Capítulo 5

Las calles de Yorkshire Falls estaban vacías, ya que buena parte de los habitantes del pueblo se habían reunido en el ayuntamiento. Tras tomar una bocanada de aire fresco, Charlotte ocupó su puesto de voluntaria, como vigilante del ponche. En un día normal y corriente, ningún adulto sensato tocaría la ponchera llena de líquido verde, pero en el baile anual de San Patricio, todo el mundo se permitía el gusto de probar el colorido Kool-Aid.

Se dijo que era mejor que se dedicara a asegurarse de que nadie añadía licor al ponche en vez de estar pensando en Roman. El mero hecho de recordar el sensual encuentro de aquel mismo día le ponía la carne de gallina.

Había hecho acopio de todo su valor para volverse hacia él y materializar su fantasía. Abrirse a él. Aceptar y ceder a su beso a pesar de saber que Roman podía hacerle mucho daño. Y era lo que había pasado. El hombre había dejado su ego por los suelos, y le iba a costar olvidarlo. Ahora sabía cómo se había sentido él durante todos aquellos años. Eso sí que era vengarse a lo grande, pensó.

Y aun así, era incapaz de negar que seguía resultándole atractivo. Recorrió la sala abarrotada buscándolo con la mirada. Estaba para comérselo, con unos vaqueros negros y un jersey blanco. Destacaba entre la multitud, y no sólo por desafiar las convenciones al no ir vestido de verde. No conseguía quitarle los ojos de encima. Al parecer, no tenían el mismo problema, porque él no había mirado en su dirección ni una sola vez.

En cambio, Roman se dedicaba a mariposear de soltera en soltera, desplegando sus encantos, sonrisa fácil y atractivo sexual. A Charlotte le exasperaba ver que tenía un público sumamente receptivo. Ella no era más que una de tantas. Y le dolía.

Al volver a su puesto, descubrió que tenía compañía. Raina Chandler estaba sentada detrás de la larga mesa que hacía las veces de bar improvisado.

– Hola, Raina.

La mujer la saludó desplegando una sonrisa de oreja a oreja.

– Deja que te vea. -Charlotte dio un paso atrás para apreciar el aspecto de Raina. Estaba tan esbelta como siempre y el brillo del maquillaje le iluminaba las mejillas. Al verla, no parecía que hubiera estado en el hospital-. ¡Estás fabulosa!

– Gracias. Intento que mi estado de salud no me deprima. -Raina miró de soslayo y luego miró a Charlotte otra vez.

– No te he visto en toda la semana. Espero que eso signifique que te estás cuidando bien. Pasar una noche en el hospital es más que suficiente.

Raina asintió.

– Estoy aprendiendo a ser más cauta -reconoció-. Ahora hablemos de ti. He venido a relevarte. Ve a mezclarte con la gente.

– Oh, no. -Charlotte negó con la cabeza-. No voy a permitir que te quedes aquí de pie y te dediques a servir ponches. Tienes que descansar.

Raina hizo un gesto con la mano para quitar importancia al asunto.

– Yo no soy tu sustituta.

Charlotte miró a su alrededor pero no vio a nadie más por allí.

– ¿Quién es? Espero que no sea mi madre…

– Por lo que he visto, tu madre está la mar de bien. Haciendo vida social.

– ¿Dennis Sterling? -preguntó Charlotte incapaz de disimular el tono esperanzado de su voz.

– Desgraciadamente, Dennis va a llegar tarde.

– Lástima. -Como único veterinario del pueblo, todas las urgencias animales recaían sobre sus hombros.

Raina le dio una palmadita en la mano.

– No te preocupes. Si el hombre está interesado, en cuanto vea a tu madre esta noche, insistirá todavía más.

– ¿No te parece que está preciosa? Yo misma he elegido el vestido.

– Tienes un gusto estupendo. Tú también estás muy guapa.

– Gracias. -Sabiendo que había elegido ese atuendo pensando en el hijo pequeño de Raina, Charlotte notó que se sonrojaba. Sobre todo porque había decidido llevar algo atrevido, un conjunto que había comprado cuando vivía en Nueva York.

Roman tal vez había podido resistirse a ella lo suficiente como para apartarse, pero no sin que Charlotte notara la reacción de su cuerpo ante el de ella. Él no era inmune. Y esa noche Charlotte necesitaba subirse la moral haciendo que se fijara en ella. Por desgracia, aquella mirada azul no estaba tan interesada en observarla como ella había esperado.

– Tengo entendido que mi hijo pequeño y tú os habéis visto -dijo Raina como si hubiera captado los pensamientos más profundos de Charlotte.

El rubor de las mejillas de ésta se convirtió en ardor. ¿Cómo era posible que alguien la hubiera visto con Roman?, se preguntó mientras reproducía en su mente el encuentro erótico que habían tenido.

– Yo…, pues…, nosotros…

– En Norman's, hace unos cuantos días. Rick me lo dijo. -Raina no advirtió el suspiro de alivio de Charlotte y se limitó a darle una palmadita en la mano una vez más-. Nunca se sabe lo que puede surgir después de años de distanciamiento. Estoy aquí para darte la oportunidad de sacar partido de ese modelito tan sexy. Sam se encargará del ponche, ¿verdad? -Raina alargó la mano detrás de ella e hizo evidente la presencia del solitario del pueblo por antonomasia.

– Hola, Sam. -A Charlotte le sorprendió que hubiera decidido asistir a una función benéfica llena de gente, pero la gratuidad de la comida y la bebida quizá fuera la explicación.

– Quería preguntaros cómo os conocisteis -dijo Raina.

– Le chiflan los hombres mayores -farfulló él.

Charlotte asintió. Siempre había sentido debilidad por el solitario.

– Y a veces Sam me hace recados. -Llevar cartas a correos y cosas así a cambio de dinerillo que le permitía comprar comida, pensó ella, aunque no lo dijo en voz alta.

Se trataba de un hombre orgulloso al que pocas personas del pueblo se tomaban la molestia de conocer o comprender. Pero incluso de niña, recordaba que su madre era atenta con él. Al volver a Yorkshire Falls, a Charlotte le entristeció ver que Sam seguía llevando la misma vida solitaria, y había hecho un esfuerzo extraordinario por ayudarle sin ofrecerle caridad directamente.

– Bueno, ahora va a encargarse del ponche -informó Raina.

– Liberándote para que bailes conmigo. -Rick Chandler apareció por el otro extremo de la mesa y la acorraló delante de su madre con un guiño.

Lo único que le faltaba a Charlotte era pasar un rato a solas con otro Chandler.

– En el momento en que me relevan, necesito un poco de aire fresco.

– Pues con Rick lo tendrás -le dijo Raina.

Rick la miró fijamente.

– Necesito que me ayudes a mejorar mi reputación por estos lares. Las mujeres me rechazan a diestro y siniestro. -La miró de hito en hito y ella entendió que quería hablar sin disimulos ni distracciones. Probablemente se tratara de asuntos policiales. Todavía le debía la lista de clientes que habían comprado o encargado las bragas de encaje hecho a mano de su tienda.

Charlotte pensó que debía cooperar con la fuerza pública de Yorkshire Falls.

– Creo que un baile me irá mejor que el aire fresco.

Rick apartó la mesa para que Charlotte pudiera salir.

– Y eso significa que puedo volver con mi… -Raina dejó de hablar y se llevó una mano temblorosa al corazón.

– ¿Mamá? -exclamó Rick.

– Estoy bien. Sólo que quizá no haya sido tan buena idea salir hoy. Palpitaciones. -Desvió la mirada hacia la pared del fondo-. Le diré a Eric que se siente conmigo hasta que pueda llevarme a casa. Es mí…

– Pareja -sugirió Rick mientras deslizaba el brazo por la cintura de su madre. Dedicó a Charlotte una mirada de preocupación aunque esbozó una sonrisa, pues obviamente quería mostrarse tranquilo delante de su madre-. Puedes decirlo. Estás aquí con tu pareja.

– Estoy aquí con mi médico.

– ¿Que de repente se dedica en exclusiva a una paciente? -Rick sonrió a su madre con complicidad y luego hizo un gesto hacia el otro lado de la sala, para llamar al médico.

– Lo que tú digas, pero soy su paciente.

Sin embargo, Charlotte advirtió que Raina no era capaz de mirar a su hijo a los ojos.

– ¿Quién es la afortunada esta noche? -preguntó Raina cambiando de tema.

– Ya te he dicho que no quieren saber nada de mí. -Rick le guiñó un ojo a Charlotte.

– ¿Qué pasó con Donna Sinclair? -preguntó su madre.

– Sólo me quería por mi cuerpo.

Raina puso los ojos en blanco y Charlotte no pudo evitar reírse de la escena, aunque también le preocupaba la salud de Raina.

– ¿Erin Rollins?

– Ya es agua pasada, mamá.

– Entonces a lo mejor podrías intentar animar a Beth Hansen.

Al oír el nombre de Beth, Charlotte se sobresaltó para a continuación preocuparse.

– ¿Por qué? ¿No está con David? -Charlotte no esperaba ver allí a Beth y a su prometido teniendo en cuenta que hacía dos semanas que no se veían.

– No he visto a Beth, pero he oído decir que su prometido la ha dejado plantada, y he supuesto que le iría bien tener un hombro sobre el que llorar -explicó Raina-. Pero quizá sean sólo habladurías.

Charlotte exhaló un suspiro.

– Pasaré por su casa antes de ir a la mía y hablaré con ella.

Raina asintió.

– Alguien debería hacerlo. Bueno, Rick, dado que Charlotte se ha ofrecido para ese otro trabajo, ¿por qué no sacas a bailar a Mary Pinto? Está ahí, al lado de la silla de ruedas de su madre.

Rick negó con la cabeza.

– ¿Lisa Burton? -Raina señaló a la conservadora maestra de escuela que estaba junto a la pared.

Rick suspiró.

– Sé encontrar pareja yo solo, mamá. Además, ahora estoy aquí hablando con Charlotte. ¿Acaso quieres ahuyentarla?

– Qué curioso. Por lo que he oído sobre el comportamiento de tu hermano cuando Charlotte está cerca, pensé que era asunto suyo, no tuyo.

Antes de que Charlotte pudiera reaccionar, el doctor Fallon se acercó a ellos. Prometió a Rick que se quedaría sentado con Raina hasta que recobrara fuerzas y que luego la acompañaría a casa. Se llevó a Raina colocándole una mano en la espalda con firmeza.

Rick los observó mientras se marchaban, divertido ante la nueva pareja, pero obviamente preocupado por la salud de su madre.

– No podría estar en mejores manos -dijo Charlotte.

– Lo sé.

– ¿Alguien os ha dicho alguna vez que vosotros los Chandler sois como huracanes? -preguntó, refiriéndose a los comentarios de Raina sobre Roman.

Rick negó con la cabeza.

– Últimamente no, pero es una descripción tan buena como cualquiera otra.

– Adoro a tu madre pero a veces es…

– … muy directa -dijo Rick.

– Un rasgo admirable cuando va dirigido a los demás -dijo Charlotte con una sonrisa-. El doble de admirable cuando resulta que hace que prospere mi negocio. Sólo que…

– Te ha hecho pasar vergüenza hablando de Roman.

Charlotte asintió.

– Antes de que bailemos, ¿quieres asegurarte de que tu madre está bien?

– No. Tú misma lo has dicho. No puede estar en mejores manos que las de su médico. Así que ¿me concedes este baile? -Le tendió la mano-. Puedes susurrarme los nombres de las clientas al oído.

Charlotte rió.

– ¿Por qué no?

La tomó en sus brazos y la llevó hacia la pista de baile a tiempo para bailar un tema lento. No era el lugar más ortodoxo para hablar del ladrón. Chocaron con muchas parejas en la abarrotada pista, Pearl y Eldin incluidos. La pareja que vivía en pecado bailaba, con un exceso de lentitud en deferencia a la maltrecha espalda de Eldin. El hecho de contemplarlos, tan felices a su edad, debería haber dado esperanzas de futuro a Charlotte, pero no hizo más que aumentar su deseo por Roman.

– Clientes, Charlotte -susurró Rick mientras sus mejillas se rozaban.

– Eres un policía listo. -Se echó a reír y le susurró la información que necesitaba al oído. Por fin tenía la lista de clientas.

Pero lo mejor de la situación fue que el hecho de bailar con Rick consiguió lo que no había logrado el modelito de Charlotte: llamar la atención de Roman. Estaba mirando en su dirección, con el cejo fruncido en su apuesto rostro.

Si Roman estrangulaba a su hermano, ardería en el infierno, pero quizá valiera la pena el sacrificio si así conseguía que Rick apartara las manos de la espalda desnuda de Charlotte.

Roman apretó los puños mientras admiraba los pantalones de cuero verde que vestía y el ligero top que llevaba anudado a la espalda con un puñetero lazo, que podía deshacerse con la brisa más suave o los dedos más ágiles. Maldita fuera Charlotte por llevar un modelito tan elegante y sugerente. Por el amor de Dios, ¡aquello era una función familiar en el ayuntamiento, no un baile de solteros en Nueva York!

– Zh, Roman. -Una mano femenina le hacía señales delante de la cara. Terrie Whitehall. Había olvidado que estaba manteniendo una conversación sobre la descortesía de los clientes de los bancos con los cajeros.

– ¿Qué? -preguntó él sin apartar la vista de Charlotte y Rick. El traidor.

– Todavía no sé qué pensar de ella -declaró Terrie.

– ¿De quién? -Hacía tiempo que Roman había perfeccionado el arte de la repetición sin llegar a prestar atención.

– Charlotte Bronson. La estás mirando, así que ¿a qué otra persona iba a referirme?

Como lo había pillado in fraganti, a Roman no le quedó más remedio que centrarse en la morena que lo miraba como si hubiera perdido la cabeza.

– ¿Qué pasa con ella?

– Es mayor que yo…

– Sólo un año -le recordó él.

– Bueno, a mí no me ha hecho nada, pero de todos modos, volver al pueblo y montar una tienda tan descarada…

– Tenía entendido que la mayoría de las mujeres, jóvenes y mayores, apreciaban el toque cosmopolita que ha aportado al pueblo.

– Algunas mujeres sí.

«Pero no las celosas y reprimidas», pensó Roman, fijándose en el pelo bien echado hacia atrás de Terrie, el escaso maquillaje y la blusa de volantes abotonada hasta el cuello. ¿En qué demonios estaba pensando cuando se había planteado que podría ser la madre de sus hijos?

Roman sabía perfectamente en qué había estado pensando: en encontrar a una mujer que físicamente fuera lo contrario de Charlotte. Una mujer que tuviera un trabajo respetable de nueve a cinco, capaz de darle la conversación inteligente que buscaba. Y así era, había encontrado la conversación. Inteligente en parte, cotilleo en su mayoría y sin suficiente sentido común como para captar su interés.

También había querido demostrarse que el físico no lo era todo. Y no lo era, siempre y cuando la mujer en cuestión tuviera respeto por los demás, su trabajo y su atuendo. Esa mujer en cambio miraba por encima del hombro las decisiones de Roman. La tachaba pues de su lista de candidatas a esposa.

Junto con la otra media docena de mujeres con las que había hablado o lo habían abordado esa noche. Después de dejar a Charlotte en la tienda, se había dado una ducha fría y larga para distanciarse mentalmente de la única mujer a la que deseaba, y así poder acercarse a las que no.

Una lógica estúpida, pero Roman sabía que sus planes de matrimonio también eran una estupidez. Recorrió el salón con la mirada y vio a su madre. Raina estaba sentada en una silla, enfrascada en una conversación con Eric Fallon, el médico de la familia. Esperaba que su madre no se hubiera agotado asistiendo a una fiesta tan poco tiempo después de haber estado en el hospital.

Alguien debería cuidar de ella y hablar con el médico. Se excusó ante Terrie. Con una idea en mente, Roman se acercó a Rick y, sin dirigirle la palabra a Charlotte, lo agarró por el hombro.

– Me parece que tendrías que ir a ver cómo está mamá. La veo un poco pálida y se ha pasado casi toda la noche sentada en el mismo sitio.

Rick inclinó la cabeza hacia Roman.

– Ve a verla tú. ¿No ves que estoy ocupado?

– A mí no me hace caso. Como no suelo estar en casa, se cree que exagero. -Lo cual era cierto en parte. Raina no hacía caso a nadie, ni siquiera a sus tres hijos. Pero si con esa media verdad conseguía que su hermano le quitara las manos de encima a Charlotte, Roman la daría por bien empleada.

– Vete a paseo -espetó Rick.

– Creo que Roman tiene razón. -La suave voz de Charlotte le llegó a Roman a lo más hondo, pero hizo caso omiso de la sensación de ardor-. Si Raina te hace más caso a ti, asegúrate de que está bien -le dijo a Rick.

– Por el amor de Dios, ¡está sentada con su médico!

«Un punto para Rick», pensó Roman antes de mirar con fijeza a Charlotte. Si se había dado cuenta de que lo único que quería era apartarla de Rick, no lo parecía. De hecho, cuando la miró, sus ojos normalmente cálidos le parecieron fríos como el hielo.

Él había querido su enfado. En cierto sentido, lo había buscado para que le resultara más fácil dejarla atrás y seguir con su misión. Pero el hecho de hablar con las mujeres del pueblo lo había dejado vacío. Y lo que sentía por Charlotte era cada vez más intenso.

¿Cómo demonios iba a encontrar a otra mujer con la que casarse, y acostarse, cuando la única que deseaba volvía a su mente una y otra vez?

– Rick, por favor. Si Roman está preocupado, vale la pena cerciorarse de que no pasa nada.

Como Rick no se movía, Charlotte habló:

– ¿Sabéis qué? Vosotros dos seguid discutiendo, que yo iré a ver a Raina.

Antes de que ninguno de los hermanos tuviera tiempo de reaccionar, Charlotte se soltó de Rick y se dirigió tranquilamente al otro extremo de la sala, lejos de los hermanos Chandler.

– Eres poco convincente, patético y predecible -farfulló Rick.

– Igual que tú. A ti lo único que te interesa es pasar un buen rato, así que quítale las puñeteras manos de encima. Se merece algo mejor.

Rick escudriñó a su hermano.

– Me gusta la compañía femenina. La de todas las mujeres, y no hay ninguna en este pueblo que no sepa lo que hay. No se me acercan si quieren algo más. Yo paso un buen rato, ellas pasan un buen rato, y no hacemos daño a nadie.

– ¿Tampoco a ti?

– Tampoco a mí. -Rick se encogió de hombros, pero dejó traslucir un atisbo de dolor en la mirada.

Roman se arrepintió inmediatamente del comentario mordaz que había lanzado a su hermano. Nadie merecía ser utilizado y herido como lo había sido su hermano mediano. Especialmente porque él velaba por todo el mundo a expensas de sí mismo.

– Rick…

– Olvídalo. -Le quitó importancia al comentario de Roman con la típica sonrisa de los Chandler.

Roman soltó un gruñido. Sabía que su reacción había sido exagerada. No creía que Charlotte quisiera nada de Rick aparte de amistad. Pero dicha certeza no impedía que Roman hubiera querido evitar un contacto demasiado amistoso de Rick con la piel de Charlotte.

– ¿Existe alguna posibilidad de que pudieras disfrutar de la compañía de otra mujer? -le preguntó a su hermano.

– ¿Por qué? ¿Porque es tuya?

Roman no respondió a la provocación, y Rick retrocedió y le dedicó la típica mirada de policía, como diciendo: «Ya lo voy entendiendo».

– Tú eres quien busca una esposa para mantenerla a distancia, hermanito. Si estás tan preocupado porque se merece algo mejor, me parece que será preferible que sigas tu propio consejo.

– Mierda -farfulló Roman.

– Desiste. Lanzándole mensajes contradictorios le estás haciendo daño.

Roman conocía a Rick mejor que nadie y se dio cuenta de que su hermano velaba por el interés de Charlotte y empujaba a Roman en la dirección adecuada al mismo tiempo. A Rick le daba igual si Charlotte caía en los brazos de Roman o no, siempre y cuando ninguno de los dos saliera perjudicado. Era su talante protector. Una naturaleza que ya lo había metido en problemas con anterioridad.

Pero por mucho que Roman odiara reconocerlo, Rick tenía razón. Roman transmitía mensajes contradictorios. Charlotte se había pasado más de diez años evitándolo y luego, cuando por fin respondió a sus señales ostensibles, ¿qué hacía él?: la rechazaba debido a su instinto de conservación… a costa de ella.

Rick le dio una palmada en la espalda.

– Ahora que hemos aclarado este asunto, creo que iré a ver cómo está mamá para que te tranquilices. -Dio media vuelta y se marchó en dirección a Raina y Charlotte dejando que Roman se tragara sus palabras, que le dejaron un regusto amargo.

Tras otra media hora intentando interesarse por las solteras de Yorkshire Falls, Roman se dio cuenta de su estrepitoso fracaso. Y todo por culpa de la mujer de ojos verdes que lo había hechizado desde el primer día. Luego estaba su hermano mediano, que andaba por ahí con Charlotte, atormentando y exasperando a Roman, a propósito, sin duda. Si Rick quería provocar en él alguna reacción, le faltaba muy poco para tener éxito.

Sobre todo cuando Roman se volvió hacia la puerta y vio que Charlotte y Rick se marchaban juntos, su hermano con la mano en la región baja de la espalda descubierta de ella. Mañana ya se preocuparía por el autocontrol, pensó, mientras decidía que el instinto de conservación estaba sobrevalorado.

Salió disparado hacia la noche oscura sin mirar atrás.

Raina observó que su hijo mediano se marchaba con Charlotte para acompañarla a visitar a Beth Hansen, mientras el pequeño salía corriendo tras ellos del ayuntamiento. Raina se dio cuenta de su marcha abrupta y colérica. Sus hijos sabían cómo entrar en los sitios, pero tenían que mejorar las salidas.

De todos modos, no podía negar la sensación de alivio que la embargó al verlos partir. Tendría que quedarse quieta. Aunque le encantaría bailar, no podía correr el riesgo de que el cotilleo llegara a oídos de sus hijos. Si no se andaba con ojo, podrían adivinar su jugada; eran muy listos. Cuando se le había ocurrido la idea, no pensó que fuera a costarle tanto fingir que tenía problemas de salud.

Negó con la cabeza y miró hacia donde estaba el ponche. Hacía ya rato que Samson había desaparecido y lo había reemplazado Terrie Whitehall, abandonada por Roman. Exhaló un suspiro. Por mucho que adorara a sus chicos, odiaba la devastación que dejaban a su paso. Raina se sentía especialmente protectora con Charlotte. Y lo último que quería en el mundo era que Charlotte Bronson fuese víctima de los Chandler.

Tenerla como nuera, sin embargo, sería otro asunto.

– Parece ser que se ha vuelto a encender la chispa entre Roman y Charlotte -dijo Raina a Eric, satisfecha de que su hijo pequeño mostrara emociones con respecto a Charlotte.

No dio mucha importancia a la forma en que Roman había ido mariposeando de mujer en mujer esa noche, haciendo caso omiso de la que más le interesaba. Y sabía que el interés que Rick pudiera tener por Charlotte era meramente platónico, destinado a provocar los celos de su hermano y quizá empujarle a dar algún paso más tarde o más temprano.

A Raina le agradaba la idea. Podría funcionar…, si antes Roman no mataba a Rick.

– Estos chicos me van a matar -declaró en voz alta.

Eric le hincó el diente a las zanahorias que se habían servido en un plato de plástico hacía rato.

– Ya estás otra vez entrometiéndote.

– ¿Crees que Roman ha ido a por ellos?

– ¿Crees que quiere que hagamos conjeturas?

Raina se encogió de hombros.

– Estoy convencida de que el resto de la sala está haciendo lo mismo. No puede decirse que se haya marchado con discreción. -Dio un golpecito con la uña en el asiento de la silla plegable-. Ahora que lo pienso, Annie tampoco ha sido muy discreta. Pobre Charlotte. ¿Crees que la depresión de Annie tiene cura?

Eric exhaló un suspiro.

– ¿Crees que voy a hablar de una paciente contigo?

– Paciente potencial. Charlotte dijo que quiere que trates a su madre, suponiendo que sufra alguna enfermedad, aparte de mal de amores. Charlotte es una mujer cariñosa y atenta. Sería una esposa y madre maravillosa. Y hablando de bebés…

– Déjalo. -Eric tomó otra zanahoria del plato de plástico que tenía sobre las rodillas, la mojó en un aliño bajo en grasas y se la introdujo a Raina en la boca.

Raina se habría ofendido si su tono no hubiera sido tan grave y apremiante y su tacto tan cálido. Sintió un ardor interno que hacía tiempo que había olvidado, que se le originó en la boca del estómago y se fue extendiendo por su cuerpo.

Masticó y se tragó la zanahoria, dándose tiempo para aceptar y adaptarse a la situación.

– Intentas distraerme -dijo, cuando hubo terminado de comer.

– Tus hijos se han marchado. Ya no hace falta que finjas estar tan delicada. ¿Qué tal lo hago? -Mojó otra zanahoria y se la tendió-. Me refiero a lo de distraerte.

– Para ser tan mayor no lo haces mal. -Raina sonrió, incapaz de creer que estuviera coqueteando. Le daba igual que Eric quisiera distraerla, le gustaba recibir atenciones masculinas, y descubrió que las había echado de menos más de lo que imaginaba.

– ¿A quién llamas viejo? -Le tocó la punta de la nariz con el extremo de la zanahoria y rápidamente le quitó con un beso los restos de aliño.

Era innegable que lo que Raina sentía en su pecho era deseo.

– Está claro que no me haces sentir vieja -murmuró. Ni siquiera le importaba que estuvieran en un lugar público, a la vista de todo el mundo.

– Eso espero. -Se rió y se le acercó más para poder susurrarle al oído-: Y apuesto a que con el tiempo puedo hacerte sentir todavía más joven. Tan joven que te olvidarás de tus ganas de tener nietos y pensarás sólo en mí.

– Estoy deseando ver cómo lo intentas. -Una y otra vez. Mientras continuara haciéndola sentir joven, radiante y llena de vida, tenía permiso para experimentar todo lo que quisiera. Deseó que Roman intentara hacer lo mismo.

Con Charlotte.

Charlotte salió del ayuntamiento con Rick y fueron juntos a ver cómo estaba Beth. Tenía alquilada una habitación en una vieja casa a las afueras del pueblo. Con el porche, la enorme zona de césped delantera y la luz que salía de las ventanas de la cocina, la casa resultaba muy acogedora. Era exactamente el tipo de sitio en el que Charlotte siempre había soñado vivir algún día, cuando tuviera marido e hijos. Era el sueño que albergaba cuando no fantaseaba sobre lugares lejanos de nombre exótico y paisajes increíblemente hermosos iluminados por aguas cristalinas y gloriosos rayos de sol.

A veces, Charlotte pensaba que tenía una doble personalidad, que en su interior vivían dos personas que anhelaban cosas distintas. Aun así, en ambos casos había rayos de sol y un final feliz, algo que también le deseaba a Beth.

Pero en la expresión de su amiga no había ninguna de esas dos cosas, lo cual hizo que a Charlotte le entraran ganas de estrangular al doctor Implante.

– ¿Por qué no ha podido venir este fin de semana?

Beth se encogió de hombros.

– Ha dicho que le había surgido un compromiso inesperado para dar una charla.

Beth se volvió y se puso a mirar por la ventana.

– ¿Acaso es la nueva forma de decir «me ha surgido un imprevisto»? -le susurró Charlotte a Rick.

Él le dedicó una mirada de advertencia que ella entendió. Pero no acababa de comprender por qué el prometido de Beth no se la llevaba a la ciudad o prestaba más atención a la mujer que decía amar.

– A lo mejor le ha surgido algo de repente. Una oportunidad de hablar en público que no podía rechazar. -Rick fue al lado de Beth y le pasó el brazo por los hombros de forma amistosa.

– Entonces ¿por qué no me ha pedido que fuera a Nueva York para estar con él? -Se volvió para mirar a Charlotte.

Charlotte inclinó la cabeza porque no sabía qué decirle. Su amiga tenía razón, pero no iba a reconocérselo en ese momento.

– Quizá no quería que te aburrieras -sugirió Rick-. Y a lo mejor…

– Te compensará -añadió Charlotte, por elegir algo de la lista de posibles explicaciones que sugería Rick. Estaba claro que quería proteger los sentimientos ya heridos de Beth, y tenía motivos para ello. Beth ya tendría tiempo de enfrentarse a la verdad y aceptarla, fuera la que fuese. Esa noche lo que necesitaba eran amigos.

Charlotte lanzó una mirada a Rick, que colmaba de atenciones a Beth en un heroico intento de que recuperara el sentido del humor y la autoestima. Beth incluso le reía los chistes malos. Por lo menos alguien le servía de ayuda. Charlotte estaba de demasiado mal humor como para hacerle algún bien a su amiga.

Primero, su madre había desaparecido por una puerta lateral justo cuando Dennis Sterling entraba por la puerta delantera; luego Beth se había perdido la gran noche del pueblo porque su novio había vuelto a dejarla plantada. Charlotte no sabía qué era peor: que una mujer dependiera de un hombre para ser feliz o estar sin hombre y ser desgraciada.

Tenía calambres en el estómago y sentía un nudo en la garganta. Charlotte sabía que se estaba comparando tanto con Beth como con Annie y que temía ser como alguna de las dos. Ambas eran infelices por culpa de un hombre. Aunque «desgraciada» fuera una palabra demasiado fuerte para describir el estado de Charlotte en esos momentos, era innegable que los sentimientos que Roman provocaba en su interior eran intensos.

La invitaba a que tuviera iniciativa sexual, a que se atreviera, y luego la rechazaba sin saber por qué y continuaba con el insulto ignorándola para dedicarse a desplegar todo su encanto con otras mujeres. Si sólo se tratara de atracción sexual, Charlotte podría sobrellevar mejor la situación, pero sus sentimientos hacia Roman iban más allá del plano físico. Quería conocer al hombre que había dentro de aquel maravilloso cuerpo, y eso la asustaba.

Maldito hombre. Se frotó los brazos desnudos y pensó que quería ir a casa. Rick y Beth estaban enfrascados en una conversación. Charlotte se marchó sin que se percataran. La luna llena en el cielo nocturno le indicó el camino mientras las estrellas puntuaban el resplandeciente telón de fondo negro. El aroma del exterior, a hierba y flores recién brotadas, acompañaba sus pasos. Intentó pensar un poco en el ladrón de bragas. Rick le había dicho que no había habido novedades durante la semana, pero que no consideraba que el caso estuviera cerrado ni olvidado. Charlotte fue incapaz de imaginar quién podía ser el culpable, por lo que se dio por vencida.

Al cabo de veinte minutos estaba en casa y ya se había despojado de la ropa de fiesta y se había enfundado la ropa de estar por casa: su prenda preferida, un vestido blanco sin mangas con un volante de encaje grueso en el bajo de la falda. Lo había cogido de la caja antes de que Beth tuviera tiempo de colgar la prenda o venderla a alguna cuenta. Era uno de los pocos artículos que Charlotte se había llevado a casa en vez de ponerlo a la venta, porque con él se sentía femenina y cómoda a la vez, sin dejar de ser ella misma.

Tras prepararse una taza de té helado, tomó su libro preferido, abrió la ventana que daba a la escalera de incendios y saltó al exterior. La brisa fresca le rozaba la piel pero no le importaba. En cuanto había visto aquel apartamento, la salida de emergencia se había convertido en su parte preferida del lugar, por no hablar de la posibilidad de saltar de la cama e ir caminando a trabajar.

Siempre que Charlotte salía allí se sentía sola, y esa soledad le encantaba. Se sentó, con el enorme libro en el regazo, y empezó a hojearlo. De todos los libros de viaje y folletos que tenía, Escapadas con glamur era su preferido. Lo había comprado con el dinero que ganó con su primer trabajo como canguro, y lo había escogido porque el libro daba especial relevancia a Los Ángeles, con el rótulo de Hollywood enclavado entre las colinas. En la ciudad de Los Ángeles se encontraban las estrellas y los famosos, gente como su padre, había pensado cuando era pequeña y todavía tenía sueños.

La compra de ese libro le había permitido visualizar los lugares a los que pensaba que iría, los restaurantes que frecuentaría y la gente a la que conocería. Había imaginado situaciones en las que su padre la tomaba de la mano y le presentaba a la jet set en lugares exóticos. Más tarde, cuando se hizo mayor y se dio cuenta de que él nunca regresaría para quedarse, había sustituido el sueño de que él se la llevaba por el de viajar y ver esos sitios por sí misma.

Pero junto con el sueño convivía el temor a ser como el hombre al que desdeñaba y, en lo más profundo de su corazón, Charlotte sabía que nunca se atrevería a realizar esos viajes. Nunca volvería a arriesgarse a que la amarga realidad la desilusionara. O a volverse egoísta, como él.

De todos modos, cuando necesitaba reconfortarse, libros como ése la distraían. Sencillamente, dejaría de pensar en su padre y en su pasado y disfrutaría de la fantasía de viajar y conocer lugares maravillosos. Inspiró profundamente y pasó las páginas, pero no era capaz de dejarse llevar. No esa noche.

Justo entonces, oyó que golpeaban ruidosamente en su puerta. Se frotó los brazos y se dio cuenta de que se le había puesto la carne de gallina. Sonó otra llamada y entró en casa para ver quién era. Según las costumbres de Yorkshire Falls, no era normal presentarse en casa de alguien casi a medianoche.

Volvió a dejar el libro encima de la mesa y se acercó a la puerta.

– ¿Quién es?

– Roman. Abre.

El corazón le dio un vuelco.

– Es tarde. -Y no estaba de humor para más discusión.

Él golpeó la puerta una vez más.

– Venga, Charlotte. Déjame entrar cinco minutos. -Hablaba con voz profunda y seductora.

Charlotte se apoyó en la puerta y, a pesar de que ésta los separaba, se acaloró.

– Lárgate.

– No hasta que hablemos.

– Pásate por la tienda por la mañana. -Cuando Beth estuviera por allí como barrera, pensó Charlotte.

Roman dio un puñetazo en la puerta a modo de respuesta.

– Vas a despertar a los vecinos.

– Entonces déjame entrar.

– Ojalá pudiera -repuso, demasiado bajo como para que él la oyera. No podía permitirle entrar en su pequeño apartamento de ninguna de las maneras, porque la abrumaría con su presencia, su olor, su esencia. Apoyó la mejilla contra el yeso frío, pero no le supuso ningún alivio al calor interno que él le provocaba.

De repente, en el exterior se hizo el silencio y, aunque era lo que le había dicho que quería y debería sentirse aliviada, a Charlotte le decepcionó que se hubiera dado por vencido con tanta facilidad. Regresó junto a la mesa, pero el libro que antes le había resultado atractivo no hizo más que recordarle el dolor que sentía. De repente oyó un estrépito procedente del exterior, el sonido de unos pasos en la escalera de incendios.

Era obvio que Roman no se daba por vencido con tanta facilidad como había pensado. El corazón se le aceleró y se notó el pulso en la garganta seca. Se quedó mirando cómo Roman llegaba a su rellano y se agachaba para poder pasar su corpulenta envergadura por el marco de la ventana. Entró en el apartamento de Charlotte y se enderezó.

Le parecía imponente siempre que lo veía, pero en su pequeño apartamento, su corpulencia y su magnetismo le resultaban abrumadores. Tragó saliva mientras se preguntaba qué querría y si tendría fuerzas suficientes para resistir el tira y afloja que tanto le gustaba a él.

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