Epílogo

Charlotte yacía desnuda encima de las sábanas blancas. Los rayos del sol se filtraban por las finas cortinas, pero su intimidad no peligraba. La habitación de hotel estaba en la planta decimoquinta y no había más edificios altos alrededor. Mientras Roman la observaba se sorprendió de nuevo de la belleza tanto interior como exterior que poseía, así como de su increíble buena suerte.

¿Cómo era posible que hubiera estado a punto de dejar de lado ese regalo, pensando que no quería una relación duradera? ¿Cómo era posible que se le hubiera pasado por la cabeza que podría vivir separado de ella?

Se inclinó hacia adelante e hizo oscilar un racimo de uvas de forma tentadora. Charlotte arrancó una con los dientes y sonrió.

– Me estás consintiendo demasiado.

– De eso se trata.

– ¿Cómo puede resistirse a eso una mujer? ¿Qué planes tenemos para hoy? -preguntó.

Habían visitado castillos en Escocia y el pueblo del monstruo del lago Ness.

– Estaba pensando que podríamos llamar a la agencia de viajes y añadir una escapada rápida a California al volver a casa la semana que viene. -Roman contuvo el aliento mientras esperaba su respuesta, porque ya había reservado el viaje. Quería más tiempo para calibrar su reacción y había esperado antes de soltárselo. Siempre le quedaba la opción de cancelarlo y entonces volver en avión directamente a Yorkshire Falls, visitar a sus respectivas madres, además de la tienda, antes de empezar su vida en Washington. Esperaba que Charlotte quisiera ver todo lo que Hollywood ofrecía, pero no estaba seguro de si los recuerdos seguirían siendo perturbadores a pesar de haberse reconciliado con su padre.

– Pensaba que a estas alturas tendrías ganas de volver a casa para ver cómo está Raina -dijo Charlotte.

– Sabes tan bien como yo que la acidez de estómago no ha matado a nadie.

– Entonces me encantaría visitar Hollywood contigo. A lo mejor Russell nos puede llevar a dar una vuelta. -Los ojos verdes le brillaron de placer.

Aquél era el plan sorpresa, pero Roman no lo reveló por el momento.

– A lo mejor.

Charlotte volvió a tumbarse encima de los almohadones y rompió a reír.

– Todavía me cuesta creer lo que llegó a hacer tu madre para casaros. -Obviamente estaba pensando otra vez en la artimaña de Raina.

– Menos mal que me di cuenta. Todos los tés que se tomaba y el Maalox fueron lo que me indujo a pensar que se trataba de una indigestión más que de un problema de corazón; igual que la medicación para la acidez, que ni siquiera precisa de receta. Pero es que también presentaba los síntomas clásicos de quienes mienten mal. -Meneó la cabeza al recordarlo-. Nunca me miraba a la cara cuando le preguntaba por su salud, y cuando pensaba que no la veía, bajaba la escalera a toda velocidad. -Puso los ojos en blanco al recordarlo.

– Por no decir que olvidaba esconder la ropa de hacer ejercicio…

Roman rió por lo bajo. Antes de su viaje a Washington había ido a poner una lavadora y se había encontrado el chándal y la camiseta sudada de su madre en el cesto de la ropa sucia. Estaba claro que lo que tenía delante era ropa utilizada justo después de hacer ejercicio. Cuando ató cabos le entraron ganas de estrangularla, pero antes necesitaba confirmar sus sospechas.

Le resultó fácil acorralar a la doctora Leslie Gaines y fingir que su madre le había dicho la verdad sobre su estado. Hizo creer a la doctora que sabía que los problemas de salud de su madre no eran graves, pero que le preocupaba que el antiácido líquido tampoco fuera muy saludable. La doctora Gaines dijo que el reflujo gástrico no era un problema tan grave como el ataque al corazón que habían creído que Raina había sufrido la noche que la llevaron a Urgencias. La doctora le aseguró que de todos modos seguía controlándole el corazón y que se plantearía darle una medicación más fuerte para el reflujo.

– ¿Cómo es posible que tu madre no se diera cuenta de que estaba tratando con hombres Chandler, que llevan el instinto de reportero en los genes? -preguntó Charlotte.

– Porque estaba tratando con hijos que anteponen el amor y la consideración por ella a todo lo demás y no se plantearon ni por un momento ir más allá. -Joder, si no hubiera vivido con ella, nunca habría sospechado nada.

– ¿Y estás seguro de que haces lo correcto no diciéndole que lo sabes?

Roman sonrió.

– Cree que está empezando a salirse con la suya. ¿Por qué estropearle ese buen momento? Además, en cuanto superé el asombro y el enfado, me vengué, ¿no?

Charlotte se desperezó en la cama, tentándole con su cuerpo esbelto tanto como la primera vez que la había visto.

– Diciéndole que no va a tener nietos en un futuro inmediato porque antes queremos pasar solos algún tiempo, lo sé. Y todavía me siento culpable por mentirle.

– Se merece la venganza -murmuró él-. Y yo no sé si te merezco, pero voy a disfrutar de ti de todos modos.

Hundió la cabeza para dejarle una estela de besos alrededor del pecho, engañándola con lengüetazos rápidos, pero sin rozar siquiera el pezón que suplicaba que lo tocara, con la lengua o con los dientes.

Charlotte arqueó la espalda y gimió a modo de súplica y petición para que pusiera fin a su sufrimiento y se abalanzara sobre su pezón erecto. Roman había llegado a conocer las señales y los mensajes que le enviaba su cuerpo durante las últimas semanas y no pensaba cansarse de aprender más.

– Todavía no, cariño.

– Necesitamos…

– Cariño, sé exactamente lo que necesitamos -repuso él con el miembro a punto de estallar y listo para penetrar en su interior resbaladizo. Primero la atormentó con los dedos, deslizándoselos por entre las piernas e introduciendo uno en sus pliegues húmedos.

Charlotte juntó las piernas con fuerza y le atrapó la mano para interrumpir sus movimientos.

– Tenemos que informar a Chase y Rick de su estado.

Roman gimió.

– ¿Cómo puedes pensar en algo en este preciso instante o, mejor dicho, pensar en mis hermanos?

– Se llama priorizar y no es fácil, créeme. ¿No crees que preferiría hacer el amor contigo en vez de darle vueltas a todo esto?

Ya habían hablado del tema con anterioridad; Charlotte insistía en que era injusto que Chase y Rick no supieran que su madre no sufría ningún trastorno grave.

– Cariño, ya hablaremos de eso cuando lleguemos a casa. Mientras tanto, cuanto más tiempo les ocultemos la verdad, más tiempo estarán a merced de mamá y más probabilidades tendrán de encontrar la felicidad de la que nosotros disfrutamos.

Charlotte exhaló un suspiro.

– A lo mejor tienes razón.

– Seguro que la tengo.

– Entonces ¿por qué me siento tan culpable?

Roman sonrió.

– Porque tienes demasiado tiempo para pensar, lo cual significa que tengo que distraerte del todo.

Roman se incorporó y se colocó encima de su esposa.

Su esposa. La palabra, que en otros momentos le habría hecho salir corriendo, lo colmaba ahora de satisfacción. Y todo gracias a Charlotte.

Ella no sólo lo amaba sino que adoraba a su familia y se preocupaba por ellos como si fuera la de ella. Aquella mujer hermosa y cariñosa era la suya y lo sería para siempre. Además, tenía la intención de disfrutar de todos y cada uno de los instantes de su vida de casados, al tiempo que materializaría todos los sueños y fantasías de Charlotte.

Su miembro palpitaba contra el monte de Venus de ella.

– Ábrete para mí, Charlotte.

Ella desplegó una sonrisa sexy al tiempo que separaba los muslos. Ya estaba húmeda y lista para él y Roman la penetró con facilidad y rapidez, pero no tenía ninguna intención de hacer el amor con rapidez.

El suspiro de satisfacción que exhaló Charlotte fue acompañado de la reacción de su cuerpo al tensarse y cerrarse alrededor de su erección.

– Oh, sí, sí -musitó él mientras el ardor le embargaba no sólo con una necesidad acuciante sino con una profunda calidez emocional. Sus largos días de soltería quedaban felizmente atrás.

– Te quiero, Roman -le susurró junto al cuello.

– Yo también te quiero, Charlotte -respondió él, y entonces se dispuso a demostrarle cuánto.

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