Capítulo 2

Molly se sintió como si alguien hubiera instalado una licuadora en su estómago. Y como si el violento triturado no bastara, tenía la horrible sensación de que iba a vomitar. Eso sí que sería una imagen agradable para el recuerdo.

Nervios, se dijo. Sólo eran nervios… y el tequila en el estómago vacío. ¿En qué había estado pensando? El problema era, claro, que no había pensado en absoluto. No había querido hacerlo, porque ninguna persona en su sano juicio le habría pedido a Dylan lo que ella acababa de pedirle.

Hizo un esfuerzo para mirarlo y vio cómo sus ojos oscuros la contemplaban con leve sorpresa. No parecía dispuesto a salir corriendo, lo que era muy amable por su parte, a fin de cuentas. Molly dudaba que ella hubiera sido igual de educada en aquella situación. Se aclaró la garganta.

– Si hace que te sientas mejor, no puedo creer lo que he dicho.

– Entonces, ya tenemos algo en común.

Al menos, no había perdido el sentido del humor.

– Está bien, es una locura, lo reconozco. Seguramente pensarás que estoy loca de verdad, y tal vez lo esté, pero no te preocupes, no soy peligrosa.

Dylan contempló el anillo que estaba en la palma de su mano. La hilera de callos en la base de sus dedos atrajeron la atención de Molly. Era evidente que había pasado mucho tiempo haciendo trabajo manual. Seguramente durante los primeros años desde que montó su negocio, había hecho él mismo casi todo el ensamblaje. Posiblemente de noche, solo en un almacén. Dylan siempre había sido decidido y resuelto, y dudaba que hubiera cambiado. No era la clase de hombre que renunciaba fácilmente, ni había prosperado tanto escuchando propuestas alocadas. Iba a decirle que no.

Le dio vueltas a aquella posibilidad y se sorprendió aceptándola fácilmente. Bastaba con que se lo hubiera pedido. Por una vez, había sido ella quien había tomado la iniciativa. No había esperado, había ido tras algo que era importante para ella. Tal vez hubiera esperanza. La invadió un sentimiento de orgullo y se cuadró de hombros. Aquél era un diminuto paso en dirección a su nueva vida.

– Aquí tienen -dijo la camarera, pasándoles unos platos enormes con hamburguesas gigantescas y una montaña de patatas fritas. Sacó unos botes de ketchup y mostaza de un bolsillo de su delantal y un montón de servilletas extra del otro-. Que aproveche -añadió con una amplia sonrisa.

La comida olía maravillosamente. El estómago de Molly rugió con expectación, pero dudaba que fuera capaz de probar bocado.

Dylan extendió un poco de mostaza sobre la hamburguesa y la cubrió con la parte de arriba del panecillo, pero no hizo ademán de llevarse la hamburguesa a la boca. Levantó la vista y la miró a los ojos.

– ¿Por qué?

Molly sabía que podía fingir no comprender lo que le estaba preguntando, pero eso era hacer trampas. ¿Por qué? Una pregunta muy simple, pero por desgracia, no tenía una respuesta simple. Al menos, ninguna que estuviera dispuesta a compartir con él. Era demasiado personal y humillante, pero Dylan se merecía una explicación de algún tipo. Molly tomó la mostaza y extendió un poco en la cara interna del panecillo.

– He llegado a un punto muerto en mi vida. Hay muchas cosas sobre las que debo pensar, algunas decisiones que tomar. No puedo concentrarme en nada, así que he decidido dejarlo todo atrás. No tenía ni idea de qué hacer o a dónde ir.

– Siempre está el circo -dijo.

Le brindó una media sonrisa. Todavía sentía los labios un poco aturdidos por la margarita.

– Supongo que sí, pero creo que soy un poco vieja para eso. Además, nunca me han gustado los elefantes. Me dan miedo.

– A mí no me haría gracia que me dieran un pisotón -corroboró Dylan.

Molly tomó la hamburguesa en las manos, luego la dejó otra vez sobre el plato.

– Como te he dicho, no había decidido a dónde ir, pero supuse que tendría alguna inspiración y empecé a hacer la maleta. Mientras vaciaba los cajones, encontré el anillo. Me dio una idea, y aquí estoy.

A decir verdad, lamentaba un poco haber cedido al impulso. Con cada minuto que pasaba, se sentía más y más tonta. ¿En qué diablos había estado pensando? Bueno, en realidad no había pensado.

– Ya te he confesado que ha sido una locura. No suelo dejarme llevar por mis impulsos, así que no puedo explicarlo. Supongo que no debía haber venido. Lo siento, Dylan. Olvida todo lo que te he dicho.

Apartó el plato a un lado y se preguntó cómo podría salir airosamente de aquella situación. Después de todo, habían ido al restaurante en el coche deportivo de Dylan. Aunque no estuviera muy lejos andando, no tenía ni idea de dónde estaba su oficina. Dylan mordisqueó una patata y dijo:

– Todavía no he dicho que no.

– No puedes estar considerando mi propuesta -Molly sintió que lo miraba con ojos muy abiertos.

– Tal vez lo haga -sonrió.

Aquella sonrisa era diferente de la primera que le había dedicado nada más verla, agradable pero más impersonal. Eran cien vatios de calor masculino, y los sintió hasta en los dedos de los pies. Estaba segura de que si bajaba la vista, vería el humo saliendo de sus mocasines.

– ¿Te das cuenta de que si la consideras, tú también estarás loco? -dijo Molly.

– No sería la primera vez que alguien dice que lo estoy.

Dylan le dio un mordisco a su hamburguesa y masticó. Molly se esforzó por dejar de mirarlo, pero no podía controlar sus ojos. Parte de su tristeza y miedo se disiparon. Era suficiente que no le hubiese dicho que no bruscamente. No importaba, recordaría aquellos momentos, y cuando la realidad se pusiera demasiado fea, buscaría aquel recuerdo para sonreír.

La luz del sol entró en el restaurante, pero no llegó a su mesa. Las lámparas eléctricas del techo derramaban una suave luz en su dirección, iluminando a Dylan como focos en el escenario de una película. Era lo bastante atractivo como para ser el personaje principal, pensó, complacida de ver que aunque había madurado, todavía estaba tan maravilloso y perfecto como siempre. Había algo muy grato en pasar unas horas en presencia de un hombre atractivo. No importaba que ella no estuviera a su altura físicamente o que ni siquiera fuera su tipo. No lo deseaba como lo había hecho a los diecisiete años, cuando estaba enamorada platónicamente de él.

Estéticamente, la atraía. Su pelo oscuro, corto, que ni siquiera le llegaba al cuello de la camisa. Años antes, lo llevaba más largo, casi hasta los hombros. Decidió que le gustaba más el estilo conservador. Sus ojos eran como los recordaba, aunque había leves arrugas a su alrededor. Sus labios eran firmes, y su mandíbula bien marcada. El pendiente de oro había desaparecido, y estaba un poco más ancho. Por lo que percibía a través de la camisa del traje y los pantalones, estaba tan en forma como antes. Seguía siendo el hombre más increíble que había conocido.

Irradiaba una seguridad que dejaba traslucir su poder. Seguramente era mejor que no fueran a ninguna parte juntos. Después de todo, no sabía si podría controlar sus hormonas. Lo último que necesitaba en su vida era volver a enamorarse de él. Era estúpido.

Una vocecita en su cabeza le dijo que en aquellos momentos podía permitirse un poco de estupidez, pero ignoró las palabras. Tal vez podrían olvidarse del viaje y caer juntos en la cama. Una noche de sexo salvaje la despejaría durante un mes.

Molly se puso rígida al instante, apretó los labios y rezó con todas sus fuerzas para no haber expresado en voz alta aquel último pensamiento. Inspiró profundamente y vio cómo Dylan daba otro mordisco a su hamburguesa. Su expresión no parecía haber cambiado.

De acuerdo, no había pasado nada. Dylan no se sentiría incómodo ni se reiría de ella. Molly levantó su copa y tomó otro sorbo de margarita. ¿Qué le pasaba? Sabía que no debía pedir la luna. Los hombres como Dylan Black estaban interesados en mujeres como su hermana, esbeltas y de piernas largas con rostros perfectos de modelo. Ella no… no era así. Algunas personas pensaban que su pelo ondulado era poco corriente, pero para ella era un fastidio, por eso lo solía llevar en una trenza. Sus ojos castaños eran de color del lodo y, aunque su sonrisa no estaba mal, sus labios eran demasiado pequeños. La nariz demasiado grande, aunque las orejas eran bonitas. Tenía la piel traslúcida, aunque la adolescencia no le había sentado bien a su piel. Luego estaba la cuestión de los nueve kilos que había estado intentando perder desde que nació.

– Estás furiosa por algo -dijo Dylan.

– Nada importante.

– ¿Tienes problemas, Molly? -el buen humor de Dylan se disipó-. ¿Estás huyendo de algo?

Sí, pero no de lo que él imaginaba. Además, no estaba dispuesta a explicárselo.

– Si lo que me preguntas es si he cometido un delito, la respuesta es no -le dijo-. Estoy huyendo, pero sólo de mí misma. No he hecho nada malo -y aquello era parte del problema, pensó. Si tuviera que lamentarse por lo que había hecho en lugar de lamentarse por lo que nunca había llegado a hacer…-. Sólo quería desaparecer un tiempo -añadió, y todavía pretendía hacerlo, independientemente de lo que Dylan dijera. Dejó la copa sobre la mesa y se inclinó hacia él-. ¿Nunca te has sentido como si se te cayera el mundo encima? No importa a dónde vayas o lo que hagas, no hay salida. Como si las cosas no cambiaran o nunca fuesen a cambiar, aunque la realidad te indica que ya nada es lo mismo -se encogió de hombros-. Sé que lo que digo no tiene sentido.

– Te sorprendería saber cuánto sentido tiene lo que dices -dijo Dylan, mirándola fijamente.

– Sólo quiero dejarlo todo durante unos días -continuó-. Quiero tener la oportunidad de aclarar las ideas, de pensar las cosas bien -le brindó otra media sonrisa-. Tal vez tenga suerte y encuentre la manera de ser otra persona.

– ¿Quién querrías ser?

– Cualquier persona que no sea yo.

– ¿Qué tiene de malo ser Molly Anderson?

Ah, no. No iba a seguir respondiendo a más preguntas.

– Tendrás que creerme, Dylan. Simplemente, es malo.

Permanecieron en silencio durante varios minutos. Molly pensó en comer una patata, pero la verdad era que no tenía hambre. Debían de ser los nervios. Cielos, si seguía así durante unos meses, tal vez perdiera esos nueve kilos.

– Llegas en un buen momento -dijo Dylan, y se recostó en el asiento. Tomó su botella de cerveza y bebió un trago.

Algo saltó a la vida en el pecho de Molly. Hasta aquel momento, no había querido albergar esperanzas de que Dylan estuviera siendo algo más que educado. Incluso cuando le había dicho que todavía no había rechazado su propuesta, no había querido creerlo. Sintió una aceleración casi trepidante.

– ¿En qué sentido? -le preguntó.

– Yo también me estoy enfrentando a decisiones difíciles. Principalmente sobre mi negocio -le quitó importancia con un gesto de la mano-. No voy a aburrirte con los detalles, pero por diversas razones, ahora mismo estoy en una encrucijada.

Sus ojos oscuros la miraban con intensidad. Sintió como si estuviera tratando de ver su alma. Molly quiso apartar la vista porque sabía que allí no había muchas cosas que pudieran impresionarlo. Deseaba ser diferente, ser maravillosa e interesante para que un hombre como Dylan la deseara. Pero sabía la verdad. No era más que Molly, inteligente pero no brillante, agradable, a veces divertida. No era terriblemente atractiva ni ingeniosa o encantadora, ni ninguna de esas cosas que normalmente atraían a hombres como él.

Ojalá fuera hermosa como Janet. O delgada, también como Janet. Suprimió una sonrisa. Si Janet estuviera allí, bromearía con ella diciendo de sí misma que era demasiado fastidiosa como para ser amada. Su sentido se disipó al pensar en lo bien que se había portado su hermana en todo aquel asunto. Molly estaba muy agradecida de que por fin se llevaran bien y estuvieran unidas.

– ¿Qué tenías pensado como aventura? – preguntó Dylan.

Si Molly hubiera estado bebiendo en aquellos momentos, se habría atragantado, pero tuvo que limitarse a mirarlo con expresión atónita.

– ¿Perdón?

– Tu aventura -tomó el anillo en una mano y se lo enseñó-. Por eso estás aquí. ¿Qué querías hacer?

Molly abrió la boca, luego la cerró. Su mente se quedó en blanco.

– ¿Estás diciendo que sí?

– Lo estoy considerando, hay una diferencia. Quiero saber qué tenías pensado.

Molly se removió en su asiento, dividida entre la excitación más absoluta y el shock más rotundo. Una cosa era pensar en una aventura con Dylan, las fantasías eran divertidas y seguras, pero aquello era la vida real. ¿De verdad estaba pensando en irse con ella?

Después de todo, no lo había visto hacía diez años y casi era un extraño. Estaría loca… Inspiró profundamente. No, no estaba loca. Dylan tenía veintitrés años la última vez que lo había visto y conocía básicamente cómo era. Molly se había prometido no volver a lamentarse por nada. Ya tenía muchos lamentos a sus espaldas.

– No había pensado en ningún sitio en concreto -le dijo con sinceridad-. No me importa dónde sea ni lo que hagamos, sólo quiero irme. Mi única condición es tener acceso a un teléfono. Tengo que oír los mensajes de mi contestador automático todos los días.

– Déjame adivinarlo. Intentas poner celoso a tu novio.

Si su afirmación no hubiera estado tan lejos de la realidad, tal vez se habría reído.

– No es eso. Ahora mismo no salgo con nadie, y aunque lo hiciera, no es mi estilo. Nunca se me han dado bien esa clase de juegos.

– Bien. No creía que fuera ése el caso, pero tenía que preguntarlo -su mirada se volvió más perspicaz-. Estoy tratando de averiguar cuánto queda de la Molly que yo recuerdo.

– Bastante. He crecido, pero no creo haber cambiado mucho.

Todavía tenía la habilidad de hacer latir su corazón, pero no iba a decírselo. Dylan se frotó la mandíbula. Era tan atractivo. Molly se quedó por un momento impresionada de haber tenido el valor de hacerle la propuesta. Aunque el tequila le hubiera dado el empujón, todavía le correspondía a ella casi todo el mérito.

– Quince días -dijo sin previo aviso-. Podría tomarme ese tiempo libre. Podemos llevarnos un teléfono móvil para que puedas oír tus mensajes. Elegiré el primer lugar al que iremos, luego tú podrás decidir qué haremos cuando estemos allí. Después negociaremos los destinos entre los dos.

Dylan hizo una pausa y la miró con expectación. Molly sólo podía observarlo mientras trataba de asimilar lo que estaba diciendo. ¿De verdad lo había oído bien? El corazón le latía, pero por primera vez en semanas, no era por miedo sino por emoción.

– Está bien -dijo con cautela, sin saber a ciencia cierta si realmente estaba accediendo o sólo barajando ideas.

Pero Molly quería creer que era verdad, que había dicho que sí. Dylan siempre había sido su fantasía. Los dos habían cambiado y madurado y dudaba que siguiera enamorada de él, pero le gustaría tener la oportunidad de averiguar si el adulto era distinto del joven que recordaba.

– Dormiremos en habitaciones separadas e iremos a medias en los gastos -añadió Dylan-. ¿De acuerdo?

Molly tuvo que resistir la urgencia de poner los ojos en blanco. Sin duda, el pobre estaba aterrorizado de que fuera a arrojarse a sus brazos en cuanto se quedaran solos. Suspiró. Tenía sentido. Después de todo, había estado seriamente enamorada de él hacía diez años y seguía siendo increíblemente atractivo, pero haría lo posible para controlarse en su presencia.

Por un momento, quiso creer que había especificado que dormirían en habitaciones separadas para que se sintiera segura. Ojalá fuera cierto. Ojalá Dylan pudiera mirarla y encontrarla atractiva. Pero sabía que era pedir la luna. Y no sólo por su aspecto. Su Dylan supiera la verdad sobre ella, saldría corriendo tan lejos y tan rápidamente, que dejaría marcas en la carretera.

– Me parece justo -accedió.

– Entonces, ya está. ¿Trato hecho?

– ¿Estás dispuesto a hacerlo? -preguntó Molly, y luego se sintió estúpida al instante. Pero quería estar segura-. ¿Vamos a irnos juntos de aventura?

– Yo estoy dispuesto si tú lo estás.

«Ten cuidado con lo que deseas», le susurró una voz en la cabeza. Molly la ignoró y sonrió.

– Mi equipaje ya está hecho.

– Estupendo -Dylan extendió el brazo. Démonos la mano para sellar el acuerdo.

Sus largos dedos envolvieron los suyos y el calor pasó de uno a otro. Molly sintió un ligero hormigueo por todo el cuerpo, y no le importó que sus reacciones fueran el resultado de tomar una copa con el estómago vacío, o tal vez las reminiscencias del enamoramiento que había tenido hacía años. No le importó ser ella la única que experimentaba todas las reacciones. Bastaba con que Dylan hubiese accedido. Cuando le soltó la mano, Dylan tomó su hamburguesa.

– Necesitaré el resto del día y parte de la mañana para poner mis asuntos en orden. Podríamos irnos mañana después del mediodía, si te parece bien.

Molly se sintió de repente muerta de hambre, así que extendió un poco más de mostaza en el panecillo.

– Perfecto. Estoy lista para partir en cualquier momento. Si me das tu número de teléfono, te llamaré y te diré dónde voy a alojarme esta noche.

– ¿Dónde vives?

– En Los Ángeles. Pero me refería a que buscaría un hotel para pasar la noche por aquí.

– No te preocupes, puedes alojarte conmigo -sonrió-. Tengo una casa enorme en una de esas colinas. Me enamoré de las vistas, pero el sitio es demasiado grande para mí. Hay cinco dormitorios, y un par de ellos están preparados para los invitados.

– No me gustaría molestar -vaciló Molly.

Lo cierto era que se sentía incómoda ante la idea de pasar la noche en su casa. Sería demasiado íntimo.

– Entiendo. ¿Quieres que hagamos un viaje juntos pero no quieres pasar la noche en mi casa? Tiene sentido.

– Vaya -Dylan tenía razón. Molly sintió cómo se ruborizaba-. Supongo que estás en lo cierto. Entonces, gracias, acepto tu invitación.

Al menos, echaría un vistazo a su mundo. ¿Qué aspecto tendría su casa? ¿Qué haría…? Estaba a punto de darle un mordisco a la hamburguesa cuando se detuvo bruscamente y la volvió a dejar sobre el plato. Se le quedó la boca seca al darse cuenta.

– No se me ha ocurrido preguntártelo -tartamudeó-. No estarás casado o algo por el estilo, ¿verdad? No es importante para el viaje, pero no quiero causarte problemas.

En realidad, estaba mintiendo. Si Dylan estaba casado, no querría ir a ninguna parte con él, pero reconocerlo parecería extraño, como si tuviera un plan romántico secreto.

– Si estuviera casado, no habría accedido -le dijo-. Acabo de salir de una relación, así que no son necesarias las explicaciones. No tienes que preocuparte, jovencita… vivo en una casa normal. No encontrarás ningún monstruo en el armario.

Su sonrisa bromista fue como un directo en el estómago. Casi gritó de terror. No le aliviaba que no estuviera casado, y no iba a enamorarse de él. De ningún modo. Ya tenía bastantes cosas en qué pensar en su vida para añadir una más.

Aclarado aquello, terminaron de comer. Dylan robó una servilleta limpia del bolsillo de la camarera cuando pasó a su lado y dibujó un mapa.

– Ésta es la oficina -dijo, indicándole un pequeño recuadro que había dibujado en la servilleta-. El camino a la casa parece complicado, pero en cuanto estés en la carretera es bastante sencillo. La mayoría de las veces sólo se puede girar en un sentido -le explicó los detalles, sacó su llavero del bolsillo del pantalón y extrajo una de las llaves-. Ten. Confío en que no huyas con la vajilla de plata de la familia.

Molly cerró la mano alrededor del pequeño objeto de metal. Todavía estaba caliente del contacto con su cuerpo.

– Gracias, Dylan -le dijo-. Tanto por tu disposición a acompañarme como por la confianza. No te decepcionaré.

– Si pensara que fueras a hacerlo -repuso él, encogiéndose de hombros-, no te daría la oportunidad. Además, he visto ese pequeño coche que conduces. Podría alcanzarte en menos que canta un gallo.

– No lo dudo.

Molly contempló sus anchos hombros, que casi sobresalían por debajo de las costuras de su camisa. Era muy corpulento. ¿Cómo sería ser tan fuerte y no tener miedo de que alguien te hiriera? Era algo que los hombres daban por hecho.

– ¿Nos vamos? -le dijo, haciendo ademán de levantarse.

– Todavía no hemos pagado.

– Me lo cargan directamente a mi cuenta. La pago cada mes.

– ¿Y qué pasa con nuestro acuerdo? íbamos a pagarlo todo a medias.

– Jovencita, tienes razón -repuso Dylan-. Me debes diez dólares.

– Eso está mejor -rió Molly.

Sacó el billete de su cartera y se lo dio.

Fuera del restaurante, el cielo estaba despejado. En Los Ángeles había una combinación de nubes bajas y niebla. Más allá del restaurante, había espacios abiertos. La ciudad de Riverside era más bien rural y el condado se extendía hasta Arizona. Se sentía como si estuviera a miles de kilómetros de su casa, en lugar de a sólo noventa y cinco.

– Volveremos a la oficina para que puedas recoger tu coche -le dijo mientras le abría la puerta del Mercedes-. Así podrás ir a casa a descansar durante la tarde. Si eres una mujer típica, tendremos que tener una charla sobre el equipaje.

– Me ofende la insinuación -dijo Molly, tratando de no pensar en la enorme maleta que llenaba su maletero.

– Voy a darte una bolsa de tela y nada más.

– No irás a comportarte como un tirano, ¿verdad? -preguntó Molly, todavía sin saber a dónde quería llegar con todo aquello. ¿Qué le importaba cuántas maletas llevara y por qué quería que utilizara una de las suyas?

– Estoy siendo práctico -le tocó la punta de la nariz y sonrió-. No vamos a llevarnos el coche para nuestra aventura. Iremos en una de mis motos.

Molly recordó al instante que aquél era Dylan, y lo recordó salvaje y vestido de cuero negro sobre una motocicleta. Abrió los ojos con sorpresa, y la imagen fue tan poderosa que no pudo decir palabra. Lo único que pudo hacer fue reír de puro deleite.


Dylan observó cómo Molly se alejaba en su coche y luego se volvió hacia su oficina. Al oír cómo se alejaba el ruido del motor, se dijo que debía entrar, que necesitaba hacer miles de cosas, pero se quedó allí de pie, contemplando las colinas pardas y la tierra seca y desértica.

No podía creer que le hubiera dado a una desconocida la llave de su casa y le hubiese dejado ir allí ella sola. Hasta Molly se había sorprendido por su ciega confianza. ¿En qué había estado pensando?

Lo cierto era que no había estado pensando en absoluto. Su instinto le decía que podía fiarse de Molly, y eso había hecho. Resultaba extraño, considerando que no había confiado nunca en nadie. ¿Qué veía en ella? ¿Era el pasado en común, o tal vez la vulnerabilidad de su mirada? Algo había reclamado su consuelo o protección.

Despacio, se dijo. Ya sabía que no debía fantasear sobre las mujeres. Sólo buscaban lo que podían sacar de un hombre, fuese un buen rato en la cama o una vida de seguridad económica. La vida le había enseñado bien aquella lección, y eso hacía que sus motivos para confiar en Molly fueran aún más sospechosos. Excepto que no creía que quisiera nada de él. No podía decir por qué lo sabía, pero se había comportado como si así fuera. Tal vez los años lo estaban volviendo senil. La realidad era que todo el mundo quería algo, incluso Molly.

Una vez recuperada su filosofía claramente cínica, entró en el edificio. Evie estaba sentada detrás de su mesa y lo miraba con curiosidad.

– ¿Y bien? -preguntó, sin pretender parecer sutil-. ¿Quién era y qué quería?

Dylan se apoyó en la mesa.

– Una vieja amiga, la conozco desde hace años. Salía con su hermana mayor.

– Ah, eso lo explica todo -Evie arrugó la nariz-. Estoy segura de que es buena chica y todo eso, pero no es tu tipo. Quiero decir, que tiene el pelo rizado y eso podría ser interesante, pero es muy normalita y está un poco gordita.

– No es normalita -Dylan se enderezó, y la irritación confirió fuerza a su voz-. Janet fue siempre la belleza de la familia, pero Molly tiene muchos rasgos bonitos. Y no es gordita, sólo tiene curvas -frunció el ceño y esperó a que Evie lo contradijera.

Ni siquiera quería pensar por qué sentía la necesidad de defender a Molly. Tal vez fuera porque era una de esas personas de buen corazón. Y qué si no tenía una belleza tradicional, tenía otras cualidades que Dylan admiraba.

– Perdona -dijo Evie, levantando las manos en señal de rendición-. Sólo estaba un poco sorprendida, eso es todo. Suelen perderte las mujeres con tipo de modelos. Creo que es estupendo que busques algo más que una cara bonita.

– No estoy buscando nada -gruñó-. Somos amigos, nada más.

– Ya lo sé -dijo Evie, y se removió con incomodidad-. Siento haber dicho algo que no debiera.

– No, la culpa es mía. Yo… -¿qué le estaba pasando? ¿Por qué le parecía mal todo de repente?-. Estaré en mi despacho, le dijo, y se dirigió a la parte de atrás del edificio.

Se estaba reblandeciendo, eso era. Menos mal que iba a irse de viaje, podría aprovechar el tiempo para aclarar sus ideas.

Al disponerse a trabajar, sintió un leve hormigueo en el estómago. Después de unos minutos, fue capaz de identificarlo como expectación. Dylan, que normalmente detestaba cualquier cosa que lo apartara de su trabajo, estaba deseoso de tomarse unos días libres.

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