boca.
Dylan creyó que iba a morir. O al menos, sus piernas cederían y caería al suelo. Los contrastes eran más de lo que podía asimilar: el calor de su boca, el frío del champán, la suavidad de sus labios y de su lengua, las burbujas del líquido.
Molly lo rodeó y luego lo tomó hasta el fondo. Tenía que detenerla. Estaba tan excitado que estaba a punto de perder el control, así que le puso las manos en los hombros y la separó suavemente. Molly tragó saliva y sonrió.
– Sentía cómo palpitaba, Dylan. Vaya, estabas a punto de…
Dylan se inclinó y la silenció con un beso. Varios minutos más tarde, Molly echó la cabeza hacia atrás y suspiró.
– Está bien, tú ganas. Soy dócil en tus manos. Pero no creas que ese beso ardiente me ha hecho olvidar que estabas a punto de perder el control como un adolescente.
– Te encanta hacerme perder el control -le dijo mientras se arrodillaba frente a ella.
Molly tomó el rostro entre sus manos y lo miró a los ojos.
– Desde luego. Estoy húmeda sólo de pensarlo.
Dylan la tocó y supo que estaba diciendo la verdad. Estaba mojada y dispuesta. Quiso reprimirse. Sólo estaban a unos pasos del dormitorio y tenía sentido buscar la comodidad, pero no podía esperar más.
– Te necesito -gruñó, y la atrajo hacia él.
Molly lo abrazó como si estuviera igual de ansiosa.
– Sí, Dylan, tómame. Hazme el amor. Ayúdame a celebrar el comienzo de una nueva vida.
Mientras se colocaba entre sus piernas, Molly se estiró sobre la alfombra y le dio la bienvenida. La penetró de una sola vez, con fuerza, y los dos jadearon. Se puso de cuclillas para poder acariciarle el pecho. Los pezones ya estaban duros y los atormentó con los dedos. Molly jadeó y luego puso las manos encima de las suyas.
– No pares -jadeó-. No pares porque…
La primera liberación le hizo convulsionarse alrededor de él. Dylan sintió las contracciones de su cuerpo y siguió penetrándola para llevarlos a los dos cada vez más alto. La miró a los ojos, estableciendo un vínculo con ella. Molly gritó dos veces más y luego él mismo alcanzó el clímax. Bajó las manos a sus caderas y la mantuvo quieta para poder terminar. Ella se incorporó un poco y dijo su nombre.
Dylan sintió que estallaba. Al penetrarla por última vez, el cuerpo de Molly se contraía alrededor de su miembro en una última convulsión. No podía imaginar estar con otra persona. Era lo mejor que tenía. Juntos creaban puro gozo.
Más tarde, cuando ya había recuperado el aliento, fueron al dormitorio. Molly se acurrucó junto a él y suspiró.
– No quiero levantarme, pero nos hemos olvidado del champán y tengo que volver a escuchar el mensaje del contestador. Mi médico quiere que la llame mañana y no he tomado nota del teléfono.
– Ya voy yo -dijo Dylan, y bajó de la cama. Después de volver con las copas y la botella y dejarlas en la mesilla de noche, fue en busca del teléfono. Estaba en el mostrador, y en la sala de estar había un bloc de notas y un bolígrafo. Se los llevó al dormitorio. Molly estaba ocupada sirviendo el champán-. ¿Quieres que llame yo?
– Gracias.
Le dio el número de su casa y su clave de acceso. Dylan escuchó el mensaje y tomó nota del número de su médico. Estaba a punto de colgar cuando comprendió que había otro mensaje.
– Ha llamado alguien más -le dijo.
– Seguramente será Janet -repuso ella, y le indicó con la mano que lo escuchara mientras tomaba otro sorbo de champán. Pero la voz no era la de una mujer.
– Oye, Molly. Soy yo, Grant.
Hubo una pausa. Dylan sabía que debía pasarle el teléfono a Molly, que lo que su ex prometido fuera a decirle no era asunto suyo, pero no pudo moverse. Se dio cuenta de que tampoco podía respirar.
– Llevo dos días queriendo llamarte, pero no sabía qué decir -continuó la voz-. Me he comportado como un canalla. No puedo creer lo estúpido que he sido. Supongo que me volví loco con nuestro compromiso. Creo que es eso que les pasa a los hombres cuando piensan que van a perder su libertad o algo así, no estoy seguro -Grant se aclaró la voz-. La cuestión es que he vuelto. No estoy con mi secretaria. No me interesaba, sólo ha sido una aventura. Quiero verte. Molly, te echo de menos y sigo queriéndote. Por favor, ¿podemos hablar? Había algo especial entre nosotros y quisiera una segunda oportunidad. Sé que tengo que compensarte por lo que te he hecho y…
– ¿Dylan? -Molly lo miraba fijamente-. ¿Qué pasa?
Dylan desconectó el teléfono y se lo pasó. El mensaje no había terminado, pero no podía seguir escuchando.
– No era Janet -dijo, y le sorprendió ver que su tono de voz era casi normal.
No había forma de que Molly adivinara lo desgarrado que se sentía por dentro. Parecía que alguien lo hubiese rajado con un cuchillo y se estuviera desangrando. El problema era que no tenía ninguna herida. El dolor era real, pero no moriría por ello. Aunque deseara hacerlo.