Capítulo Cuatro

Bram siguió a Flora con la mirada. Sus movimientos sensuales y ágiles negaban la imagen severa y esquiva que pretendía crear con su indumentaria. Estaba seguro de que resultaría mucho más atractiva sin ropa que con ella.

Era evidente que se trataba de una mujer de valores ocultos. Nadie la consideraría hermosa, pues sus facciones eran demasiado duras, pero no era ni mucho menos tan poco agraciada como parecía a primera vista. Lo que Bram no lograba comprender era porqué Flora sentía la necesidad de esconderse.

En cambio, era fácil adivinar por qué había preferido ir sola a comprar el mapa y a preguntar sobre lugares de «interés histórico».

Flora iba a tener que aprender otros trucos si pretendía ocultarle sus intenciones. Un mapa, un Jeep y una sonrisa triunfal sólo podían significar una cosa. Tenían un día libre para descansar y no hacía falta ser un genio para darse cuenta de que no hacer nada no figuraba entre las actividades favoritas de la señorita Claibourne. Ni que la sugerencia de un posible peligro fuera a hacerla cambiar de idea. Quería ver por sí misma la tumba y si el señor Myan no la llevaba, haría las averiguaciones precisas para encontrarla y visitarla ella sola.

¿Sola? No. Flora no tenía un pelo de tonta. Su sonrisa triunfal tenía una justificación clara. Había decidido aprovechar la promesa de Bram de no separarse de ella en su propio beneficio. Iba a utilizarlo. Su compañía le permitiría hacer una visita a las montañas sin autorización. Así que era responsabilidad de él impedir que la hiciera.

Podía estar equivocado, pero Bram no creía que al Ministro de Patrimonio Artístico fuera a entusiasmarlo descubrir que la modosa intelectual había decidido explorar por su cuenta. Bram no comprendía por qué, y tampoco le interesaba descubrirlo. Su única misión consistía en evitar que Flora corriera peligro. No sería una misión difícil. A no ser que ella resultara ser la única mujer en el mundo capaz de interpretar un mapa o de conocer el funcionamiento básico de un motor de explosión. Y había pocas probabilidades de que lo fuera.

La mujer rubia logró que la mirada de Bram se cruzara con la de ella. Él tuvo la impresión de que la mujer tenía ganas de charlar, pero sus intentos serían vanos. A Bram le gustaba la compañía femenina, pero evitaba a las mujeres solitarias de cierta edad. Y para amostrarle que estaba ocupado dedicó una amplia sonrisa a Flora al verla aproximarse.

– ¿Has encontrado lo que buscabas? -preguntó.

Desconcertada por la cálida bienvenida, Flora dejó el bolso sobre la mesa y sacó de él un mapa y una guía.

– ¿Qué es esto? -Bram tomó una brújula plana-. ¿Qué visita turística requiere el uso de una brújula? -preguntó, invitándola a que confiara en él.

En lugar de responderle, Flora le quitó el aparato y guardó en uno de los muchos bolsillos de su vestido.

– ¿Y tienes el descaro de llamarme boy scout? ¿Y por qué no has comprado un buen mapa?

– ¿Éste no es un buen mapa? -preguntó Flora, llena de inocencia, mientras abría un mapa turístico que sólo mostraba las rutas y monumentos más importantes, en el cual las montañas no aparecían más que esbozadas.

– Nos servirá -admitió Bram-. Siempre que tu idea de una visita turística no incluya una excursión a través de la jungla para buscar a tu querida «princesa perdida».

– A la princesa ya la han encontrado. Lo que falta es la tumba.

– No falta. Sólo está prohibido visitarla -le recordó Bram.

– Ya he entendido el mensaje. Lo que no comprendo es el porqué.

– Tipi Myan ha dicho que es peligroso.

– Puede que sea un lugar inseguro, pero no soy estúpida. No correría el riesgo de excavar donde pueda producirse un derrumbamiento. Sólo quiero ver el lugar.

– Olvídalo, Flora -Bram esperó a que ella hiciera una señal de conformidad. Al no recibirla, continuó-. Por favor, admite que tengo razón.

Flora se llevó la mano al pecho y puso expresión ofendida.

– Pero si tú eres un hombre, Bram -imitaba el tono fingido que adoptaban ciertas mujeres para aparentar fragilidad-. ¿Cómo voy a dudar que tengas razón?

Bram sabía que era una maniobra para no prometer lo que no pensaba cumplir.

– Basta con que me digas que sí.

– «Sí» es la palabra que todos los hombres quieren oír -dijo Flora. Abandonó el tono de burla y continuó-. Pero si te hace feliz, te prometo que no voy a atravesar la jungla. Ni siquiera sabría por dónde empezar.

Bram se preguntó si el rubor que asomó a las mejillas de Flora era efecto del sol o de un sentimiento de vergüenza, pero decidió no seguir insistiendo.

– No veo que se mencionen ni el tesoro ni la tumba.

La guía destacaba las atracciones típicas: pagodas decoradas, centros de artesanía y otros lugares por el estilo.

– ¿No? Supongo que es un descubrimiento demasiado reciente.

– ¿Tienes idea de dónde está? -preguntó Bram. Dejó a un lado la guía y abrió el mapa-. ¿No te dijo nada el señor Myan?

– Ya lo oíste. Habló de un largo camino cuesta arriba.

Pero Bram estaba seguro de que Flora había averiguado algo. Cierto nerviosismo en su actitud era un claro indicio de que era incapaz guardar un secreto, una característica de la que él podría beneficiarse. Todo dependía de cuánta información tuviera ella sobre los planes de India Claibourne y de lo difícil que le resultara a él romper su barrera defensiva.

– Se trata de un descubrimiento de gran valor -continuó Flora-. Y supongo que quieren protegerlo de los buscadores de tesoros. Podrían dañar la tumba si fueran en busca de más oro.

– Eso si las ruinas no se desmoronan primero sobre ellos -replicó Bram.

– Tienes razón.

– Supongo que estarán vigiladas.

– ¿Por qué? El oro está guardado en el museo. El secreto que las rodea y la dificultad de acceder a ellas son su mejor protección.

– Desde el momento en que dos personas saben algo, deja de ser un secreto.

– ¿Tú crees? He alquilado un todoterreno para los próximos días -dijo Flora cambiando de tema.

– ¿Un Jeep?

– No pongas esa cara. Es un modelo de lujo con aire acondicionado. Para poder conducirlo tienes que dar los detalles de tu carné de conducir en recepción -Flora lo miró con ironía-. Pero quizá prefieras alquilar un coche sólo para ti.

– ¿Para qué?

– Para hacer lo que quieras. Tengo la impresión de que visitar monumentos no te apasiona.

Bram comprendió que Flora estaba dispuesta a explorar por su cuenta.

– ¿Por qué insistes en que tú estás aquí por trabajo y yo, por placer?

– Si prefieres pasar el día junto a la piscina no se lo contaré a nadie.

– No me conoces -una vocecita interior advertía a Bram de que estaban en un país donde no era frecuente la presencia de turistas y de que debían permanecer juntos-. Me encanta visitar monumentos.

Flora se encogió de hombros. Bram mentía descaradamente. Tenía tan poco interés como ella en hacer turismo, pero parecía decidido a no dejarla jugar a «la búsqueda de la tumba». La única solución era hacerle creer que irían juntos de excursión.

– De acuerdo, ¿qué te parece una visita al refugio de monos? -Flora señaló la fotografía de un monito-. Los crían hasta que pueden valerse por sí mismos.

– Una labor admirable, pero yo creía que estarías más interesada en visitas culturales -Bram le quitó la guía de las manos y señaló la fotografía de un palacio situado en una isla en medio de un lago-. Suponía que esto era más de tu estilo. También dice aquí que el Jardín Botánico es espectacular.

Flora se inclinó hacia delante para ver la fotografía. Su hombro rozó por un instante el de Bram. El tiempo suficiente para que él pudiera oler el perfume ácido y tenue que llevaba. Un perfume sutil que parecía querer susurrar que Flora era una mujer sin que nadie llegara a enterarse.

Igual que los demás detalles: el cabello largo pero siempre recogido, las uñas de los pies pintadas, las braguitas de encaje. Mensajes codificados de su feminidad.

– Me pregunto si habrán explotado el mercado de las bodas para turistas -comentó Bram-. En Bali tienen mucho éxito.

– Podemos ir al Jardín Botánico y luego a los talleres textiles -Flora rectificó-. Aunque lo mejor será empezar por el refugio de monos, ya que está en el punto más alejado. Desde allí podemos volver haciendo las demás visitas.

– Yo preferiría ir al palacio -dijo Bram.

– Lo siento, pero no te he pedido tu opinión. Empezaremos con la visita a los monos. Y ya que el día será largo, podemos pedir en el hotel que nos preparen unos bocadillos. Veo que hay una playa en el camino donde podríamos damos un baño y comer.

– ¿Tú crees? ¿Qué pensarán en esta isla de la práctica del nudismo?

– ¿Qué quieres decir?

– Que no has traído traje de baño.

– Puedo comprar uno en la tienda del hotel.

Bram intentó imaginársela en traje de baño. El secretismo con el que Flora trataba su sexualidad despertaba en él un interés particular.

– Tengo la impresión de que la idea de un picnic en la playa no te entusiasma -comentó Flora.

– Hasta donde yo sé, la arena y la comida no combinan demasiado bien.

– De acuerdo. Comeremos en el Jardín Botánico -accedió Flora-. Y así veremos si es apropiado para la celebración de bodas -se inclinó hacia adelante evitando tocar a Bram. Señaló una fotografía-. Aquí dice que hay mariposas tan grandes como platos.

– Y seguro que no dice nada del tamaño de las ratas y de las hormigas.

– Bram, tienes un serio problema con los insectos. ¿Te has planteado hacer una terapia?

Bram pensó que la única terapia que necesitaba estaba relacionada con Flora, pero prefirió callarse.

– Gracias por preocuparte por mí, pero me basta con utilizar repelente de insectos.

– Tienes suerte. Yo soy alérgica.

Bram contuvo el deseo de hacer un comentario sarcástico al recordar el mensaje de Jordan pidiéndole que tratara de «igualar el marcador». Para lograrlo tenía que ganarse la confianza de Flora; pero… ¿cómo? Bram prefirió no dejar volar su imaginación y guió su pensamiento hacia cuestiones prácticas.

Su labor era descubrir quién era la verdadera Flora Claibourne, encontrar sus debilidades y conseguir que le contara los secretos del negocio.

Decidió comenzar con los detalles pequeños.

– ¿Debo saber algo más, por si acaso sufrimos una emergencia?

– ¿A qué te refieres?

– No lo sé. Por eso te pregunto -dijo Bram en tono Je exasperación. Flora convertía la pregunta más sencilla en un interrogatorio-. ¿Cuál es tu grupo sanguíneo? ¿Eres alérgica a la penicilina?

– No. Sólo a los repelentes de insectos. La aromaterapeuta de Claibourne & Farraday me ha preparado una mezcla especial.

– ¿Y funciona?

– La verdad es que no lo sé. Pero huele mucho mejor que el repelente de farmacia -Flora le ofreció la muñeca para que la oliera.

Si otra mujer hubiera hecho el mismo gesto Bram habría sabido exactamente cómo actuar. Abría tomado su muñeca y, aproximándosela a los labios, se la habría besado. Y eso sería sólo el principio. Pero Flora Claibourne era un misterio para él. Sin ni siquiera olerla, se puso de pie.

– Creía que era una loción para repeler insectos -dijo Flora, desconcertada-, pero se ve que también sirve para los hombres.

Bram echó una ojeada a su reloj.

– Tranquila. Si vamos a salir esta noche, será mejor que descanse un par de horas o me quedaré dormido sobre la sopa. Si no me he levantado para las siete y media, llámame.

– ¿Vas a dormir? -dijo Flora, sarcástica-. Creía que eras un hombre de acero, capaz de adaptarse a la hora local sin dificultad.

– En los climas cálidos, el horario local incluye una siesta. Sobre todo si estás de vacaciones.

Flora echó la cabeza hacia atrás para mirar a Bram por debajo del ala de su sombrero.

– Pero tú no estás de vacaciones -le recordó-. Lo repites constantemente.

Y era sincero. Nunca pasaría unas vacaciones con una mujer tan irritante. Bram respondió con brusquedad.

– Tienes la nariz roja. Será mejor que te pongas un protector solar.

Como respuesta, Flora sacó un frasco de crema del bolso, lo abrió, metió el dedo y, de un solo movimiento, se puso una capa gruesa de crema en el centro de la nariz.

– ¿Te gusta más así? -preguntó, provocadora.

– Me entusiasma -dijo él.


Bram se alejó hacia el bungaló. Flora recorrió con la mirada sus atléticas piernas hasta llegar a un trasero firme y poderoso. Una tentación incluso para una mujer con una fuerza de voluntad inquebrantable.

Era una injusticia que un hombre como él lo tuviese todo; o casi todo. Flora estaba segura de que las mujeres habían caído rendidas a sus pies desde que él tenía uso de razón. Por eso carecía de bondad y dulzura. No las necesitaba.

Bram no quería estar con ella porque su persona no se correspondía con su superficial idea de belleza. Flora había leído el informe que India había recopilado sobre él. Llevaba una doble vida. Durante el día era un trabajador inagotable, un afamado abogado de empresa. Al caer la noche se transformaba en un play-boy rodeado de mujeres. En plural. No parecía creer en relaciones duraderas.

Las razones que movían a Flora a sentir rechazo por él eran más complejas. Bram estaba demasiado cerca de su prototipo de hombre y si hubiera sido algo más amable, ella habría tenido serios problemas para mantenerlo a raya. Tal y como se estaba comportando no era una tarea difícil.

Flora permaneció un rato sentada, tomando café y fijándose en la mujer rubia. Era del tipo de las que solían acompañar a Bram. Pero él no se había fijado en ella. Flora se enfadó consigo misma al darse cuenta de que ese pensamiento la animaba y, para quitárselo de la mente, metió la mano en el bolso y sacó el mapa detallado que había escondido en el fondo. El mapa en el que el dependiente de la tienda había marcado la ubicación de la tumba, aprovechando que Bram estaba echando una siesta. Flora estudió el mapa y planeó lo que haría al día siguiente, en cuanto se librara de su sombra.

Aunque por un lado se sentía culpable por engañar a Bram, por otro tenía la excusa de que entre sus funciones estaba demostrar lo resolutivas que eran las chicas Claibourne.

Cuando el sol comenzó a descender, Flora fue a darse una ducha y a prepararse para la cita con Bram.

Al ver que la mujer rubia no se había movido de su sitio, Flora sintió una repentina inquietud y tuvo el impulso de ir a preguntarle si se encontraba bien. Pero cuando acababa de dar un paso en dirección a ella, vio que la recepcionista del hotel se aproximaba a la desconocida con un mensaje, y Flora decidió marcharse.

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